El paisaje como protagonista

En la sesión del lunes pasado hablamos de Jesús Carrasco y su libro Intemperie, una novela que ha entusiasmado a muchos lectores y que se ha convertido en un fenómeno de ventas.

Elena Ramírez, editora del libro Seix Barral), afirma lo siguiente: «Una mezcla muy personal de Miguel Delibes con Cormac McCarthy. La prosa de Jesús Carrasco es riquísima,el ritmo hipnótico, la trama sobrecoge hasta el punto de que al llegar al capítulo cuarto leía con la mano en el corazón. No consigo quitármela de la cabeza; es uno de esos libros que te cambian al leerlos».
La presencia del paisaje es muy importante en la novela. Se trata de un paisaje árido y duro que apenas ofrece cobijo a los protagonistas de la historia, un niño y un cabrero.

En este reportaje de Patricia Ortega podéis recorrer los paisajes que inspiraron a Jesús Carrasco:
Viaje a la intemperie


Tarea de escritura
En esta ocasión propusimos como tarea escribir un texto descriptivo en una situación límite. Imagínemos, por ejemplo, que es agosto, que el calor es insoportable y nos encontramos en medio de un páramo sin una sombra en muchos kilómetros. No tenemos agua en la cantimplora. Poco a poco se acerca la noche y nuestra vista apenas alcanza a ver un par de metros más allá. Entonces aguzamos el oído y el olfato y describimos todo cuanto sucede a nuestro alrededor y dentro de nosotros.

Estos son los trabajos enviados por algunos de los componentes del taller:


Aire perfumado
La tierra,
dormida en el espacio,
vela mi presencia.

Dueña del paisaje,
respiro entre las ramas
de un tronco humedecido.

En la imagen tallada de la tarde,
un mágico perfume
despierta mi recuerdo.

Caminan las horas de la luz
por el jardín de las nubes,
donde duerme la espera.

Limpia de vanas ilusiones,
la noche posa en mi quietud
para soñar un tiempo de voces
desnudas a la vida.

Sofía Montero García


"La sensación de agobio que me producía el calor que sentía bajo ese sol implacable era como la extensión de arena que tenía delante: infinita. Llevaba horas y horas avanzando sin rumbo a través de este paisaje continuo, inmutable, compuesto de dunas y más dunas, a cada cual más alta. Ni siquiera la mano en la frente haciendo sombra servía para que mis ojos pudieran distinguir el horizonte de este infierno sin llamas en tierra al que había sido condenado. A cada gota de sudor que recorría mi rostro mi sentido de la realidad se desvanecía poco a poco. No paraba de sufrir y no veía que aquello fuera a cambiar, y comencé a desear que el final llegara cuanto antes, imaginando que así quizás podría evaporarme y condensarme en el cielo como una nube que sirviera de esperanza en este paisaje de colores amarillo y azul eternos para los demás supervivientes, si es que quedaba alguno, de ese maldito vuelo que sobrevolaba el Sahara."

César Borreguero


u.N.a.

Vuelvo a llamar pero tan solo me contesta el eco de las rocas, rojas y polvorosas, dominadoras, en medio de la inmensidad. No puedo haber caminado mucho desde que, al darme la vuelta, me dí cuenta de que estaba sola. El sol del mediodía castiga, fuerte e inamovible, y el sudor hace que la ropa se me pegue al cuerpo como una segunda piel. El hombre, la mochila, la cantimplora. Estoy sola. No ceder al pánico. Engañar al tiempo. Llenar el vacío. Con letras grandes, con letras pequeñas. Seco, secas, secamos. Dos por dos, cuatro. Uno por uno, uno. Una por una, una. Soy una. Una, sola, en medio de la nada. Mis niños…Uno está recitando la poesía del Castillo Encantado. Tomando un baño. He dejado de andar. Encontrar un cachito de sombra a pie de roca. Esperar. A que decline el sol, pesado, potente, implacable. El sol es uno. Yo soy una. Lloro los picores en la piel, en las manos, en las piernas, en mi yo entero.
Suave, suave, el cuerpo que no siente.
El astro sigue su camino, quizás mi salvación. Menos brillo, la roca oscurece poquito a poco, la arena se ablanda. Un escalofrío me recorre de pie a cabeza. La temperatura va cediendo terreno. La garganta es de piedra, dolorosa. El goteo de saliva es como el último hilo que une con la vida.
Abro los ojos. La manta negra lo ha envuelto todo. Las estrellas titilan, fieles y cumplidoras. Una. A lo lejos. El corazón da un impulso y la sangre vuelve a fluir entre mis venas.
La cantimplora, la mochila, el hombre.

Sara Pérez


Se fue con la luna

Se arrancó unas espinas de cardos que se le habían clavado en el brazo. Siguió arrastrándose, ahora de espaldas, el pecho ya estaba en carne viva. Veía el cielo azul, inmenso, y un sol aplastante que terminaría por cegarlo. Todo estaba hecho. Todo estaba dicho. Morir iba a ser fácil. Solo quería que llegara la noche. Se iría contemplando la luna, adorando las encinas, maldiciendo la civilización, denigrando la mentira y la hipocresía. Morir iba a ser fácil. Vería por última vez las estrellas, oiría los grillos y chicharras a su alrededor. Algún buitre se acercaría para preguntarle cuánto le faltaba. Sentiría los agrios colmillos de los perros y lobos hincarse en sus costillas y escucharía su crujido. Morir iba ser fácil. Estaba lejos de hospitales, goteros, enfermeras malhumoradas, médicos revestidos de dioses, con bata blanca, salvadores de vidas. Ahora estaba ahí, agotado, sabía que quedaba poco, pero era su elección. Ya no temía nada. De su bolsillo sacó el último sobre de ibuprofeno, lo vació en el agua de la botella que le quedaba. Lo bebió casi de un trago. Comenzó a deshojar la margarita de sus recuerdos, su rostro iba reflejando cada pétalo: frente arrugada o tímida sonrisa. El sol se había puesto. Morir iba a ser fácil. Percibía un agradable perfume que le regalaba la noche. Por fin pudo ver la luna, la luna de julio, su luna. Una cálida y blanca luz le fue envolviendo… ¡era todo tan sencillo!... ¡Morir fue muy fácil!

