Eros es más

Dice Rafael Pérez Estrada en un poema: "Se alzó tanto el lenguaje entre nosotros que tuve que besarla". El tema propuesto para esta semana en el taller fue "Erotismo y Literatura", un tema que ofrece muchas lecturas e interpretaciones. 
Yo no pude participar de la sesión. La erótica del catarro me mantuvo alejado del grupo pero sé que, aunque no hubo mucha presencia en ambas sesiones de taller, los que se reunieron abordaron el tema con tacto y buen humor.
Dejo aquí, en el blog, los artículos de Natalia Carbajosa "De erotismo y Literatura" y Martín Tacón "El sexo y la Literatura" que nos ayudarán a centrar la reflexión sobre el tema, junto con la selección de textos recogidos en la ficha de trabajo.



Imagen del libro "Amantes" (Mo Gutiérrez)


Extraemos de dicha ficha, los poemas "El fornicio" de Gonzalo Rojas, "12" de Oliverio Girondo y "Amor de frutas" de Gioconda Belli, un buen aperitivo para abordar el tema:

Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tocara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis, ¿qué más
te dijera por dentro?
                                     ¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
                                    ¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
                                    tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?
Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
                                riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar a las esferas
estallantes como Pitágoras,
                            te lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
                        parara el sol,
fálicamente mía,
                        ¡te amara!


***

12

Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.


***

Déjame que esparza
manzanas en tu sexo
néctares de mango
carne de fresas;
Tu cuerpo son todas las frutas.
Te abrazo y corren las mandarinas;
te beso y todas las uvas sueltan
el vino oculto de su corazón
sobre mi boca.
Mi lengua siente en tus brazos
el zumo dulce de las naranjas
y en tus piernas el promegranate
esconde sus semillas incitantes.
Déjame que coseche los frutos de agua
que sudan en tus poros:
Mi hombre de limones y duraznos,
dame a beber fuentes de melocotones
y bananos
racimos de cerezas.
Tu cuerpo es el paraíso perdido
del que nunca jamás ningún Dios
podrá expulsarme.

Y concluimos esta entrada con un vídeo que se hizo viral y que dio a conocer a Sonsoles, "la musa de Ávila". Su participación en la televisión de Castilla y León con la lectura de un texto "subido de tono" dejó huella. Disfrutadla.


Propuesta de escritura

Escribe un texto que destile erotismo. Puedes describir un cuerpo masculino o femenino, o una parte de dicho cuerpo; recrear una escena erótica o escribir sobre algún objeto o contexto que pueda confundirse con lo erótico. Échale imaginación. Y mucho tacto.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora;


El objeto del deseo

Cerré la puerta con mucho cuidado para no despertarla. Me descalcé y coloqué los zapatos junto al paragüero. Este ritual se había convertido en el sentido de mi vida. Avancé a oscuras por el pasillo y mi mente se adelantaba a mis deseos, un escalofrío recorrió mi espalda. Abrí despacio la puerta y, con los ojos cerrados, mis manos comenzaron a explorar en busca del tesoro. Mis yemas sintieron el tacto de la fina tela y hábilmente levanté el dobladillo. Mi cuerpo se estremeció, noté como mi miembro se endurecía. Mis dedos se introdujeron en el fruto prohibido. Mi corazón se aceleró al palpar la textura húmeda y carnosa. Llevé la mano a mi boca y saboreé aquel jugo celestial. Un ruido me alertó, la luz se encendió y yo bajé la cabeza, avergonzado. Me fijé en mis pies desnudos sobre el frío terrazo de la cocina.

—¿Otra vez lo mismo?

Al oír aquella pregunta retórica en boca de mi madre, me sentí el hombre más ridículo de la tierra: Descalzo, cabizbajo frente a la nevera, con el tarro en una mano y los dedos y los labios manchados de la deliciosa e irresistible mermelada de arándanos. Prometí no volver a pecar.

Tomás García Merino
Grupo B


Camino

Las curvas por las que me precipito tienen forma de mujer. Me aferro a ellas para no despeñarme en el vacío. La ruta es sinuosa y difícil de entender, pero está llena de belleza, el paisaje da sentido a la vida y todo se vuelve más luminosos, más limpio y más trascendente. Cuando el camino se agranda, se hace recto y regular, pierde el misterio, desaparece el encantamiento y decae el interés por el recorrido. Son las zonas angostas, las irregulares, las impredecibles las que me estimulan. En el misterio está la ilusión, en los lugares recónditos la sorpresa, en lo más intrincado de la espesura el tesoro escondido. Recorro la ruta que libremente he escogido, a la que me he entregado, en la que espero con entusiasmo permanecer hasta que el tiempo y el placer nos diluya en el éter.

Manuel Medarde
Grupo A


Tócala otra vez

Amarrados en el sofá, la línea de mi brazo rodeando su cintura emulaba las curvas que dibujan una clave de sol. La relamí, y remifasol, hasta que sus uñas marcaron pentagramas en mi espalda. Las blancas se volvieron corcheas y nos llegó el alba.
Heme ahí, creyéndome un experto del pizzicato en su bajo vientre, ya que es verdad que la música se siente, como sentía yo que allí sobraba lago para mi cisne.
Las caricias tornaron al larghetto. Su mirada era batuta, y yo obedezco. Deslizo mis dedos por sus costillas, cual pianista que siente las teclas de su Steinway antes de empezar el recital. Cojo aire…
Latidos en fusa y semifusa sirven de alfombra roja para el glissando. Final atronador.
De ahí todo silencio, dos miradas que se buscan entre sonrisas traviesas. Miro el reloj: mediodía; me mira: melodía; pensar en su marcha: me dolía.
Me besa, the show must go on.

Edwing Vladimir
Grupo A


La carta

Hace muchos años, recibí una carta.
Venía dentro de un sobre de color blanco, que al palpar se apreciaba de un cierto grosor.
No tenía remitente.
Al tocarla, mis dedos temblaron. A distancia podía apreciarse que era una carta perfumada.
Antes de abrirla, la acerqué a mi nariz e inhalé con anhelo aquel perfume. No tardé ni un instante en catalogarlo de femenino.
Abrí el sobre con mucha delicadeza y saqué muy despacio la cuartilla de papel que estaba plegada en tres partes. Antes de desplegarla, la acerqué a mi cara, la rocé con mi mejilla, y no pude menos que rozarla suavemente con mis labios. Nuevamente aspiré con ansia aquel perfume, teniendo la sensación de que me rodeaba y abrazaba todo mi cuerpo.
El papel era blanco, de gramaje ligero, tacto suave y delicado; por un momento me recordó al tacto de la piel. Incluso me pareció percibir un cierto calor.
La comencé a desdoblar, la fui a leer... Pero no pude. Nada de lo que allí esté escrito puede ya compararse a lo que he sentido.
Con todo el cariño, como si de un ser vivo se tratase, volví a doblar el papel y lo metí en el sobre.
Al introducirlo en el sobre, el ajuste era perfecto, introduzco los dedos por detrás del pliego, y a llegar al fondo del sobre noto en el dedo corazón un tacto húmedo. Al sacar el dedo lo llevo a mi nariz, y volví a percibir el perfume, en esta ocasión llegó a embriagarme hasta el punto, que sufrí un ligero mareo, y casi pierdo el sentido.
Una vez recuperado, guardé la carta en el cajón superior de la mesilla de noche.
Algún día, si tengo fuerzas, la leeré.

José Luis Fonseca
Grupo A


Geografía dérmica

Toco tu boca. Dibujo con mis dedos la línea de tus labios. Memorizo cada movimiento, cada milímetro recorrido. En la punta mis dedos se imprime su forma. Tu boca, que continúo buscando como referencia. Los dedos, sin ponerse de acuerdo, siguen una estrategia: el índice decide iniciar el camino y el cordial palpa la inmediata humedad que le provoca; el anular la recoge, y atrevido, se mueve presionando aún más la bulbosa respuesta de tus labios. Así te hago mi propuesta. Así llegan los dedos a mi lengua: impregnados de tu dermis. Saturados de esos labios mojados y turgentes, que llegan hasta el fin de todos los caminos. Que se incorporan a todas las elevaciones, expeliendo su acuosa vid, nutriendo toda la extensión de mis campos, de mis montañas, de mis llanuras.
Cada vez que encuentro otra boca, vuelvo a imaginar la tuya, y empiezo a recorrer su trazado. Está impresa en la yema de mis dedos. Dedos ciegos a otros labios. Dedos insensibles a otra piel. Porque solo la geografía de tu soñada boca despierta el deseo de viajar por otros cuerpos, por desconocidas aguas.
Si tu ausencia nunca pudo castrar mi ardiente deseo por tu boca, mucho menos lo hará la gélida muerte, que ahora te ha alcanzado.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Las manos de Aute

Hermosas manos las de Aute,
tejedoras de cuerdas
realizan trenzas mágicas
en la guitarra

Acarician,
labran versos en la madera
que devienen a carnales.

