También los novelistas saben matemáticas

Vargas Llosa, Saramago, Cortázar, César Aira, Jiménez Lozano, Camilleri, Cunqueiro, Haddon, Jorge Volpi, Almudena Grandes, Bernardo Atxaga, Javier Cercas, Luis Goytisolo, Martin Amis, Kundera, Dan Brown, Stieg Larsson, Pynchon, Landero, José Luis Sampedro, Günter Grass, Delibes, Swift, Italo Svevo, Maurois, Unamuno, Pérez Reverte, Naipaul, Böll, Jardiel Poncela, Bolaño…, más de ciento treinta novelistas han utilizado las matemáticas en sus obras de diferentes e insospechadas maneras.

Sacando a la luz estas presencias matemáticas, interpretándolas y comentándolas, el autor ha escrito un libro insólito y atractivo con cuya lectura no sólo ampliamos la comprensión y el disfrute de las novelas, sino que también descubrimos un mundo de inesperadas relaciones con el arte, con la historia y con la vida humana en general.

Un libro tan ameno y sorprendente que se lee como una buena novela.


El libro También los novelistas saben matemáticas de José del Río Sánchez, publicado en marzo de 2010 en la editorial Akrón, sorprende. A mí me ha llamado especialmente la atención porque, al igual que le ocurre a mucha gente, las matemáticas me aburren y me sentí reflejada al instante cuando leí un párrafo de la obra que dice literalmente: “Nadie es inmune a los números y precisamente quienes huyen de ellos, quienes los odian, quienes no saben analizarlos, son los más fáciles de encauzar por las rutas que otros determinan”. Quizá esto es lo que me ha sucedido, sin yo quererlo, sin saberlo, me han encauzado hacia fragmentos extraños, escritos con un lenguaje serio que no les hace perder agilidad y amenidad, y que me han descubierto cómo esta disciplina -compleja y difícil- se camufla en textos que a todos nos resultan familiares. Porque el autor repasa –imitando una novela de suspense- una amplísima lista de obras de la Literatura Universal. Con ellas describe la forma en que los escritores han usado las matemáticas para rescatar tesoros, hallar rutas, ejecutar o resolver asesinatos, planear venganzas, comunicarse con el ser amado, ocultar enigmas o descifrar misterios, algunos de los cuales nos han tenido en vilo durante las horas, días o semanas que han durado deliciosas lecturas de Saint-Exupéry (El principito) Martin Amis (El libro de Rachel) José Luis Sampedro (Congreso en Estocolmo) Almudena Grandes (Castillos de cartón) Mugica Lainez (El escarabajo) Saramago (La caverna) o Vargas Llosa (Pantaleón y las visitadoras) por citar sólo algunos que nos han cautivado con su prosa y que José del Río repasa de manera minuciosa. Lector voraz a juzgar por el número de libros que analiza, es también un investigador detallista y curioso y esa curiosidad la transmite haciendo que este ensayo resulte tan apasionante como la mejor y última novela de intriga que se haya publicado y que no puedas dejar de leerlo aunque sus páginas (256) tengan plétora de números, teoremas, gráficos y dibujos, acompañados de unos textos que no hacen sino “sumar interés”.

Fátima H.

Del Río Sáchez, J. (2010). También los novelistas saben matemáticas. Editorial Akrón(Léon), 256 páginas.


Decía Remigio González “ADARES” en uno de sus poemas: Estudio álgebra / para salir con bien / de este atropello.Vamos a ver qué tal salís de este atropello matemático y literario. Contesta en cinco o seis líneas a cada una de estas preguntas:¿A qué huele el número π? ¿Qué textura tienen las raíces cuadradas¿ ¿Cuál es la forma de un polinomio?






¿A qué huele el número pi?

La primera sensación que nos viene a la memoria , es el olor a matemáticas, a la voz del pollito queriendo llamar la atención de su madre, al olor dejado en la atmósfera por un hombre que acaba de pasar, a alguien que se lleva las manos a la cabeza y se frota, a un niño corriendo al lavabo, a tratar de volar sobre el agua, a las construcciones en lejanos países, a bandidos del mar, a pasos de mujeres cerca de una obra, a tener la cabeza en su sitio, a comida rápida, a procurar que los partidos lleguen a su fin, a mofarse de frases dichas con desdén, a las clases de la infancia saliendo al encerado, a profesor de matemáticas.


