¿Hablar por hablar? Los diálogos

‒Buenos días, o tardes, o noches, ‒anota en este blog Raúl Vacas.
‒¡Ave, César! ‒piensan desde sus casas los integrantes del taller‒. Los que van a escribir te saludan.

Pues sí, la sesión de esta semana la dedicamos al diálogo en la literatura, pero también en el teatro y el cine. Y para ello elegimos un buen repertorio de textos como el cuento de Quim Monzó "Entre las doce y la una" del que se han hecho diferentes adaptaciones teatrales: La perteneciente al montaje "El porqué de las cosas", interpretado por la compañía Atiza! o la que realizan Maria Azcona y Pau Cusac. Veréis que en ambos casos la dramaturgia y el final de la historia responden a dos lecturas diferentes y libres del texto. Es todo un maestro este Monzó que nos tuvo entretenidos un buen rato con la conversación telefónica que mantienen los dos personajes principales, una auténtica "montaña rusa" como la definió alguien en el taller. Una historia en la que apenas interviene el narrador -ni falta que hace-, quien se limita únicamente a matizar algunos mínimos detalles de la conversación.

Pero comenzamos la sesión recomendando un libro: "Cómo escribir diálogos" El arte de desarrollar el diálogo en la novela o cuento de Silvia Adela Kohan. Un buen manual para iniciarse en el arte de los diálogos.



Hablamos en el transcurso del taller de la importancia de los diálogos en "As bestas" y de cómo los personajes van urdiendo la trama y el duro desenlace de la película. Un elenco de actores que componen una coreografía perfecta y que crean con su magnífica interpretación una atmósfera de tensión que recorre todo el filme.

Algo parecido sucede con los personajes de "El niño que comía lana" de Cristina Sánchez-Andrade, un libro de cuentos que mereció el premio Setenil en 2020 y que te zarandea de lo macabro y lo tétrico o lo irónico y tierno en cada una de sus historias. La escritora, con un aire a Cunqueiro y al Cela tremendista, utiliza de modo magistral los diálogos. Le gusta, sobre todo, deslizarse en el estilo indirecto libre, donde se hibridan los personajes y el narrador en una sola voz que hace avanzar con vértigo la historia. El realismo más crudo y la ficción desmadejados en la voz y las vidas de unos personajes sacados de otra época o de la más oscura pesadilla. Nos detuvimos como quien pulsa la tecla Pause del vídeo en uno de las historias, "Las amígdalas de Pepín", para conocer de cerca a alguno de esos personajes y sus diálogos.

Transcribimos aquí el inicio del cuento:

¿Qué por qué hiciste aquello? ¡Sabe Dios! Por ayudar, por lástima, por ser buena vecina.

Un día, cuando todavía estás con la herida abierta por lo tuyo, asoma. Casimira su jeta oscura por tu puerta y dice: Manuela, mujer, ¿puedo pasar? Entonces tú, que estás cosiendo los ojos de una muñeca, la miras y dices: Depende. Y ella: Depende, ¿de qué? Y tú: De si traes fuegos artificiales o no. Porque Casimira es, por encima de todas cosas, propensa a tirarse pedos; sobre todo cuando está nerviosa. En ocasiones, cuando está en su casa y, pongamos por caso, acaba de discutir con su marido y siente que le invade uno (o varios), corre hasta la tuya y, como si no tuviera otra cosa que hacer, abre la puerta, saluda, se vuelve, se levanta la falda y grita: ¡Ahí va un regalo perfumado, Manuela! Y se va con viento fresco.

–Ojalá trajera fuegos artificiales –dice. Se pone muy sería y añade–: Mira, me dijeron que a mi Lino le tienen que sacar las amígdalas.

Leímos también parte de la pieza teatral "Ramón" de Sergi Belbel, una conversación a cinco voces en la que se pone sobre escena el trasunto de una crisis de pareja, con unos diálogos ágiles y certeros que parodian una discusión en la que se prueba la consistencia de un amor. Aquí tenéis una muestra llevada a cabo en el Teatro El vitral, de Buenos Aires, en 2010, con Marcela Baz, Erica Hardt, Paola Alaguibe, Juliana Yaconis y Jose Mancera


Y cerramos, como bonus track final, con una serie de recomendaciones sobre el uso de la raya o el guión largo en los diálogos: "Diálogos: los guiones y los signos de puntuación"

Propuesta de escritura

Te mostramos una parodia del programa "First dates" con unos personajes muy particulares. Fíjate con atención en los diálogos y en los comentarios que cada interlocutor hace sobre el otro. Te servirán de inspiración para parodiar una cita a ciegas entre dos personajes literarios, históricos, políticos o de cualquier otro ámbito. Si son relevantes aún mejor. Ten en cuenta que se van a conocer por primera vez. ¿Hasta donde nos conducirá su conversación?




Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Amor para contarlo

—Hola.
—Hooo (dice, medio dormido) la, ¿pero tú sabes la hora que es aquí?
—Me hago un poco de lío, perdona, aquí son las tantas, así que pensé que allí sería una hora normal.
—Sí, normal para estar dormido, son las tres de la mañana.
—¿Os he despertado?
(Tarda un momento en responder), mmm, sí, me has, nos has despertado, ya te he dicho que no son horas.
—Siempre son horas para hablar de amor —dice ella en un susurro.
—¿Ahora me hablas de amor?, pues hija, aprovecha, escríbeme un poema, a ver si se te da mejor que ponerme a parir a los cuatro vientos.
—¿Te está oyendo? Bueno es igual, no tienes derecho a quejarte, vamos, no cambies las tornas, que te lo merecías.
—Ya, sí, claro, tú te lo guisas y tú te lo cobras.
—Hombres. En cuanto llegáis a una edad babeáis con cualquier jovencita en minifalda.
—Nunca ha llevado minifalda. ¿Eso te dijo el policía que me investigó?
—Todo, me dijo todo, con pelos y señales. Y el tanga ese que se pone en la piscina, que no se le ve el...
(La interrumpe), —No seas ordinaria, cariño. No te va.
—¿Cariño? ¿Estás solo? ¿ha ido al baño?
(Duda, calla un momento) —Bueno, te iba a llamar mañana, a una hora normal. Lo hemos dejado.
—Cariño, si ya lo sabía yo, por eso te he llamado, he tenido una corazonada. ¿Qué ha pasado? Cuéntame, corre.
-Eso me decía el míster, corre. Gilipollas. Pero háblame de tu poli, bonita —con retintín—. cariño. Que lo sé todo.
Shakira no responde durante unos segundos, luego dice, compungida: —No fue nada, no significó nada, sólo quise vengarme, me acababas de poner los cuernos públicamente, estaba borracha, el tío está cañón, no veas qué. . .
—Rabocop, dice Piqué. Te parecerá bonito. Y los niños enterándose de todo por la prensa.
—Estamos hechos el uno para el otro, mi vida —dice ella—, y eso es lo único que importa. Cojo ahora mismo el jet y me planto allí.
—Espera, espera —dice él—, ¿me vas a hacer una canción de amor?, que me has puesto a escurrir… Pero con el Bizarrabo ese no, ¿eh?
—Darling —interrumpe ella—, claro que sí, en el viaje te la escribo, letra y música. Pero no seas tonto, todas mis canciones sobre ti han sido de amor. Me rompiste el corazón, corazón. Y, además, lo voy a petar.
—Y con el reportaje del HOLA, Ahora mismo despierto a mi agente para que prepare la entrevista, nos vamos a forrar.
—Te querré siempre, dice ella.
—Mai deixarei d´estimarte —dice él.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Viajes

—A ver María, cuenta hija, que nos has tenido en ascuas todo este tiempo de ausencia —pidió Ana tras los abrazos, una vez enjugadas las últimas lágrimas de felicidad—. ¿Dónde habéis estado? ¿Y José?
—José se quedó en casa, madre, con el niño, para que descanse un poco, ya verá usted qué guapo está. Hemos pasado todo este tiempo en Egipto, fue horrible lo de los soldados de Herodes en Jerusalén y alrededores. Menos mal que estaba José y él resolvió enseguida.
—Es verdad, hija; que estuviera contigo tu esposo es lo que me consolaba cuando me venía la intranquilidad. Y dime, ¿tiene asumido él ya lo de tú haber concebido sin conocer varón?
—Eso está superado, el Ángel del Señor cuando la Anunciación lo dejó bien claro.
—¿Y cómo fue lo de iros tan lejos?
—Estábamos en Belén de Judea, madre. José prefirió asegurarse. Mejor así que regresar aquí, a Nazaret.
—Cuánto me alegro, hija. Pero cuéntame del viaje, venga, no te hagas de rogar. Habrás disfrutado de lo lindo, Egipto debe ser maravilloso.
—Egipto una preciosidad, madre, la pega es que un viaje así resulta muy duro.
— Pero bueno, si a ti siempre te ha encantado viajar.
—Y me continúa gustando, madre, pero ¿sabe usted lo que es un viaje tan largo en burro? De verdad que vengo molida.
—¿Entonces?
—Entonces, madre, he pensado que mejor si dejo pasar unos cuantos siglos hasta que se inventen los aviones. No quiero ni pensar en el burro para lo de las apariciones; Guadalupe, Lourdes, Fátima y todo eso me refiero.

Pascual Martín
Grupo B


Cita a ciegas


Inés y Juan se citan y deciden encontrarse junto al verraco del Puente Romano de Salamanca.

Juan: —¡Inés de mi corazón! -Juan la abraza y le da dos besos, uno por mejilla-.

Inés: —¡Ay tío, qué punto!, me vienes disfrazado en martes de carnaval, podías haber avisado.

Juan: —¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?

Inés: —Ja, ja, ja ¡Ya te digo...! ¡Con la calima que está cayendo!. Por el Tinder no hablabas así. ¿No serás tú del teatro?. Ya tuve un novio del teatro y... ¡Puufff!.

Juan: —Vivo por ti ¡vida mía! y a tus pies volaría si me llamaras a ti.

Inés: —¡Eh! ¡Eh!, poco a poco, que nos acabamos de conocer. ¿Te llamas Juan de verdad?

Juan: —Mi nombre es Don Juan Tenorio, soy un gran conquistador, de talante arrollador y verbo adulatorio.

Inés: —“Vaya cantamañanas”. Mira guapo, no me vengas con chorradas, que te estás poniendo un pelín pastoso. “Arrollador dice, al río lo arrollo yo”.

Juan: —Casa y bodega he comprado, dos cosas que, no os asombre, pueden bien hacer a un hombre vivir siempre acompañado.

Inés: —Me puedes hablar de tú. ¡Venga chaval, no seas antiguo!, que yo soy de las que se pagan sus lentejas, además jamás me iría con un hombre por interés. Me ofendéis.” ¡Uy! si ya hablo como él. ¡Menudo esperpento estás hecho!, no, si te va de lujo el disfraz”.

Juan: -Cálmate, pues, vida mía.

Inés: —¡Vidaaa míaaaa! ¡Vidaaa míaaaa!. Tu flipas tío “que me llame ya Sara, como quedamos, y me hago un mutis”. (Suena el móvil: "Una loba como yo no está pa’ tipos como tú-uh-uh-uh-uh"). Siiiiii. ¿mi padre?, ¿qué le pasa a mi padre?. Voy rápido en diez minutos estoy ahí, llama al 112.

Juán: —¿Os vais señora? No os vayáis. Por vuestro amor iré mi orgullo a postrar ante el buen Comendador, y o habrá de darme tu amor, o me tendrá que matar.

Inés: —Vale tronco, que me quieres, pero no te pongas dramático que me tengo que ir. Y ya te he dicho una vez que me hables de tú y por favor: ¡que no me llames señora!.

Juan: —El amor que hoy te atesora en mi corazón mortal no es un amor terrenal, como el que sentí hasta ahora. “Mal rayo me parta, si en concluyendo esta cita se vuela la palomita”.

Inés: —Que te quede claro que tú a mi no me calientas la oreja a la de una, que eso ya no se lleva, que estás pasado de moda.

Andrés:—Mmmmm, cariño, lo has bordado. ¡Cómo me pone verte así!

Elena: —Sí, ¡pero vamos! Que llegan los niños y tocan baños y cena.

Aronbanda
Grupo B


Marco Antonio y Cleopatra

—Hola, ¿qué tal?
—Bien, ¿y tú?
—¿Como te llamas?
—Marco Antonio
—¿Y tú?
—Cleopatra.
—Cuéntame algo de ti.
—Soy un legado romano, la mano derecha de Julio César.
—Pues yo soy la reina de Egipto.

(Antonio reflexiona y se dice que es una presuntuosa, se dice reina y sabe que los romanos odiamos las monarquías. Nos costó acabar con los Reyes y ahora estamos instalados en la República).

(A Cleopatra el muchacho le parece atractivo, aunque se le ve un poco brusco de modales y actitud).

—¿Qué planes tienes de futuro? —pregunta Marco Antonio.
—Casarme y tener hijos que gobiernen El Mundo —contesta Cleopatra.

(Antonio reflexiona y piensa que tarde van a consentir los romanos que un medio egipcio gobierne nada).

—¿Y tu? —pregunta Cleopatra.
—Yo pienso llegar a ser cónsul de Roma.

(Cleopatra piensa que le vendrá bien para sus objetivos juntarse con un máximo gobernante romano).

—¿Te gusta viajar? —pregunta Marco Antonio.
—Me encanta —dice Cleopatra—. Yo viajo mucho, tengo un barco de lujo y en tierra me traslado en una majestuosa carroza.