Mis oídos las escuchan
mis ojos las ven
mi piel las recibe.

Mi cuerpo responde,
antes y después,
de que den las diez.

Araceli Sebastián
Grupo C


Tacto

Te he soñado desde antes de tener uso de razón, en ese tiempo en donde no hay diferencia entre la realidad e imaginación, cuando el llanto y la risa cabalgan juntos, en el que todo puede ser un ahora irreal, que puedes usar para volar en el cielo de los ojos abiertos.
Creo que fue ahí cuando te vi por primera vez justo a la salida del tiovivo del final del verano y entraba en el nuevo curso sin ansiedad, sin temor, sin siquiera necesitar referencias.
Me golpeó la evidencia del interés por otro universo que no era el mío.
No pude apartar mis ojos de ti.
Nunca antes mi corazón había palpitado así por la mera contemplación de otra persona.
Entonces me miraste.
Todo se ralentizó a nuestro alrededor y desee que ese instante se detuviera, en el centro del halo de luz radiante que despedías que, me envolvía en una brisa cálida, única .y deseada.
Me sonreíste en la distancia.
La opresión de mi estómago , se expandió por mi pecho y atenazó mi garganta.
Nos acercamos.
No sé realmente muy bien de lo que hablamos, solo era una forma de canalizar el evidente deseo de permanecer juntos.
Tampoco sabría determinar el momento en que comenzamos a abrazarnos con la clara intención de fundirnos en uno.
Necesitábamos oscuridad para avivar, aún más, la llama que nos empezó a consumir.
Ya en el cine, comenzamos a besarnos con denuedo, con la desesperación de los que no comprenden porqué no había sucedido antes.
El tacto vino a ser el único sentido, con sentido, que nos empujó a una mutua exploración ávida de sensaciones atávicas y la pasión fue el genuino idioma para expresar un deseo consentido.
Los botones, cremalleras y ropajes fueron cediendo su sitio a la caricia impulsiva y aventurera.
Con mis dedos dibujé el perfil de tu pecho, amasé y pellizque tus pezones recreándome en su blanda dureza.
Fui levantando lentamente los bordes de tu falda para descubrir la geografía de tus piernas, el calor de mi mano en tus frías rodillas, la presión suave, firme y sostenida para separar tus muslos.
Ignorando la urgencia, primero recorrí la nacarada piel de su interior, aproximándome a la maraña de hilos esponjosos y rizados de tu pubis.
Luego, abrí tus labios abultados acariciando el interior cálido y húmedo.
Finalmente,cuál botella que se vacía súbitamente, comenzaste a venirte en oleadas, al tiempo que ahogabas gemidos entrecortados, mientras sujetabas fuertemente mi mano para impedir que continuara.
Años después, nos seguimos riendo porque, ni siquiera somos capaces de acordarnos del título o el argumento de la película.

Carlos García Riesco
Grupo A

Modo avión

La sesión de esta semana fue muy silenciosa, casi tanto como una madrugada en la Antártida. En la sala de Fondo Local no se oía ni el zumbido de una mosca de modo que la mayoría de los participantes en el taller de escritura, por si las ídem, tenían la boca cerrada. Quizá sea el "modo avión" del siglo XXI el "locus amonenus" de los clásicos, ¿no?
Ya lo dice el refrán: "La palabra es plata y el silencio es oro"


El tema a tratar fue el silencio. Hablamos en primer lugar del silencio impuesto. De la voz que es ahogada por múltiples razones que van desde el miedo hasa la censura. Y para reflexionar sobre dicha cuestión compartimos el vídeo de Gary Hill titulado "Mediations":

 

A continuación hablamos de la importancia del silencio en el marco de la creación. Un narrador necesita del silencio para pensar y escribir, los poetas se atrincheran en el silencio para excavar en el corazón y en el poema, los actores y actrices manejan el silencio sobre la escena. De hecho fue Jun Mayorga el que en su discurso de entrada en la Academiade la Lengua hizo una maravillosa defensa de la palabra "Silencio". 
En el terreno musical estuvo muy presente John Cage. En 1952, el pianista David Tudor se sentó ante un piano de cola en Woodstock, Nueva York y no pulsó ni una sola tecla en 4 minutos y 33 segundos. Era el estreno de 4’33’’, obra del compositor John Cage quien también experimentó con sonidos cotidianos amplificados como toser, tragar o dejar caer ceniza en un cenicero. Esto último inspiró a la formación Einstürzende Neubauten en su canción "Silence is sexy".

Compartimos algunos poemas y cuentos sobre el tema propuesto, entre ellos el de Clarice Lispector titulado "Silencio"

Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.
Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.
La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.
Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con esperanza por las escaleras.
Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es solo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan solo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.
Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio.
Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de este. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.
Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, solo él mismo. Será como si estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y este navegara tan largamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Solo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando este se presenta completamente desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.
Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, solo los pies mojados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.
Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.

O el poema de Aníbal Núñez titulado "El silencio":

DICES –qué exagerada- que se oía
hilar a las arañas a la hora
de la siesta; lo cierto es que –y lo sabes bien- se escucha el verano
en la plaza del pueblo, la cigüeña
machando ajo en lo alto, el griterío
de los vencejos y un hervor de élitros
en las jaras –te creo-
de más allá del río
No consiguen
borrarme los sonidos –olvidaba
el tañido en los cerros- los motores
vocingleros, los cielos
sin pluma ni el jabón
ciudadano

Y es más:
puedo escuchar, de bajo del estruendo
de tu taza de té, de tus proyectos
de final de carrera y cuatro puertas,
tu jubiloso corazón saltando
con toda la alegría de la infancia
pasada bajo el miedo a los ratones
del sobrado y el gozo de la trilla

Corazón jubiloso que recuerda
como si nada; de algo
hay que llenar el humo y los espejos:
¿qué más te dan susurros que el estrépito
de todos los aviones que despegan
de todas tus revistas estivales?


Demos como broche unas palabras de Shakespeare: "Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras"


Propuesta de escritura

Señala Roberto Juarroz:

No prestar atención a las palabras,
salvo a aquéllas que transportan
su propia carga de silencio

Elige las palabras que te permitan construir una historia en la que domine el silencio: un buzo en zona abisal; el muerto en su velatorio; la historia de un esquimal, un eremita, un astronauta, un paciente o un médico de una UCI, un enterrador o un pastor; la historia de una mujer dominada por el miedo; de un alpinista, de una monja, de un náufrago.
Trata de describir el silencio, de transmitirlo en tu texto, ya sea poema, microrrelato o cuento.

Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Todo en silencio
precisa la meditación
un camposanto

Alfredo Domínguez
Grupo B


Siempre otorga

Sabe callar. Es su condición. Descansa entre sus letras: ellas sintientes, él elocuente.
Si lo requiere la urgencia, las ensambla, protegiendo el descanso del enfermo, el Sueño del polizonte. Sella con su boca un amor inconfesable o soterra ese secreto que nunca verá la luz del Sol.
"El del miedo" es hediondo, astilla los dientes en el precipicio de las madrugadas. Muerde los labios con la desesperanza del condenado a muerte. Acaricia o araña, pero no te deja indiferente. Es Todo y Nada. Enmudece al escribir su nombre: Silencio..Silen...Si...shhh.

Carmen Pedrero
Grupo A


El silencio del enterrador

Fui yo quien enterró a tu hermano. Fue en la primavera, aquella primavera de pandemia y confinamiento. Tan solo tres asistentes y el silencio. Entre ellos estaba tu padre, al que enterré en otoño. Así, sin más. Las mismas palas, los mismos gestos, el mismo semblante ceñudo, el mismo sudor, el mismo silencio.
Quizás quieras saber más para poder contarlo, que el silencio, su silencio no sea tan abrumador, tan demoledor que te aplaste el pecho. Pero mi trabajo es, en realidad, tan simple. Hay tan poco que contar. Somos dos enterradores aquí en San Miguel, los dos callados. El lugar mata la elocuencia, enmudece el alma. Dos mudos más. Nadie habla, algún sollozo, y ni siquiera el viento hace mover las hojas de los cipreses ya viejos. Cuando llueve, sí se oyen las gotas golpear sobre las losas, también su eco.. Es la canción triste del mármol de la muerte.
Lo peor es cuando se van todos, cuando el lugar se queda desierto. La soledad eterna de los muertos. Entonces, sí que reinan la quietud y el silencio más austero, el más conmovedor al mismo tiempo. El silencio absoluto del subsuelo, historias que ya no se repetirán o que jamás fueron contadas, que también en vida fueron silenciados secretos. Desprenderse del ruido, abrazarse al silencio sepulcral, perderlo todo. Ser nada. O ser tan solo recuerdo. Pero, ¿quién nos recordará cuando todos hayan muerto?
Mejor calla, no hables, escucha tan solo mi aliento.