¿Qué textura tiene la raíz cuadrada?

Me imagino a un médico pasando consulta en un hospital, estudiando el electro del paciente, sus constantes vitales, sus alteraciones a lo largo de un periodo, su posible tratamiento.Otras veces veo a un arquitecto trabajando en su mesa, diseñando edificios, puentes, gasolineras, aplicando sus conocimientos matemáticos, para dar forma a los tejados, protegerlos contra el viento, la lluvia, la nieve, buscando el equilibrio de las formas, reduciendo costes, aplicando la imaginación.


¿Cuál es la forma de un polinomio?

Primero construiría una frase, después una segunda, y así hasta tener consistencia lo escrito, cuando tuviera una idea prefijada, las movería todas y esperaría a ver que sale. Si están bien formadas, saldrá una idea buena, que se puede llevar a la práctica, si las frase están mal hechas, el resultado será ilógico.


Luis Iglesias



¿A qué huele el número “pi”?
El número “pi” huele a oro… a incienso… a mirra… a “reyes magos” reconvertidos en matemáticos… pero sobre todo huele a incienso.


¿Qué textura tienen las raíces cuadradas?
Las raíces cuadradas están hechas de finos hilos dorados, elaborados directamente por el Sol, multiplicando a la Luna y dividiendo a la Vía Láctea.


¿Cuál es la forma de un polinomio?
La forma del polinomio es incógnita, solo se despeja cuando un viejo “plumín” moja su punta oxidada en el tintero olvidado de aquel pupitre del “Fray Luis”, hoy arrinconado y roído por la carcoma… entonces aparece en la esquina izquierda un corazón atravesado por una flecha y una leyenda: te quiero vida.


Vicente M. Martín



¿A qué huele el número Π?
La señora Robinson estaba preparando la barbacoa en el jardín de su casa. Celebraban el cumpleaños de su hijo Jimmy de ocho años de edad. Había aprobado todas las asignaturas menos las matemáticas. No comprendía que podían hacer por él todos esos números. Así que la señora Robinson partió el queso gruyere en formas parecidas al número Π. Todos los platos estaban cubiertos de quesos en formas de Π, así el símbolo –al comerlo- se integraría con sus vísceras, llegarían a formar parte de lo mas interno de su cuerpo y por qué no de su mente.

¿Qué textura tienen las raíces cuadradas?
Las raíces cuadradas eran hilos de algodón que quedaban bordadas en amplias telas blancas. Eran colores suaves, armónicos pertenecían todos a la misma gama. Se empleaban para bordar sábanas, manteles, dando al ajuar un toque contemporáneo.

¿Cuál es la forma de un polinomio?
Los números son como las personas, con sus distintas formas, distintas significaciones y según como las relaciones el resultado es siempre distinto. Hay reglas a seguir, unas sencillas, otras complejas donde el razonamiento interviene sobre manera.
Según los místicos los números tienen alma hasta en eso nos parecemos.


Carmen María Juanes



¿A qué huele el número Π?
A carbonilla. Todo el departamento, todo el vagón de 3ª clase, los asientos de madera corridos, las cortinillas, las ventanas abiertas... todo olía a la carbonilla que por ellas entraban.
Se habían levantado casi de madrugada, preparando los últimos detalles, repasando una y otra vez para no olvidar nada y llegaron a la estación, por lo menos, con una hora de adelanto.
¡Qué excitación, qué alegría! Todavía quedaban horas y horas por delante pero al poco rato de ponerse el tren en marcha, se empezaban a sacar los bocadillos, la tortilla, el chorizo, la navajita para repartirlo con el pan... “Si gustan...” no, no gracias, tome Vd. de lo que nosotros traemos, a lo mejor a la niña le apetece; bueno, venga, probaremos de todos de todo, es mejor compartir... Y así se establecía el primer contacto. Los niños empezaban a correr y a empujarse por los pasillos del vagón, mientras los mayores intercambiaban impresiones y lugares de destino.
Cuando el transcurso de las horas hicieron monótono y cansado el viaje y los párpados de la niña comenzaban a cerrarse, el estridente silbido de la locomotora: Pí, Pí, Piiiiiiii, le recordaron de pronto a María que, además del ansiado mar, también le esperaban otras obligaciones no tan agradables. Y antes de dormirse, el olor a carbonilla impregnándolo todo, creyó escuchar que los railes del tren repetían una y otra vez, una y otra vez: 3,14,16 ; 3,14,16 ; 3,14,16.....

