Si Drácula fuera poeta

"Las hipótesis son como redes: lanzas la red y, tarde o temprano, encuentras algo". Esta frase de Novalis ilustra muy bien el contenido de la última sesión del año en el taller.
Si Pinocho se hubiera dedicado a la poesía tal vez hoy tendríamos una buena antología de poemas plagados de mentiras. O si Drácula hubiese sido poeta tal vez se hoy hablaríamos de un escritor de la talla de Edgar Allan Poe. ¿Le hubiera dedicado una oda a la criptonita si le hubiera dado por la poesía a Superman? ¿Se habría casado por poderes con una poeta?

Nada mejor que jugar con el condicional y el modo subjuntivo para avivar nuestra imaginación y enfundarnos otra piel distinta. Ese fue nuestro propósito el lunes pasado.
Y para ello contamos con un libro fantástico: Los poetas que no fueron de Jean Murdock & José María Casanovas publicado por Thule.



Los poetas que no fueron reúne una serie de poemas en prosa escritos por personajes de ficción pertenecientes a una sociedad secreta. En él nos encontramos textos de personajes de cuentos infantiles, protagonistas de series televisivas o películas taquilleras o bien de clásicos literarios. Dejamos aquí un vídeo hecho a raíz del prólogo escrito por Mordel Sachs y algunos de los poemas en prosa:

Si Drácula fuera poeta, escribiría esto:

Mi capa es negra como la negra piel de mis caballos, como la negra noche sobre el paso del Borgo, negra como el resto de mi negro atuendo.
El único rojo que visto lo llevo en la sangre. Jamás he dicho que la sangre es vida. Esa frase es de Renfield; la leyó en la Biblia. Y, qué diantres, yo no llevo anteojos, y menos de sol.

Si Supermán fuera poeta, escribiría esto:

Lo del rizo en la frente no fue idea mía, fue cosa de mi padre, como lo de hacer justicia.
Yo habría sido feliz en la granja, surcando el prado de centeno como alma que lleva el diablo, echando carreras a los trenes, levantando tractores, cortejando a Lois. Pero mi padre dijo: “Viniste aquí por un motivo. Debes cumplir tu destino”. Y así comenzó el suplicio. ¡Y hay tanto por hacer! Y yo solo no puedo. Alcálzar tiene a Pedrín, Batman a Robin, Pin a Pon, pero yo estoy solo muy solo, más solo que Marta Sánchez, más solo que Gary Cooper, más solo que Major Tom. Además, para qué engañarnos, esto no hay quien lo arregle, de sobra lo sabemos. De modo que lo dejo. Daré la vuelta al mundo siete veces siete para echar el tiempo atrás y sestear sobre la hierba cortada, perforar el cielo, jugar al béisbol, amar a Lois. Y ya no seré pájaro, no seré avión, sólo un muchacho; otro muchacho que no quiere crecer, otro guardián entre el centeno.

Si Pinocho fuera poeta, escribiría esto:

¿Qué viene el lobo? ¿Los Reyes Magos? ¿Ideal parejas? ¿Para todos los bolsillos? ¿Tendrá pelo en tres semanas? ¿Talla única? ¿Lo importante es participar? ¿El tamaño no importa? ¿El dinero no da la felicidad? ¿La belleza interior es lo que cuenta? ¿Los hombres no lloran? ¿Dios? Yo no mentía más que vosotros.

Si madame Bovary Fuera poeta, escribiría esto:

¿Vanidosa? Cómo no. ¿Caprichosa? A veces sí, a veces no. ¿Adúltera? ¿Suicida?= ¿Morosa? todo está escrito. Pero ¿pelirroja? ¿En qué pensabas, Claude Chabrol?

Si el Hombre Invisible fuera poeta, escribiría esto:

Os voy a enseñar lo nunca visto.


Y esta fue la propuesta de escritura: ¿Qué hubieran escrito Lucky Luke, Mafalda, Magila Gorila, Rajoy, Belén Esteban, el Papa Francisco, Batman, Ada Colau, la Pantera Rosa, Santiago Calatrava, Franz Kafka, Mariscal, Chillida, Pedro J. Ramirez, Luis Cobos, Lady Gaga, Ortega Cano, Darth Vader, Pipi Calzaslargas, Luis Bárcenas, Picasso, Chopin, Jesucristo, Papa Nöel o cualquier otro personaje si hubieran sido poetas? 

Y aquí algunos de los trabajos recibidos:

Si Jesucristo fuera poeta, escribiría esto:

El amor anida en la persona a la que escucho.
Un acto se convierte en pureza, cuando el pensamiento es global.
La vida es positiva, si quieres al otro.
Somos semilla donde crece la flor de la palabra en libertad.
El otro soy yo y yo soy el otro.
Si Jesucristo fuera poeta, sería un mago del pensamiento.

Sofía Montero


Si el honorable Pujol fuera poeta, escribiría esto:

Sería el único poeta, comprometido con los más débiles, los más pobres, los más necesitados, de la futura república independiente catalana.

Luis Iglesias


Sancho recuerda
“Al que madruga dios le ayuda”
Pero aquella mañana dios no nos ayudó… más bien todo lo contrario… Las imágenes se amontonan en mi “mollera”, las culebras de las colinas rojas avanzan sin remedio y amenazan con devorarme. ¡Dios aquella mañana no nos ayudó!... Han pasado los años, mis “paticas” retozonas ya no responden como antes y D. Quijote hace tiempo se fue a cabalgar por el cielo gris donde no existen las sombras. Aquella mañana del mes de mayo habíamos madrugado mucho, pero ¡dios no nos ayudó! Las alondras estiraban el pico como yo los brazos y “rucio” las orejas. Arropados por la niebla que ya amenazaba abrirse y regalarnos un azul intenso y limpio, avanzábamos impasibles al frío matinal de las manchegas tierras siempre castigadas por olvidos y sinrazones. Masticaba un trozo de queso duro y un pan de centeno hecho piedra, lo pasaba de un lado al otro de la boca para poderlo desmenuzar. De repente, mi señor que dormitaba sobre Rocinante, se puso a gritar como un poseso: “¡Sancho, Sancho… míralos, míralos… ¿Los ves? aquellos gigantes gigantescos nos amenazan, mira como hacen aspavientos con los brazos…!” Es como si estuviera allí mismo. Han pasado los años y no se ha borrado ni el más insignificante detalle de todas las aventuras, al contrario, cada día que pasa está más vivo todo en mi mollera de acémila vapuleada. Lo advertí con toda la fuerza que me permitía la voz: “Señor don Quijote, ¡por los pelos rubios del diablo! eso no son gigantes, sino molinos y lo que mueven no son brazos amenazantes, más bien son las aspas que las impulsa el viento”. No sirvió de nada, empeñado, ciego, a toda la velocidad que el esmirriado de Rocinante era capaz, se abalanzó sobre los molinos vociferándolos… hasta que pasó lo que tenía que pasar… y luego, como siempre, a culpar a los encantamientos. ¡Dios no nos ayudó! y es lo que hay. Los años me lo han hecho ver. No se puede creer todo lo que se ve ni todo lo que se oye ni todo lo que se lee, las cosas no siempre son como pensamos que son, a veces son negras y a veces blancas y a veces de colores… la fe no mueve montañas, la fe solo mueve voluntades y muy a menudo no para bien. Si es que “al perro flaco todo se le vuelven pulgas”… todas las aventuras están vivas en mi mollera de piedra escalabrada y barrenan las paredes con ruidos extraños que solo se apaciguan cuando describo las voces que me roen el cerebro en estas tablas carcomidas por el tiempo y la humedad… hoy ya no rezo y no rezo porque no es verdad que al que madruga dios le ayuda.

M. Venttini


Si Rambo fuera poeta, escribiría esto:

Acorralado por las huellas de la tortura,
dejé atrás un mundo que me rechazaba,
y solo encuentro en la batalla una morada.
Ahora, los muyahidínes son mis fieles amigos,
mi fusil y mis flechas son mis emblemas,
y mis móviles, la libertad y la furia.

Óscar Fernández


Si Papá Noel fuera poeta

¡Ay si yo fuera poeta!
Abandonaría mi trabajo de inventor y supervisor de juguetes por el de creador de versos rimados.
Las cartas de los niños las sustituiría por poemas clásicos. Mi saco mágico estaría repleto de palabras, frases y poemas que, en lugar de la noche del 25 de diciembre, se repartirían a lo largo de todo el año.
No utilizaría mi telescopio para comprobar qué niño ha sido bueno. No. Sólo comprobaría a cuál de ellos le falta una poesía o cuento de consuelo.
Desde principios de noviembre los buzones instalados en calles y grandes centros comerciales los reemplazaría por otros aptos únicamente a peticiones literarias.
Entonces, me balancearía en mi mecedora y, al lado de la chimenea, tapadito con mi manta, escribiría los versos más frescos que vinieran a mi cabeza.
Despediría al responsable de mantenimiento de mi trineo. Rodolfo y los demás renos vivirían en paz sin temer la llegada de diciembre.
No volvería a deslizarme por las estrechas chimeneas para depositar enormes paquetes debajo del parpadeante árbol navideño, calcetines y zapatos distribuidos a lo largo del planeta.
Y calentito en mi casa, resguardado del frío invernal, dejaría mi trabajo a sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, el Tió de Nadal, Olentzero y el Apalpador, con los que, sin comerlo ni beberlo, me estoy enemistando.

Toñi Martín del Rey


Si Chopin fuera poeta, escribiría esto:
No sé qué hago aquí en esta isla con una señora que parece un señor y fuma puros. Y además en un convento. No me gustan las ensaimadas ni la sobrasada, ya estoy lo suficientemente enfermo.
Esta sierra no tiene altura y lo que necesito es el esterilizante clima helvético, su montaña mágica y Davos. La fiebre ya no es un estímulo para escribir, sólo me agota y la tos destroza los momentos.
La isla es incómoda, áspera en este invierno frío y húmedo que aumenta los desvaríos de mi escaso y febril sueño. Pienso en escapar, fundirme en una nada que me espera pronto.
La isla soy yo.

Dionisio Alonso


Sugerencias y deseos
Si fuera un buldózer, echaría abajo el cielo.
Si fuera muy grande, sería el Ébola.
Si fuera un recuerdo, no sería nada.
Si fuera un país, sería otro.
Si fuera el mar, ocultaría un tsunami.
Si fuera muy viejo, sería yo mismo.
Si fuera invisible, desearía verme.
Si fuera un pegamento extra-fuerte, pegaría la izquierda.
Si fuera una isla, me sobraría el agua.
Si fuera inmortal, tendría un problema.
Si fuera extranjero, hablaría todas las lenguas.
Si fuera el cielo, amaría los globos.
Si fuera una cometa, sería el viento.

Dionisio Alonso


Si Quasimodo fuera poeta, escribiría esto:
Poco dura la inocencia en la catedral del tiempo. El hombre es un albañil tan estúpido como hábil. Talla a sus crías en el altar de las formas. Burila sus sentidos. Modela su razón. Enfosca su pensamiento. Graba sus afanes. Todo es materia.
La diferencia es deformidad. La deformidad, el bautismo del proscrito: la puerta que sólo se abre para alimentar la crueldad de los que defienden su infierno de piedra. El chiste burdo, la befa pública y el escarnio fácil son sus herramientas.
El miedo los arenga. Temen lo que atacan: el espejo que les devuelve con nitidez la imagen tullida de su alma.
Hoy la ciudad de París me aclama. Soy su Papa Loco. Su cíclope enano. Su fauno cojo. Su minotauro rufo. Su leviatán de boca callosa. Su demonio de cuerno blanco. Soy el feo de feos. El engendro grotesco de monstruos legendarios. Soy Quasimodo. Su rey de bufones. Su monarca.
¡Maldito sea mi reino ciego! ¡Maldita mi corona gibosa! ¡Malditas las lenguas bastardas que sin piedad aplauden y gritan a un Papa, a un Loco, a un Hombre sin disfraz y sin máscara!
No puedo olvidar el horror de sus rostros al comprobar que nada en mi era artificio. Aún me estremece recordar la brutal ferocidad que se escondía tras esas figuras pulidas, esas ropas de colores vivos y esas maneras que el escoplo de un espectro biseló en un taller fantasma.
Duele buscar luz y encontrar muros. Apariencias que deslumbran. Espejismos que cubren de acero el agua.
¡Maldito sea el río de piedras falsas que coronó a este monarca!
Soy Quasimodo. El joven que se crió en un jardín de campanas. Paraíso de bronce sin serpientes ni frutales. No tengo más amigos que tres gárgolas de aspecto sañudo y conversación suave. Si hoy no reniego de ellos, es por el brillo de un baile. Por los pasos libres de una gema verde. Por los saltos nobles de una perla blanca. Una zíngara y una cabra. Esmeralda y Djali. Dos joyas ajenas al buril y al martillo que cincelan estatuas. Ambas danzaron conmigo en la plaza. Ambas calmaron mi sed. Un día las traeré a mi oasis, les enseñaré a qué huelen las campanas cuando su voz florece y cómo jugar con las gárgolas cuando la catedral duerme.