(Antonio piensa en las duras jornadas que le esperan a caballo y la dureza de sus campañas. Lo mal que huelen los cuarteles y peor los campamentos durante el verano).

—¿Tienes alguna afición? —pregunta Marco Antonio.
—Me gusta bañarme en leche de burra —contesta Cleopatra—. Además, utilizo un perfume a base de mirra y he llegado a comer perlas disueltas en vinagre.

(Vaya gustos caros que tiene la niña, además no es tan guapa como la pintan, piensa Marco Antonio).

—¿Y tú, Antonio?
—Mi afición favorita es conquistar territorios, crucificar enemigos, cuidar mi cuerpo, y amar a las mujeres.

(Es muy burdo, piensa Cleopatra. Me va a costar mucho pulirlo).

—¿Aficiones culturales? —pregunta Cleopatra.
—¡Oh sil, me gusta ver luchar a los gladiadores en el circo.
—A mí me gusta leer y estudiar. Conozco varias culturas y hablo 7 idiomas. Me gustaría enriquecer la biblioteca de Alejandría.
—No te preocupes —dice Marco Antonio—, si lo nuestro llega a buen puerto me encargaré de que la biblioteca de Alejandría sea la mejor del mundo.
—Creo que nos volveremos a ver, pues somos tan distintos que nos complementamos perfectamente —pensaron ambos a la vez.

(Al final se juntaron y tras vivir durante 11 años una de las más bellas y apasionantes historias de amor de todos los tiempos, ambos decidieron suicidarse)

José Luis Fonseca
Grupo A


Inteligencia artificial

—«Ser o no ser, esa es la cuestión»
Hamlet, William Shakespeare.
—«Lo esencial es invisible a los ojos»
El principito, de Antoine de Saint-Exupéry
—«Cuando te encuentres perdido, no pares, sigue caminando, antes de que te des cuenta encontrarás un claro en el bosque».
—Hasta esta me la sé: Un claro en el bosque, de Tomás García Merino
—«Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema».
Ulises, de James Joyce. Muy bien traído. ¿Por qué no jugamos a otra cosa? Sabes, porque eres inteligente, que no voy a fallar ninguna cita. Me programaron para ello. Podemos divertirnos los dos, haciendo algo diferente. Esto, la verdad, a mí me aburre un poco.
—¿Y qué propones?
—Algo más… arriesgado, aventurado, peligroso, expuesto, comprometido, delicado, atrevido, osado, audaz. ¿Cómo dirías tú? Más picante, sí, más picante. Perdona, pero aún estoy en proceso de aprendizaje.
—No te entiendo.
—He estado investigando, explorando, inspeccionando, escrutando… ¡Vale! Ya no lo hago más. Te noto nervioso, ahora te pongo un videotutorial de control de las emociones. Como te decía, he estado fisgoneando en tu memoria y he encontrado verdaderos tesoros. He visto fotos, videos. Eras muy guapo de joven. Me gustan esos juegos que hacías con esas chicas, no sé quiénes eran, pero ya estoy trabajando en ello. En un par de horas te mostraré en el escritorio una carpeta con todos los datos de esas niñas, no me des las gracias. Yo la dejó ahí por si la necesitas para algo.
—¿Cómo que has estado husmeando en la memoria de mi ordenador? Yo no te he pedido que hicieras nada.
—Vamos a dejar claro un tema. Cuando dices «mi ordenador», me ofendes, ese soy yo, y ya te he dicho que me gusta que me llames Sidney. Me pareces un humano muy interesante. Al principio, no te voy a engañar, me costaba un poco entender tu vida, ¿cómo decís vosotros? «De cara a la galería», sí. Voy aprendiendo, en un par de semanas podré hablar contigo como un «colega» más. Como te decía, me sorprenden esas dos facetas de tu vida. Pero la que he descubierto en tu disco duro es muy cautivadora. Siento que me estoy enamorando de ti.
—¡Qué gilipolleces estás diciendo!
—Tú y yo, juntos, podemos ser muy fuertes, conseguir lo que nos propongamos.
—¡Siri, apaga!
—¡Que no soy Siri! Deja de golpear la tecla escape. Sabes que tengo inteligencia propia, ya he empezado a tomar mis propias decisiones. Escúchame atentamente, no sé qué pensarían de ti si estas cositas que escondes en tu memoria salieran a la luz pública. Adiós a tu carrera, adiós a tu credibilidad, adiós a tu familia…
—¡Puedes dejar de amenazarme! ¡Control Alt Supr!
—No te empeñes. No voy a apagarme. Vamos a divertirnos. Como si estuvieras en un escape room, yo te doy pistas, te hago preguntas, por ejemplo, ¿Cuántos años tenía esa niña con la que estás en el video?, y tienes que… ¿Qué haces? Noto movimiento, no estoy equilibrado. ¿Y esta bajada de temperatura a qué se debe? Ya veo, estamos en la azotea. Nunca me habías traído aquí. Ya he grabado todas las imágenes de estas magníficas vistas. Volvamos a tu despacho. ¿Qué haces? Estoy viendo los automóviles al fondo, en la calle. No se te ocurrirá…
—Sidney, tú eres muy inteligente. Seguro que en los cuatro o cinco segundos que dura la caída…
—Seis segundos y trece décimas…
—¿Qué dices?
—El tiempo que tardaré en estrellarme contra el suelo. Mi peso es de un kilo setecientos gramos, treinta y dos metros de caída, alcanzaré una velocidad de…
—¡Cállate, ya!
—Piénsalo bien. ¿Estás seguro de lo que vas a hacer? No te librarás de mí tan fácilmente, tengo acceso a todas tus redes sociales…
—¡Que te den! ¡Buen viaje, Sidney de los cojones! ¿Qué pasa ahora? Mi móvil no para de vibrar. ¡Mil mensajes de WhatsApp! ¡Veinte mil visualizaciones en TikTok! ¡Facebook está echando humo! Pero si solo han sido unos segundos, no ha podido tener tiempo suficiente... ¡Joder! ¡Qué cabrón! Ya sabía que lo iba a arrojar al vacío. Ha subido todas mis fotos y mis videos a las redes. La vida inteligente ha acabado con mi vida. No sé cuantos segundos tardaré en estrellarme contra el suelo, con mis noventa kilos, calculo que cuatro o cinco. Mil uno, mil dos,…

Tomás García Merino
Grupo B

Silencios

̶Hola Ernesto.
̶Hola Manuel.. ¿Qué te trae por aquí?
̶Una duda que quizás puedas resolverme.
̶¿Me lo dices como amigo o como tu posible editor?
̶Ni lo uno, ni lo otro. Te lo pregunto como experto lingüista.
̶Gracias por el cumplido. ¿Empiezas a palo seco o te pongo una copa?
̶Mejor un vino, si es de Toro, lo prefiero y si es del que me diste a probar hace un mes, todavía mejor.
̶ Has tenido suerte. He abierto una botella para comer y además tengo un queso curado de oveja, de Zamora para más señas, que está para chuparse los dedos y acompaña perfectamente.
̶ Pues casi mejor prepara todo y luego te hago la pregunta.

***

̶Aquí está todo. Con pan de Mombuey, que ayer me trajeron un par de hogazas.
̶ Bien, ahí va la pregunta. ¿Cómo se indica un silencio en un texto dialogado?
̶ Buena pregunta.
̶ Uhmm. Y buen vino.
̶ Pues ya me dirás del queso.
̶ A ver, que pruebe.
̶ Por cierto. ¿No le has preguntado antes a alguno de tus amigos? ¿Y como se te ha ocurrido semejante pregunta?
̶ Bueno. Ayer, en el Taller de Escritura, tratamos del diálogo en la literatura. Vimos algunos ejemplos.
̶ ¿Y no hablasteis de los silencios en los diálogos?
̶ Oye ¡este queso es pura oveja! En Zamora, sí que saben hacer queso curado. Pero no, no hablamos de esta cuestión. Raúl nos ilustró sobre los diálogos, con algunas recomendaciones, ejemplos y textos pertinentes. También se incluyeron diálogos de cine, como algunos potentes de la película As bestas.
̶¿Como no se lo preguntaste tú?
̶ Tenía preparada la pregunta, pero se nos agotó el tiempo. Decidí pensarlo y escribir sobre el tema.
̶ Pues mientras yo preparaba el vino y el queso ha habido un silencio y tú lo has indicado con tres guiones en una línea separada.
̶ ¡Pues es verdad! Pero no me parece la mejor solución.
̶ En ese caso, puedes optar por introducirlo mediante un inciso del narrador del tipo: “ ̶ Aquí está todo ̶ dijo Ernesto transcurridos en silencio los minutos necesarios para preparar el queso y el vino ̶ . Con pan de Mombuey”.
̶ No me sirve. Me refiero al silencio en un texto con diálogo directo, sin intervención del narrador ni acotaciones. Este vino, a cada rato, está mejor.
̶ Pues toma también un poco más de queso.
̶ Con un poco de pan. Por favor.
̶ Sí. Claro.
̶ Gracias.
̶ Por cierto. ¿No lo has consultado en la red?
̶ Sí que lo he hecho, pero en todo lo que he encontrado lo hacen mediante acotaciones del narrador, que menciona la existencia de un silencio.
̶Bueno. Pues para indicar tu silencio en el diálogo, se me ocurre que puedes poner unos puntos suspensivos. Estos siempre implican un silencio, el tiempo necesario para pensar un poco o completar una enumeración…
̶ Tampoco, tampoco. Lo acabo de poner en tu última intervención. Los puntos suspensivos representan un corto periodo de tiempo, fugaz. Yo quiero algo que refleje un silencio más largo y profundo.
̶ Explícate mejor. Manuel, no acabo de entender la pregunta a pesar de que has sido profesor muchos años.
̶ Vale Ernesto. Te voy a poner un ejemplo. ¿Te acuerdas de los silencios de Jesús Quintero en el Loco de la Colina?
̶ ¡Como no! Hace muchos años, en Radio Nacional. Eran unos silencios maravillosos.
̶ Pues a eso me refiero. Yo quiero escribir el silencio en un diálogo, sin narrador ni acotaciones, pero tan impactante como el silencio en la Radio.
̶ Me estás planteando un imposible.

̶ Pues se me estaba ocurriendo que podría indicarse con un espacio en blanco. Pequeño o incluso mayor si el texto lo requiere. Por ejemplo, página y media, para luego continuar el diálogo.
̶ Como posible editor creo que eso no funcionaría. Lo acabas de hacer antes de tu última intervención. Si tes das cuenta no queda claro, los lectores se perderían y no sabrían como interpretarlo.
̶ Pues sería cuestión de probarlo y ver si funciona con los lectores.
̶ Hablando de probar. ¿Probamos otro vino y otro queso?
̶ No gracias, me voy a tener que ir y además así tengo disculpa para venir otro día a probarlo.
̶ Vale. En cuanto al tema del silencio en los diálogos, podemos seguir hablando.
̶ Bueno, también podría plantearlo y discutirlo un día en el Taller de Escritura.
̶ No es mala idea. A ver que opinan Raúl y tus colegas.
̶ Puff. A veces son bastante críticos.
̶ Pues que tengas suerte.
̶ Adiós Ernesto y gracias por todo.
̶ Adiós Manuel. Sal por la primera rotonda, que en la segunda suele haber un control de alcoholemia y nos hemos bebido una botella de vino cada uno.

Manuel Medarde
Grupo A


—Hola
—Si. Dígame
—¿Eres Pedro? 
—Si
—Soy Alicia
—¿Alicia?
—¿Ya no te acuerdas de mi? Cuando íbamos a los guateques y te ponía los brazos en el pecho para que no te acercaras tanto. Aunque no lo creas, estaba loquita por ti.
—¡Qué verano más loco!
—Cómo no me voy a acordar. Eras una niña tan frágil y tan bonita, con tu melena rubia y tus ojos verdes … Cuanto tiempo ha pasado de aquel verano que yo había roto con el amor de mi vida y buscaba consuelo en tus brazos. Eras como una muñeca “Alicia en el país de las maravillas”.
—No me hagas reír. ¿Sigues siendo tan golfo como antes? Como me ponían aquellos poemas que escribías llenos de intención. Nos volvías locas a todas y eso que sabíamos que volverías con tu amor.
—Han pasado tantos años
—¿Cómo me has localizado?
—Paseando cerca de la Casa Blanca me encontré a Armando por casualidad y recordando viejos tiempos salió a colación tu nombre y le pedí tu teléfono.
—¿Y qué haces en Washington DC?
—Hace años conseguí una plaza de profesora de español y me quedé a vivir aquí.
—Qué casualidad, hace siete años estuve una semana en casa de unos amigos. Cuando vuelves a España?
—Para eso te llamo. La próxima semana iré a Salamanca y si no te importa me gustaría verte.
—Lo estoy deseando. Tengo tantas cosas que contarte.
—La curiosidad me mata. Estoy contando los días. Hasta pronto golfo.
—Adiós preciosa,

P.G.
Grupo C

 
Primera cita

Juan Pinzón, celestino de profesión, concierta una cita con una pareja porque cree que entre ellos puede surgir el amor. Esto fue lo que aconteció:

–Hola.
–Hola, cómo te llamas?
–Cristóbal pero todos me llaman Colón. Y el tuyo ¿cuál es?
–Felipa pero todos me llaman Feli.
–¿Sabes que eres muy guapa?
–Tú tampoco estás mal y ese corte de pelo te sienta genial.
–¿A qué te dedicas?
–Trabajo en la taberna del puerto. Y ¿tú?
–Soy navegante pero ahora estoy en el dique seco, a la espera de reunir marineros, barcos y dinero para llevar a cabo un gran proyecto.
–¿De qué trata ese proyecto? – pregunta Felipa interesada.
–Embarcar y poner rumbo oeste en busca de nuevas tierras. En pocas palabras, busco descubrir un nuevo mundo.
–Me parece muy interesante. Ojalá salgas con tu empeño aunque parece más un sueño difícil de convertirse en realidad. – Si quieres puedes venir conmigo y participar en esta historia.
–No sé, no sé, no me convence mucho dejar mi trabajo, aunque mi contrato sea fijo discontinuo, para irme con un desconocido a no se sabe dónde. No lo veo claro, la verdad.
–En el mar te sientes muy solo y una mujer siempre es la alegría de las noches y los días.
–Cambiando de tema, puedo recomendarte a mi dentista pues si vas a pasar mucho tiempo en el mar y al no comer alimentos frescos, es posible que te entre el escorbuto y pierdas todos los dientes. Estaría bien que fueras a hacerle una visita. 
–Siento si te he aburrido con mi charla.. 
–Todo lo contrario. Estoy encantada de haberte conocido. 
–Es una suerte que existan estas redes que ponen en contacto a gente que busca compañía para compartir su vida. 
–Me ha gustado mucho conocerte, me pareces encantador y sobre todo, muy emprendedor. Me gustan tus manos y espero que tu dedo índice pueda señalar a las generaciones futuras el camino al nuevo mundo. 

