Impares. Fila 13. Cine y literatura

La sesión del martes pasado la dedicamos al cine. Tomamos el título "Impares. Fila 13" del poema "Palacio del cinematógrafo" de Pablo García Baena: Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero
como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero
Hablamos de los toma vistas y del cine Súper 8, de las primeras películas que vimos en casa y en el cine, de la fascinación que sienten los niños por el cine. Algunos incluso tuvieron la suerte de contar con un Cinexín entre sus juguetes.
Recordamos como en la generación del 27, y posteriormente con los novísimos, hubo un interés por el cine en la poesía. Rafael Alberti, por ejemplo, dedicó su libro "Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos" al cine mudo y sus protagonistas.




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Mencionamos dos libros vinculados al cine. Uno por el uso del lenguaje cinematográfico en el westerm titulado "Duelo al sol" de Manuel Marsol y otro por el uso de una técnica de anmación denominada "Ombro cinéma" titulado "Nueva York en Pijamanarma"

Introdujimos el repertorio de poemas de la mano de Pedro Salinas con su texto "Cinematógrafo"

1. La luz
Al principio nada fue.
Ni el agua para en ella el pez.
Ni la rama del árbol para la fatigada
ala del pájaro.
Ni la fórmula impresa para casos de duelo.
Ni la sonrisa en la faz de la niña.
Al principio nada fue.
Solo la tela blanca, nada...
Por todo el aire clamaba,
muda, enorme,
la ansiedad de la mirada.
La diestra de Dios se movió
y puso en marcha la palanca...
Saltó el mundo todo entero
con su brinco primaveral.
La tela rectangular
le oprimió en normas severas,
le organizó bruscamente
con dos líneas verticales,
con dos líneas horizontales.
Y el caos tomó ante los ojos
todas las formas familiares:
la dulzura de la colina,
la cinta de los bulevares,
la mirada llena de inquina
del buen traidor del melodrama,
y la ondulación de la cola
del perro fiel a su amo.
El hombre tuerto sintió
que va a quebrársele el ojo
de cristal, a la embestida
de tantas y tantas visiones.
En el fondo gritó un erudito:
“¿Y la palabra, y la palabra?”
Y todos los esfuerzos del mundo,
la fuerza lograda y gastada,
las máquinas maravillosas para correr, para volar,
para amar, para aborrecer
se echaron a funcionar.
El primer día de la creación
humillado, pobre, vencido,
se marchó a llorar a un rincón.
Pero ya el instinto acechaba
en los ojos de la mujer
-la cabellera suelta al viento-
y en el tejer y destejer
de la tela del sentimiento.
Y el primer día de la creación
se levantó de su rincón
y vino a asomarse a la tela:
en la mano diestra llevaba
el primer corazón del hombre,
que era el último corazón.



Ángel Petisme incluye en su libro El desierto avanza el poema "Aragoneses 2" en el que trata con humor el papel de la crítica:

Cuentan que Buñuel en el 61,
cuando le dieron la Palma de Oro en Cannes
por Viridiana
volvió a Zaragoza y a Calanda unos días.

En el Paseo Independencia
un señor, al que Buñuel parecía conocer,
se paró a saludar diciéndole:
Don Luis, la última película suya,
flojica, eh, flojica...

En la ficha de trabajo incluimos también un texto de Luis García Montero en homenaje al cine "Miércoles, día del espectador" publicado en su libro Completamente viernes:

No se descarta que al salir del cine
una pareja cuente con nuevos enemigos.
La película es mala,
las sombras buscan cuerpos 
[para encontrar deseos,
se oyen voces de actores,
imágenes dudosas,
pero los labios son materia viva
en las butacas observadas
y los botones pierden su vergüenza.
Suena un disparo inútil,
la camisa deshecha,
la mano que naufraga entre los muslos.
se persiguen dos coches por tus hombros
y estalla un edificio,
una lengua de fuego en la ventana,
llamas que desesperan vientre abajo,
el pelo negro por la mano abierta,
negro como la vida en la pantalla,
como el silencio del actor que mira,
del acomodador,
del público encendido.
Ya no tienen edad para estas cosas,
comenta el matrimonio de la última fila.
Y pienso que es verdad. No se descarta,
no se descarta que al salir del cine
una pareja cuente con nuevos enemigos.

Pero también tuvo su protagonismo el microrrelato. En este caso de la mano de Manu Espada:

Atrapado
Damián quedó atrapado en una cinta de súper ocho el día de su primera comunión. Su padre le grababa mientras cortaba la tarta, y ahí permaneció para siempre, con ese gesto bobalicón de por vida, encerrado en una película a perpetuidad. Cuando lo echaban de menos, ponían el proyector y veían su imagen en el gotelé de la pared con esa mueca infinita de satisfacción cortando el pastel en porciones y repartiéndolo entre sus primos. Al cabo de varios años se impuso el VHS y la película quedó olvidada en un desván, junto al proyector. Damián se aburría en los fotogramas de la cinta. Era la única persona real en la película. El resto tan sólo eran imágenes de sí mismos. Al cabo de varios años, en un ataque de nostalgia, sus padres subieron al desván, cogieron la película y la proyectaron de nuevo. El niño volvió a repetir el eterno gesto de cortar la tarta varias veces. Le costaba moverse. Estaba entumecido. Tantos años inmóvil. Se miró las manos. Arrugadas. Viejas. Se había convertido en un anciano. Frente a él, tras el proyector, dos niños de ocho años lo miraban con ternura.

Snuff movie
Dicen que cuando vas a morir ves tu vida pasar ante tus ojos. Ahí puedes verte cuando eras bebé. ¡Qué mono! El ojito derecho de mamá y papá. Observa cómo te miran. Ahora en la guardería, con aquella profesora que tanto te quería. Y no hablemos de tu adolescencia. Aquí estás con Marta, la buenorra de la clase. Te la llevaste tú. Como siempre. Y mira esto, con vuestros hijos, la parejita de niños perfectos. Y ahora que ya has visto un resumen de tu exitosa vida, verás una luz blanca. Aún no has muerto, don perfecto, es el foco de la cámara. Sonríe, hermanito.

Nos gustaron especialmente los textos "Blanco y negro" de Ernesto Ortega y "Rewind" de Susana Barragués. En el primero la ficcion se asocia con el cine en blanco y negro y la realidad con el color y en el segundo la historia se presenta como si hubiésemos pulsado la tecla de rebobinado "REW";

Blanco y negro
El día que repusieron “Casablanca” en el cine de verano hacía tanto viento que a Humphrey Bogart se le voló el sombrero y fue a parar a la fila siete, justo en mis rodillas. No pude evitar ponérmelo. Cuando terminó la película el cielo se había vuelto gris. Un hombre que se ocultaba entre las sombras me sonrió. Llovía y por alguna ventana se escapaban las notas de un piano. Una chica me pidió fuego. Yo no fumaba, pero me entraron unas ganas irresistibles de encenderme un pitillo y llamarla muñeca. Desapareció en un Austin blanco. Paré un taxi y dije: “Rápido. ¡Siga a ese coche!”, pero la perdí. Al llegar a casa una mujer me esperaba sentada en el sofá con un vestido negro. Me quité el sombrero y lo dejé sobre la mesa. Cuando iba a besarla, me dijo: “Venga, cámbiate, que llegamos tarde a la cena”, y todo recuperó su aburrido color original.

Rewind,
Se besaron desnudos, tímidamente, contra el refrigerador. Él se lanzó a introducir, con torpeza, sus senos en el sujetador. Ella le respondió subiéndole los calcetines hasta la rodilla y abrochando el botón de sus pantalones con nerviosismo, mientras que ataba, uno por uno, todos los botones de su blusa. Después, de un tirón, subió la cremallera de su falda. Totalmente entregada al delirio, le incrustó, salvajemente, el jersey, el abrigo y una bufanda de cachemira. Él la asió por las nalgas y a mordiscos, le introdujo las botas. Al abrir el paraguas, ella alcanzó el éxtasis. Él se desplomó al meter, dedo a dedo, las manos en los guantes.

 
Propusimos como tarea escribir un texto sobre el cine. Puedes tomar partido con un papel relevante en alguna película clásica, o puedes dedicar un texto a un actor o una actriz que te guste o quizá puedes hablar del cine desde tu mirada de niño.

Estos son las tareas realizadas por algunos participantes en el taller:


Plano contraplano

La tierra es dura y negra. La tierra es para dos brazos y una azada, para el espinazo que se doblega y humilla, para los hijos que piden pan y, antes de vivir, ya se les impone una condena. La tierra, la huerta. En el valle, el de las huertas, los paisanos sudan su última patata, su última berza. Quizás sean dos, una para la venta. Hoy padre e hijo aran y surcan el suelo helado y basto. Sí hay salud, suerte y así el Señor lo quiere, la cosecha será mayor tras cien días de cuidados, de nutrientes, de borra de oveja, de arrancar la verdolaga y las malas hierbas. Agua nunca faltó en esta vega. Padre e hijo callan y piensan. Hoy, más que nunca, callan y piensan. Padre se limpia el sudor, limpieza de moquero raído, rancio, como sus pensamientos. Resopla.

De repente, alza su cara del surco, dos ojos sin brillo, que han visto varias guerras, estaciones de sangre, ahora, una mirada de intriga y curiosidad, aunque ya poco espera: "Poco hablas, hijo. A tu edad, yo ya bebía vino y no paraba de hablar en las tabernas. Necesitas otra guerra, que te curta esa piel tan fina".

El hijo también alza la vista. Sus ojos brillan y tiemblan. Esos ojos del color de un día nublado, pero limpios y transparentes. Sus labios, si los observas de cerca, se mueven, dicen algo, pero su voz flojea: "Padre..."

"¿Qué dices, hijo? Habla más alto, que no te oigo"

El hijo, de nuevo, con mucho miedo, la tez pálida, lo intenta: "Padre, que quiero ser maestro" Quiero ser maestro, padre".

El padre, sin contestar, vuelve a la tierra.

Y el hijo así se queda. Con la boca abierta, piensa: "¿Qué le espera en este mundo de ignorancia y de miseria?"

El padre responderá. Tras unos minutos de silencio, le lanzará al hijo la azada con fuerza, que volará muy cerca de su cabeza: "Tú maestro, maestro de atar escobas. Venga. Coge la azada y respóndeme como un hombre, que eres como tu madre un loco y un mierda. Maestro, dice ..."

Por la tarde, el hijo se aseará como pueda. Con ilusión, se irá al cine con su novia. En el cine Castilla echan Al este del Edén. Le gusta ir al cine Castilla con su novia. Comentarán la otra escena de otro padre y otro hijo, de sus iras y rencores. De la otra escena no hablarán. Su madre la espera a la salida del cine para recogerla.

Marisa Sánchez
Grupo C


Sinopsis de “Mis veintiuna películas favoritas”

John Connor, de profesión aparejador, trabaja afanosamente para sostener a sus quince hijos. Ahogado por su situación económica, decide dejarlos al cuidado de la famosa institutriz froilan María y aceptar un trabajo consistente en encontrar la tumba de Arch Stanton, para lo cual ha de viajar a través del tiempo, en el DeLorean de la empresa que lo contrata, hasta el lejano Oeste. Allí conocerá por azar al matrimonio de granjeros formado por Cira y Aurelio, que le proporcionarán caballo y equipaje a cambio de eliminar al pistolero contratado por Rufus Ryker, ganadero que pretende apoderarse de sus tierras. Sin embargo, Connor se encuentra con que no es uno sino cuatro los pistoleros a los que tiene que abatir, entre ellos el famoso Frank Miller, por lo que se apresta a huir en su máquina del tiempo. Pero en el momento de despegar choca fortuitamente con la nave Nostromo, lo que deja el aparato a la deriva hasta que es alcanzado en la estratosfera por un rayo lanzado desde el Halcón Milenario, no quedándole otro remedio que hacer un aterrizaje de emergencia en el Puerto de La Rochela, en octubre de mil novecientos cuarenta y uno. Disfrazado de mecánico para salir del paso, se ve obligado sin pretenderlo a embarcarse en un submarino U-96, con el que presenciará, impotente, el hundimiento de la joya de la White Star Line. Descubierto su disfraz, es enviado a tierra y recluido en un campo de concentración, de donde se evade el veinticuatro de marzo de mil novecientos cuarenta y cuatro, viéndose inopinadamente en Inglaterra, convertido en teniente y empujado por la inercia de sus rocambolescas circunstancias a saltar en paracaídas en la madrugada del seis de junio de ese mismo año sobre la Bretaña francesa. La fatalidad le deparará pasar toda la noche colgado de la torre de una iglesia, aunque una vez rescatado de allí, vuela la fortaleza donde se esconde el alto mando alemán, al ir a atarse el cordón de la bota apoyándola sobre un detonador. Por tal hecho es condecorado y convertido en Sheriff de Shinbone, pequeño pueblo del Oeste, lo que le permite volver a su objetivo inicial: encontrar la tumba de Arch Stanton. Pero al verse falto de dinero para continuar la empresa, finge enamorarse de una viuda millonaria, a la que no duda en matar en cuanto se entera de que le ha dejado toda su herencia. Por tal hecho es llevado a juicio y encarcelado en una prisión federal, donde es capaz de comerse cincuenta huevos a cambio de entrar a formar parte de la banda de Cody Jarrett, con la esperanza de cumplir uno de los sueños de su infancia: sentirse “en la cima del mundo”. Una vez fuera, y por orden del propio Jarrett, acude a los Cayos de La Florida para cerrar un trato con el capo Rocco, y es en tal lugar donde conoce a Nora Temple, belleza felina insuperable y arqueóloga de profesión, de quien se enamora perdidamente y con quien se anima a buscar el Arca de la Alianza. Después de mil aventuras y ningún éxito por los Santos Lugares, acaban por instalarse en Jerusalén, donde Connor, como consecuencia de un desgraciado accidente, es acusado de atentar contra la vida del nuevo gobernador romano y condenado a galeras. Pero ya todo le da igual, porque una vez que has estado con Lauren Bacall ya todo te tiene que dar igual.

