Donde acaba la realidad y empieza la imaginación

La sesión del lunes 2 de diciembre la dedicamos a la realidad y la ficción. ¿Dónde acaba una y empieza la otra? ¿Cuáles son sus límites? ¿Cualquier parecido entre realidad y ficción es pura coincidencia?
El libro Aquí yacen dragones de Fernando León de Aranoa nos permitió zambullirnos en estas y otras cuestiones. Dice Aranoa en el prólogo: "Este libro busca lo extraordinario en lo que está cerca. Es una miniatura de tamaño real, un grito que se escribe con minúsculas, un barco dentro de una botella dentro de una barco. Entre sus páginas yacen los dragones de los mapas antiguos, un aviso ahora a lectores. Cualquier libro, y este no es una excepción, es un territorio desconocido por explorar, un cementerio de historias vivas, una invitación a imaginar, a temer, a desear: la espesura del bosque, un armario cerrado con llave, la noche a fuera.Tengan cuidado al abrirlo. Aquí yacen dragones".


Care Santos afirmaba lo siguiente en su crítica de El Cultural: "Lo fantástico, el absurdo, la ternura, la mirada ingenua del niño. Son los ingredientes con los que se ha cocinado este libro, a los que tal vez habría que sumar una pizca de ironía a lo Monterroso, un pellizco de ternura a lo Benedetti y un buen chorro de admiración hacia los grandes, como Cortázar o Borges. Un placer para los amantes del género hiperbreve, desde luego."

Aquí dejamos dos textos como muestra:

Epidemia

Se decía en los cafés, en las plazas, en los mercados: las palabras están muriendo.
Murió Eucalipto, murió Colectivo, murió Paraguas, tan querida por todos. Murió Curioso y murió Rebelión. Murió Ditirambo, pero a pocos importó, porque pocos la conocían. Agonía tuvo una muerte coherente, larga y dolorosa. Al entierro de Pan acudieron millones en masa.
Caían por docenas, contagiadas.
Alarmadas, las autoridades racionaron las palabras.
Cada ciudadano podría utilizar treinta al mes. Se persiguieron las perífrasis y los circunloquios, se declararon proscritos los rodeos: el lenguaje se volvió exacto, los oradores, cirujanos. Los locuaces fueron encarcelados y puestos a disposición de los jueces en vistas que nunca más volvieron a ser orales. Incomunicaron a los charlatanes y los mudos se erigieron al fin en modelos sociales, pero lo celebraron en silencio.
Su pusieron de moda las medias palabras. Los enamorados aprendieron a decírselo todo con la mirada, los amantes, con las manos.
Lingüistas, académicos y semiólogos trataron de explicar el origen de la epidemia, pero no encontraron las palabras. Las autoridades pusieron protección a algunas de ellas en virtud de su relevancia: Democracia, quiniela y Sistema Financiero serían escoltadas en todo momento desde sus domicilios hasta las frases donde a diario se ocupan.
Y el lenguaje se llenó de ausencias. Los diccionarios se convirtieron en cementerios: morgues de papel alfabéticamente ordenadas, necrológicas encuadernadas de la A a la Z.
En secreto, los enamorados guardaron diez, doce palabras, para decírselas en el momento exacto.
También los poetas hicieron provisión. En un sótano húmedo, sin ventanas, amontonaron trescientas palabras. Se sabe que entre ellas estaba Mañana, estaba Mantel, estaba Esperanza. Y se sabe también que, apostados sobre ellas con sus rifles, se aprestaron a defenderlas con la vida.

Voluntades

Raúl Santos Garciátegui, oficial del ejército de Pancho Villa, recibió el encargo de elaborar una lista con las últimas voluntades expresadas por los condenados ante el pelotón de ejecución, instantes antes de morir. Su redacción final consigna entre paréntesis, después de cada petición, el número de veces que fue realizada, y constituye un variado muestrario de los caprichos, miedos y debilidades de la naturaleza humana, a saber:

Fumar un cigarrillo (132)
Tomar un último trago (204)
ser escuchado en confesión por un sacerdote (78)
Ser ejecutado sentado (32)
Ser ejecutado espaldas (17)
Rezar una oración (64)
Escuchar el himno nacional (12)
Cantar un corrido muy mentado (3)
Contemplar a una mujer desnuda (6)
Contemplar a una mujer (24)
Revelar un crimen cometido u otro acto vergonzante (8)
No recibir disparos en la cara (7)
Hacer llegar una misiva a esposa e hijos (41)
Hacer llegar una misiva a una mujer sin especificar (32, de los cuales 30 son coincidentes con los anteriores; no se extraen conclusiones)
Conocer los nombres de los soldados que componen el pelotón (9)
Estrechar sus manos (5)
Abrazarles uno a uno (3)
Bailar con el capitán al mando (1)
Dar él mismo las órdenes al pelotón de ejecución (1)

Como tarea se propuso recrear, desde lo particular o lo general, cualquiera de estos dos textos.
Aquí tenemos algunos de los trabajos de los participantes en el taller:


Adiós a la vida, amor

La muerte abre mis alas
para volar en su recinto.
Me duele el pensamiento
de sentirte,
de perderte,
de olvidar tu piel
cuando la mía duerma
con este frío palpitar de la agonía.
Tu rostro me alimenta
en el duro declinar de las horas.
El miedo de morir
despierta mis sentidos
para soñar queriendo
tu voz y tu palabra.
Aún quedan caprichos
en mi cuerpo agonizante:
acariciar tu existencia,
viva en mi memoria,
en mi ser aprisionado,
para soñar tu adiós
en esta triste despedida.
Con la carta entre mi piel
despido mi soledad,
espero que llegue a ti
esta palabra en el tiempo.

Sofía Montero


Epidemia que no cesa

Hay palabras que desaparecen, como epidemia que por su extensión a muchos países se transforma en pandemia, así sucede también con palabras como desarrollo que hoy día no se sabe en que consiste su definición de evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida, sostenible pues nada más contrario a nuestro sistema de vida cotidiano en el que, por satisfacer nuestras necesidades actuales, estamos comprometiendo la capacidad de la futuras generaciones para satisfacer las suyas. Crecimiento en base a que criterio merece tener en consideración este término que el día a día nos rebate, trabajo que en la situación actual sólo existe para una minoría, salario por precario, no provee de medios o recursos suficientes. Público común del pueblo o ciudad que sin prisa pero sin pausa está siendo sustituido por privado. Huelga que ya no moviliza a la pluralidad de las personas. Desahuciado pues hoy todos estamos siendo condenados y como corolario finanzas este vocablo no es necesario en la actualidad pues todos nuestros actos están impregnados de este concepto y ya no hace necesario su práctica general.

