Dibaxu di tu piede qui balia

La sesión del lunes pasado la dedicamos a la literatura sefardí. El título del taller "Dibaxu di tu piede qui baila" es un verso de Juan Gelman perteneciente a su libro Dibaxu cuyos poemas están escritos en sefardí.
Así lo explica el autor en el prólogo del libro:

"Escribí los poemas de dibaxu en sefardí, de 1983 a 1985. Soy de origen judío, pero no sefardí, y supongo que eso algo tuvo que ver con el asunto. Pienso, sin embargo, que estos poemas sobre todo son la culminación o más bien el desemboque de Citas y Comentarios, dos libros que compuse en pleno exilio, en 1978 y 1979, y cuyos textos dialogan con el castellano del siglo XVI. Como si buscar el sustrato de ese castellano, sustrato a su vez del nuestro, hubiera sido mi obsesión. Como si la soledad extrema del exilio me empujara a buscar raíces en al lengua, las más profundas y exiliadas de la lengua."

Gelman escribió estos poemas gracias a Clarisse Nikoïdski, novelitas en francés y poeta en sefardí, que despertó en el poeta la necesidad de escribir en sefardí.
Transcribimos a continuación varios poemas del libro:

I
il batideru di mis bezus/
quero dizer: il batideru di mis bezus
si sintirá in tu pasadu
cun mí in tu vinu/

avrindo la puarta dil tiempu/
tu sueniu
dexa cayer yuvia durmida/
dámila tu yuvia/
mi quedarí/quietu
in tu yuvia durmida/
dámila tu yuvia/

Mi quedarí/quietu
in tu yuvia di sueniu/
londji nil pinser/
sin sapntu/sin sulvidu/

nila caza dil tiempo
sta il pasadu/
dibaxu di tu piede/
qui baila/

I
el temblor de mis labios/
quiero decir: el temblor de mis besos
se oirá en tu pasado
conmigo en tu vino/

abriendo la puerta del tiempo/
tu sueño
deja caer lluvia dormida/
dame tu lluvia/

Me detendré/quieto
en tu lluvia de sueño/
lejos en el pensar/
sin temor/sin olvido/

en la casa del tiempo
está el pasado/
debajo de tu pie/
que baila


V
quí lindus tus ojus/
il mirar di tus ojus más/
y más il airi di tu mirar londji/
nil airi stuvi buscandu:

la lampa di tu sangri/
sangri di tu solombra/
tu solombra
sovri mi curasón/

V
qué lindos tus ojos/
y más la mirada de tus ojos/
y más el aire de tus ojos cuando lejos miras/
en el aire estuve buscando:

la lámpara de tu sangre/
sangre de tu sombra/
tu sombra
sobre mi corazón/


En la sesión también hablamos del libro "Cancioncillas del jardín del edén", una maravillosa publicación de la editorial Kókinos que recoge 29 canciones infantiles judías. Entre ellas hay un buen número de temas en judeo-español.




Una de las canciones, La parida, nos sirvió para plantear el reto semanal de escritura creativa.

Dichù la parida
-Mi mueru, mi mueru
Arrespondiù il maridu:
-Pasensia mi mujer,
Mi parirech un iju,
i mus alegraremus,
sea buen siman esta alegriya (bis)
Ke mus viva la parida,
i ke tenga buena vida!
Ya viene il paridu,
kun manus yenas,
in una manu yeva,
mansanas i peras,
in la otra manu yeva,
un masu di candelas,
para ke arrelumbri toda la parintera (bis)
Aboltavoch parida,
para il verandadu,
sentirech il paridu,
diziendu chaiyanu


Dijo la parturienta:
me muero, me muero.
Repondió el marido:
paciencia esposa mía.
Darás a luz un hijo
y nos alegraremos.
Sea buen augurio nuestra alegría.

¡Que viva la parturienta,
y que tenga buena vida!
Ya viene el padre
con las manos llenas,
en una mano lleva
manzanas y peras,
en la otra mano lleva
un manojo de velas
para alumbrar a toda la parentela.
Vuélvete, parturienta,
hacia la ventana,
y orías al padre
recitar chaiyanu.

Al final del libro se explica el origen y el sentido de esta canción:

"Esta copla exalta el ciclo de la vida. La cantaban las mujeres (madre, suegra, vecinas, etc) a la mujer que iba a dar a luz, a lo largo del embarazo, el alumbramiento y los ocho días que precedían a la circuncisión del recién nacido, para expulsar a los malos espíritus. Es muy larga y narra los nueve meses del embarazo. Veamos una estrofa:

Oh, qué nueve meses de sufrimientos has pasado.
Y te ha nacido un bebé con cara de luna.
Viva la parturienta y su criatura.
Bendito el que nos ha dejado ver este día.
Ya es buena señal esta alegría...

En la canción, el joven padre se queda en el vrandadú, especie de de balcón cubierto que comunica con todas las habitaciones y que rodea la casa entera. Espera ante la puerta de la habitación de la parturienta la autorización para entrar recitando el Chaiyanu, una bendición en hebreo que se pronuncia tradicionalmente cuando se ve algo por primera vez."

Propuesta de escritura
Escribe, con el título de Chaiyanu, un texto que sirva para ser leído o recitado, a modo de bendición, al ver algo por primera vez, desde el mar o la nieve hasta un recién nacido.

Estos son los trabajos presentados por algunos de los participantes en el taller:


Chaiyanu
Niña rubia con ojos azules

La espera, se me hizo eterna,
Por fin, aparece una enfermera,
con algo envuelto en una toalla.
Se acerca y me dice: ! Es, su hija !.
Comenté: "Una niña rubia con ojos azules",
"Parece que me está mirando".
La cogí con un poco de miedo,
la di dos besos y se la entregué,
de nuevo a la enfermera,
no supe como reaccionar,
un hijo es una bendición.

Luis Iglesias


Chaiyanu

El viento rompe el silencio,
se acerca a mi corazón,
con la tierra se hace llanto
de lluvia sobre tu amor.

Tus besos se hacen eternos
cuando salen de tu voz,
parecen estar despiertos
en el verde y en la flor.

El tiempo ciñe las horas
en el mar de la ilusión;
los caminos se hacen luz
al temblar nuestra pasión.

Mar y cielo se hacen uno
al ver nuestro gran rincón,
donde nace nuestra vida
y muere nuestro rencor.

Somos dos gotas de agua
que anidan en el dolor
de una piel anochecida
violada por un adiós.

Sofía Montero


Entre quejidos en la alcoba
Oigo tu llanto primerizo
Salgo de la sombra
Te llevo la rosa y el lirio

Como besos de amapola
prendidos en mis labios
adivino tu mirar en pausa
Te doy el gorrión y la alondra

Cuando duermas dos ángeles
dulcifiquen tus sueños
Ahora como primicia
Te los traigo de la mano

La luz de tu ser, tu existencia
Abren las ventanas de mi alma
Todavía no sabes
Te entrego la llave

Antonia Oliva


Chaiyanu

Hoy el sol nace en tus ojos y alumbra el mundo para ti.
Tus ojos, que miran por primera vez.
Nota el viento en la piel.
Escucha el temblar de los arboles mecidos.
Respira el olor de a lluvia
Y descubre el calor de la vela.
Hoy las estrellas giran para ti y la luna de plata ilumina tu ser.
Bendito seas, que conocerás el mundo.

Leticia Vicente


Chaiyanu

Benditu sea o neno que sin medo cha durme
no nidinho que fizo a sua anay no suo pecho
O seu corazón sentiches, o teu choro cesou
Sin saber supiches, que o calor verdadeiro
chega do amor que brota con chuvia o sin ela,
na vega fértil i no deserto: o suelo mais seco.
Descansa meu fiyo. Estas ben cuberto. Hose u calor te roźa. E un calor eternu.

Rayito do sol que espantou a noite do meus oyos negros
Cálido vento que alejou o frio do minha pel do acero
Paxarillo terno que xa trina no mi corpo entero
Foya que remove a savia que a vida da, a este tronco veyo
Agora mesmo, fálame a brisilla da tua boca, do teus labios sin cepo
Díxeme que sou luz i vento i trino do una foya que se entrega sin esperar o premiu
Díxeme que estou cuberto. Díxeme que o teu calor me roźa. E un calor eternu.