Óscar Martín
Grupo A


Domingo de cine

Mi pueblo siempre ha sido un pueblo lleno de vida.
Siendo yo pequeña, tenía varios bares, discoteca, salón de baile y hasta dos cines. El de Mundo y el de Simón.
Separados por muy pocos metros, entre los dos se repartían el ocio de nuestro pueblo y el de alrededores. Recuerdo ambas calles llenas.
Fueron sábados y domingos de gloria. Donde nosotras tirábamos de ingenio, para por lo menos, podernos asomar e impregnarnos del ambiente. Ya que la edad era corta.
Dentro se daba el pase de la película y fuera nosotras, hacíamos la representación. Soñar con los ojos abiertos, con la cartelera como testigo.
La primera vez que atravesé las gruesas cortinas como espectadora y no como una fugaz mirona, fue para ver Cantinflas, una de las tantas que tenía. Curiosamente no recuerdo mucho más de la película, pero si la emoción. La grandeza de las imágenes y el sonido, tan alto que lo escuchaba directamente en el pecho. Hubiese podido prescindir de orejas y oídos.
Fui gracias a mi abuela. Mi madre puso en sus manos esa gran decisión.
Me acompañaron mis amigas, para convencerla. Yo, era ya, de las pocas que aún no había ido a tan magnifico evento.
A mamá no se le ocurrió otra cosa que decir “lo que diga tu abuela”. Me eché las manos a la cabeza, estaba perdida. Ella tan poco amiga de modernidades.
Pero dijo que “SI” y para mi sorpresa, incluso me pago la entrada. Mi abuelo era siempre el que nos sacaba cosas de las orejas: cacahuetes, alguna moneda… pero esa tarde la magia la hizo mi abuela Fidela.
Después de esa tarde vinieron muchas más.
Tres domingos de paga, daban para un cuarto ante la gran pantalla. Pero eso sí, nunca olvidaré aquel domingo de cine en el que mi abuela fue mi mecenas.

Eva Hernández
Grupo A


“Los fantasmas de Goya”

Parte de la película fue rodada en Salamanca, en distintos lugares del centro histórico.

Ambientada en los últimos años de la Inquisición, la derrota de los franceses y la restauración de la monarquía en España, los principales papeles fueron asignados a: el hermano Lorenzo, monje inquisidor, interpretado magistralmente con la dureza que le caracteriza en el rostro por Javier Bardem; a la actriz Natalie Portman, como musa de Goya, muy guapa y elegantemente vestida; el actor Stellan Skarsgard, quien interpretaba Goya, muy serio en su papel. Y, como director, Milos Forman.
Pero esta pequeña sinopsis no refleja la cantidad de actores secundarios que participamos en la película después de pasar un casting durísimo, ni el frío que nos chupamos en el mes de octubre, con la repetición de las escenas por la zona de la catedral y en la puerta de los Dominicos. Yo iba caracterizado de rico venido a menos y mi mujer de cortesana.
Como experiencia, he de decir que fue muy buena -nunca antes había actuado, ni siquiera en algún corto-, hasta el punto que me presenté al poco tiempo al casting de “Celda 211” que se rodaba en la cárcel de Zamora y cuyo actor principal era Luis Tosar. Me volvieron a llamar para que fuera a Zamora, pero me encontraba en esas fechas en París y ahí se cortó mi racha.
Yo creo, sinceramente, que si me hubieran dado un papel principal en la película hubiera tenido mucho más éxito .

Luis Iglesias
Grupo B


El cine y la literatura

Aquí estoy; “sudando tinta china “, tratando de dar cumplimiento al encargo recibido; un guion de cine actualizado sobre Don Quijote de la Mancha.
Heme aquí, con el permiso de Cervantes, ideando los personajes con los que hoy, aquí y ahora se encontrarían los protagonistas absolutos de la obra; el hidalgo Alonso Quijano y su fiel escudero Sancho.
Me pregunto, una y otra vez, como configurar ahora a un caballero del año 1605, quien, como y donde buscar hoy un ideal de lo real, de la libertad y la honestidad….
Quien puede encarnar, y como representar hoy a Dulcinea, el ideal del amor y la virtud …Y a Sancho, quien se dejaría hoy seducir por la utópica “ínsula de Barataria “(este pensaba yo, puede que sea más fácil, sería un personaje colectivo; los ciudadanos seducidos por las promesas de los políticos, promesas enmarañadas y tejidas con los hilos de los intereses y egoísmos de unos pocos).
En estas estaba, hecho un lio…, cuando el vuelo de una mosca me ha despertado, que alivio ¡el encargo era solo un sueño!

M.ª Victoria GL
Grupo B


Cine de película

Debo confesar que me gusta el cine. Y eso que no soy nada peliculera, como mi amiga Nieves que hace de todo un peliculón. A mí me gusta quedar con alguien para ir al cine, elegir el film que más me atraiga y pasar un buen rato frente a la pantalla, embebiéndome de la historia. Me gusta sentarme en la butaca a esperar que se apaguen las luces, aunque preferiría que no me abrumasen con tanto anuncio. Otra cosa son los trailers. Esos sí me entusiasman. Porque me ofrecen un cachito de lo que puedo ver otro día. Cada uno de ellos es la promesa de un nuevo sueño. Y es que, sentada allí, con todo oscuro a mi alrededor y la potente proyección lumínica ante mis ojos me encuentro inmersa en un proceso onírico que me atrapa hasta el final.
Habré visto miles de películas. La pena es que no las recuerdo todas porque la mayoría me han hecho disfrutar, ya sea en un sentido o en el contrario. Me he reído con fábulas histriónicas y he llorado con tragedias memorables. Hasta he llegado a hacer las dos cosas a la vez. Recuerdo la obra “Magnolias de acero” en la que Sally field, que acaba de enterrar a su hija casi se ahoga porque su amiga, Olympia Dukakis, hace un comentario jocoso en pleno llanto de la madre y le provoca una carcajada. Eso, exactamente, es lo que me pasó a mí. Mientras lloraba a moco tendido, hipo incluido, me dio un ataque de risa que casi me manda al otro barrio.
Y es que cuando digo que me gustan las películas no me refiero a ser fantasiosa. Al contrario, hablo de arte. De ese poder que tienen los actores y actrices para transmitir emociones, de la maestría de los directores para presentar una historia coherente, de la virtud de los fotógrafos para ofrecer planos memorables, y así hasta el último (o primero, según se mire) de los profesionales que intervienen en la obra.
Que sí. Que ya sé que es una industria. Un puro negocio para recaudar dinero. Pues vale. Y qué más da. ¿Acaso Da Vinci, Picaso o Dalí no cobraban por sus cuadros? Lo que demuestra que el dinero no está reñido con la belleza ni con el arte.
Yo, por lo pronto, estoy mirando ya la cartelera para el próximo miércoles, que es el día del espectador y me ahorro unos euritos. Ya estoy decidida. Voy a sacar las entradas para Alcarràs. Eso es, verdaderamente, cine de película.

M. Maximina Moreno
Grupo B


Fundido en negro

El ruido de una sirena, luces de coches de policía en una calle lúbrica, perfecta. Un crimen cualquiera sin apenas sangre sin apenas muerto. Un teléfono, siempre un aparato que suena estridente sobre una mesita o dentro de una cabina telefónica. El humo del tabaco, de un revolver, de una alcantarilla… Sombras en un mundo blanco y negro. Una mujer atormentada, misteriosa, bella, diabólica. Bourbon a palo seco en vaso de cristal labrado y un Humphrey Bogart maldiciendo entre dientes el día que se cruzó en su camino mientras coloca con elegancia, su sombrero de fedora bajo la lluvia y arruga las solapas de su gabardina contra el pecho. Fundido en negro.

Mamen Somar
Grupo C


Las salas de Cine

Entrar en un Cine para mí significa estar a punto de vivir una experiencia nueva.
Me voy a olvidar, por espacio de dos horas, de mi vida cotidiana, para envolverme en una historia que no sé qué me va a contar.
Hay expectácion, ganas de sumergirme en algo nuevo, vibración...
Prefiero, con diferencia, ver una película en una Sala de Cine que en la televisión de mi casa.
En la Sala de Cine me envuelven las imágenes, los sonidos, estoy yo dentro de la película. Soy coprotagonista.
Me gustan las películas que me hacen reflexionar, las que me transmiten mensaje, las que hablan de temas sociales actuales, las de suspense...
Y si están tratadas con una chispa de humor, mejor que mejor.
Soy fan del cine español. Creo que se hacen muy buenas películas. Me siento muy identificada con muchas de las historias que cuentan.
Siempre intento ver las películas de Pedro Almodóvar. Suelen remover cosas dentro de mí.
Antes mi hora preferida para ir al cine era la sesión de noche.
Ahora suelo ir a la primera sesión de la tarde o a la segunda. A las personas con las que suelo ir les viene mejor. Y ya no me importa. Siempre queda tiempo para un café o unas cañas después de la película.
Lo que no me gusta nada es ir por la mañana.
No me importa ir sola al cine, incluso me atrae la idea.
Pero, hasta ahora, después me da pereza y me quedo sin ver películas que me hubiera gustado ver en el cine.
El cine es Arte, es Cultura, forma parte de nuestras vidas. Hay que apoyar al cine yendo a las Salas de Cine.

Teresa González Caballo
Grupo C


El cine de mi vida

No puedo concebir una historia escrita sin antes ver pasar diapositivas por mi mente. Encuentro retales por separado, de los cuales tengo que crear historias, grandes historias maquetadas.

En los relatos trato de transmitir lo que los ojos de la imaginación perciben, a través de palabras que en ocasiones se tornan insuficientes.

Para montar una historia primero estrujo mi mente y extraigo un goteo constante de imágenes, las cuales analizo con detalle como concienzudo artesano. Me resulta un alivio descubrir ese conglomerado de palabras que desvelar los claroscuros secretos de una mente inquieta. Finalmente aparecen corta-pegas mentales para darle acción a esas imágenes.

Mi mente inquieta une imágenes, pero a veces no me deja concretar, no me deja concentrar, me arrastra a la absurda mezcla de verdades y mentiras sumiéndome en la desesperación. En ocasiones la visión se distorsiona y aparecen grandes monstruos como reflejo de pequeñas inseguridades, también distracciones que pueden transformar un gran rio en un riachuelo.

¿Qué valiente Auriga tiene la mano firme para domesticar a estos platónicos caballos? Las inseguridades me arrastran al sinsentido del mundo, hacia una perspectiva escéptica de cualquier discurso. Pierdo la ilusión, pierdo la esperanza, pierdo la Fe.

De películas va el asunto, nada que envidiar a cualquier película de terror lo que ocurre en la realidad. No me habléis de quimeras sobrenaturales que espantan pasiones y engendran miedo si no habéis despertado empapados en sudor, habiendo sentido pánico por el subconsciente engendrado por credos banales como las hipotecas o hacienda. Sueños reflejo del sucio y corrupto dinero, sueños actuales.

Solo el cine apaga mi mente y descansa mis pensamientos. El cine es esa sucesión de imágenes en la que ya no tengo que trabajar, analizar, ni trasmitir. En el cine la historia ya está contada. Para mi mente, una sesión de cine es un calmante, es recuperación de neuronas, elixir de Fierabrás que todo lo cura. Puedo mimetizarme tanto en la historia que me hará llorar, reír o meditar. Creará tanta obsesión que la historia permanecerá varios días en mi mente. ¡Cuán terapéutico me es el cine! ¡Cuántas pasiones me levanta, incluso sin la última fila!

Juan Manuel Elvira
Grupo C


Una mirada

De improviso, su rostro ocupó todo mi campo de visión. Sus enormes ojos negros mirándome con un brillo acuoso en la retina. Me turbó de forma tan intensa que un grito quedó ahogado en mi garganta y se me crisparon los dedos atenazando los brazos de la butaca. Esa aparición repentina alteró tanto mi corazón que sus ruidosas palpitaciones me impidieron entender las primeras frases.
-He venido para estar contigo. –Escuché por fin y su voz profunda hizo eco en mi pecho. A pesar de que sus palabras me parecieron sinceras lo había dicho sin alterar casi el gesto, con una emoción contenida. Tragué saliva e intenté articular una frase que, sin embargo, no salió de mis labios. Entonces, antes de que pudiera serenar mis nervios, ella desapareció dejándome en la más absoluta desolación.
Tras unos segundos de vacilación, me repuse y salí corriendo escaleras abajo abriéndome paso sin contemplaciones entre la gente. Necesitaba verla otra vez, sumergirme en el mar oscuro de sus ojos, escrutar cada poro de su piel, deleitarme en los roncos ecos de su voz y, tal vez, atreverme a susurrarle unas palabras que ella, desde la pantalla, no podría oír.
Me planté ante la taquilla y, con voz anhelante, exigí:
–¡Una entrada para la siguiente sesión!

Pepe Lorenzo
Grupo B


Recuerdos de cine

Siempre me apasionaron las películas de ciencia ficción. En realidad, me apasionaban más los libros de este género. Con ellos podía dar rienda suelta a mi imaginación, convirtiéndome en uno de sus personajes. En el cine ya todos tienen cara, con lo que solo me quedaba el discreto recurso de intentar ponerme en su lugar.
En la serie de películas tituladas Star Trek. Me ponía en el lugar del doctor Leonard Macoy. Y con la tecnología que disponía, era capaz de curar cualquier dolencia, incluso lesiones o fracturas, consiguiendo siempre una "restitutio ad integrum", el sueño dorado de todos los médicos.
Con mi sapiencia y la tecnología del futuro, volvía al presente y curaba a cuantas personas lo necesitaban, además, aprovechaba para transmitir conocimientos. Disfrutaba imaginando las caras que pondrían mis colegas al ver lo que había avanzado la ciencia y la medicina en un siglo.
En regreso al futuro, también me ponía en el lugar de Doc., Doc. Brown. Disfrutaba con los avances de la ciencia y los viajes en el tiempo. Se me ponía la misma cara de loco, de "poseso" que tenía el viejo Doc. Y disfrutaba igual que él viajando en el Delorean DMC,- 12, en el que sólo viendo como abre sus puertas, te supones que va a poder volar.

José Luis Fonseca
Grupo A


Luz Long, atleta alemán del 36

“Se han pagado 488.435 euros en una subasta por la medalla de plata del alemán Luz Long, en la longitud de los juegos de Berlín 36.”
La noticia me impactó. Detrás de ese trofeo había una historia, curiosamente acababa de conocerla. Llevaba mucho tiempo sin saber de él, fue inesperado el encuentro. Coincidimos en un claustro durante tres cursos, pude admirar su pundonor y su amor por el atletismo. Fue profesor de educación física y preparador de atletas. El tiempo nos alejó y al cabo de tantos años, nos vimos en una conferencia sobre cine.
A la salida, tomamos un café y charlamos de nuestras aficiones de jubilados. Me contó que estaba estudiando cine y que se quería especializar en guiones. Hablaba con entusiasmo, me enseñó un documental sobre una atleta marroquí que grabó con el móvil valiéndose de las atletas que entrenaba, para mostrar la discriminación que padecen las mujeres en el mundo árabe. Me pareció impresionante la manera de inculcarles entusiasmo. Les mostró la validez de las vallas que debían saltar a lo largo de su existencia. Las vallas eran metáforas de la lucha por conseguir los objetivos de la vida.
Siguió hablando del proyecto que tenía entre manos. Para ello había traducido un libro del alemán, le había costado un esfuerzo tremendo, pero no se daba por vencido. Siempre había sido así, luchaba por un objetivo y lo inculcaba a sus atletas y a él mismo. Estaba haciendo el guion de una película cuyos protagonistas eran dos atletas de élite, uno alemán y otro afroamericano.
Así oí hablar de Jesse Owens, un atleta que ganó cuatro medallas en los juegos de Berlín 36, ante la mirada atónita de Hitller que valoraba la raza blanca superior. Me contó la historia de Luz Long, atleta alemán de longitud, que quedó segundo y cuya medalla se ha subastado ahora. Entre los dos atletas, se estableció la amistad del que sabe valorar lo que hace su competidor. Ante dos saltos nulos del americano, Long le sugirió que retrasara su pie en el salto y le puso su toalla como señal para hacerlo, así ganó el oro con un salto de 8’06, distancia que no logró él y quedó segundo. La vida de ambos se marcó desde ese acontecimiento. Se hicieron amigos, pero el destino del alemán sería muy triste, murió en el frente; tampoco al americano le fue bien, tuvo que soportar muchas injusticias en su país que seguía infravalorando su raza a pesar de los logros atléticos. Era una historia que daba para mucho, me dijo, pienso hacer una película y estoy buscando patrocinadores. Ya había contactado con alguno y le encontré entusiasmado. El cine le servía para hablar del amor al atletismo y su confianza en el ser humano.
Volví a casa mientras iba imaginando las escenas de esta historia cierta, llena de sabiduría que nos enseñaba a superar los obstáculos , superando vallas. El cine le estaba sirviendo para mostrarnos la bondad de los que luchan cada día.