¿Qué textura tienen las raíces cuadradas?
Y allí estaban, como cada verano, en el cuartito de la pensión familiar que les guardaban como una joya porque tenía un balcón con persiana verde que daba directamente sobre la playa.
Y el rito se repetía inmutable. Su padre la despertaba como un gorrión alborotado: Mari, Mari, levanta! Que ya empieza a salir el Sol.
Después de desayunar, recogían los bañadores, las toallas y los inevitables cuadernos y libros.
Se dirigían ligeros a los balnearios públicos de madera que, como enormes barcazas, se adentraban en el agua porque allí se estaba muy fresquito y mientras algunas personas mayores tomaban baños medicinales en las cabinas de ambos lados, podían sentarse en sus bancos para repasar la lección del día y abrir los cuadernos de ejercicios. María sabía que no podía fallar porque si lo hacía todo bien, más pronto podría ir a bañarse, ese era el trato; así que con el dedo sobre las costuras del bañador que sostenía en sus rodillas, repasaba las puntadas: una para abajo, \ al centro, otra para arriba / un poquito a la derecha, luego un pespunte largo------- Vaya! Era fácil recordar la “raiz cuadrada”, lo difícil sería solucionarla cuando le estamparan los números.

¿Cuál es la forma de un polinomio?

Creo recordar que un polinomio es el conjunto de dos o más elementos, no estoy segura ya que las matemáticas siempre se me atragantaron y, aún ahora, me siento en guerra total con los números: yo no los quiero y ellos se vengan en justa correspondencia.
Desde luego, lo que sí siento como cierto es que los veraneos con mi padre siempre fueron un verdadero “polinomio”

Mari Cruz Domínguez



¿A qué huele el número Pi?

Por más que la profesora le hablase de un griego clásico llamado Pitágoras, él no podía evitar pensar en esos arcos que custodian la entrada de los templos japoneses. Y su olfato se veía invadido por un aroma de maderas nobles y orquídeas regadas por la lluvia. Hasta que una voz imperativa le despertaba de sus ensoñaciones y al abrir los ojos descubría que el aroma procedía de la colonia de la profesora, que le gritaba muy cerca con cara de pocos amigos.

La textura de las raíces cuadradas

Marco observó con curiosidad aquel extraño símbolo que reposaba sobre la mesa, esa especie de V con larga cola. Lo tocó. Tenía un tacto extraño, viscoso y resbaladizo. Lo recorrió con su dedo y se miró la mano. No manchaba. Al fin, se armó de valor y decidió saciar su curiosidad. Se lo llevó a la boca y le hincó el diente. Su inmediata cara de asco lo delató. No le había gustado nada, le produjo la sensación de estar masticando tierra húmeda. Así que lo escupió y nunca más se le ocurrió probarlo.

La forma de los polinomios

Reunida esta comisión ha decidido dar respuesta definitiva a la cuestión de los polinomios y zanjar el agrio debate en que se ha convertido. Revisadas las distintas propuestas hemos decidido:
1.- Que la forma de varios poliedros a forma de dados presenta grave riesgo de pérdida de un trozo de polinomio, por lo que la rechazamos.
2.- Que el sistema de un asemejo de contador con mecanismo de relojería es complejo y delicado, y caro de mantener. Rechazado.
3.- Que el ábaco modificado no resulta mal sistema, mas conlleva el pago de derechos al Gobierno Chino, que lo ha patentado.
4.- Que la representación por grafemas es del todo demodé y no debe persistir.
Dejándonos esto sin opciones propuestas, esta comisión se ve obligada a tomar una resolución alternativa y vinculante:
“La forma natural de un polinomio es la de un Cubo de Rubik, en el que se representen en cada cara constantes y variables, de combinación mediante los correspondientes giros”.
La decisión de esta comisión es soberana y no cabe contra ella apelación.