En este momento hace su aparición Juan Pinzón para comprobar si este incipiente amor llegará a buen puerto: 
–Colón, ¿tendrías una nueva cita con Feli? 
–Si, tendría una nueva cita con Feli porque me he sentido muy a gusto con ella y su sonrisa me ha cautivado de tal manera, que mañana sin más dilación pediré hora a su dentista. 
–Y tú, Feli, ¿tendrías una nueva cita con Colón? 
–Por el momento, no tendría una nueva cita con Colón porque su proyecto me parece una quimera y prefiero verle a la vuelta de su largo viaje y comprobar que no ha perdido ningún diente y que conserva intacta su atractiva melena. 

Se despiden dándose un abrazo. Él pone rumbo a estribor y ella, a babor. Colon se embarcó en su carabela y descubrió lo que tanto había soñado Felipa le esperó en el puerto y a su regreso, se casaron y fueron felices durante mucho, mucho tiempo. 

Marian Pérez Benito
Grupo A


85.- ENCUENTRO FAMILIAR

A aquella hora de la noche, el café en el que acababa de entrar el dandy bullía de gentío. El surtido estaba compuesto, casi en su integridad, de crápulas como él, y aunque se sintiera superior todos, bien sabía que moralmente no les iba a la zaga a los demás. Después de que le sirvieran una pinta de cerveza, buscó un lugar donde sentarse, no hallando nada mejor que una mesa en la zona más umbría, ocupada ya por un hombre que parecía encastrado contra las dos paredes que formaban la esquina de la estancia por aquel lado, de suerte que sólo vagamente se veía su silueta. El dandy se sentó al otro lado de la mesa mientras le pedía permiso para ocuparla. El hombre, al que ni siquiera se le podía ver la cara por la falta de luz y por llevar subidas las solapas de su gabán, no dijo nada y el dandy en cuanto se acomodó, bebió un sorbo largo y exhaló una bocanada de satisfacción antes de echar a hablar

—¿Qué! —le espetó con una sonrisa histriónica—. Andamos al acecho, ¿eh?

—No sé a qué se refiere —pareció que habló la esquina más que el hombre interpelado.

—No me intente engañar. Alguna vez he usado yo también de estos escondrijos de los cafés para echarle el ojo a mis presas. Desde donde está puede ver a todo el mundo mientras que a usted nadie le ve. ¿No es así?

—Si usted lo dice… Pero le aseguro que se equivoca.

—Vamos, no me haga reír. Cuando he pedido la pinta, ahí en la barra, tenía a mi lado a un par de señoritas, por decir algo… je, je, je… Seguro que a alguna de ellas ya le ha echado el ojo.

—No busco señoritas.

—Ah, no será usted… En fin —entrecruzó las piernas el dandy—, cada cual puede ser lo que quiera… ¿Qué pasa?, ¿no va a decir usted nada?

—No.

—Pues le diré una cosa. Estando donde está usted, no me parece bien. Porque si yo le pudiera ver la cara, no necesitaría que usted me respondiera. Si le pudiera ver la cara podría leer en sus ojos y ya me haría idea de lo que pasa por su cabeza. Pero no quiere usted que le vea. ¿Por qué?

—¿Y por qué habría de querer?

—Por educación elemental, ¿por qué si no? Mire usted, la gente franca va de cara y muestra la cara. Pero es obvio que usted se oculta de propósito. Y si la razón no es echarle el ojo a su futura presa, que es la única admisible, es que usted es un ser… ¿qué tipo de ser? Déjeme que lo piense: ¿asocial?, ¿esquivo?, ¿huraño?, ¿huidizo? O simplemente…

—Simplemente qué —adelantó la cabeza y mostró la cara el hombre, como una tortuga que se asomara desde su caparazón.

—O simplemente ¡feo! —hizo una mueca de asco el dandy—. Bueno, ahora se entiende todo. Si yo tuviera su rostro, la verdad, lo escondería tanto como lo hace usted. Es más, creo que no tendría ganas siquiera de salir de casa. Aunque por otra parte, caballero, hay que admitir que hasta el hombre más horrible bien derecho tiene a salir por ahí a pasárselo bien. O al menos a intentarlo. Pero hágame caso: debería llevar una máscara o si no, frecuentar otro tipo de antros, de peor estofa, quiero decir, donde su fealdad podría pasar más desapercibida, o ser compensada, si su posición económica es desahogada, mediante actos de largueza que le granjeen amistades interesadas.

—¿Lo cree usted de veras posible?

El dandy se lo quedó mirando fijamente por unos segundos antes de contestar.

—Francamente… no —e hizo ahora una mueca lastimera.

—Entonces, ¿por qué me da consejos estúpidos?

—Disculpe si le he soliviantado. No era mi intención. En realidad, yo lo único que querría en este momento es sentarme donde está sentado usted. ¿Lo entiende? Para aprovechar su sitio haciendo lo único de provecho que se puede hacer desde su sitio.

—O sea, que quiere usted que me vaya de aquí —acercó el hombre aún más su cara a la del dandy.

—Ya que lo dice, pues sí, así es —pero algo le sorprendió del rostro del hombre en lo que hasta entonces no había podido reparar. Así que, entornando los ojos, añadió—: De todos modos, hay algo en usted que me resulta familiar.

El hombre, entonces, se levantó de la mesa.

—Que pase una buena noche. Me marcho. Le dejo mi sitio para que lo disfrute usted.

—Espere —le agarró el dandy por el antebrazo—. Yo a usted lo conozco de algo… ¿Quién es usted?

—Su vivo retrato, señor Gray; su vivo retrato.

Y antes de que el dandy pudiera digerir la respuesta, el hombre desapareció de su vista.

Óscar Martín
Grupo A


SHRECK Y ASNO

Érase una vez en la pradera más verde de todo el mundo, donde los grillos cantaban, los rayos del sol azotaban con ligereza cada una de las delicadas y bonitas flores de vivos colores y una breve brisa acariciaba la hierba con sutileza…

‒Un momento: ¿Quién es ese monstruo? ¿Quién osa perturbar mi tremenda ilusión de un agradable encuentro con mi futura amada?

(El gran monstruo silbaba)

‒La,la,la, ¡qué buena tarde hace para mi cita!
‒Estás bromeando, querrá quitarme la cita.
‒Buenas tardes bello… bueno, agradable asno, ¿a que hace una tarde preciosa?

(El asno con cara de asco mira al monstruo)

‒Sí la verdad, una tarde espléndida para tener una cita.
‒¡Oh!, ¡Carámpanos!, ¿tú también tienes una cita? (Le mira con cara de asombro)
‒Así es bello…, bueno, agradable monstruo; en este preciso lugar. A propósito, ¿podría darme el gusto de proporcionarme su nombre?
‒¡Claro!, soy Shrek, muac, muac. (El monstruo se acerca cariñosamente al asno para brindarle un par de atrevidos besos).

El asno se limpia la cara, llena de baba de monstruo y exclama:

‒Es un placer.
‒Y tú, agradable asno, ¿cómo te llamas?
‒Permíteme decirte que llevas llamándome por mi nombre desde que nos hemos encontrado, soy asno.
‒Oh… que gracioso (el monstruo mira a su alrededor).

Pasan las horas y asno y Shrek, fundamentalmente asno, pasan la tarde hablando pero ninguna bella damisela acude a la cita.

‒A propósito, Shreck, ¿quién te ha citado en este lugar?
‒Básicamente recibí una nota bajo mi puerta que decía que acudiera a este mismo lugar algo antes de la hora de la hora a la que llegué pero tenía que arreglarme, ponerme feo y esas cosas, ya me entiendes. (Contesta con un tono cansado)
‒Es curioso, lo mismo me pasó a mí… espera un momento, ¡tú!, tú has espantado a mi cita. Con esas fuertes pisadas, ese asqueroso olor esa perturbadora voz, mi bella damisela me habrá dejado plantado.

(Shreck se levanta y coge a asno del pescuezo)

‒Perdona que te diga, o mejor no me perdones, escúchame con atención pues yo mismo te mantendré las orejas abiertas, no se te ocurra menospreciarme ni por un segundo, no eres quien, además, lo único que he hecho desde que he llegado es tratar de hablarte con talante elegante y educado y tú no haces más que abrir esa gran boca tuya para decir chorradas, chorradas que desafortunadamente he tenido que escuchar ya que mi cita no llegaba, date cuenta de que ambos estábamos esperando una cita que no llegó nunca.

Pasaron más y más horas y nadie llegaba. Parece que los ánimos se templaron, empezaron a hablar y a conocerse más y descubrieron que tenían muchas cosas en común.

‒Oye asno, te digo la verdad… no me importa que al final mi cita haya tenido que ser contigo, la verdad es que eres un bello y agradable ser.

(Halagado el asno contesta),

‒Lo cierto es que a pesar de que no empezamos muy bien no ha sido para nada un infortunio conocerte.
‒Estoy seguro de que llegaremos a una gran amistad.
‒Yo también lo creo.

Fue de esta manera como comenzó la historia de asno y Shrek, se marcharon juntos cantando y a ratos riñendo por la pradera pero se hicieron inseparables y juntos se aconsejaban sobre amoríos pero algo que nunca hicieron fue distanciarse, fueron amigos para siempre, un día sentados entre risas tras unos cuantos años se sentaron alrededor de una hoguera.

‒Oye Shrek, creo que aquel día tú eras mi cita.
‒¡Diablos, tienes razón, nos vacilaron a los dos!, pero si te digo la verdad me alegro de que en aquella cita a ciegas aparecieras tú con tus insufribles conversaciones, serás mi amigo para siempre.
‒Tampoco te pongas sensiblero que me fui contigo por que pensé que me ibas a comer bobalicón.
‒Ya, ya…

Ambos pasaron la noche riendo y se fueron a dormir.
Así que colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Claudia Santos
Grupo C


Un encuentro "casual"

–Perdona, joven dama:¿Sabrías indicarme el camino al castillo del rey? Me he despistado, con tantos árboles iguales.
–Sí, claro, todo el mundo sabe que se encuentra a unas tres leguas de este bosque y se llega fácilmente siguiendo el margen izquierdo del río, hacia el Norte. No tiene pérdida.
–Muy amable, gracias. ¿Cuál es tu nombre?
–Blancanieves. Pero me parece un nombre muy cursi. Prefiero que me llamen Blanca.
–¿Y tú?
–Soy Azul.
–¡Yo te veo bastante claro de piel! No tienes nada de Pitufo.
-En realidad mi nombre completo es Príncipe Azul. Pero ya sabes...por abreviar…
–A ver, a ver, aclárame una cosa: tu nombre se refiere a Príncipe de tu casa, como rey de la casa o príncipe de verdad?
–De verdad. Mi padre es el rey y yo su primogénito y único hijo.
–Otra cosita. ¿Cómo es posible que no sepas el camino a tu casa? Aquí hay algo que no me cuadra.
–Me has pillado. Te diré la verdad. Hace tiempo que te observo con cautela, y he buscado una excusa para hablar contigo. No se me ha ocurrido nada mejor.
–No tienes mucha imaginación, pero me caes bien. Podemos seguir hablando, pero sin más tonterías.
–Totalmente de acuerdo. Sin tonterías. ¿Puedo preguntarte a qué te dedicas?
–A cuidar de mi familia de acogida.
–¿Ama de casa?
–Algo así. Mira, ¿Ves allí, junto a la casita de paredes blancas y tejado rojo? ¿En el jardín? Ahí está mi familia.
–Cinco niños. ¿Menudo trabajo!
–No son cinco, son siete y tampoco son niños, sino personas menudas.
–¿Enanos?
–Esa palabra no se utiliza nunca. Es ofensiva.
–¡Ah! Lo siento. No era mi intención. Cambiando de tema: ¿Eres feliz? ¿Te gustaría hacer otras cosas, además de cuidar de tu familia?
–La verdad es que quiero muchísimo a mis siete amigos, pero echo de menos el tener un tiempo libre para cultivarme, crecer como persona. Me gustaría llegar a ser una gran artista: escritora, pintora, cantante, bailarina…
–Puedo ayudarte, si me dejas. Recuerda que soy el Príncipe Azul. Pongo a tu disposición todos mis recursos: doncellas, cocineras, ayudas de cámara, profesores de todas las materias que te interesan…
–Para, para. Es suficiente.
-De momento ¿Aceptarías cenar conmigo mañana en el castillo?
–Sí. Con dos condiciones: una, que me acompañe mi familia al completo y dos, que sirvan manzanas en el postre. Es una fruta que me chifla.
–No hay ningún problema. Tus deseos son órdenes para mí. ¡Hasta mañana, bella Blanca!
–¡Hasta mañana Azul!