Hose e mundo e novo
Hose e mundo e belo
Hose e mundo e grande
Hose o mundo e tan grande como tu, meu amor, pequeno
Hose o mundo e aventura
Hose o mundo e promesa
Hose a o mundo cubrelé un aroma. O noso calor le roźa. E un calor eternu.

Bendito sea o neno, bedito seas tí, meu amor chiquito, meu mundo neno.
Tan débil, tan forte, tan lindo, tan cheo de sonhos sin duelos
Arroyito sin lodos, eu che miro i temblo
Panecillo fresco, doite un bico nans mans i páraseme o tempo
Será que os dedines que tes, puxeron o tempo a cuberto.
Doite un bico nos pes i recordo o misterio: u regalo do cada mañan,
u regalo deste camino que torciose cando escondeu su calor, cando negó  u eternu
calor eternu

Bendito sea o neno, bendito seas tí,  o meu neno pequeno
Che veo durmir no nidinho de un pecho
y desperta o delfín que preso yacía nos meus duros huesos
Salta os cerroyos que os ogros do rio pecharon con celo
Agorita xoga. Sin ajorcas, sin faixas, sin lastre, sin peso.
Chora de gozo abrazadinho a teu alento, a teu soplo fresco. Borrase o inferno.
O roçio dibuxa  o calor do u cielo por sempre a cuberto. U eternu calor eternu.

Bendito sea o neno que sin medo cha durme
Bendito sea o neno, benditu seas tí, o meu pequeno neno
Meu amorcillo mais grande.
Meu amorcillo mais novo
Meu amorcillo mais belo
Meu amorcillo mais terno.

Meu amorcillo mais pequeno. Meu calor eternu.

Ana Isabel Fariña


Todos los días

Todas las mañanas, doy gracias por despertar, por madrugar o por poder estar un rato más en la cama, por pensar en lo que voy a hacer, por esa sensación maravillosa de que algo empieza y puede ser diferente, mejor, distinto.......

Por lo más cotidiano, por el primer café y el primer saludo. No tengo más que pensar en aquellas épocas a lo largo de la vida en las que he echado de menos estas rutinas, estas costumbres, estas seguridades. Entonces he tomado conciencia de lo importantes que son y de que no se puede contar con ellas sin más, que hay que aprender a agradecerlas y disfrutarlas.

Gracias a ti por decir aquella frase “ todos los días miro por la ventana, veo el sol y el cielo y cada día me parecen más bonitos”

Fue una verdadera lección de vida cuando tú te estabas despidiendo de ella.

Te quiero, papá.

Teresa Sanz


Bendición ladina

Bindiku dia in ke sopulu vola inter kaeli e terra, in ke fioris amusan kon brisa y recordis amisan in finistres.
Bindiku dia kuando pasati cansati dormi in olvidu e olivis fredos ecumecen kon annis in sonnis di iuventus.
Bindiku dia in ke fillo per viezi prima otea e anuncia: pare.
Bindiku dia in ke instantis molozan e golpean oculos kon miredis.
Bendiku dia in ke sopulu termina tiempu in suspiru.


Bendigo el día en el que un soplo entre el cielo y tierra vuelan, en el que flores se mecen con la brisa y los recuerdos se posan en las ventanas.
Bendigo el día cuando el pasado cansado duerme en el olvido y los olivos fríos se retuercen con los años en sueños de juventud…
Bendigo el día en el que el hijo por primera vez te mira y pronuncia: padre
Bendigo el día en el que los instantes se mezclan y se chocan los ojos con las miradas…
Bendigo el día en el que el soplo para el tiempo en un suspiro.

Vicente Martín


Chaiyanu

Chaiyanu a tu nariz redondita y celestial.
Chaiyanu a tu cara redonda con ojos achinados.
Cahiyanu a la pelusa negra que decora tu cabeza.
Chaiyanu a tu boca de piñón y al bostezo que la acompaña.
Chaiyanu a tu piel blanca y transparente y suave como el terciopelo.
Chaiyanu a tus sorprendentes movimientos de brazos semejantes a los de un boxeador en el ring.
Chaiyanu a esas dos orejitas que dejan entrar numerosos ruidos que te sobresaltan repetidamente.
Chaiyanu a tus manitas cerradas en un puño que se estiran y dejan ver diez diminutos y perfectos dedos.

Toñí Martín del Rey

El niño que se comía las palabras

¿Qué ocurre cuándo las letras desaparecen? La sesión del lunes, 8 de junio, la dedicamos a los lipogramas, textos en los que desaparece de forma intencionada una letra.
Abrimos la sesión con el cuento de Manu Espada "El niño que se comía las palabras", leímos algún fragmento de "La aventura peligrosa de una vocal presuntuosa", una deliciosa novela para niños en la que desaparece la vocal "a".


Mencionamos también la novela "El secuestro" de Gerges Perec, publicada en Anagrama. El mismo juego que el escritor hace en la versión francesa del libro "La disparition" con la vocal "e", lo hacen cinco traductores en la versión en castellano pero en este caso con la vocal "a".

Otros dos maestros del lenguaje son Enrique Jardiel Poncela, del que mostramos un fragmento de su obra "Un marido sin vocación", narración en la que prescinde de la letra "e" y Cristian Atanasiu quien juega, en uno de sus espectáculos, con la desaparición de varias letras:

Un otoño -muchos años atrás-, cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.

-¡Hay un matrimonio próximo, pollos! -advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al Casino y toparon con los camaradas más íntimos.

-¿Un matrimonio?
-Un matrimonio, sí -corroboró Ramón.
-¿Tuyo?
-Mío.
-¿Con una muchacha?
-¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?
-¿Y cuándo ocurrirá la cosa?
-Lo ignoro.
-¿Cómo?
-No conozco aún a la novia. Ahora voy a buscarla...

Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.

A las dos horas conoció a Silvia, una chica algo rubia, algo baja, algo gorda, algo sosa, algo rica y algo idiota; hija única y suscriptora contumaz a La moda y la Casa (publicación para muchachas sin novio).




Propusimos como tarea introductoria reflexionar por qué han de sentirse orgullosas cada una de las vocales. La "a", quizá, por formar parte de las palabras "amor", "paz", "alma". ¿Y el resto? Cada cual aportó cinco palabras (monovocálicas) a dicha reflexión.

La tarea de escritura consistió en escribir un texto, un lipograma, sin una de las vocales (exceptuando la "a"). A esa fuga se sumaron durante el transcurso de la tarea tres consonantes, la "s", la "t" y la "p" con lo que los participantes en el taller tuvieron que varias el discurso y prescindir de las palabras portadoras de alguna de estas letras.

Este es un pequeño botón de muestra de la tarea:


De mito a mito
Sin la “I” (y sin la “p”, la “t” y la “s”)

– Marlowe, le voy a ofrecer algo que no valorará rechazar –declaró Corleone–. Deje a Lauren Bacall y coja la mano de la muchacha de cabello dorado, la de la falda rebelde y la enagua blanca en el rodaje de aquel alemán...
– Creo que era au...
– Calle, la recuerda, ¿verdad?
– Claro, ¡cómo no hacerlo!
– Bueno, normal, ma´ no la confunda, eh. La de JFK y la del ukelele en aquella obra en la que Lemmon acaba con un hombre maduro en una lancha; con el alemán de nuevo a la cámara.
– Creo que era au...
– Calle, calle, y no declame el nombre de la mujer o le rebano la lengua. Ande, ande, y venga a verme en mayo con la buena nueva. No, no bromeo, nunca bromeo.
Marlowe abandonó azorado el hogar de Corleone y erró rumbo al bar donde le aguardaba un colega.
– Eh, Marlowe, ¿cómo va el abuelo?
– Muy raro, la verdad. Creo que el amo de la Gran Manzana anda acojonado. La mujer no le deja nombrar a la Monroe.
– No hay duda, algo huele muy mal en Noruega.
– Creo que era en...
– Calla, anda, calla y bebe.