Ana Isabel Fariña


Si Darth Vader fuera poeta, escribiría esto:

No nací predestinado más que a ella y en ella destruí nuestras vidas… la vida de todas las estrellas.

Leticia Vicente


Si Chillida fuera poeta, escribiría esto:
Yo quería combatir el horror e hice un pacto con la naturaleza, sería inmortal.
Mi trabajo consistía en abrir el paso a otra realidad más pura, ser el vehículo transmisor.
Esta grandeza se encuentra en la piedra, en el metal, en cualquier materia solo hay que verla y dejarla que rompa. Hendir, raspar, ayudar a moldear y dejarte llevar para que pueda tomar forma. Yo soy el tubo de paso no intervengo, solo mis manos obedecen a lo que la inspiración les dicta.
Estos Victoria, David o Peine deben salir por que de lo contrario quedarían presos para siempre y privarían a la naturaleza de esa fuerza tan necesarias para acordonar el mal.
El vacío no es nada, no provoca no es ni un punto negro ni blanco, no es ni insensible, se pasa sin darte cuenta, te lanzas a las olas y te engullen sin más, pero allí dónde el viento se peina hay un móvil esclarecedor. El no sentir es no aferrarse a nada, mirar a través de un caleidoscopio sin espejos. El malsentir es una meta ciega corroída por el tiempo.
Era necesario aportar al horizonte lo que por mi natural me correspondía para que se observara desde otra perspectiva con tregua y sin rencor. He fabricado escudos de rebote de ondas expansivas, ruedas de viraje de fuerzas, tambores de metal, tamices de materia gris y espejos reflectantes en las cimas.
Vagaré en pena al comprobar que no ha sido suficiente.

Antonia Oliva


Si Jesús fuera poeta, escribiría esto:

Padre, Dios Todopoderoso, ¿por qué habría de inmolarme para que los otros sean salvos? ¿Por qué mi sangre ha de limpiar los pecados? La sangre, Padre, pertenece al cuerpo, debe correr tibia y sonrojar mejillas, enardecer los sexos. No debe brotar inútil por infames heridas, tornándose fría e innoble.
¿Por qué habrá de derramarse mi sangre para que tu palabra se esparza? Ha corrido sangre de sobra en este mundo, ¿para qué agregarle la mía?
Cuando esté izado en la cruz, exhibida mi desnudez, mi miseria, en fin, mi humanidad, recitaré obediente el guión: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Cuando en realidad quisiera gritar: "Te perdono, padre, aunque no sabes lo que haces"

Maritza García Toro


Si yo fuera poeta

Sería un poeta de verso libre, sin ataduras, no me ajustaría a las reglas establecidas.
Para mí, un poeta es un escritor tacaño en palabras, pero esplendido en sentimientos.
Un poeta lo tiene difícil, debe mezclar en la coctelera de su cabeza muchas palabras: metáforas, adjetivos, amor, odio, alegría, dolor, tristeza, vida, muerte, día, noche, naturaleza, llorar, reír, lluvia, río, mar, corazón, cabeza, mujer, hombre, dulce, salado, frío, calor, paz, guerra, besos, caricias, música, serenidad, rima, etc, etc. etc.
¿En que proporción ?
El poeta con su estado de animo "variable" nos transmite en sus poemas, sus inquietudes, sus deseos, su manera de ver la vida en cada instante. Nos hace pensar y ver la vida dura, mas agradable, mas real, mas sencilla.

Luis Iglesias


Si Pipi Calzaslargas fuera poeta, escribiría esto:
Llevaría siempre los calcetines de distinto color,
nunca me quitaría mis coletas.
Empezaría a trabajar para ganar dinero
y buscar a mi padre.
Me subiría a todas las mesas de todos los bares que encontrara.
Seguiría viviendo con mi monito y mi caballo siempre atentos al cambio.
Conduciría un gran camión, sin carne y nos iríamos de juerga con los amigos, Tom y Ana a liarla al río.
Me hartaría a comer tortitas con huevo y bacon.
(....)

Iria Costa


Si Frankestein fuera poeta, escribiría esto:
Antes de partir debo asegurarme de llevar la Biblia conmigo.
Así seguiré aprendiendo, cada día, y en cada momento.
Me hubiera gustado no estar echo de partes de muchos, y no sentir lo mismo de cada uno de ellos.
Así es de triste, al menos puedo decirlo.

Iria Costa


Si Thomas Sharpe (de la Cumbre Escarlata) fuera poeta, escribiría esto:

Solo es mi grandísimo deseo: que ella me ame como yo lo hago. ¿Llegará mi máquina tan lejos?

Iria Costa

Haikus en el corredor de la muerte

La sesión del lunes, 14 de diciembre, la dedicamos al haiku. Pero en esta ocasión no pusimos la vista y el oído en el espectáculo de la naturaleza. Las ranas, libélulas, mirlos y otra fauna proclive al hábitat del haiku dejaron paso a otros haikus, los escritos por reos japoneses condenados a muerte. Hablamos en primer lugar de la tradición que existe en Japón en torno a la muerte y de cómo existen distintas palabras para nombrar la forma en que uno muerte, si es de forma natural, si es en el ejercicio de la guerra o si es una muerte por amor. También nos referimos al libro Poemas japoneses a la muerte, de Yoel Hoffmann en el que se recogen textos escritos por monjes zen y poetas del haiku en el umbral de la muerte.

En la contraportada de Haikus en el corredor de la muerte podemos leer:
"¿Estás preocupado porque te hallas a punto de morir dejando tantas cosas inacabadas? Entonces sé valeroso, y compón un poema sobre la muerte." Así resumía Lafcadio Hearn (1850-1904) la actitud tradicional japonesa frente al final de la existencia, acudiendo al consuelo de la poesía, dejando un haiku como mensaje último de quien sabe llegados sus últimos momentos [...]"





Incluimos en la ficha un artículo de Antonio Colinas que escribió para elcultural.com y que también reproducimos aquí:


En nuestros días la poesía se ve sometida, en lo que al tratamiento de los temas se refiere -es a la vez un don y una condena- a la provisionalidad y a la anécdota del instante. Amplía y enriquece así su campo de expresión siempre que no caiga en lo fácil y en lo epidérmico. Pero la tradición nos demuestra que la poesía es un género literario que fundamentalmente ha atendido a una serie muy concreta de temas, porque así lo exigía la importancia de los mismos: el amor, la muerte, el tiempo, lo sagrado, los momentos estelares de la Historia... Esto es lo primero que pensamos al reparar en el libro que hoy comentamos y, que ya desde su título, nos remite a la muerte como tema central.

Pero qué duda cabe que éste -como el del amor- es un tema de temas, pues se presta a multitud de interpretaciones, por más que la gravedad del mismo sea obsesiva para los seres humanos, quizás el más esencial. A veces, nace alejado de consideraciones meramente religiosas o metafísicas y alude a la muerte como una presencia tan brusca como cruel. Pienso ahora no sólo en este libro, Haikus en el corredor de la muerte, sino en Tengo una cita con la muerte (Poetas muertos en la Gran Guerra), seleccionados y traducidos en su día por Borja Aguiló y Ben Clark (Linteo, 2011). Pero si en éste la muerte llega como un honor tardío para reconocer la obra de los jóvenes soldados-poetas, en los haikus pone de relieve una tradición japonesa: la de que la persona que va a morir (condenada a muerte por ahorcamiento) deje, como mensaje último, un poema que, a la vez, debe someterse -lo que supone un segundo reto- a la forma extremadamente sintética y fulgurante del haiku.

Diríamos por ello que la poesía, ya como fenómeno anímico, se ve sometida a una prueba especial: la de dar con la dignidad y corrección de su factura en ese momento extremadamente grave que es el de la muerte, pero no una muerte que se ve venir con calma y resignación por edad o enfermedad, incluso la del suicida, sino con la brusquedad del que ha sido condenado a muerte. Tienen así estos versos el carácter de testamento en los límites, revelado desde una lucidez final que desea ser transformada en arte. El condenado se ve obligado a sintetizar no sólo lo que él siente en esos momentos finales sino incluso a resumir lo que piensa de la vida, de sus seres queridos (“Día de la madre,/cerrando mis ojos/ veo a mi madre”, o : “No sabe mi hijo/que estoy condenado a muerte”) y sabiendo incluso de qué poco sirven estas palabras últimas porque, escribe otro de los autores, “la verdad no la puedo decir”.

Por tanto, la prueba de escribir poesía y hacerlo por medio de sólo 17 sílabas resulta de una intensidad especial. No sabemos si los condenados poseían el don de ser poetas, pero deben serlo en ese momento que precede a su muerte. Ese poema-testamento se escribe en una situación límite en la que todo “empieza a derrumbarse” y los minutos que quedan son como un “estruendo primaveral”, donde “no se tiene mañana”. Quizás de la lucidez última nace ese fulgor que es consustancial a la poesía verdadera, pues ésta brota del hondón del subconsciente. Así el condenado siente el calor de “un fuego para difuntos”, “un sudor otoñal”, “como si se rompiera/la luna” y siente “tibio/el patíbulo”.

Estamos, pues, ante un libro extremadamente original, por grave y desgarrador, síntesis de lo que la poesía puede ser para un humano en el momento más violento: el que vive un condenado a muerte. Estos testimonios poéticos hacen alusión a ese momento concreto, pero nos lleva a considerar que el de la muerte es un tema que está presente en todos los tiempos y en no pocos poetas, como testimonio frente al enigma más perturbador de la vida.

De ello es una buena prueba ese tanka a la muerte que el poeta Raizán escribió en el siglo XVIII antes de su agonía: “Raizán ha muerto/ para pagar el error/ de haber nacido:/no culpa a nadie de ello,/ ni guarda ningún rencor”. En testimonios como éste y en otros no menos acusados, como los de los condenados, se nos demuestra que la poesía puede llegar a ser la más esencial muestra de lo vital. Brilla incluso en estos casos una sabiduría que sobrevuela y vence incluso a la misma muerte.

Esta es una breve selección de textos sobre el libro:

El último haiku a la agonía
¡Despejado cielo
invernal!
No tengo dónde agarrarme.

Shoodoo
(ejecutado a los 63 años)

Aunque trata de hablar, no le salen más palabras.
Las últimas palabras interrumpidas, el último poema.
“En invierno está despejado y no hay nubes a las que entregarse. En u nos instantes seré colgado en el vació” –pensará el autor.
Tratando de apartar de su mente la imagen de su ejecución en la horca, se percibe un ansia inefable hacia la vida misma.


Ocaso invernal.
Deseo de amar a 
cualquier persona.

Fuuru
(ejecutado a los 27 años)

La víspera de la ejecución, a las nueve de la noche, el autor pidió escuchar la quinta sinfonía de Mendelssohn. “Al terminar de escucharla, la auténtica tristeza y la soledad me van a rodear. Todo mi cuerpo es ahora como agua caliente dentro de un recipiente de cristal muy fino”, dice el final de su última carta. “Quisiera cerrar mi vida con algunas palabras ingeniosas, pero no se me ocurre ninguna buena frase”.