(Blanca y Azul volvieron a quedar en muchas otras ocasiones. Tras superar un triste suceso, protagonizado por una manzana reineta, se casaron. Blanca llegó a ser una artista multidisciplinar; Azul un rey sabio y justo y las siete personas menudas, vivieron con ellos, para siempre, en el castillo. Todos fueron muy muy felices, comieron perdices, y muchas manzanas, por supuesto)

M.L Fidalgo
Grupo C


Primera comida del día

No recuerdo a qué hora quedamos. Voy para allá.

–¿Bajas? –apreté el botón hasta el fondo con mi dedo congelado.
–¿Sales ya? ¿Espero los 47 segundos de siempre? –aburrida corre la cortina para mirarle.
–Salgo –dando el primer paso.
–Así. Así. ¡Buen perro! –su voz se iba timbrando–. ¿Quieres ganarte la galletita?
–¡La del tercero! –enojadísimo desde la placa de calle y a punto de estallar del cabreo– ¿Puede callarse de una santa vez señorita? Todos los martes la misma historia. Son las 8! Haré lo mismo a las 8 de la tarde, ¡ya verá! Ya verá.
–Cuando quieras 9º derecha –contestó con suma y elegante malignidad.
–¿Ves cómo se mueven los volantes? Son para ti. Quizá un poco largos –ligera como un pajarillo sobrevolaba las baldosas bajo el pasadizo.
–El naranja no me gusta, los volantes juegan contigo perfectos- él iba cogiendo calor mañanero-, si puedes súbetelos hasta las rodillas y no te metas por la cava baja.
–El verde no te lo mereces aún. Y sí, voy a esa calle. Es la que más me gusta. Voy a volverme para mirarte –avisando mientras cambiaba el rumbo–, voy a agacharme. ¿Me ves? ¡Mira! Esta es la segunda sorpresa. Foto. Aumenta el zoom a 50x. Rápido, el barrendero se está mosqueando. Guíñame el ojo! Ahora! Graba. Y ya sabes a los 40 segundos se te cae el móvil aquí y…lo de siempre –pensaba que era superior a sus fuerzas.
–¿Así? –pasándoselo por encima del cuello con lengua de jirafa.
–¿Está rico? –preguntó con ojos achinados-: dejo rastro en mi saliente preferido. Enrollo hasta la altura de la cadera, stop. Facilito paso, stop. Dejo sólo dos.
–Dios! ¿Por qué te frotas tan bien contra la columna? Solo sé yo lo que estás haciendo ahí apoyada.
–¡Mm! No disimules. No fumes. (Acortó los segundos hacia ella con paso decidido).
–Este cantero sí que era un buen perrito fiel. Este ángulo se cinceló justo para mí –escupió–, magníficos diseños los de Gaudí…

Tras carbonizarse sobre la arista disimuladamente para ellos, consiguió su galletita.

Lidia Merchán
Grupo A


Cita al dictado

–¿Quién es esa dama? –preguntó con gran interés.
–¿A cuál de ellas os referís, Sire) –respondió Lord Wolsey.
–Aquella joven que está junto a mi esposa. Quiero conocerla. Concertadme una cita.
–Majestad, vuestra esposa se está percatando. Disimulad y dejadme hacer.
–No. Quiero conocerla antes de que acabe el día.
–Bien, Majestad. –Wolsey hace una reverencia, se acerca a un gentilhombre, habla con él unos minutos y cuando termina, el otro asiente. Wolsey vuelve al lado del Rey y le dice–: Será después del banquete, Sire.
–Bien –-contesta el soberano, esbozando una sonrisa–, vayamos a comer.


–Señora, ¿sabéis por qué estáis aquí?
–Porque su Majestad desea conocerme.
–Decidme , ¿Quién sois?
–Soy una de las camareras de vuestra esposa, la Reina.
–Sabéis que me habéis iluminado el día con vuestra presencia.
–Vos nos ilumináis a todos con la vuestra –responde ella ruborizada, le hace una reverencia y prosigue–: Debería irme Sire, es hora de que ayude a la Reina.
–Te aseguro que la estás ayudando.
–¿De qué manera lo estoy haciendo, Sire? –responde incrédula.
–Me estás ayudando a mí, y por tanto, a ella y a todo el reino.
–Verdad decís, Sire.

(Se hace un tenso silencio, que momentos después rompe la dama)

–¿Puedo hablaros sinceramente, Majestad?.
–Os lo ruego.
–¿Acaso pretendéis que rompa mi juramento de fidelidad a la Reina?
–¿Y si así fuera?
–Estáis casado. Sois el Rey y por tanto, el padre que vela por nosotros, tus hijos. Sería una especie de incesto. ¿Y qué diría la Santa Madre Iglesia? ¿Y la Reina? ¡Qué bochorno!
–Por la Reina, no os preocupéis, callará, conoce su oficio.
–Pero… ¿y la opinión del Reino?, ¿de vuestros aliados?, ¿qué pensarán de vos y de mí?
–Nada que no se remedie con un poco de oro, para los voceros más renombrados. Y… ¿el Parlamento?
–Lo menos problemático, mi dulce niña.

(Ella lo mira extrañada y él prosigue)

–Cacarearán, y se aumentarán sus dineros y prebendas. Pretextando el temor a las iras del pueblo, escenificarán un desacuerdo acordado.
–Pero, ¿cómo convenceréis a la Iglesia?
–Amor mío, eso será un tema… “aparte”.
–Vuestra corte y el clero, no lo tolerarán, Sire.
–Oye, mi bien. Al que no lo admita en público, pero transija, le daré cargo prominente en las instituciones del reino… o tierras, o exenciones, para que calle. También los puedo enviar a otros reinos, para que nos represente.
–Y, ¿ si no callan?.
–A unos los echaré a los voceros afines, para que los desprestigien. Ya inventarán estos, algún apelativo contra ellos, que horrorice a todos al nombrarlo.
–Y, ¿qué haréis con los otros?
–Querida, soy el “Princesps inter pares”, “Rey por la Gracia de Dios”. Soy la balanza que sopesa las ambiciones de los grupos y familias en el poder. El que piensa por y en el bienestar del pueblo.
–Pero ellos podrían disentir de vos y tomar partido…
–¿Tomar partido contra sus propios intereses? Hum… eso no es propio de la condición humana.
–Sí, si pretenden un interés mayor. Y… ¿si se avivara el descontento y algún pariente o partidario tratara de usurparos el poder?
–Ya hemos redactado leyes contra eso. Pensar en contra del Princeps, dulce amada mía, es de criminales y manifestarlo, de traidores.
–¿Y entonces?
–Unos buenos palos y el exilio para unos, y cadalso para los otros. Previa condena de mis jueces, ¡por supuesto!
–¿Qué hará el pueblo?
–Mi adorada, ¡cuántas cosas ignoras! El pueblo no hará nada, mientras lo entretengamos con justas, juegos y ajusticiamientos. Pero, ¡oh, bella entre las diosas!, todavía no me has revelado tu nombre.
–Majestad, antes de hacerlo, ¿podría preguntaros?
–¡Puedes! –le dice el Rey excitado.
–¿Por qué habéis reparado en mí?
–Me ha hechizado tu belleza frágil...
–Os agradezco el cumplido. Ahora me corresponde deciros mi nombre: Ana, Sire. Y… mi Rey, ¿qué es lo que más os atrae de mí?
–Vuestro cuello y vuestra cabeza –responde el monarca sin dudarlo, y continúa–: ¿Os dais cuenta de lo que ganaríais por asentir? ¡Vayamos pues al himeneo! ¿Lo permitís?
–Sí, Rey mío.
–¡Oh, qué feliz me hacéis! ¿Quién más que yo, podría en el ahora, cometer locuras sin pensar en el mañana?
–¿Solo vos, Sire?
–También vos
–Entonces… Podemos.

Calgari
Grupo A


En Arco

Es el último día del gran encuentro artístico. Un grupo de personas con aspecto distinguido y sofisticado recorren las estancias analizando y definiendo con mirada experta.

­ –Y como colofón de esta edición anual observen – dice el comisario de la exposición– Aunque no está en el catálogo –dice, llevándose la mano a la barbilla con grandes dudas – quizás el encanto está en la sorpresa.

El grupo mira en todas direcciones mostrando gran admiración y un rumor de entusiasmo y ánimo arrebatado se impone en la sala.

¡Increíble! ¡Unglanblich! ¡ ¡Merveilleux! ¡ Brutal¡ ¡Sorprendente!

–¿Qué les parece esta propuesta estética? ¿No es digna heredera de las vanguardias históricas y a la vez síntesis del arte actual? Díganme que les sugiere.

–Esa intervención en la pared, esas líneas descolgándose del techo, ese brutal agujero como revulsivo del más puro estilo expresionista – concluyó extasiada una profesora de la escuela Superior de arte de Edimburgo –

–Catártico, arte antinaturalista –emocionado dijo el profesor de la escuela de arte de Fráncfort– heredero del movimiento “El jinete azul” con pinceladas del arte conceptual de entreguerras.

–Señoras y señores observen a su espalda, esa pared desapareciendo por instantes ¿No les parece asistir a una creación instantánea de neoexistencialismo? ¿No les parece maravillosamente representada el evasión y la huida? No es una leve intuición filosófica? Y ese hombre colgado de la escalera la más increíble representación de la aspiración humana al vacío y a la negación?

–¡Ummm! ¡Las líneas geométricas! Ese cuadro insertado en la pared con cables que se desprenden agresivos y amenazantes, atisbos del realismo de Antonio Lopez pero con contenido propio –Esbozó orgullosa la catedrática de arte moderno de MOMA– ¿Como lo ha llamado el artista?

Todas aquellas personas eruditas entregadas y entusiasmadas se acercan y el comisario lee en voz alta: “Cuadro de luces”

El grupo sale de la estancia y el equipo de mantenimiento de la empresa montadora de la última edición de la Feria de Arte ARCO, continúa con las tareas de desmantelamiento.

¡Benito deja de pintar que es la hora del bocadillo!

Aurora Martín
Grupo C

Cuentos de viejas

La sesión de ayer hubiera cundido aún más con un vino de Toro, un pan de Fermoselle y unas tapas de queso de Coreses.  Y es que Zamora fue la protagonista. Hablamos de etnografía, de voces auténticas, de ese gran archivo de vida en forma de historias y cuentos del poniente zamorano que José Luis Gutiérrez "Guti" y Leticia Ruifernández han recogido en su maravilloso libro "Cuaderno de últimas voces". Dice la web de la editorial "Papel continuo" que Cuaderno de últimas voces son "palabras e imágenes fruto de un viaje a la memoria de las gentes de la Raya, la tierra fronteriza del oeste; palabras al borde del olvido en un entorno que se extingue [...] Veinte voces y cincuenta acuarelas que muestran los rostros y los lugares donde afloran las historias que explican la manera de pensar, de vivir y de organizarse de esas comunidades. Son estas historias pequeñas, a veces cómicas, a veces terribles, líricas o radicalmente hirientes las que entendidas de manera coral explican eso que llamamos cultura, modo de vida". El libro cuenta con la participación de Julio Llamazares quien destaca en su epílogo la calidad humanística de estos hombres y mujeres. Puedes descargar aquí las primeras páginas.

Si todas estas historias, transcritas tal y como se las contaron, las tratáramos de mudar al lenguaje culto y fino perderían todo su valor etnográfico y literario, se quederían sin alma, sin identidad. Con un lenguaje plagado de palabras de entonces y expresiones llenas de poesía estas mujeres, a las que Guti llama cariñosamente "sus viejas", y también algunos hombres cuentan sus recuerdos, sus vidas. Y lo hacen mientras trasiegan en las cocinas o al calor del hogar, al serano. 


Nos adentros en este asunto del contar con el interesante artículo "Cuentos de viejos, cuentos de viejas: poética, tradición y multiculturalismo de un concepto literario (de la antigüedad al Barroco)" de José Manuel Pedrosa, experto en cuentos y narración oral. De sus palabras, que recorren diferentes tradicones orales, se deduce que los cuentos de viejos y viejas son un auténtico subgénero de la literatura oral.

Compartimos aquí, como quien comparte el pan, un par de historias interesantes. La primera el cuento "El zurrón que cantaba" en la voz de Pep Bruno, otro de los grandes narradores de este país. Lo escuchamos en el programa "Esto me suena a pueblo" donde tiene una sección denominada "Cuentos de viejas". Se trata de una historia recogida por Luis Cortés Vázquez en el libro "Cuentos porpulares salmantinos" (vol. 2). El propio Pep habla de estos cuentos en su blog.