Juan José Nieto Lobato


El bedel

En el cole, un alumno exclamó: ! Me han robado una vocal !.
El bedel corre raudo al aula, en el encerado ve que la a juega con la o, y la u juega con la e.

Luis Iglesias


La cruzada

Aún recuerdo un mundo donde cada fonema navegaba en el cauce de una hoja blanca. Un globo ajeno al afán de alabanza. Un aro vacuo y colmado. Una rueda de algodón azul y ambar que modulaba el vuelo con la voz que al verbo crea. Una burbuja de raza donde cada vocal gozaba del dulce valor de abrazar a la vocal y la no vocal como a una hermana.
Aún recuerdo la cumbre y el valle, el fuego y el agua, la arena que era llama y el océano que el ojo no abarcaba. Llama y mar, mar y llama, danzando en la raya alba donde el nudo amor mandaba.
Hoy la amargura cubre el cauce. Cada fonema lucha en una cruzada vana. No fenecer conlleva dejar huella, alzar la voz, calzar el paso con laurel, marcar con fama la marca de cada zancada, defender el yo del ello, alejar la vocal de la vocal que no adorne, rechazar la no vocal que no realce. No amparar a la voz hermana.
Una hache muda fue la dama que envenenó la burbuja, el globo de raza.
Loca de rencor por creer la gala que la engalanaba una nube opaca, una voz a la que la luz no llegaba, selló con la noche el cauce de la hoja blanca. El furor de un muro cercenó la danza.
Hoy la voz calla. El fonema hecho acero navega ajeno a la voz hermana. No hay coro. No hay rueda de jabón algodonoso que module el vuelo en una carcajada.
Hoy la voz dura dejó de ver el dulce valor de un abrazo. Dureza cobarde que envenena la luz del alba.
Hoy el averno ancló el áncora: una alfombra de oro helada.
El fuego quema la burbuja. La lucha de la luz y la gala avanza. El pulso férreo de la voz y la forma manda. No hay belleza en el volcán de una zancada cuyo afán es la fama, la marca de un lugar, de una huella, el rayo de un verbo que no fenece.
Una hache, una hache muda, fue la dama que zanjó la holgura de un paseo en globo. Alejó el fuego de la cumbre del océano de un valle. Loca, ahogó la danza nuda de una rueda azul y ámbar.
Aún recuerdo un mundo donde cada fonema navegada en el cauce de la hoja blanca, en el lecho donde la voz de una hache aleaba con dulzura la luz de la cumbre y el frescor de un valle.
El orbe declara lo que os narro locura.
Loca, vago
Hoy deambulo con el recuerdo alrededor de un mundo cuerdo.
Y en el vagar veo. Veo el dolor del fonema que huye del fenecer y no goza y oculta el regalo de ofrecer un regalo vernáculo a una voz ajena, de donar la luz y no dejar huella: la marca de un rayo salvaje que el orbe recuerda.
Aquel que loca no me vea y con una luz roce la cancela que me alberga, conocerá una voz azul, una luz nómada, un fonema ambar que recuerda y porque recuerda acoge y da lo que lleva. No habrá alarde. No habrá demora. Habrá una rueda nueva.
Luz con luz volaremos en una burbuja de fuego, mar y arena. Arder y no quemar la hoja blanca. Anómala hazaña que el cuerdo no recuerda.
Voz con voz hallaremos el globo de raza, el mundo vacuo y colmado, que en un vuelo, al verbo crea. La rueda de algodón que ajena a la dureza, navega.

Ana Isabel Fariñas


Mi voz

El cielo amanece.
La voz de la mirada
danza en el rincón de mi vida,
brilla con la hierba,
anida en la hoja,
acaricia el camino del mar
que mece la idea,
baña mi cara amanecida
para dorar la arena del amor.

Sofía Montero García


Poema sin S T P U

Vivir ajeno al rayo frío.
A la llamarada de vida.
Al brillo naranja de la mirada.
Al rocío de la mañana.

No hay margen de error.

Cayó la montaña.
Arrolló al arroyo.
Amenazó al corazón ya herido.
Rodó con el alma al mar.
Con la rabia de la lava.
Con la lágrima callada.
Llevado hacia la nada.

El ojo miró.
Habló la llave.
Cerró el alma.
Ardió la marca en el brazo.
Morada.
Vacía.
Helada.

La llaga acarició la noche.
¿Vida?
Nada de nada.

Lloraré en el mar.
Amaré la línea débil del verbo.
Borraré el dolor.

Y dormiré.

Vicente Martín


-ne- al am-r en un p-r-al

La mirada clavada en la mirada:
un enlace, que cruza el aire y el mar
de cerveza y de carne que llena el bar.
Ella indica que inicie la jugada.

El índice la guía hacia la arcada.
Calla la muchedumbre del lugar
la marea carnal creada de un lunar,
cerca, la galería auxilia la amada.

En la umbría acaricia la figura
rival. La lengua haya vida nueva
y dibuja en carmín la nuez madura .

La luz vecinal quiebra, en blancura,
la idea de un final feliz en la cueva.
Ducha fría, le dice caradura.

Leticia Vicente


Texto Original:

Intenté llegar a tiempo a coger ese autobús inútilmente. Como a todo en mi vida había llegado tarde, por poco, pero tarde. Como siempre. Es algo tan habitual que el sabor a hiel que me llena la boca cuando ocurre ya no me extraña, al contrario, me parece habitual.

Texto “tratado” (sin o, p, t, s):

Una imbecilidad mi empuje en alcanzar la guagua. En general nunca alcancé mi finalidad, la rondaba. ¿La hiel que invade mi lengua? Familiar. Alguna diferencia en mi baba ya me enciende la alarma.

Miguel Ángel Pegarz


Corre el viejo con el niño!!
Un ruido horrible!
Llueve mucho.
No quieren volver.

Teresa Sanz


El niño que se comía las palabras

Aciago día la vocal final del abecedario marchó y no dejó dicho adónde iba.
¿Conoce la vecina “o” dónde localizarla?
¿Ha averiguado la amiga “i” dónde hallarla?
Y la conocida “e”, ¿imagina la vida en el globo con carencia de ella?
Y la engreída “a” ¿logrará formar vocablo razonable?
¡Qué insomnio! – decían a coro.
La creída vocal “a”, cavila: “La vocal final, carece de fama; no como yo. ¿hay vocablo en el diccionario? Raro, claro.”. Reflexiona de forma viva y llega a la idea de que la vocal evadida, no conocida como ella, goza de afin eficacia. Al final, dice: “Yo gozo de belleza; “Ella” encierra en el corazón algo que no alcanzaré yo a haber. Me agrade o no, la carencia de dicha vocal origina daño inimaginable”.
Y chilla: “Amiga, ven veloz al hogar ya que no alcanzo a vivir con carencia de alianza en la pandilla de cinco”.

Toñi Martín del Rey

¿Más que mil palabras?

La sesión del lunes, 1 de junio, la dedicamos al cine y a algunos libros de poesía que toman como referencia en sus títulos o en el desarrollo de los poemas el séptimo arte: El amante discreto de Lauren Bacall de Luis Felipe Comendador o La sonrisa de Audrey Hepburn de Sonia Betancort.


También leímos algunos textos de la antología Viento de cine (El cine en el poesía española de expresión castellana), de cuya selección, introducción y notas se encargó José María Conget y que está publicado en la editorial Hiperión.

Presentamos, a modo de muestra, dos de los textos recogidos en la ficha de trabajo; un microrrelato de Manu Espada titulado "Atrapado" y un poema de José María Merino:

Damián quedó atrapado en una cinta de súper ocho el día de su primera comunión. Su padre le grababa mientras cortaba la tarta, y ahí permaneció para siempre, con ese gesto bobalicón de por vida, encerrado en una película a perpetuidad. Cuando lo echaban de menos, ponían el proyector y veían su imagen en el gotelé de la pared con esa mueca infinita de satisfacción cortando el pastel en porciones y repartiéndolo entre sus primos. Al cabo de varios años se impuso el VHS y la película quedó olvidada en un desván, junto al proyector. Damián se aburría en los fotogramas de la cinta. Era la única persona real en la película. El resto tan sólo eran imágenes de sí mismos. Al cabo de varios años, en un ataque de nostalgia, sus padres subieron al desván, cogieron la película y la proyectaron de nuevo. El niño volvió a repetir el eterno gesto de cortar la tarta varias veces. Le costaba moverse. Estaba entumecido. Tantos años inmóvil. Se miró las manos. Arrugadas. Viejas. Se había convertido en un anciano. Frente a él, tras el proyector, dos niños de ocho años lo miraban con ternura.