Josefa Briz
Grupo C


Vi rodar una película

Aquel verano de 1956, Ávila estaba alborotada. Por su monumentalidad, la historia de la ciudad, pero sobre todo sus murallas, fue eligida para rodar una película, iban a llegar nada menos que Sofhia Loren, Cary Gran y Frank Sinatra, se hablaba de que necesitarían cinco mil extras, que tendría que acudir gente de los pueblos, de que iban a pagar cien pesetas al día. Yo no fui extra, pero sí participé de forma activa, acudíamos todas las amigas a ver de lejos, había un cordón que ponía el límite, a los participantes, algunos amigos nuestros, unos vestidos de campesinos y otros de caballeros, un poco decepcionados porque no veían a “la Sofhia”. Recuerdo, parece que aún lo vivo, el momento en que asaltaron la muralla una gran explosión y la muralla cayó, ya podían asaltar la ciudad, lloré no podía entender aquel desastre, duró poco ese momento, enseguida se corrió la voz de que la muralla que cayó estaba hecha, de corcho. La película “Orgullo y Pasión. 

Inés Izquierdo
Grupo A


Ni tan Tarantino

El universo entero pareció estar sonriéndome cuando ella aceptó cenar conmigo. Cada estrella era un ojito que brillaba de mirarnos. Esa noche ninguna mesa sin sus velas. Cuando nos sentamos, pudimos oír el susurro de la pareja de al lado, ese hablar bajito de los enamorados y los remansos del río. 
La chica le decía al chico “te pasás hablando de Tarantino, que las katanas, que los colores, que la sangre. La puta sangre. Pedís poco hecha la carne porque la sangre. Pero después estoy con la regla y ya no digo que me comas el coño, es que no me ponés un puto dedo encima”. 
Después mi cita me miró y le aseguré que me gustaba el cine gore.

César Aponte
Grupo C


Sueño y cine

El cine es el más completo de todas las artes 
ya que engloba todos los géneros,
 en un corto espacio de tiempo. 

Nos ha regalado imágenes y frases 
que guardamos en la memoria, 
como un pequeño tesoro. 

Nos ha hecho partícipes: 
de inolvidables historias de amor y desamor, 
de aventuras y desventuras por los mares del sur, 
de caballeros leales y vasallos desleales, 
de protestas a favor y en contra de la esclavitud, 
de alegres musicales y tristes realidades. 

Hoy estoy en el cine, 
es el día del espectador. 
Las luces se van apagando 
y una música suave inunda la sala 
de una indescriptible magia. 

Llegó la hora de dejar la realidad 
acomodada en la butaca 
para entrar en la más pura ficción. 
Que todo en la vida es cine 
y los sueños cines son.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Apuntes de vida y cine

Primero fueron las sábanas blancas
Luego internado y domingos sabor maíz tostado y regaliz rojo. Películas de Mark Lester. Nos enamoramos en grupo de aquel adolescente actor.
Más tarde un cura cinéfilo quiso exhibir su conocimiento sobre las nuevas tendencias que venían de Europa y con 11 años vi a un inolvidable Jean Luis Tritignant corriendo por un andén en una película en blanco y negro nada adecuada a mi entendimiento, “Un Hombre y una mujer”. Bien empezamos ¡Cine francés en vena! ¡Lelouch!
Aquella doble sesión en un cine del barrio Garrido, el cine Llorente, un domingo de invierno triste y lluvioso. El programa era aún más gris “el baile de los vampiros “y “Nido de águilas”. Le debo a Richard Burton sobrevivir a aquel domingo, Inaugurando en mi vida, el cine sobre la segunda guerra mundial.
Hubo mucho cine y mucha vida después…. Gregory Peck en “Matar a un ruiseñor” Gary Cooper en “Solo ante el peligro” “James Stewart en “El hombre que mató a Liberty Vallance”, Greta Garbo en “Cristina de Suecia”……….
Y qué mejor que el cine para expresar situaciones con escenas inolvidables que vienen en nuestro socorro. Algunas películas nos acompañan toda nuestra vida como manuales para explicar situaciones. Es frecuente que la vida se nos parezca a cine. Y así vamos transitando películas o citando escenas para explicar lo que estamos viviendo. De tal manera que cito de memoria películas como ”La vida de Brian”, “Amanece que no es poco “,“Blade Runner”, “Los dioses deben estar locos”…, etc.

Autora Martín Fiz
Grupo C

Mi infancia son recuerdos

La sesión de esta semana la dedicamos a la infancia, ese paraíso del que somos expulsados cuando vamos sumando años y restando asombros. ¿Son iguales todas las infancias? ¿La de un niño de pueblo y la de una niño de ciudad? ¿La de una niña y la de un niño? ¿La de un niño africano y la de un niño americano? Com en casi todo, siempre hay matices. 
En la sesión hablamos de babis y de libertad, de la banda sonora de aquellos años (posiblemente la sintonía de muchos de los dibujos animados de entonces como Heidi o Marco), de nuestros recuerdos y de nuestros héroes reales o de ficción. 


Ilustración de Iván Torres


Transcribimos aquí el microrrelato "Peter Pan" de Fernando Iwasaki en el que un niño manifiesta su descontento porque su padre, a diferencia del resto de sus amigos, no es ningún héroe o ningún villano, tan sólo un vendedor de seguros. El niño entonces busca un modo de remedia esa situación que le avergüenza:

Cada vez que hay luna llena yo cierro las ventanas de casa, porque el padre de Mendoza es el hombre lobo y no quiero que se meta en mi cuarto. En verdad no debería asustarme, porque el papá de Salazar es Batman y a esas horas debería estar vigilando las calles, pero mejor cierro la ventana porque Merino dice que su padre es Joker, y Joker se la tiene jurada al papá de Salazar.
Todos los papás de mis amigos son superhéroes o villanos famosos, menos mi padre que insiste en que él sólo vende seguros y que no me crea esas tonterías. Aunque no son tonterías porque el otro día Gómez me dijo que su papá era Tarzán y me enseñó su cuchillo, todo manchado con sangre de leopardo.
A mí me gustaría que mi padre fuese alguien, pero no hay ningún héroe que use corbata y chaqueta de cuadritos. Si yo fuera hijo de Conan, Skywalker o Spiderman, entonces nadie volvería a pegarme en el recreo. Por eso me puse a pensar quién podría ser mi padre.
Un día se quedó frito leyendo el periódico y lo vi todo flaco y largo sobre el sofá, con sus bigotes de mosquetero y sus manos pálidas, blancas blancas como el mármol de la mesa. Entonces corrí a la cocina y saqué el hacha de cortar la carne. Por la ventana entraban la luz de la luna y los aullidos del papá de Mendoza, pero mi padre ya grita más fuerte y parece un pirata de verdad. Que se cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque ahora soy el hijo del Capitán Garfio.

Recomendamos el trabajo de Francisca Noguerol titulado "Infancia y microrrelato". En él se analiza la infancia como motivo central de algunos microrrelatos pero también otros textos donde el personaje principal o el narrador son niños o niñas. El trabajo se centra, fundamentalmente, en textos de Ana María Matute, Fernando Iwasaki y Ana María Shúa aunque nos ofrece otros muchos ejemplos.

Os invitamos a conocer los cortometrajes "Piquinu" y "Tiempu de medrar" de Sonia Fernández en el que los protagonistas son dos niños. Podéis verlos y ampliar la información en este enlace..

Y dejamos por aquí un breve repertorio de textos leídos en el taller y que configuran diferentes ángulos de visión sobre la infancia: un poema de José Asunción Silva titulado "Infancia", un poema de Mario Benedetti con el título de "Cuando éramos niños" y un microrrelato de Ana Sarrias titulado "El espectador" que obtuvo el primer premio "Relatos en cadena" de la Cadena Ser en 2016:

Esos recuerdos con olor de helecho
Son el idilio de la edad primera.
G.G.G.


Con el recuerdo vago de las cosas
que embellecen el tiempo y la distancia,
retornan a las almas cariñosas,
cual bandadas de blancas mariposas,
los plácidos recuerdos de la infancia.

¡Caperucita, Barba Azul, pequeños
liliputienses, Gulliver gigante
que flotáis en las brumas de los sueños,
aquí tended las alas,
que yo con alegría
llamaré para haceros compañía
al ratoncito Pérez y a Urdimalas!

¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
donde la idea brilla,
de la maestra la cansada mano,
sobre los grandes caracteres rojos
de la rota cartilla,
donde el esbozo de un bosquejo vago,
fruto de instantes de infantil despecho,
las separadas letras juntas puso
bajo la sombra de impasible techo.

En alas de la brisa
del luminoso Agosto, blanca, inquieta
a la región de las errantes nubes
hacer que se levante la cometa
en húmeda mañana;
con el vestido nuevo hecho jirones,
en las ramas gomosas del cerezo
el nido sorprender de copetones;
escuchar de la abuela
las sencillas historias peregrinas;
perseguir las errantes golondrinas,
abandonar la escuela
y organizar horrísona batalla
en donde hacen las piedras de metralla
y el ajado pañuelo de bandera;
componer el pesebre
de los silos del monte levantados;
tras el largo paseo bullicioso
traer la grama leve,
los corales, el musgo codiciado,
y en extraños paisajes peregrinos
y perspectivas nunca imaginadas,
hacer de áureas arenas los caminos
y del talco brillante las cascadas.

Los Reyes colocar en la colina
y colgada del techo
la estrella que sus pasos encamina,
y en el portal el Niño-Dios riente
sobre el mullido lecho
de musgo gris y verdecino helecho.

¡Alma blanca, mejillas sonrosadas,
cutis de níveo armiño,
cabellera de oro,
ojos vivos de plácidas miradas,
cuán bello hacéis al inocente niño!...

Infancia, valle ameno,
de calma y de frescura bendecida
donde es süave el rayo
del sol que abrasa el resto de la vida.
¡Cómo es de santa tu inocencia pura,
cómo tus breves dichas transitorias,
cómo es de dulce en horas de amargura
dirigir al pasado la mirada
y evocar tus memorias!

***

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.


***

El puñetero ojo de la cerradura sigue rozando. Pero mi llave abre de todos modos, como siempre. Me descalzo y voy cruzando de puntillas el pasillo hasta la habitación de los niños. Están preciosos. Parece mentira todo lo que han crecido en un año. Les doy un beso en la frente y les arropo. Después entro en la habitación de los padres. Me acerco hasta su cama y les observo conteniendo la respiración. Me pregunto por qué no pudimos ser nosotros. Cómo se torció todo. Y cómo es que nunca cambiaron el bombín.

Propuesta de escritura

Escribe un texto (poema, microrrelato, cuento o reflexión...) en el que reflejes algún hecho vinculado a la infancia o cómo fueron aquellos primeros años de vida.

Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:



Juanillo, el monaguillo más pillo

Hola, mi nombre es Juan y quiero contaros algunas anécdotas que si bien pueden estar alejadas de la realidad, yo las conservo en mi mente desde la infancia e intentare pasarlas a papel lo más fielmente posible.
Mi primer contacto con el clero:
Era una mañana de sábado cuando mi madre me informó que debía ir a la iglesia (a catequesis) porque el señor cura había dicho que “ya tenía la edad”.
Quiero hacer hincapié en que no tenía más de 6 años y dudo mucho de mi capacidad de entendimiento en ciertas cuestiones, ya que, mi educación había sido hasta entonces “la nada“ este sería el primer año en ir a la escuela
Mis padres eran campesinos, apenas sabían leer y escribir, solo tenían tiempo para el campo y los animales. Ellos me dejaban normalmente al cuidado de una vecina impedida físicamente, muy mayor, que poco podía aportarme, solo me decía: “tráeme esto o pon esto en tal sitio” para mantenerme entretenido.
Aquella mañana de sábado yo me senté como los demás niños en la iglesia, (en los asientos sin respaldo de adelante, reservados para los niños) no eran más de cuatro bancos.
Después de saludarnos el señor cura muy atento, se dirigió a mi como nuevo y me preguntó...
-A ver tu ¿cómo te llamas? que es tu primer día.
-Juan, -contesté tímidamente muy avergonzado 
-¡Dinos el padre nuestro!
A lo cual mi respuesta fue con toda sinceridad y encogiéndome de hombros...
-No me lo sé.
Sin mediar tiempo, palabra, ni mirada de reproche, aquel señor cura ha hecho impactar su mano contra mi cara, lo que se puede describir como “una ostia a mano abierta” de tal manera que me ha subido tanto calor a la cabeza que se me nubló la vista.
Acto seguido ha dicho con claridad.
-Anda y vete con tu madre que te lo enseñe y no vuelvas hasta que te lo sepas.
Yo salí camino a casa: andando deprisa, ahora si, llorando. Era un llanto contenido cargado de rabia e impotencia por no saber que había pasado, ¿cual había sido mi pecado?

La Educación que en casa me habían trasmitido estaba clara.
1.- Cuando hablan los mayores se callan los pequeños.
2.- No hacer nada para que la gente no hable de ti y no avergonzar a los padres.
3.- Obedecer a todo el mundo.
4.- Ser educado y dar los buenos días y las buenas noches, esto último lo aprendí bien de una hermana de mi madre que además era vecina y todas las mañanas me decía: “buenos días, tía María, buenas noches, tío calboches” y me daba calboches (castañas asadas)”.
5.- Otra regla era no correr porque las calles del pueblo eran muy empinadas y el golpe siempre era grande.