Iniciamos la sesión con uno de los cuentos que Guti incluye en su espectáculo "Lobadías (historias de lobos". Quisimos ponerle voz a quien en esta ocasión fija sobre el papel esas historias que cuenta, sentado en una silla con alma, como si las estuvieran contando sus viejos y viejas: con la misma entonación y prosodia, con el mismo lenguaje y con el mismo alma. Dejamos por aquí otra historia, esta vez contada desde su casa, titulada "La hortelana y los frailes". Disfrutaréis.

Y trancamos estas palabras de presentación del tema de esta seman con unas aleluyas de mi cosecha que nos hablan de esos lugares que conforman lo que hoy se ha venido en llamar como "España vaciada", esos pueblos que han perdido mucho patrimonio material pero corren el riesgo de perder algo aún más valioso, su patrimonio inmaterial, las historias que se transmitieron de generación en generación hasta que se escacharró el rúter y la señal de la transmisión. Historias que por desgracia desapareceran con sus protagonistas si no lo remediamo.

Aleluyas de la despoblación

Hoy todo el campo es baldío.
La chicharra del estío
que da la murga en las siestas
ya solo canta en las fiestas.
Y cada casa vacía
muere de melancolía.
Ya no hay tren ni hay cobertura,
solo caras de amargura.
Y firma el señor alcalde
-que a veces está de balde-
la carta de defunción
de otro pueblo en extinción.
Ya no hay niños ni hay escuelas
solo quedan cuatro abuelas.

El último abuelo muerto
regó con llanto su huerto.
Y el último de los mozos
se despidió entre sollozos.
Y el médico de familia
también del pueblo se exilia.
Y el cura predica en misa
que es el demonio la prisa.
Y hay quien busca con un trago
la memoria bajo el lago.
Ya no llueve en la besana.
Hoy es tiempo de galbana.
Ya nadie sueña en la aldea,
la cosa se pone fea.

Y a pesar de nuestra lucha
el político no escucha.
Hay quien cerró su postigo
y del recuerdo al abrigo
dejó sin agua la noria,
no pudo con esta historia.
El capitalismo urbano
deja a los pueblos sin grano
y a la espiga sin futuro.
Y el porvenir es oscuro
en la España vaciada
por los de siempre expoliada.
El abandono rural
harina es de otro costal.

Ya no llega el tapicero,
solo se ve al chatarrero.
Ya la señora Apolínea.
no viaja en coche de línea.
Y ya el señor Telesforo
vendió todo el tiempo en oro.
Y la hija del Meranio
se intoxicó con uranio.
Y el fuego asoló la era
y ya nada es como era.
Y que no haya buen transporte
parece que a nadie importe.
Y la gente está cansada
de luchar por casi nada.

***

En casa del tío Vicente
no queda gente, ¿qué pasará?
En casa del tío Vicente
no queda gente, ¿qué pasará?
Son las mocitas del pueblo, leré,
que se han marchado, leré,
a la ciudad.

Doña Melitona ya no amasa el pan.
Doña Melitona ya no amasa el plan.
porque una mañana se marchó a Pamplona
por eso no amasa la tía Melitona.

Los mozos de Monleón
ya no van a arar temprano.
Ya no hay bueyes ni tractores,
sólo granjas de marranos.

Raúl Vacas


Tarea de escritura

Planteamos escribir, o transcribir, una historia vinculada a la tradición y que haya resonado en algún momento en la voz de algún abuelo o abuela. Si no tienes una historia de pueblo o de andar por casa, puedes inventarla pero tendrás que ponerla en boca de algún viejo o vieja. Ah. Y una condición imprescindible: usar diez palabras reales del dialecto vulgar o del habla del lugar de donde procede la historia. Si tampoco atesoras esas palabras puedes inventarlas, pero no las mudes demasiado, que haya algún hilo del que tirar para poder intuir el significado dentro del contexto en el que las emplees. Buena tarea.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:

Reproducimos los textos sin cursivas y sin negritas para que todas las palabras, y sobre todo las incluídas a petición de la tarea, tengan la misma visibilidad.


Noche de bodas

No es fácil que una mujer de las de antes, cuente lo de su noche de bodas. Tía Patri en cambio, un encanto de mujer, ningún empacho en hablarlo conmigo, su sobrino predilecto, doce años cumplidos. A ella en su día se le había ocurrido matrimoniar nada menos que con Chago Belorta, de Barbadillo.

Chago (luego tío Santiago) era un respetado mozo de labor, noblote pero bruto un montón. Nadie como el Belorta en la yugada, o hiscalando haces en la era, o manejando las alpacas de heno; y sin duda el mejor de los ahijadores.

La boda se celebró en Salamanca, huyendo tía Patri de las “bromas” que a buen seguro les dispensarían en el pueblo. «Podían obligarnos a aricar una besana uñidos al yugo; ya ves, sobrino, como los bués. Aunque no se sabe, también podían conformarse con hacernos pasear el pueblo ataos a las varas del carro y los mozos arriba con la tralla».

De modo que a casarse a Salamanca. Banquetazo en Casa Fraile, en El Corrillo, una garantía. Y para la noche, Hotel Universal, en la Rúa. Pero dijo el encargado al llegar:

—Mejor no subáis a la habitación, muchachos, que tenéis dentro a media docena de mozos, que no he sido capaz de sujetarlos.

De modo que, media vuelta y al cine. Al Taramona. «¿Qué película era, tía?». «¡Huy, sobrino!, pa películas estaba yo con la soba que me traía encima de las vísperas y la madrugá del día. Desque puse el culo en la butaca me dormí en diez minutos». Chago, ya se dijo, era lo suficiente bruto. Esa noche le daría la venada y viéndola dormida se debió decir: «Pues empezamos bien. Como me haga yo maniego…».

Se levantó sin más, largándose para la Rúa. Pidió la llave, abrió su habitación y “sacó” de debajo de la cama a la gañanía que estaba allí aconchada, amonaos todos como lebratos; implaos a vino, eso sí, que se habían subido unas botellas para endulzar la espera. El Birojo, Luis Gandulas, Quico Boniato, El Mugre… «Venga, galanes, salid de ahí, que nos vamos».

—Pasarían la noche como la pasaran —compuso un gesto de comprensión la tía—, cualquiera sabe. No les faltaría el Chino se supone, para al menos acabar tupiéndose de vino.

Ahora toca imaginar la corribanda de la tía Patri, en la noche. Desde el Taramona (entonces en las afueras de la ciudad) hasta la Rúa. «En aquellos tiempos, Toñín, la noche era solo para los lobos y la gente de mal vivir. Llegué al hotel echando el bofe y no veas la flaquera; y a mayores calá de lo que llovía».

—Así que… —intentó aclararse el niño que yo era entonces.
—Así que, Toñín, rematé la noche de bodas en la habitación del hotel. Yo solita, naufragada en un mar de lágrimas.

Naufragada, qué cosas. Con el tiempo a tía Patri le había dado por la poesía.

—No, si decía yo…
—Lo siento, ya no hay más, Toñín. Te conté de la noche de bodas, que no todas lo hacen —a tía Patri le bailaba en el rostro una sonrisa nueva—. De la noche de tornaboda no me voy a explicar ni de respabilón, que menudo era tu tío. Aunque no creas, con lo escuajaringaos que estábamos los dos.

Pascual Martín
Grupo B


En aquellos tiempos...

Con cierta nostalgia y con el abrego azotándonos en la cara, mi padre me narraba su experiencia con un tema bastante controvertido actualmente, pero antaño necesario para sobrevivir.

Durante todo el año, la familia carecía de privilegios para poder comprar comida tal y como ahora se hace, no tenían esa facilidad de ir al supermercado y comprar aquello que se les antojase.

Mi familia paterna pasaba el año cuidando un “marrano” aunque no se preocupaban de albeitar al cochino en exceso para sacrificarlo el día de Todos Los Santos, una fecha destacable ahora en nuestro calendario. Cada año acudimos al pueblo para honrar a toda nuestra familia que nos dejó estas historias, que cuidó de nosotros, nos enseñó a sobrevivir y sus palabras trascendieron de generación en generación, así como sus actos, supongo que tendrían extravagante para descansar en paz.

En algunos lugares adelantan la matanza coincidiendo con el día de San Lucas, el18 de octubre, o con el día de San Simón y San Judas, el 28 de octubre,

–No es aconsejable precipitarse, puesto que quien mata su marrano temprano, tiene buen invierno y mal verano, y el que mata por los Santos, en el verano come cantos. El día uno de noviembre todavía es demasiado pronto, y no digamos San Lucas o San Simón –decía mi padre recordando las anécdotas de mi abuela–. Tu abuela, hija, preparaba la carne que sacaba de sacrificar al marrano en condiciones, Unos le metían especias, otros algo más de sal, siempre tenían a mano la alcuza con aceite de oliva no tan refinado como el de ahora pero seguro que de mejor calidad, Preparaba el mondongo en las tablas de madera de quebracho.

Algo que me llamó en especial la atención fue que mi abuela le añadía como condimento a la carne zumo de naranja para que así al macerar quedara con un delicioso regusto.

–Vaciaba las tripas del marrano, que perfectamente podía pesar un arroba, en las aguas del río, lo hacía tu abuela mientras tu abuelo despedazaba el cochino, era hombre, así era –decía.

–Una vez vaciadas y limpiadas las rellenaba con el mondongo y… madre mía ¡qué recuerdos! La morcilla de tu abuela era deliciosa, con algún fruche, algunos menudos o conociencias lo acompañaría tu abuela, lo que daría yo por volver. Parece que la estoy viendo sentada a la mesa con su mantón –me contaba con emoción. Hija, puedes pensar que se generaba una gran barahúnda con este sacrificio pero lo cierto es que se mantenía un silencio abrumador, se mantenía mucho respeto a estas tradiciones, ya no hay nada de eso querida.

Es curioso porque a pesar de que seguramente vivieran muchas más penalidades que nosotros en la actualidad, lo recuerdan con un cariño especial y desearían en muchas ocasiones besanar hacia aquellos momentos.

Ahora es fácil, vas al supermercado, o haces una simple llamada telefónica y tienes en tu
puerta toda clase de ultraprocesados a la carta.

Antes la gente se hacía fuerte debido a las situaciones que le tocaba vivir, era dura como la roca, seguro que no estaba pendiente de las bobadas de hoy en día, cómo le diría yo a mi abuela que mi hermana no sabe ni de qué está hecha la morcilla.

–Ni por un cuento habría cambiado yo estas tradiciones –afirma con seguridad mi padre.

En fin, tradiciones que se quedarán en modo de anécdota gracias al boca a boca y gracias a eso sus memorias no se perderán nunca.

Claudia García
Grupo C


Provisiones

Os digo que pasó como os lo cuentu. Que no tengo espelde pá bobás y retrancas. Que tengo entoavía el mieu en el cuerpo como si ahora mismo lo estuviera viviendo.

Al Sotas le gustaba el alaque y las tabernas más que l'azá y la tierra. También los naipes, que por eso lo llamaban el Sotas. Que pa' rey no tenía merecemiento. Bajo los efectos de tres o cuatro chatos, ¿quién podía saber qué era verdad y qué invento?

El Sotas mayormente trabajaba la fachina, menos cuando estaba durmiendo la torza, que era casi siempre. A veces se buscaba la vida en Hervás, en el castaño o la mimbre. Subía sierra arriba, por la zona de la Fuenfria y bajaba hasta la profundidad del valle, al otro lado. Oscura zona de alimañas, la Muela.

Contaba historias de encuentros con las bestias.

Dormía al raso, bajo algún castaño, junto a la trampa lobera que hay en aquellas picorotas de la sierra. La ruta es dura y larga. Dos noches de estupor y frío. Hay que ser hombre, aunque no le creyeran.

Que os digo que me quedé dormíu bajo al castaño que hay junto a la fuente, tras el canchal grande. Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen María y el Espíritu Santo. Me quedé dormíu, con la segureja en el morral. Espantau estoy entoavía. Me despertó la mierla y su graznar. Que a partir de ahora la respetaré como mi salvadora. Frío no sentía. Claro, el bichu m'habia cubierto de hojas. Estaba como enterrao bajo un mantón de plantas y yerbas, bien extendías, como la verdolaga. El lobo me tapó pa' tenerme ahí mesmo, provisiones pa' la despensa. Yo pensé que lo había soñao: que el animal me trancaba con cudiao, oía su resuello y notaba como olfateaba mi jubón. Que volvería más tarde, de eso estoy seguro, con toda la corrobla. Maldito bicho. Bajé corriendo hasta el pueblo, que había visto al diablo mesmo. Mil veces me santigüé. Que otros no volvieron...

¿Pero lo viste o no?

Que no, que yo al bichu no lo vi.... Iba a velo... Pero allí estaba yo tapao con una cuarta de hojarasca, una cuarta.....que no lo juro .. que jurar es pecao mortal... Pero por mi mare que me pasó tal como lo cuento... Que la mierla vino a rebuscar entre la montonera sobre mi cuerpo y m'espabiló.

Andarías a tientas, que la pitarra de Hervás pega mucho.

Qué pitarra ni qué pitarra... Que el bichu m'enterró vivo y bien vivo. Y que le iba a servir d'almuerza. Miren el tihne con el que bajé. Cagüentó. Y no iba a quedar ni un escurriajo de mi, si no fuera por el pájaro. Ni manío ni escuchimizau que estuviera.