Como yo,
imprudente y pobre,
mosca invernal.

Takeo
(ejecutado a los 61 años)

El autor insistió en su inocencia en 1975 y su caso fue tratado también en la Dieta, pero finalmente fue ejecutado en la horca.
Dentro de la exposición “Pinturas de vida”, que reúne haikus, dibujos y cuadros pintados por los condenados a muerte, que recorrió todo Japón desde 1997, sus cuatros budistas fueron los que mayor reconocimiento obtuvieron.


Nombre de mi hijo/a,
lo escribo y borro,
noche larga.

Hoomei
(ejecutado a los 39 años)

El criminal también tiene hijos. El hijo del criminal no es hijo de la culpa. Pero la ausencia del padre pesa directamente sobre los pequeños hombros del hijo, los problemas económicos y la angustia por la falta del sostén mental.
Su padre, sin fuerza, se disculpa solo en la cárcel. Con una pluma, con un lápiz, con lágrimas. Escribe y borra y el nombre de su hijo/a.

En japonés no existe diferencia entre el género femenino y el masculino, por lo que no podemos saber si se trataba de un hijo o de una hija.


Viento otoñal.
Lejos del corazón
está mi esposa.

Hakuyoo
(ejecutado a los 27 años)

Esposa separada, esposa que se fue. Esa esposa ya ni vendría a ver el autor ni le escribiría. A tal 

esposa antes de la maldecía, odiaba y guardaba rencor… al final del odio por su amor mismo, el autor llegó a un estado transparente. El kigo común aki no haze (viento otoñal), aquí suena fresco.


En la ventana de la celda
a una hormiga confieso
mi arrepentimiento.

Yoshimitsu
(ejecutado a los 77 años)

Hormiga, araña, pájaro o cucaracha. Además, moscas y mosquitos, que molestan a los condenados dentro de las celdas. Los condenados cantan a esos pequeños animales que entran en su vida cotidiana.
Habrá alguna verdad, la que pueda contarles simpatizando sólo con esos seres vivientes que no pueden hablar ni tienen ninguna fuerza.


Golondrinas,
palomas y gorriones,
adiós.

Kikusei
(ejecutado a los 43 años)

Empezó a escribir haikus hacia los 40 años, tras entrar en la cárcel. No podía leer ni escribir a esa edad. Por primera vez tomó la pluma y luchó contra las letras porque quería escribir haiku y comunicarse con la gente que disfruta escribiéndolo. No será un murmullo sino un grito ese “adiós” si es de un poema hecho por tal persona.


¿En qué consistió la propuesta de escritura de la sesión? En escribir un haiku donde se refleje la realidad de la cárcel.

Estos son los haikus de algunos de los participantes en el taller de escritura:


Haikus de la cárcel

Pena y dolor
gritan entre mis venas,
espacio gris.

*

Encarcelada,
la libertad se esconde,
mis pasos duermen.

*

Versión 1
En el silencio,
presa de libertad,
la luz despierta.

Versión 2
En el silencio,
presa de libertad,
la luz se apaga.

Sofía Montero García


Haikus de la cárcel

Versión 1
Hambre y miseria
Una grande y libre.
Gritan mi nombre.

Versión 2
Hambre y piojos.
Una, grande y libre.
Gritan un nombre.

Versión3
Hambre y piojos.
Una, grande y libre.
Lista de nombres.

*

Versión 1
Cielo cárdeno,
Aire espeso negro.
Olor a berza.

Versión 2
Techo mugriento,
Aire denso, ahogo.
Olor a berza.

Versión 3
Techo sucio,
Aire denso, ahogo.
Olor a berza.

Dionisio Alonso


Haikus en mi prisión

Rayo de un día más
que te cuelas por el aire enjaulado
tibio a mi nariz llegas.

Zumba la mosca cómplice ahora
viva en la celda en mi oreja revolotea
Zum zum segundo a segundo.

Aronbanda


Haikus


Versión 1
Los ojos tristes
un rincón de la celda
lleno de lágrimas.

Versión 2
Ojos resecos
y un rincón de la celda
lleno de lágrimas.

​M. Venttini​


Haikus en el corredor de la muerte

Perder la vida,
sin poder defenderme,
me da rabia.

Esta soledad,
me mata lentamente,
ya queda poco.

Luis Iglesias


Haikus

Versión 1
Cinco barrotes,
Me miran noche y día.
Son insaciables. 

Versión 2
Cinco barrotes,
Un camastro deshecho,
Puerta candada.

Ramón Sánchez


Realidad carcelaria
Haikus

Cristal y hierro
oscura transparencia
ansia de vida

Cuatro paredes
evasión o locura
una realidad

Ayer un día
hoy es la noche oscura
perdida en vida

Hielo con niebla
tenebrosa oscuridad
al otro lado

Gorrión en vuelo
libertad bien amada
aquí encerrado

Alfredo Domínguez


Haikus en la cárcel

Versión 1
Miro la luna.
Cuando desaparezca,
llegará la noche.

Versión 2
Luz de la luna,
cuando desaparezcas
se hará de noche.

Óscar Fernández


Haikus desde la prisión

Versión 1
Corredor frío
miradas tras las rejas
llave en el cerrojo


Versión 2
Corredor frío
cerrojo que se cierra
cuerpo entre rejas

*

Entra en la celda
con su perfume seco
hoja de otoño

*

Copo de nieve
derritiéndose lento
sobre mi mano

*

Versión 1
Olor a flores
cruzando el presidio.
Cierro los ojos

Versión 2
Olor a flores
entrando en el presidio.
Cierro los ojos

*

Verano ardiente,
entre tanto aquí dentro
barrotes fríos

*

Sol en la cara
Pasos en la gravilla.
La puerta se abre

Maritza García


Haikus

Versión 1
No habrá más pan
migado en mi ventana
¡pobre avecilla!

Versión 2
En el alféizar
barrotes, pan y nieve
Un pardal come.

*

Versión 1
Florece el árbol
Hojas nuevas sin nombre
El cuervo anida

Versión 2
Brotan las hojas
verdes. No tienen nombre
Vuelo de cuervos

Versión 2A
Los nidos llenos
Petirrojos sin nombre
Celda ciento uno.

*

Versión 1
El hombre avanza
El pasillo es estrecho
Vuelo de buitres

Versión 2
El joven camina
La garganta es estrecha
Cruje una rama.


Versión final
Un preso camina
El páramo es frío
Cruje una rama

*

Siempre la cárcel
El rio y sus orillas
Dos uniformes

*

Versión 1
El mundo quieto
Soga: cruce de cuerdas
Sol. Mar. Espuma.

Versión 2
Campos de trigo
Soga: cruce de cuerdas
Grano maduro

Ana Isabel Fariña


Haikus en el corredor de la muerte

Ratas que corren
Suciedad en la celda
Deseo de muerte

*

Fría familia
Abandono de todos
Ojos húmedos

*

Cielo radiante
Ínfimo en mi ventana
Noche perpetua

Toñi Martín del Rey


Haikus en el corredor de la muerte

Pies arrastrados
sólo regresan cuerpos
a la celda gris.

*

Por los barrotes
un rayo gris de luna
me da esperanzas.

Leticia Vicente


Muerte en la cárcel

Un hombre muerto
Cada cual en su celda
Ruido de latas

*

Habla en soledad
Sentado mira al suelo
Ya llega el día

*

Yace esposado
Las seis en el reloj
Entran dos hombres

Antonia Oliva


Haikus en el corredor de la muerte
Que oscuridad,
me sentía solitario
bajo la penumbra.

*

Al caer la luz,
se acerca la muerte
próximamente.

Iria Costa

¿Aló? Cuentos y poemas por teléfono

La sesión del lunes, día 30 de noviembre, la dedicamos al teléfono. Hablamos de cómo este invento revolucionario nos permite hacer más llevadera las distancia y más rápida la comunicación pero también de las consecuencias negativas, sobre todo en su versión móvil, pues apenas nos deja tiempo para pensar y estar solos, sin nadie con quien compartir un toque, un SMS o un whatsapp.
Hablamos también del coltán y de cómo grandes empresas como Nokia, Motorola o Sony, entre otras, lo emplean en los condesadores de los móviles y para ello explotan a niños pequeños que lo sacan de las minas del Congo y propician todo tipo de guerras y enfrentamientos para controlar dicho mineral.


Teléfono negro. Luisa Romero

Con un teléfono rosa en la mano leímos el poema de Jesús Ge "Yo no he dicho eso. Así se lo dije" (Esto no es vanguardia). Pero mejor si lo escuchamos aquí en la versión del autor y, además, en una cabina telefónica:




El texto de Anton Chejov titulado "El teléfono" nos permitió hablar de las interferencias y los cruces de líneas o conversaciones y el relato "Entre las doce y la una" de Quim Monzó de cómo una conversación se puede volver insostenible y rozar el absurdo.
Y para descansar de tanta llamada y tanta conferencia pusimos nuestros móviles en modo avión y nos dejamos llevar por las palabras de José Hierro en su poema "Don Antonio Machado tacha en su agenda un número de teléfono":

Borra de tu memoria
este número de teléfono
2-6-8-1-4-5-6.
Táchalo en tu agenda.
Si ahora marcaras ese número que no puede escucharte,
nadie respondería. Este número sordomudo:
2-6-8-1-4-5-6.
borra, olvídalo, tacha ese número muerto:
es uno más, aunque fue único.

Las hojas de tu agenda tienen más tachaduras
que números y nombres.
Ya quedan menos a los que llamar;
apenas quedan números y nombres que te hablen
o que te escuchen: 2-6-8-1-4-5-6.
Haz todo lo que puedas para que se disuelva en tu memoria:
destrúyelo, trastruécalo:
8-2-6-4-1-5-4,
rómpele el ritmo que le correspondía:
4-5-2-6-1-8-4,
ya no lo necesitas,
no necesitas esos números, esos nombres o sombras.
2-6-8-1-4-5-6:
«¿Está Leonor? »
Y suponiendo que alguien te responda,
será otra voz la que responderá.
Baraja el número, confúndelo, desordénalo.
Así: 1-4-2-5-6-8.
«¿Está Guiomar? »
Baraja los números y nombres, barájalos,
sobre todo los nombres:
«¿Está Guionorr? » «¿Está Leomar? »
Silencio.
Olvida, tacha, borra, desvanece
esos nombres y números,
no intentes modelar la niebla,
resígnate a que el viento la disperse.

¡Colinas plateadas...!

Hablamos también de la película Última llamada, de Joel Schumacher en la que un tipo decide descolgar el teléfono de una cabina pública que suena con insistencia. Cuando pregunta quién llama se verá envuelto en un macabro juego. Un francotirador que le apunta con un rifle con mira telescópica le advierte que si cuelga el teléfono morirá.

Comentamos también la reflexión que Lorenzo Silva hace sobre el teléfono móvil: "Soy de la opinión de que el teléfono móvil es el más salvaje y abyecto atentado que el progreso tecnológico ha producido contra uno de los pocos tesoros espirituales del hombre: la soledad" Después leímos un texto de Hernán Casciari donde se plantea qué hubiera sido de la historia de la literatura si el teléfono móvil hubiera existido siempre. Y leímos, por último, el articuento de Juan José Millás titulado "Confusión":

Antes de que hubiera terminado de desenvolver el regalo de cumpleaños, sonó dentro del paquete un timbre: era un móvil. Lo cogí y oí que mi mujer me felicitaba con una carcajada desde el teléfono del dormitorio. Esa noche, ella quiso que habláramos de la vida: los años que llevábamos juntos y todo eso. Pero se empeñó en que lo hiciéramos por teléfono, de manera que se marchó al dormitorio y me llamó desde allí al cuarto de estar, donde permanecía yo con el trasto colocado en la cintura. Cuando acabamos la conversación, fui al dormitorio y la vi sentada en la cama, pensativa. Me dijo que acababa de hablar con su marido por teléfono y que estaba dudando si volver con él. Lo nuestro le producía culpa. Yo soy su único marido, así que interpreté aquello como una provocación sexual e hicimos el amor con la desesperación de dos adúlteros. Al día siguiente, estaba en la oficina, tomándome el bocadillo de media mañana, cuando sonó el móvil. Era ella, claro. Dijo que prefería confesarme que tenía un amante. Yo le seguí la corriente porque me pareció que aquel juego nos venía bien a los dos, de manera que le contesté que no se preocupara: habíamos resuelto otras crisis y resolveríamos ésta también. Por la noche, volvimos a hablar por teléfono, como el día anterior, y me contó que dentro de un rato iba a encontrarse con su amante. Aquello me excitó mucho, así que colgué en seguida, fui al dormitorio e hicimos el amor hasta el amanecer. Toda la semana fue igual. El sábado, por fin, cuando nos encontramos en el dormitorio después de la conversación telefónica habitual, me dijo que me quería pero que tenía que dejarme porque su marido la necesitaba más que yo. Dicho esto, cogió la puerta, se fue y desde entonces el móvil no ha vuelto a sonar. Estoy confundido.