Marcé Venttini


Tengo sed. Muchísima sed. Me muero por un mísero trago de agua y el ansiado líquido es lo único que consigue ocupar mi mente en estos momentos. Temo tragar un poco de saliva por miedo a que las paredes de mi garganta, tan dolorida como está, se resquebrajen por falta de práctica. Ya no recuerdo qué estoy haciendo aquí. No tengo más recuerdos de mi existencia que el sol castigador que me quema y asfixia desde hace varias horas. Todo a mi alrededor es de un color amarillo grisáceo que me atonta la vista y me anubla el entendimiento. No hay árboles,ni arbustos, ni rastrojos, ni siquiera hay piedras. La posibilidad de que haya animales en este lugar inhóspito se me borró de la mente hace tiempo. No hay absolutamente nada; y el eco de esta palabra en mi cabeza, me agujerea el pecho como una gran taladradora. Nada, nada, nada. Si al menos pudiera encontrar un lugar resguardado donde poder descansar mis insensibles piernas. Sin embargo, el destino no parece querer darme esta opción y sigo caminando en línea recta aunque sin un rumbo fijo en absoluto. Ya casi no puedo ver, mis ojos no obedecen mis órdenes y se niegan a abrirse. Acabo por tropezar; pero ya no siento nada. El olor a sangre fresca me marea y al mismo tiempo me recuerda que sigo viva aunque sólo sea por algún tiempo. Permanezco largo rato tumbada en el suelo, con las rodillas lisiadas, los ojos ciegos y la lengua seca, como el polvo que ahora mismo saboreo dentro de mi boca. Se va haciendo de noche y las quemaduras del sol de mi cuerpo, encuentran el consuelo en la helada brisa que ahora corre por este páramo desolador. Todo mi cuerpo está entumecido y estoy tan a gusto con esta nueva sensación de frescor que recubre y sana mis impedidas extremidades que no puedo hacer más cerrar los ojos y, al fin, morir.

Lucía Livianos


Soy hija del Páramo. Lo sé. La primera vez que le vi, lloré. Fue un llanto seco, plano, descarnado. Fue un llanto árido.
Yo misma gesté mi parto. Sucedió una mañana; cuando un escarpe, una falla inmensa quebró el cordón que nos unía. Sembré su pasión con arena, su entrega primitiva con arcilla. Perdí su sostén. Su abrigo. Desnuda amanecí en ese suelo de gres y marga. Ni almendros, ni naranjos. Ni acacias, ni caricias, ni promesas. Nada.
Recuerdo el frio espeso e inmutable que me recibió. El soplo de aire amoratado que forzó el llanto. Mi llanto. Ese llanto monótono e inacabable del que os hablaba antes. Y la fiebre, esa fiebre áspera y triste que le acompañó y que hizo de mí un rastrojo engarañado y rígido. Una retama que se abrazaba a un suelo calcáreo y silencioso. Infinitamente silencioso. Cuando llegó la tarde, estaba loca.
La locura es una llanura yerma, una dilatada masa de tierra sin matices, una planicie desolada con sabor a nieve, un mar de piedra donde la vida se agosta sin saberlo. Un paisaje sin mas paisaje que la sombra de una sombra que no existe.
Vagué por ese pedregal oscuro durante un tiempo tan alargado como su horizonte.
Fui un continuo ayer sin mañana. Una plegaria monoteísta a un Dios sin fundamento que me convirtió en sal. Sal dura de grava enferma.
Antes de que la noche llegara, oí como el subsuelo me invitaba a dormir entre sus lascas, a ser un sedimento más sobre su inmensa mano esquelética. Yo; seducida por su vacío, por mi vacío; le escuchaba. Perdí la consciencia. Pude morir. Lo sé. Lo sé. Lo sé… ¡Cómo no lo voy a saber!... Pude mor… Si no lo hice, fue porque un armiño blanco me encontró y de un salto dibujó una sabina sobre mi desgracia. Me veló en mi delirio estéril. Me dio agua. Un agua curtida por el sol y el hielo. Un agua recia, noble, con raíces. Un agua que sin cortejos manaba dulce y reposada en el cuerpo seco de un regato semiseco. Cuando abrí los ojos, el sol se apagaba despacito y el páramo…, el páramo brillaba con la dignidad del superviviente que sin mirar atrás, sin reprochar la dureza de su marcha, avanza.
Poco después, regresé a la campiña. Allí construí mi casa. Una casa que huele a pan y vino. A romero, a tomillo y a lavanda. Una casa que huele a aceite de rosas, a maíz y a cebada. Una casa con ventanas fértiles y onduladas y una puerta de madera tan viva que en su dintel brotan las bellotas como lo hacen las uvas en su parra. Una puerta de madera por donde entran y salen soles, vientos, estrellas, y tempestades. Una puerta de madera recia, noble, con las raíces que un día le trasmitió el agua de un regato semiseco que un armiño …
Hoy el aire desprende un fuerte olor a genista y retama. Alguien vaga por la llanura. Lo sé. Sombra de una sombra que no existe… Queda horizonte hasta que la noche caiga…
Si sobrevive… si sobrevive a la locura, a esa dilatada masa de tierra de sal dura sin mañana; cuando regrese, sus venas no serán sarmientos secos por los que fluya una sangre semiseca. Si sobrevive…, si el vacío no la aplasta, si el Dios por el que llora no la reduce a grava, cuando abra los ojos mientras el sol se apaga, verá el brillo de un páramo que sin mirar atrás, sin reprochar la dureza de su marcha, avanza.
Soy hija del Páramo. Lo sé. Un padre seco, plano, descarnado. Un padre árido.
Llevo sus raíces. Soy arcilla de su arcilla. Palpito al ritmo de su linaje. No es fácil… El infinito, lo inacabable, la libertad, la posibilidad de ser paisaje, la transparencia del aire… No, no es fácil.
Ahora os dejo. Tengo frío. Debe ser cosa de la sangre…

Ana Isabel Fariña


Intemperie

Tenía 5 años y mucho miedo por que sabía que a los niños solos los robaban.
Era verano y había venido a la ciudad acompañado de un grupo de vendedores y familiares que acudían a negociar con los productos del campo. Al atardecer, después del trajín del día, pararon a descansar y comer algo en una zona de ruinas al lado del río y El Niño se durmió.
Cuando decidieron montar en el camión para regresar a sus casas, su madre preguntó si El Niño se encontraba entre un grupo que iba acurrucado en el camión y alguien contestó que sí.
Al despertar, El Niño, solo oía a las luciérnagas, las estrellas y el croar de las ranas y por un momento pensó que estarían recogiendo los enseres y que su madre vendría a buscarlo. Miró a su alrededor pero no los vió. Estaba oscuro y pensó que si caminaba un poco hacia el siguiente foco de luz, seguramente conseguiría alcanzarlos. Pero no los encontró.
Con mucho miedo fue y volvió varias veces, buscó detrás de las paredes esperando que en cualquier momento aparecerían en algún rincón. Cuando comprendió que allí ya no se encontraba ninguno de su grupo, no lloró todavía. Recordó que antes habían estado en un bar cuyo dueño era de su pueblo, se armó de valor y marchó en su busca sin tener mucha idea de por dónde se encontraba.
Había pensado que si alguien le preguntaba que qué es lo que hacía un niño tan pequeño solo, le diría que iba a reunirse con su padre que le estaba esperando un poco más adelante.
Cuando dio con el bar, no se sabe cómo, en el momento en que el señor de su pueblo lo vio y sorprendido le preguntó, pero Niño, ¿qué haces tú aquí?, El Niño arrancó a llorar y sólo logró consolarlo con el regalo de una linterna, que El Niño enseñaría en primer lugar a todos los niños del pueblo que salieron corriendo a recibirlo cuando hacía su entrada en el vehículo que le transportó desde la ciudad.