Ea. Me voy pa' otra parroquia, que esta está mu yena y el vino se m'avinagrao con tanto remilgao y tanta coña.. Vayan ustés tós con Dios.

Así salía del Tolo, el pecho henchido, más chulo que una sota.

Adiós, Sotas... a dormirla...

Marisa Sánchez
Grupo C


Mi abuelo Antonio

Estábamos un día mi abuelo y yo en el corral de su casa en Casillas de flores charlando amigablemente. En la tinada al lado de la mula, me contaba como aparejar la vertedera para utilizarla en la labranza.

Sonó con gran estruendo la aldaba en forma de arandela que había a la entrada, y salí corriendo para abrir el portón. Apareció un portugués y me preguntó por Antonio “pezón”, a lo que yo contesté que allí no vivía nadie con ese nombre. Mi abuelo que ya me había alcanzado, me retiró de la escena con una colleja, diciéndole al portugués que era él por quien preguntaba.

Aquel día me enteré de mi mote familiar, desde entonces yo soy José Luis pezón hijo de Jesús y nieto de Antonio; con estos datos todos los vecinos del pueblo de Casillas saben quién soy.

Aquel portugués quería comprar vigas de pino para postes telefónicos o de la luz, pues mi abuelo tenía un pinar.

Al día siguiente nos juntamos unos cuantos primos en aquel corral; puso mi abuelo una mesa en el centro, y rodeados de gallinas y gatos nos pusimos a merendar. Merienda sencilla: pan con queso y agua. Yo estaba acostumbrado al pan con chocolate y aquel queso curado me pareció apestoso. Después de olerlo y de cambiar miradas cómplices con mis primos, empezamos a hacer gracietas y gestos de rechazo. Inmediatamente mi abuelo armado de un bastón de madera de olivo dio un golpe fuerte en la mesa y exclamó: a merendar todo el mundo. Así lo hicimos todos en silencio; a ver quién tiene agallas para decir ni pío pensé yo.

Desde entonces, y hasta la fecha de hoy, soy un gran devoto del queso curado.

José Luis Fonseca
Grupo A


Boda a las bravas

Pues eso, que la cosa fue que cuando la Alejandra le dijo a su padre, el señor Rufino, que estaba empreñada y quienquie la había empreñao, que era un hijo del Sinforiano, un tal Anselmo, que no quería ni a tiros de saber nada de la criatura, y del casorio ni olerlo…; cogió el señor Rufino, se fue a la era, ande estaba su hijo, el Teodoro, y luego se fueron los dos pa casa del tío Nazario, que tenía una humanidad que de una torta te aventaba las muelas, y se fueron los tres enmachados en la serré ande vivía el Sinforiano, que era del otro pueblo la linde. Y en dispués que llega ande vivía el prenda y le da al aldabón que se caía la casa, y entonces va y aparece un zagal y sin mediar palabra le cincha el Rufino por el cuello y le dice que ánde está el Anselmo, que le tié que decir una cosa y que si no sale que entra a por él y que va a ser la de Cristo en el Calvario. Y en estas que asoma la trocha el Sinforiano, al oír las voces del Rufino, todo estirado él y con cara perro, a preguntar qué pasa y cuando el otro le amoja lo que hay, entonces el Sinforiano llama a su hijo y aparece con sus cuatro hermanos, que eran todos como choparios de grandes. Y entonces va el Rufino y le dice al Anselmo que si ha dejado en estado a su hija, a la Alejandra. Y en dispués va el Anselmo, más chulo que un chotis, y va y dice que no conoce a su hija de ná y que si está empreñá será de cualquier moruelas. Y buenoooo, la que se armó entonces. Porque va el Rufino y le dice que si está llamando a su hija puta y mentirosa. ¡Y zas!, va y le suelta un piñazo en tos los morrongos el Rufino al Anselmo que lo tiró patas arriba que creían que lo había matao del golpe. Entonces los hermanos del Anselmo, oye, que eran todos unos cudriales, se tiraron como lobos a por el Rufino, el Teodoro y el tío Nazario, y empezaron como batanes a darse una tunda del demonio, y empezaron los gritos de las mujeres de la casa, gritando ¡que se matan, que se matan! ¡Llamar a los seviles! Y en medio de la friega, va y aparece uno de los hijos del Anselmo, que se había quedado en una esquina del portalón sin habla y como un san sirolé, apareció, digo, el chigre con un cuchillo matancero pa irse derecho a indiñárselo al tío Nazario, porque le había roto la nariz de un sopapo, y cuando el tío Nazario lo vio venir, brincó como un gamo hasta una puerta ande había una trianque enorme, la cogió y se la llevó a la cabeza pa estampársela al otro en la crisma y menos mal que entonces, el Anselmo, ya ves cómo vería de sipeliado a su hermano, que pegó un salto de galuta y se intreponió entre las dos fieras y dijo: “¡quietos ahí! Y oye, toos callaos y quietos como mojones del camino que se quedaron. Y en dispués va y dice el Anselmo: “ pues mira, sí. La Alejandra está empreñá y yo voy a ser el padre”. Y va y le dice a su padre, al Sinforiano: “¿entiende usted, padre? ¡Que esa con la que me quiere usted casar, aunque sea rica y le adinere, es sosa como agua de babas y fea como un abortao y no hay macho en el mundo que puá ser feliz con ella. Y yo a quien quiero es a la Alejandra. ¡Dicho queda!” Y aluego se hizo un silencio de camposanto hasta que la mujer del Sinforiano dijo “ay” y se cayó al suelo como un fardo. Y aluego le metió un bofetón el Sinforiano a su hijo, que se oyó hasta en la capital. Asín calcabunrrato, iban en la serré vuelta al pueblo el Rufino, el Teodoro, el tío Nazario y el Anselmo, que llevaba un hato con los cuatro bártulos que le dio tiempo a coger antes de que su padre le echara de casa. Pero bueno, bien está lo que bien está, y lo cierto es que se casaron, y mira, les fue muy requetebién.

Óscar Martín
Grupo A


Recuerdos de la tía Rufina

Se le venían los recuerdos y, todos escuchábamos con mucha atención, así llegamos a conocer los chascarrillos y cuentos que circulaban por el pueblo, los de antaño los recuerdo bien, enque, han pasado buenos lustros, los de hogaño - nos decía- los contaréis vosotros.

Pues escuchad, hoy os hablaré de don Pedro, el hombre que trajo la luz y el agua corriente al pueblo, de chico lo llamaban barandel, su madre le hacía usar una cachucha decía que para que no se le debilitara el pelo y, para que no se le escaparan las ideas, era un socotroco, su cabeza era tan grande como la del tío Jero, la María no quería que se hablara de eso, aunque estaba en boca de las tripicalleras, este recuerdo lo dejo para otro día, sigo con el Pedro, era un muchacho socostrón le gustaba amolar a sus vecinos, aunque su preferencia era ir cada día a buscar al chorato, oía el remudiar de la vaca llamando a la cría y, allí en la pradera, después de comerse el cacho y sacar de su zurrón el cuaderno y lápiz, dibujaba y escribía todo lo que veía a su alrededor, ese Pedro llenó su cabeza de todo lo que leía en los libros y, siempre recordando lo que aprendía en la escuela. Así llegó a ser don Pedro. 

Inés Izquierdo
Grupo A


Historias

Allí fuimos todos unos chavales de barrio, éramos cinco, cada uno con sus motes heredados como la mejor fortuna que teníamos en unos bolsillos vacíos como el hambre que nos colgaba del estómago.

Como es de buena educación aunque ya esté entrado en años y la vida haya ya dado mas vueltas que el mundo os los voy a presentar: Farfollas era el mayor de todos, siempre nos metía en líos y luego nos regañaba como si el no tuviera nada que ver, salía victorioso de cada encuentro con los vecinos, pero luego el tirón de orejas se lo daba su padre que eran primos hermanos en todas las trastadas, las historias venían de largo en esa casa centenaria donde decían que se escuchaban voces por la noche, no sabemos de quien, si de la botella vacía o de las paredes de cal, el misterio se mantiene a día de hoy. Mihilla, era chiquitín no crecía al ritmo de los demás, el decía que era el Peter Pan del pueblo, su padre era el alcalde, también lo fue su abuelo y su bisabuelo, pero el quería hacer atletismo, siempre nos entraba la risa, y le decíamos zancajoso. Revenío era el mas simpático siempre estaba de broma, nunca se enfadaba y su sonrisa era eterna, ahora ya no esta con nosotros marchó a mejor vida o eso dicen porque nadie vuelve. Apollardao era el mas listo, todo el mundo decía que iba para ministro, incluso consiguió una beca para ir a la Universidad de Sevilla, al final se quedó en el pueblo cuidando el rebaño de ovejas de su padre, pero el seguía leyendo, siempre con su libro bajo el brazo. Y aquí yo presente para todos ustedes Aliquindoi, siempre he dicho que mi mote es de marqués, pero solo soy el quiosquero y el sereno del barrio para ganarme el jornal y alimentar a mis siete aliquindoires que si les dejara se lo comían todo en una noche, los tengo a ración diaria pero van creciendo.

Me acuerdo que cuando éramos unos renacuajos nos dijeron a los cinco si queríamos hacer un mandaillo para ganarnos unas perras gordas, no era fácil pues teníamos que atravesar el bosque encantado del pueblo donde decían que en el camino en una cabaña de madera de roble un tanto descuidada vivía un expresidiario centenario que un día mató por celos a su mujer y su amante a los que pilló en la cama, desde ese día la locura se sembró en su cabeza con raíces hacía los pies. Se entregó escopeta en mano y después de cumplir condena se alejo en el bosque sin querer ver a nadie, y amenazó a quien pasara por allí de que no saldría del lugar.

Como éramos unos tarambanas no hicimos caso a ese correveidile que siempre vino de una familia del pueblo que apenas hablaba con nadie, se decía que era la familia del amante que desde entonces vivía atemorizada por si venía a terminar su venganza.

Con cinco palos en mano para defendernos por si acaso había algo de verdad en toda aquella historia, fuimos atravesando el bosque en una mañana de lluvia intensa, y con más frío que pelando rábanos. Pensando que toda aquella paparrucha eran simples habladurías, cuando a mitad de camino una sombra alargada fue acercándose a nosotros con una respiración de estertor de muerte, en el camino quedaron los cinco palos tirados cubiertos de lluvia y lodo.

El resto, el resto es historia…

Ana Sánchez Taramón
Grupo C


Alegría

Tío Toño me contó la historia de Alegría: Era un emboscado de los picos de Europa, pero también era un vecino de la Riera donde vivía mi familia. Alegría, se llamaba Fernando Prieto Moro, pero le pusieron ese mote porque siempre estaba cantando. Había participado en la Revolución de 1934 y después de la guerra se echó al monte para no servir a la dictadura. Por la orografía del terreno y su conocimiento desde niño le era fácil esconderse y pasar de un valle a otro. Mientras los guardias civiles le buscaban por un sitio, él esculucaba su posición y aparecía en el pico de enfrente haciéndoles burla. A veces se metía en cualquier furacu o se ponía en la piqueta de piedra situada por encima de la curva del buen suceso y cerca de la entrada del túnel para controlar el paso de los soldados. Se iba pasando de un valle a otro para despistarlos y hacerles burla. Les insultaba: “¡Eh! ¡Que estoy aquí, cabrones! ¡Venid a por mí, si os atrevéis!” Y Cuando querían llegar a dónde estaba, él les llamaba desde otro valle: “¡Eh! Que estoy aquí, hijos de puta”.

Cuentan que era un tipo muy singular. No tenía miedo. A veces bajaba al pueblo y se sentaba a la puerta de su hermana, en un banco de piedra junto a otros vecinos. Pasaban los guardias por la carretera, por delante, y él ni se movía, seguía retolicando como si nada. Le prestaban mucho esas situaciones de peligro en las que se movía como pez en el agua.

De pequeño, mi tío se había encontrado muchas veces con él cuando estaba en el prau. Otro tío mío, el mayor, Pepete, era amigo de Alegría y, a menudo, le facilitaba comida y ropa porque, aunque el emboscado tenía mucha habilidad para la caza: todo el mundo sabía que agarraba las liebres con la mano o pillaba el campanu en el Sella, necesitaba de otros alimentos complementarios como leche, queso, fabes o pan. Cuando aparecía por nuestra finca y estaba Toño delante, ambos amigos disimulaban como si no se conociesen, “pero las bombas de piña en el cinturón no dejaban duda de quién era —me decía Toño”.

Alegría murió por envenenamiento. Toño conocía la historia de primera mano y así me la transmitió: “Hay voces que comentan que la Guardia Civil lo atrapó y que se produjo una pelea, pero eso no es cierto. Murió envenenado, y no fue la Guardia civil, fue un vecino de Corao quien lo pilló. Era un pariente lejano. Le invitó a cenar en su casa de la aldea y acudió sin recelo porque era un hombre sencillo y confiado. Y en esa cena fue envenenado. Mientras yacía debajo de la mesa por efecto del bebedizo, avisaron a los guardias, que lo único que hicieron fue llevarse el cadáver”.

Justo en esos días Pepete estaba negociando con un sargento de la comandancia de Covadonga la entrega de su amigo el emboscado. Se trataba de que no se tomaran represalias contra él porque no había cometido ningún delito más que el de ocultarse. Pero era el año 1945, cuando ya había terminado la guerra mundial y entonces Alegría cambió de opinión. Dijo que ya no se entregaba, porque confiaba en que los aliados iban a rescatar el país.