En esta ocasión propusimos varias tareas de escritura. La primera de ellas la resolvimos allí mismo y salieron cosas muy divertidas. ¿En qué consistió? En completar un diálogo telefónico extraído de la obra The Buenos Aires affaire de Manuel Puig en la que solo se muestra el discurso de uno de los interlocutores:

Oficial – Hable
Voz  – …
Oficial – Sí la escucho
Voz  – …
Oficial –Para consultas está mi asistente, le vuelvo a dar con él.
Voz  – …
Oficial -¿Peligro de qué clase? Ante todo deme su nombre
Voz  – …
Oficial –Le prometemos reserva absoluta.
Voz  – …
Oficial –Hable con menos vueltas. ¿Cuál es el peligro?, ¿de qué clase?
Voz  – …
Oficial –Nadie se va a enterar de su llamada, esté tranquila. ¿En qué consiste el peligro?
Voz  – …
Oficial –Deme los nombres de ellos, y los domicilios.
Voz  – …
Oficial –El nombre del sujeto este que le parece peligroso, y el de ella.
Voz  – …
Oficial –Si usted no está segura la cuestión cambia. Usted sabrá que las falsas alarmas están penadas por la ley. Deme su nombre y número de teléfono, la llamo enseguida.

Para casa propusimos escribir un texto donde se produzca un cruce de líneas, o reproducir, con alevosía y nocturnidad, una llamada al programa "Hablar por hablar" o al teléfono de la Esperanza o incluso recrear un cuento clásico o un fragmento de una novela conocida pero poniendo en la mano de los protagonistas un teléfono móvil.

Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller:


Sin solución

- ¿Es el Teléfono de la Esperanza?
- Sí, dígame.
- Estoy muy deprimida por los múltiples problemas en mi vida personal.
- ¿Cuál es su último problema?
- Me siento mal, ¡muy mal!
- Cuénteme lo que le pasa.
- No lo sé, es un estado general. Me quedo sentada mirando al vecino de enfrente y me cuesta un dolor activar mi cuerpo y mi pensamiento
- Pues, hable con él.
- Me da vergüenza, no sea que piense cosas infundadas. Además , tiene novia, a lo mejor doy pie a un triángulo amoroso.
- Pues, se aguanta con verlo. Yo no veo otra solución.
- ¡Vaya una salida más cómoda! Los demás problemas, ¡ya ni los cuento!
- ¡Bueno, no se ponga así! Llámeme en otra ocasión, a lo mejor encontramos una solución brillante ¡No se desanime!
-Me despido. Estoy peor que cuando llamé. Espero sobrevivir.

Sofía Montero


Línea de la esperanza
Línea de la Esperanza. Es el simple encabezado escrito en la tarjeta de presentación. Abajo, un número de teléfono. Tras pensarlo unos segundos descuelga el auricular y, con dedos trémulos de curiosidad, marca.

Una animada y agradable voz masculina lo saluda:

- ¡Buenas tardes! Se ha comunicado con la Línea de la Esperanza, en un momento lo atenderemos… [Tiririri tiri tití] – suena una alegre melodía que recuerda al cine mudo.

Aguarda con creciente expectación.

- Gracias por llamar a la Línea de la Esperanza …

Retiene la respiración, entusiasmado.

- … en este momento todos nuestros operadores están ocupados, por favor permanezca en la línea [Tiririri tiri tití]

Expira con desilusión. Espera.

- Gracias por su permanencia en la línea, su llamada es muy importante para nosotros, en breve uno de nuestros asesores atenderá su llamada…

En varias ocasiones lo desanima la impaciencia y siente el impulso de cortar la llamada, pero recapacita: “¿y si están a punto de atenderme?”. Y esa simple posibilidad lo mantiene atado al teléfono.

De ahí que, cincuenta minutos después, aún se le pueda ver con el oído pegado al auricular, sin animarse a colgar, porque al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde.

Maritza García Toro


La niña de los fósforos
(La cerillera)

Solo quedaba uno. Lo frotó en la pared y el milagro sucedió una vez más. La estufa de hierro ardía, la habitación era cálida y olía estupendamente. En el centro de la mesa, sobre el mantel blanco, rodeada de porcelana fina, esperaba el plato principal: asado de ganso. Un abeto enorme iluminaba la pieza. Tenía los brazos sembrados de velas, y los pies cubiertos de regalos. Junto a él, estaba su abuela. Nunca la había visto tan hermosa. Vestía una sonrisa dulce. Su mirada era clara. La pequeña era feliz. Alzó los brazos. Iba a abrazarla, cuando todo se esfumó. El palillo se había consumido.

Estaba sola.

Poco a poco, sus pestañas largas y doradas se hicieron nieve. Pesaban como el hambre y el miedo. Lo sabía bien, sus pies no conocían otro calzado. Quiso buscar en el sueño el abrigo de una llama. Pero el invierno es una lagartija que conoce todos los rincones.

Su improvisado refugio tenía las paredes de hielo. El suelo era una moqueta blanca cada vez más dura. El techo un mirador inmenso: ni persianas, ni cortinas, ni cristales. Era tan grande la oscuridad que no había sombras, y es que como todos sabéis, la noche es una diosa ciega.

Como pudo, arrastró su mirada a la ventana, a esa ventana que jamás se cierra, y al hacerlo, vio caer una estrella. Era una señal.

Tenía las manos rojas y azules, rígidas, prácticamente insensibles. Necesitaba algo de calor y como siempre, lo buscó en ella misma. Se ajustó el abriguillo. Recogió los pies bajo sus faldones y metió las manos entre las telas rotas y sus piernas delgadas como costuras. Fue así como encontró el móvil. Era un modelo antiguo. Alguien lo estaría buscando. Tenía línea, no pedía contraseña y aunque poca, le quedaba algo de batería. Por un momento, la oscura deidad que la perseguía, se olvidó de esa esquina: el ángulo agudo que formaban dos edificios.

No conocía a nadie y marcó números al azar. Todos comunicaban, eran incorrectos o estaban fuera de cobertura.

Cuando apenas le quedaba aliento, decidió llamar a uno de los contactos que figuraban en la agenda. Una voz sin cara poseyó la nada. "Ahora no puedo atenderte. Ya sabes, después del pitidito deja tu mensaje. En cuanto el jolgorio pase, te devolveré la llamada".

"Tengo frío" contestó.

A la mañana siguiente, Lola, mientras tomaba su segundo ibuprofeno con su segunda manzanilla, activó el contestador. Tenía decenas de mensajes. Uno la inquietó. Devolvió la llamada pero no lo cogió nadie.

Se asomó a la galería. La lluvia bautizaba el año nuevo. Pronto, la nieve sería un recuerdo cubierto de barro.

Ana Isabel Fariña


Llamo por un asunto

Oficial – Hable
Voz - ¿Es la comisaría?
Oficial – Sí la escucho
Voz – Llamo por un asunto que me parece importante.
Oficial – Para consultas está mi asistente, le vuelvo a dar con él.
Voz – He visto una pareja en mi edificio que me da que pensar, pueden ser peligrosos.
Oficial - ¿Peligro de qué clase? Ante todo deme su nombre.
Voz – Por ahora, prefiero no decirlo.
Oficial – Le prometemos reserva absoluta.
Voz – Eso es lo que Vds. dicen siempre.
Oficial – Hable con menos vueltas. ¿Cuál es el peligro?, ¿de qué clase?
Voz – Es su aspecto. Tienen una pinta intranquilizadora. Y no lo digo porque parezcan moros.
Oficial – Nadie se va a enterar de su llamada, esté tranquila. ¿En qué consiste el peligro?
Voz – Con exactitud no lo sé. Es más bien una sensación. Una intuición de algo malo no esperado.
Oficial – Deme los nombres de ellos, y los domicilios.
Voz - ¿Los nombre de quién, de él, de ella o de los dos? Será difícil porque los he visto una vez.
Oficial – El nombre del sujeto este que le parece peligroso, y el de ella.
Voz – En realidad no conozco ni sus nombres ni donde viven. Llamo sólo por si acaso pudieran estar preparando un atentado. Ya le he dicho que su aspecto es altamente sospechoso o al menos a mí me lo parece. Segura, lo que se dice segura no lo estoy pero más vale prevenir, o al menos es lo que se desprende de los mensajes con los que nos machacan todo el santo día.
Oficial – Si usted no está segura la cuestión cambia. Usted sabrá que las falsas alarmas están penadas por la ley. Deme su nombre y número de teléfono, la llamo enseguida.

Dionisio Alonso


Diálogo para besugos

Voz 1. Buenos días.
Voz 2. Buenas tardes.
1. ¿Está Godot?
2. No. Pero le estamos esperando.
1. ¿Cuándo llegará?
2. Es difícil de precisar. En este momento no lo sabemos.
1. Pero, ¿es seguro que vendrá?
2. Eso creemos, pues tenemos que tratar un asunto importante.
1. Nosotros también. Puede que sea el mismo.
2. La importancia del tema es crucial aunque aún no lo hayamos planteado.
1. Lo mismo nos pasa a nosotros por eso es obligado que hablemos con él, si no, será imposible llegar a un acuerdo.
2. Pero si consiguen primero el acuerdo, nosotros ya no tendremos que reunirnos con él.
1. ¿Por qué no? ¿Y si se trata de dos asuntos diferentes?
2. Quizá tenga razón. Lo sabremos cuando sepamos qué vamos a tratar.
1. Por cierto, ¿cómo es? Digo físicamente.
2. No tengo ni idea. Nunca le he visto.
1. Pero al menos si es joven o maduro, alto o bajo, rubio o moreno, africano, oriental o europeo. Tendrá una pista.
2. Ni la más mínima. De hecho, ahora empiezo a dudar de su existencia.
1. ¿Y se da cuenta ahora? ¿Cuánto tiempo hace que le esperan?
2. Me parece que más o menos lo mismo que Vds. Pero es que nosotros no le esperamos, eso es problema suyo.
1. Pues si no lo esperan, no lo conocen, no saben de qué van a hablar, ¿por qué nos llaman?
2. Por si acaso. De todas formas, gracias por la información. Buenos días.
1. Buenas tardes.

María Garrido


El móvil del sultán

El sultán Shariar era un hombre cruel y misógino que tenía la costumbre de casarse con una mujer distinta cada día y ordenar decapitarla al día siguiente. Un día se casó con Sherezade, la hija de su visir, quien para apaciguarlo decidió regalarle un móvil.

El sultán estuvo toda la noche hablando por wathsapp con otros sultanes y reyes. Poco antes de que amaneciese Sherezade le dijo que había más aplicaciones en el móvil que le podían interesar pero que, como ya era muy tarde, se las enseñaría al día siguiente.

Entonces, el rey decidió no cortarle la cabeza hasta que conociera el resto de aplicaciones del móvil.

A la noche siguiente, Sherezade le enseñó al sultán a manejar las distintas redes sociales: Twitter, Instagram y Facebook. Poco antes de que amaneciese le dijo que el móvil aún tenía muchas posibilidades, pero que se las enseñaría a la noche siguiente. Debido a ello, el rey decidió mantenerla con vida una vez más.