Antonia Oliva


Último paseo

Despierto tirado en medio de un secarral donde sólo unas pocas hierbas y un par de matojos resecos se atreven a desafiar la nada de tierra dura que me rodea. En medio del dolor de cabeza que me impide razonar, noto la boca llena . Es mi lengua, engrosada, áspera, como si tuviera un estropajo en mi cavidad oral en vez de un apéndice de mi cuerpo. Ese cuerpo dolorido y ardiente bajo este sol sádico que abofetea cada centímetro de piel, que abrasa incluso las zonas que la ropa debería proteger. Obligo a mi cuerpo a responder. Tenso mis doloridos músculos e imponiendo mi voluntad a la de mis miembros, les obligo a tensarse y mantenerme erguido. Ese mínimo esfuerzo me deja resollante y sudoroso. Un sudor corrosivo que me resbala por la frente y se cuela en mis ojos, haciéndome emitir un quejido sordo al sentir como si hubieran vertido ácido en las cuencas.

No sé si a golpe de coraje o de instinto lo gro comenzar a caminar. Mis piernas responden cada vez mejor a cada paso durante lo que calculo será una hora; pero este sol que no da un instante de tregua va imponiendo su dictadura, y al cabo de ese tiempo ya no camino, sólo obligo a mis piernas a tropezar hacia adelante primero una y luego la otra. Este maldito sol arde en mi piel, que brilla roja, y en la que comienza ya a brotar alguna ampolla. Donde me cubre la ropa no es mejor. Mi camisa empapada emana calor húmedo que se suma al del opresivo ambiente para quemar mis fosas nasales. La ropa se pega literalmente a mi piel sin que tenga claro si podré separarla si llego a salir de este infierno.

No recuerdo mucho más. La falta de agua y mi cabeza a punto de reventar me convierten en un zombi errante. Mis pasos torpes y azarosos se dirigen a ninguna parte sin voluntad que los guíe.

Justo cuando la brizna de conciencia que me queda esta convenciéndose de que voy a morir aquí, el sol pasa la barrera del horizonte, dándome un momento de alivio. Hinco las rodillas en tierra, lloro sin lágrimas, mi boca debería emitir una risa histérica pero mi garganta está demasiado seca para emitir sonido alguno. Trato de controlar el ritmo de mi respiración, expulsar el fuego que me quema los pulmones e inspirar este aire plomizo, casi irrespirable, pero ahora, al menos, sólo casi. Me quito la camisa como puedo. Arranco algunos jirones de piel en el empeño. Miro al cielo y escurro el sudor que queda en la camisa sobre mi boca, pero cada gota es un alfiler en mi agostada garganta, y desisto.

El día ha caído, y mientras la luna ocupa su lugar, se levanta una brisa que por un momento alivia mi piel. A medida que la luna asciende, la temperatura baja. Mi boca y garganta, por el contraste sufrido en tan corto intervalo de tiempo, está acartonada; diría que si toso podría sangrar. La brisa que antes me aliviaba es cada vez más insidiosa, recordándome que el frío comienza a imperar donde antes reinaba el calor abrasador. Mi cuerpo empapado en sudor hasta la deshidratación lo nota aún más intensamente. El alivio que ha sufrido mi consciencia sólo me sirve para tener más clara la situación. Adquiero posición fetal tratando de guardar el calor que antes me atormentaba. Mis brazos y piernas progresivamente se van entumeciendo, acorchando, y el cansancio hace mella, adormeciéndome.

Después, la nada.

Miguel Ángel Pérez


La cita

Había amanecido la mañana perfecta, un sol radiante, que aunque tímido aún, dejaba vislumbrar lo que sería más tarde. El aire se colaba por la ventana con aroma a rocío de la mañana, procedente del parque de al lado, donde los pájaros llevaban ya horas dando cuenta del nuevo día.
Llevaba planeando y planificando aquel día con mucha antelación. Lo imaginó, luego lo ideó, posteriormente lo modificó una y otra vez, añadiendo y eliminando detalles, pensando en mil lugares diferentes para aquella cita. El penúltimo repaso a todos esos pequeños cabos sueltos había provocado que apenas hubiera dormido aquella noche. Aspiró profundamente aquel renovado aire matutino que apenas consiguió templar su estado de nervios ni dar un poco de color a su pálido espectro. Sincronizó su reloj con el mismo, como un soldado que sale de expedición, midió los siguientes pasos como si de ello dependiera el devenir del día, se acercó al teléfono y marcó uno a uno, con extremada calma, los números del móvil de Raquel, como si necesitara confirmar que la llamaba de verdad a ella. Mantuvo la respiración, oyendo cada tono retumbar en su interior hasta que al otro lado se oyó una voz, diciéndole hola. Raquel, le contestaba al otro lado con una energía espontánea. Sin controlar sus nervios, atropelladamente, le preguntó si estaba preparada, que la pasaría a recoger en una hora. Después de colgar, recuperó el aliento, y aunque tenía tiempo de sobra para recorrer los tres kilómetros y doscientos metros, que según el cuenta kilómetros de su coche le distaban de su casa, ya preparado como estaba, habiendo desechado la idea de desayunar y ultimando los detalles, echó un ultimo vistazo al espejo antes de salir, confirmando que no le gustaba lo que estaba viendo.
Llegó al barrio de Raquel, con cuarenta y dos minutos por delante, aparcó un poco alejado de su portal para que ella no pudiera verle, y sincronizando de nuevo su reloj, ahora con el del coche, se dispuso a repasar los siguientes pasos.
A las 12 en punto marcaba su número de teléfono, dejando que sonara hasta tres veces, antes de colgar. Arrancó el coche y lo acercó hasta la altura del portal, se miró en el espejo retrovisor antes de salir del coche, dejando el motor en marcha.
Aún tuvo que esperar quince minutos hasta que ella franqueara su portal. El sol amenazaba ya en serio desde lo más alto y sus manos sudadas luchaban contra el impulso automático de no volver a llamarla.
Cuando apareció, radiante, como aquel día de primavera, con su resuelta alegría, a el casi se le escapa el corazón por la boca. Era ella, guapa y risueña como siempre la recordaba, pero al verla aparecer con aquel atuendo compuesto por unos vaqueros blancos y una camiseta negra, elegante, pero que contrastaba con el suyo, tan clásico y esmeradamente elegido para aquella cita, le hizo tambalear, el sudor se acumulaba por todo su cuerpo y el nudo de la corbata le ahogaba.