Alfredo Domínguez


Voluntades

Cuando Raúl Santos Garciátegui le preguntó cuál sería su última voluntad antes de ser ejecutado, el soldado no dudó:
—Confesar un crimen que cometí hace poco y que vosotros que estáis delante seáis mis testigos a la vez que confesores. No espero que hagáis de jueces, pues no sois más que peones que obráis por orden de vuestros superiores. Y lo sé porque sí, soy soldado enemigo, pero no soldado contrario a vosotros. Por ello, y ahora que nos sinceramos, debéis saber que mi crimen, ese que me muerde la conciencia y me impide dormir desde hace una semana, fue precisamente participar en un pelotón de ejecución sin darme cuenta de que lo que hacía era condenarme, como podéis ver, a sufrir del mismo modo que aquellos a los que disparé yo. Ahora, una vez dicho esto, sed vosotros mismos.

César Borreguero


Últimas voluntades

Raúl Sánchez Garciátegui, oficial del ejército de Pancho Villa, recibió el encargo de elaborar una lista con las últimas voluntades expresadas por los condenados ante el pelotón de ejecución instantes antes de morir. El tiempo, ha convertido su redacción final en el epicentro de numerosas tesis doctorales que desde los más variados puntos de vista han pretendido descubrir en ella el muestrario más fidedigno de los caprichos, miedos y debilidades de la naturaleza humana. La última en sumarse al vasto elenco de análisis citados es la recientemente publicada por la editorial “Efigie”. En ella, el doctorando Dº Oscar Gray tras arduos años de minucioso estudio, nos desvela la existencia de Dº Luis Miguel Expósito, más conocido como “El Fausto de Chihuahua”, quien siendo prisionero de los villistas, al ser cuestionado sobre su ultima voluntad, solicitó a sus ejecutores: “Pedirles mañana a ustedes o sus similares, íntegro y de viva voz, mi última voluntad”. Solicitud que como no podía ser de otro modo entre hombres de palabra le fue concedida. Mil novecientos veintitrés días -los que duró su cautiverio-, resonó con fuerza su ruego. Una mañana, en Guanajuato, el pelotón desapreció y su plegaria cesó.
El forense dijo: Ataque al corazón.
Y es que la libertad… “Hay cosas tan bellas que matan.”

Ana Isabel Fariña 


Alma

Alma era una niña silenciosa, no por ignorancia sino por voluntad propia.
Posiblemente, el hecho de que sus padres compraran su nombre –el más valioso- en el mercado negro –único lugar donde poder adquirirlo- tuviera mucho que ver en ello. Fue aquella una negociación difícil que se zanjó con un acuerdo casi imposible. Con su firma, ambos –padre y madre-, se comprometían a ceder a los traficantes de voces, los derechos de uso que las autoridades les habían de otorgar durante los dos años siguientes al trato sobre todas las palabras que les estaría permitido utilizar en ese lapso de tiempo. Todas menos tres. Y tres era muy poco.
Durante los meses que duró el secuestro aceptado, sus progenitores hicieron cosas increíbles por defender el recuerdo de lo innombrable. Todo valía con tal de no perderse en el marjal amurallado por el que transitaban día y día, noche y noche. “Papá”, ¨”mamá”, y “Alma” se convirtieron en las fronteras infranqueables de una marisma brumosa donde no perecer suponía estar siempre alerta, no abandonarse. Violar el juramento, lo sabían, supondría perder a la criatura. Ceñirse a él estrictamente, inmolarla e inmolarse.
Es por ello que la pequeña Alma, supo leer antes que hablar. Leer en el silencio de un armario.

Una noche, mucho antes de que aconteciera lo que os acabo de relatar, poco antes de que la dominación triunfara; mientras barría las calles, el padre de Alma presenció una ejecución, un exterminio, el exterminio de los míticos trescientos. Nada lo barrió jamás de su memoria.
Poetas, bardos, hombres sin yugo que en la clandestinidad custodiaban los restos de la mil veces legendaria biblioteca de Alejandría murieron asesinados. Él lo vio y quizá porque nadie le vio a él, fuera el único testigo vivo de la masacre. Fue un momento oscuro. Un momento oscuro donde todo se convirtió en fuego. El olor del papel y la carne quemada se abrazaron en lo que los invasores consideraron el último y definitivo acto de una obra magistral, de un teatro sublime; brutal pero necesario. A partir de esa apoteosis, según ellos, todo sería mejor porque gracias a ella todos los hombres serían definitivamente iguales. Con la resistencia aniquilada –argüían-, sin oposición –continuaban-; las leyendas perecerían, los cuentos se olvidarían, y las palabras no perturbarían nunca más el devenir de los siglos con pensamientos peligrosos o extraños. Las llamas, por fin, habrían cumplido una misión épica: eliminar los juicios, las ideas, los conceptos que corrompen las mentes y el aire. A partir de ese momento inmaculado, todos sentirían de la misma forma aunque no supieran lo que sentían, todos caminarían con el mismo pie aunque no supieran dónde iban y todos compartirían el mismo tiempo aunque desconocieran la marea de tiempos que puede esconder un minúsculo instante sin muros.

La mañana siguiente el sol se despertó ruborizado. Una vez más la ignorancia alimentaba bestias dispuestas a aplastar cualquier atisbo de luz. Sus dedos acariciaban un paisaje tenebroso donde un joven barrendero presenciaba como tras la tragedia se moldeaba el inmisericorde hijo de la barbarie. Poco tardó en erguirse y caminar sin piedad todos los caminos. Indiferente, dejó atrás las cenizas que le amamantaron. Las pavesas, una vez solas, se buscaron. Con el poco calor que les quedaba conjuraron al viento. Respondió un tornado que las dispersó como semillas. Unas cuantas, muy pocas, en su desplazamiento, fueron a parar a los pies del joven. Él hizo lo que sabía, las barrió. Cuando las tuvo en su recogedor, en lugar de colocarlas con el resto de la basura, se las llevó a casa. Allí las guardó en la caja que custodiaba todos sus tesoros. Su “alma”. Y allí permanecieron durante muchos, muchísimos …

El día que Alma cumplió siete años, despertó el pasado.
Aunque hacía cinco que sus padres habían recuperado el derecho a usar un vocabulario más extenso, seguía siendo breve. A veces les costaba encontrar las palabras. Sabían que existían pero no las localizaban. La falta de uso las desdibujaba. Tenían que esforzarse mucho por no perder el pulso que discretamente mantenían con los ocupantes y sus mañas. Por su parte, las normas, aprovechando las ausencias generales, se habían hecho más estrictas. Todo aquello que denotaba felicidad o tristeza estaba prohibido. La igualdad –afirmaban - no permitía esos vaivenes anímicos. Todo era niebla. Una niebla cada vez más espesa.