Nunca nadie había hablado de padres nuestros.
Mi única anécdota de la misa en la iglesia hasta entonces era la que me contaban las señoras mayores
Yo ya hablaba y decía: “mama teta” para pedir mi comida.
Unos años más tarde el mismo señor cura pediría a mis padres y a los de otro amigo que fuésemos monaguillos para ayudar en misa, a lo que mis padres accedieron y me convencieron. Yo no le tenía demasiado aprecio al sacerdote, pero ya había aprendido varias cosas de rezos y todo eso (ya que, a mi madre no se le daban mal los rezos) y después de del golpe (ostión) se puso a enseñarme para evitarme problemas.
Mis padres siempre eran de buenas intenciones, demasiadas veces sin conseguirlo por mi tendencia hacia lo bueno, hasta lo bonito y gusto por ciertos placeres.
De ahí me convertí en monaguillo de pleno derecho aunque algo torcido.
Si, si; de aquellos de saya blanca y sobrepeto de encaje rojo.
Si, si; de los que llevan la cruz, pasan la cesta para las limosnas y de los que tocan la campanilla cuando levanta la sstia el cura.
Un ayudante ejemplar.
Bueno, eso fue al principio porque yo el concepto de rezar y creer y ser bueno y obedecer pues no se…yo tenía mis inquietudes… jajaajajjaaja
Me gustaba escuchar las confesiones de las mujeres…y como era un angelito pues pasaba desapercibido…
Por ejemplo, para poneros en contexto:
Antes de ser monaguillo allá por los cinco años, recuerdo otra vecina que me cuidaba, que tendría uno dieciséis años, con la cual jugaba a escondidas. La chica olía toda ella a hierba fresca. Además jugábamos a que era mi mamá y me amamantaba, lo cual, indicaba que yo era muy hábil (pues hacía poco tiempo que lo había dejado) ¿qué queréis que os diga?, era muy placentero, aquello me sentaba bien.
Por lo tanto, para mí el pecado era malo, lo bueno no podía ser pecado ¡estaba claro! Aquello era muy bueno, ergo; no era pecado
Comerle los membrillos de la huerta del tío Jesús, no era pecado, pecado era no saberse el padre nuestro pues te daban una ostia no sagrada (ostiaban pero bien).
El señor cura fumaba y de vez en cuando le quitaba los cigarros para dárselos a un chico mayor del pueblo. Ahí mataba dos pájaros de un tiro, pues le quitaba del vicio del señor cura que olía mal y se los daba al otro chico que me defendía de los abusones. Todo eran buenas acciones.
Lo más sabroso eran las obleas;“mangar, sisar las ostias de la comunión" y el siguiente festín, por ahí empecé mis andaduras de pillo.
Seguí con pequeños sorbos de vino y así en aumento (hasta que un día di tres sorbos y se me nubló mi vista en plena misa), pero mantuve el tipo. ¿Sería acaso esta la experiencia que sentía el cura y con el vino se acercaba al cielo de nuestro señor?
Yo también disfrutaba con mi trabajo de monaguillo.(a la vista está)
Un día murió alguien importante del pueblo y el señor sacristán me dijo como tocar las campanas a muerto
Allí estaba yo con unos 7 años y pico, en lo alto del campanario, tirando de unos badajos de hierro que me doblaban en peso, dentro de campanas que me triplicaban en tamaño y sacudiendo el metal contra metal con todas mis fuerzas. Ping. Decía la campana pequeña, dong la grande…si si, las campanas hablaban y desde tan cerca se ponen los pelos de punta con el sonido.
42 dong seguidas y 3 separadas era la primera llamada a misa media hora antes del comienzo de esta.
21 dong seguidas y 2 veces separada era la segunda llamada a misa 15 minutos antes y 10 dong seguidos y una separada era que ya empezaba la misa y salía el cura de la sacristía..
Aquel monaguillo pronto cobraba visibilidad y hacía amigos mayores, unas veces los chicos se acercaban a él para contactar con la niñera que hacía de madre y otras por el típico gamberreo de pueblo que no pasaba de tirar piedras. Caminaba por las calles del pueblo empedradas y vacías de decorados, calles labradas en la peña por el agua y la mayor parte llenas de zarzas.
Mi padre decía que todo en el pueblo eran piedras, cuando sembraba decía que solo le daba vueltas a las piedras y el trigo solo crecía alrededor de las piedras y debajo de las piedras solo había alacranes.
Porque mi pueblo, escondido en las montañas de la vieja Castilla, nunca fue productivo, nunca fue famoso, siempre estuvo perdido.
Era un pueblo de esos de pan y miel; de trigo, algarrobas y paja, sobre todo paja para animales.
Cada familia de sus habitantes no poseía más de 10 ovejas para obtener lana y corderos, 5 cabras para la leche y 2 vacas con las que labraban el campo, había pocos perros ya que se consideraba que no aportaban nada a la casa.
Eso si, lo que más había eran gallinas, el pueblo entero estaba lleno de gallinas y gallos.
Si bien los gallos podían resultar peligrosos y agresivos, también era cierto que se podían encontrar huevos de gallina sembrados en cualquier calle, un tío abuelo me enseñó como se hacía un agujero abajo del huevo y otro arriba y se sorbía por el de abajo, por lo que el manjar de los huevos estaba garantizado. Si comías más de tres, sabias que te dolería la barriga o no podrías comer la comida de casa, lo cual, me acarrearía problemas pues mi madre considera al que no come un enfermo.
Tampoco se veía bien comer los huevos de la calle pues las gallinas tenían dueño.
Otro manjar era ordeñar las cabras, las cabras recién paridas se cargaban de leche y era un alivio para ellas que se les sacara la leche. Yo era muy fino en esos menesteres, con mis manos tiernas y hábiles. Cuando no había recipiente se ordeñaba directamente a la boca y para ser más rápido se mamaba directamente de la teta de la cabra que siempre estaba caliente y era abundante el chorro.
Muy claro me lo había explicado mi padre cuando me enseñó a tratar con los animales: “no debes hacerle daño a los animales”. Yo sabía que la cabra me lo agradecía pues ninguna ponía reparo a mis manos y mi boca. Solo el cuidador del rebaño se alteraba muchísimo y daba muchas voces cuando me veía, pero corría poco, punto a mi favor.

[...]

Juan Manuel Elvira
Grupo C


Recuerdos de mi infancia

La niña torpe
La niña confunde las palabras. Llama a la sandía melona y a la coliflor, repollo. Las palabras son un auténtico lío. No es que pronuncie mal, no es eso. No es que se coma sílabas, ni cecee, ni pronuncie mal la erre como les pasa a otros niños. Pronuncia muy claritas las palabras melona o repollo, que es muy difícil de decir. Es solo que llama a las cosas como le vienen. Así que, madre teme mandarla a la tienda del señor Chino, al que llaman Chino, y ese nombre no lo confunde, bien se lo sabe, porque tiene los ojos achinados, que no para de mirarlos cuando va a la tiendita con madre, y piensa en la hucha del chinito del Dómun de la mesa de doña Claudia, la maestra.
Cuando va sola, la niña volverá sin compra o con una lata de sardinas en vez de una bolsa de escabeche. Madre a veces opta por hacerle una lista de la compra, pero, o la pierde por la cuesta donde se entretiene con los niños que juegan a las chapas o a las canicas, o la letra no la entiende. Ella se la da al señor Chino, pero tampoco la consigue leer con esas gafas que el señor posa sobre la punta de la nariz.

Leer es descifrar sueños
En la bodega de la Muralla es más fácil comprar porque allí no hay que hablar ni decir lo que quiere. La niña se empina, pone el sifón sobre el mostrador y la señora, tras comentar cuánto ha crecido, lo toma y recoge las dos perras gordas que cuesta rellenarlo, monedas que guarda en el puño bien apretado para no perderlas. De regreso a casa, tendrá que tener cuidado para no dejar caer la botella. A veces dan ganas de darle al grifo. Los hermanos se pelean por hacerlo a la hora de mezclarlo con el vino diario del abuelo. Siempre ganan ellos.
La niña quiere hacer compras, demostrar que puede, pero el día que más se esfuerza pierde cincuenta pesetas, que es mucho dinero, incluso se olvida totalmente de que su destino es la tienda y madre la llama a voces y le pregunta por el mandado que no ha hecho. Madre se disgusta, la regaña y es lo peor que le puede pasar a la niña. Madre se enfada y se disgusta.

Pobrecita. Una calamidad...
La niña es buena pero no es muy lista, no como sus hermanos mayores que leen muy bien y tienen muy buena letra y ya suman y restan números de tres cifras. Tampoco se les llenan las uñas de barro, y no las tienen que esconder por vergüenza para las fotos de la escuela.
La niña a veces llora cuando oye a los adultos y a otros niños hacer comentarios sobre su torpeza. Es como una punzada en el pecho. Aunque a veces también se ríe porque descubre que es mejor reírse con ellos, aunque tenga muchas, muchas ganas de llorar y éste ahí la punzada.

Reír con una punzada en el pecho.
Por eso siempre tiene ojeras y no tendrá amigos. Con los amigos a veces hay que hablar y es mejor no hacerlo para que no salgan las palabras que no son. No hablar. Es mejor sentarse al brasero y observar el cuadro de la abuela, el del joven fuerte de melena rubia que atraviesa un dragón con su lanza. Se lo sabe de memoria y lo puede recordar mientras escucha el tictac del reloj de la salita. Junto al reloj, hay algunos libros de la tía soltera. Cuando la gente lee no tiene que hablar, de eso también se ha dado cuenta. Eso es lo que más desea: aprender a leer y a escribir con buena letra para no tener que hablar, para que no se le hagan un gran lío las palabras cuando salen al aire desde su boca.

Leer para no tener que hablar.
Quizás poder descifrar sueños.

Marisa Sánchez
Grupo C


Infancia

Infancia es una niña que no quiere crecer.
Infancia es una niña que grita, pero que los adultos mandan callar.
Infancia es una niña a la que los adultos enterramos.
Infancia es la niña de la que no se quiere hablar porque duele.

¿Y qué de dolorosa va a ser Infancia en el siglo XXI?
Si no ha vivido hambrunas.
Si no ha visto guerras.
Si tiene todas las consolas habidas y por haber.

¿Cómo va a sufrir de depresión?
¿Cómo va a tener ansiedad?
Si estás mal, Infancia, es porque quieres.
Pero claro, los adultos no tienen tiempo para tonterías.
No tienen tiempo para ti, Infancia.

Y cuando ocurre algo,
todo es “cosa de niños”:

Si te levantan la falda,
es cosa de niños.
Si te tiran piedras,
es cosa de niños.
Si te hacen el vacío,
es cosa de niños.
Si te insultan,
es cosa de niños.

Infancia no tiene la culpa de nacer.
Infancia no tiene la culpa de venir a este mundo sin cariño y amor.

Cuándo nos haremos cargo los adultos de nuestras frustraciones
para que no recaigan sobre nuestros niños.
Cuándo les dejaremos ser luz,
sin que se coman nuestros problemas y movidas.
Cuándo dejaremos de mirarnos el culo
y mirar de verdad qué necesitan nuestros niños.
Siempre son adultos hablando de Infancia
y no con Infancia.
Alguien que se agache a su altura
y pregunte qué es lo que le ocurre.

Nuria Fernández
Grupo C


Érase una vez el recuerdo

Siento infancia de olores,
respiro esencia con aromas
de amapolas en sendas soleadas,
amanecían veranos pedregosos de siestas y tormentas.
Amo mi infancia entre abrazos,
acunando sueños y
sonatas con ritmos de columpio,
escondites y secretos.
Campos de maíz y brisa polvorienta,
tardes oscuras, brillos de cometas.
Infancia en reposo del olvido,
entre letras y escritos.
Curiosa de ojos abiertos
preguntas soñadas,
respuesta entre silencios.
Era rebelde interior
que forjé vida amando destellos y raíces,
emoción de pertenencia libre.

Camino despacio, converso con las palabras
desde dentro.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Añoranzas

Yo soy una niña de ciudad pero siempre he querido ser una de pueblo. Me preguntaréis por qué y os lo voy a contar.

Durante mi infancia pasaba los veranos en un pueblo de la sierra. Allí transcurrían tres meses de libertad casi absoluta. Hice muchos amigos que me enseñaron a valorar sus conocimientos, sus experiencias ante los peligros y su enorme valentía. La naturaleza les hacía sabios ante mis ojos.

Recuerdo a Charo, una chiquilla de nueve años que una tarde me relató su encuentro con un lobo en plena naturaleza y lejos de cualquier ser humano. Volvía de llevar la comida a su padre que trabajaba en la cantera de su pueblo. Hacía calor pues era verano. El arroyo casi no llevaba agua, así que lo cruzó tranquilamente, al levantar la vista vio lo que, en principio, creyó que era un perro. Le pareció raro, así que se mostró sigilosa y sin hacer el menor ruido fue alejándose del animal; que actuó igual que ella. Se fue retirando del arroyo en dirección a la sierra de Tonda. Cuando llegó a casa y contó su encuentro con el perro, su abuelo le dijo que era un lobo porque los perros no van solos por el campo, siempre acompañan al ganado o a los amos.

La niña de ciudad que era yo tejió una tela de amistad entrañable con esa niña de pueblo que había actuado con la cordura del lobo y había sobrevivido a un peligro evidente. Desde entonces, nos hicimos inseparables. Me enseñó los senderos de la sierra, escuchábamos en el atardecer al arrendajo que nos decía adiós ruidosamente y buscábamos secretos entre los árboles.

Mi infancia tiene muchos recuerdos, sin embargo los más entrañables son los que viví en aquel pueblo, rodeada de chavales que me enseñaron a respetar y a amar la naturaleza sin saberlo.

Josefa Briz Hernández
Grupo C


Retrato escolar

En la foto debo tener cinco años. Casi con seguridad es el primer retrato escolar que me hicieron. Recuerdo otras visitas del fotógrafo a la escuela, ésta no. Refleja la infancia que viví, en blanco y negro, claro.
Sentado a la mesa del maestro, sotengo un libro entre las manos. Sobre la mesa, delante del libro, hay un tintero; a los lados dos figuras, la de la izquierda es de una valenciana y la de la izquierda de una asturiana.
A mi espalda la pizarra con la frase ”España es mi patria, yo la amo” escrita en tiza con una caligrafía muy cuidada y la bandera pintada con el mismo material, no sé si en color.
En esa puesta en escena, un repeinado protagonista, con un babi de rayitas abotonado hasta el cuello, mira a la cámara con una inmensa cara de pena. Soy la imagen del desvalimiento.

Enrique Martínez
Grupo C


El ratoncito Pérez

Pase lo de que mi abuela superara las pruebas para astronauta y ahora viva en una estrella. Acepto a regañadientes lo de que me crezca la nariz cuando miento. Tampoco pongo reparos, no soy tonto, a que tres extraños se cuelen por la chimenea con sus camellos y me dejen regalos. Pero lo de que un ratón ande hurgando bajo mi almohada, sinceramente, es demasiado. Además me da muchísimo asco. Y encima, para cambiar un diente por una moneda, ¡bah!