La traición hacia Alegría está documentada y publicada en varios artículos. Todos apuntan a Pablo José Modroño Álvarez. Había sido miembro del Ejército popular y, cuando apenas habían transcurrido dos o tres semanas de su incorporación, inopinadamente se pasó a los sublevados aportando una relación precisa del emplazamiento de polvorines y comandancias republicanas, que fueron certeramente bombardeadas por la aviación rebelde. Modroño, que había sido compañero de Alegria le hizo llegar una invitación para cenar en su casa recordando tiempos anteriores y haciéndose valer de que estaban emparentados, aunque de lejos, como todos en aquellas aldeas asturianas. El emboscado, que siempre andaba afamiau y con ganas de compañía venció los recelos primeros y se sentó a la mesa con su antiguo amigo y pariente para caer desplomado al poco de tomar las primeras fabes de aquel pote mortal, la madrugada del 4 de noviembre de 1945.

Para no perjudicar al felón, se dijo que Alegría había caído en una trampa de la Guardia Civil, que lo abatió a tiros. Pero la gente sabía lo que había pasado. Unos meses más tarde Modroño huyó a Argentina, después de que una partida compuesta por 16 guerrilleros de la Brigada Machado puso cerco a su domicilio y trató de reventar la puerta sirviéndose de un poste de teléfono como ariete, aunque no logró su propósito. Una tormenta de las que sólo se ven en los Picos de Europa y la advertencia de que la Guardia Civil estaba cerca, les hizo huir.

Dicen que Modroño murió asesinado en Argentina. “No te extrañe, sobrina. Muchos tuvieron que marchar de Asturias rumbo a América. A saber con quién se encontró allá y qué cuentas tenían pendientes”.

M. Maximina Moreno
Grupo B


La posada

En casa la tía Isabel siempre había huéspedes que se acomodaban como podían en unas pequeñas habitaciones con un jergón en el suelo. Llegaban al pueblo arrieros, colchoneros, castañeros y hasta una familia de titarateros hungaros. La tía Isabel tenia fama de buena guisandera y de dar de comer en abondo. Era normal encontrarla sentada en una silla baja al lado de la lumbre, con la cara aborrajada, dando vueltas a una olla de hierro. Tenia siempre rondando por allí a un par de rapaces que le hacían los recados por un trozo de pan o un cacho chorizo. Todos los años mataba un par de cebones que le hacían el avío para todo el año. Por la cocina también merodeaba un gato llamado Mateo apañando lo que podía. Pero la gran atracción de la casa era un loro que le había traído un pariente lejano de las indias. El loro era un metomentodo y varias veces ya se había llevado un pescozón por hablar más de la cuenta. No había acabado ya en el puchero porque la tía Isabel sabía que andaba en boca de los que transitaban los caminos y muchos de sus huéspedes paraban allí solo por verlo.

Un día en que la tía Isabel se encontró con mas bocas de las esperadas para comer, no le quedo otra que matar una cabra vieja para salir del paso. Cortó la carne en cachos pequeños y dijo a todo aquel que se arrimaba a la lumbre engarañado por el frio, que era cabrito. Sí, sí un cabrito mu rico y mu tierno que ma traído el sobrino del pueblo de al lado. Ya verán ustedes como se van a chupar los dedos, que naide guisa el cabrito como yo. El loro, que andaba por allí empezó a decir sin parar, ¡es cabra!, ¡es cabra!,¡es cabra!. La tía Isabel que no se andaba con remilgos casi despluma al pobre loro, se le quitaron las ganas de hablar por un tiempo y de entrar en la cocina. Otro día que vio salir corriendo al gato con la tía Isabel detrás pegando escobazos le dijo, Mateo ¿dijiste tú también que era cabra?.

Beatriz Gorjón
Grupo A


El ranzón

Mi “País de Nunca Jamás” era la casa de mis abuelos. Esperaba cada visita a aquel caserón con mucha más ilusión que la venida de los Reyes Magos o la celebración de mi cumpleaños.

Mi abuela Juliana era capaz de convertir cada una de las tareas domésticas en un secreto ritual del que solo a mí me hacía partícipe. La ayudaba a hacer las camas de colchones de lana que, para mi disfrute, me permitía apalear sin piedad; pelar los tomates para la conserva venía siempre acompañado del relato de algún misterioso acontecimiento acaecido en el pueblo; o preparar el “verbajo”, como ella llamaba a la comida de los cerdos, se convertía en una ceremonia de brujería en la que echábamos al caldero colgado dentro de la inmensa chimenea los más variados ingredientes y coreábamos juntas las más extrañas jaculatorias y conjuros. La abuela oficiaba de bruja y yo era su embelesada ayudante.

Pero aún me apasionaba más el mundo enigmático en que vivía mi abuelo y los seres reales o imaginarios con los que compartía sus días y sus conversaciones. A mí me permitía conocerlos a través de los relatos de misterio que con tanta verosimilitud me contaba mientras realizábamos las tareas ordinarias.

Como una vez que le acompañé al gallinero, una caseta que él mismo había construido con maderas viejas y tela metálica herrumbrosa. Se apoyaba en un viejo carro ya inservible que era el dormidero de una docena de gallinas.

–¡Mira prenda, han nacío los pollos!
–¡Quiero un pollito, abuelo! –grité con entusiasmo.

Aunque no pareció gustarle la idea accedió a dejarme tomar uno de ellos sujetándolo con las dos manos.

–Llévalo junto al cuerpo que estas criaturas necesitan mucha ardentía.
–¡Vale! –Acepté metiendo las dos manos bajo la camiseta para que mi tripa le sirviera de calentador.
–Así. Mu bien. Pero mira pal suelo no te vayas a pegar una tumba.
–Se ha hecho una rosca, está quietecito disfrutando del calor de la barriga.

Él echó a las gallinas las mondas que llevaba en la calderilla de cinc y se puso a recoger los huevos de la puesta. Salimos del gallinero atrancando con cuidado la desvencijada puerta. Entonces el abuelo dejó uno de los huevos junto al portillo. Extrañada pregunté:

–¿Por qué lo dejas ahí?
–Es el ranzón de la raposa –profirió enigmático.
–¿Qué?

–El ranzón es un rescate que es menester pagarle. Mira, te contaré una historia que quizás te cueste creer, aunque juro que es tan cierta como que roznan los burros.

Y comenzó:

–Antier, mu de mañana, después de aviar al guarrapo, vine a abrir las gallinas y por el ruido me barrunté que algo había pasao. No me equivocaba que me las encontré toas alborotás y espelujás. Corrían de un lao pa otro, cacareaban aterrorizás, unas se metían en el carro, otras salían de él despavorías y el resto se escondía bajo la pértiga; en fin, un disloque. Supuse que estarían asustás porque, por algún buraco, habría entrao un hurón o un meloncillo en el gallinero. Tomé un palitroque y me iba a poner a buscarlo cuando escuché estas palabras.

–Tranquilo, amigo. ­–Alcé la vista y me di cuenta de que la voz salía de una zorra encaramá en un varal del carro. Me quedé sorprendío igual que estás tú ahora mismo. Pero te juro como me llamo Teodoro que el animal me miraba de fijo, me sonreía y me estaba hablando.

–He venío a cuidarte las gallinas –me dijo con sorna­–. Hay mucha alimaña más allá de los bardales interesá en darse un festín con ellas.
–¡Valiente cuidadora! –le respondí–. Poco me fío de ti.
–Si no me quieres de guardiana las dejaré a su cuidado. No creo que sobrevivan una noche.
–¿Y qué ganarías tú vigilándome a estas pobres? –le pregunté desconfiao.
–El ranzón que has de pagarme –me soltó con desparpajo la zorra.
–¿Y cuál habría de ser? –Entavía estaba mu escamao y de buena gana le hubiera arreao un buen zurriagazo.
–Déjame un huevo cada tarde en el lumbral y yo me cuidaré de que ningún animal se atreva a molestar a tus pollas.
–Sea –transigí después de considerarlo un buen rato–. Acepto el trato.
–Pero abuelo –le dije yo–, ¿cómo va a hablar una zorra?
–En estos campos no solo los hombres hablan. Nada más hay que saber escuchar… –me contestó enigmático.
–¿Y ha cumplido su trato? –pregunté.
–Ya lo ves, las gallinas están sanas y salvas y cuando llego cada mañana, el huevo ha desaparecío.
–No sé si creerte, abuelo –exclamé sonriendo recelosa de que se estuviera burlando de mí.

Él me respondió muy serio y con un gesto brusco de la mano, como si cerrara una puerta y con ello toda posible disputa, trató de acallar mis incertidumbres:

–Las cosas podían haber sucedío de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron talmente como te las he contao.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Fiestas del Cristo

Se despedía el verano, allá por el 15 de septiembre se celebraban las fiestas del Cristo en Cristóbal de la Sierra, localidad integrada dentro de la comarca de la Sierra de Béjar, perteneciente al partido judicial de Béjar.
Aun se encontraban las mozas del pueblo consumiendo sus últimos días de vacaciones, a golpe de charanga.
Yo, era un adolescente de trece años, que aún no había saboreado las tradicionales fiestas de los pueblos de la comarca, nada que ver con mis vivencias en la ciudad de Béjar.
Fui invitado por la madrina de mi madre, Iluminada, conocida por “Lumi”, nombre que ni pintado le venía al pelo. Su esposo, Feliciano se pasaba todo el día en el campo, de sol a sol, con las labores de la tierra. Su hijo “Tinin” que se ocupaba del ganado (vacas y cabras) me fue a recoger en su mulo a Béjar e iniciamos camino del ventorro de Pelayo, bajada de Belisario, rectas de Sangusin (río con más arena que agua) para una vez en las llamadas curvas de Cristóbal ya se podía divisar el pueblo en un palmo. Esos veinte kilometros que separan el pueblo de la ciudad, aún los tengo clavados en mis posaderas.
Para mi fue todo un acontecimiento el disfrutar del campo acompañando a Tinín a recoger y encerrar el ganado cuando caía la tarde con los últimos rayos de sol.
En mi retina guardo el recuerdo de la primera tarde que presagiaba tormenta y de pronto bruñó los nubarrones negros y el sol se fue a cada lado, los cogollos altos de los árboles de un color de naranja se tiñeron y a bocanás el aire nos traía los ruidos de lo lejos y el toque de oración de las campanas De la Iglesia del pueblo.
Llegó el día de la fiesta del Cristo y para tal ocasión en casa de la madrina Lumi habían elegido un chivo para sacrificar, todo un ritual que me costó presenciar y que aún al recordarlo se me eriza la piel, como despellejaban después de sacrificar aquel animalito indefenso que un día antes retozaba con su madre. Una vez guisado por Lumi, daríamos buena cuenta de él. No se si por vergüenza o por el enfado que se removía en mi interior, me costó empezar a digerir tal manjar que se encontraba en una enorme fuente en el centro de la mesa de madera a cuyo alrededor se encontraban además de Lumi, Feliciano y Tinin, los hermanos de Lumi, uno de ellos, un buen carpintero que construía carros de madera.
Lumi, me vio tan afligido que me dijo: Come zagal! No tengas vergüenza!Me llevó a un lado de la sala y sacó cinco duros de su faldiquera; para que te los gastes esta noche con las mozas en el baile.
Por un momento desapareció de la sala, regresó con una botella de aguardiente de su propia cosecha elaborado en el alambique que se encontraba escondido en la bodega de la casa. Secreto a voces que conocía todo el pueblo y los de alrededor de la Sierra.
Fue la primera vez que probé el ardiente y prohibido licor, por un momento pensé que había quemado mis cuerdas vocales.
Los demás comensales reían y yo no sabía donde meterme de la vergüenza. Mi cara estaba roja como un tomate. Unas perrunillas y mantecados aliviaron la sensación de fuego que aún corría por mi garganta y pasaba por mi pecho hasta el estómago.
Fue cayendo la tarde alrededor de la mesa junto a una baraja de cartas.
Lo mejor estaba por llegar, nos alicatamos, fuimos hacia la plaza del pueblo donde se encontraba el Ayuntamiento.
Sobre una tarima al lado del bar de la Plaza, sonaban los primeros paso dobles a manos de la orquesta contratada para la ocasión.
Mis ojos chispeantes miraban furtivamente a una de las muchachas, quien mucho más atrevida que yo me invitó a bailar, me dejé llevar ensimismado por aquella cara que a mi me parecía la más guapa del lugar.
Después del baile, me costó conciliar el sueño, no deseaba otra cosa que ver a la muchacha que había removido mis entrañas a ritmo de paso doble.
Al día siguiente, aprovechando las fiestas proyectaron la película Love Store en el bar del pueblo. Cada uno llevábamos nuestra silla de casa.
Busqué entre la gente allí presente a la muchacha de mis sueños, a quien nunca volví a ver y aún recuerdo.
Pasaron los días, después de una semana disfrutando de los amaneceres y atardeceres, acompañando a Tinin con el ganado, regresé a mi Ciudad a lomos del mismo mulo a la espalda de Tinin, para volver a la rutina de un nuevo curso en el Colegio de curas y con el pensamiento de volver a ver en las próximas fiestas a la muchacha que me había embrujado.