* * *

Las madres se vestían para el cine

Las madres se vestían para el cine
lloviéndose perfumes
encima de sus sedas inasibles.

Aún
había en su corazón luto por Leslie Howard,
pero los nuevos bellos esperaban
con su virilidad de celuloide.

De qué tejido eran, azules o rosadas,
inconsútil es,
aquellas ropas propias de Minerva
o de Juno.

las madres, íntimas y solícitas, movían
como ramos las medias, se ceñían
las perlas cultivadas, aplacaban
las furias puntuales, exhalaban
un aire jardinero
y una movilidad de antorcha o de ramaje.

Marchaban taconeando
y dejaban la alcoba cálida y rumorosa,
dejaban
horquillas y destellos,
suspiros,
amnióticas riadas.

Nosotros 
nos zambullíamos en la luz amarilla,
como recuperando los orígenes.


La propuesta de escritura consistió en redactar la biografía de un personaje (actor/actriz, director/directora) con los siguientes datos: Nace en Pedrosillo el Ralo (Salamanca) en 1912 y muere en Venecia -durante el transcurso del Festival de Cine- en el año 2013.
Una vez iniciada la tarea los participantes en el taller tuvieron que incluir cinco palabras en su texto (papel, mandarina, sábanas, alfombra y claqueta). Cada una de esas palabras fueron lanzadas al aire, a golpe de claqueta, a lo largo de la actividad. Era requisito indispensable incluirlas en la biografía en el momento en que eran presentadas.

Estos son los trabajos de algunos de los participantes en el taller:


Ana María Gutiérrez

Nació en Pedrosillo de Ralo (Salamanca) en 1912.
Fue la mayor costurera del pueblo cuando era pequeña, aunque su gran pasión fue el papel que interpretó en su primera película que se llamó El Violín (!923) donde hizo de una mujer muda y su gran pasión por la música y el instrumento.
La pequeña tienda de costura la cambió por la siguiente película que se llamó La Mandarina ( 1930) donde interpretó una joven repudiada de los nazis. La siguiente película que filmó fue La Sábana (1935) que ganó el Festival de las Artes a mayor interpretación de su carrera.
En ese año, actuó junto con otro grande actor y el cual se convirtió en su marido. Al año siguiente, se casaron.
Pero ella nunca quiso tener hijos.
Compró una alfombra por el capricho de su marido en el primer viaje que hicieron a Tailandia.
Allí se enamoró de un mono que estaba todo el día colgado de su brazo y el cual compro por capricho personal. Al mono le llamó Emilio.
En los años 40, sobrevivió a un accidente de coche y en el año 50 su marido se mató en otro accidente dejándola sola aunque ya en 1960 dirigió una película que se llamó Una Forma de Buscar la Vida, eran relatos de Jóvenes, utilizó la claqueta durante todo el rodaje de la película.
En los años 80 y 90 los dedicó a publicar un libro auto gráfico llamada “Mi Vida”.
Durante el período 2000-2012 lo dedicó a viajar por el mundo y descubrir nuevas culturas y religiones.
En el año 2013 en Venecia al finalizar su jornada turística por el mundo, muere debido a un fallo cardíaco.

Iria Costa


Historia no real de Orson Welles

Orson Welles, nació por casualidad, en la localidad salmantina de Pedrosillo el Ralo, el 1-06-1912. Su padre hacía el papel de malabarista y su madre era domadora de leones, en un circo itinerante que recorría los pueblos de Castilla y León.
Eran años de miseria y sacrificio, en las actuaciones apenas recibían alguna moneda, les solían dar lentejas, alubias, garbanzos, productos que se cosechaban en los pueblos por donde pasaban, en invierno incluso sacos de paja para calentarse. En una ocasión recibieron ocho mandarinas, de unos espectadores valencianos que pasaban por el pueblo. Dormían en las mismas carretas en las que se desplazaban, tapándose como podían con alguna sabana o manta que usaban en los espectáculos.
La afición al cine, le vino desde pequeño, ya que en el mismo circo, proyectaban películas de Buster Keaton y Chaplin; se conocía de memoria las escenas de "El chico", "Una mujer en París" y "La alfombra voladora".
A los 20 años, comenzó a realizar reportajes cortos, de la vida de los personajes que había conocido en los pueblos por los que había vivido.
De todas las películas que hizo en su vida, "Ciudadano Kane", recibió una buena critica. Siempre le gusto filmar en blanco y negro, pensaba que los personajes y paisajes reflejaban mejor la realidad, la vida entonces no era de color de rosa.
No creía en los festivales, si bien acudía como espectador y se veía todas las películas que podía. Murió de un infarto en un cine de Venecia el 1-06-2013; Cuando abrieron el testamento, extraño que dejara el sillón de Director, la claqueta y fotografías de sus películas, al Ayuntamiento de Pedrosillo el Ralo, lugar que no llegó a conocer, pero que recordaba con cariño por lo que le habían contado sus padres.

Luis Iglesias


Ni huérfana ni bollera

Carla Boyera vomitó al recibir los típicos azotes que se le propinan a los bebés poco después de nacer. Y pronto manifestó intolerancia a la lactosa y al gluten y alergia a los cítricos y también a su hermano, el pequeño Jorge, quien murió ahogado en extrañas circunstancias una mañana en la que ambos se acercaron a jugar al río.
Carla maduró pronto. La pubertad la cogió de improviso y al cura, tras percatarse de este hecho, se le ocurrió que la chica podría ayudar económicamente a la familia sirviendo mesas en el restaurante de un conocido suyo en la capital de provincia, una por entonces decadente Salamanca encerrada todavía entre sus viejos muros.
A una aún tierna y adolescente Carla le tocó pronto interpretar su primer papel el día en el que un joven apuesto la invitó a tomar café en su casa. Y es que el joven, aunque ciegamente enamorado de la niña, se negaba a proceder a artes mayores sin el permiso previo de su familia.

–Tienes que presentarme a tus padres.
– Ah no, por eso no te preocupes. Soy huérfana desde hace años.

Y desde entonces lo fue, ciertamente, pues nunca jamás regresó al pueblo, ni siquiera para arrojarle mandarinas al idiota de Andrés, su primer pretendiente. ¿Por qué no regresó? De nuevo el joven apuesto tenía la respuesta. Resulta que era el director de una compañía de teatro con la que ambos viajaron alrededor de España interpretando Carla el papel de Doña Inés, siempre cómoda bajo las sábanas, siempre fiel amante de su Don Juan.
Fue entonces, ya con los treinta amenazando la turgencia de sus pechos, cuando a la salida de un teatro sevillano fue abordada súbitamente por Clavellini, un director italiano de ese estrambótico invento llamado cine. Carla se mudó con él a Roma donde sobrevivió a la posguerra rodando películas neorrealistas sobre prostitutas que debían levantarse temprano para servir cafés, robar alfombras, llevar a sus hijos al colegio o cualquier otro menester.
Y la vida siguió. Y el mundo del cine se olvidó pronto de ella, aunque no su estómago, igual de reticente que siempre a la lactosa, al gluten y ahora también a su marido, al que dejó por un jugador profesional de tenis con quien se mantuvo esbelta y saludable a base de ejercitarse a cualquier hora del día. Alejada de los circuitos comerciales, Carla ya solo rodaba escenas para producciones caseras algo subidas de tono.
Aun así –es difícil saber cómo–, la llamaron para asistir a la Mostra, donde recibiría un homenaje por toda su carrera. Esa misma noche, mientras estaba siendo presentada por Lorenza Sophia, escuchó entre el público un rumor que creyó entender del siguiente modo: “Esta miente hasta por el apellido porque ya me dirás qué tiene de bollera esta putona”. Cabreada, Carla, a pesar de sus cien años, quiso revolverse en el asiento para golpear a la presunta autora de tan insidiosa afirmación como si el chasquido de una claqueta al cerrarse le hubiera anunciado la necesidad de actuar de nuevo. Pero justo cuando su puño se acercaba a la mejilla de la señora sonó por megafonía una voz parecida a la de su madre que decía “¡corten!” Carla Boyera murió de un ataque al corazón. Así acabó su agitada vida.