Marisa Sánchez
Grupo C


El libro silencio.

El libro silencio es un libro invisible
que se lee entre líneas como a salto de página,
en renglones perdidos,
en la tabula rasa del recuerdo.
El libro silencio siempre se está escribiendo,
lleno de asombros y de dudas,
es un libro frontera donde ya no hay fronteras,
un esperanto mudo
de olvidadas palabras.
El libro silencio siempre está en otro sitio,
y te llama sin voz,
un mensaje en el agua,
en los hilos del aire,
en la arena batida del desierto,
en las capas borradas de un palimpsesto.
El libro silencio es ángel de la guarda
tejiendo un salvavidas
para que te reconozcas cuando nadie te nombre.
El libro silencio es una página en blanco
que te lee el pensamiento.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo C


El silencio del náufrago

El caos entre las paredes del mar hicieron que mi existencia fuera endeble. Antes yo tenía un nombre, una historia, pero aquí y ahora únicamente soy anhelo.
Mi cabeza, algo abotargada de flashbacks, intenta ordenar lo sucedido.
Después de la tormenta llega la calma, dicen; repito: dicen. Porque yo no lo diría.
Cuán ruidosa es la zozobra, ese pulso contra lo incontrolable donde uno espera a que el destino levante o baje el pulgar cual Imperator romano. Todo es caos. El océano le pega mordiscos a toda tu realidad hasta que gana, porque, aunque queramos negarlo, en el fondo sabemos que siempre te gana.
Ahora noto mi cara contra la arena, la respiración agitada y la luz calentando mi varado cuerpo. Intuyo que estoy vivo, pero no quiero abrir los ojos para no tener que afrontar la realidad, solo anhelo que todo ésto sea un mal sueño.
Nada escucho, solo pienso...
Cuán ruidosa es la zozobra, pero hubiera preferido la calma de una muerte rápida a la lenta condena del silencio de un náufrago al amparo de sus pensamientos.

Edwing Vladimir
Grupo A


El silencio

Para mí no existe el silencio.
Desde que me levanto hasta que me acuesto, me acompaña un pitido, un zumbido de oídos, que no me abandona ni un solo instante. Unas veces lo escucho más intensamente, otras más suave, en algunas ocasiones incluso llega a hacerse insoportable. Me tiene completamente desorientado. No sé qué hacer para que disminuya o desaparezca. He intentado varios tipos de tratamientos y todos han fracasado. Llevo en esta situación unos 20 años, y estoy convencido de que no me abandonará hasta que muera.
Lo escucho menos cuando estoy en el cine o cuando estoy escuchando música con auriculares. Lo dejo de escuchar en algunas sesiones de yoga. Solamente no lo escucho cuando estoy dormido.
Me he resignado a vivir con él, es mi compañero, y como diría Georges Moustaki: yo nunca estoy solo, con mi zumbidito.
Por eso recuerdo con gran añoranza, cuando todavía no me había visitado mi ruidito, la única ocasión en mi vida que conocí el silencio. Fue en el desierto. Un día fuimos a contemplar una puesta de sol en Jordania, en pleno desierto; y entonces y solo entonces me di cuenta de lo que era el silencio. Hasta ese momento había dudado de su existencia, pero aquel día lo conocí. Llegué a no sentir ni siquiera mis propios ruidos.
La sensación fue de paz, de bienestar, de plenitud, de quietud, de ligereza. Una sensación maravillosa que no he vuelto a sentir.

José Luis Fonseca
Grupo A


La rutina del opositor

Ruido: suena el despertador, estridente, in crescendo. Suena el manotazo que lo golpea inmisericorde. Suenan la sábana y la colcha, como batido de alas de paloma. Suenan pisadas camino del baño. Suenan las aguas menores como casada también menor y suena la cisterna como rotura de cristales o crepitar de papel de celofán. Suena el chorro del grifo hasta que enmudece de golpe.
El opositor se seca la cara con la toalla y se mira al espejo.
Silencio: el espejo le muestra su cara demacrada de meses durmiendo cuatro o cinco horas y estudiando quince o dieciséis, sus ojeras de cera, su mirada sufriente, la tensión de las arrugas que le surcan la frente… y recibe en respuesta un leve vahído que lo empaña mínimamente.
Ruido: el opositor aspira aire con fuerza y arroja sobre el espejo otra vaharada mucho mayor; tanto que le da tiempo a dejar la huella de su dedo índice en él. Vuelve a respirar en tono rugiente y suenan dos tortas, las que se da para despejarse del todo. Suenan las bisagras de la puerta del baño y suenan pisadas hasta la cocina. Y suenan unos buenos días y luego otros y suena el abrir y cerrar de armarios y el tintineo de cubiertos y el borbolloneo de la cafetera eléctrica y el disparo con silenciador de la tostadora y el ruido rasposo de las patas de la silla al echarla hacia atrás y luego hacia delante.
El opositor se queda ensimismado mirando la taza de café, que tiene cogida por el asa, intentando penetrar la negra superficie del estimulante como quien se asoma a un pozo sin fondo.
Silencio: el café le muestra la negrura del túnel en el que se siente atrapado y una lágrima acaba por caer en la taza. La desesperación le bloquea de tal modo que se deshacen los contornos de cuanto tiene a su alrededor y se siente por momentos perdido, vagando por un mundo absurdo y burlonamente cruel. Solo el tic-tac del reloj de la cocina, tan molesto siempre que quiere estudiar allí, es capaz de sacarlo de su marasmo.
Ruido: suena el choque deliberadamente furibundo de la taza contra el plato y otra vez el ruido rasposo de las patas de la silla. Y suenan las pisadas, ahora aceleradas, y el pestillo de una ventana y el tráfico de la calle, con su algarabía de motores y cláxones sobre fondo de viento monótono y bisbiseante, y suena un grito contenido, un grito de rabia y de dolor, pero también de ánimo y de aliento y de no dar la batalla por perdida. Y suenan las batientes de la ventana que se cierra y de nuevo las pisadas y el golpetazo de la puerta del dormitorio y el tamborileo de los bolígrafos y de la regla y el ajetreo de los libros y apuntes que se abren y despliegan sobre la mesa.
El opositor, un día más en el campo de batalla, cala la bayoneta de su entendimiento y de su memoria, se acoda sobre la mesa, y vuelve a la carga.
Silencio, se estudia.

Óscar Martín
Grupo A


Silencio en la sala de espera

Me llama la atención una noticia que aparecía ayer en la prensa local.“Se ha desalojado el Hospital Universitario de Salamanca y el derribo es inmediato”. Y pienso que tal vez el estruendo que provocará, quizá equilibre los silencios que a lo largo de su existencia se fueron acumulando en el interior.
También esta noticia me recuerda mi experiencia en la sala de espera de Quimioterapia como voluntaria de la asociación del cáncer, donde aprendí a sentir el silencio, a escuchar la calma y a caminar más lento en un mundo bastante acelerado.
En la pared principal de la sala está colgado “el cuadro de la enfermera " ,ese cuadro que preside muchas salas de hospitales y clínicas en el que aparece una enfermera con un gesto más que elocuente: un dedo índice sobre los labios. Shhhh. Silencio. Una orden suave, nada autoritaria, que pide crear en las salas de espera un ambiente sereno. Y así es en esta sala ,normalmente los pacientes no hablan entre ellos , es el silencio el que impera ,se miran a hurtadillas ,empiezan a imaginarse , a suponer quien es cada persona ,desde cuando tiene cáncer y multitud de preguntas sugeridas por su edad por su aspecto y por su compañía.
Las esperas en esta sala son largas y se acaba convirtiendo en uno de los escenarios habituales de su vida, en la que además de horas también pasan cosas buenas y menos buenas.
¡Hay silencio, mucho silencio!
No es frecuente el intercambio de experiencias entre ellos, carecen de interés en saber qué tratamiento le administran a los demás, incluso el tipo de cáncer, tienen demasiadas cosas en común, ¿para qué se lo van a contar? comparten la ansiedad, el miedo a que el médico les diga que están empeorando, el temor a los efectos de la quimio y también porque no, la ilusión por unos resultados favorables y la euforia. Simplemente se respetan los silencios, nadie rompe la intimidad, unos tosen con dificultad, en cambio otros tienen un aspecto tan estupendo que nada indica que tengan cáncer .Las mujeres suelen ir con pelucas, turbantes ó pañuelos y en todas hay una belleza especial que solo da la valentía. Los hombres son más de gorro ó sombrero y en general permanecen cabizbajos. Apenas hay teléfonos móviles en las manos, sí libros, pasatiempos, algún periódico ó manos vacías esperando llenarlas de esperanzas.
El silencio que hay no es tristeza, es serenidad a pesar de la clase de pensamientos que rondan sus cabezas y solo se rompe cuando la enfermera pronuncia el nombre de alguno de ellos para entrar en la consulta, a la salida sobre todo cuando la analítica no permite administrar el tratamiento, es en silencio como se encaminan hacia el pasillo sin cruzar miradas y sin que nadie comente nada.
Los pacientes coinciden con frecuencia los mismos días de tratamiento y acaban conociéndose,pero si alguno falta reiteradamente a la cita, nadie se atreve a preguntar, las enfermeras no dicen nada, eso pertenece a los secretos y silencios de las salas de espera…