Pepe Lorenzo
Grupo B


Dos rombos

Mi infancia fue muy corta. Duró menos que lo que tardas en saborear una rebanada de pan bien cargada de nocilla. Y no es que yo quisiera ser mayor, a mí me expulsó del país de nunca jamás el cine, bueno, para ser precisa, una película: El Resplandor. Si yo no hubiera visto esa película con diez años, mi vida hubiera sido otra muy distinta.
Yo era una niña miedosa, me asustaba el lobo de Caperucita, los ogros de los cuentos, los vampiros. Pero a lo que más le temía era que a mi madre le ocurriera lago. Mi madre era una diosa para mí. Sus besos, sus caricias, me daban la vida, me daban la fuerza para enfrentarme a todos los malos de los cuentos.
Por desgracia ese día mi padre se quedó dormido en el sillón. Yo debía estar en la cama, pero no, me quedé frente al televisor, viendo esa película con dos rombos, arriba, a la derecha de la pantalla. Durante muchos días tuve pesadillas, no era capaz de dormir sola. Me escapaba hasta la cama de mi madre. Sus dolores y sus gemidos me mantenían alerta noche tras noche. Algo malo le estaba sucediendo, su tripa se hinchaba y se retorcía de dolor. Yo trataba de calmarla con mis besos.
Una tarde regresaron de visitar al doctor, pasaron a buscarme por la casa de la vecina. Mi madre no traía buena cara. Me quedé espiando tras la puerta de la alcoba y descubrí la causa que provocaba todo el sufrimiento a mi querida madre. «Bueno, pues ya sabemos que son las gemelas las que te están ocasionando todos los males», dijo mi padre. Enseguida supe que debía hacer.
Los gritos alertaron a mi padre. Cuando entró en la habitación, yo todavía blandía las ensangrentadas tijeras en mi mano.
—¿Qué has hecho, Carrie?

Tomás García Merino
Grupo B


Infancia

Yo fui la pequeña de diez hermanos.
Viví mi infancia y adolescencia con mis padres y algunos de mis hermanos en un pueblo de la provincia de Salamanca.
Recuerdo los años de la niñez en completa libertad. Mis padres no me ponían normas como a otras niñas de mi colegio o de mi calle.
Uno de mis traumas, por llamarlo de alguna manera, era el Día de los Reyes Magos. A mí nunca me traían lo que pedía. En la cabalgata que se celebraba la tarde antes del Día de Reyes nunca se nombró mi nombre para darme
el regalo correspondiente. A mi vecina Anabel le llenaban de regalos. Yo pedía año tras año una cocina que tuviera muebles, y siempre me traían una cocinilla de tres fuegos plana. Yo no lo entendía; y una vez le llegué a preguntar a mi vecina qué era lo que ponía ella en la carta a los Reyes Magos, si COCINA o COCINILLA. Al siguiente año puse lo que me había dicho, pero me llegó la misma placa plana de tres fuegos de todos los años, un poco más grande o más pequeña. No lo recuerdo.
Yo me lo pasaba bien jugando, sobre todo, con mis vecinas en la calle o en sus casas. Para mí no existían horarios, al contrario que para ellas. También jugaba con las amigas de la escuela.
Ya en casa, recuerdo que el dinero no sobraba, es más el dinero para llegar a fin de mes faltaba. Los yogures eran un "artículo de lujo". Eso me producía angustia.
Mi padre tenía mucho carácter y a veces daba voces porque se ponía nervioso al ver que no llegaba el dinero. A mi madre siempre le tuve amor eterno e incondicional. No me gustaba nada que mi padre a mi madre le diera voces, tampoco que se las diera a mis hermanos.
Lo que sí he constatado con agrado y con el tiempo es la solidaridad que había entre hermanos y la generosidad hacia mis padres por parte de los hermanos que ya tenían independencia económica.
Según se iban haciendo mayores, aparte de superar con buena nota los cursos académicos, para así tener becas o becas salario - una beca extra de más dinero, pero que exigía tener muy buenas notas -, los veranos se iban a trabajar al extranjero o a Sanfermines para ayudar en la economía familiar.
Esa solidaridad y esa generosidad ha quedado impregnada en mi forma de ser y de actuar con las personas de mi familia que lo han necesitado o lo necesitan actualmente.

Teresa González Caballo
Grupo C


La propina

Cuando mi madre decidió hacerlo yo tenía once años. No lo hizo mi padre sino mi madre porque mi padre traía el dinero a casa pero la dueña del dinero era mi madre. Mi madre era en casa el Fuero de los Españoles, la Constitución, el Código de Hammurabi, la Carta de Juan Sin Tierra…, la ley encarnada, en definitiva. Y entonces dijo: “en lo sucesivo os voy a dar propina”. Aquella buena nueva hizo brotar ipso facto en mi mente y en la de mis cuatro hermanos (aún quedaba alguno más por venir) la misma y esencial pregunta: ¿cuánto? La respuesta no se hizo esperar: “tres pesetas por año”. De esta forma, quedé yo tasado en treinta y tres pesetas. Treinta y tres. ¿Era aquello mucho o poco? Pues depende de para qué. Eran, en todo caso, tres menos que las que recibía mi hermano Fran, seis menos que mi hermana Gema (eso ya era dinero), nueve menos que Susan ¡y quince menos que Mayte! Menudo pastón recibía mi hermana mayor. “¡Qué suerte ser mayor!”, seguro que pensé en algún instante de frustración. La segunda pregunta: “¿y cuándo?” Respuesta inmediata: “los domingos, antes de ir a misa”. Treinta y tres pesetas, treinta y tres. Y ocho quioscos en la plaza mayor de Medina donde darles acomodo… ¿a cambio de qué? Porque qué poco dinero era para la infinidad de chuches y fruslerías que exhibían los escaparates de esas cuevas de Alí-Babá para infantes que eran los quioscos. Treinta y tres pesetas, treinta y tres: una moneda de cinco duros, que para mí era la capitana y si no era de plata a fe que lo parecía. Ya fuera con su águila imponente o con su majestuosa corona, me sentía con ella en el puño como un potentado recién regresado de las Américas. Luego estaba la de cinco pesetas, a la que daba el grado de sargento, tan funcional, tan apañada por ser aquel el precio exacto de tantas cosas, desde la bolsa de pipas hasta el sobre de cromos. Y finalmente las tres pesetas, que eran la tropilla, la infantería de a pie; ésas con las que disparabas a la gominola, a la nube, a la barra de regaliz, e iban cayendo una a una sobre el mostrador como abatidas por francotirador. Sí, treinta y tres pesetas me aguardaban los domingos y hacía piña con mis hermanos a eso de las once de la mañana, esperando como polluelos en nido a que mi madre apareciese con el monedero en ristre, que era para mí como un furgón del Banco de España, pues sabía que allí había billetes de todos los colores con cifras mareantes. Luego, camino de misa venía la especulación, el devanarse los sesos sobre la mejor forma en que podía gastarme el botín. A veces se me hacía poquísimo para todo lo que se me antojaba; otras, en cambio, me daba por pensar que mejor era ahorrar algo para comprar algún juguetillo de empaque. “Si junto dos capitanas tendré un general”, que así llamaba a la moneda de cincuenta, tan gruesa ella, tan preñada de valor, tan hipnótica. Y con cincuenta pesetas me podía comprar incluso un click de Famobil. Pero generalmente me podía el ansia. Y así, a eso de las doce del mediodía, salía de un templo y me iba corriendo al otro, donde un sacerdote algo más mundano satisfacía sin rechistar si no todos mis apetitos infantiles sí, al menos, los más acuciantes. Y con eso, la tranquilidad del hogar y buenos alimentos de todo orden se iba tejiendo mi feliz infancia. Bendita niñez.

Óscar Martín
Grupo A


Mi primer día de escuela

Mi madre me llevo a la escuela en mi primer día, entonces yo tenía 4 años de edad, iba muy contento e ilusionado por las cosas que me habían contado.
Al llegar nos recibió la maestra. La vi y me negué a entrar. Por más que mi madre lo intentó y la maestra me habló, no hubo manera de convencerme. Me negué a entrar y no entré.
Volvimos a casa, y en el trayecto le dije a mi madre que me sentía engañado; me había presentado días antes a una chica joven y guapa que estudiaba magisterio, y yo me había hecho a la idea de que la maestra, mi maestra, iba a ser una mujer joven y guapa. Al llegar a la escuela y encontrar a la que me recibió que era vieja y fea no pude entrar, no pude, no hubo ningún argumento capaz de convencerme de que entrara.
Al día siguiente fue mi padre el que me acompañó. Al llegar a la escuela yo me volví a negar a entrar, entonces mi padre me convenció rápidamente, pues me sacudió unos azotes en el culo y con este argumento lo entendí a la primera.
A partir de ese día la maestra me pareció un encanto de persona como lo era en realidad.

José Luis Fonseca
Grupo A


Cuando vayas a las higueras

Cuando vayas a las higueras primero notarás el olor a tierra, olor a malpaís. La tierra huele a malpaís porque el malpaís es la tierra arrancada de lo más profundo del centro de todo. Es la tierra primera, tierra sobre lo que se fundó el mundo. Cuando llegues a las higueras te bajarás del coche y solo verás negrura infinita, roca de volcán. La roca negra se extiende hacia el mar azul allá lejos, sube por la falda del gigante hasta desaparecer por su cono y, si insistes, se vuelve cielo. Cuando vayas abrígate porque irás por la tarde: el sol se relaja y aflora el viento. El viento de las higueras no es como cualquier viento, es viento de volcán: feroz, constante, rítmico, inagotable. Caminarás alejándote del coche y entenderás que solo él te protegía del gigante natural: del paisaje volcán. Frente a tu indefenso caminar el viento aprovechará para declararle la guerra a tu cuerpo, te inundará la cara y te zarandeará bum bum no se detendrá hasta que tú también explotes.

No vayas a las higueras sin mi madre, ella conoce los secretos. El volcán la vio crecer, ablanda su furia. Ella te prestará un pañuelo de flores, fíjate cómo se lo pone, enrollándoselo en torno a la cabeza, con el pelo negro cayendo sobre los hombros, dejando como juguete al viento. Es cierto que en las higueras tu pelo puede ser de otro color, pero es mejor que sea negro azabache, qué digo, negro malpaís; cuestión de mímesis con el paisaje. Pero escúchame: las orejas. Con el pañuelo de flores mi madre, mi abuela mi bisabuela, se tapan las orejas. Es la forma, mejor forma, forma histórica, de evitar que el viento entre por una de ellas, oreja derecha si miras al volcán, oreja izquierda si le das la espalda, y que se filtre por tu oído retumbándote, retronándote la cabeza antes de salir e irse volando. Si no tuvieses ese pañuelo que te va a dar mi madre cuando vayas con ella a las higueras te volverías loca en tan solo una tarde. No te darías cuenta pero tus pensamientos se volverían viento. Un simple pañuelo, lo sé, instrumento para la conservación de la cordura.

Rosalía Pérez
Grupo B


Mi tío

¿Te imaginas que tuviéramos que contar nosotros (los que no hemos llegado aún a los ocho años me refiero) un relato de mayores? Bueno, pues ya me dirás por qué los mayores van a tener que contar de nosotros; lo más fácil es que les salga un churro. Bueno, pues dice mi tío que eso es lo que le han pedido en el taller de escritura, que escriban de la infancia. Y que le eche una mano yo, a ver si le queda apañadito. Supongo se refiere a que no tiene que notarse que él no sabe de la cosa; o sea, que lo sabía de niño pero se le ha olvidado. Para mí que nosotros con el tiempo vamos aprendiendo y los mayores desaprenden.
Desaprenden, pero según qué cosas. Por ejemplo la ortografía no, en eso se esfuerzan, se ve que les costó metérsela en la mollera y claro, la cuidan. Mi tío con la ortografía se pone de un pesao que no veas; dice que benir tiene que ponerse con uve siempre; como acer tiene que ir con hache. Pero no dejan de ser tonterías, porque también decía que vaca con uve y luego resulta que cuando a él le parece lo pone con be y no pasa nada.
Pues eso que decía, que a ver cómo me las apaño para echarle una mano a mi tío, que yo lo quiero mucho, se porta fenómeno conmigo, sobre todo cuando bienen Reyes. Se debe creer que a los siete años todavía nos chupamos el dedo; pero bueno, renta más no desengañarlo. Le contaré, estoy pensando, todo lo que yo sé y él que escoja lo más potavle. A lo mejor potavle es con be de burro, vete a saber.
Lo que sí le voy a pedir a mi tío es que luego me deje leer en el blog, cuando lo habra (o abra) él, que se lo mira todos los días. Más que nada lo digo por ver como vienen (¿ves?, me acordé: con uve) del rollo ese de la ortografía los textos. Si no tienen faltas es que no se los han revisado los sobrinos.
Yo de mayor quiero seguir siendo niño.

Pascual Martín
Grupo B


Infancia

La casa tenía un patio y un corral con gallinas, ahí pasábamos mucho tiempo jugando.
Emilio era callado, serio, responsable, fui una afortunada de tenerlo como hermano pequeño.
Recuerdo que siendo chiquitos nos acostaban con mi padre para que no incordiaramos, mientras mi hermana Blanqui limpiaba. Ella cantaba muy bien la copla.
Otas veces nos preguntaba sobre matemáticas. Me ganaba siempre, era muy raudo en contestar, ahora también. En geografia le ganaba yo.
Siendo chiquitos los Reyes Magos nos trajeron un tren eléctrico, no llegamos a verlo funcionar, los hermanos mayores estuvieron jugando toda la noche
Emilo quería una gabardina que no le compraban. Parece que lo estoy viendo en un día de tormenta en medio del patio, empapándose. Únicamente entró en casa cuando oyó a su padre decir que se la compraran.
Llegó la televisión, en pocas casa las tenian, pero si en los bares, Emilio pasaba horas viendola en primera fila. Aquí viene lo bueno: se le pusieron los ojos malos. Mi madre me mandó que fuera al oftalmólogo, entró y le dijo al médico:
-Mire, mi hermano tenia un ojo ayer y hoy el otro, contestación, n
-No sabia yo que un día se tiene un ojo y otro dia otro, fue la contestación. Qué verguenza pasé. Que pronto nos hacian responsables y que poca importancia les daban a las enfermedades.
Los recuerdos que más nos marcó a todos.
En invierno nos sentábamos alrededor de una camilla, al calor del brasero de cisco. Mi padre nos leía un libro de humanidades de Edmundo Amoceis Corazón, a Gabriel Galán, a Campoamor. Él lloraba de emoción y nos hacia llorar a nosotros.
Mientras tanto la mujeres zurcíamos los calcetines.
En fin quedañ muchos recuerdos
Continuará...

Josefa Redondo
Grupo A


El Vidal

Mamá se secó las manos en el rodillo (paño de cocina) y sin más explicaciones le soltó a Ali:

- Cuando comience la escuela, te llevo por las orejas a la de Celia, (la del Farruco no, la otra). Celia recogía a los niños chicos, durante las mañanas, en la Escuela de los Cagones.