En ese escenario, sobrevivir de verdad, demandaba cautela.
Los padres de Alma siempre fueron prudentes.
En su casa, desde el nacimiento de la pequeña, cualquier manifestación cariñosa o doliente, se realizaba en el gigantesco armario que había debajo de la escalera y a puerta cerrada. Allí nadie veía, nadie escuchaba. Allí eran.
Pero… 

A veces la prudencia se va de vacaciones y eso, precisamente eso, es lo que ocurrió ese día.
Amanecía cuando el padre de Alma entró en casa. Una personita con una tarta enorme entre las manos le esperaba. Había estado en vela toda la noche, vigilándola. Al correr a saludarle, se resbaló con la alfombra, perdió el equilibrio, la tarta voló por los aires hasta quedar colgada a partes iguales del techo y de la lámpara y estalló la carcajada. Era una risa fresca e indomable. No pudo ser sofocada. Todo el edificio pudo escucharla.

Un pestañeo y los invasores, guiados por los vecinos, derribaron la puerta y apresaron a los padres de Alma. A ella la ordenaron que se sentara y esperara su regreso. No lo hizo. Tal y como le habían explicado en múltiples ocasiones, si eso sucedía tenía que huir y huyó. Cuando todos se fueron, se metió en el armario, se puso el abrigo a pesar del calor que hacía –tal y como le había dicho su madre-; llenó la mochilita que le habían regalado sus abuelos con la preciosas cajas donde los tres custodiaban sus tesoros, tiró de la trampilla que había en el suelo y se embocó en el túnel negro que tanto la asustaba, no sin antes tener la precaución de volver a cerrar sobre ella la trampilla como si no hubiera pasado nada. Imposible volver –pensó mientras se limpiaba con las manos pringosas de tarta la cara cubierta de lágrimas-
Nunca supo los meses o años que pasó allí sola alimentándose únicamente del contenido de tres cajas y numerosos recuerdos; combatiendo el frío con el abrigo que le obligó a ponerse su madre. Repitiendo su nombre…

Un día, el túnel terminó por abrir su boca y le regaló un desierto de dunas rojas. Hacía calor. La arena era suave. Quiso correr, no podía. Sus pies se hundían. Tropezó con ella misma tantas veces…
Finalmente se quedo dormida. Cuando despertó, estaba en una caja donde un anciano custodiaba su sueño. Abrió la tapa y la invitó a salir. Había una fiesta. Todos la recibieron con cariño. Un cariño sin disfraces. Pensó que soñaba y se pellizcó muy fuerte. Cuando chilló, todos rieron. El anciano que la velaba la despojó de su mochila y ella no puso resistencia. Confiaba. Esa cara hablaba palabras. Algunas no las conocía, pero no importaba, eran hermosas. Eso le bastaba.
Alguien, un niño poco mayor que ella, la tomó de la mano y la condujo al horizonte que ponía fin al desierto. A sus pies una tierra fértil era cuidada por cientos de miles de soñadores que recogían las cenizas que trasportaba el viento y las sembraban. Allí estaba el anciano que otrora la velaba. La llamó por su nombre “Alma” y le entregó su mochila con sus cajas. Ella las abrió y las pavesas allí guardadas conjuraron al agua. Una lluvia suave las regó mientras ella las sembraba. Al poco tiempo, había crecido junto a los demás un árbol lleno de palabras libres que jugaban.

Pasaron muchas estaciones y en una de las ramas brotó una flor que olía a tarta. Alquiló una caravana y atravesó el desierto. Esta vez no tropezó.
Disfrazada de niebla se instaló en el edificio donde había pasado los primeros años de su infancia. El armario estaba vacío. Sus padres no estaban. Ella les esperaba y mientras lo hacía cocinaba. Mañana tras mañana preparaba sopa de letras para toda la ciudad. Nadie se resistía. Quien la probaba repetía. Su sabor evocaba melodías olvidadas. Colas infinitas de personas se arremolinaban a la puerta de su casa. Al principio, los ocupantes, en cuanto podían las dispersaban. Luego… luego después de probarla… Una noche de tanto comerla a todos se les fue cayendo la mordaza y la risa y el llanto inundaron por igual sus caras y sus casas. Se escucharon canciones dulces y se escucharon también canciones amargas. Nadie derribó puertas.

La mañana siguiente el sol se despertó radiante. Sus dedos acariciaban la silueta de una pareja que desde fuera observaba el edificio donde cocinaba Alma. Cuando ella les vio… No hubo que decir nada. Les metió en su caja y regresó a las tierras fértiles que crecen más allá del horizonte que se dibuja más allá del desierto. Ese era su lugar. El lugar de su “alma”. Un lugar maravilloso donde todo es igual porque todo es diferente y sólo la diferencia nos iguala.