Después de asistir a varios juicios, nombrar a importantes cargos públicos y ordenar unas cuantas ejecuciones, Shariar volvió a su palacio. Sherezade le explicó entonces como podía encontrar en el móvil distintas páginas web con cuentos. El sultán pasó horas y horas leyendo y, en esto, amaneció. Sherezade le dijo que a la noche siguiente le enseñaría más páginas web similares.

Cuando regresó al palacio a la noche siguiente, Shariar no llamó a Sherezade. Cuando ésta entró en sus aposentos, dispuesta a proporcionarle más direcciones, se encontró al sultán departiendo por el wathsapp con al menos cinco contactos y tres grupos al mismo tiempo. Cuando amaneció, Shariar le dijo a su esposa que podía irse.

Pasaron mil y una noches y el sultán siguió sin despegarse del móvil. Ya no volvió a hacer daño a nadie.

Óscar Fernández


Capítulo inédito de Robinsón Crusoe

Hacía una mañana maravillosa. R.C. llevaba contabilizados cien días desde que el barco en el que viajaba naufragó al chocar contra una roca y pudo llegar a duras penas a nado hasta la playa de una remota isla en el continente americano.
En este corto periodo de tiempo, no vio, ni oyó rastro alguno de vida en la isla. Con las tablas que llegaban a la orilla procedentes del naufragio, se construyó una pequeña choza, por la mañana recogía fruta silvestre y de un río cercano cogía algún pescado.
Esa mañana, divisó en la orilla una botella de plástico con algo dentro, una pequeña caja con un papel de instrucciones para montar el aparato, con una carcasa y una batería. Lo ensambló a toda prisa y nada más terminar, empezó a salir voces del mismo:

-Jazztel movil Adsl 30 mb por 30 euros al mes.
-Orange, fútbol gratis todo el año, 40 euros al mes
-Moviestar + internet, deportes y cine 45 euros al mes.
- !Te llamo y no lo coges ! ¿ Donde andas ?.

- Has devuelto el recibo de RBA.....

Todo el día y toda la noche hablando el aparato. R.C. no pegó ojo, hasta que parece se acabó la pila. Volvió a coger la caja de donde había salido y junto al manual de instrucciones lo metió en la botella, con una indicación !No lo necesito, quiero estar tranquilo! R.C. Y lo devolvió al mar.

Luis Iglesias


Cruce (de líneas, de tareas…)

Suena el móvil mientras paseo por el parque, lo miro: “llamada entrante del infierno”. Deslizo la yema del dedo por la pantalla:

-Sí, dígame.
-¿Venttini, Marcé Venttini?
-Pues sí, ¿Quién eres? tu voz no me suena. ¿Cómo sabes mi último heterónimo, este teléfono no está a ese nombre?
-¿No has visto que te llamo desde el infierno?
-No estoy para “coñas”… las bromas por teléfono ya se han pasado de moda… ¿sabes que se pueden identificar y denunciar?
-¡Identifica, identifica! soy el ayudante 343343 del mismísimo diablo.
-Pero qué dices… ¡ayudante del diablo!... claro que sí, y yo soy el sobrino preferido de San Pedro, ¡no te jode!
-Escucha atentamente Venttini, el otro día detectamos en una conversación que tus secretos son inconfesables, que solo los conocen en el infierno… eso nos dio la pista para contactar contigo, el caso es que hemos repasado por activa y por pasiva la “carpeta de secretos inconfesables” y no aparece la forma de hacerte regresar. Por eso te llamamos.
-Seréis bestias incompetentes… ¿no se te ocurre otra forma de enterarte que llamarme directamente al móvil?
-Mide tus palabras Venttini… hablas con el infierno y…
-Y tú con quien crees que hablas, ¡mula vieja! Llevo 309 años viviendo en esta tierra mandando almas y más almas para que el fuego de ese infierno nunca se apague y ahora vienes tú, 343343, interrumpiendo mi paseo para preguntarme sobre mis secretos inconfesables… ¡”portodoslosdiablos”! que hasta el infierno está echado a perder… Soy el 214702, el 39 adjunto de primer nivel de “nuestrodemoniojefe lucifer”… ¿te enteras?... pero ¿qué está pasando ahí abajo?
-Esto es un desbarajuste, Venttini, el trabajo nos desborda… las almas que llegan lo ensucian todo, lo invaden todo… el “demoniojefe” está pensando crear un infierno del infierno… en el cielo ni se inmutan… viven mirándose el ombligo… los cuatro que quedan ¡claro! A mí me han encargado que te busque como sea… han decidido darte un puesto de gran responsabilidad… ¿Qué te parece, piensas regresar?
-Ahora, precisamente ahora… durante siglos he estado suspirando por volver al infierno y justo cuando he encontrado un taller de escritura que es un filón para poder llevar algo de calidad al averno, me lo interrumpen… bien es cierto que eso de hacer un infierno en el infierno me gusta…
Dile a “lucifer” que me deje rematar unos cuantos temas que tengo pendiente y que en breve puede contar conmigo… ¿El camino sigue igual o ha cambiado el protocolo?
- Un poco deteriorado de tanto trasiego, pero sí es el mismo. Informaré al “diablojefe” de tu decisión, se alegrará… todavía se acuerda de ti, pero poquito…
-Pues entonces te conoceré en el infierno.

(Esto ha sido un sueño o un mal pensamiento o una simple tarea de taller… teléfonos, secretos, ventanas al infierno… cruce de líneas, cruce de tareas)

M. Venttini


Cuentos por teléfono
(Basado en un hecho real ocurrido en 1993.No existían los móviles, ni los euros)

-Diga
-Buenos días. Llamo por lo del anuncio de la venta de la plaza de garaje, que he visto en el periódico. Estoy interesada en comprar una y la zona en la que está la suya me conviene.  ¿Podría verla?
-Sí, claro. Mire, trabajo hasta las 2 de la tarde todos los días. Si le parece, podemos quedar a las 2.30, cuando usted quiera, en el Bar “Sol”, el que está al lado del garaje.
-Perfecto. Mañana me vendría bien; asi que allí nos vemos. Mire, para que me identifique, le comento que soy alta, tengo el pelo largo y llevaré un abrigo rojo.
-De acuerdo, yo estaré a la entrada, en la primera barra. ¡Hasta mañana entonces!

2.30 h. del día siguiente. Bar “Sol”
Entro y me dirijo a la barra dónde solo había un señor con una copa de vino en la mano:

-Buenas tardes, Soy Olivia.
-Buenas tardes. Rafael Ortiz, para servirle. ¿Qué desea tomar?
-Un verdejo, por favor. Es mi aperitivo favorito.
-Pues, no faltaba más.” ¡Un verdejo para la señorita, Julián!

Observo, mientras me sirven el vino, que este señor tiene unos  bonsáis al lado de sus pies..
-¡Vaya! No me había fijado antes, pero ¡ qué bonsáis más bonitos ¡ ¿ Se dedica a cultivarlos?
-Sí, y la verdad que el negocio no va mal. Desde que Felipe González habló de su colección, ha aumentado el número de ventas.
-¡Claro! Y si no es indiscreción, ¿a cuánto los vende?
-A 300 pesetas. Es un buen precio
-Sí, podría interesarme comprarle alguno, lo pensaré
-Bla, bla, bla….
-¡Qué simpática es usted
-¡Y luego dicen que la gente de Valladolid es muy seria…
-Bueno, bueno ya está bien de cháchara. Son casi las 3. ¿Le importa que vayamos a ver la plaza de garaje? Se empieza a hacer tarde..
-¿De qué plaza de garaje me habla, señorita?
-¡Qué bromista, señor! Pues de la que usted anuncia que vende. ¿No hemos quedado para eso?
-Disculpe, señorita pero yo no he quedado con usted, no sé de qué me habla. Yo soy comercial de bonsáis y no vendo plazas de garaje.
-Pero, ¿no hemos hablado por teléfono ayer y hemos quedado aquí?
-Le repito, que yo no sé nada de lo que me habla. Yo estaba aquí tan tranquilo, tomándome un vino, y usted ha llegado, ha venido directamente a saludarme y yo le he seguido la conversación.

En este momento, me doy cuenta del tremendo error  y me ruborizo avergonzada.
-¡Discúlpeme, señor. Siento mucho esta confusión; le explico…

Una hora más tarde, ya en casa: ¡Ring, ring!, suena el  teléfono.

-¡Oiga! ¿Olivia? 
-Si, soy yo, ¿qué desea?
-Soy el propietario de la plaza de garaje de la que hemos hablado. Disculpe, no haya podido acudir a la cita pero me surgió un problema a última hora y no me  fue posible. Si le parece, podemos quedar mañana a la misma hora..
-¡De acuerdo! Y ya le contaré lo que me ha pasado…
-¡Hasta mañana!

Rosa Celia González


Cruce de líneas

-¿Diga?
-¡Cómo has podido hacerme esto!
-¿Perdón?
-¡No vengas ahora con disculpas! Eres un… ¡No te mereces ni que gaste saliva insultándote!
- Disculpa pero…
-¡Qué no me pidas disculpas! No tienes perdón, ¡y con ella, no había otra!
-Te estas equivocando…
-¡Tendrás el valor de negarlo! Os he visto con mis propios ojos.
- Pero es que yo…
-No te atrevas a volver a casa, no quiero volver a verte… jamás.
- ¿Estás llorando?
- 
-¿Estás bien?
-Pero… ¿tú…? ¡oh, no!
-Intentaba decírtelo, has debido de equivocarte de número.
-¡Qué vergüenza! ¡Me quiero morir!
-¡No! No. Mira, lo cierto es que es mejor que hayas equivocado el número, es mejor que no le hayas dado la satisfacción de verte así.
-Ya… discúlpame, por favor. Estaba tan cabreada. No escuchaba nada de lo que decías. En serio, perdón por la escena.
-Lo entiendo. Por desgracia, he pasado por algo parecido… ¿tu prefijo es 923?
-Sí, ¿por qué?
-  ¿Quedamos debajo del reloj para tomarnos un café y hablar en persona?

Leticia Vicente


Teléfono de la esperanza

- Teléfono de la esperanza.
- ¡Ay, hija! Tengo un problemón.
- ¿Qué le ocurre? Cuénteme.
-  Pues verás, ¿te acuerdas de la Engracia? ¿Qué tenía un nieto de muy buen ver? Pues ¡mi nieta! Tú te crees que se ha embobado con él. Y lo peor es que él parece corresponderle.
- ¿Y qué problema hay?
- ¡Que qué problema hay! Anda que estás tú hoy buena. ¡Que es el nieto de la Engracia! ¿no te acuerdas que fue ella la que se puso a bailar con mi Argimiro en la verbena del pueblo y luego con tu Heladio? Si no nos hablamos con ella desde entonces. Y ahora mi nieta se junta con su nieto… ¡ay, hija! ¡pero qué disgusto más grande tengo! Con lo buena chica que es ella.
- Pero, señora ¿usted sabe con quién está hablando?
- ¿Cómo que si sé? Contigo, Esperanza. Mira que eres rara, que porque te tengo aprecio que si no…
-No, señora. Se está equivocando. Este es el teléfono de la esperanza… no soy Esperanza.
-Pues si había buscado el número en la guía… vaya error más tonto, ¿no crees?

Leticia Vicente


La princesa comprometida

-Hola, abuelito. Pero, ¿qué haces aquí?
-He oído que estabas enfermo y he decidido venir a contarte un cuento y seguir con la tradición familiar. Cada vez que uno de mis antepasados ha estado enfermo, el abuelo siempre le ha contado un cuento a su nieto para hacerle más llevadera la convalecencia.
-¡Ah no! Abuelo, eso sí que no. No necesito cuentos. Es muy aburrido, y, además, está pasado de moda. Y conociéndote como te conozco, me imagino el tipo de cuentos que me vas a contar: de esos donde el amor verdadero triunfa, con princesas hermosas y príncipes que vienen a salvarlas cuando están en peligro.
-Bueno ésta es una historia muy actual. Déjame empezarla y verás.