Áfrika Gómez García
Grupo A


Nuestro silencio

¡Qué torpones! Los siglos que lleva funcionando el mundo y no han caído en la cuenta (con lo que presumen de inteligentes), de que nuestro silencio es algo que nos hemos impuesto en aras de una mejor convivencia con ellos. Guardar silencio a nosotros poco nos cuesta y a ver si con eso ellos no se nos deprimen por sentirse inferiores, que parece que no están a gusto si no es a todas horas hablando y escuchando. Mejor dicho, hablando solo, porque las más de las veces de escuchar, nada; oyen ruido, y si acaso.
Cuando digo «nuestro silencio», me estoy refiriendo a falta de palabras. Nada más. Palabras es lo único que ellos entienden. Y no siempre, ya que tuvieron la feliz ocurrencia de inventarse los «idiomas» y eso ha traído que ahora no se aclaren los unos con los otros. Torpones, ya digo.
Pero bueno, bien está lo que está bien. Vamos a continuar guardando para con ellos la mayor consideración, que a fin de cuentas los humanos no dejan de ser nuestros mejores amigos. A ver si no se nos deprimen, pobres; qué le vamos a hacer si no le da más de sí el cacumen. Nosotros a seguir ladrando el guau guau de cada día y ellos que se realicen diciéndose racionales. O cualquier otra lindeza que se les ocurra.

Pascual Martín
Grupo B


Vacío

En el suelo del recibidor había un gran rectángulo blanco como la nieve porque la luna alumbraba la cocina Los murciélagos no habían vuelto y los pájaros seguían dormidos. Silencio. Ni el frigo hizo ruido. Silencio

Araceli Sebastián
Grupo C


Tú que sabes tanto

Callas… Mis preguntas resuenan huecas en esta tórrida tarde de mayo que tiene asoladas las plantas, acallados los pájaros y vacías las calles. No hay ruido, estoy solo, no pasan coches siquiera.
En esta abrasadora soledad vuelvo a preguntarte…
No me miras, permaneces inmóvil, pegado al suelo y persistes en tu mutismo pétreo.
¡Tú que has presenciado tantos acontecimientos! ¡Tú que has conocido a Aníbal, a Raimundo de Borgoña, a Nebrija, a Colón, a Wellington, a Unamuno… y a tantos otros!
Contesta…
Miras al puente con tus ojos ciegos de toro viejo y, con el orgullo de saberse emblema de la ciudad, persistes obstinado en tu silencio.
Dime, tú que has visto y oído tanto, ¿por qué no cuentas nada?

Pepe Lorenzo
Grupo B


Silencio. Solo silencio.

La persistente lluvia de otoño repetía una monótona sonata al golpear el suelo embarrado. Poco a poco, el sol se abría camino salpicando de luces y colores el aire mientras el joven iracundo no dejaba de maldecir todo lo que le rodeaba. La humedad ambiente, que en forma de bruma difusa iba sustituyendo la caída incesante de gotas de lluvia, configuraba formas aleatorias que avanzaban llenando todo el espacio de sugerencias. El joven, dejándose llevar por su malestar existencial, por los efectos del cáñamo, por el odio al mundo de los adultos, por la aversión al mundo que les tocaría organizar y por la estridencia de la música de su generación y la algarabía de los tiempos, se dirigió hacia el arco iris que acababa de materializarse en el cielo. Ensimismado en su desasosiego no fue consciente de que traspasaba la película multicolor que delimitaba el espacio creado en torno al arco iris, configurando una bóveda aparentemente similar al entorno circundante. El joven no fue consciente hasta que su cuerpo le avisó de que las vibraciones habituales habían desaparecido. No le llegaban los sonidos estridentes de alta frecuencia, no detectaba los tonos medios ni las contundentes vibraciones de baja frecuencia que tanto le gustaba escuchar en las bandas de su música favorita. Por primera vez en su vida se detuvo a escuchar y meditar sobre lo que escuchaba. Pero dentro de la esfera que le había atrapado no había ningún sonido. Silencio. Solo silencio…. . Aprendió el silencio, se empapó de silencio, conoció el silencio en su plenitud.

Nadie supo explicar el fenómeno que se produjo tras aquella lluvia de otoño ni el cambio radical que se produjo en el joven iracundo.

Manuel Medarde
Grupo A


Silencio

(Instrucciones de lectura. En silencio y ausencia de ruido, pasar la vista por todos y cada uno de los puntos hasta completar la lectura)
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- Hola
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- ¿Hay alguien ahí?
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Manuel Medarde
Grupo A


DUELO

Trampas a las cartas, voces, mesas volcadas, sillas volando por el salón y whisky, mucho whisky. Ya en la calle frente a frente, se clavan las miradas, oscuras, profundas. Están arrepentidos los dos, sus manos tiemblan. Hay gente, mucha gente, pero el silencio es ensordecedor. Silencio tenso que precede al estruendo y se siente más mudo aún. Es espeso y denso como la sangre que bañará el suelo. Que se vuelve más incomodo a cada segundo que pasa. Que les aturde los sentidos y les enturbia la mirada. Uno se decide a disparar su revolver y el silencio se rompe y el estallido da paso al silencio final.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Chiss…Chiss…

Un silencio denso, placentero, mecido por el tic tac cadencioso del reloj, me acompaña, se cuela dentro de mí, es como si quisiera protegerme del vacío, llena mi soledad de recuerdos, sin nostalgia, sin ruido. Es un buen compañero que quita un trozo a esas tardes que pesan, pero del que no se puede abusar, para eso están las campanadas y, salgo de él y me despido de él –mañana más-porque en esos ratos de silencio encuentro refugio.

Inés Izquierdo
Grupo A


Busco el silencio

Tomo aire para sumergirme en el fondo. Me asomo a la profundidad. En la isla está encallado un barco de guerra. Pierdo de vista la proa, clavada como una flecha en las corrientes más frías. Un pez loro atraviesa la escotilla, es tan grande como yo. El miedo acelera la palpitación. Dejo de moverme. Puedo sentir la inmensidad silente, pero no logro escucharla. La quietud no es silencio. El fondo del mar exalta mis estentóreos corporales, me anuncian que estoy viva como el útero acuoso que me contiene. Regreso a la superficie, me recibe la luz.
Camino hacia la cumbre de la montaña. Sé que el viento y la tierra no se detienen. Sé que ululan y tiemblan. Voy en busca de sus pausas, mínimas, casi imperceptibles. Quizás allí esté el silencio. Pero la hormiga, la mariposa, el escarabajo y los árboles no se ponen de acuerdo, llenan de sonidos todos los espacios posibles. El sosiego no se consigue junto a los otros. Regreso a la noche.
La oscuridad parece el paso certero hacia el silencio. Los ojos que se cierran y esa noche que se desploma me conducen a una ausencia. Estar en falta de todo lo que conocemos, un segundo antes (quizá menos) de entrar en los sueños, pueda que sea silencio. Sin embargo, no lo recordaré. Las imágenes oníricas serán protagonistas de la nocturnidad: aun con la lengua acallada, las voces habitan la psique.
Finalmente me interno en la cueva. Busco la gruta más recóndita, para que ni una gota de agua resuene en el espacio subterráneo. Quizá me tope con el vacío. Quizá en las entrañas de la tierra encontraré el silencio. Pero no, escucho rugir un corazón de piedra caliente.
Parece que el silencio solo se revela por instantes, como la felicidad: son diminutas pausas que ocurren, y que a veces podemos aprehender. Está a medio camino del deseo y el acto, entre una bocanada de oxígeno y otra, entre la nada y la fantasía. Es apenas una intención de no estar en ningún lugar, ni en ningún tiempo.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


El silencio es una quimera

El silencio es una quimera. Podemos tratar de quitar capas de ruido, pero siempre aparece un sonido que antes no percibíamos, el agua de la lluvia cayendo por la bajante, el sonido de los insectos que comen madera. Aunque no llueva y las vigas estén sanas, siempre queda algún sonido. En este momento oigo mis dedos golpear las teclas del ordenador.
El peor ruido es el que llevamos dentro, nuestros pensamientos tampoco callan. Si intentamos parar uno, surge otro, a veces suave, otras atronador.
No considero necesario el silencio, tan solo el sosiego que nos permita oír a una madre en la lejanía llamar a su hija. El silencio, como todos los conceptos absolutos, puede convertirse en obsesión. Prefiero la palabra.

