Cuestión de principios

Son muchos los escritores que se esmeran en conseguir que las primeras líneas seduzcan de tal manera al lector que éste ya no pueda abandonar la lectura del texto. Así ocurre, por ejemplo, con Javier Marías y el arranque de su novela "Corazón tan blanco": 

"No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados". 

Hay comienzos, como los ejemplos que presentamos, que sorprenden, llaman la atención, nos seducen, nos invitan a continuar:

Adriano González León abre su novela "Viejo" con este excelente inicio:
Me siento viejo. Decaído. Ayer tuve la certidumbre y hoy me pongo a contarlo. Saberse viejo no es fácil. Sobre todo, porque nunca quiere saberse. Pero la verdad llega con unas lucecitas que nos acribillan los ojos. Con un aleteo. Con unas cortinas que se descuelgan en el cielo. Si esto se cuenta, dicen que es la locura. siempre es más fácil que a uno lo acepten por loco que por viejo.

"La vida no es un auto sacramental" es una novela de Alejandro Cuevas, un excelente escritor que siempre sorprende en las primeras líneas de sus novelas:
Nunca nadie me ha besado en una estación; nunca nadie, con lágrimas en los ojos, me ha dicho te quiero o volveré desde el otro lado de la ventanilla de un autocar que ya se ha puesto en marcha. Y eso son orfandades que te acaban pasando factura; como cinéfilo, necesito de vez en cuando verme inmerso en alguna escena de aire vagamente cinematográfico; si no, comienzo a sentirme débil, doctor, anémico, doctor, sin ganas de hacer nada.
Voy a cumplir veintidós años y todavía no sé de qué trata mi película. Mi padre suele repetirme que aún estoy a tiempo de llegar a ser cualquier cosa, desde concejal prevaricante devorador de marisco hasta mendigo con escarapelas de orina en los pantalones. Él, naturalmente, no lo expresa así, pero en estas páginas que acabo de empezar soy yo quien manda y cuento las cosas como me da la gana.

En su libro "Intermitencias de la muerte", José Saramago nos propone el siguiente inicio:
Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siguiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y verspertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mortal, un suicidio conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada.
Las intermitencias de la muerte. 

Antonio Orejudo nos sorprende con este comienzo en su libro "Ventajas de viajar en tren":
Imaginemos a una mujer que al volver a casa sorprende a su marido inspeccionando con un palito su propia mierda. Imaginemos que este hombre no regresa jamás de su ensimismamiento, y que ella tiene que internarlo en una clínica para enfermos mentales al norte del país. Nuestro libro comienza a la mañana siguiente, cuando esta mujer regresa en tren a su domicilio tras haber finalizado los trámites de ingreso, y el hombre que está sentado a su lado, un hombre joven, de nariz prominente, ojos saltones y alopecia prematura, que viste un traje azul marino y lleva sobre las rodillas una peculiar carpeta de color rojo, se dirige a ella con esta pregunta tan peregrina:
-¿Le apetece que le cuente mi vida? 

La tarea de esta semana fue doble. Primero tuvieron que continuar una historia a partir de un inicio dado. He aquí algunos de los trabajos:


El cadáver del cazador de mariposas apareció en su gabinete, cosido a alfilerazos. Las vitrinas donde guardaba su preciosa colección estaban vacías y nadie, absolutamente nadie, fue capaz de acercarse a ellas sin sentir el miedo con mayúsculas que produce lo inexplicable, en especial cuando en el corazón del misterio palpita la sospecha de una justicia que nos convierte en UNO.
Esta era la historia favorita de mi tía-abuela Esther. La contaba siempre que podía para rematar la sobremesa. Daba igual quien estuviera. Según ella, su obligación era advertirnos.
Yo, le tenía miedo, un miedo atroz. El mismo que me producían las mariposas. Durante años mis pesadillas estuvieron llenas de ellas. Se iniciara como se iniciara el sueño, tarde o temprano aparecían, frágiles y maravillosas. Me envolvían con sus alas de seda, y me conducían a un bosque. Allí, de cada árbol pendía el cuerpo inerte de alguien a quien amaba. Una aguja de punto -como las que usaba mi madre para tejer- le atravesaba el tórax y le mantenía sujeto al tronco.
Muchos fueron los médicos que –en mi infancia primero, y en mi madurez después- pretendieron liberarme de esos terrores infundados. Su resultado siempre fue el mismo: cero. Yo ciertamente les entendía. Sabía que era absurdo. Pero, la fuerza de la imagen sembrada por la tía Esther era tal, que cualquier razonamiento terminaba hecho añicos al acercarse a su sombra.
El trabajo me llevó al Tibet. Permanecí en Lhasa un año. El año que renací. Un enredo unido a otro enredo y otro más, convirtió el gran palacio de Potala, el monasterio de Norbulingka y el Templo de Jokhang, en la prolongación de mi casa. Aprendí a hacer la Kora. Recé y canté y bailé plegarias ininteligibles. Junto a mí, miles. Mientras lo hacía, recordé lo que era descansar. Descansar de verdad. Nadar en el vacío.
Poco antes de mi regreso, una tarde, mientras gozaba de mi vacuidad; apareció Esther, la ya difunta tía-abuela Esther. Todo yo fui ella. El pelo recogido. El vestido de flores. El abrigo de paño camel… Iba a misa. Cuando cruzó el umbral de la casa; millones de mariposas nos rodearon. “Nadie puede poseer su hermosura” –dijo Esther- “Nadie puede poseer su libertad –continuó- Contemplarlas nos recuerda nuestra belleza y nuestras alas. No hay vitrina capaz de contener lo que no es suyo.”
Desde entonces no he vuelto a tener pesadillas. Ahora, veo las maravillas que me rodean y sólo con eso, me siento maravilloso. No las deseo. No las poseo. Sólo las disfruto; y es curioso, pero además de dormir bien, me siento más rico y más libre. Hay veces que juraría que según camino los pies se me despegan un poquito del suelo.
¡Ay Esther! ¡Qué bien hiciste en avisarnos y cuánto nos costó entenderte!!!!!!!

Ana Isabel Fariña


Bebí tanta gaseosa que cuando salí del bar empecé a elevarme como un globo. Me agarré al bolso de una señora y pidiéndole disculpas por mi atrevimiento, le rogué encarecidamente que tirara y tirara de él, de mí, hasta anclarme en la papelera más cercana. Fue inútil. Al grito de ladrón, hizo todo lo contrario a lo que le solicité. Aflojó el agarre, soltó el bolso, y…
Yo ya sabía lo que me esperaba. No era la primera vez que me sucedía. Mientras las burbujas no se metabolizaran en mi estómago, todo sería sencillo. Un flotar suave, melódico. Un disfrutar del bulevar secreto que se abre entre los tejados y las antenas de la ciudad. Un ver denuevo la pequeñez de un imperio, la insignificancia de un enojo, la insoportable pesadez del oro, de los zapatos con suela y piel y cordones de oro…
Luego, repentinamente, tras su digestión; un enorme pedo me propulsaría sin dirección definida hasta que tras subir y subir y subir; bajara y bajara y bajara.
No moriría. También lo sabía. Los de mi especie, además de volar con la gaseosa, cuando la gravedad nos reclama, al caer, en el retorno, nos recubrimos de una membrana de textura gelatinosa que amortigua el impacto y merma considerablemente el golpe.
No moriría. Pero…dolería. La caída –de producirse- siempre dolía. Y digo de producirse porque no son pocas las leyendas que hablan de ascenciones sin descenso, de héroes que…
De repente, me crucé con dos patos. Eran jóvenes. Una pareja de patos jóvenes. Me vieron ¡cómo no! Y nada más hacerlo, se les pusieron las plumas de punta, perdieron ala y chocaron con el inmenso nido de cigüeña que coronaba la catedral.
¡Pobres!
Tenían que verme tan… tan... tan…tan raro…
Mientras pugnaban por extraer sus picos y sus cabezas del ovillo de madera donde habían embarrancado; -sin quererlo-, se me soltó la carcajada. Era un espectáculo único. Dos culitos de pluma brotando de un haz de leña mientras la zancuda dueña de la casa amonestaba con su enorme pico a los intrusos. La escena duro dos instantes. Tiempo más que suficiente para que me relajara. Solté lastre. Tiré el bolso que aún permanecía pegado a mi mano y me abandoné. Olvidé lo que me esperaba y disfruté de lo que tenía. ¡Cuánto distruté!
Y es que no se si sabeis que la gaseosa… ¡Ay la gaseosa! ¡Cuántas maravillas esconde la gaseosa!!!!
Hoy… hoy he despertado roto en esta sala oscura donde una vez más a tientas, arrastrándome, tendré que buscar una puerta. Nada más hacerlo, me he jurado que no volvería a probarla. Esta vez de verdad. Pero…según lo hacía, un golpe de viento ha abierto una ventana y através de ella he visto cómo dos patos, dos patos jóvenes se paraban a descansar en el estanque, y se deslizaban por sus aguas con un baile suave, melódico. Inmediatamente he sentido sed. Mucha sed.
Diréis que no aprendo, y diréis bien, pero… pero ¿cómo? decidme ¿cómo renunciar a tan altos vuelos? Y si acaso lo sabeis, si sabeis cómo hacerlo; -porque tal vez siendo de mi especie en algún momento os jurasteis que…- decidme ¿por qué hacerlo? ¿por un imperio? ¿por un enojo? ¿por la insoportable pesadez de…