Juan José Lobato


Vida y muerte de Juan Escribano Fernández

Nace en Pedrosillo el Ralo, provincia de Salamanca, año 1912. Muere en Venecia (Italia) en el trascurso del festival en la ciudad, en el 2013.
Durante la niñez, vive en el campo soñando aventuras, que se harán realidad.
A los veinte años comienza a expresar sus sentimientos, que unidos al gesto, desbordan pasiones.
Participa en diversas representaciones de teatro dentro y fuera de su pueblo. Su mayor ilusión es intervenir en el cine con papeles de protagonista en diversos cortos.
Más tarde, en 1930, se traslada a Salamanca, donde representa, como guionista y protagonista, cortos titulados: “Reflexiones en el campo”, “El mundo de Ana”, “La casa de las ideas” y “”Caminos en azul”.
Durante el verano, en barrios de Salamanca, se proyectan sus cortos al aire libre.
En 1950 pasa a dirigir películas: “La vida sigue”, “Las calles me hablan de ti”, “Diálogo en la ciudad” y “ Sonrisa de cristal”. Recorre distintos lugares de España y parte del extranjero.
En 1960, gana un Oscar en Hollywood por el mejor director en su película: “ El viento atrapa las palabras”.
Durante varios años, sus trabajos como cineasta, se proyectan por los distintos puntos de la geografía.
En 1980 se traslada a Venecia( Italia). Allí comienza a escribir teatro: “Muerte Salvaje”, “Horas en el mar” y “Llanto por una vida”. Se convierte en director y guionista de dichas obras, con personajes de gran calidad en el mundo escénico. El éxito está asegurado.
En el año 2000 escribe guiones de cine y teatro, mezclando ambas cosas con el sabor de una mente aún lúcida y a la vez, mágica.
Hacia el año 2012, en su Venecia querida, vuelve a dirigir representaciones de cine con múltiples secuencias a golpe de claqueta. Su exigencia es exhaustiva. La mente permanece intacta, pero su cuerpo percibe pequeñas deficiencias que limitan su trabajo como cineasta.
En el año 2013, en el festival de Venecia, presenta su último trabajo como guionista de cine: “La muerte es leal”. Días más tarde, muere de un ataque al corazón realizando su último guión de película, titulado: “ El último amor”.
La vida de Juan se evapora en un instante, pero su pensamiento quedará sellado en sus escritos a través del tiempo.

Sofía Montero García


La atípica vida de Elena Soto

Elena Soto nació en 1912 en Pedrosillo el Ralo, un pueblecito perdido de la provincia de Salamanca.
En su adolescencia descubrió el teatro gracias a las Misiones Pedagógicas impulsadas por la República y se enamoró de él. Con un papel secundario participó en una obra organizada por el alcalde del pueblo, que pretendía presentar a un certamen en la capital pero que no llegó a nada.
Se marchó, por necesidad, a la recogida de la mandarina en Valencia, donde la cogió el Golpe de Estado. Huyendo de la guerra llegó a Barcelona y conoció a un director mediocre que le prometió un papel protagonista. La obra se estrenó en una plaza con una sábana como telón.
Antes de la caída de la Ciudad Condal, pasó la frontera a Francia acompañada del director, con el que había iniciado una relación sentimental. Los años en París fueron difíciles y confusos. Destacar que trabajó limpiando las alfombras del Moulin Rouge y que actuó como bailarina noches sueltas sustituyendo a alguna de las chicas. Sigue intentando introducirse en el mundo del cine, pero solo consigue papeles de figuración.
Cumplidos los 70 y tras haber vuelto años antes a España para vivir la transición, consigue un papel como abuela de un toxicómano. La película es considerada por los críticos una de las visiones más realistas de las consecuencias de la Movida, por lo que Elena obtiene un cierto reconocimiento y comienza a ser una imprescindible en su franja de edad.
Con casi 100 años se pone detrás de la claqueta, cansada de ser una secundaria de su propia vida, y decide llevar su vida a la pantalla, demostrando su dura lucha por mantenerse cerca de su sueño y hacerse un hueco en el mundo del cine. Su obra, un paseo por un siglo de vida, muestra la evolución del arte y la política de Europa. Por ello es elogiada por la crítica y se convierte en un éxito de las salas de cine alternativo. Deciden exhibirla en el Festival de Venecia, donde, justo cuando termina, entre aplausos, la película y a punto de cumplir los 101, Elena muere con una sonrisa en los labios.

Leticia Vicente


Se le apagó la luz

Alejandro Películas nació en 1912 en Pedrosillo el Ralo. Su apellido marcó su propio destino, no por su afán peliculero, sino por llevar sus fantasías a la gran pantalla y convertirse, de este modo, en el cineasta más afamado del panorama español.
Ya desde corta edad mostró un interés especial por los libros. La abuela, quien postrada en su cama, se distraía día y noche leyendo y comentando, contando e inventando historias, alimentó su imaginación hasta el punto de que el propio Alejandro confundía la realidad y la ficción. Su interés iba más allá del simple argumento y su cabeza, en continuo movimiento, imaginaba continuamente escenas, personajes o decorados que acompañaban a la trama.
A la muerte de la abuela, se dio cuenta de que no podía permanecer en la casa ni un minuto más, pues le faltaba la persona más importante para comentar las historias. Al día siguiente del entierro, con tan solo 16 años y sin apenas estudios, metió sus pocas pertenencias en una pequeña maleta y se dirigió rumbo a la capital donde intentaría encontrar un trabajo que le permitiera vivir con dignidad.
Y lo consiguió. ¡Vaya si lo consiguió! Nada más pisar el foro, en la estación ferroviaria de Chamartín leyó el siguiente anuncio: “Se precisan figurantes para rodar una película de época en la capital”. No sabía cuánto pagaban ni qué significaba aquello, pues nunca había oído hablar antes de figurantes. Sin embargo, un pálpito le decía que tenía que estar presente.
Y al lugar de las pruebas se dirigió. Aquella aparición fugaz en la película le ofreció la oportunidad de entrar en contacto con el mundo del celuloide.
Su actuación fue lo que menos le interesó. Sin embargo, durante el rodaje no perdió detalle en la labor realizada por el director al que, al final del día, abordó sin ningún tipo de miramiento y le dijo: -“Quiero trabajar para usted. Este es el trabajo que he decidido realizar en mi vida y deseo estar a su lado para aprender”. El realizador, ante la seguridad mostrada por el muchacho, lo contrató y Alejandro comenzó su andadura cinematográfica. En los descansos diarios apenas podía permitirse un bocadillo y unas mandarinas de postre, pero fue empapándose poco a poco de técnicas fílmicas que unía a las historias que bullían en su cabeza.
Un día, su maestro le comunicó: -“Muchacho, yo ya no tengo más que enseñarte. Es hora de que te lances a la piscina y utilices tu imaginación y todos los conocimientos que has adquirido para ponerte en marcha. Créeme, tarde o temprano volveré a oír tu nombre”. Y fue más temprano que tarde. Ya con su opera prima “Sábanas en la alcoba”, película muda, Alejandro cosechó una gran fama dentro de nuestras fronteras.
Unos años después de llegar a la capital tuvo que hacer nuevamente sus maletas. Sus convicciones políticas y la censura franquista que dificultaba filmar en España hicieron que Alejandro tuviera que exiliarse y realizar su cine fuera de nuestro país: México, Francia y Hollywood fueron sus lugares de acogida y perfeccionamiento.
Su tercer film le permitió conocer a Melanie Banderas, su musa y esposa desde el encuentro. Ella le sirvió como inspiración para escribir sus guiones y como actriz principal en todas sus producciones. Ambos se beneficiaron de la unión. Mientras Melanie fue lanzada rápidamente al estrellato, adquiriendo fama mundial, Alejandro, tras pisar varias alfombras rojas en compañía de su mujer, fue cosechando un premio tras otro en los diferentes certámenes que iban surgiendo.
25 fueron los títulos que realizaron juntos. Todo iba sobre ruedas hasta que un día, en pleno rodaje, Melanie sufrió un trágico accidente y murió. Esa fue la última película también para Alejandro Películas. Fue tal la angustia en la que se sumió, que abandonó el mundo del celuloide para siempre. Decidió volver a su pueblo natal donde se retiró en la pequeña casa con jardín que había pertenecido a sus padres y abuela.
En el año 2013, homenajeado en el festival de Venecia por su larga trayectoria en el séptimo arte, acompañado de la única hija, quien siguió sus pasos haciendo sus pinitos en el cine, pisó por última vez un festival a la edad de 101 años. Tras recoger el León de Oro a su carrera cinematográfica en la “Mostra di Venecia”, su luz se apagó. La claqueta de su vida dejó de decir “acción” para siempre.