-¡Uy, qué guapo, qué elegante…! , y en aquella exclamación había un tono de sorna y de cierta sorpresa, ¿qué celebramos? , mientras le daba un fugaz beso en los labios.

El se moría de vergüenza, el suelo se abría bajo sus pies, excusándose en que quizás el sitio donde iban exigiera etiqueta. Ella se detuvo rígida, en una expresión cómica, como el de un paso de ballet, y mirándole le preguntó si ella no iba elegante, seguida de una risa alegre. - No, no, contestó él, si estás estupenda, para nada, mientras se desanudaba la corbata al entrar en el coche.
Se pusieron en marcha, el intentando distraer sus nervios en la carretera, esperando que el sitio al que iban le gustara, ella trasteaba en la radio y le preguntaba si los discos que tenía, con una sonrisa maliciosa, también eran de gala. Así llegaron, el un poquito más relajado, ella tarareando la última canción que sonaba.
Después de salir de la ciudad y recorrer varios kilómetros por el asfalto con un paisaje árido, sin huella aún de la incipiente primavera y con algunas casas desperdigadas en medio del decorado, tomaron un cruce y a dos kilómetros por un camino de tierra llegaron.
El cielo límpido, el sol imponente y ante sus ojos se presentaba una extensa alameda que protegía un pequeño riachuelo. Aparcaron en un pequeño parking habilitado y por unos segundos se quedaron en silencio, admirando lo que tenían delante, haciendo un pequeño paréntesis en aquella agitada mañana, que el aprovechó para repasar de nuevo su programa, y que ella no tardó en romperlo con su inquietud insana, saliendo del coche corriendo, pidiéndole que la siguiera: -¡este sitio es estupendo!
Aprovechando la tregua que Raquel le daba, oteo aquel paisaje que conocía de tantas otras veces, confirmando que era el lugar ideal.
Ella regresó corriendo, sacándole de su ensimismamiento, y tirando de su mano comprobó su sudor aún intacto, a lo que el respondió nervioso que se debía al calor,

- normal, hijo, con ese trajecito, debes estar asándote-; y retomó de nuevo la exploración, soltándole la mano; alegre, risueña, haciéndole partícipe de cada novedad hallada. Resopló, agotado por la infantil vitalidad de ella, temió que no hubiera sido una buena idea, y desanudándose del todo la corbata, la guardó en un bolsillo de la chaqueta y de manera torpe echó a correr tras ella.

Cuando llegaron a la altura de un respiro que hacía la extensa alameda para dejar lugar a un amplio complejo que constaba de un restaurante que se encontraba ante ellos, con una amplia cristalera que dejaba entrever la agitada actividad que ya había en su interior.
Raquel se dio una tregua por fin y le cedió el papel de guía, dejándose llevar, no sin reiterar, con una amplia sonrisa, lo bonito que era todo aquello.
Accedieron al interior del restaurante, donde no había apenas comensales, hallándose en su mayoría en una terraza exterior que se encontraba apenas unos metros en la parte trasera del edificio justo delante del río. A Raquel aquel detalle la dejó más perpleja si cabe, y el quiso creer que por fin saldrían adelante sus planes.
Les acomodaron en una mesa, cuando el recordó que se había olvidado algo en el coche, por lo que le pidió que le disculpara un momento para ir al baño, que fuera pidiendo algo para beber. Corriendo moderadamente, para no perder tiempo y a la vez el sudor no volviera a aparecer, llegó hasta el coche y regresó. Una vez allí, buscó a un camarero antes de acercarse a la terraza y le pidió que por favor se lo guardara ya que quería darle una sorpresa a la chica que le acompañaba.
Salió, la observó, desde unos metros, sentada en la terraza, desmadejada, con su sonrisa a flor de piel, hermosa como nunca jamás la reconocería, y sentía que todo su ser temblaba. Se acercó sigiloso, como si no quisiera romper la magia de aquella estampa, ella miraba abstraída la pantalla de su teléfono, relajada, contemplativa, levantó la vista y le vio llegar, le miró, sonrió, y el se ahogaba en el pozo de su mirada.

-Me he pedido una cerveza, y su sonrisa se hizo aún más grande- aunque no se si será una bebida muy elegante, arrastrando la última sílaba junto con una hilarante risa.

En este restaurante tan elegante, y seguía riendo, porque es muy elegante y también debe ser “carante”. Y con ese juego de palabras rompió a reír del todo y yo no pude por menos que seguirla en su risa, abandonándome del todo, aunque no conseguía ahuyentar mis miedos y las dudas ante aquella cita, ante aquel importante día, pero que temía que para ella no fuera así.
Tras pedirme un Bloody Mary, con el consiguiente pitorreo de Raquel, pedimos la carta al camarero, elegimos algunos entrantes, nos dejamos recomendar alguna especialidad, y lo regamos todo ello con una exquisita botella de vino blanco; que provocó que por fin mis dudas se despejaran , templando mis ánimos, con el estómago lleno, sin señal alguna de mis nervios acosándome, y con la soltura que provoca el alcohol, comimos y bebimos, reímos y charlamos, disfrutando de la comida y una alegre sobremesa.

- ¿No te da calor la chaqueta?, me dijo en un momento dado. Tan elegante, el sitio tan apropiado para ello, tan nervioso… ¡qué misterio!, y abrió los ojos, tanto como podía, esos grandes ojos verdes que poseía.