Ana Isabel Fariña


El nuevo contable apareció en la oficina con una tarta, porque era su cumpleaños y encendió ciento diecinueve velitas…
¡Qué orgulloso estaba el contable con su cuerpo alegre y en plena actividad! La ilusión de vivir no tiene edad.
Las velitas adornaron la oficina durante unos minutos. Los rostros dorados de los compañeros se iluminaban de gozo junto a la enorme tarta. Todos degustaron el delicioso manjar. Con el estómago repleto, cantaron, bailaron y charlaron durante largo rato. Más tarde, volvieron a incorporarse al trabajo con la alegría de haber pasado una velada muy divertida.

Sofía Montero García


Al entrar en la ducha noté algo raro. El agua era... ¡champán! Cerré el grifo y me pregunté extrañado qué era lo que había pasado. Me aparté, volví a girar el grifo y comprobé que lo que salía esta vez era agua. Metí la cabeza debajo del chorro y de repente una cascada de burbujas frías me cubría. No entendía nada: primero sale champán, luego veo que es agua y en cuanto vuelvo a meterme cambia a sidra. ¡Qué pestazo a manzana había en el baño ahora! Esto parece una casa de locos pensé según abría los ojos tumbado en la cama a la que estaba atado. O quizás sea yo quien se está volviendo loco en esta segunda semana de alcohólico rehabilitado."

César Borreguero


Una ola me arrancó el bañador y lo arrastró mar adentro. Frente a mí, la playa llena de gente. Solo unos cuantos cuerpos se volvieron hacia el mío desasido de su pequeña prenda y cubierto de arena. Otros lanzaron su mirada sobre los cordones vacilantes de mi bikini que se debatían con la sal en un intento de salvarse del naufragio. La imagen de los colores flotando sin rumbo y los rayos de sol calentando la escena lograron desviar la atención para centrarse en esa especie de somnolencia ardiente que produce la mezcla de sol y arena.
Mientras mis manos iban sacudiéndose la arena de la piel, una de ellas reparó en un ridículo intento por proteger el pubis tan acostumbrado al desnudo en otras playas. Mi mente estaba, como muchas de las miradas, en el devaneo de aquellos colores que sentaban tan bien a mi cuerpo y en los nudos desasosegantes de los cordones. Un simple tejido abandonado al antojo de las olas, un náufrago insignificante al azote salado.
Solo el cosquilleo leve de una mano en mi entrepierna me sacó del ensimismamiento.
-Oye, tenes un hilo colgando aquí.
La voz infantil no solo rompió el ritmo de rorro acuático de mi pensamiento. En mi torpeza, había olvidado que mi desnudez dejaría al descubierto la evidencia que nos hace más mujeres a las mujeres cada mes.
- Pero ¿qué haces, hijo? ¡Cómo se te ocurre!
-Oh, no se preocupe, es solo un niño. - Intenté disculpar la impertinencia inocente de la manita.
- ¡Pero, es que tiene un hilo que sale por donde el pipí!
La insistencia infantil no es fácil de llevar contra las cuerdas. Satisfacer sus dudas requiere cierto juego de imaginación.
-Veras, cariño. La nena seguro que tenía un rotito y su mamá se lo ha cosido. ¡Anda, vamos a jugar con la pala!
El ingenio maternal zanjó la turbación del momento. Podía haber sido un hilo que se enganchó con la sacudida del agua. No. No. Además del encanto de ser más mujer unos días que otros, debía acostumbrarme a partir de ahora a mi remiendo.
Entre tanto, la marea arrastraba sin remedio en su vaivén mi braguita de colores.