Enrique Martínez
Grupo C


Día de ánimas

En mi casa el día de ánimas no era un día especial. Sin embargo, mi madre tenía costumbre de preparar un recipiente con velas de aceite y lo colocaba en una habitación en penumbra. No nos permitía entrar en ella por lo que aprovechábamos cualquier ausencia o descuido para ir a ver que ocurría en ese cuarto que se había convertido en sagrado. Unas veces las hacía con algodón, otras las compraba en el mercado. Recuerdo su forma. Un pequeño triángulo de metal con un disco de corcho clavado en cada punta, por el orificio central salía la mecha que, empapada en aceite, ardía durante horas.
Nada más entrar, el silencio lo llenaba todo, no me atrevía ni a pensar. Las llamitas captaban mi atención, llegaban a ser hipnóticas. Imaginaba a quien representaría cada una de ellas. ¡Qué soledad! Así debían estar las almas vagando por el más allá sin hacer el más mínimo ruido. La única sensación especial era el olor del aceite consumido. ¿Será que el silencio huele así?¿O serán las ánimas las que tienen ese olor?
En más de una ocasión me sorprendió, no la oí llegar, sumergido en aquel silencio total. La consecuencia era ser expulsado del lugar y amenazado con mayores consecuencias si volvía a ocurrir.
Otro silencio impidió que nos contase todo lo relacionado con esta celebración, con sus sentimientos y creencias. Supongo que mi padre respetaba y consentía estas prácticas, a pesar de considerarlas supersticiosas, a condición de que no nos las inculcase.
Ahora que ella es todo silencio, que ni siquiera huele a aceite ardiendo un día al año, tengo la sensación de que sigue presente a través de mí, de mis palabras, de mis reacciones, de mis gestos. De mis recuerdos.

Enrique Martínez
Grupo C

Cómo como

La semana pasada dedicamos la sesión del taller de escritura a la gastronomía. Pero en la sala de taller no había fogones sino libros.
Hablamos del efecto proustiano o la magdalena de Proust: el narrador de En busca del tiempo perdido abre la espita de sus recuerdos al probar una magdalena mojada en té. Hacía tiempo que no probaba una y esa sensación le lleva a revivir sus años de infancia.

Recomendamos los libros "La cocina caníbal" de Roland Topor, "Sopa de sueños y otras recetas de Cococina" de José Antonio Ramírez Lozano y "Cocina, arte y literatura (Degustación castellano leonesa de la a a la z" libro en el que publiqué la receta del bollo maimón que me enseñó Capi, la panadera de Matilla de los Caños del Río:

Se escachan con amor los huevos gordos
y se baten las claras hasta el punto.
Luego se añade el llanto de las yemas
y una lluvia de azúcar y almidón.

Verter en un dornillo enharinado
(o untado con aceite o con manteca)
la mezcla que ha de darse fiel al horno.
Y, al rato, cuando cueza con ternura,

después de que se dore y se solace,
enfriar en el lecho donde duerme.
Al fin, cuando se apague y se desmolde,

adornar con azúcar glas al gusto.
Puede tomarse sólo o con un trago
de espeso chocolate y aguardiente.


Sugerimos un tapeo para abrir boca. De modo que reproducimos en la ficha algunos breves pasajes de diez novelas gastronómicas recogidas en el artículo "Si te gusta comer... ¡Devora estos libros!" de Rossana Carceler. 
El título de la sesión lo tomamos prestado de un libro para niños en el que Ignacio Sanz (Cómo como) propone diferentes poemas vinculados a la comida y a la tarea diario de comer:





Para entender mejor esa relación recomendamos los artículos "Las cosas del comer. Hambre y saciedad en la Literatura" de María Rosal; "Un festín literario" de Gillermo Altares; "17 libros para cuando acabes la dieta: los devorarás mientras la boca se te hace agua", de Rebeca Rus; "Literatura y gastronomía, un maridaje muy especial" de  Luis Lahitte

Y disfrutamos de textos como el soneto que Rafael Alberti dedica al poeta cubano Nicolás Guillén agradeciéndole un jamón:

Hay vino, Nicolás, y por si fuera
poco para esta nalga de porcino,
con una champaña que del cielo vino
hay los huevos que el chancho no tuviera.

Y con los huevos, lo que más quisiera
tan buen jamón de tan carnal cochino:
las papas fritas, un manjar divino
que a los huevos les viene de primera.

Hay mucho más, el diente agudo y fino
que hincarlo ansiosamente en él espera,
con huevo y papa, con champaña y vino.

Mas si tal cosa al fin no sucediera,
no tendría, cual dijo un vate chino,
la más mínima gracia puñetera


O el fragmento de Platero y yo que Juan Ramón Jiménez dedica al pan:

Te he dicho, Platero, que el alma de Moguer es el vino, ¿verdad? No; el alma de Moguer es el pan. Moguer es igual que un pan de trigo, blanco por dentro, como el migajón, y dorado en torno ¡oh sol moreno!—como la blanda corteza.
A mediodía , cuando el sol quema más, el pueblo entero empieza a humear y a oler a pino y a pan calentito. A todo el pueblo se le abre la boca. Es como una gran boca que come un gran pan. El pan se entra en todo: en el aceite, en el gazpacho, en el queso y la uva, para dar sabor a beso, en el vino, en el caldo, en el jamón, en él mismo, pan con pan. También solo, como la esperanza, o con una ilusión...
Los panaderos llegan trotando en sus caballos, se paran en cada puerta entornada, tocan las palmas y gritan: «¡El panaderooo!...» Se oye el duro ruido tierno de los cuarterones que, al caer en los canastos que brazos desnudos levantan, chocan con los bollos, de las hogazas con las roscas.
Y los niños pobres llaman, al punto, a las campanillas de las cancelas o a los picaportes de los portones, y lloran largamente hacia adentro: ¡Un poquiiiito de paaan!...



Propuestas de escritura

1. Propuesta para la sesión: Tomamos como referencia las imágenes en las que Dinah Fried recrea el desayuno de diferentes personajes literarios. Y también las propuestas del blog Biblioabrazo. Con ellas recreamos las diferentes escenas.
2. Propuesta para casa: Escribe un texto con alguna o todas las expresiones cotidianas vinculadas con lo gastronómico que reproducimos a continuación. Trata de darle un sentido literal a la expresión. Para ello tendrás que dejar a un lado el significado de dicha expresión. Si eliges, por ejemplo, "pisando huevos" escribe un texto de alguien que se dedica a pisar huevos:
  1. ¡Naranjas de la China!...
  2.  Me importa un rábano…
  3. Más fresco que una lechuga…
  4. Más bueno que el pan…
  5. Mala leche…
  6. Está como un fideo…
  7. Está como un queso…
  8. Estaba en el ajo…
  9. Salir un churro. ...
  10. Me importa un pimiento. ...
  11. Ser pan comido. ...
  12. Darle la vuelta a la tortilla. ...
  13. Ir a freír espárragos. ...
  14. Ponerse como un tomate. ...
  15. Ir pisando huevos. ...
  16. Yo me lo guiso, yo me lo como…
  17. Ser un pedazo de pan…
  18. Estar como un fideo…
  19. Ser un chorizo…
  20. Ponerse como una sopa…
  21. Ponerse como un tomate…
  22. Ser la media naranja de alguien…
  23.  Ir pisando huevos…
  24. Dar calabazas…
  25. Como sardinas en lata…
  26. De higos a brevas…
  27. Se la dieron con queso…
  28. Cara de paella …
  29. Mas tieso que un ajo…
  30. Contigo pan y cebolla

Y estos son algunos de los trabajos recibidos:


Se la dieron con queso

Érase una vez, hace muchos años, vivían en La Rioja una familia de agricultores vinateros.
El "páter familias" tenía tres hijos con los que compartía trabajo y saber.
Solía invitar a merendar en su finca, más bien en la bodega, a varios campesinos, para saborear y valorar los vinos allí almacenados.
Hacía más de un mes que había encargado a su hijo mediano, acercarse a un pueblo próximo a comprar unos barriles de vino; y una tarde acompañado de sus paisanos y amigos, abrió el tonel recién comprado, y se lo dio a probar a sus invitados.
Después de paladearlo un par de veces, pues no daban crédito a lo que estaban viviendo, el herrero del pueblo, que no tenía pelos en la lengua, y además presumía de haber comenzado a beber vino en el biberón, sentenció: Es un vino con alto grado de acidez, que presenta aspereza al beberlo, y te deja una gran sequedad en la boca; además apenas se perciben aromas frutales.
Los demás compañeros asintieron y comentaban: vaya vino malo, pero malo, malo.
Decidieron llamar al hijo que había traído el vino y le preguntaron: ¿te dieron a probar el vino antes de pagarlo?
El muchacho contesto que sí, que le había gustado mucho, el vinatero que se lo vendió, le ofreció unas tapas de queso curado para acompañar, y le supo "a gloria".
No sabías, dijo el herrero, que, al consumir queso con el vino, se reduce la acidez y aspereza del mismo, a la vez que permanece la duración del aroma a frutos rojos: con lo cual el vino siempre te sabrá rico.
Querido joven, dijeron todos los amigos de su padre al unísono: ¡Te la han dado con queso!