Su ocurrencia hizo que el miedo volviera a florecer, las manos me sudaban y el alcohol ahora provocaba un efecto contrario al de euforia de antes. Debí poner una mirada lastimera, sin saber que decir, pues Raquel me obsequió con una pequeña caricia en la mejilla, que no sabía si interpretar como de cariño o de lástima.
La tarde se había pasado volando, apacible, con la montaña rusa de mis emociones a flor de piel y de repente, el cielo se tornó oscuro, como premonitorio de mi fallido plan. De pronto el sonido de un relámpago irrumpió de repente en el cielo, con su consiguiente trueno, lo que puso en alerta a los clientes que aún quedaban en la terraza, optando por refugiarse en el interior.
Mis esperanzas se quebraban, mi plan hacía agua como la que en breve iba a caer sobre esa terraza, y sin saber cómo reaccionar, ante la inminente llegada de la tormenta, observando el relax más absoluto en Raquel, que no se inmutó en ningún momento, fui en busca del camarero, apresurado, excitado, pidiéndole mis cosas, tardando este en reaccionar ante mi atropellada urgencia.
Mientras regresaba el camarero, salí fuera de nuevo, las primeras gotas ya hacían acto de presencia, pero Raquel seguía inmóvil, como si saboreara ese momento. Cuando me vio llegar, sofocado, nervioso, me sonrió, como si estuviera burlándose de mí, como si eso fuera lo que había estado haciendo en todo momento.
No se porqué, ni de dónde, ni cómo saque fuerzas de mi interior, pero me acerqué a ella y con una rodilla flexionada, en un gesto de caballero medieval, le dije que lo sentía, que no había sido el día que yo había planeado para ella, que me gustaba, que me gustaba mucho y que todas estos días que había estado a su lado habían sido los mejores de mi vida. Raquel me miraba desde su atalaya, contemplativa, dócil, como si se hubiera detenido el tiempo y la tormenta, dejándome hacer. En ese instante llegó el camarero con mi encargo, justo cuando la tormenta comenzaba a descender sin piedad sobre nuestras cabezas. La gente había terminado por refugiarse en el interior del local y el camarero me entregaba el ramo de flores y el paquete con un gesto de complicidad, y aguantando estoicamente el chaparrón, permaneció allí de pie, testigo impertérrito de aquella locura pasada por agua.
Me acerqué de nuevo a Raquel, que no había cambiado ni de postura ni de semblante, le entregué el ramo de flores, le dije de nuevo que me perdonara, mientras la tormenta arreciaba. Sus ojos se postraban en los míos y no acertaba a descifrar aquella mirada; mientras abría la cajita ella me miraba, dulce, compasiva, me acariciaba el pelo y sonreía.
Le mostré el anillo, aunque ella no apartó ni un momento sus ojos de los míos.

- Raquel, ¡te quiero!, puede que sea una locura, puede que te parezca precipitado, pero ¡te quiero!, lo siento así desde el mismo primer día que te conocí, y el paso de los días no ha hecho más que confirmarlo… Por suerte la lluvia me guarecía de las incipientes lágrimas que comenzaban a aflorar.

Ella soltó una risa más estruendosa que los truenos, se levantó y empezó a bailar bajo la lluvia. Reía y bailaba, bailaba y reía, yo estaba petrificado, no entendía, miraba al camarero que con un gesto de complicidad asentía.
De repente Raquel se acercó para buscarme, para arrastrarme junto a ella, bajo el agua, como en una danza maldita, y sin dejar de reír, me rodeo con sus brazos, y me besó en los labios, un beso dulce y mojado.

-Claro que quiero Álvaro, je jeje, que tonto eres, se te ve venir a lo largo. Ven, baila, disfruta de esta lluvia, mientras con un gesto me quitaba la chaqueta, me desabrochaba la camisa y me revolvía el pelo.

Me abandoné por completo a aquella locura, a la locura de Raquel, que la adopté enseguida como mía, con la adrenalina acelerando mi riego sanguíneo tras tanta tensión contenida.
Seguimos danzando en comunión con la madre naturaleza, con sus truenos y sus rayos; la lluvia nos hizo de madrina, y el camarero apadrinó aquella locura de aquellos dos clientes extraños, que de ahora en adelante celebrarían cada comienzo de la primavera con su particular danza de la lluvia.

José Ramón Cifuentes García


El tiempo desgasta las cosas, la memoria las distorsiona, el hombre las transforma y devora. Lo que antes había sido un reducto sencillo de belleza natural, el fuego lo había bosquejado de cenizas y sombras esqueléticas. El incendio había arrasado el paisaje deshabilitándolo de sus formas habituales y mi memoria ya no reconocía el espacio de aquel tiempo.
En el cortafuegos esperaba encontrar la salida. Los gemelos empezaban a sentir los calambres del cansancio y los pies soportaban la pisada de punzadas aceradas. Hacía ya un par de horas que había chupado las últimas gotas de agua. Y ahora caminaba sola. La decisión de separarnos para encontrar con mayor rapidez el sendero de regreso había sido un error; no sabía dónde estaba y el sentido de la orientación a esas alturas levitaba en la calima sin norte.

Es mediodía, quizá pasado el mediodía, la hora en que el aire levanta vapores ardientes desdibujando el horizonte atrayendo hacia una especia de ensoñación delirante en que vista y gusto se funden en una sinestesia pastosa de la lengua que se adhiere a los molares rastreando el terreno pedregoso, molido, desmembrado, sin visos de un tallo fresco.
Avanzo como un fantasma entre los troncos sin vida, agotados por la asfixia de un calor que no es el de este mediodía. Mi cuerpo es un fardo a merced de la inercia en una peregrinación sonámbula hacia el calvario de la supervivencia. Agua. Debo encontrar agua, un tallo reverdecido, una sombra para la cabeza, un hueco en la tierra donde sumergirme y enterrarme con la fatiga.

El zumbido pegajoso de las moscas se enzarza en una conversación incomprensible con los párpados, las pestañas se enredan agotadas de batallar con esa obstinación de aleteo y mantra, mientras las comisuras de la boca no pueden eludir el roce minúsculo de sus patitas recorriendo los restos blanquecinos de una saliva calcificada. Mi boca, una grieta más en la pendiente desnuda de este terreno; cada piedra que levantan mis pies es una grieta en mis labios, cada mota de polvo terroso es el recuerdo de mis papilas yermas.

Y la pendiente pedregosa y reseca continúa su ascenso sin rellano alguno. Con cada paso espero un corte que conduzca a una carretera, a una vieja vereda. Pero los palitroques calcinados exhiben su pálida verticalidad, desteñidos, inánimes. Una verticalidad cada vez más semejante a la mía. No camino, arrastro las huellas; ni siquiera me detengo a sacudir la bota de piedrecillas hirientes. Un hueco, un pequeño agujero, una leve oscuridad donde dormir mi pérdida. Un tronco hueco y su negrura. Un pequeño cobijo para mi sombra en brasas. Un pequeño reducto donde acoplar mis huesos y mi sudor salino.