Toñi Martín del Rey


Un anciano vestido con un traje color mandarina

Hernando Ferrán Gómez nació en 1912 en Pedrosillo el Ralo (pequeño pueblo de la provincia de Salamanca), y desde pequeño tuvo problemas de personalidad. No planteaba problemas graves, sólo cambiaba de personalidad de forma brusca y por breves periodos de tiempo. En el colegio pasó de ser a burla a un simple pasatiempo y realmente sus padres lo levaron peor que él.
Cuando contaba con 16 años, llegó al pueblo un tipo que necesitaba extras para una producción cinematográfica, pero su peculiar problema acabó consiguiéndole un pequeño papel. Realmente el entorno influía mucho en sus cambios, así que lo bordaba. Fue forjando poco a poco una sólida carrera a la vez que cada día era más incapaz de llevar una vida normal. Bien parecido, cosechó fama de mujeriego, pero no era realmente así, sólo se enamoraba y desenamoraba a cada giro de su cabeza. Dejaron de invitarle a festivales después de que apareciera en uno con un traje color mandarina hecho a medida que le costó también la amistad de su representante; eran otros tiempos. Pero Hernando era un personaje, y el cine le permitía vivir su fantasía. En uno de sus delirios, llegó a actuar delante de la alfombra roja, detrás de una sábana, en el festival de Cannes, hasta que la Gendarmería le desalojó.
Tanto como le había dado la vida, el cine se la iba quitando, convirtiendo lo que en su pueblo era un problema divertido en un importante trastorno que cada vez le impedía más una vida adaptada. No obstante, seguía recibiendo algún papel, pues pese a su excentricidad, su implicación en cada papel era proverbial. Poco a poco su estrella se fue apagando y pasó de pasear por la alfombra roja a ser barrido debajo de ella.
Desapareció de la vida pública en torno a los sesenta años, sin que nadie supiera nada de él ni de su paradero.  Se sabe en círculos especializados que todavía algunos años estuvo mendigando papeles, sin complejos, consiguiendo colarse a hablar con los directores más importantes del planeta.
Hoy lo traemos a la memoria porque cuando ya parecía acabado su papel para siempre, ha tenido una última aparición estelar, a la increíble edad de ciento un años, en el festival de Venecia. Un anciano, vestido con un traje color mandarina, ha sorteado el dispositivo de seguridad y corriendo a la pobre velocidad que su edad permite, se ha dirigido gritando y señalando al director francés Ozon  dicéndole: Tú, tú me prometiste un papel, lo quiero”. Digno de un drama de los tiempos de las grandes superproducciones, su claqueta de corten ha sonado y ha muerto víctima de un infarto, de rodillas a los pies del director. (…)

Miguel Ángel Pegarz

Bic naranja escribe fino

La sesión del lunes, 18 de mayo, la dedicamos al color naranja. Tomamos como punto de partida un texto de Bruno Munari en el que reflexiona sobre la naranja como un perfecto envase.
Analizamos después algunos poemas dedicados a las naranjas como estos dos textos de Julio Rodríguez:

Naranjas cada vez que te levantas

Debería exprimir naranjas cada vez que te levantas
Debería gritar tu nombre a cada paso,
amarrarme a tu espalda cuando inicias el vuelo,
ceñir mis pestañeos al temblor de tus párpados;
debería vivir con tus uñas colgando de mis dedos,
con tus ojos guardados cada uno en un bolsillo,
con tu lengua en mi boca, tus pies en mis zapatos,
tu corazón temblando en mitad de mi pecho.
Debería amoldar a tus sueños mi almohada,
celebrar tus descensos como si fueran fiestas,
trazar con una luz en la pared las letras de tu nombre.
Debería dar gracias a Dios por cada leve
acuerdo de tu tacto; debería
desgarrar el pan duro, amasar tus dilemas,
resolver ser feliz cada vez que regresas a la casa.
Con solo verte cerca, debería abdicar de la tristeza.

Y, en vez de eso, me da, como bien sabes,
por corregirte el vuelo o romperte las alas.

Debería dejar que me dejaras solo y que volaras
con alguien que exprimiera, a los pies de tu cama,
naranjas cada vez que te levantas.


Media naranja

Amor, este dolor que sientes
como púa de erizo en la garganta,
atravesado y frío, es necesario:
hace falta un cuchillo 
para partir en dos una naranja

(para que luego digas
que no le saco jugo a las metáforas)





Y después de empaparnos de color naranja y de recrearnos con el zumo de los textos propusimos la tarea: plasmar en unas líneas, en forma de poema, micorrelato o pensamiento en voz alta, un sentimiento o una sensación en el que predominara el color naranja.

Estos son los trabajos de algunos de los componentes del taller de escritura:


La fuente

Hay conocimientos que se adquieren con trabajo. Según el lugar y el tiempo en el que naces son de uno u otro tipo. Según las cualidades volitivas y las capacidades intelectivas del sujeto adquieren más o menos profundidad y suponen un esfuerzo mayor o menor. Son los que habitualmente marcan el rumbo profesional del individuo y todo lo que ello supone.
Hay conocimientos que no se sabe bien cómo se adquieren. No estan reglados. Los alcanza una piel con una permeabilidad distinta o unos ojos que ven de forma diferente. No hay dos pieles iguales, ni dos miradas idénticas. Son una maldición o una bendición.  Arraigan en un instante. Pocas veces se identifica su origen. Un roce y se instalan. Invisibles acompañarán a su anfitrión en todo momento. Son los que habitualmente marcan el pulso de un individuo y todo lo que ello supone.

Que la vida es naranja, no lo aprendí en el colegio, lo aprendí en Africa.
Su tierra fue una escuela sin aulas. Mis profesoras un grupo de mujeres que jamás supieron de mi.  Eran hermosas. Eran negras. Eran enormes.
Llevaban los pies desnudos. Un enrejado de lineas sinuosas dibujaba extraños motivos en sus plantas. No podía dejar de mirar. Desprendían luz. Sus manos también estaban decoradas. La más jóven, había extendido la tintura hasta los codos como si fueran guantes calados de medio brazo. Un retal plano, sin costuras, rodeaba sus cuerpos. Era un pañuelo, un lienzo de tonos atrevidos que se pegaba a su piel. Destacaban las manchas melocotón, zanahoria y calabaza. El hombro izquierdo trasformado en ancla, impedía que al caminar se deslizara. Los tobillos eran el horizonte donde morían.
Varias portaban a sus espaldas, muñequitas y muñequitos de rizos negros. Dos de ellos dormían, el resto miraba con sus enormes ojos un mundo que no cabia en sus pupilas. Todas cubrían su cabeza con un turbante idéntico al retal que las abrazaba. Definía sus caras. Rostros de ébano con sonrisas blancas.
Su lengua era una leona rápida.  Yo no entendía nada de lo que decían, pero por el timbre limpio de sus carcajadas, pude deducir que eran igual de felices que el girasol cuando el día despierta desnudo, sin pijama, con la fuerza de la lava.
Unos pasos por delante,  tres hombres oscuros las guiaban. Vestían chilabas claras. Calzaban alpargatas. Su sonrisa era apretada. Eran sus hombres, sus custodios. Sin bultos entre los brazos, sin cargas en las espaldas, simplemente paseaban. Paseaban y vigilaban.