Ali comenzó a gimotear y yo a reírme y llamarlo muñeca de porcelana. Había oído al Jacinto llamar así a su hermano pequeño, quien se enrabietaba, pataleaba y le lanzaba la primera piedra que encontrara. Ali dejó de llorar pero, cuando mamá se dio la vuelta, me sacudió un sonoro vardascazo con la vara de mimbre que acababa de cortar en la Peña El Cuervo. Mamá se giró, levantó la mano, y, sin preguntar nada, me señaló y dijo:

- Y tú también.

Protesté, porque yo no le había pegado al Narci, ni roto la claraboya del señor Mariano, como él. Ni siquiera tenía tirachinas. Papá me lo había quitado cuando Laureano Calzones le chivó que apostaba con el Vidal a ver quien atinaba mejor a las bombillas del pueblo.

Yo no quería ir a escuela, aunque Epaminondas dijera que jugaban en clase. Mi héroe era el Vidal. Las muchachas lo llamaba El Bruto, porque con la honda de tirar a las vacas, lo mismo mataba abubillas que rompía cristales de las ventanas de D. Fede, el cura, o de la Tarambaina. No anhelaba ser como él; deseaba ser él y pasar el día cuidando vacas y ovejas con su padre y así localizar nidos, poner lazos a los conejos en las gateras de las paredes, o cortarles la cola a las lagartijas, para luego alimentar a los pollos de aguilucho que criaba en una caja agujereada de cartón.

Mamá se mostró inflexible. Lloré un buen rato, sorbiéndome los mocos. Ali me sacaba la lengua y simulaba pedorretas. Cuando mamá desapareció, le di una patada en la barriga y sus chillidos no se diferenciaban de los de la niña chica de la señora Matilde, que despertaba a medio pueblo por la noche. El muy chivato corrió a contárselo a papá. Papá debía estar enfadado porque se había muerto el cordero negro de la oveja Barrosa. Nos miró con la superioridad de un padre y, sin levantar la voz, nos prohibió resbalarnos por la Peña Gorda hasta el sábado. Por el modo en que lo dijo, debían de ser muchos días.

El uno de mayo, mamá nos puso un delantal a rayas, guardó en el cabás una pizarra y un pizarrín para cada uno, nos cogió de la mano y nos llevó a los soportales viejos de la plaza grande, donde estaba la escuela.

Celia era muy guapa. Yo me la pedí de novia, pero Ali me dijo que ni se me ocurriera o Fabi me daría tal paliza que se me olvidaría hablar, porque Celia era su mamá. Renuncié. Mejor con Noe, la hermana de Tinín, que también iba a escuela y era más guapa. Además, un día que nos encontramos en la panadería, me puso ojitos.

Cuando llegamos, ya estaban allí la Tarambaina, Feli, Loren, Magda la del Gabriel, y Luci La Demonia. De muchachos: Canito, Gonza, el Narci, Epaminondas y el Riñones. Aún no habían llegado ni Isidoro ni Tinín. En el pueblo había más niños y más niñas, pero no los conocéis.

Celia hacía las clases divertidas. Trazaba palotes y garabatos con tizas de colores en un pizarrón clavado por José El Murciélago en una de las paredes. Nos mandaba dibujarlos en nuestras pizarras y juntos repetir: AAAAA, muy larga y cantada. Más adelante EEEEE y así las demás vocales. Todo lo complicó cuando comenzó a juntar letras. Aquello era un desbarajuste; no atinábamos una. Al llegar a LA J CON LA A, unos decía CU, otros BI, otros GA ….

Un día, Canito y yo no nos portamos mal y nos premió con una gominola de menta y un chicle de fresa a cada uno. Tomasorro me quitó el chicle de menta. Se lo dije a Ali quien, a la llamada de la sangre, cerró el puño, se lo puso debajo de la barbilla y no vi si Tomasorro bajó la cabeza de golpe o Ali subió rápido el puño, pero Tomasorro se derrumbó como un costal de trigo.

El Vidal llegó a la escuela casi un mes después que nosotros. Se presentó solo, durante la clase de números, mientras voceábamos: uno y uno, dos; dos y dos cuatro; tres y tres, seis….. Llevaba roto el pantalón en el culo y las uñas negras. Malacara y Tomasorro se rieron de él. Celia lo tomó en brazos y le dio un achuchón fuerte. Luego lo sentó junto a Epaminondas.

El Vidal no necesitaba de nadie que lo defendiera. Para que todos se enteraran, en el recreo, sacó la honda del morral en que guardaba el pizarrín y apuntó a la bombilla del cebonero de la señora Balbina. Se oyó plufff y cristales chocando contra las piedras del suelo. A todos se les dibujó un gesto de admiración y el silencio se apoderó de la plaza, como si hubiera hecho aparición el Señor Jonás, con su fusil de madera y el tricornio de guardia civil.

Tengo muchos recuerdos de esta etapa, pero no podría aclarar cuales fueron reales o imaginarios. Asun dice que mis recuerdos y yo somos pura fantasía. ¡Mentira!, es mi realidad, a veces imaginaria. Salto de una a otra y de otra a una. Es divertido. Juego con ellas y ellas conmigo. Y cuando las arideces de la vida me maltratan, busco allí el sosiego que me niega éste mundo asqueroso y estropeado.

Evaristo Hernández
Grupo B


Recuerdos de mi infancia

El 10 de enero de 1940, las murallas de Ávila oyeron el llanto de una niña, yo. MI madre me ha dicho que era tan pequeña como una muñeca de perra chica, tengo la prueba de que no exageraba: mi traje de cristianar, como se decía entonces, y también que había nacido de pie. Cuando luego he oído que “nacer de pie”, se dice de alguien que tiene mucha suerte, me he sonreído, sí, suerte por vivir, por haber tenido una niñez feliz, intensa.
¡Bueno¡ pues me voy a poner a escarbar, no sé por dónde empezar, son tantos. Voy a contar algo que cuando lo recuerdo me sorprende siempre, es casi increíble, lo he querido borrar, pero es real, así que hoy lo cuento.
Veo a una “Inesita” vivaracha, juguetona decían que muy lista, era la niña de mis vecinas, recuerdo sobre todo a Ciriaca, por ella tengo esta vivencia, que como digo no he podido borrar. Cada día iba a su casa y me decía, “enséñame la lengua, para ver qué letras tienes hoy”, yo no lo entendía, sacaba mi lengua y, ella observaba, veía letras , “eso quiere decir algo”, decía, y me hablaba de poderes, yo la escuchaba, me gustaba oírla. Luego me iba a mi casa, me miraba en el espejo y, es verdad que en la lengua veía unos cercos blancos. Mi madre me decía “boberías”, cosas de Ciriaca, pero me miraba la lengua. ¿Quién no ha tenido premociones?, yo sí, bastantes, y la memoria se va a esas letras, me sonrío. Este es uno de los recuerdos de mi niñez.
Y está mi calle, era el lugar donde jugábamos chicos y chicas, ¡qué felicidad! y el jardín de mi casa donde me puse en contacto con rosales y lilos, me ponía triste que las lilas durasen tan poco, pero su perfume aún perdura en mí, donde empecé a mirar las estrellas, donde tuve mi primer columpio, donde empecé a fantasear, allí empezaría a soñar con mi príncipe azul, que sí encontré.
¿Más recuerdos?, mis tirabuzones, no sé si sería por mi pelo o la habilidad de mi madre para hacerlos, que llamaban la atención, pero…aquí empezó un pero en mi vida, se enredaban tanto, que lloraba cuando me los desenredaba, entonces ella, ¡cómo lo recuerdo!, me hablaba de los Reyes Magos, de los regalos que me traerían, si no lloraba, y yo soñaba con muñecas, cocinitas, peladillas, la verdad es que siempre se portaron bien. Cuando hice la Comunión me cortaron los tirabuzones y no he vuelto a tener el pelo largo, se quedó ahí algo de mi niñez.
Y al recordar mi niñez y, recrearme en ella, no puedo olvidar mi libro de poesías, cuando no sabía lo que significa “malaquita”, “tisú”, Rubén Darío, me enseñó el ritmo, la musicalidad del poema y, me fui con la princesa a buscar la estrella.
Y esa niñez que viví, fue el cimiento de la larga carrera que llevo recorrida.
Como contrapunto a mi niñez, voy a reflejar aquí cómo me veo en mi momento, lo copio del libro que estoy leyendo "…Conservan la belleza de esas ancianas que a pesar de las arrugas, mantienen la elegancia de cultivar lo que fueron.” 

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Recuerdos de la infancia

Mi infancia es un coctel de sensaciones, olores y sabores, que crean una atmosfera propicia para un placido duermevela, sin necesidad de siesta.

En ese duermevela me observó saltando de una cama de sabanas rosas bordadas por mi madre, con margarita blancas y amarillas. Me levanto aspirando el olor a café portugués recién hecho – molido la noche anterior en el molinillo de hierro esmaltado de rojo con algún que otro “coscorrón “ – puedo ver la cafetera plateada “burbujeando” sobre la cocina de leña y carbón instalada en una habitación grande – éramos familia numerosa – con una ventana también grande con vistas a las montañas , y entonces vuelvo a paladear con placer el café con leche – de las vacas del “seños Elías” , que cada atardecer con nuestra propia lechera íbamos a comprar – y tostadas - hechas con el pan horneado en la tahona del “ señor Isidro”- hechas con el aceite procedente de los olivos de la familia , árboles que conocían a mis antepasados mejor que yo misma .

Vuelvo a oler el jazmín que florecía todo el año (¡me parecía un milagro… ¡nada sabia entonces de microclimas mediterráneos en plena meseta central) plantado a la entrada de la puerta principal de la casa familiar, y a saborear con deleite -jugando en el atrio de la Iglesia a policías y ladrones- el bocadillo de chorizo de las meriendas en tiempos de matanza .Puedo sentir en mis manos el calorcito reconfortante de las castañas asadas recolectadas “ espulgando los erizos “ que nos ofrecían aquellos árboles que , como a Don Quijote con los molinos , se me antojaban gigantes buenos que nos daban su fruto solo a cambio de algún que otro arañazo , y sobre todo vuelvo a escuchar las palabras sabias del maestro del pueblo, mi PADRE , vuelvo a sentir su mano protectora sobre mi frente , y me envuelvo en la armonía que generaba y trasmitía mi MADRE , que pintaba cuadros hermosos y dibujó nuestras vidas con brillantes colores .

¡Si, mi infancia fue feliz, muy feliz, pero entonces yo no lo sabía!

M.ª. Victoria G.L.
Grupo B


Desde Ella hasta ELLA

Ella. Esa chica... A estas alturas ya no es esa chica, es esa mujer. Siempre ha habido una "ella". Es inevitable. No lo puedes negar. Aquella chica rubia de los ojos azules que en segundo de EGB adorabas en silencio. Pensabas en lo maravilloso que sería que te diese un beso. No un beso de esos que le daba Harrison Ford a Carrie Fischer, aunque tú los conocías como Han Solo y princesa Leia. No. Era un beso como los que te daba todo el mundo. Porque a los siete años menos el taxista o el quiosquero (bueno el Sr. Amable no se sabe, que es muy buena gente) te besa todo el mundo. Por cualquier cosa. Pero tú piensas que ese beso en la mejilla de aquella chica sería maravilloso. Te gusta acercarte a ella y sus amigas en el patio del colegio. Ella no te mira y no te habla. Tú a ella le miras, de forma discreta. Lo más discreto que se puede ser a esa edad. Hablarle... Eso sería toda una temeridad.

Sigues, puede que otras chicas te parezcan guapas pero ella es la más guapa. Llegas a quinto de EGB. Un día en una excursión se lo dices a tu amigo de turno, porque tú cambias de amigos como de camisa (o ellos se cansan de ti, probablemente) y ya esta liada. Se entera toda la clase en menos de cinco minutos. En el autobús ya estamos con"en la puerta del colegio, egio, hay un charco y no ha llovido, son las lagrimas de... porque... no ha venido" Ya te vacilaban porque eras el bajito de la clase y el primero en tener gafas. Y ahora esto. Pero para ella era peor. Porque tu no eras el chico alto y que sacaba buenas notas. Sacabas buenas notas, pero nada más. Corría un fundado rumor de que te habías leído la Espasa Calpe (¡ ciento y pico tomos!) ). Más bien leías la serie roja del barco de vapor y los libros de gran angular que eran mucho para la mayoría. Querías ser Bastián en la historia interminable. Pero no tenías Emperatriz Infantil.

Seguía la historia. Al año siguiente sigue el cachondeo . Bueno, podía haber sido peor. Se podía haber sabido en segundo en vez de en quinto. Ahora esta en sexto. como se te ocurren locuras (estas algo chalado, reconócelo) vas y le compras un anillo. Ella lo rechaza... Pero vamos ya se lió.

Y luego resulta que eras el subdelegado y apuntabas los datos para el censo del consejo escolar (consigues quedar cuarto y primer suplente, al año siguiente pasas, pero esa es el principio de otra historia y merece ser contada en otra ocasión) junto al delegado. como él era el repetidor y tenías q mantener su reputación de "maleante" y tú no te quedabas atrás (así te ganas las ost... que te daban) cogéis y hacéis una lista. LA LISTA. La mágica lista con los teléfonos de todas las chicas de la clase. Y se armó. Se armó porque todos los chicos se pasaron dos semanas llamando a las casas de las chicas y haciendo el panoli.

Eso no ayuda mucho. Porque ya eras un payaso para ella. Bueno EL payaso. Y nada, todo Díos metiéndose contigo, y con ella, que como lo tenía que estar pasando la pobre. A esas alturas lo del beso en la mejilla ya había pasado a un segundo plano. Ahora querías burgués king (el mc donalds quedaba para las ciudades guays por aquella época) y cine. Lo llevabas claro.

Cambiáis de aula por obras. Y la tutora, profesora de inglés, naturales y matemáticas, como se sabe el culebrón y está de "tu parte" te sienta con ella aprovechando que el día que se reparten los sitios ella no está. Madre mía. Dices SÏII . Menudo cabreo el de "ella".

Un día pasa algo extraño. La naturaleza parece que va más deprisa para los niños que para las niñas. "Ella" se pone a llorar y se va al servicio. Con una compañera claro, las costumbres comienzan por entonces. Evidentemente nadie se da cuenta de lo que pasa. Pero tú crees que lo sabes. Ella era la más desarrollada de todas. Así que... El despertar de una mujer. Tú no entiendes de eso así que te callas.