Desde entonces viven allí. Cuando cae la tarde, el amor de una hoguera les reclama. Y ellos van y toman un té caliente que con su vapor dibujaba grafías raras que el aire se lleva como si fueran semillas; y mientras las ven irse, recuerdan los tiempos difíciles donde les racionaban el uso de las palabras y ellos asustados accedían como si fuera inevitable, como si no pudieran hacer otra cosa que resignarse o esconderse en un armario.
Ahora saben lo que antes sólo sospechaban. Las palabras tienen Alma –el nombre más valioso-. Un Alma nómada que echa raíces allí donde la llaman. Un alma indomable e inmortal que normalmente se marchita en el interior de una lata. Que germine y florezca sólo requiere de una voluntad propia, de un deseo libre y valiente capaz de desafiar un túnel, un desierto, un horizonte y… una tarta. Luego… el agua, el cariño, la confianza, y el aire…

Ana Isabel Fariña


Palabras para mi amada

Dicen que en este mundo revuelto, andan prohibiendo palabras. Y antes de que nos las quiten, he decidido poner diez a buen recaudo.
Escondida en el cajón de la cocina, bajo los cubiertos, dejé escondida DESEO porque a veces paso de las lentejas, por buenas que te queden, y y prefiero comer directamente el postre.
En la alacena oculté BESO, entre los tarros de conserva, pues qué mejor alimento que una buena ración de ellos.
Entre los paños y mantelerías coloqué CARICIA, aunque luego la llevé con las toallas, para encontrarla desde primera hora.
Detrás del televisor escondí RECUERDO. Así nunca nos faltará qué ver en la caja tonta.
Bajo las sábanas deposité con cuidado ABRAZO, para que pase lo que pase durante el día, pasemos la noche muy juntos.
Debajo del felpudo, donde otros dejan las llaves de repuesto, deslicé COMPAÑERA, para no sentirme solo al salir de la casa.
Se llevaron AMOR. Fui un incauto, la dejé en la puerta, no quise esconderla, deseaba que todos lo vieran.
Bajé hasta el portal y dejé en el macetero SUSPIRO, para recogerla cuando uno de los dos se ausente.
Camuflé en la viga maestra ETERNO, para que lo nuestro resista.
Y por último, encerré en la caja fuerte MIRADA, para que aunque nos prohíban todas las palabras, aún tengamos mucho que decirnos.

Miguel Ángel Pérez


El exilio de los poetas

Alén entro en el Templo con su túnica gris ajada y su pelo cano revuelto. Se apoyaba en un báculo que prestaba solidez a su paso. A primera vista pudiera parecer un mago, pero Alén pertenecía a una estirpe aún más denostada, pues ni siquiera eran temidos. Alén era Poeta.
Era un secreto a voces que se preparaba un auto de Fe contra ellos, así que el Consejo había decidido abandonar el Templo, llevando cada cual diez palabras, salvando así trescientas de la purga.
Alén se dirigió a la sala de la Palabra, encorvándose más a cada paso. Con los ojos húmedos fue tomando con delicadeza las que había escogido.
Eligió en primer lugar MELANCOLÍA, consciente de que ese sentimiento iba a embargarle el resto de su existencia.
A continuación TILILAR, pues siempre le había sonado a música, aunque pareciera rebuscada.
Guardó POETISA. Muchos la denostaban pero él creía que encerraba aún más fuerza que poeta, y si no la salvaba, nadie lo haría.
Acorde con su carácter taciturno y su afán de pasar desapercibido, recogió MURMULLO.
A continuación fue por PLUMA, por sus varias acepciones y evocaciones, llenas de posibilidades.
Pensando en la vida de retiro que llevaría y en su ya avanzada edad, escogió ALAMEDA; y para alegrar su soledad OROPÉNDULA.
Vino a su mente el recuerdo de una visita a la Laguna de los Múltiples Mundos que lo condujo a SUTIL e INGRÁVIDO.
Por último, para sorpresa de todos (Alén era conocido como gran amante de la musicalidad) , asió MUERTE, por la proximidad en su ciclo vital y como compromiso adquirido en la defensa de las palabras elegidas.
Al salir, parecía más erguido y con el paso más firme. Paradójicamente, parecía caminar sosteniendo un gran peso.

Miguel Ángel Pérez


Última carta a la familia

Querida Milagros:

Supongo que te extrañará recibir carta mía a estas alturas. Seguramente no esperarses recibirla, pero sé que la has abierto y estás leyendo. Te ruego que lo hagas hasta el final, es importante. Seré breve y pienso que merecerá la pena. No sé si me has extrañado durante este tiempo. Supongo que al principio sí; siempre tuvimos esa extraña dependencia, luego se habrá mitigado. ¿Cómo está Sergio? Debe ser ya enorme. ¿Le hablas de mí? No sé si prefiero que lo hagas o no. Lamento profundamente que esta carta esté llena de suposiciones, pero es inevitable con la distancia.
Te ofrecería disculpas por todo lo vivido, pero a estas alturas no le encuentro sentido. Aunque no lo creas, os he echado de menos. A ti y al crío, aunque apenas haya llegado a conocerlo.
Quizá ya me hubieras dado por muerto, pero conociéndote lo dudo. Por eso me he decidido a escribir esta misiva. Te podría contar mil cosas que posiblemente no quieras escuchar. Pero me veo obligado a ser breve y directo. Tú verás después cómo y si se lo cuentas al niño.

NO VOY A VOLVER A HACER DE NUESTRA VIDA UN INFIERNO. PARA CUANDO LEAS ESTO YA ESTARÉ MUERTO.

Esta vez me cogieron.

PD: Siempre os quise.

Miguel Ángel Pérez


Carta a mi admirada desconocida


Estimada Señora:

Disculpe mi descaro y el azoramiento que sin duda ha de provocarle recibir una carta en estas circunstancias. Crea que nada más lejos de mi intención que importunarla. Las circunstancias me obligan a obrar de este modo. Le habría enviado la carta a su domicilio, pero lo desconozco. Ignoro incluso su nombre. Pero sé que acude puntual a las doce al Café Setubal y por ende me pareció la manera más segura de hacerla llegar estas letras.
He tomado esta iniciativa pues usted y yo por una semana hemos cruzado miradas de complicidad creciente, lo que me inclina a pensar que muestra cierto interés por mi persona. Puedo asegurarle que por mi parte existe una gran atracción por la suya. No obstante, estas letras son para decirle que lo que pudiera surgir entre nosotros es imposible.
Crea si le digo que no me resulta nada fácil escribir esto y que lo último que se haya en mi ánimo es herirla o burlarme de usted. Posiblemente cara a cara no le dijera lo mismo, pero es lo mejor. Soy hombre pasional y enamoradizo, pero de carácter muy voluble.
He enviudado tres veces y las tres a voluntad. Debe pues alegrarse en vez de añorarme. La habría cortejado ayer mismo, tal era mi decisión. Mas la Guardia Civil llegó antes que usted y ya no debe temer por acabar como mi cuarta viuda. Mañana comparezco ante un pelotón de fusilamiento.

Su más ferviente admirador:

Ramiro Canales.