Pilar Luengo


Por fin conquistamos el Polo, después de meses de tormentas y osos. Pero cuando fuimos a plantar nuestra bandera sentimos un disparo. A lo lejos, echando humo por todo el contorno de su cuerpo, un tipo azulado de barba blanca se aproximaba a nosotros hecho un basilisco.
− ­­Se viene uno al fin del mundo para esto, pero ¡qué se creen! Esta es mi finca. Así que cagando leches se me largan de aquí. El siguiente tiro no será al aire –
No fue fácil pero conseguimos apaciguarle. Y conseguimos plantar la bandera; un par de botellas de orujo después y decirle que se la quedase como regalo y él mismo hizo los honores.

Miguel Ángel Pérez


El nuevo contable apareció en la oficina con una tarta porque era su cumpleaños, y encendió ciento diecinueve velitas. Te digo una cosa, eso de viajar, ver otras culturas, compartir costumbres… está muy bien, pero hay que ser un poco selectivo. Porque ahora el chico es joven, se le ríe la gracia y está muy bien. Pero cuando cumpla los seiscientos como yo, verás tú qué lata las velitas.

Miguel Ángel Pérez


Pero también propusimos como tarea escribir el inicio de una novela. Esa que tenemos guardada en un cajón o que un día escribiremos

Se había propuesto que hoy fuera un día especial. Amanecía nuboso y frío - enero en León no daba para más. Al salir de la ducha miró al espejo mientras se pesaba, pensó que la vida transcurría muy deprisa y que ya iba para mayor… “¡Uf! doscientos gramos más que ayer, otra vez que me tendré que quitar del chocolate”.
Marcius era muy exigente consigo mismo. Siempre estaba poniéndose retos. Iba a disfrutar esta semana de unas merecidas vacaciones, el mes pasado había sido de locura y casi termina con su paciencia. Hoy había quedado con la editora, porque Marcius tenía una pasión: escribir. La editora, Marian, era un encanto de chica, no le faltaba ni le sobraba nada, a Marcius lo tenía completamente enamorado… “si me pilla en mis buenos tiempos”, pensaba. Entre otras cosas y por su encuentro con Marian, ese día iba a ser muy especial para él…
(continuará… www.simedalagana.nes)

Vicente M. Martín


Al llegar al patio Julen se detuvó unos instantes y se quedó observando a sus compañeros. La mayoría se lanzó a los brazos de sus madres y vio como ellas les regalaban sus besos tiernos y calientes. ¿Serían tiernos y calientes esos besos ? ¿Qué sabor, qué tacto, qué textura tendría el beso de una madre ?
Quiso imaginar a su mamá susurrándole secretos en el cuello, entre piel y bufanda, donde sólo una madre podía dejar señales de amor. La imagen se hizo borrosa. Lo podía intuir, incluso, en cierta forma, sentir. Pero recordarlo, nada. Su madre ya no estaba. Para él, era como si nunca hubiese existido. Se le había anulado por completo el recuerdo de su cara, de su silueta, de sus manos, de sus ojos. Una fotos, a las que, con el tiempo, había dejado de mirar, eran las únicas testigas de lo que había podido ser. Esas fotos no le traían ninguna emoción particular. Las fotos no son más que el reflejo de una realidad fijada en el pasado. Y a veces pueden ser engañosas. Julen volvió a andar. Le estaba esperando detrás de las rejas Lucía, la vecina que lo cuidaba por las tardes. Llevaba la boina azul marino que le había regalado Arturo, su novio, unos días antes. Le hizo una señal con la mano y fue hacia ella con una sonrisa…