Y bueno, doce años. Te empiezan a preocupar otras cosas. Tu abuelo muere. Inevitable, no es el primer abuelo de tu clase q se muere. Pero claro es el tuyo, y encima tiene (o tenía) demencia senil. Y va y al pobre le da por escribir una nota en uno de sus momentos de lucidez (q duro tiene q ser eso) y va y a volar... Te dicen q se mareo. No eres tonto. Y lo sabes. Un tal Induráin empieza a despuntar en el Tour. Sigues viendo con tu padre el fútbol, sobre todo el europeo de su equipo. Tú recuerdas poco. Lo del fuera de juego lo ves complicado. ¿Y por q levanta el árbitro el brazo unas veces y otras no? Tú llevas las aceitunas y la tónica tu padre q para eso estas. Pero te va enganchando. Y llega el día. Tu padre dice q ese es el partido más importante de la historia de su equipo. Bueno, a ver q pasa. El partido muy largo. Ni un gol. Ahora juegan más todavía. Parece q te deberías ir a la cama. Pero nadie dice nada. Y llega el momento que te marcaría para siempre futbolísticamente hablando. El árbitro pita algo cerca del área del otro equipo, que era italiano y de Génova te parece, done Marco Polo y de Marco. Esta vez no ha levantado el brazo. Hay un tío larguirucho y mal afeitado, parece joven. Y un rubio muy rubio. Y tiran. Y meten gol. Y tu padre empieza a pegarle golpes a la mesa. GOOOOOOOL Y tú... GOOOOL. Y en ese momento empieza una cosa: tu amor no al fútbol, tu amor al Barça. En tu clase eran todos del Madrid. Tú vas y te tiras el pisto en clase. No tienes ni idea pero con saber que el del gol era un tal Koeman, holandés, y el Barça había ganado la Copa de Europa te valía. Tenías doce años. Dos desde la comunión.

Pero ese jueves Ella sigue en clase. Y sigue. Estás en séptimo. Al final acabas harto del vacile y de los menosprecios de Ella. Hay más chicas. Y descubres que te gusta media clase. Y empiezas a mirar culos. Pero culos ya habías visto. Pero había algo nuevo. ¡A las chicas le crecían tetas! Díoooooooooooooooooooos En octavo te chocas con la chica con las tetas más grandes de clase mientras corres huyendo de un compañero al q le habrás hecho algo. ¡Qué blanditas! Ella se pone roja. Tú también. Ahora el cine y el McDonalds son una bobada... En el campamento de verano ya te habías enamorado de otra chica y te habías olvidado de Ella. Bueno, la recordabas como una creída. Pero bueno, la del campamento, que os tenía a todos loquitos se "lía" con el duro y ligón de turno. Pero, ¡no pasa de ti! De hecho te escribirás con ella mucho tiempo. Aún guardas con cariño la foto que te dió, junto a la de tu primera novia.

Y adiós al colegio. Ella va al mismo instituto pero no sabes ni a qué clase ni te importa. Ahora te gusta otra. Y esta te hace caso. Te llama "Peque" como casi todas las chicas. Pasas el metro y medio por los pelos y encima te han salido granos (y lo que te queda)Pero es un encanto. No piensas en sexo, todavía. Y consigues sentarte detrás de ellas en algunas clases. En los exámenes tipo Tes. de Ciencias le dices las respuestas, bueno a ella y a unos cuantos más.

Otro curso, otra chica. Esta también te hace caso. Bastante. Piensas q nunca has estado enamorado y q esa es la primera vez. No sabes como decírselo. Un amigo lo sabe pero no dice nada. Ahora ya no eres el rarillo de la clase. Aunque has crecido hasta poco más de los ciento sesenta centímetros y tienes más granos que el año pasado eres el que mejores notas sacas. Y eso hace mucho. A esa edad las chicas-mujeres empiezan a valorar la inteligencia. Tú, aparentemente lo eres, o eso dicen. Va llegando el final de curso. n. Le escribes una carta. No de amor. Pero si íntima, para lo que es íntimo en esa edad. Te dice q tenéis que quedar un día para tomar un café. SIIII Tú no te lo crees. Ella había sido testigo de tu primer borrachera. Poco más un litro de sidra y tu habitual ausencia del ridículo hacen qur acabes cantando canciones que es mejor no recordar y diciendo tonterías. Y te había visto hacer eso y decía q teníais que tomar un café.

Pero te fuiste a otra ciudad. A un pueblo tal vez. No la olvidabas. Te empezó a gustar otra. La delegada. A ti te eligieron subdelegado. Bueno, nunca eras delegado pero ahí estabas. Pero no la olvidabas. Quedáis un par de veces. Viene una amiga suya. La cual, por cierto, se confirma contigo al año siguiente. Y un día quedáis en veros a solas. A las siete en un bar de litros con unas patatas bravas... Llegas siete minutos tarde. Esperas. Te parecen días los segundos, y edades los minutos. Y veinte. Te vas. Huyes. Nunca sabrás si ella llegó antes. O después.

Vuelves a tu ciudad. Sigues colado por ella. Y ella debe saberlo. Vas a verla en los recreos. Haces amigos nuevos, gracias a un amigo q conociste en primero. Y nada. Has perdido tu timidez. Ya no eres el niño q tenía siete años. Pero no te atreves.

Se acerca fin de curso. Tú ya no eres el de las buenas notas. Tampoco te preocupa. La carrera que tienes que hacer es tan chunga q no la coge ni el tato. Te metes en mil cosas. Te atreves con todo. Con chavales en un voluntariado. Y con padres y entrenadores / delegados en campos de fútbol. Te llaman Ronaldo. El Barça iba de capa caída pero este tío es un crack. Copa y Recopa. Pero vamos, te llaman Ronaldo porque eres el que peor juega de la residencia donde estas. Más tarde volverás a vivir a casa, pero esta vez solo. Pues eso, q llega fin de curso.

Es 19 de abril. Tus amigos y tú os ponéis relativamente guapos. Uno esta tan animado que quiere poner sus cintas en la fiesta. Llueve. Empieza la fiesta. Baile lento. Uy, chungo. Tu compañero de pupitre te anima pero te cortas y al final baila él con ella. Que envidia. Bueno, el momento. Nunca te has atrevido. Pero es que nunca has sentido eso por nadie. Y piensas que sólo lo sentirás por ELLA. Sí, con mayúsculas. Es ELLA.

Le dices "¿podemos salir fuera un momento?" .ELLA parece que no entiende nada. Sigue lloviendo. El director en la puerta. Tú no sabes qué decir. Y le dices que desde hace mucho tiempo te gusta. Y qué sí quiere salir contigo. La pregunta es absurda y lo sabes. Has sabido siempre la respuesta. La has temido siempre. Y es un no. No es un no hiriente. ELLA es así. Díos mío. Es que es perfecta. Lo único malo es que no sale contigo. Te dice que no es por ti, que es que acaba de dejarlo con otro chico. Bueno, no quieres explicaciones. Sientes que el suelo se derrumba a tus pies. Si llovía fuera ahora llueve dentro.

Se acaba la fiesta. Bueno, se acaban muchas cosas. Ya no tendrás que pensar "cuando me atreveré". Ya te has atrevido. No ha pasado nada. Estás vivo. Estas vivo pero te vas con uno de tus nuevos amigos al portal de tu casa a comerte el tarro. Bueno, el está también en un mar de dudas. Los encoñamientos a esa edad son muy malos.

Acaba el instituto. Hay un periódico gratis para universitarios. Con una sección curiosa. La gente se manda mensajes. De todo tipo. Y tú le mandas uno a ELLA. Ya ni te acuerdas como era. ¿Decía algo de su pelo? ¿De su silueta? Fuiste muy explicito con el destinatario y se entero toda su clase. La firma era una fecha. Cómo no. 19 de Abril.

Vendrán más chicas detrás. Tú primer beso, tú primera novia, tus romances.. Ya eres "mayor". Pero sigues siendo un irresponsable. Lo sabes y te da igual. Te siguen gustando todas. Tú eres el típico que va diciendo burradas a las tías para vergüenza de esos amigos que conociste en COU y que ahora se han convertido en "tus amigos de toda la vida".

Y ahí queda todo. ELLA, la chica por la que tanto suspiraste en esa época difícil y a la vez maravillosa que es el instituto. Ya ni te acuerdas. Bueno, alguna vez. Realmente siempre recordaras a las chicas que te gustaron en algún momento de tu vida. La mayoría nunca lo supieron ni lo sabrán. Otras lo supieron pero no te atreviste a preguntar. Y saliste con aquellas que creyeron en ti y tú en ellas. Ahora estas solo y esperas a esa persona especial con la que compartir el champú, tus ilusiones,tus amaneceres... En definitiva, tu vida.

Javi Martín
Grupo A


Recuerdos

Mi infancia son recuerdos 
de juegos con amigos, 
en la calle del olvido. 

 Mi infancia son recuerdos 
de aromas marchitos y perdidos, 
a lo largo del camino. 

 Mi infancia son recuerdos 
del beso de mi madre 
a la puerta del colegio 
y de lágrimas furtivas, 
guardadas en el pañuelo. 

Mi infancia son recuerdos 
de risas en un trillo 
respirando el aroma, 
del heno y del trigo. 

Mi infancia son recuerdos 
de un niño dormido que 
despierta de su sueño,
y se enfrenta a su destino. 

Mi infancia son recuerdos 
del amor que he conocido 
de mis padres, hermanos, 
abuelos, primos y amigos. 

Mi infancia son recuerdos 
de todo lo aprendido 
de amores, miedos, 
progresos y principios. 

Mi infancia son recuerdos 
de una cuna mecida por el viento 
mientras unas amorosas manos, 
tejían hermosos sueños. 

Mi infancia son recuerdos 
de un adorado padre 
que cansado del trabajo, 
jugaba un rato conmigo. 

Mi infancia son recuerdos 
de un largo llanto, 
reclamando cariño. 

Mi infancia son recuerdos 
de un corazón latiendo 
al compás de unos besos que 
inundaban de alegría, 
mi cuerpo, tan pequeño.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Poco antes de perder el Paraíso

Recuerdo que había ido con mi hermana Dori a casa de Aniceto, para recoger hojas de morera. No se quien, nos había regalado unas huevas del gusano de la seda, que habían nacido y tenían que comer.
El moral, con un grueso tronco y un montón de hojas que tenían la forma de una gran pera, parecía muy gateable. Me ofrecí a encaramarme a él, para poder escoger las mejores que tuviera, pero cuando ya estaba arriba y tras pasarle a mi hermana, una gran cantidad de ellas, lo que realmente yo quería era conocer, recorrer, jugar con el árbol.
Me puse a construir, por no sé cuánto tiempo, una casa entre sus ramas, afanándome en recoger todos los restos del terrible naufragio que me llevó a aquella isla. Conseguí a duras penas, repeler un ataque pirata que acabó cuando la voz de Aniceto me advirtió que tuviera cuidado, y que sería mejor que me bajara.
Desde mi atalaya, pude ver cómo él mantenía a raya, con una manguera, a un ejército de tomates y pimientos, parapetado tras un árbol de membrillo. En vista de que los piratas habían huido, llamé con mi más ensayado grito de Tarzán a Chita , (lo que sorprendió a Dori y a Aniceto y me valió la segunda advertencia de este) y al instante Chita apareció acompañada de varios elefantes. Ambos, volando por la selva colgados de las lianas( seguidos desde tierra por los elefantes), recorrimos una gran distancia para llegar al río y poder salvar a Manoli de las fauces de un cocodrilo, con el que tuve que luchar a muerte.
Reanimé a Manoli con un beso y junto con Chita, nos montamos sobre los elefantes y volvimos al refugio de la casa del árbol. Cuando estaba dudando si montar una tienda sioux o hacer que el árbol fuera un cohete contra los platillos volantes, Manoli me tomó de la mano y me llevó a contemplar las estrellas.
Manoli, me provocaba una inquietud desconocida hasta entonces, que empezó a apoderarse de mí con tan solo acordarme de ella.
Recordé que seguramente esta nueva forma de percibirla tenía que ver (y bastante), con el pecado mortal del que nos había advertido el párroco, don Miguel, en la catequesis de la primera comunión. De repente me vi expulsado del Paraíso, como les pasó a nuestros primeros padres, y empecé a temer el momento en que me tendría que confesar con él
Entonces, oí en la lejanía, los gritos de mi hermana para que bajara del árbol y a Aniceto, amenazándome con un par de manguerazos, si no lo hacía al instante.
Cuando estamos volviendo a casa, me veo como un lobo de mar, completamente empapado, que habiendo sobrevivido al temporal y al cañoneo del bajel de Aniceto, por fin diviso las costas de mi patria. Allí me esperan mis padres, la pandilla y los compañeros del colegio que me aclaman
Por un instante, vuelve la imagen de don Miguel lanzándome rayos por los ojos desde el confesionario, pero acaricio el collar de flores exóticas que Manoli colgó de mi cuello al llegar a puerto. La visión del encuentro con don Miguel comienza a esfumarse en el horizonte.

Carlos García Riesco
Grupo A


Mi infancia

Algunas pinceladas.
Algunas.
Pocas.
Olor a barro mojado en el cuchitril de Cristino. Cristino hace botijos y pucheros con el cigarrillo enquistado entre los labios. Y apagado. Lo moja más cada vez que intenta dar una chupada.
El aro de hierro dando tumbos por las calles ahítas de baches y torrenteras y cristales y puntas oxidadas.
Terraplén próximo a las vías del ferrocarril . Vagones de mercancías aparcados en el limbo. Caerse al vacío lleno de piedras.
Cuidado.
‘Puerta de los Carros’. Verjas con pinchos en forma de lanza.
Cuidado.
Accidente sin mucho sentido pero muy aparatoso y crucial.
Get on your knees . Los Canarios y Teddy Bautista.
Olvido .
Más olvido , porfa .

Ismael Marcos
Grupo B


Se armó el Belén

Todos los años, hacia el quince de Diciembre, se sacaban las cajas del trastero y se ponía la decoración navideña. Las bolas de colores, el espumillón, las velas, las cintas, los tarjetones que iban llegando a casa y por supuesto se empezaba a montar el Belén. Poco a poco iban colocándose los diversos elementos, entre los que no faltaban un rio hecho de papel de plata, las praderas de musgo, las montañas y las casas de corcho, la nieve de harina, las figuritas de barro,… no existía el plástico. Había algunos detalles que hacían las delicias del más pequeño de la casa, un mocoso que no hacía mucho había comenzado a caminar. Le gustaban especialmente el pescador que, no sabía como, sacaba del río un pez permanentemente colgado de la caña. También le gustaban los soldados en lo alto de la montaña, vigilando el castillo de Herodes, los animales: ovejas, gallinas, ocas y alguna que otra vaca, que estaban distribuidos por prados y establos. Pero a los que prestaba mayor atención eran los majestuosos Reyes Magos, que a lomos de sus camellos aparecían en la parte más alejada del Portal.

Aquel año, después de colocar las pequeñas bombillas de colores que, conectadas por un largo cablere corrían toda la instalación, iluminando de noche el rincón de la casa convertido en un recuerdo de algo muy lejano que sucedió alguna vez, el pequeño oyó decir a su hermano mayor

- Madre, ¡ya está montado el Belén!