José Luis Fonseca
Grupo A


Del año de la pera

Después de la Guerra Máxima que casi devasta el planeta, se pensó que llamar a los años con números traía mala suerte. Son supersticiones que aparecen después de las grandes catástrofes. Se decidió empezar a poner a los años nombres de cosas: colores, sabores, arboles, animales, verduras, comidas, bebidas… A mí me hubiese gustado nacer el año del gato, del olivo, de la naranja o el de la cerveza pero nací el año del Potaje de Semana Santa.Los primeros años después de la Guerra Suprema se llamaron como frutas y el primero fue el año de la pera. Después de más de cien años el año de la pera nos parece muy lejano, antiguo y pasado de moda.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Empresa familiar

El orgullo de Ramiro Villar es sentirse miembro de una estirpe que ha sabido mantener durante cuatro generaciones la misma empresa. Fue su bisabuelo quien puso el germen de la compañía en los comienzos del siglo pasado.
–Mi familia siempre ha estado en el ajo, en el puro centro. Otros han entrado y han salido, pero nosotros aquí, sin sacar un pie del surco –presume ante un grupo de colegas.
A pesar de su petulancia, Ramiro tiene una espina clavada en lo más hondo: se sabe el último de la saga. No tiene hijos y ninguno de la ristra de sobrinos ha mostrado el menor interés por seguir sus pasos.
­–Ya sé que esto es muy sufrido –los justifica en cuanto tiene ocasión–­. Coger el camión siendo aún noche cerrada y presentarte en Las Pedroñeras o en Aceuchal antes de que despunte el día, comprar el mejor género y plantarte luego aquí a primera hora de la mañana, llueva, truene o haga un calor de muerte, no es plato de gusto. Lo sé. Y luego dejarte los dientes peleando por cada venta. ¡Esto no está hecho para gente floja ni torpe! Porque además de fatigoso, este negocio necesita mucha cabeza que, contra lo que pueda creerse, vender ajos no lo hace cualquiera.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Ponerse como un tomate

Llegó el gran día. Juan se pone delante del discurso en el que ha trabajado durante tediosos días y largas noches. Lo ha ensayado delante del espejo mil veces. Tiene todo bajo control. Sabe en qué momento debe hacer una pausa, respirar, mover las manos, incluso sonreír, para que el posible público lo haga también y se produzca la ansiada corriente de simpatía entre ponente y attendants.
Con lo que no contaba Juan era que la sala estuviese llena a rebosar, siendo el interviniente más novel de la ponencia. El cuerpo de baile no era el esperado, demasiados peces gordos, para una pecera tan pequeña.
Comienza a leer, haciendo como si no leyese, la expresión más forzada de lo que quisiera. Las palabras no brotan en torrente por la ladera del auditorio para estallar en un mar de aplausos. Son lentas, inconexas…
De repente le falta el aire y siente que se pone rojo como un tomate. Todo él es un gran tomate maduro a punto de desbordarse. Sus semillas amenazan con expandirse por toda la sala.
En frente la presidenta de una de las empresas más importantes del país, le mira horrorizada. Teme por su vestido, de un blanco impoluto, traído hoy mismo de una atelier de París.
A su izquierda un caballero de camisa azul, y cuello almidonado, empieza a adquirir tintes de tomate, pero no un tomate como es Juan, este es un tomate irritado, impaciente. Un tomate de mala pipa, que ve peligrar su negocio.
Poco a poco (bien por vergüenza, bien por irritación) el auditorio se convierte en un gran campo de tomates, o mejor dicho se traslada a la plaza de Buñol.
¡La fiesta de la tomatina está a punto de comenzar!

Eva Hernández
Grupo A


SER un pedazo de pan…

Te miraba padre, de reojo y lamentaba no entenderte, pero acataba tus órdenes, como lo había hecho siempre.
Sí, dentro de un vulgar trozo de harina, agua y levadura, se encontraba la esencia del SER.
Montabas en cólera, cuando un pan perfecto sobre la mesa, no ocupaba la posición correcta y única. Pensaba entonces, que aquel pedazo de pan suponía para ti una reverencia al ídolo, que cubierto de poder absoluto, se erguía como símbolo de un estatus social.
Aquel respeto por aquella hogaza, en tardes de bocata y chocolate, que con sumisión me hacías besar antes del destierro.
Con el paso del tiempo, entendí, comprendí, porqué pinchabas al viejo burro del panadero para que soltara aguaderas, desprevenido en galopada, y tú pudieras recoger el fruto del árbol caído. Tus hermanos esperaban en la mesa.
También entendí, porque el chusco era emblema de sumisión, de imagen de liberación del Frente “Estómagos vacíos”.
Cuento tu historia a mis hijas, pero el pan de molde tiene una única posición.
Mi vista se nubla, es hora de regresar. Eres padre, un “cachito”, un pedazo de pan.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Especialista en mendrugos

Estaba asaz harto de que todo el mundo le tomara el pelo a Julio. Era un pedazo de pan, una buena persona, por lo que siempre había algún chorizo de tres al cuarto que, pretendía tomarlo por bobo.
Julio era en realidad listo como una ardilla, amén de una persona, tan leída e instruida, que en nuestro grupo ostentaba el sanbenito del “enterao”, el que está siempre en el ajo de las cosas y en el quid de la cuestión.
Pero Julio, carecía del más mínimo atisbo de mala leche y por ello, decidí suplirle esa falta en momentos puntuales.
A mi me importaba un rábano, plantarme delante del vacilón de turno y ponerlo a caer de un burro, en cuanto decidiera reírse “ de” y no “con” mi amigo.
Tome la costumbre de , a todos aquellos que pretendían dársela con queso, ponerlos como tomates, hacer que su maniobra saliera como un churro y vieran lo que se siente al ir por lana y salir trasquilados.
Al final, me fui convirtiendo en especialista en darle la vuelta a la tortilla.
A mi me importaba un pimiento mandar a freír espárragos a toda esa chusma y quedarme más fresco que una lechuga.
Las reiteración en ciertas actitudes de mala leche hacen que esta llegue a ser pan comido para esgrimir en un determinados momentos
Al fin y al cabo la práctica hace maestros.

Carlos García Riesco
Grupo A


Horno de América

En mi calle había un horno que cocía pan con leña. Se llamaba de América, este nombre tan rimbombante le venía del que tuvo la vía en tiempos que no conocí. Para nosotros se llamaba de Fray Jacinto Castañeda. Posteriormente cambió de denominación, no por motivos de memoria histórica sino por la canonización, en tiempos del papa Juan Pablo II, de aquel dominico martirizado en extremo oriente allá por el siglo XVIII. Pasó a ser de San Jacinto Castañeda.
Los días en que descargaban los troncos de algarrobo teníamos otro lugar para jugar. Quedaban en la calle hasta que los iban metiendo en el almacén. Era realmente difícil escalar aquella montaña de madera movediza antes de que saliera Tomás, el panadero, para ahuyentarnos. Era un pedazo de pan, en la calle nos conocíamos todos y nunca se quejó a nuestras familias.
También servía de asador público. Mantenía el calor incluso después de la última hornada y por poco dinero te podían preparar verduras, carnes y el plato estrella: arroz al horno.
En muchas ocasiones compañé a mi madre con la cazuela preparada con todo lo necesario, tapada con un paño limpio y el caldo en una lechera de aluminio. A la hora convenida estaba a punto. Este era mi plato preferido. Contrariamente, detestaba las cabezas de cordero. Mis hermanos disfrutaban pero, esos días, comía otra cosa solo en la cocina. Me resultaba insoportable su aspecto y más aún verlos comer con tanto deleite.
Casi se me olvida contaros cuando Tomás le daba calabazas a mi madre, no vayáis a pensar que ella pretendiera nada. Esta hortaliza, tan redonda, formaba parte, con frecuencia, de sus tratos culinarios y para mí era el postre más deseado.

Enrique Martínez
Grupo C


Desayuno

Cada mañana, Phileas se levantaba con la ilusión de encontrar su desayuno deseado. En su viaje desquiciado alrededor del mundo, cambiando continuamente de país, de medio de transporte, de continente, de cultura, cada mañana se llevaba un chasco al sentarse a la mesa. Así fue probando ochenta desayunos diferentes, ochenta formas de entender el mundo, ochenta formas de abrirse al nuevo día, pero no encontró el refuerzo anhelado en ninguna de las ocasiones, el que fuera capaz de darle esa inyección de placer y energía que necesitaba.
Desafortunadamente, Phileas no pasó por España de retorno a su Londres de destino. Phileas se quedó sin disfrutar de un buen chocolate con churros a lo largo de toda su aventura.