Sara Pérez


Tengo exactamente tres horas para tomar una decisión y ocho horas para dormir. Podría empezar a decidir y descansar con la tranquilidad del deber cumplido, o quizá debería rendirme al sueño primero, con la esperanza de alumbrar en él alguna idea clara de lo que mi yo interno pretende en realidad.
Mañana a las diez de la mañana entraré en el Portal, y una vez que acceda a la sala de máquinas tendré que pulsar los dígitos que cambiarán el rumbo de mi historia.
Quién lo iba a imaginar hace un año cuando leí el artículo en la prensa en el que se instaba a participar en la selección de voluntarios para cooperar en el proyecto científico más ambicioso de nuestros tiempos. El equipo internacional de investigadores de física de partículas del C.E.R.N. en colaboración con el Instituto Max plank para la física nuclear, pone a prueba el que podría ser el mayor hallazgo del Siglo XXI. Después de exhaustivos estudios en teleportación cuántica se prueba la teletransportación de objetos macroscópicos. Y podría decirse, en otros términos, que mi persona, o yo, será uno de esos objetos, y que la fecha que yo introduzca en el panel, será la que podré visualizar en la pantalla y que automáticamente recreará mi experiencia tal como la viví en el pasado. A partir de ahí comienza la aventura, todo un universo de posibilidades se abrirá ante mí y yo decidiré que es lo que cambiaré. Por supuesto ha de ser un acontecimiento lo suficientemente importante como para que yo me haya preguntado en ocasiones ¿qué hubiera sido de mi vida si….

Mercedes Juan


Delfina se calzó sus botitas de agua y dejó que la noche la llevara. Tenía grabadas las coordenadas del sendero y de su destino en la memoria, sin embargo prefirió abandonarse a las indicaciones de la oscuridad en la que enterraría los dolores bien doblados y almidonados durante años. Las encinas alertadas irían marcando el trazado de sus pasos casi sonámbulos hasta desembocar en un claro apenas poblado de matorral bajo. La lluvia y la neblina de esa noche inverniza se encargarían de ocultar las huellas que la ofuscación pudiera dejar a su paso.

Pilar Luengo


Era la mujer más vieja del mundo y vivía en la casa más vieja del mundo. Día tras día, antes de salir el sol, se sentaba en la silla más vieja del mundo, apoyaba su cerveza en la mesa más vieja del mundo y con sus ojos acuosos, veía pasar el mundo que hasta para ella nacía ya viejo. Bien entrada la noche se retiraba. Apenas comía. Apenas dormía. Apenas hablaba. Pero cuando abría la boca nadie se resistía a escucharla.
Sus palabras sabían al tabaco que casi contínuamente mascaba. No se entendían bien. No porque fueran extrañas o formaran frases incoherentes o porque al carecer de dientes, el aire no encontrara materia consistente para modularlas. No. No era eso. Lo que sucedía es que cuando pronunciaba palabras no conversaba sino que repetía con insistencia una frase, como si estuviera en trance o borracha; y era labor de quien la escuchaba entender lo que significaba.
El por qué se tomaban tan en serio sus letanías intermitentes era una cuestión olvidada. Los que la conocían más; los que hoy viejos siendo niños la habían conocido ya como era ahora, vieja; afirmaban que era una auténtica sibila y que sus salmos oscuros eran máximas de sabiduría muy profunda o profecías de cumplimiento tan seguro como la muerte.
Aquella vez lo que salió de su boca no se sabía bien cuál de las dos cosas podía ser, pero asustaba. (…)

Ana Isabel Fariña


El sol luce con un manto de amarillos. Las nubes se despiden para volver a su aposento.
Mis ojos parpadean bajo el cielo despejado. He olvidado las gafas de sol. Miro hacia el suelo para evitar el dolor en mis pupilas.
Cae la tarde. Me pierdo entre la gente, camino por aceras, me paro en escaparates llenos de artilugios para recrear la vista. Con el paso de las horas, anidan estrellas en el cielo para sentir la noche, acariciar el silencio…
La almohada de mis sueños espera mi reposo. Cuando amanece, renacen mis pensamientos para trenzar palabras, trabajar en el rincón de las ideas y descubrir al otro con nuevas sensaciones.
Cada día, navego en el río de las horas amarrada a mis sentimientos.