Miguel Ángel Pérez


Sentencia suspendida


Cuando a Arnaldo Satrústegui Carabias le preguntaron por su última voluntad pidió sin titubeos ser él mismo quien diese las órdenes. Le fue concedido y así se dispuso.
El día de autos, cinco soldados, tiradores selectos, se apostaron frente a Arnaldo, esperando órdenes.

- Pelotón, ¡carguen!
- Pelotón, ¡apunten!
- Pelotón, ¡descansen armas!
- Pelotón, ¡rompan filas!

Y en estas nos encontramos, esperando la ejecución de sentencia.

Miguel Ángel Pérez


Carta a una mujer

Cuando le tocó el turno a Suso Romero, el oficial Santos Garciátegui arrugó las cejas en un gesto de perplejidad. De todas las peticiones, esta era sin duda la más extraña, no por rara sino por su inverosímil empeño. La apuntó en su lista de últimos deseos, tomó el sobre sobado, convencido de que después de muerto al preso le daría igual si el papel había volado errante o había acabado en su bolsillo esperando la llegada del correo de la sierra.
Sin embargo al acabar la encomienda, la carta de Romero le escocía en las costuras como el vinagre que solían verterse en las heridas para secar la hemorragia y prevenir la infección. Sabía que no le quedaba mucho tiempo y, aun así, decidió que sería él mismo quien llevaría la misiva hasta Juchipila aun a riesgo de fracasar por el camino. Así dispuso su empresa en pocas horas, cargó lo necesario sobre el caballo y, en soledad, partió hacia su destino. La aldea distaba jornada y media del penal, azuzando el caballo con urgencia podría estar allí al amanecer. Lo demás lo inventaría al llegar, pues la carta no llevaba otra dirección que el nombre de aquel pueblo maldito y unas breves palabras para él incomprensibles: “A la mujer con olor a durazno”. La mirada de Romero y la delicadeza de su petición habían provocado en Raúl Santos la necesidad de emprender la aventura; el olor de esa mujer, la ilusión de conseguirlo.
En uno de los descansos Santos Garciátegui había abierto el sobre y leído la carta guiado más por la necesidad de encontrar algún dato que pudiera conducirlo rápida y certeramente, que por la curiosidad morbosa de la misiva. Las palabras se le deshicieron en la boca y fueron mezclándose con la sangre apestada de silencios hasta despertar en él el deseo de encontrar a esa mujer, confiando en que su olor fuera tan intenso como el condenado recordaba y lograra traspasar el umbral de alguna puerta atrayéndolo hasta ella.
El amanecer dio la señal de que estaba entrando en Juchipila al recortarse la silueta aguijoneada de la sierra en el horizonte. El corazón, como hacía tiempo no le había latido, produjo una emoción casi infantil al avistar el adobe de las casas dormidas en la pereza de las primeras horas del día. Ahora tendría que comenzar su búsqueda y finalizarla lo antes posible si quería satisfacer el deseo del preso Romero. La mañana se le fue entre pesquisas que a ratos se le presentaban absurdas, ridículas para un hombre de su rango y oficio; y sin comprender por qué esta vez los llamados de las entrañas vencían al raciocinio, continuó pertinaz su cometido hasta dar con la huella extraviada. Al mediodía por fin creyó estar en la puerta de la casa que buscaba tras seguir los pasos de una mujer con cuerpo de bronce cuyo paso iba soltando el rastro de frutas maduras. El dulzor de su presencia era tan intenso que no pudo resistir la atracción de sonámbulo en la panadería, el aroma amarillo de los duraznos en las esquinas desgastadas de las viviendas, y sin entender las leyes de los cuerpos errantes, se dejó arrastrar sin poder esquivar el destino. Apenas se vieron sus rostros Carmen entendió que aquel hombre no estaba allí para dejarla en paz, sino para sembrar su vientre de inquietud. Sin apenas intercambiar unas frases, el soldado tendió el sobre a la mujer. Carmen leyó con extrañeza las primeras palabras de la carta hasta perderse por completo en ella.
  
Moyahua, 23 de noviembre 1919

Deseada mujer.