Manuel Medarde
Grupo A


Comida para dos

Socio A: ¡Naranjas de la China! – exclamó enfurecido – Ese negocio no es seguro y me importa un rábano que lo hagas tú solo o no lo hagas. Me quedo más fresco que una lechuga sin participar en él.

Socio B: Pues creo que te equivocas, porque el producto está más bueno que el pan – respondió calmosamente -. En confianza, creo que te estás dejando llevar por la mala leche que se te ha puesto con tanto adelgazar, que estás como un fideo.

Socio A: Ya lo sé. No como mi ex-asesora que está como un queso, pero la tuve que despedir porque a pesar de que estaba en el ajo del anterior negocio quiso ir a por más beneficios y acabó todo por salir como un churro.

Socio B: La verdad es que me importa un pimiento ese negocio anterior. El que yo propongo es pan comido, especialmente si conseguimos darle la vuelta a la tortilla y que ganen los nuestros las elecciones.

Socio A: Sí, eso sí. ¡Que los de ahora se vayan a freír espárragos de una vez! – al decir esto casi se puso rojo como un tomate, al acordarse de lo mucho que se había lucrado con ellos.

Socio B: De todas formas habrá que ir pisando huevos. Aunque los dos somos partidarios del “yo me lo guiso, yo me lo como” , tendremos que repartir con algún jefe y algún subalterno. Especialmente con los que parecen ser un pedazo de pan, que después quieren el sobre más abultado y son más chorizos que los demás.

Socio A: Me temo que la prensa nos pondrá como una sopa si se entera de los tejemanejes.

Socio B: Eso lo podemos controlar, ya que la directora del periódico es la media naranja de nuestro candidato y por esa parte no nos van a dar calabazas.

Socio A: Me has convencido pero tendremos que implicar a poca gente para no estar como sardinas en lata en las reuniones.

Socio B: Lo mejor es juntarnos solo de higos a brevas, porque si hay mucha reunión siempre aparece alguno que acaba dándonosla con queso.

Socio A: Sí, sí…no te acuerdas? Es lo que nos pasó con el niñato con cara de paella. Menos mal que cuando le apretamos acabó temblando como un flan y se quedó más tieso que un ajo.

Socio B: Pues al final vamos a estar de acuerdo y, como nos conocemos bien, todo va a ser pan comido.

Manuel Medarde
Grupo A


Fruta del tiempo
plátanos de Canarias
en la basura

Alfredo Domínguez
Grupo B


Juicio surrealista en sentido literal

El juicio empezó con una hora de retraso. El motivo fue que la vista se había señalado a las tres de la madrugada del domingo veintisiete de octubre, y como en ese momento se atrasaban los relojes una hora, todos los presentes, lanzados una hora hacia atrás en el tiempo, tuvieron que esperar a que se hicieran nuevamente las tres para que diera comienzo. Cuando llegaron las tres, como un déjà vu, el juez estaba ya ansioso por empezar. A su lado, el fiscal, ataviado con una bufanda del Inter de Milán, no en vano era un interino, tenía cara de muerto de sueño. Inmediatamente el juez llamó al forense, que no hizo sino certificar su muerte sin más causa que un ataque de sueño. Por su puesto, se llevaron al muerto de allí y fue sustituido por otro (por otro muerto no, por otro fiscal). El acusado, por su parte, soportó la espera con flema británica. Tan era así que la bandera de la Union Jack se dejaba ver sobre la flema que tenía en la garganta.

—Bien, señor acusado —comenzó diciendo el juez, después de un prolongado bostezo—. ¿Me va a decir usted por qué razón el día de autos mató en su restaurante al señor Gerardo Ruipérez y a su mujer Felipa Rodilla?

—¡Naranjas de la China, señoría! —contestó el acusado, casi al grito.

—Tiene usted derecho a guardar silencio —le hizo saber el juez—, pero le advierto que no le beneficia en nada.

Acto seguido, el acusado, haciendo uso de su derecho, sacó una bolsa que tenía metida en su bandolera, agarró el silencio por donde pudo y lo guardó en la bolsa. Hecho lo cual, tomó la palabra.

—Quiero decir, señoría, que el motivo de que los matara fue que descubrí que me robaban desde hacía tiempo y que ahora me querían robar el cargamento de naranjas de la China que tengo en la despensa del restaurante —respondió el acusado.

—¿Y usted puede probar eso?

El acusado buscó con la mirada por toda la sala la comida que, al parecer, el juez quería que probara, pero al no verla por ningún sitio le pidió explicaciones.

—Quiero decir que cómo sabe usted que le robaban y que le iban a robar las naranjas de la China.

—Mire, señoría, yo, desde el principio desconfié de la señora Rodilla. Tenía ella muy mala leche. De hecho, fue la nodriza de mi hijo y no vea usted lo escuchimizado y enfermizo que es. En cuanto entraba en el restaurante con su media naranja, y no me refiero a su marido, sino que realmente entraba con media naranja, me ponía del hígado, porque lo único que me pedía era un exprimidor, con el que se hacía un zumito, y claro, ¿cómo le iba a cobrar por dejarle un exprimidor? Total, que cómo me iba a fiar yo de alguien que nunca me rentaba un céntimo.

—¿Y qué me dice de su marido? —preguntó el juez.

—Él era un pedazo de pan, señoría. Y más bueno que el pan aún —levantó el índice el acusado—. Así que imagínese la tentación que era para mí matarlo y luego hornearlo. Figúrese usted: el señor Gerardo pesa noventa kilos, con los cuales tendría yo pan para un mes. Lo único que necesitaba era una buena excusa. Y entonces, zas, me enteré de que me robaba.

—¿Y cómo se enteró usted? —inquirió su señoría.

—Me lo contó mi hijo Josito, que estaba en el ajo —asintió el acusado mientras hablaba.

—De modo que su hijo era cómplice del señor Gerardo…

—¿De dónde se saca usted eso? —se indignó el acusado.

—Hombre, si estaba en el ajo…

—No me ha entendido, señoría. Pero no se preocupe, que me explico. La cosa es que yo tengo un saco lleno de cabezas de ajo en un rincón del comedor del restaurante, y resulta que un día que estaba mi hijo jugando al escondite con su hermana, no se le ocurrió otra cosa que esconderse dentro del saco del ajo. Y ocurrió que al poco entraron en el restaurante el señor Gerardo y su señora, sentándose en la mesa que está al lado del saco del ajo y poniéndose a hablar en voz baja de los robos que me hacían y de que iban a robarme las naranjas de la China —se explicó muy bien el acusado—. Y de esa manera me enteré yo de sus sinvergonzonerías.

—¿Y qué hizo usted entonces cuando se enteró? —preguntó el juez.

—Pues la siguiente vez que entraron en el restaurante me fui derechito a ellos a cantarles las cuarenta.

—Y negarían la mayor, ¿no?

—Hombre, las primeras treinta canciones que les canté las escucharon hasta con gusto diría yo, pero a partir de ahí se ve que se cansaron, porque el señor Gerardo terminó por mandarme a freír espárragos. Naturalmente —extendió las manos y asintió con aplomo el acusado—, me volví a la cocina y se los freí, porque son una de mis especialidades culinarias y ya era hora, además, de que me pidieran por una vez algo de enjundia. Pero en cuanto se los serví, me encaré con ellos y les acusé de ladrones y de bandidos y de otras cosas por el estilo.

—¿Y qué hicieron ellos? —enarcó las cejas el juez, expectante.

—Pues en ese momento empezó todo, señoría, porque la señora Felipa puso cara de haba —se echó las manos a la cabeza el acusado—, y yo perdí el control. Fue una metamorfosis rapidísima y dantesca, señoría. Imagínese, en cuestión de segundos le desaparecieron los ojos, la nariz, la boca, el pelo, todo, y cuando nos quisimos dar cuenta su cara, o mejor dicho, su cabeza entera se había transformado en un haba.

—¡Qué barbaridad! —saltó incrédulo el fiscal.

—¿Verdad que sí? —prosiguió el acusado—. Y claro, yo, señoría, soy un chef que no puede desperdiciar ninguna oportunidad extraordinaria que se le ponga delante. Así que fui a la cocina, cogí el cuchillo carnicero y en menos que canta un gallo separé el haba del resto del cuerpo para echarla en la perola y hacer un potaje histórico.

—¿Y qué hizo mientras tanto su marido, el señor Gerardo, quiero decir? —preguntó el juez.

—Se quedó atónito, tieso, mudo, lelo del todo. Así que aproveché para llevármelo a la cocina y meterlo en el horno. Porque el señor Gerardo ya le he dicho que es un pedazo de pan, y una vez horneado ¡menudo pan, señoría, menudo pan! —se besaba las yemas de los dedos el acusado.