Érase una vez en un país muy cercano y muy similar al nuestro, una mujer llamada Buttercup que estaba enamorada desde hacía años de un compañero de facultad. Éste, Westley, también estaba locamente enamorado de ella y con el tiempo empezaron una bonita historia de amor. Cada deseo de Buttercup era una orden para Westley, quien contestaba a su amada “Como desees, mi princesa”. Cada noche, cuando estaban alejados el uno del otro, se mandaban románticos WhatsApp declarándose su mutuo amor y deseándose “Buenas noches”.
Los dos se querían tanto que decidieron empezar una vida juntos. Westley, muy estudioso, ya había conseguido su título universitario, pero la crisis, le impedía encontrar trabajo. Así que decidió escapar a otro país cercano para encontrar una ocupación que le permitiera conseguir dinero para cumplir el sueño de estar junto a su amada.  Buttercup, sin embargo, no podía emigrar junto a él, pues todavía tenía que aprobar varias asignaturas de la carrera que tenía pendientes y se le habían atragantado.
Se juraron amor eterno. Él prometió que volvería a buscarla. Ella juró que lo esperaría y que nunca amaría a otro hombre. La distancia la superaban con llamadas de teléfono y continuos WhatsApp y mensajes de Facebook.
Un día, dieron en la televisión la noticia de que había habido un gran atentado terrorista en el país vecino en el cual Wetsley había encontrado su trabajo. Al principio, ella no tenía noticias de su amado y, desesperada, lo dio por muerto. Al final del día, Wetsley le escribió un WhatsApp diciéndole: “Amor mío, estoy vivo. Espérame, pues ya queda menos para estar juntos”. Ella esperaba y esperaba mientras estudiaba, pero casi todo el tiempo estaba pegada a su móvil, enviándole mensajes a su amor. Por otro lado, Wetsley trabajaba y trabajaba y, mientras descansaba, cogía su móvil y leía los mensajes de Buttercup a los que contestaba lleno de desesperación.
Llegó un día en que los WhatsApp de ella y las respuestas de él se fueron distanciando. Ella, se sentía aburrida de tanta espera. Quería salir a divertirse un poco con sus amigos. Por su parte, Wetsley, empezó a preguntarse si merecía la pena trabajar de sol a sol para volver a su país lleno de dinero. Eso no era vida. Necesitaba pensar un poco en él, disfrutar de su tiempo. Tenía que tomarse su existencia con más calma. Así que, esa noche, salió a divertirse en una cena de la empresa y conoció a una bella extranjera que casualmente trabajaba en el mismo departamento que él.
Por su parte, Buttercup, conoció a un apuesto funcionario, llamado Humperdinck, con el que esa misma noche empezó a salir sin poder olvidar a su amado Westley. Durante unos días no hubo contacto ni por WhatsApp, ni por Facebook. Ni siquiera, llamadas al móvil. Cuando por fin, uno de los dos retomó el contacto, le comunicó al otro. “Lo siento, no sé si nuestra historia de amor tiene futuro. Los WhatsApp no sustituyen tu ausencia”. Y el otro respondió: “Tienes razón. Será mejor que lo dejemos. Tanta tecla me está matando”.
Tanto Wetsley como Buttercup siguieron sus vidas. De vez en cuando se acuerdan del otro y se preguntan “¿Qué habría pasado si hubiera vuelto a mi país?” “¿Qué habría pasado si yo hubiera esperado?”. Y los dos coinciden: “La distancia, mató nuestro amor”.

-Bueno, dime, ¿Qué te ha parecido la historia?
-Pues… hubiera preferido una con un final feliz.
-Ya. Pero no querías una historia clásica de príncipes y princesas. Esta es más de tu tiempo, ¿no?
-Sí, claro. Abuelito, ¿volverás mañana a contarme otro cuento?
-Si quieres…
-Sí. Aunque esta vez preferiría uno más tradicional.
-Como desees

Toñi Martín del Rey


Conversación telefónica

- eeee, ¿Alejandro?
- Iria soy Maribel.
- Maribel, oye, ¿puedo hablar con Alejandro, solo 5 minutos?
- Pero, ¿Qué pasa?
- Esta tarde, fui a casa de mi padre y oí una conversación y esta Alejandro de protagonista, para comentárselo, como le cuento todo...
- ¿De quienes?
- Maria y Camila. Camila me dijo que Alejandro era gilipoyas.
- Bah, Iria, Alex pasa de esas niñatas, pero decírtelo a ti que sabes que se lo dirás, me parece...
- Ya.
Maribel le pasa el teléfono a Alejandro:
- ¡Dime!
- Camila ha dicho que eres un gilipoyas, delante de mí.
- Bueno -me dijo Alejandro- menuda es, y además metiendo mierda ¡Vamos!

Me despedí de Alejandro.

Iria Costa

De par en par

La sesión del lunes, 23 de diciembre, la dedicamos a la mirada. De modo que abrimos de par en par las ventanas y nos dispusimos a tal fin, mirar. Y de paso aprovechamos para ventilar las palabras.
Hay quien mira por el puro placer de mirar, como José Martel en su haiku: en la ventana / sin propósito alguno / miro a lo lejos. ¿Mirará de este modo la muchacha en la ventana de Salvador Dalí?




Pero hay quién se asoma a la ventana para dejar entrar las alegrías o para que las penas se diluyan con el paisaje, tal y como sugieren Mario Benedetti y Olga Orozco en sus poemas:

Piedritas en la ventana

De vez en cuando la alegría 
tira piedritas contra mi ventana 
quiere avisarme que está ahí esperando 
pero me siento calmo 
casi diría ecuánime 
voy a guardar la angustia en un escondite 
y luego a tenderme cara al techo 
que es una posición gallarda y cómoda 
para filtrar noticias y creerlas 

quién sabe dónde quedan mis próximas huellas 
ni cuándo mi historia va a ser computada 
quién sabe qué consejos voy a inventar aún 
y qué atajo hallaré para no seguirlos 

está bien no jugaré al desahucio 
no tatuaré el recuerdo con olvidos 
mucho queda por decir y callar 
y también quedan uvas para llenar la boca 

está bien me doy por persuadido 
que la alegría no tire más piedritas 
abriré la ventana 
abriré la ventana.

Mario Benedetti 

Mujer en su ventana

Ella está sumergida en su ventana
contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora
como el mar en un cuadro,
y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en cualquier parte levantará su casa
sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche
-¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,
pero nadie lo ha visto, nadie sabe,
ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite,
el abismo final entre una mujer y un hombre.

Olga Orozco

Hablamos de Azorín, quien nos enseña a mirar desde lo alto de un monte en su texto "La ventanas", de Gloria Fuertes quien pasó su infancia deseando asomarse a dos ventanas pintadas en la fachada de su casa, unas ventanas que jamás existieron. Baudelaire nos descubrió que "quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada". Ramón López Velarde nos habla de recuerdos, el color de las flores en la ventana y el sonido de los pájaros. Henry James nos explica la analogía entre la pintura y la novela. El pintor y el novelista, afirma, pueden explicarse y sostenerse el uno al otro. La casa de la ficción, dirá James, tiene un millón de ventanas, de miradas. Gonzalo Rojas nos cuenta, en secreto, que la poesía es subversiva y que a pesar de los cerrojos se cuela por puertas y ventanas. Y Charles Simic, en su "El monstruo ama su laberinto" nos reveló su particular obsesión con las ventanas:

Quisiera escribir un libro que fuera una meditación sobre toda clase de ventanas. Ventanas de comercios, ventanas de monasterios, ventanas cegadas por la luna del sol en una calle de ventanas en penumbra, ventanas en las que se reflejan las nubes, ventanas imaginarias, ventanas de hotel, ventanas de una cárcel… ventanas por las que uno se asoma para mirar dentro o fuera. Ventanas que tienen la cualidad del arte religioso, etcétera.

Y vimos varios fragmentos del cortometraje Medianeras de Gustavo Taretto donde las ventanas se convierten en vías de escape que permiten que unos milagrosos rayos de luz iluminen la oscuridad en la que viven sus protagonistas:




Propusimos como tarea de escritura tres ejercicios para que cada cual decidiese cómo mirar y a través de dónde:

1. Fija tu vista sobre un edificio. Busca una ventana, ya sea cerrada o abierta, y escribe sobre lo que ves y lo que intuyes tras ella.
2. Prueba a escribir una historia interpretando de forma literal la expresión “tirar la casa por la ventana”.
3. Elige una ventana significativa (de barco, de submarino, de un castillo, de una cárcel...). Sitúate tras ella y cuenta lo que ves fuera.


Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller:


Golf del 91 aparcado

Desde el asiento del conductor divago con el coche parado. Miro pensativo hacia el aparcamiento. Me fijo en las personas que salen de la tienda. Pasa una familia arrastrando una gran bolsa, por la excitación de los niños imagino que es un televisor. Detrás de ellos veo a una pareja de jubilados que no han comprado nada. Al cabo de un tiempo dejan de salir personas de la tienda. Las luces de su interior se apagan y aparece un hombre. Sin dejar de fumar baja la trapa y se dirige a mi coche. Sin mirarme, abre la puerta del copiloto, se sienta y mirando al frente dice ¿nos vamos a casa ya?

Andrés Santos


Cristal de luz

Tiempos de silencio
despiertan mi voz,
que gime un nuevo encuentro
en la ventana del presente.
Iris de mi piel
pinta en su cristal
pedazos de sentimiento.
Sombras de paz
desbordan su interior
en el calor de la mañana.
Fuego de palabras
palpita en su entorno,
irrumpe el pensamiento,
cierra la ventana del recuerdo,
perdida en el espejo de un anochecer.

Sofía Montero


La ventana de una cárcel

Solo quedan cinco años para que mis pies puedan andar por el espacio yermo que hoy mis ojos recorren desde mi hogar.
Contemplo desde mi ventana, en el segundo piso del penal, un camino asfaltado que atraviesa la nada y que lleva a una olvidada carretera comarcal. Allá en el horizonte se puede ver, de vez en cuando, el paso de unos coches de los que no se distinguen sus colores.
Mi ventana no se abre. Permanece cerrada. Cuando me vaya otros verán el mismo paisaje sombrío desde ella y quizás puedan ver como me pierdo en el horizonte en un coche.

Óscar Fernández


Titanic. Ventana 103. Camarote 25
12.30 PM

Comienza a hacer frío y en la oscuridad de la noche y la tranquilidad del mar, el reflejo de la luna, ilumina el mar que hasta hace poco se encontraba en penumbra.
Abro la ventana y miro el horizonte, enciendo el cigarro, y noto como el Océano Atlántico se extiende a nuestros pies.
Doy el aviso cuando un enorme bloque de hielo aparece delante de nosotros: ¡Iceberg por proa!
Sin embargo, ya es demasiado tarde para esquivarlo.

Iria Costa


Ventanas de pueblo

Los que hemos nacido y crecido en un pueblo estamos convencidos que las ventanas de las casas de los pueblos son más divertidas que las que existen en la ciudades.
En la ciudad, cuando te asomas a la ventana del piso donde vives, ves la gente andando deprisa y como mas pequeña, al final solo te asomas cuando quieres saber el tiempo que hace o para correr la cortina y que no te vea el vecino del piso de enfrente.
En el pueblo, recuerdo que todo era diferente, por la noche las ventanas estaban cerradas y bajadas las persianas y por el día se abrían para ver pasar la gente.
Por la ventana sentías el latir diario del pueblo, el ruido de los tractores, los obreros camino del campo, los niños a la escuela, los vendedores por las calles ofreciendo sus productos, las mujeres con el serillo a la compra. Era un bullir de gente, ir y volver de las tareas diarias. Por la tarde mi madre se sentaba en la camilla con vistas a la calle y allí cosía, leía o charlaba con alguna vecina que había pasado a verla.
Mi ventana era distinta, no quería vistas, bajaba la persiana a medias, corría las cortinas y aprovechaba para hacer los deberes del instituto. Pero mi ventana tenía oídos, allí acudían a media tarde dos vecinas de mi edad, se sentaban en el pollo de la ventana y se contaban sus conquistas amorosas de la semana, y claro yo no me concentraba, aunque estaba convencido de que sabían que yo estaba detrás de esas cortinas y que estaba escuchando todo lo que ellas yo creo que fantaseaban.
Hoy, la ventana con vistas y la ventana con oídos a la calle están cerradas y sus persianas bajadas.