Miguel Ángel Pérez



¿A qué huele el numero π?

Huele a añejo, al mar soleado, mezclado con la fragancia de los olivos, donde lo soñó Arquímedes.


¿Qué textura tienen las raíces cuadradas?

Tienen el tacto frío y metálico del acero, cortantes y agudas. Porque no son sino el instrumental con los que se trinchan los números, tan brutales como el cuchillo del carnicero y tan precisas como un escarpelo. Los abren en canal, para ver qué tienen dentro. Algunos, los pocos, lo soportan con entereza. El resto se desangra en un reguero interminable de decimales, a veces caótico, otras a borbotones periódicos.

¿Cuál es la forma de un polinomio?

Depende de cómo sea dicho polinomio. Si es de orden uno, es un solitario paseante, a veces con una mascota a su lado. Cuantos más miembros tenga en su agrupación, asemejará a una procesión, toda llena de cruces. Hay a quien le puede parecer una manifestación, todos con sus pancartas y banderas alzadas, armando alboroto. O bien un ciempiés, con sus secciones y patitas, enroscándose de un lado a otro. Cuestión de gustos.

Iñigo Sola

El libro de los viajes equivocados

El libro de los viajes equivocados

A pesar del título, la escritora Clara Obligado nos confirma de nuevo que su particular viaje literario es siempre un acierto. Sus seguidores estamos de enhorabuena. Los once relatos que integran El libro de los viajes equivocados (Páginas de Espuma, 2011) se valen de una prosa exquisita, de un engranaje milimétrico, para describir una realidad perturbadora y a veces siniestra, la que viven los protagonistas de los cuentos, inmigrantes, prisioneros de campos de concentración, existencias encerradas en su propia cotidianeidad, soñadores, viajeros voluntarios o involuntarios sometidos a una diáspora interior o exterior que en ningún caso les llevará a Itaca.

La propia autora nos da la pista de lo que vamos a encontrarnos al principio del libro e incluso nos sugiere el recorrido. Al fin y al cabo leer este libro es también un viaje y ella amarra las balizas para que no nos perdamos, como de hecho les sucede a la mayoría de los personajes.

Los once relatos que integran El libro de los viajes equivocados tienen una total autonomía, pueden leerse por separado y nos parecerán maravillosos. Algunos de ellos incluso magistrales, como “El azar”, el cuento con el que se abre el libro y que casi puede verse como una semilla donde se contienen el resto de los relatos; la triste y desesperanzadora historia de “Las dos hermanas”; “Madison, los puentes de”, una sorprendente reinvención de la famosa película; “El silencio”, con guiños al escritor checo Boumil Hrabal y en el que Obligado contrapone los resquicios morales de un ferroviario y la complicidad soterrada y cobarde de su mujer y su suegro a la barbarie nazi; “Agujeros negros” o la imposibilidad de recuperar el tiempo perdido; y “Albania”, una relectura de la Virgen Albanesa, la maestra canadiense del cuento Alice Munro, y en el que está muy presente la pérdida de la identidad.

Digo que los relatos pueden leerse por separado, pero abordados en orden nos encontraremos con otro libro. No una novela, sino un libro de libros (al fin y al cabo Clara Obligada tuvo como profesor a Borges). Todos los cuentos están conectados, por el azar más que por el destino. Y si uno a uno los relatos nos hablan de una diáspora personal y trágica, el conjunto va más allá, remite al viaje equivocado y errático de la humanidad, un viaje en el que navegamos entre tinieblas y con el timón averiado. La buena literatura, la que se adentra en nuestros glóbulos rojos, como este libro de Clara Obligado, nos ayudan a no errar el rumbo, son el pábilo de una vela a punto de extinguirse si no hacemos algo para remediarlo.

Efeverde
Javier Morales Ortiz




Uno de los cuentos de El libro de los viajes equivocados es una reinvención de los Puentes de Madison. El relato comienza de este modo:

EN LUGAR DE QUEDARSE SENTADA junto a su marido conteniendo el deseo, como cuenta la película, en ese instante tenso bajo la lluvia, detenida ante el semáforo, la mujer baja de la camioneta familiar, corre cubriéndose del agua y sube al coche de su amante. No da explicaciones a su esposo, ni tiene tiempo de dejar una carta. Tampoco puede despedirse de sus hijos, que aún son pequeños, pero todo el mundo sabe lo que es la fuerza del deseo. Ha hecho bien. En la platea, los espectadores, que angustiados aguantaban la respiración, lanzan un suspiro de alivio. Les gusta el nuevo final de Los puentes de Madison y, con su dosis de romanticismo intacta, salen del cine.