Dicho aquello por el acusado, el juez dio por terminado su interrogatorio, concediendo la palabra al abogado del acusado, que estaba en una esquina de la sala pelando la pava.

—Puede usted dejar de pelar la pava y preguntar al acusado —le dijo.

El abogado dejó de inmediato de pelar la pava, que no dejaba de dar gruñidos espantosos cada vez que le quitaban un mechón de plumas, entregándosela al agente judicial. Luego, mantuvo una pequeña conversación en voz baja con el acusado. Finalmente tomó la palabra.

—Señoría —extendió los brazos, adoptando un tono muy pomposo—, mi cliente les propone lo siguiente: si le absuelven de todos los delitos que se le imputan y le dejan en libertad ya mismo está dispuesto a invitarles a comer esta misma tarde el potaje de haba “a la Felipa” de primero, más la pava ésa —la señaló con el dedo— de segundo, con una salsa que podrán pringar a su gusto con el pan “Gerardo”. ¿Qué? ¿Qué me dicen a eso?

El juez, entonces, miró al fiscal para que diera su parecer.

—Pues el asunto tiene muy buena pinta —dio el fiscal su parecer—. Yo, la verdad, ya tengo un hambre que me comería un caballo.

—No se preocupe, que yo le preparo uno —y sacando su libreta y su bolígrafo de la bandolera, añadió—: ¿cómo lo quiere?

—Poco hecho y, a ser posible, sin silla de montar, por favor.

—Pues bien —sentenció el juez—, habiéndose llegado a un acuerdo entre las partes, queda el acusado absuelto de los dos delitos de homicidio que se le imputan y esta tarde a eso de las tres y media nos veremos todos en su restaurante. Se levanta la sesión.

Óscar Martín
Grupo A


Darle la vuelta a la tortilla…

Hay quien sostiene que para darle correctamente la vuelta a la tortilla lo mejor es hacer un curso en la Escuela Supersuperior de Ciencias Políticas. Pero tampoco es necesario descender a esos niveles, basta con seguir las instrucciones que se dan a continuación:
Lo primero que se necesita es que la tortilla esté ya doradita por un lado. Alcanzado ese punto (y si huele bien, mejor), has de agarrar la sartén por el mango y alzarla muy despacio procurando la horizontalidad más estricta; esto es importante. Un primo mío doctor en Físicas dice que ha de mantenerse paralela a la superficie del agua tranquila, pero a lo mejor eso es exagerar.
¿Ya estás? Pues bien, avanzas ahora con mucho cuidado en dirección a la pared. Has de mantener la sartén formando ángulo recto con tu cuerpo, porque si no, no sale. O sea, 90º, como le gusta decir a mi primo. Comienzas a subir lentamente por la pared y al terminar sigues por el techo; ahí ya no deberías encontrar gotelé. Cuando llegues más o menos a la mitad te paras. Si notas que se te baja la sangre a la cabeza es que lo has hecho bien. Observa: tanto la sartén como la tortilla están justo del revés, lo de arriba para abajo y lo de abajo para arriba.
Listo. ¿Ves qué fácil? 180º de giro, como exige el pesao de mi primo. Esta es la primera lección, en la siguiente ya explicaremos cómo se baja.

Pascual Martín
Grupo B


Más días que longanizas

¡Me importa un rábano lo que haga…! Por mí, que se vaya a freír espárragos ¡Qué mala leche tiene! Y encima, él, como si nada, más fresco que una lechuga .Y dice, que no estaba en el ajo. Es un chorizo ¡Se le ha descubierto el pastel. A mí, no me engaña. La última vez que lo vi, lo encontré mal: está como un fideo y con una cara de paella, que ni te imaginas. Se puso como un tomate, y , oye, dándole la vuelta a la tortilla, negándolo todo: que él era un pedazo de pan, que se la dieron con queso.
Qué le den morcilla. Un tío con tan mala uva acabará mal, solo hay que esperar un poco : hay más días que longanizas…!

Rosa Celia González Monterrubio
Grupo B


La redención del chorizo

Érase un chorizo que vivía en la despensa con otros seres gastronómicos. Todos coexistían en armonía, excepto nuestro amigo. Él era presa de la discriminación por culpa del estereotipo que vivían los de su especie. Pues, verán, los chorizos son conocidos por ser amigos de lo ajeno. El pobre se sentía aislado, alienado, separado, abandonado y todos los -ado que se les ocurran.
Un día, nuestro amigo chorizo fue testigo, junto con sus compañeros de cocina, de un crimen. Un crimen aberrante. Resulta que habían cogido al tomate de la nevera. El ajo que estaba a su lado se quedó quietecito, tieso, mi alma. Pensó que habían venido a por él, pero se salvó y en su lugar pillaron al tomate. No pasó mucho tiempo que el tomate se desangraba sobre la ensalada. La cocina quedó muda y en pausa.
No era la primera vez que pasaba, claro que no. Centenares de tomates habían pasado por aquellas paredes. Pero este tomate, este en particular, se había ganado el corazón de toda la cocina en especial, del ahora, tristísimo pimiento. Él y el tomate eran amantes. La relación que tenían era tan fogosa que hasta la vitrocerámica los miraba con envidia. Y ahora, semejante fuego, semejante vínculo cortado de cuajo. Toda la cocina pensaba que se complementaban; donde el tomate era tierno y jugoso, el pimiento era firme y seco. Pero no todo era dicotomía, también tenían cosas en común, como el color y las semillas en su interior.
El pimiento lloraba su pérdida noche y día. Se sentía perdido sin su compañero. La ausencia del tomate había dejado un vacío, no solo en la nevera, sino en toda la cocina. Fue durante una de estas lamentaciones que al chorizo se le ocurrió una idea. Convenció a las naranjas y a los limones, que colaborasen con un poquito de zumo para rellenar el interior hueco del pimiento. Luego mandó a este a que se diera un baño en la leche para que la piel se le vuelva un poco más blanda. Y fue así como el pimiento se puso como un tomate. Ya no se sintió más solo y la cocina recuperaba a su fruta carmesí.
Mas, la metamorfosis del pimiento no fue la única que tuvo lugar aquel día. El panteón de los dioses gastronómicos vio que el chorizo no encajaba con la fama que le precedía y decidieron concederle un deseo. El chorizo no dudó y pidió fervientemente que su exterior reflejara su interior. Como tenía una alma pura y benevolente su transmutación fue de chorizo a pan. Quiso la mala fortuna que el tiro le saliera por la culata. Justo ese día tocaba bocadillo y nuestro amigo terminó siendo pan comido.

Vanina Palomo
Grupo C


“Ir pisando huevos”

Esta bonita frase me hace recordar a mi amigo Enrique, que la decía continuamente en el trabajo. Los temas con los que andábamos en aquella época eran delicados en su tratamiento.
Mi amigo repetía la frase en su totalidad para tenerla en cuenta en la vida diaria y decía así: “Hay que ir pisando huevos, pero sin que se rompa ninguno”. Moralejas se pueden sacar muchas, cada uno la suya.

Luis Iglesias
Grupo B


Cómo como: Fiesta familiar

Fui a esa tienda, que ya no existe, a comprar una gran lata de sardinas en aceite, tuve que comprar unas latillas en el supermercado de al lado. Sería un placer comerlas entre el pan. Llegué a casa y me dispuse a preparar una gran ensalada para los quince que nos íbamos a juntar. Trasteé en el frigo: ¡horror!, la lechuga estaba lacia, los tomates verdes, menos mal que la cebolla era nueva. Llamé a mi hija. Mamá, me comentó, voy en el bus, me bajaré en la próxima, ¿quieres que compré algo más?. No, hija, pero no vayas dónde los Guti que son unos chorizos, compra también unos espárragos verdes, no, mejor blancos y los añado a la ensalada. ¿tienes pan?, preguntó. Pues, es verdad, sólo queda un pedazo de ayer. Compra una hogaza y si quieres, y hay, puedes comprar algo de pan de centeno (negro) que quiero gastar una broma a tus tíos. Partiré unos piñones para añadir a la tarta. Mamá tanto verde se nos va a poner cara de acelga. Tú, déjame a mi. Voy a hacer una tarta de galletas como hacía tu abuela... voy a ver si tengo guindas para el pastel. Pues dímelo rápido
Luego te digo...
¡aaay, que asco, se me acaba de caer un huevo! ¡Blaky no pises, no pises!.

Mamá, mamá ¿que ha pasado?
...
Que estoy pisando los huevos que ha tirado el perro. ¡vaya marrón! Y trae guindas que no tengo.
¿Tienes llaves? ¿Sí? Mejor.
... Niña trae un litro de leche entera que la que tenía se ha caducado, mala leche, como la que se me está poniendo a mí.

Araceli Sebastián
Grupo C