Luis Iglesias


La ventana algebraica (de un estudiante en exámenes)

Qué es la vida, sino un conjunto de ventanas por asomarse, un espacio infinito por descubrir, la mejor orquesta por disfrutar.
Qué es mi vida, sino un director que dirige al subconjunto de ventanas que aparecen ante mi, convirtiendo entonces el espacio infinito en finito, y siendo yo quien lo reduce a subespacio del subespacio a través de la renuncia, quedando exclusivamente el subconjunto de ventanas por las que me asomé, me asomo, y me asomaré.
Cuál es mi renuncia, sino el subconjunto restante del subespacio fruto de mi decisión, las ventanas que el director puso tentándome y por las cuales instalé un nunca.
Mi orquesta inició mi melodía hace no tanto pero queda tanto por tocar...
La libertad de mi mirada determina los acordes de la misma, mi espacio vital, convirtiendo en infinito lo que se convierte en finito.

Arturo Carrasco


Al otro lado del cristal

Miraba por aquella ventana día y noche. Era mi divertimento y a decir verdad, mi única razón de ser: estudiar la cotidianidad desde lejos.
Me solapaba a esas vidas, que transcurrían al otro lado, como si fueran mías: la madre hacendosa y el padre preocupado, la hija creciendo demasiado deprisa mientras el hijo no parecía madurar nunca.
Ellos no percibían mi observación constante. Al principio me extrañó, llegando incluso a ofenderme, su forma de ignorar mi presencia, hasta que fui consciente de la razón de su ceguera: yo no era más que un fantasma tras el cristal.

Leticia Vicente


Insatisfacción

Nada más comprarnos la casa, decidimos que los muebles no nos gustaban y vaciamos la casa de mobiliario. Los de la mudanza tuvieron que usar una grúa para sacar el sofá y los armarios por el balcón, no salían por la puerta.
Después, nos dimos cuenta de que tanto tabique era un error y contratamos obreros para que vaciaran la casa de paredes. Ellos tendieron un tobogán desde la ventana hasta el contenedor, que se fue tragando los cascotes.
Cuando ya no quedaban muros que tirar, nos vimos disconformes con el suelo y les pedimos que lo quitaran. Las losetas rotas desaparecieron siguiendo el camino de los cascotes.
Mirando el espacio que ha quedado, nos hemos dado cuenta de que no queda qué habitar y da igual porque, últimamente, al mirarnos es evidente que no nos gusta el otro para esta casa.

Leticia Vicente 



La ventana de la Casa de las Conchas
La rodean unas conchas: piedras desgastadas que se miran hacia dentro y notan su dura piel hecha de masa bien compacta, esculpidas con dedos fuertes de labrador de playas y sueños:
La ventana de la casa de las conchas contempla libros, se extasía con la poesía, se mece con las historias formadas de palabras que lamentan al tiempo inaplazable aguijoneado por la blancura de sabana ajada de las páginas, tiembla con las pisadas tímidas que hojean tomos que confunden deseos, arrastran ansiedades, esperan encontrar la paz que el aire de otoño les aplaza.
La ventana de la casa de las conchas se asoma a la Clerecía, una iglesia a la que se le escapan las oraciones que patinan por las escaleras y se enredan en los pies de los turistas afanados en fotografiar el tiempo caduco: arte hecho piedra, belleza de raíces perdidas en la tierra, derrotadas por silencios y manos desaparecidas en fosas sin memoria.
La ventana de la casa de las conchas se envuelve con la niebla de noviembre, con el frío de las miradas que las huellas del pasado dejan clavadas en la acera de enfrente, con las sombras que escalan las paredes areniscas iluminadas por los brillos de la noche de farolas forjadas con moderna simetría.
La ventana de la casa de las conchas deja asomarme a su hueco, permite que la ventana de mi corazón se abra y aspire la poesía, las palabras perdidas que una y otra vez suben y bajan las escaleras de madera crujiente: buscan al atrapador de palabras que las junte para crear historias, para vaciar el peso de la vida en hermosas imágenes que den paz y también alegría.

M. Venttini


Ventana
No se aventan los destinos
ni se enmarca al alma
en un cuadro sin vistas.

Los paisajes son letras que flotan entre rayos
ilusiones encintas te buscan como a esferas.

Salto a tus adentros
bajo un cristal enrejado de aire,
observo como fraguas entre palios de ladrillo.

Mi ventana se abre a tu volcán
sin párpados de ceniza.

Mis manos amasan una voz sin rostro,
un árbol eterno de coral en paz.

La raíz llueve palíndromos de barro
entre el sóleo de un edificio
donde la soledad se corona sin descanso.

Son necesarios los pájaros,
sus vuelos emergen de las cortinas
hebras de una humana tela
en la que simplemente
se ame a todo el mundo.

Chema García


por la ventana
entran rayos de sol
por la mañana

Ramón Sánchez Rodríguez


Un día, una ventana, un sueño...
Miro a través del cristal de la ventana. Llueve. Finas gotas de agua caen y, cual fruta madura, se precipitan en el espacio hasta el suelo. Abandonan el seno materno, quizá con pena, por perder su estancia, o con la alegría de correr una aventura. De sentirse libres. Su madre, la nube, quizá se desgarre en dolor, por cada gota que alumbre. O sienta la pena infinita del adiós definitivo. Luego, al comprobar la perfección de su obra, se sienta plenamente feliz y realizada.
Las gotas, en su veloz carrera, se alargan y parecen joyas que caen del firmamento. Pequeños objetos rutilantes, desprendidos de alguna estrella. Arte misterioso del mejor orfebre, que las pule en delicadas perlas. Todas alargadas y distintas. Todas de la misma materia y distinto colorido. Todas perfectas.
El espectáculo es grandioso. Un viento suave, parece acunarlas. Luego, balanceándose, acaban rompiéndose en el suelo, produciendo un sonido acorde, rítmico, armonioso..., como una nana.
Sigue la lluvia mojando la tierra. La rítmica melodía, es preludio sinfónico de la maravillosa canción que escribe la naturaleza. Su belleza me eleva a un mundo irreal, onírico.
La lluvia continúa. Su impacto sobre el suelo, sigue creando armonía. Desde la estancia, contemplo una higuera. Las gotas, al golpear sus hojas –ya ajadas por el tiempo-, producen un sonido más grave. Pero la melodía sigue. Los acordes, producen un sonido armonioso, sinfónico, solemne. Ningún instrumento desafina y, todos, magistralmente interpretados, obedecen fielmente a la batuta del director.
La lluvia arrecia. Sobre mí, en el techo de la estancia, se produce como un repiqueteo. Pequeños y numerosos instrumentos de percusión que, encajando perfectamente en la partitura, se suman a la orquesta.
Mi espíritu se sublima. Mi mente, queda en éxtasis. El aislamiento me lleva a creerme en una gran sala donde, como espectador, disfruto en solitario del concierto. Nada distrae mi atención. Me entrego por completo a escuchar la sinfonía. A deleitarme de la belleza de sus acordes.
La tarde, pasa. La oscuridad, aumenta. Fue, si, una tarde de invierno:

Tardes cortas del invierno frío,
breves de luz, de sombra eterna,
de fantasmas, copas y taberna,
nostálgicos recuerdos del estío.

Ramón Sánchez Rodríguez


Una ventana "triste"

Pedro, toda su vida había trabajado en el campo en un pueblo de Castilla.
Cuando enviudó, decidió quedarse a vivir solo en su casa del pueblo donde tenía todos sus amigos y familiares.
Pasaron algunos años y una hija que residía en Madrid, viendo que los inviernos eran cada vez mas crudos y apenas vivía gente en el pueblo, le convenció y se lo llevó con ella.
Pero Pedro estaba triste, ese año empezó hacer mucho frío, el ruido de los coches y la contaminación existente, le mantenían en casa la mayor parte del día asomado a la ventana.
Un buen día le dijo a su hija que había decidido volverse al pueblo, que todos los días estaba continuamente viendo pasar por la ventana coches fúnebres camino del cementerio y que a este paso le tocaba pronto, y que en el pueblo solo se morían 3 o 4 personas al año, y allí seguro que viviría mas tiempo.

Luis Iglesias


Torpe destino

Los submarinos no tienen ventanas. Sólo el del capitán Nemo la tiene. No les hacen falta, pues su papel de destrucción es casi ciego. El torpedo no mira a quienes mata, el barco que se hunde, la gente que se ahoga o se quema en el combustible ardiente. El submarino no es miserable por no tener ventanas sino porque su posibilidad de visión periscópica es traicionera, despiadada y sucia.
Un ventanal como el de Nemo podría disuadirle de su torpe destino.

Dionisio Alonso


Un lobo y mil mariposas

Hoy, más que nunca, es fácil tirar la casa por la ventana.
Los hogares ya no tienen chimenea. Las cocinas carecen de chapa. No hay fuego.
Las comidas se han convertido en una procesión apresurada y silenciosa. El ritmo lo marcan microondas y cucharas, tenedores y friegaplatos, cuchillos y postres sin palabras.
Lechos y sofás, camastros y butacas, yacijas, divanes y mecedoras, han adquirido la condición de aras. Altares donde cada morador inmola su sangre a una pantalla negra. Un plasma que los bendice con ventanas arteras. La fuerza de su gravedad es inmensa.
Sin más cimientos que el bulbo de los infinitos chats que la sostienen, el silencio de los cuartos es mas ruidoso que nunca. No hay paz en su reserva, la reserva no es calma.
La vivienda es un nido de larvas agusanadas. Tejen un capullo virtual. Una celda sin puerta ni oquedades. Morgana es la garrapata que devora sus alas. Es insaciable.
El campo agoniza entre hambre y pena. Las flores se ofrecen, su aroma se pierde. Verdes y frondosos, los árboles están desnudos: no hay columpios en sus ramas, ni escaleras en su tronco. Nadie quiere coronar su copa. Su sombra -refugio de confidencias, sudor, recuerdos y prohibiciones- se oxida. Montañas, ríos, desiertos, estepas y glaciares languidecen. Una imagen minúscula los secuestra. Su captor la exhibe con el aire laureado de un gran macedonio. Sus pares: "Atilas" y "Tamerlanes" de gigantes disecados, reconocen el trofeo. Por un instante, aplauden. ¡Pobres coleccionistas de momentos muertos, de estampas embalsamadas, de siluetas sin sangre! Ninguno abrazó su aire.
En la ciudad, "El fuego de San Antonio", infecta calles, oficinas, talleres y bares. Millones de peregrinos se miran sin verse, hablan sin mirarse, en la distancia se tocan, en la cercania no se sienten. Su antorcha está en una pequeña superficie de cristal líquido que a intervalos regulares, se enciende. La cadena es débil Morgana se rie. El "culebrón" crece. Quedan pocas mariposas.
Hoy, más que nunca, es fácil tirar la casa por la ventana. Sólo hay que sellar sus troneras. Cerrar sus infinitas pestañas. Arrancar el bulbo. Permitir que el lobo sople y el smartphone caiga. Sus paredes son de paja.