La escena no duró mucho. El trayecto de una calle. Al atravesar un dintel sin puerta,  desaparecieron. El zoco los trasformó. A ellos los convirtió en laberinto de brazos curvos y piernas largas. A ellas en azafrán,  cúrcuma y nuez moscada; clavo,  jenjibre, y mostaza; casia, vainilla y telas: retales de cáñamo y seda. El aroma era tan intenso que nos perdimos.

Hacía calor. Un calor húmedo. No me extrañó.  Era la selva.
Vagamos sin rumbo alrededor de lo que parecía un espejismo ambar. Y allí seguiríamos de no haber sido por el canto milagroso de una fuente, un caño de latón cobrizo, que pepita a pepita regalaba su oro turbio. Gotas de agua que un anciano aprovechaba para refrescar su único pie torcido, sus manos deformes y su cara. Cuatro trapos desgarrados, un palo de madera y una bolsa mas raquítica que su sombra eran todas sus posesiones. Fue él quien nos ayudó a dejar atrás la jungla.

Antes de abandonarla, nos llevó a su casa. Una celda mas bien pequeña en una colmena discreta. Las paredes eran pobres y respiraban de un patio común, un atrio de arena en un panal sin reina. Allí los extremos de la existencia convivían. En el centro un enjambre de crios tapizaba el suelo con sus juegos y perfumaba el aire. En los laterales, próximos a la boca de sus moradas, hombres de edad aparentemente avanzada fumaban. Los cigarros se consumían al mismo ritmo que la brasa que les animaba. Con calma.
El orden lo mantenía Fatima. La mujer mas vieja que yo había visto. Marchita, seca, desdentada. Fué ella quien nos ofreció  té de hierba buena, pastas de miel y zumo de naranja. Recuerdo su dulce sabor a regalo.
Bostezaba el cielo cuando nos despedimos.

Han pasado los años.
Mentiría si no reconociera que Africa ha cambiado. La he visto hacerlo.
Mentiría si no reconociera que yo he cambiado. Africa me ha visto hacerlo.
Pero también mentiría si no reconociera que desde ese dia sé que la vida es un presente extraño que se pega a la piel con la fuerza de la lava. Que se puede ser especia dentro del laberinto. Que el cañamo puede ser seda y la seda un trapo áspero sin más  valor que cubrir el miedo a no ser nada . Que la selva es un espejismo ambar que se diluye en el agua de un caño cobrizo: una fuente llena de petitas de esperanza. Que la confianza es la única casa. Que  los niños son girasoles. Que los ancianos siguen siendo llamas y que cuando el rojo y el amarillo se tocan, cuando los opuestos se encuentran, el camino se ilumina.

Hay conocimientos que no se sabe bien como se adquieren. Son una maldición o una bendición. Yo se que la sangre alegre es siempre sangre naranja. Lo dicen mi piel y mi mirada.

Ana Isabel Fariña


Para  Alonso

Hola Alonso. Te escribo esta carta para hablarte sobre    tu  color preferido: el naranja. Ya sabes que yo veo muy pocquito, casi nada. Por eso tengo un ordenador y un móvil que habla, por eso leo con los dedos esos puntitos que inventó un señor que se llamaba Louis  Braille y por eso tengo a Dexter.  Recuerdas que  desde que eras muy pequeño, te explicamos que cuando me quieras enseñar algo, me lo pongas en la mano,  que yo pueda tocarlo y que a veces te digo que te acerques para verte el pelo al sol, a ver si sigue tan rubio como antes, a ver dónde están esos mechones más claritos que tanto me gustan.
Ya sabes que si me pongo las cosas muy cerca, puedo ver los colores y sobre todo si son fuertes. A mí me gustan mucho los colores, los que más, los colores del fuego, el rojo, el naranja y el amarillo, pero también el verde y el morado, el mostaza, el dorado, el azúl turquesa…….
¿Te has dado cuenta cuántas cosas hay de tu color favorito? Empecemos por las cosas de comer, frutas y verduras. La naranja, la primera, la mandarina,  la zanahoria,  la calabaza, ese melón que comes en Pperú,también alguna de esas frutas típicas de allí, como los aguaimantos o las tunas, ¿son naranjas? Yo sé que siempre eliges las golosinas,,las camisetas, las gorras, hasta tu cepillo  de dientes es naranja.
El azafrán, , que sirve para echar   un poquito en la comida, es de un color entre naranja y amarillo, es una planta preciosa. Seguro que cuando tengas oportunidad de verla te gustará.
El naranja es el color que nos advierte de que luego viene el rojo, que es el peligro. ¿te has fijado en los semáforos?
El sol cuando sale y cuando se pone tiene momentos en que se ve naranja, tú seguro que ya te has fijado, para eso es   tu color.
¿y el fuego? ¿has visto alguna vez la lumbre en casa de los abuelos? ¿Te has fijado qué colores más bonitos? Y ¿Cómo suena?
Para despedirme te deseo que tu vida esté llena de momentos naranjas, porque es un color alegre e intenso.
Un montón de besos naranjas.

Teresa Sanz


Haikus para un Color

Cielo de tarde
te miré  en el espejo
océano naranja.

Bajo el naranjo
Se besan los amantes
Complice luna.

Ondulaciones
De naranjos y ocres
Guardan la torre.

En el estanque
Contemplando la luna
Carpa naranja

El horizonte
Desnudo resplandece
Color naranja..

Flor de azahar
Embriagados sentidos
Noche de amor.

Beso tus labios
El agrio de tu boca
Como naranja

Cae la tarde
Ardiente horizonte
Color naranja

Naranjos en flor
Alfombra de azahar
Lecho de amor.

De una naranja
Orgulloso el gajo
Quiere ser luna.

Fernando de Castro


La niña fruta

"Naranja era una niña-fruta de apenas dos años. Una mañana, al despertar, su cuna apareció abierta: la barra de protección había cedido. Amanecía. Montones de colores mandarina entraban por la ventana. Naranja bajó de la cuna. Quería abrazar los rayos que la acariciaban. Puso la caja de legos encima de la sillita blanca que había debajo de la ventana. Con una habilidad impropia de su edad se izó sobre ambas. Desde lo alto, escuchó como el color la llamaba. ¡Era todo tan luminoso! Fue a su encuentro.
La madre entró en el cuarto de Naranja. La cuna estaba vacía, la ventana abierta. Aturdida, miró al vacío. El suelo, aún húmedo, olía a zumo de naranja.

¿Podré alcanzar algún día el color
naranja con que se tiñe la tarde?
Quisiera adornar la mirada que arde,
fuego encendido con hilos de amor.

¿Podré alcanzar algún día el color?
¿Rodear ese talle sin alarde?
Quisiera, amor, que la luna te guarde
naranja, lo mismo que a esa flor.

Quisiera el sol que quema al horizonte
que con rayos naranjas atraviesa,
que cede su dulce néctar al monte,

que en tierra, sangre y lágrima se pesa.
¿Es posible, amor, que todo se afronte
si se pinta naranja la promesa?

Vicente M. Martín


Microrrelato

Naranja, evocas pasiones incontroladas, excitantes anocheceres cálidos, sugerentes con matices sangrientos.
¿Hubiéramos seguido en el paraíso si en lugar de haberle prohibido a Adán la manzana, hubiera sido una naranja? Ni Dios se hubiera resistido a su sabor.

Carmen Alonso


Naranja

A mi me la pela, la naranja, por ácida y untuosa en la piel.
Me la pela en condiciones y sin rastro de carne blanca.
Y viene al pelo pelarla seguido, dejando una intensa espiral de azahar en fruto.
Y terminar redondo, como una peladura de patata de color blanco, amarillo y butano.
Y luego, me la desgaja, pero no se le ocurra romperla o mira, si se le ocurre,
me la corta en rodajas, que así va soltando su jugo.
Y ya me voy yo relamiéndome sólo de pensar en ello.
Y eso que a mí me la pela.
La naranja.