Pienso mi rostro sin signos, solo piel abrasada y quebrada por la rojez de los rayos. Parezco una demente deambulando; soy una demente deambulando, embriagada de sol y alucinada de paisaje vacío. Pienso mi rostro de líquenes adheridos con codicia a la aspereza del tronco, mis dedos se anudan, se retuercen hasta estallar en brotes; los músculos de mis piernas se tensan, nervios y tendones penetran la tierra partiéndola en surcos donde amarrar las uñas que ciegas bucean la humedad...

Mi cuerpo se pliega en aristas acartonadas. La pupila se arroja al vórtice. Un cielo pleno de claridad se desploma horizontal y pétreo. Cielo. Todo cielo. Solo cielo.

Pilar Luengo

Memoria activa del pasado

La sesión del lunes 3 de febrero la dedicamos a Marcos Ana. Hablamos de sus memorias Decidme cómo es un árbol y de su libro Vale la pena luchar. Hicimos un breve repaso por su vida y por las muchas cárceles en las que estuvo. Hablamos de dignidad, de justicia, de ausencia de libertad.


Marcos Ana señala en el capítulo relacionado con el penal de Ocaña que la vida en la prisión fue muy dura y que en ocasiones hacían un llamamiento desde la cárcel al exterior para que escucharan sus palabras y se afianzara la lucha por su libertad: "Nosotros, desde nuestras cárceles enviábamos llamamientos al exterior para estimular la lucha por nuestra libertad, denunciando la represión que sufríamos. Yo escribí esta:"

PEQUEÑA CARTA AL MUNDO

Los dientes de una ballesta
me tiene clavado el vuelo
Tengo el alma desgarrada
de tirar, pero no puedo
arrancarme estos cerrojos
que me atraviesan el pecho.
Siete mil doscientas veces
la luna cruzó mi cielo
y otras tantas, la dorada
libertad cruzó mi sueño.
El Sol me hace crecer flores,
¿para qué, si estéril veo
que entre los muros mi sangre
se me deshoja en silencio?
No sabéis lo que es un hombre,
sangrando y roto, en un cepo.
Si lo supieseis vendríais
en las olas y en el viento,
desde todos los confines,
con el corazón deshecho,
enarbolando los puños
para salvar lo que es vuestro.
Si llegáis ya tarde un día
y encontráis frío mi cuerpo,
di nieve, a mis camaradas
entres sus cadenas muertos,
recoged nuestras banderas,
nuestro dolor, nuestro sueño,
los nombres que en las paredes
con dulce amor grabaremos.
Y en la soledad del muro
hallaréis mi testamento:
Al mundo le dejo todo
lo que tengo y lo que siento,
lo que he sido entre los míos,
lo que soy, lo que sostengo:
una bandera sin llanto,
un amor, algunos versos...
y en las piedras lacerantes
de este patio gris, desierto,
mi grito, como una estatua
terrible y roja, en el centro.



La tarea que propusimos fue escribir sobre la libertad, de forma libre. Hacer un llamamiento sobre el significado de dicha palabra, sobre las muchas situaciones que nos privan parcial o totalmente de libertad. Estos son algunos de los trabajos:


Condición de quien no es esclavo

Hoy esta definición de libertad es difícil de alcanzar con nuestro sistema de vida, pues nada más lejos de la realidad, en la que no hay más que situaciones que reflejan lo contrario, esclavo de los bancos, las hipotecas, trabajos precarios, consumo, directrices de los partidos, una situación contra natura que nos mantiene enajenados y nos impide realizarnos como personas.
Esta crisis debería ser un punto de inflexión para liberarnos de nuestras cadenas con una nueva escala de valores a todos los niveles, en la que primara el desarrollo personal, la solidaridad y una lucha constante por defender nuestros derechos, actuando en local y pensando en global, para con este nuevo sistema de vida, alcanzar esa preciada palabra LIBERTAD

Alfredo Domínguez


Breve reflexión sobre la libertad

El escritor Vasili Grossman, manifiesta que "la libertad es el tesoro de la vida".

A lo largo de la historia, tenemos miles de ejemplos, de personas que han sido perseguidas y encarceladas, por defender unas ideas distintas a las que marca el poder establecido.
Aún reciente, la esclavitud de los negros en África, por ser negros, eran deportados como esclavos a trabajar en plantaciones dirigidas por blancos.
En la II Guerra Mundial, los judíos fueron juzgados y exterminados por los alemanes.(No podían defenderse)
En la guerra civil española, los republicanos fueron juzgados y encarcelados por los nacionales.(No podían defenderse)
Las personas que han sufrido en sus propias carnes, la privación de libertad por defender sus ideas, son los que nos han contado sus experiencias y sus vejaciones por las cárceles por las que han pasado.
Por eso, a las personas, se las puede matar, encarcelar, vejar, pero a las ideas de buscar una justicia, no se les puede encerrar, encadenar o matar, los pensamientos tienen alas y traspasan las fronteras.

Luis Iglesias


Libertad es...

Libertad es ser tú mismo
Sin ir dando explicaciones
A cada paso que das
De todas tus deciciones.

Poder pensar diferente
A las mayores opciones
O a la de una minoría
Sin que nadie te cuestione.

Libertad es respirar
El mismo aire que los otros
Y no quitárselo a nadie
Porque es el aire de todos.

Que de izquierdas o derechas,
Que siendo cristiano o moro,
Sea primero el respeto
En las formas y en el fondo.

Miguel Ángel Pérez


Ocho meses, ocho, estuve en la cárcel, aunque no por haber delinquido si no por haber cometido el delito de aprobar una oposición de funcionarios de prisiones.
Cada mañana me dirigía a la enfermería, que era mi lugar de trabajo, dónde los presos no peligrosos, que requerían de atención sanitaria, hacían cola para entrar y, siempre alguno que otro, tenía alguna palabra alusiva a mi aspecto físico, ¡Qué guapa viene hoy! ó ¡que vestido tan bonito! aunque ese día fuera en pantalones. Ellos no se fijaban en la ropa simplemente miraban y veían el movimiento de una mujer que les llevaba el olor de fuera.
Los presos, en algunas ocasiones, acudían a la enfermería sin padecer ninguna dolencia simplemente para vernos a Tina, Carmen, Lourdes y a mí; en otros casos llegaban a autoinfligirse daño como arrancarse uñas, etc. para requerir nuestra atención o la de un especialista en el exterior. Albergaban la ilusión de poder vernos entrar cada mañana y les hacía felices si les debatíamos sus objeciones.
En el interior se habitúan a los espacios, asumen su rol y la imagen que proyectan en los demás, terminan por adaptarse, lo cotidiano pasa a ser lo normal e incluso apenas recuerdan la realidad de fuera que cambia cada día; por este motivo algunos no querrían ya salir de allí y cuando cumplen la pena y escuchan cerrarse la puerta tras de ellos se sienten inseguros y asustados. Hay quien vive más encarcelado fuera que muchos del interior de las prisiones.
No se debería “echar a los perros” a un preso cuando sale después de haber pagado por sus errores si no que debería dársele una segunda oportunidad en condiciones dignas, aunque este es otro tema.
Pero la mayoría saben que se están perdiendo la vida por haber cometido uno o varios errores o ser inocentes o víctimas y se lo repiten cada día hasta el punto de perder un poco las referencias externas. Que aunque te añoren fuera ya no tienes espacio y que cuando salgas tendrás que volver a comenzar desde el principio.
Estas personas son presos de por vida.
La libertad está en sentirte tranquilo tomando las decisiones que eliges por que quieres.