Ignoro la fecha, la hora exacta de mi muerte, pero sé que voy a morir. Desde la inminencia de mi hora y el interrogante de la fecha, me dispongo a expresar mi último deseo antes de que un pelotón de hombres cansados de tanta sangre, de tanto asedio, disparen las últimas balas que apenas veré. El deseo de un condenado. Ese último deseo de un condenado a muerte sin derecho a la salvación. Mi último deseo: una carta de amor, el recuerdo de una sombra de carne y de un olor tatuado en mi memoria.
Extraño comienzo para una carta de un desconocido a una desconocida, de un hombre, pronto sin nombre, a una mujer con el suyo por descubrir. Extraño y violento comienzo de una carta en el que el escribiente anuncia su fin y solicita la imagen que el deseo despierta cada noche en esta cama estéril que sabe seguirá siéndolo. Extraño, pero cierto.
No conozco tu nombre, mujer, sí tu rostro. Deja que me aproxime a ti por tu olor. Por el recuerdo de una tarde soporífera de calor en que el tedio se veía irrumpido por la canalla devastadora de un solo hombre y sus secuaces, perros hambrientos de miserables migajas que su dueño iba despreciando en sus descarnados banquetes.
Llegué a Juchipila con los hombres de Villa; eran tiempos de sangre hirviente y libertades violentas. Las tropas revolucionarias acudieron al pedido del general por apremio de valor y lealtad con uno de sus primos- hermanos; el pueblo llevaba sufriendo la tiranía del cacique Gerinéldez demasiado tiempo y las mujeres acosadas a la hora de la siesta enfriaban su terror entre las sábanas blancas que tendían al sol a ver si con ellas secaban las afrentas en su sexo y su extirpe. Nunca empuñé un arma para matar a sangre fría y cuando lo tuve que hacer para defenderme de la violencia de los hombres sentí un espanto parecido al de los muertos antes de morir. Mi misión era otra menos violenta pero luego comprendí igualmente combativa: mis crónicas debían difundir el avance de la revolución sembrando de esperanza y respeto el territorio mexicano.
Estuve en Juchipila y solo la muerte podrá llevarse el olor de tu cuerpo tatuado en la piel, en el sexo y la memoria. Primero el dulzón de la sangre, más tarde el aroma salado que deja el éxtasis del amor. Sangre y sal; muerte y paraíso. Tu cuerpo capturado por los cerrojos de un deseo sucio y maloliente, tu cuerpo bajo el de un hombre hecho bestia. Luego el estrépito de la pólvora en mis manos y en mis oídos, el horror en tu rostro y el fardo de carne muerta sobre ti liberándote del espanto de tantas tardes. Fue la única vez que no sentí miedo del disparo ni insignificante la dirección del tiro.
De Juchipila guardo dos tardes con sus noches y amaneceres, dos cuerpos desnudos entrelazados en enredos imposibles, empapados de sustancias apetecibles, y las sábanas soleadas de blancura con la fruta prendida en el hilado, el durazno en tu sexo abierto y en la boca el mordisco almibarado. Toda tú hecha mujer, toda tú fruta sin prohibiciones, los dos fibras del mismo árbol.
Te deseé y te probé. Te pruebo y mastico aire vací;, deseo las formas de tu género, las hondonadas de tu cuerpo que recorro con el pensamiento mientras mis huellas inventan tus huellas, mi nariz busca tu rastro en el recodo de la memoria.
Cada noche, cada erial de este camastro sabe de tu aroma escondido en la dureza del lecho; cada hora nocturna marca las horas con tu cuerpo que es el reguero de un durazno caído en el patio que conversa con mi sombra, porque apenas si soy una sombra que trata de fundirse en la proyección azucarada de la tuya.
Cuerpo de adobe madurado al sol de una tierra dura, cuerpo amarillo tostado de sol y primaveras, senos de canto y licor agridulce, caderas crispadas como cordilleras erguidas al sol de media tarde…boca, axilas tiernas, colinas desterradas, sexo florecido…
Podría seguir narrando los cantares de tu cuerpo, perfilando en un mapa blanco el secreto de tu silueta, esa que se quedó en mi mano para luego dibujarla tantas horas, esa que recorro cada noche antes del insomnio.
Podría seguir y apenas si tengo tiempo, ese que tanto sobra entre estas paredes marcadas de fechas y nombres. Seguir …seguir tu rastro, aspirar tu rostro, descubrir las semillas del fruto que te esconde.
Si pudiera tener un último deseo, te pediría a ti, no tu cuerpo, a ti. Vendrías con el aroma montuno de la sierra salvaje, con la agitación de las hojas de la toronja y la acidez de su zumo desarmado entre tus dedos. Solo tú, hembra y mujer de una tarde; con el sol del poniente en el torso y el hundimiento de sus rayos en los senos; con los muslos ambiciosos de deseo, adelantados a la intimidad de la penumbra…Tú, mujer…de la que no sé ni su nombre solo su aroma, de la que no conozco sino su huella, la que presiento a mis espaldas cabalgando satisfecha.
Tú y tu presencia ante mí, tu silueta derramada entre perfumes ya sabidos, jugos aromáticos penetrando mis sentidos despiertos ante la muerte.

Tú, mujer. Entera tú. Completa.
Deseada mujer, he soñado tu perfume; deja que lo palpe.

Suso Romero, condenado sin remedio.



Ya no pudo despegarse del papel pues sus palabras fueron imprimiéndose en el almíbar de su piel hasta adquirir el sabor de la fruta en las tardes de verano.
Empaquetó un par de vestidos y mantillas, depositó unos duraznos en la alforja y partió con el hombre de Villa hacia el penal. Aún no sabía con exactitud qué debía hacer o decir, pero estaba decidida a complacer a aquel hombre que cubrió su cuerpo con la ferocidad de un animal en celo y la suavidad del agua transparente dos tardes blancas y arrulladoras entre muchas de dolor en su sexo.
Carmen Majana y Santos Garciátegui llegaron al atardecer tres días después, con el caballo asfixiado de espumarajos, el sudor acartonado en las ropas y el aliento retenido en los pulmones.
La mujer tras depositar sus enseres personales, traspasar el control de seguridad, recibir las advertencias de su inútil presencia, penetró en la galería y acompañada por las miradas codiciosas, incrédulas unas, socarronas otras, ordenó a todo su cuerpo la disposición a la entereza, guardó el equilibrio de sus curvas y se dejó conducir ante los cuerpos yertos en el patio con un rictus de espanto entre los huesos. Uno de los hombres de Villa que había participado en el pelotón le indicó el cuerpo de Suso Romero que yacía sin venda en los ojos, con un disparo en el cuello que no logró destruir la belleza grave de su rostro. Carmen Majana adelantó su cuerpo tostado hacia el cadáver, lo miró con delicadeza y se aseguró de que sus ojos estuvieran bien abiertos y con la sabiduría de unas manos seguras fue despojándose de sus vestidos hasta dejar la piel desnuda de todo arropo innecesario. Con lentitud se llevó las manos a los senos maduros aún tersos, depositó dos duraznos en los bolsillos sin vida del cronista Romero, compuso con ternura su desnudo perfumado de sudor y ante su mirada recorrió uno a uno los cadáveres tiesos sin importarle la ausencia de deseo en ellos.