Carmen Alonso


Naranja Fordiano

El Monument Valley a mediodía,
testigo del regreso del soldado,
ese hombre que por hogar tiene un sombrero negro
y que viaja a lomos de un caballo pardo.  

La venganza por la afrenta inmunda,
el amor prohibido, soterrado, elidido,
las reservas indias, los delirios tibios,
el viaje que conduce a ninguna parte.

Todo es naranja en Centauros del Desierto.
También el crepúsculo que se avecina
tras la puerta que se cierra, antesala de los créditos.

Juan José Nieto


Naranja de palabras

Pincel de luz
amanece en el paisaje.
Embalsamado de amor,
guarda su aroma
en la piel del recuerdo.
Sueña el azul,
vestido de naranja,
para dormir
con un sol anochecido.

Sofía Montero García


Septiembre

El sol, una bola incandescente, parecía ser devorado por el horizonte, que salpicaba de jugo las nubes. Nosotros exprimíamos el fin de verano, después de haberlo bebido con avidez, como si se le fueran las vitaminas, ahora disfrutábamos de cada sorbo de aquel dulce néctar que empezaba a tener el amargor de los finales de temporada.
“El último partido antes de la partida” había bromeado alguien, pero la frase, hecha sin esfuerzo, arrancó poco más que sonrisas melancólicas.
La cancha antes había sido roja pero la luz, la lluvia y el tiempo se habían ido comiendo el color hasta volverlo de un fuerte ocre. El balón iba de unos a otros buscando una canasta, la definitiva, su rugosa superficie regresaba firme a la palma de mi mano en cada bote. La noté fría y tersa en el pase.
En cada parpadeo miles de luciérnagas danesas revoloteaban furiosas para escapar de mis ojos, reflejo del gajo que le quedaba al horizonte por disfrutar.
Último pase, tiro a canasta conteniendo el aliento de todo el equipo. Fin del partido. Celebraciones y comentarios ácidos sobre lo que pasaría si hubiera tiempo para la revancha.
La oscuridad lo inundó todo. Las salpicaduras de las nubes ahora eran de zumo de mora y ciruela. Sonó un mechero y la llama ambarina lo iluminó todo brevemente. Después, únicamente quedó el extremo del cigarro subrayando de un tono más marcado cada calada, hasta la última.
Irremediablemente habíamos devorado el verano en aquel pueblo y, cuando volviéramos al bullicio de la vida corriente, sólo nos quedaría de él un recuerdo dulce y fresco al fondo de la memoria.

Leticia Vicente


Nostalgia naranja

Marco miraba las vías de la estación de Reus absorto en sus pensamientos, no con impaciencia, si no…, con cierta incertidumbre. Esperaba el tren en el que daría comienzo su viaje. Savia que su destino era Holanda, el país naranja, pero no savia cuál sería su fin. Un golpe de viento escapado de levante, azotó el rostro del desprevenido joven y le hizo volver a la realidad. Y la realidad era que sin previo aviso, quería dar una sorpresa a la joven con la que había vivido un amor de verano apasionado e inolvidable, y cuando estuviese ante ella la diría:

-¡Je t´aime!

El tren con destino a Barcelona hizo su llegada. Marco trepó la escalinata sin prisa, con pleno dominio de su escaso equipaje. Busco su compartimento, se sentó en su asiento y soltando un suspiro disfrazado de desde se dijo:

-¡El viaje naranja a comenzado!

Ya en Barcelona, abandono el tren y cogió el autobús que le llevaría a Róterdam y después, a Utrecht, que era su destino final. Busco un libro entre la ropa de su escueta bolsa. Intento leer, pero fue imposible, cerró los ojos y se abandonó en sus recuerdos.

La conoció en Salou, en una discoteca de música y luces de futuro incierto. Dejándose llevar por un primer impulso, la cogió de la mano y ella con una sonrisa expresiva espero acontecimientos y preguntó:

-¿English…Deutsch…Français…Hispanis…?

El joven, sin mediar palabra, la dio un beso largo profundo y aun con los labios sellados dijo:

-Hispanis…

Marco alardeaba de un pensamiento filosófico que tuvo una noche cuando estaba a punto de entrar en el mundo etílico. “El dialogo es la esencia del entendimiento”…pero que dialogo…pero que entendimiento. En esos momentos su filosofía no funcionaba. Tenían que comunicarse con palabras francesas recortadas e imperfectas. Pero pronto el hablar sobraba. Aprendieron a comunicarse con gestos, miradas, besos, sonrisas, caricias…, comenzando así una historia de amor tórrido y apasionante.

Oscurecía cuando el autobús bordeaba Perpiñán por la costa. Marco entre abrió los ojos y vio a duras penas como las nubes chorreaban vino clarete, se le antojo que se derramaba en tonos naranja sobre el horizonte de un mar plateado. Mar, dispuesto a entregarse a esa noche que expiraba verano.

Volvió a cerrar los ojos y regresaron los recuerdos frescos del abrazo contemplativo bajo la lluvia de colores de la gran fuente del Paseo de las Palmeras, de la bruma perezosa que se filtraba entre los alientos tibios de madrugada, de los murmullos de las olas muriendo a sus pies en caracolas de espuma…, le interrumpieron con un…

-¡Sorry!

La chica que compartía asiento con Marco, quería salir, y este volvió a la realidad.

Era entrada la noche cuando llegaron a Paris, pero ni vio la Torre Eiffel, ni Campos Elíseos, ni Arco del Triunfo; con ver la infinidad de luces de la ciudad del amor, se conformó y en ese momento las últimas palabras que resbalaban entre lágrimas de su amada al separarse en Salou, volvieron a su dolida mente:

-Mis vacaciones no habrían sido lo mismo sin ti…- y su perfil desapareció entre los viajeros de aquel autobús.

Cuando Marco llego a Utrecht, las nieblas prematuras de Septiembre, ya habían sorprendido a los Países Bajos. El joven, de inmediato se presento en la habitación que su chica tenía alquilada como estudiante. El encuentro fue fantasmal, increíblemente sorprenderte. El abrazo de espectros soñados en la lejanía, se hizo solido, Seguidamente…, sus cuerpos se fundieron en uno solo y la larga noche declino ante sus risas, sollozos de alegría, susurros y gemidos de amor.

Los días pasaron entre tonos naranja, fragmentos de palabras a la deriva, el zumbido de ruedas de bicicletas sobre el asfalto, entre sombras de molinos, campos de tulipanes arrullados por un tibio Sol, degustaciones de queso, fiestas de estudiantes durante el fin de semana, visitas a restaurantes hispanos, paseos interminables a orillas de enfilados canales, entre… foto y foto Kodak.

Con dolor en sus corazones, el día señalado para que Marco regresase a España llegó y a punto de partir fue él esta vez quien dijo compungido:

-Mis vacaciones no habrían sido lo mismo sin ti.

El autobús se puso en marcha. No aparto su mirada de la ventanilla y el rostro risueño de su amada desapareció tras nieblas matinales y humos de estación.

A punto de terminar de cruzar los Pirineos, las primeras palabras en español que Marco escucho brotar de la radio del autobus fueron:

-Un toro llamado “Avispado”, ha terminado con la vida del torero Paquirri, en la plaza de Pozoblanco.

Marco quedo consternado por la mala noticia, pero su prioridad seguía siendo pensar en su chica extranjera. Pensaba que tendría que estar esperando una carta, una llamada telefónica… ¿hasta cuándo? Y sentía temor de que ese amor holandés se desvaneciese con el paso del tiempo y se convirtiese en una nostalgia naranja.

Nicolás Hernández López


Al naranjo

Ya eran bastantes años los que tenías cuando comencé a visitarte.
Y, como cada año y casi siempre por aquel entonces llenabas el paisaje de color y de vida.
Naranja.
Calló una al suelo y el viento movió tus hojas.
Supe que me la estabas guardando, a mí.
Cuando llegaba la primavera un maravilloso olor a azahar rompía el olor a ciudad, a humos...
a contaminación.
Dabas vida.
Siempre he recordado que cuando más se necesitaba, el olor y el color de la naranja estaban presentes.
Incluso en mis mejores sueños.
Naranja.

Iria Costa