Sofía Montero


En casos muy concretos y de modo predeterminado cuando un Ser muere otro nace para sustituirle. Estos nacimientos cogen el relevo de sus predecesores y continúan las cadenas de Seres que se iniciaron con el origen del mundo, y no me refiero a lazos familiares. Existen observadores cercanos a ambos que se dan cuenta de la relación. Estos Entes vienen siendo los Mediadores y los observados son los Eslabones, el resto del mundo son Vividores, actualmente dado en el nivel de evolución en el que nos encontramos y en la humanidad, con nombres y apellidos impuestos por la voluntad de los padres. La definición o apelativo de un Eslabón continúa la secuencia de las series iniciadas con el Big bang que mitad inertes mitad divinas emprendieron el recorrido por el espacio y el tiempo.
Cada Eslabón comparte un Carácter con todos los individuos de su serie, dicho Carácter incluye la Existencialidad, Apariencia, Ubicación y Propósito en su Hueco. El Nombre del Eslabón únicamente hace referencia a la época en la que se ha reencarnado.

Antonia Oliva


No podía rendirme. No me cogerían. Debí de caer y quedar inconsciente, después me despertaron los ladridos de los perros pero el fuerte olor a restos incinerados logró engañar a su olfato y no me encontraron. Aún no había abandonado el Área, debía de encontrarme en la planta de eliminación de residuos y había resbalado hacia un desagüe.
Todas las escenas, la fuga, los repetidos intentos de envenenamiento, la convivencia con mis íntimos delatores, la rendición y hasta la boda de Jasmine y Noel, me daban vueltas en la cabeza. Me agarraría a un tronco y me iría arrastrando ahora que los captores se habían distanciado de la vera del río. Correría el riesgo de contaminación pero qué otra cosa podía hacer, confiaba en que una vez que dejara de correr e intentara comer alguna hoja o tubérculo podría retomar el control de mi cuerpo y mejoraría mi ánimo.

Antonio Oliva


Sentados en el salón, escuchando el crepitar del fuego y el viento tras la ventana, recordamos aquel año. El día que nos conocimos, aquella primera despedida y nuestros primeros encuentros, nuestros viajes, los amigos que desde entonces compartimos, lo que hemos aprendido, disfrutado y sufrido desde entonces. . Parece que fue ayer y sin embargo…… ¡Han pasado tantas cosas! Recordamos que se vivían tiempos difíciles. Eso nos parecía entonces, ahora es cuando sabemos de verdad lo que significa esa palabra. También hacemos repaso de todo lo bueno que no sabíamos que nos esperaba.
Y cómo no, de las personas que nos hemos ido cruzando en el camino, de las que siguen en él y de las que no……..
Así vamos avanzando hasta que llegamos, por separado, a lo que nunca compartimos.....

Teresa Sánchez


Las paredes de entrada al local, estaban empapeladas con anuncios de actuaciones musicales, de carteles de exposiciones de pintura y de algún piso de alquiler con habitaciones compartidas.
Siempre fue un local entrañable para muchos estudiantes. Cerca de varias facultades ,era el lugar idóneo para escapadas a media mañana, a tomar un café, un bocadillo de calamares, o estar de charla con el grupo de amigos hasta las tantas de la madrugada.
Ana, lo recordará toda la vida, allí conoció a su marido, en su etapa de estudiante de la Facultad de Derecho, pasaban media mañana en las clases , y por la tarde en el bar, preparando exámenes o de cháchara tratando de arreglar el mundo, con proyectos e ilusiones compartidas.

Luis Iglesias


Antes de que sigas leyendo, quiero advertirte algo. Nada de esto es real. No existo, sólo es tu imaginación. Sé que no me crees y que vas a seguir adelante. Si fueras sensato abandonarías ahora.
Sé que más adelante vas a olvidar mi advertencia y todo te parecerá muy real. O quizá la recuerdes y cuelgues en tu cara una sonrisa torcida, convencido de que trataba de engañarte. Hasta dirás que me conoces. Allá tú. Cuando llegues al final y todo se derrumbe, no me pidas cuentas. Yo te he avisado.

Miguel Ángel Pérez


Cuantas veces había dicho que la vida no valía nada.
Para el no había sido más que un juego, una moneda rodando por el vertiginoso filo de esa vida,con el regusto amargo de que cayera donde cayera, para el siempre sería su cruz.
El pequeño reguero de sangre que bajaba por su brazo,desmentía ahora aquella afirmación tantas veces repetida, que al evocarla de nuevo, le provocó una complicada mueca de sorna.
Mientras tanto en otra habitación,en un hospital,no muy lejos de allí, por cada gota de sangre que iba liquidando su vida, un pulso débil, mortecino, aceleraba de nuevo,resurgiendo de nuevo a la vida.

José Ramón Cifuentes