Pilar Luengo


Sin palabras

Aquella tarde cuando llegué a casa, tenía una nota en el buzón: “A LAS OCHO EN LAS RUINAS DE LA BIBLIOTECA DE LAS CONCHAS, NO FALTES, MUY IMPORTANTE. Venttini”. ¿Qué querrá Venttini? Tenía el tiempo justo para cambiarme y comer algo…
-Ven por aquí, deprisa, que no nos vean.
-¿Qué ocurre, Venttini? ¡Vaya misterio!
-Cállate…  ahora hablamos, tú sígueme…
Las ruinas de lo que fue la famosa Biblioteca de las Conchas estaba llena de vericuetos y sitios inaccesibles. Había caído la tarde y apenas se veía.
-Vamos... ¿Pero no eres senderista?
-Esto está lleno de barro y piedras enormes.
-Date prisa que no nos puede ver nadie.
Por fin, después de subir y bajar por incontables piedras, Venttini se paró. Sacó su infra_móvil del bolsillo, marcó 4 dígitos. Al momento una enorme piedra delante de nuestros pies empezó a moverse, apareció un hueco por el que cabía una persona cómodamente.
-Tenemos que bajar por aquí, agárrate bien, que hay 20 metros de profundidad.
A pesar del frío, estaba sudando y me empezaba a mosquear… pero bueno, le hice caso.
-¿Se puede saber dónde vamos?
-Tranquilo, ahora te explico todo.
Descendimos por una escala a oscuras. Al llegar volvió a encender su infra_móvil  y digitó seis números. En frente  una piedra de unos 2 metros por uno se abrió. Dos hombres con rifles de cañones recortados irrumpieron.
-¡Ah! Eres tú, Venttini… ¿y éste?
-Es un nuevo poeta viene a trabajar con nosotros… pásale el detector, ya verás.
-Vale… vale.
Era una sala cuadrada con puerta a cada lado. Nos adentramos en la de la izquierda. Otra sala cuadrada. Había una mesa y cuatro sillas y también a cada lado tenía una puerta.
-Siéntate que te explique… Ya sabes que EPIDEMIA ha destruido todas las bibliotecas, ahora pretende acabar con todas las palabras para dejar muda a la humanidad, pero no contaba con los poetas…  en Las Conchas había un sótano donde se iban acumulando todos los libros que la gente no querían y se desprendían de ellos; cuatro poetas visionarios se encargaban de recogerlos y guardarlos, parece que sospechaban lo que podría pasar. Han ido organizando y captando a todos los poetas del mundo… Necesitamos la ayuda de todos, la guarda y recuperación de las palabras es una labor ardua y trabajosa… ¿Estás dispuesto a unirte a la organización y trabajar con nosotros?
-Por supuesto, acaso lo dudas, amigo Venttini.
-No lo dudo, sabía que aceptarías, por eso te he traído hasta aquí… voy a enseñarte las salas donde se guardan las palabras. Esto era un sótano húmedo, ahora está todo acondicionado. Vamos, verás…
-Me estás dejando “alucinao”.
-Pues no has visto nada. Antes te presentaré al jefe de equipos. Es uno de los cuatro poetas iniciadores, su nombre es Rubén. Muy inteligente, solo con mirarte adivina  las intenciones, no se le puede mentir, es como si te leyera los pensamientos.
Pasamos a un largo corredor lleno de puertas a los dos lados, se parecía al pasillo de un hotel, la luz era muy tenue y azulada como si el techo la reflejara. En la tercera puerta, la que presentaba un signo de admiración nos paramos, antes de llamar oímos una voz:
-Pasa Venttini que estoy esperándote…
-Hola Rubén, este es mi amigo del que te hablé.
-Lo sé. Ya te ha contado Venttini ¿verdad?
-Sí, sí…
-Pues nada, no hay tiempo que perder… Venttini, que trabaje con tu equipo en la 184.
-De acuerdo Rubén.
-Antes, muéstrale las instalaciones de las palabras.
-Sí, eso voy a hacer.
Salimos del salón de Rubén y nos dirigimos a una de las puertas del fondo. Al abrir la puerta apareció un impresionante corredor amplio lleno de puertas a cada lado en las que figuraba un número y una palabra.
-Esta es la sala 1, las primeras 100 palabras.

1
abajo,
26
amigo,
51
blanco,
76
buscar,
2
abandono,
27
amor,
52
bledo,
77
cabal,
3
abedul,
28
andar,
53
bobo,
78
cábala,
4
abeja,
29
angustia,
54
bondad,
79
caballero,
5
abril,
30
ánimo,
55
borbotón,
80
caballo,
6
abuelo,
31
añicos,
56
borrego,
81
cabaña,
7
acacia,
32
añil,
57
bosque,
82
cabello,
8
acerbo,
33
árbol,
58
bote,
83
cabeza,
9
ácido,
34
arte,
59
botella,
84
cabizbajo,
10
actividad,
35
baile,
60
bravucón,
85
cabra,
11
adiós,
36
bajo,
61
brebaje,
86
cabrón,
12
adorable,
37
baldosa,
62
brezo,
87
cadencia,
13
afecto,
38
baluarte,
63
brillo,
88
café,
14
afición,
39
banasta,
64
brisa,
89
caja,
15
agnosia,
40
bandido,
65
broche,
90
calidoscopio,
16
agua,
41
baño,
66
broma,
91
calma,
17
aguardiente,
42
bar,
67
bruja,
92
calor,
18
ahogado,
43
barco,
68
brújula,
93
cama,
19
ahora,
44
barrer,
69
brújula,
94
camino,
20
aire,
45
barrio,
70
brusco,
95
campana,
21
aislado,
46
becerro,
71
bucle,
96
campo,
22
ajedrez,
47
bellota,
72
bufón,
97
cantar,
23
álamo,
48
beneficio,
73
buitre,
98
cañaveral,
24
alegría,
49
beso,
74
bullir,
99
capilla,
25
alfombra,
50
bien,
75
burro,
100
capítulo,
-Vamos a la sala 2, allí es donde vamos a trabajar en la 184 JORNADA.

101
charro,
126
diccionario
151
furioso,
176
intransigente,
102
chocolate,
127
diente,
152
fusión,
177
irregular,
103
cicatriz,
128
drástico,
153
garganta,
178
irrelevante,
104
cínico,
129
dromedario,
154
gigante,
179
jamelgo,
105
cocina,
130
enciclopedia,
155
glorioso,
180
jarrón,
106
colaborar,
131
entender,
156
habitación
181
jeringa,
107
colega,
132
erudito,
157
hábito,
182
jinete,
108
colegio,
133
espejo,
158
hacer,
183
jolgorio,
109
colesterol,
134
esperanza,
159
hacha,
184
jornada,
110
columna,
135
espíritu,
160
halagar,
185
jota,
111
comportamiento,
136
estridente,
161
hallazgo,
186
juez,
112
compostura,
137
estropear,
162
hamaca,
187
juguete,
113
compromiso,
138
fabuloso,
163
harto,
188
juicio,
114
comunicación,
139
facilidad,
164
historia,
189
justicia,
115
concepto,
140
fe,
165
hito,
190
labor,
116
conjetura,
141
felicidad,
166
hortaliza,
191
lance,
117
conocer,
142
final,
167
huerta,
192
lavar,
118
consejo,
143
fondo,
168
hueso,
193
lección,
119
contrapunto,
144
fracaso,
169
idiosincrasia,
194
leche,
120
control,
145
frágil,
170
idiota,
195
lejos,
121
danza,
146
fragmentar,
171
ilógica,
196
levantar,
122
decir,
147
fresa,
172
iluminar,
197
libertad,
123
deducir,
148
fuego,
173
ilusión
198
librar,
124
denegar,
149
fugaz,
174
inercia,
199
libro,
125
derecho,
150
fundamento,
175
inflamación,
200
liebre,

-¿Qué te parece?
-Impresionante Venttini, aunque parezca un chiste, me he quedado sin palabras.
-Vamos a la sala 3.