¿Te atreves a darle continuidad a esta historia?





Solo necesito un momento….-
Giró la manilla impulsivamente y salió del coche.
Mientras iba a su encuentro, imaginaba las emociones nuevas que sentiría junto a él.
Tal vez se encontrara desubicada. Sí, pero con el hombre que amaba.
¿Perduraría su amor? Estaba segura que sí ¿o, quizá solo era pasión?
Parada bajo la lluvia sentía que se cerraba un paréntesis y no quería que fuera así.
Había sido una aventura, un regalo revelador que determinaba un antes y un después.
Sin apenas darse cuenta dio media vuelta.

Antonia Oliva




Los mil y un Puentes de Madison posibles


Es casi de noche y una treintena de espectadores han salido de los cines Van Dyck, mientras los créditos aún circulan. Se trataba de la última sesión, con un nuevo final, de los Puentes de Madison. Mientras la lluvia cae impertinentemente, estamos en otoño, cada uno de los treinta asistentes caminan absortos en sus pensamientos, que quedan plasmados así:


El dormilón: Vale, otra vez que voy al cine y me quedo dormido...


El rencoroso: Les persigo con mi furgoneta, provoco que se salgan de la carretera y así acaban estampados contra un puente. ¡Ja, ja, ja! (risa de locura).


La cuentista: Fueron perdices y comieron felices. Los cuentos nunca se equivocan...


El melancólico: Ella retornará al hogar, estoy convencido. Volverá. Lo mismo que María... hará ya uno año de su marcha con aquel hombre, pero sé que regresará...


El trabalenguas: Pienso lo que pensaría la amante, que piensa lo que pensaría si pensase sobre enamorarse.


El despertar: Adiós, Pedro. Esta noche, sin más demora, me fugo con Mario (portero de discoteca).


El despistado: Creo que Francesca se equivocó de coche y subió a otro que no debía. ¿Dónde estará la salida de este dichoso cine?


La psicoanalista (con acento argentino): Está claro que nos enfrentamos ante una personalidad bipolar, que no sabe afrontar un entorno represivo y que suplanta el papel del padre, que nunca la atendió, por el de un amante enfermizo.


El previsor: Si ya sabía yo que las mujeres te la clavan a la primera de cambio. Por eso mis visitas al club Venus... -“¿Decías cariño?”- Nada, nada, cosas mías...


El depresivo: Seguro que él se suicida, los hijos acaban en un orfanato y ella se pega un tiro tras enterarse de todo. Afortunados... ¡Por Dios, devolverme mi revolver!


La que duda: No sé qué hacer... Si le dejo no podré olvidarle, si no le dejo me arrepentiré toda mi vida... ¿Qué hago, qué hago?


El cincuentón: Pero qué fantasías se le ocurren a la gente... Anda, Susana, vamos directos a la cama que son las doce y hace frío (Bostezos interminables).


La editora: Deberían escribir un libro contando su relato, sería un éxito de ventas total. $ [Robert James Waller, 1993].


El funcionario: X deja a X por X. Fin de la historia.


El cantautor: La manera de pensarte en tu ausencia. Las razones para odiarte si me dejas. Los motivos de una o dos huidas breves. Damien Rice gritando "qué coño quieres" [Paco Cifuentes, “Tu boca”].


El despechado: ¡Anda y que no vuelvan! ¡Que se vayan a tomar por culo!


La desconfiada: Se ve claramente que Francesca baja del coche al final. Han montado un juego de cámaras y planos cerrados para que pensemos lo contrario y nos comamos el tarro.


El nini (por wassup): Mnuda mariconda. Lo yejo a saver y mela descrgo. ¡Q mnera de rallarse x chorrads! Y el otro pringao, mogndose bajo la yubia. Tooooos idiotas Yeni. ¿Quedmos pa' fo...?