Ana Isabel Fariña


La señora María

Después de una noche muy larga y estrecha, la señora María supo que cuando la enfermedad avanza el tiempo se dilata y el espacio se encoge. Asi que cuando el sol llamó a los restos de la ventana que había en su cuarto, ella llamó, desde los números colosales de su teléfono de dos semanas, a Doménicus, su hijo de 45 años.
Domi era un hombretón de extremidades largas y espalda estrecha. Un bambú oscurito de piel, pelo y ojos. La nariz generosa, las orejas agudas, la boca roma. Era igual que su padre, e igual que él, adoraba a su madre. Cuando los doctores lo informaron de la situación, se desmayó.
Decidió mudarse a su casa, pero María no lo dejó. "La muerte -le dijo mientras se quitaba el abrigo- siempre llega. Es algo natural. El río no debe arremolinarse en torno a esa ridícula piedrecita. Hay que fluir sea cual sea el cauce". Tuvo que aceptarlo. María necesitaba paz.
Vivir en el piso de abajo le consoló.
No obstante, obsesionado con la idea de que no estuviera nunca sola, gastó gran parte de sus ahorros en adquirir la tele más grande con la imagen más clara. Contrató cientos de miles o miles de cientos de canales. Remodeló la disposición del dormitorio materno y la instaló.
Era un aparato soberbio.
Como la habitación sólo disponía de una pared plana, la de la fachada, ese fue su destino. Esta vez, fue ella quien cedió. Sacrificó parte de la luz natural por colocar esa cortina negra. Domi necesitaba paz. Era como su padre. Lo adoraba
Por eso, esa mañana, después de esa noche apretada donde el reloj media los minutos con el diapasón de un perezoso, le costó coger el auricular y marcar su número. Quería una cosa: recuperar su ventana. La de verdad. Esa por donde el mundo entraba en silencio y por donde ella salía sin abandonar la butaca o la cama. Los invitados que su pequeño había instalado en la pared, hablaban mucho, enredaban y se enredaban, pero a ella no le decían nada. "Mucho ruido y poca sustancia". Esa era la letanía con la que desde que compartían su alcoba, pulsando un botón rojo, los callaba.
Domi subió en pijama. Pegada a sus pantalones iba Aurora, la benjamina. Era como su abuela. Verlas juntas siempre conseguía que el bambú se esponjara.
Después de tomarle el pulso, la tensión y la temperatura, el hombretón se convenció de que realmente, lo que decía María era cierto, no pasaba nada.
En la cocina, entre galletas, magdalenas, restos de bizcocho y tostadas, la madre, como siempre, con pocas palabras, expuso el por qué de la llamada.
Esa misma tarde la cama estaba donde y como Maria quería. Cerca de los ojos de su casa. Sin cortinas, con las pestañas bien altas. A sus pies, en el ángulo más luminoso, la butaca. La estancia se llenó. Entraban historias que borraban las paredes y salían memorias que jugaban con el tiempo.
Tres meses después, la muerte llamó a su ventana, pero no la encontró.

Ana Isabel Fariña


La vidriera del bardal

Una ventana dispuesta en una pared formada por unos veinte pequeños bloques de piedras, no más, en una explanada en lo alto del bosque.
Antes la ocupaba una vidriera con un bardal y cuatro rejas y se encontraba situada en la fachada del pórtico principal. Existía otra ventana transparente y mucho mayor en lo alto que confería al interior un ambiente luminoso.
El primer punto que cedió fue el tejado después las inclemencias se apoderaron del interior de la estancia y fueron minando la construcción.
Ahora es un mirador desde el que se pueden observar el río y las vides salteadas en terrazas que albergan el buen vino de la ribera.

Antonia Oliva


El museo Dalí

Voy paseando por la calle , me fijo que la ventana esta abierta , me pica la curiosidad .
Se me ocurre entrar en el museo Dalí , cuando entro en el museo veo todo lleno de policías , al lado de las ventanas , les pregunto a los policías que es lo que ha pasado , ellos me dicen que han desaparecido los cuadros , me hago una pregunta que ha pasado con los cuadros , como han podido desaparecer...

David Álvarez


El derrumbe

El desamor se les había filtrado en aquella casa y nunca supieron por cuál resquicio. Durante meses habían intentado recordar por qué alguna vez se amaron… Es lo que tiene la decepción, va borrando selectivamente las razones y solo deja las excusas. Pero, pese a las riñas, el aburrimiento, el hastío es difícil decir adiós, porque es difícil renunciar a las promesas, aceptar el fracaso del bello e ingenuo propósito del amor.

Los ecos de la reciente pelea, la definitiva, vibraban aún en el aire. Las palabras afiladas, los gestos desconsiderados y el inapelable portazo que él dio al salir habían estremecido la casa desde sus cimientos. No quiso asomarse a la vidriera para no verlo salir de su vida y con toda la desgana de su tristeza buscó la ropa para empacarla. Sin embargo, cuando tuvo al frente la maleta abierta, como un féretro donde enterraría lo que había sido su vida, se detuvo. Sonrió con una tímida risita desquiciada y en lugar de echar la ropa dentro de la valija, la lanzó por la ventana. Las prendas ondularon en el aire movido de la tarde y se esparcieron en un desorden de colores. Embelesada por aquella visión fue en busca de las cartas de amor y las fotografías; las tiró también, con actitud maniática, como quien regala al mundo lo que ya no le hace falta. Luego, buscó las escasas joyas y los perfumes, las almohadas, los tapetes, las cucharas y los libros, todo, todo salió despedido por la ventana llevándose consigo los usos cotidianos y las anécdotas.

Paró.

Tomó aire.

Afuera empezaba a formarse un paisaje de desastre. Se enardeció.

Entonces, con toda la fuerza de su rabia arrojó los muebles, la cama en la que durmieron y se desearon. El espejo del baño, que presenció las rutinas matinales y las carantoñas de recién casados, se hizo añicos como su vida, y las esquirlas filosas y temibles fueron la metáfora perfecta de su drama. Nunca se imaginó que la abertura por la que se fugara su vida sería tan grande.

Cuando ya no quedaron objetos, en medio de su turbación, arrancó un cascarón de pintura que se desprendió como papel colgante; el bello decorado se descorrió sin resistencia y dejó a la vista el rústico trasfondo. Pudo ver un ladrillo flojo que tentó sus travesuras y lo zafó de su sitio; la solidez del adobe la estimuló y lo lanzó con rebeldía de manifestante. Libre de una de sus piezas el muro se desequilibró y una grieta recorrió la estructura. No se alarmó. La fragilidad del armazón facilitaba su labor. Usó sus manos como martillo, como taladro, como cincel, y demolió incansable para que nada quedara en pie. Su mundo se estremeció con augurio de cataclismo. Atajó al vuelo los aleros del techo; las baldosas, azulejos y vigas fueron proyectiles disparados con puntería de experto.

De pronto, se enfrentó al vacío. Había conseguido deshacerse de todo. Y en ese momento se dio cuenta de que aún quedaba la ventana, flotando en suspenso, umbral entre la nada y el caos. Al principio no supo muy bien qué hacer con ella. No puede arrojarse una ventana a través de sí misma. Así que la cruzó, la cerró y después la descolgó como si de un cuadro se tratase. Decidió llevarla consigo: en su nueva vida sería imprescindible tener una casa. Y toda casa necesita sus ventanas.

Maritza García Toro


La casa por la ventana

Tiré sus cosas por la ventana.
Me di cuenta de que yo era una más de sus pertenencias,
Me tiré la última.

Lourdes Hernández


De par en par

Las ventanas son los ojos de las casas; como ellos las hay : grandes, pequeñas,redondas, rasgadas, algunas casi ciegas…Otras son gruesas, finas, arqueadas..todo un catálogo de ojos..Y si nos fijamos, vemos qué coquetas son algunas: bien pintadas, impecables, con sus tolditos de rayas bien alineadas, y sus macetas coloridas sobre el alféizar mientras que otras aparecen con “legañas”: desaliñadas, llenas de polvo..Las hay muy viejitas, desvencijadas, con los cristales opacos por la suciedad y algunas, sin “ojos”, los han perdido por distintos avatares..Imagino que sus moradores deben parecerse un poco a ellas.¡.Si pudiera asomarme a su interior! Seguro que en el piso de ventanas coquetas, vive alguien alegre, optimista, lleno de ilusiones, mientras que las desaliñadas las ocupan personas tristes, desilusionadas o viejecitas que ya no se preocupan por esos detalles.
Sí, las ventanas son los ojos de las casas, estoy convencida..Y quienes las habitan miran a través de ellas con diferentes miradas: no es lo mismo asomarte a una ventana sombría, dando a un patio interior o a un muro ¡ qué tristeza! que hacerlo a una soleada desde la que puedas contemplar un amplio y bello panorama que te incita a soñar. Y qué decir, se me ocurre, de las ventanas-ojos de la cárcel, desde las que sus moradores sueñan poderlas contemplar un día desde el otro lado…

Rosa Celia González


El balcón

Lucía contaba con un fin de semana largo para disfrutar con Juan. Había llegado de su ciudad de trabajo hacía apenas unas horas y ya había quedado en verse con su novio en el paseo arbolado que se encontraba en el centro de la ciudad. Ella se presentó, como siempre, antes de la hora. Sabía que él llegaría tarde, también como siempre. Así que decidió sentarse en un banco a esperarlo y disfrutar de aquella tarde soleada en la ciudad que la había visto nacer. ¡Ahora pasaba tan poco tiempo allí! Sacó un libro de su bolso. Cuando lo abría por la señal en que lo había abandonado la última vez, un reflejo fugaz le rozó la cara y se vio obligada a mirar hacia el lugar del cual procedía. El destello lo producía el reflejo del sol al tocar el cristal de la puerta de un balcón que se abría. Pertenecía a un edificio modernista de varios pisos que se hallaba enfrente de ella. El inmueble lo había visto infinitas veces y nunca se había fijado con tanto interés en él. Pero hoy parecía distinto. El color de su piedra dorada, como todos en esa ciudad, le hizo pensar en una postal de época.

De uno de sus balcones, pues no había ventanas en toda la fachada, salió una mujer ataviada con un vestido negro, elegante y triste al mismo tiempo. Un vestido entallado que estilizaba su figura. Su busto erguido y abundante se alzaba hacia arriba, mientras una cintura de avispa dejaba adivinar un corsé apretado hasta evitar casi su respiración. A partir de las caderas, anchas, voluptuosas, la tela iba ensanchándose levemente y se dejaba caer hasta llegar al suelo. El pelo, recogido sobre la cabeza en un sencillo moño, con clase, hacía su gesto altivo. Su atuendo, la tez pálida y la mirada triste de esa mujer, hicieron que Lucía se fijara en ella. Sin duda se había escapado de otro tiempo.

La mujer miraba con intensidad y Lucía percibió cómo unas lágrimas le rodaban por las mejillas. Quizás dominada por la tristeza que le producían éstas, la joven, sin quererlo, también empezó a llorar. Notó como otras lágrimas rodaban por su cara en dirección a su boca.

En ese momento, alguien le tapó los ojos por detrás y la besó en el cuello. Ella se volteó hacia atrás embobada y escuchó la disculpa de él: “Siento haber llegado tarde, pero he perdido el autobús”. Inmediatamente él le preguntó: Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?

Entonces Lucía volvió su mirada en dirección al lugar donde había visto a la mujer y ya no encontró a nadie. Vio cómo se cerraba la puerta del balcón y una sombra desaparecía hacia el interior. Se limpió las lágrimas con las manos y preguntó a Juan.

- ¿Quién vive en esa casa?
- ¿En cuál? ¿En ese edificio de ricos?
- Sí, en el segundo.
- ¿En el segundo? Pero si ya sabes que lleva cerrada un siglo. ¿No recuerdas la historia?
- ¿Qué historia?
- Pero, ¿qué te pasa?
- Nada, pero cuéntame qué pasó.
- Me preocupas, ¿sabes? Parece ser que, antaño, la vivienda la heredó la hija de un gran empresario y se allí se fue a vivir con su jovencísimo marido Éste apareció asesinado una mañana y no lograron adivinar quién fue el verdugo ni los motivos del crimen. Ella se volvió loca por la pérdida y la trasladaron a un manicomio donde murió unos años más tarde.

Se produjo un silencio incómodo y Juan añadió:

- ¿Por qué lo preguntas? Si esa historia la conoces de siempre. Hemos hablado tantas veces de ella. Si hasta me has dicho que, si fueras millonaria, te gustaría comprar la casa vacía.
- Sí, tienes razón. Por un momento creí que estaba habitada. Bueno, ¿qué hacemos? ¿Tomamos un café?
- Sí, claro. Pero no me has dado ni un beso.

Mientras se fundían en un largo beso, ella, distraída, no quitaba ojo del balcón que la había conmocionado unos minutos antes. Sólo era capaz de pensar en la mujer que había visto asomada en él.

Toñi Martín del Rey