201
lista,
226
negocio,
251
puerco,
276
sencillo,
202
lobo,
227
niebla,
252
puerta,
277
sentido,
203
luna,
228
nieve,
253
puñal,
278
sentimiento,
204
madre,
229
número,
254
puta,
279
ser,
205
mantel,
230
objeto,
255
querer,
280
sonreír,
206
mañana,
231
obra,
256
quesería,
281
subir,
207
mar,
232
odio,
257
quietud,
282
sudor,
208
maravilloso
233
olfato,
258
quinto,
283
sueño,
209
marcar,
234
operación,
259
quizás,
284
supuesto,
210
marido,
235
pabellón,
260
rabia,
285
tabaco,
211
martes,
236
palabra,
261
radio,
286
tener,
212
matemáticas,
237
palacio,
262
ramaje,
287
titubear,
213
material,
238
parada,
263
rayo,
288
traje,
214
mear,
239
paraíso,
264
razón,
289
trampa,
215
mentira,
240
pared,
265
reflejo,
290
tranquilo,
216
mermelada,
241
payaso,
266
rencilla,
291
último,
217
mierda,
242
pensión,
267
retina,
292
ultraje,
218
mirada,
243
perfecto,
268
retirar,
293
umbral,
219
misterio,
244
permiso,
269
retorno,
294
valiente,
220
mover,
245
perpetrar,
270
reunión,
295
variación,
221
muestra
246
perplejo,
271
revolver,
296
visión,
222
mujer,
247
perspicaz,
272
rodar,
297
votación,
223
murciélago
248
poesía,
273
rojo,
298
zascandil,
224
nada,
249
premio,
274
rugido,
299
zozobra,
225
naturaleza,
250
prisión,
275
sabio,
300
zumo,

-El número es uno de los secretos de que estas palabras sean inmortales… pero vamos a nuestro equipo allí te cuento todo con calma.  

Vicente M. Martín 


El poder de las palabras

No creo que desaparezcan las palabras. Lo que pasa es que no suenan igual, no tienen el mismo peso según las personas, los tiempos, las épocas, los lugares. Las palabras no tienen el mismo significado, la misma resonancia ni la misma importancia según quien las emplea.

Sin embargo, a mi parecer, si tuviéramos que cuidar de unas cuantas susurraría unas y gritaría otras, porque a unas hay que tratarlas como rosas recién florecidas y otras hay que cantarlas a todo pulmón para que se queden clavadas en la memoria de todos.

AUDACIA, el pequeño elemento que nos falta a veces para franquear los límites, que otros, con razón pero muchas veces sin razón, señalaron por nosotros. Quizás detrás de esas balizas se encuentren todas las verdades y merezca la pena trastornar nuestras certidumbres.

RESISTENCIA, porque si dejamos nuestro destino en manos de los cobardes y poderosos de toda especie, en el gran fresco que vamos pintando a lo largo de los tiempos, dominarán los tonos oscuros hasta que desaparezca la mínima pizca de color.

COMPROMISO, los hombres se realizan a través de sus acciones, y es obrando, en dirección de unos ideales comunes que se puede alcanzar la paz y la igualdad entre los hombres.

OJOS. Nos vendría bien a todos recordar que tenemos ojos para VER y para MIRAR. Dejémosnos, de vez en cuando, de móviles, whatsApp y otras conversaciones virtuales. Abramos los ojos para ver a los que nos rodean. Y no nos olvidemos de mirar, a los ojos, al que tenemos enfrente, es la única manera de llegar a los secretos de su alma.

VIAJE. Desde que el hombre es hombre ha emprendido viajes en un afán de descubrimientos y conocimiento de lo desconocido. El viaje es imprescendible a nuestra sabiduría. El viaje en nuestro interior, igualmente, nos debe de llevar a recorrer terrenos inexplorados e insospechados. En nuestro interior se encuentra el camino.

HUMANISMO. Esta palabra que en sí debería contener el ideal de cada uno de los hombres no encuentra casi eco en nuestras sociedades. Es una de las que tendríamos que gritar en lo alto de los montes para que nos quede grabado lo que somos, de dónde venimos y en que dirección tenemos que seguir.

MESTIZAJE : la verdad, la belleza, el saber procede de la mezcla. La mezcla de los pueblos, de las razas, de los colores, de las ideas, de las culturas. La solución está en la mezcla.
Acabaré susurrando una última palabra…a ver si la saben escuchar unos cuantos y nos olvidamos, un poco, aunque solo sea un ratito, de violencias y brutalidades.
Es la palabra DULZURA.
Que suena suave, suave, suave, como un beso en el cuello. 

Sara Pérez


Carta a mis hijos

Hijos míos,

No tengáis miedo. Yo miraré fijamente a los ojos al verdugo que apriete el gatillo, sin oscilar. En esta noche fría en la que no me pararé a temblar quiero que las estrellas sean testigos de nuestro valor y que vayan propagando la voz de que el crimen de unos hace más vivas las ideas de otros. No soy una, somos muchos. Tengo la certeza de que nuestro labor y nuestro sacrificio no es en vano y de que un día, hijos míos, disfrutaréis de los frutos de nuestra lucha. No os apiadéis de mí, no os detengáis en mi muerte. Seguid adelante, de todas vuestras fuerzas.
No podemos permitir que triunfen el miedo y la cobardía.
Mueren los hombres, no las ideas.
Yo moriré en un solo grito : ¡LIBERTAD!    

Sara Pérez



Me faltan palabras 

Juan aquella semana no disponía de Locura, Querer, Brillo, ni Apetito, tampoco tenía , ni Caminar, ni Llovizna y se le habían terminado Lagartija, Estocolmo, Paseo  y Nocturnidad,  entre otras muchas palabras que había ido consumiendo.
Por eso,  cuando la vio por la calle del Medio aquella tarde,  solo pudo preguntarle: “Bailamos”? …y ella, que había derrochado todas las respuestas posibles a una petición de Baile, tuvo que responder: “A Toda Vela”.

Paz Mateos