El solterón: ¡Qué historia tan bonita! Nunca se arrepentirá... pero esto sólo sucede en las películas... ¡ay! (suspiro).


El progre: La historia está manipulada: es Clint Eastwood, acompañado de su mujer, quien no baja del coche y Meryl Streep la que espera sin respuesta.


La liberada: Era él o yo; no aguantaba más. ¡Por fin, libre!


El machote: Si yo hubiese sido Clint Eastwood, me habría bajado del coche, llevándomela en brazos. Y si el marido hubiese abierto la boca... dos hostias bien dadas. ¡No te jode!


La escéptica: Ella se va con él, cierto, pero no van a durar ni un mes. ¡Se lo digo yo!


El guripa: No es la primera vez que sucede algo así: pareja de amantes fallecen tras quedarse dormidos conduciendo. Una tragedia, pero es ley de vida.


El seminarista: Golfos, más que golfos. ¡Irán los dos al infierno por pecadores! No hay final que valga.


El delicado: ¿Cómo no se le ocurre dejarle una carta de despedida? Eso no se puede hacer así, ¡hombre!. Que le deje, de acuerdo, pero con buenas formas.


El político: Puedo prometer y prometo, que haré lo posible para que las relaciones extramatrimoniales se legalicen. ¡Tienen mi palabra! (¡Vótame!)


El cinéfilo: Menudo final, igual de tópico que el de Memorias de África. ¡Qué poca imaginación!
Último espectador en salir (yo mismo): Lo que nadie sabe es que Francesca y Robert Kincaid estaban escondidos, debajo de una alargada mesa en un Taller con Conchas, escuchando y apuntando relatos que hablaban sobre su vida.


Antonio Ledesma



Los puentes de Madison

Dos camionetas están detenidas, una detrás de la otra, ante un semáforo en rojo.
Llueve torrencialmente.
Francisca, sentada junto a su marido, pálida y tensa, mira obsesiva a través del parabrisas, barrido incesantemente por las escobillas, la camioneta de delante.
tiene aferrada la manija de su puerta.
De pronto la abre y sale corriendo.
Ricardo grita, pero ella ya no le oye.
Entre la sorpresa y la angustia se escucha un torpe chirriar de frenos.
Pero ya es tarde, un conductor alcoholizado la atropella.
Roberto en la oscuridad de la sala, y venciendo su congénita timidez, se atreve y toma la mano de Francisca entre la suya, pero la muchacha la retira simulando buscar en su bolso, un pañuelo que nunca llega a encontrar.
-Hace una semana, yo estaba comprándome un vestido nuevo, murmura ella.
Ricardo, desconcertado le pregunta por qué llora.
Ella dice que hace una semana no sabía que iba a comprarse un vestido rojo.
Ricardo asegura que no tiene la menor importancia, que eso no merece lágrimas.
Francisca responde que hace una semana no sabía que tenía cáncer.
Ricardo llora.
Se enciende el semáforo en verde
Roberto como al descuido, intenta rozar el pecho de Francisca, pero solo logra llegar al codo.
Ricardo toca insistentemente la bocina, pero la camioneta de delante no se mueve.
Francisca siente irreprimibles ganas de marcharse, y musita para si:
No puedo irme.
El recuerdo de Roberto alega:
Esa clase de certeza solo se presenta una vez en la vida.
Francisca llora angustiada, ahora Ricardo insiste en saber que sucede, y ella le pide un momento.
Ricardo asiente.
Roberto abraza con delicadeza a Francisca, la acomoda sobre su pecho, y llora en silencio, a él también le gusta Clint Eastwood.
A la salida del cine, ambas mujeres van al baño, Ricardo y Roberto las esperan.
Francisca y Francisca están en los lavabos, lloran, se lavan la cara, y al mirarse al espejo se reconocen como iguales.
Son su imagen repetida.
Se observan frente a frente, y sin decir palabra, se intercambian chaquetas y bolsos.
Una Francisca se suelta el pelo, la otra se lo recoge.
Una se pinta los labios de rojo, y la otra de marrón.
Una Francisca se quita los tacones, y la otra se los pone.
Salen a destiempo del baño, una se dirige a la izquierda, y la otra a la derecha.
Y así se marchan, del brazo de los hombres equivocados.