Antonia Oliva


Mentiría si dijera que soy libre hermano. Soy como tú; un prisionero, un cautivo, un esclavo. Bebí del pozo de los engaños. Ese agua turbia, ese lodo, ese barro me consagró. Bautizó mis ojos con fango. Su limo los abrasó casi por completo hermano, y ese casi; ese casi hermano, convirtió mi tortura en un suplicio mayor. En una pasión. En un calvario.
Consagrado, casi ciego, ví lo que me ordenaron, viví como me indicaron, hice siempre lo apropiado. Odié lo que había que odiar y como había que odiarlo. Amé lo que había que amar y como debía amarlo. Maté. Fui ejemplar. Siempre como debía hermano.
En ocasiones, por la fisura de un casi, penetraba una luz diferente. La ví. Tentadora, me tendía una mano. Tuve miedo hermano. La desdeñé. Volví al pozo y bebí hasta caer borracho. Me sometí y a este reptar sangriento le llamé vida hermano.
Mentiría si te digo que soy libre hermano.
Tengo los pies deformados de bailar día tras día, año tras año sobre conceptos equivocados; y las manos, mis manos hermano, son muñones. Las atrofié, se atrofiaron. El peso hermano. Quiseron poseer lo que no es de nadie hermano. De nadie hermano.
Mentiría si dijera que soy libre hermano. Soy como tú; un prisionero, un cautivo, un esclavo. Una vez , en mi jardín hubo un árbol. Dijeron es especial y dudé, dudé de mí, de mí, hermano. Quise saber. Olvidé que ya sabía. Quise ser Rey. Olvidé que ya lo era. Pensé que su fruto era mejor que el que brotaba en otros palos. Desconfié. Desconfié tanto… Robé. Me vendí. Me vendí por un fruto que crecía en un árbol. Un árbol que hubo en mi jardín. Un árbol que era especial. Un árbol envenenado hermano. Poco a poco, me perdí en la bruma de un zumaque lúgubre y macabro que arrugó casi por completo el aire. Una serpiente me chupó la sangre. Aún lo hace. Con ella; día tras día, año tras año, pinta las paredes de esta celda donde me consumo.
En ocasiones, por la fisura de un casi, penetra un aire suave. Lo huelo. Me acaricia. Tentador, suave, me susurra un secreto. Es un secreto secreto. Un secreto viejo. Un secreto olvidado. El mundo es un pañuelo –dice-. Un pañuelo de seda suave. Suave sonador de seda. El destierro es un embrujo. Se puede romper el hechizo –repite-. Romperlo es fácil. Sólo hay que confiar; confiar y dejar de arastrarse.
Cuando lo hace, cuando me acaricia la brisa por la fisura de un casi… siento que es cierto, que se puede estirar el aire.
Pero esta desconfianza que me invade me domina, y entonces… entonces busco a la serpiente y le ofrezco una vez más mi sangre. Me someto a su dictamen y repto, y a este reptar le llamo vida hermano.
Tengo la piel endurecida de tanto postrarme y los huesos, mis huesos hermano, se retuercen al ritmo caprichoso de un bebedizo que los desgarra a su antojo. Se arruga el aire hermano, se arruga…
Mentiría si dijera que soy libre hermano.
Soy como tú; un prisionero, un cautivo, un esclavo.
Te diré una cosa hermano, la libertad es un pozo donde el agua es siempre limpia y el aire se estira hermano.

Ana Isabel Fariña


Anónimo

Dios.
Patria.
Sangre.
Libertad.
Teneis nombre de muerte.

El herrerillo lo sabe
Por eso no habla
Por eso no calla
Por eso.

Luna canela, café y lavanda.
Noche celeste, noche parda, noche salmón… Noche esmeralda.
Tierra de arena. Tierra de plata… Tierra escarlata.
Tierra escarlata que nació blanca.

¿Oís? Es el herrerillo…

El herrerillo canta
Trino de poeta mudo
Gorjeo de savia anónima
Sólo violeta sin letras, sin cenizas, sin banderas, sin palabras.

Luna turquesa, castaña y malva
Noche dorada, arlequín y ambar
Tierra de arena. Tierra de plata… Tierra escarlata.
Tierra escarlata que nació blanca

¿Oís? Es el herrerillo…

El herrerillo canta
Monodia herética de aire blasfemo
Soy Dios, soy sangre, soy patria.
Soy Libertad.
Soy Tú

¿Oís? Es el herrerillo…
El herrerillo canta.
Canta sin nombre, sin enseña, sin pendón, sin estandarte.
Canta a una tierra de plata que el hombre pintó escarlata.

¿Oís?

Es la nube y es el delfín, es la hormiga y es la ola.
Es el árbol y es el león, es el elefante y es el halcón
Es la ardilla, es la lechuza, es el oso, es el girasol… Es… Son…
blasfeman.

Cantan los colores.