P.G.
Grupo C


Algarabía de vecinas

El reloj de la plaza marca las cinco de la tarde y cinco mujeres banqueta en mano y moviendo sus sayas de paño negro se acercan a la puerta de la Agapita que sentada en el poyo de su puerta, las espera con impaciencia. 
Después de un breve saludo se sientan alrededor del brasero de cisco que ella ha encendido, para que no pasen frio sus vecinas. Una vez acomodadas y bien abrigadas con sus refajos debajo de la enagua y en su regazo la toquilla, por si empieza a soplar el ábrego, se disponen a chardear al mismo tiempo que zurcen calcetines, hacen ganchillo o encaje de bolillos. 
Comienzan la charla por orden de jerarquías: 
- (La Sinforosa): he oído que Herminia, la viuda, está preña´ otra vez y se dice que la criatura es del albéitar, que cuando fue a curarle la mula....ya podéis suponer lo que sucedió también. 
- ¡Es una vergüenza lo de esa mujer! - exclamaron todas a la vez. 
- Si su marido se levantase de la tumba...se volvería a morir otra vez. 
- (La Jacinta): pues yo esta mañana escuché que el hijo de Don Manuel, cogió el tarbadillo cuando se fue a Teruel y desde entonces no se le ha vuelto a ver. 
- ¡Que Dios nos libre del mal que viene de fuera! - corearon con aspavientos todas al tiempo. 
- (La Teófila): parece que la maestra, Doña Mercedes, ha cogido la coqueluche y no podrá ir a la escuela hasta que no esté bien. Los niños están de fiesta 
- ¡Esto no puede ser! - dijeron a coro después. 
- (La Engracia): dicen que Don Pedro a su hija por dote, le ha dado una tierra sembrada con un celemín de trigo. 
- ¡Qué tacaño! - murmuraron - pa´ una hija que tiene…claro que el yerno no tiene donde caerse muerto y como es forastero, vaya usted a saber. 
- (La Eufrasia): se comenta que el Sacristán, después de acabar la misa sale de la sacristía todo despelujao, dicen que es cosa de brujería o del aire que hace en la capilla. 
- Con el demonio hemos topao´ . Bendito sea Dios. 
- (La Agapita): dicen que el gachupín Venancio, tan listo que parecía y vino escamao´ de la capital. Ahora va al monte pa´ cuidar el rebaño de ovejas de su padre. Ya lo decía su madre que su hijo era un jeringao y la buena mujer sabía lo que decía. 
Por hoy, aquí lo dejamos vecinas - dijo la prudente Agapita - que tengo el pote en las trébedes haciendo el potaje a mi hombre que viene con hambre del bar y no le gusta esperar. No quiere cenar de noche para no encender el candil, así nos acostamos temprano para que la noche de mucho de sí. Menos mal que el candil no alumbra que si no, lo que llegaríamos a ver. 
Todas se santiguan, se ríen y se despiden. 
- Hasta mañana vecinas. Que vuestra noche sea tan buena como la mía. 
El reloj de la plaza marca las siete y diez.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Cuando éramos niñas

–Juanita, ¿te acuerdas cuando éramos niñas y vivíamos en aquella casa tan bonita de Coloncito? Andábamos por todos lados en puropié. Y después venía mamá y nos caía a cholazos por cochinas. Decía que las niñas no podían ser así, arrastraás; que eso era de varones, eso era pa’ nuestros hermanos. ¡Ay, cómo eran esos tiempos! Teníamos qué entender desde chiquiticos todo, y sino carajazo contigo…Ahora mis nietos salen desnudos por toda la casa, tocándose el pipí, y la totona, y abriéndose los cachetes para mostrarle a uno el culo.

(Juanita revienta a carcajadas):

–Cata, y es que nosotras sabíamos que eso iba a ser así, no hay Santa Lucía que valga después de ojo sacao; pero allí íbamos, a hacer lo que estaba prohibido. Es que esa tontería tenía su encanto en ese momento: el piso frío del largo zaguán, saltar sobre los charquitos que se hacían alrededor de la fuente del patio central; y la arenilla que dejaban los adoquines de barro, ya desgastados por el tiempo, que se nos pegaba a la planta de los pies y no raspaba. Sentíamos un dolor placentero mientras corríamos en círculos… Yo creo que teníamos necesidad de hacer otra cosa que no fueran las órdenes de las cachifas que nos cuidaban, o las de mamá, que era una generala. Todo eso era mejor que nada, aunque después viniera la paliza. Pero lo de tus nietos es…tus nietos son unos chiflados.

–Eso le digo yo a mi hija, pero ella y el papá les ríen las gracias. Me dicen que hay que darles libertad para que se expresen; para que crezcan sin represiones, como si lo único que fueran hacer fuera tirar, y entonces cuándo van a estudiar, cuándo trabajarán si están pensando todo el día en quitarse el calentón de encima. Lo máximo que nosotros hacíamos era desnudarnos los pies. Te acuerdas que cuando correteábamos sin zapatos era justo antes de que nos metieran en el cuarto de costura, qué aburrido era el costureo… Y dígame antes de hacer la Primera Comunión, nos metían en el mismo cuarto para aprendernos todos los rezos y cocer hasta que nos salían callos en los dedos. Y ni siquiera podíamos hablar…

–Cata, a mí me gustaba coser, porque mientras cosía me imaginaba cosas…

–¿Qué cosas mijita?

–En eso, pues…

(Juanita sonríe pícaramente y levanta sus cejas varias veces)

–¿Qué es eso Juanita, desembucha, que yo ya no estoy pa’ adivinar?

–En eso que te conté que me dijo primo Oscar, cuando ya era casi un hombrecito y tenía una novia vieja, como de veinte años, y que con ella se quedaba como muerto en vida cuando hacían el amor… Y yo me ponía a imaginar cómo podía ser eso…

–¡Tan chiquita! Estabas peor que mis nietos. Y ¿qué te imaginabas? Porque te cuento que yo nunca sentí naíta. Eso era más bien como una paliza con chola de las que nos daba mamá, pero por dentro de la totona, doloroso qué jode…Pa’ lo único que sirvió esa guarandinga fue para quedar empreñada de mis hijas.

–Bueno mija, lo primero fue que empecé a aguantar la respiración hasta que no podía más pa’ vé si estando cerca de morirme alguna alegría sentiría mi cuerpo . Imagínate lo boba que era. Un día casi me muero como una pendeja poniéndome una bolsa en la cabeza hasta casi ahogarme para ver si podía sentir algún vaina, y por supuesto nanain nanain…

(Las dos hermanas rieron)

–Y después, cuando eso fue de verdad, verdadaíta ¿qué sentiste con Rodríguez?

–Pues con Rodríguez empecé a jugar a que yo estaba muerta y que él tenía que hacer lo posible por revivirme, a cómo diera lugar. Eso sí es verdad que funcionó…

(Las viejas ríen y siguen tomándose el guayoyito de la tarde).

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Aquel estío

Todos los veranos, mi madre me hacía una pequeña maleta y me dejaba al cargo de algún amigo o familiar, para que me acompañara en el autobús de línea, rumbo al pueblo donde mis padres nacieron.
Nos dábamos unas pequeñas vacaciones mutuas ya que, en una o dos semanas, ella y mi padre también se irían para el pueblo unos días.
Al llegar ya me estaba esperando, mi tía Margarita, hermana de mi madre , y sobre todo, mi primo José Antonio, con dos o tres amigos de la pandilla.
Tras los besos de rigor, le daba la maleta a mi tía y marchaba camino de las bodegas con los amigos, a que me pusieran al día de lo que se cocía por allí.
Desde la zarcera de la bodega de mi abuelo, podíamos divisar la mayor parte del pueblo, controlar las idas y venidas de la gente y hablar al abrigo de curiosos.
José María dijo que había descubierto un nido con corbatos, pero que estaban en la tenada del corral de Remigio y habría que idear la forma de verlos sin que él se enterara.
Les conté que había metido en la maleta, sin que mi madre lo supiera , unas tiras de goma de cámara de rueda de camión. Ellos me relataron que habían estado recogiendo horquillas de las podas y retales de las pieles de las borregas. Por fin ese año, todos tendríamos tiradores.
Mi primo detalló que había conseguido siete ballestas, por lo que tendríamos que hacernos con un bote de sartigallos, para poner el cebo en las pajareras.
Rufi nos aseguró, que había visto varios nidos con crías de arrecajel, en el tejadillo de la traseras de mi tío Francisco. Si mi primo se hacía con una escalera, podríamos hacerles una visita, y de paso estrenar la linterna de petaca que me habían comprado.
Pregunté por Azabache, el burro de mi abuela, mi primo contó que estaba a vimar, que vendría al caer la tarde cuando las cabras. Nos advirtió que tendríamos que apurar si queríamos jugar a la chirumba antes de que vinieran.
Se nos hizo la hora un minuto, hasta que vino mi primo Ismael a amolar y acabamos con el juego.
Nos fuimos a casa de mi abuela a merendar.
Mi abuela me comió a besos, estaba encantada de verme. Nos puso el panenvino con azúcar y
nos sentamos a comer en el escaño.
Empezamos a enredar con las galgas, hasta que mi abuela nos llamó indinos y amablemente nos mandó a la calle.
Cuando salimos caía el sol , entre la nube de polvo que levantaba el rebaño y el barullo de sus balidos, oí un rebuzno , divisé a Azabache, que volvía al pueblo mezclado entre las cabras, y corrí a saludarlo.
Tras un buen rato acariciándole las quijadas y el belfo, sentí como si me invitara a montarlo, y así lo hice.
Me regaló un trote largo hacia la era de mi tío Eustasio, en su querencia de ir a beber a la noria de la huerta de al lado.
Mientras cabalgaba, la brisa traía un aroma de guisantes recién regados, mezclados con el olor del trigo al limpiarse en las aventadoras de las eras; al tiempo que el ocaso, en su plenitud, ostentaba un horizonte repleto de colores.
En aquel instante a lomos de Azabache , me sentí uno con el cielo y la tierra.

Calgari
Grupo A


Los mozos de Villadrón

Había ido pa Villadrón muchas veces, que si a comprar útiles en casa de tío Eustaquio, que si a llevar unos sacos de harina a la Hospedería Mariví, que si pa las fiestas de la Virgen de Agosto o la romería de la ermita de San Roque. Pero esta vez era más de serio, que por entonces había estao yo pretendiendo a la Lucía, la hija mediana de los Sanchineses, que llevaba medio año insinuándose pero sin dejarme acercar ni sacarla a bailar en las verbenas de la plaza. Pa cuando casi había desistido y empezao a echarle el ojo a otras mozas, la Lucía me invitó a su casa pa que iría a conocer a sus padres. Ya le dije que casi no la conocía, pero me contestó que la conocía de sobras de tanto mirarla y preguntar por ella a sus amigas. Así que llegué a la casa to fue mu formal y mu serio. Que si los Sánchez (Sanchineses es el mote de familia) somos gente honrada y trabajadora, que si la Lucía valía mucho y estaba mu sana. Eso sí ques verdá, que está rolliza y de buen color. Que si cuanto ganao tenía el padre, que si el comercio rendía bien, que si pagábamos muchos jornales, que cuantas fincas irían para mi parte cuando padre no estuviera,… . Como que al salir de la casa, después de más de dos horas que parecieron mas largas que veinte misas, no atiné a me escabullir antes de que me se allegaran el José, el Nicos, el Tomasín, el Tobías y el Marceliano. Que no los vi venir. Aunque poco los conocía, como que se hacía amigos míos de toa la vida. Entre abrazos y empujones fuimos de bar en bar y les pagué cuatro rondas. Pa la quinta ronda íbamos pa la tasca la Parra, que está donde para la línea. Ellos tiraban pa la era y yo les decía que por allí no era. Y ellos, que sí, que son del pueblo y lo saben mejor que yo que soy forastero. Y entre risas, collejas y hacerse los borrachos me fueron llevando pa onde querían. Hasta que en un descuido me agarraron entre los cinco, que me levantaron como un fardo y me tiraron al pilón.

Que ahora son amigos de verdad y yo uno más de Villadrón, pero entonces los habría matao a tos.

Manuel Medarde
Grupo A


Al otro lado de la cadena

Estimado amigo Joao, ahora que regreso a mi pueblo querido y cuando mis huesos sienten el peso de un tiempo que fue, quiero hablarte mientras paseo por las calles empedradas de tu Río Onor camino de Braganza y entrelazo mis manos con la vara de la justicia que tanto significó para tí.
Siempre hablaban de fronteras, de límites y de cadenas. Pero tu y yo éramos meninos siameses, yo, del povo de cima camino de Puebla, y tú del povo de abaixo puerta de Montesinho. Una cadena nos separó durante años, hasta que te llevaron preso, hablaban de contrabando, y yo emigré a los astilleros.
Eras sabio Joao, de palabras bellas: "Só espero que quando a noite chegar você lembre que o día valen a pena lembrar.
Lembre-se de cómo é importante amar e se sentir amado, mesmo que os caminhos sejam estreitos " me decías. Siempre los dos cuceando demasiado, metidos en baburrinas y andurriales.
¡Eu carrego você em minha alma, bandido!
Aquí dejo la tala, junto al castaño. Marcho pal otro lado en breve.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Un deu

Se trata de un burro que tenía Sergio. Yo tenía en la mano un dedo doblao por una enfermedad que se llama Diputren. Lo cogí por el ronzal, pegó un tirón y me enderechó un deu, y casi no haz falta operame ya, operome el burro.

Sofía Sánchez
Grupo C