El hermano pequeño era todo ojos contemplando los detalles de ese universo que se recreaba cada año en el extremo de la casa. Ardía en deseos de intervenir, de colocar alguna pieza o poner algo nuevo en el Belén. ¡Él tenía que hacer su pequeña aportación!. Pasó un par de días pensándolo, hasta que encontró algo suyo propio, original y que podía ser una gran contribución, ¡el león de su juego de animales!. Daba igual que el tamaño fuera desproporcionado en relación con el resto de las figuras, poco importaba que no fuera de barro, ni sabía si existían leones en Judea cuando nació el Niño Jesús. Para que no le dijeran nada, decidió colocar su león en una gruta escondida en lo más alto de la montaña del castillo, a la hora de la siesta, aprovechando que el resto de la familia estaba durmiendo o distraída en diversos afanes. Con mucho cuidado colocó una silla, se subió encima de la larga mesa donde estaba montado el Belén e intentó colocar el león dentro de la gruta. Pero había calculado mal, el león era bastante más grande que el hueco disponible. Con este contratiempo empezaron a entrarle los nervios y decidió cambiar rápidamente el león por una cabra, de bastante menor tamaño y de la que también disponía en su colección de animales. Con la precipitación propia de su edad se bajó como un rayo de la mesa a la silla y salió corriendo a buscar la cabra. No se percató de que una de las patas del león se había enganchado en el cable que recorría todo el Belén. Con un gran estrépito casi todo se cayó al suelo, la mayor parte de las figuras de barro se rompieron o sufrieron desperfectos irreparables, los edificios de corcho se rompieron y todos los elementos restantes se mezclaron de mala manera. Toda la familia se asustó, pensando en una gran desgracia (como así podría ser considerada), acudiendo al fondo de la casa a comprobar qué había pasado. Todos salieron de dudas cuando el hermano mayor exclamó:

- ¡Madre, el pequeño ha desarmado el Belén!

Manuel Medarde
Grupo A


La higuera y los ciempiés

Cuando tenía cinco años me despedí de la higuera que estaba sembrada en medio del patio de la casa de mis abuelos. Mi abuela acababa de morir, no pude despedirme de ella, no me dejaron. Ella acostumbraba a hacer higos confitados bañados por un dulce de leche, cortado con el jugo de un limón. Era una merienda exquisita, que jamás volví a probar. Desde entonces, el recuerdo de la higuera y de mi abuela han permanecido unidos: no puedo comer higos sin recordarla, ni recordarla sin evocar el aroma de los higos dulces.
Nos mudamos a la capital luego de la muerte de mi abuela. Mis padres habían alquilado una casa muy bonita de una sola planta, con un patio grande (al menos así lo veía yo). Fue el lugar donde más tiempo me quedaba jugando, con o sin mis dos hermanos. Convivir con ellos de nuevo, sin la protección de mis abuelos fue un desafío. En todos los juegos me planteaban una competencia y como yo era la menor, y de una contextura frágil y pequeña, no podía ganarles ni una.
Cuando llovía el piso del patio se llenaba de esos animalitos tan curiosos: tan largos como mi dedo meñique y tan gruesos como una aguja de tejer. Caminaban de manera persistente sin tener un rumbo fijo.Huían de los aguaceros que dejaban el césped inundado por horas. Salían a buscar alguna piedrita que los protegiera del diluvio. Observé que unos caminaban más rápido que los otros, pero cuando chocaban entre sí se enroscan, por instinto, a manera de espiral, para defenderse de un posible ataque. Entonces quise comprobar si un toque con la yema de mis dedos les haría el mismo efecto:cuando el roce era muy suave seguían su camino, incluso lo rectificaban, logrando un trayecto más rectilíneo, menos zigzagueante. Sin embargo, cuando me afanaba por corregir su marcha el toque brusco a los diminutos cuerpos lo resentían, y se enroscaban hasta por un minuto, mientras comprobaban que podían seguir su camino a salvo.
Me volví una experta corrigiendo la marcha de los ciempiés. Y fue cuando les propuse a mis hermanos jugar a la carrera con ciempiés. Inmediatamente aceptaron: todo lo que tenía que ver con competir, ya lo dije, era la oportunidad de oro para demostrar la supremacía de los hermanos mayores (varones).
Fuimos al patio y cada uno cogió su competidor. Les expliqué lo que tenían que hacer con sus dedos para ir corrigiendo la marcha de los centípedos. También les advertí que un roce brusco les generaría la detención por enroscamiento. De hecho al coger a los corredores debíamos esperar en la línea de inicio que se desenroscaran para comenzar la competencia. Lo que ocurrió después fue lo esperado: el ansia de ganar los llevó (sobretodo a mi hermano mayor) a asustar a los pobres animalitos hasta caer en el pánico, y cada vez el tiempo de enrosque fue más y más prolongado. Sin contar que los gritos empeoraron la fluidez de la carrera, incluso para mi representante. Vivimos momentos tensos, pero mis quilópodos (con nombres tan variados e impositivos como este) y yo, invariablemente fuimos los ganadores.
Así fue como me forjé el respeto y el terreno de juegos con mis hermanos, aún cuando no quisieron volver a competir conmigo y mis ciempiés.

(He vuelto a comer higos confitados en los fríos otoños de Salamanca).

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Modelaje, plasticidad e instinto. Dentadura emergente, volátil y duradera. Nunca hizo falta subirse a una montaña rusa. Envidio al mundo que pasa sobre una misma línea, a veces. Esto empieza o te dicen, que va a empezar y te agarras al dragón de la vida bien fuerte, te meneas hacia todos los lados, incluso a veces, tu vejiga aguanta más de lo que te crees. Es todo hacer y volver a hacer. Es todo esperar y esperar. Es todo recibir como venga…. Esquivar y mirarte fijamente. En un instante puedes aprender y hacerte anciano.
Menos mal que la memoria se modela, se recubre de bondad, perdona y a base de ir viviendo se olvida, porque crees en ocasiones que es lo mejor. Pero sin esos paseos después de comer contigo, no hubiera aprendido a ver. Teníamos que coger una bolsa de tela o rejilla arrugada en mi pantalón, siempre esperaba a extenderse alisándose para engordarla con unos higos, un puñao´ de almendras, tomillo y lavanda para mi armario, unos trigueritos para la cena, aceitunas verdes espachurradas para hacer experimentos que junto a los grillos en un frasco de cristal quedaban divinos. Eso sí, el morral nunca se llenaba, ya que aprendí a recolectar lo justo, para ese sábado o domingo antes de marchar. Nosotros llenos de barro y olores impregnados de olor a jara, laurel, manzanilla, chimenea, flan de manzana y lágrimas escondidas de vuelta a la ciudad. Con calcetines llenos de tomates de todas variedades. Con rotos y rasguños en la ropa, te desprendías de todo aquello pensando en lo siguiente y te entristecía la rutina de la cena sin cacerola de barro. Los domingos por la noche, aún llena la dermis de dibujos dalinianos, sabías que esas costras te iban llevando cada día, sin quererlo a regenerarte y salir de tu crisálida para calzar un treinta y ocho de pie. Te acordabas de la niebla del bar : “Dos coca-colas con limón, por favor” A tres sorbos por cabeza en la sesión de tarde de la 1, en torno a una mesa nos apiñábamos todos una hora y media, sin saber porqué nos echaban de casa todos los mayores de alrededor tenían también sus rutinas semanales, supongo. Antes de terminar, iba corriendo a casa para coger la BH grande roja con ruedas blancas de mi hermano mayor y escaparme por los caminos hacia el río, el cementerio, la ermita, el vertedero, la cruz, la atalaya…Cuando sigilosamente sin mucho ruido dejaba la bici limpia tras pasar por el abrevadero, sorteaba el enfado del robado y su espera. Me preparaba un bocata de aupa y me iba al rompeolas del cruce a enterarme de los chascarillos propiedad de boinas y bastones. Apoyados con los codos en el cartel a Samarcanda, tragabamos restos de combustible fósil de distintas cilindradas. En la vuelta, pegándote al bajo de los alerones y adobe, sorteabas puertas chismosas con mujeres que rápidamente se lo contaban todo. ”Pero, dónde has estado toda la tarde?” “ No sé, no me acuerdo…” así de niña, en la libertad exterior aprendí latín, griego y acentos lejanos que hice míos. La calidez de la lluvia, el abrazo del frío de enero, el equilibrio del cuerpo al cruzar un lodazal, las piedras dentro de la bota, el susto de los perros pastores, los chicos que te perseguían por ser guapa y de fuera, las incursiones a casas, iglesias, palomares y tendales abandonados, los saltos a los huertos, los escondites dentro de los remolques. Todo lo que buscaba, lo toleraba, excepto la fría pared del hogar. Yo también quería llevar un pámpano dulce colgado de mis labios para hidratarme a diario como hacían en el pueblo. Jugar al esconderite y comer acenorias y lavarme con el frio sobre una jofaina, y hacer rosquillas y jabón y mirar al chinero para ver el pastorcillo de sal de máxima vanguardia y tecnología punta de predicción meteorológica de borrascas. El hogar, la casa donde me hacían vivir, no podía colorearlo por más que quisiera, excepto leyendo todo lo que hubiera a mi alrededor en mi submarino de páginas y pintando a escondidas debajo de los deberes. Hoy, esa huida encerrada por la ventana de la habitación, hace poder entrar y salir de la cárcel con una familiaridad pasmosa. Estés en un hábitat selvático o llanura infernal. Al comenzar el año en septiembre, siempre empezaba a hacerme menos niña, lo único que cambiaba era que antes de despedirme del pueblo, llevaba a mi patito de verano dentro de una caja de fontaneda al torno de las monjas. Siempre me decían para convencerme que los cuidaban de maravilla y que podía visitarlo cuando quisiera, excepto a la hora de la pepitoria. Ahora, que cuando ya iba por un treinta y cinco, me vengué de todas ellas hasta la catarsis después del ave purísima, haciendo rodar el torno hasta los topes de ensaimadas duras por fuera y frescas por dentro de mamá vaca. Ahí, pillas el punto aldente a la pasta y te sazonas con sueldo.
De niña practicas a guardar tanto silencio, que en las tormentas de mayor alumbrarán diluvios de gritos y torrentes de risas sinceras, ingredientes que bien cocinados harán que viajen y cobijen de calor y tiritas, a esos ojos gemelos e inocentes que encuentras y no pudieron llorar tanta niñez.

Lydia Merchán
Grupo A


El destino es caprichoso

En mi pueblo, antes se acababa la escuela cuando los niños cumplían 10 años.
Aquí empezaba el futuro para muchos niños, unos dejaban de estudiar y ayudaban a sus padres en el oficio que tuvieran, otros buscaban un seminario para poder seguir enganchado a los libros y los menos iban a colegios particulares de la capital.
En mi caso, junto con otros once niños del pueblo, estábamos apuntados al colegio San Viator de Valladolid, en principio seminario, donde se impartían las mismas asignaturas que en los demás colegios nacionales.
Pero, durante el verano ocurrió, que se empezó hablar de la instalación de un instituto de formación secundaria en mi pueblo, cosa que se confirmó a principios de septiembre, por lo que lo de ir a Valladolid, quedaba totalmente descartado.
Así pudimos estudiar en el pueblo hasta los 14 años, y yendo a examinarnos a Salamanca de cuarto y reválida.
Pero a lo que voy con el destino de cada persona, si hubiéramos tenido que ir a un seminario para ampliar los estudios, alguno hubiera terminado de seminarista, como así ocurría en algunas ocasiones.
Mis hijos, cuando les cuento esta casualidad del destino, siempre me dicen lo mismo: “No te imaginamos de cura echando sermones por los pueblos de Salamanca”.

Luis Iglesias 
Grupo B


Pajarito

“Me lo ha dicho un pajarito”. Fueron innumerables las veces escuché esto durante mi infancia. Yo no era una niña muy traviesa, pero las veces que hacia algo “malo” mi madre se acababa enterando. Y cuando yo preguntaba inocentemente, delatándome, qué cómo se había enterado ella siempre me respondía, “Me lo ha dicho un pajarito”. Y yo me lo creía. Además me amenazaba con él, “Pórtate bien que si no, me lo dice el pajarito”. Yo lo odiaba aunque nunca llegué a verlo. Qué bien se esconde, recuerdo que pensaba.
Ahora, cuando mi madre me dice que le ponga el pajarito azul en el móvil yo le digo que no, que no le va a gustar, que mejor siga con el Facebook. Ahora soy la que controla el pajarito y mi madre nunca tendrá Twitter.

Beatriz Gorjón
Grupo A.


Tonos Saudade

Mi infancia está vinculada a la imagen de mi madre. Recuerdo con que devoción nos vestía y nos peinaba a mis hermanas y a mí. Después, nos sentaba en sillas que tenía colocadas en las cuatro esquinas del salón y sacaba de un cajón con tres vueltas de llave, su caja blanca de madera. En su interior, arriba, un espejo algo rallado y viejo. En la parte de abajo, colocado en pequeños apartados, se encontraban aquellos tesoros que yo tanto admiraba y que eran intocables para cualquiera de nosotras, pobres mortales. En una orilla, la polvera de maderas de oriente, en su reverso la palabra “ayer” (supe años después que era el nombre del matiz del maquillaje. Pensaba entonces que aquellos polvos eran la raíz de su eterna tristeza sólo por llevar esa palabra grabada en el dorso). En el centro de la caja blanca de madera, cuatro brochas de pelo suave y una, con una pequeña esponja en su punta. Al lado, la sombra de color verde, el mismo verde oliva de los ojos de mi madre. Encima, un estuche de cartón con los bordes ajados y una pasta negra en su interior junto a un cepillo diminuto con el que se peinaba las pestañas. Siempre su mirada, siempre. Aportó a mi vida amor y reproche a partes iguales, nunca sabré si para bien. Un lápiz de ojos y una barra de labios rosa que olía a besos. Mi menoría de aquellos años es el perfume de aquella caja, el silencio y el placer de ver a mi madre absorta en el espejo; ajena a la mirada de sus hijas aislada del mundo, por ese lapso de tiempo que empleaba sólo para ella. Últimamente, casi diría que desde que se fue, he encontrado consuelo en el espejo en el que me miro cada mañana. Justo cuando termino de maquillar mi ojo derecho, algo me obliga a mirar en su interior por un segundo más. Observo el verde oliva que ella dejo por herencia en mis pupilas y susurro con tanto amor como reproche –Buenos días mama y ahora ¿dónde me siento para verte?-.

Mamen Somar
Grupo C


La infancia en la garganta

A Alecito le faltó el aire como si hubiera dado un discurso, pero no dio un discurso, al menos no uno como el que usted imagina, aunque el efecto haya sido igualmente emancipador. Alecito se atragantó a propósito con el cuerpo de Cristo durante la comunión y gracias a eso pudo abandonar la misa.
Sabíamos que frente a la iglesia había una pantalla gigante transmitiendo el partido de Paraguay. 
Le seguimos dos o tres más tempranos apóstatas. Y qué libres nuestras gargantas cuando gritábamos gol.

César Aponte
Grupo C