Ana Isabel Fariña


El quinto verano

Los últimos días apenas había dormido, apenas había comido. Habían sido horas y horas de combate intensivo, con una sola esperanza : vencer a las tropas ocupantes, hasta el último bastión, hasta el último soldado.
Pero, realmente, esos últimos esfuerzos, respaldados por un sentimiento de solidaridad recobrada en el intento final, pesaban poco en comparación con los cuatro años de lucha clandestina, desde que había integrado el Movimiento de la Resistencia, en contra de la Ocupación Nazi.
Cuando miré por la ventana y ví a la gente corriendo por decenas, por centenas, por millares, en una misma dirección, y en un sólo grito, supe que había llegado el momento, por fin, tan esperado.
No pensé en nada, sólo abrí la puerta, bajé las escaleras, y al llegar a la calle sentí como el aire chocaba contra mi cara, tal una bofetada. Fue como si el mundo volviera a nacer. Respiré el día nuevo a pleno pulmón hasta marearme. Entonces, atontado, ebrio, empecé a correr yo también, entre los niños y las mujeres, los hombres, algunos con rifles todavía, que como yo, tenían el sentimiento que ese día iba a ser imposible igualar en toda su vida.
Sin aliento, en lo alto de la Rue Monge me detuve un instante. Se perfilaba el Boulevard St Germain. El cielo azul contrastaba con el humo de los enormes carteles rojos con cruces negras, símbolos de los tiempos oscuros, que unos grupos iban arrancando a su paso y quemando en los montones de las barricadas que testimoniaban de los últimos días de combate. París desfigurada. París maltratada. París quebrantada. París ocupada. París endoctrinada. París colaboradora. Déspota. Sometida. Traicionada. Prostituida. Pisoteada. Violada. Supondría tiempo y esfuerzo superar las humillaciones, las pérdidas, los rencores, las desilusiones, los horrores.
Pero aquel día París amanecía desnuda, nueva, sin el velo negro que la había enlutado, negado, aniquilado, en estos últimos años, y nunca la había sentido tan mía.
No pude evitar echar un vistazo furtivo a las terrazas de los cafés, en busca de algunos soldados emboscados, listos para disparar a la muchedumbre. Pero la calle estaba limpia de peligro. Me costaba creerlo. Sería díficil deshacerme del miedo. El miedo a que me alcancen, el miedo a que me pillen, a mí, a los compañeros, a que nos torturen, a que nos maten, a que ganen.
Eché a andar otra vez pero ya con pasos firmes y medidos. Seguí el movimiento de la multitud hasta llegar a orillas del Sena. El agua corría límpida, lavada de la sangre derramada, serena, recobrando toda su fuerza y belleza ancestral.
En los puentes la gente bailaba, entonaba cantos revolucionarios que resonaban en los andenes hasta chocar contra las campanadas incesantes de Notre Dame. Me entraron ganas de llorar. Era un espectáculo fuera de lo común.
Quise pasar por los jardines de las Tuileries pero ya era imposible. Estaban cubiertos por una manta humana multicolor. A lo lejos destacaba, triunfador, el Arco.
Retrocedí unos pasos y opté por pasar por los andenes hasta salir a altura de los Campos Elíseos.
Place de la Concorde, de pronto, la ví. Estaba subida en un camión militar y lanzaba al aire flores rojas que la gente, a su alrededor, iba atrapando, borrachos de alegría.
Reprimí mis ganas de correr hacia ella. Me acerqué, lentamente. Ella, al verme, quedó sin movimiento alguno. Paralizada. Dejo pasar así largos minutos, mirándome, mientras la muchedumbre seguía cantando y bailando.
Estabamos libres.

A los que creyeron en ello…

Sara Pérez

En el centro de mi piel

Esófago de luz
lame mi cuerpo con la libertad del tiempo.

Rota la imagen,
un ritmo inyecta la palabra.
En un trágico latir,
devoro el sentimiento
con la sed de un despertar,
bajo la piel del deseo.

Extraña inquietud
carcome los recuerdos
para untar la textura de mis días
con el sabor de la mente.

Sofía Montero


Libertad

La palabra más importante después de
vida
es
libertad

La siento vibrar
cuando subo a los montes , cruzo arroyos
y miro el mar.

Revolotea en la conciencia,
empuja el corazón,
a veces hasta partirlo.

Está cuando canta el jilguero en el cerezo,
cuando la brisa mece los trigales en primavera,
cuando deshoja los árboles el otoño…

Sueño de fugitivos,
diosa prohibida de esclavos y presos.

Agita banderas,
rompe pendones,
amontona cadáveres en las cunetas.

En las llamas del fuego
danza excitada
y se cuela en la sonrisa de los niños.

La veo correr en el río
y caer con la lluvia y la nieve.

Truena hasta romper los cielos,
encabrita las olas del mar
hasta hacer añicos los escaparates
de los paseos marítimos .

Libertad
la lengua se enrosca y se traba
cuando llega a la letra “d”.

Sin ella mis venas
estarían vacías
y mis dedos sin movimiento.

Pero sobre todo se enreda
entre los pliegues grises del cerebro
hasta convertirme en su siervo.

Libertad,
¡siempre a tus pies!

Vicente M. Martín


Qué sabrán ellos de libertad
si la confunden con castigo
si ven confort entre esos muros
de tan peculiar destino

Qué sabrán ellos
si nunca probaron de tus lábios
si nunca oyeron el sonido
frio y metálico
apagarse tras tus pasos

Qué sabrán
si solo intuyen
castigo,droga,desconfianza...
si os tratan como bestias irrecuperables
de tan peculiar manada.

Qué sabrán
de tus noches y tus días,
para ellos es un simple día más
en su acomodada vida,
para vosotros, una marca en el calendario
de un día,ya,menos
en vuestra alegórica vida.

José Ramón Cifuentes

Si me adurmiera madre

La sesión del lunes, 27 de enero, la dedicamos a las nanas. Con el título de "Si me adurmiere madre", verso tomado de un poema de Juan de Timoneda, nos acercamos de puntillas a la canciones de cuna. Pero antes comentamos algunas cuestiones recogidas en el excelente prólogo de Carmen Riera en "El gran libro de las nanas" (El Aleph), leímos algunos textos del "Libro de nanas" (Editorial Media Vaca) y de "Nanas para dormir desperdicios" de Francisca Aguirre que hace unos días perdía a su marido, el poeta Félix Grande.
Recordamos la nana de este gran poeta "Nanas para la metralla" dedicada a su hija y comentamos algunas cuestiones relativas a un excelente texto firmado por Federico García Lorca, una conferencia sobre las nanas que dictó en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Dejamos aquí un extracto:

[...] Hace unos años, paseando por las inmediaciones de Granada, oí cantar a una mujer del pueblo mientras dormía a su niño. Siempre había notado la aguda tristeza de las canciones de cuna de nuestro país; pero nunca como entonces sentí esta verdad tan concreta. Al acercarme a la cantora para anotar la canción observé que era una andaluza guapa, alegre sin el menor tic de melancolía; pero una tradición viva obraba en ella y ejecutaba el mandado fielmente, como si escuchara las viejas voces imperiosas que patinaban por su sangre. Desde entonces he procurado recoger canciones de cuna de todos los sitios de España; quise saber de qué modo dormían a sus hijos las mujeres de mi país, y al cabo de un tiempo recibí la impresión de que España usa sus melodías para teñir el primer sueño de sus niños. No se trata de un modelo o de una canción aislada en una región, no; todas las regiones acentúan sus caracteres poéticos y su fondo de tristeza en esta clase de cantos, desde Asturias y Galicia hasta Andalucía y Murcia, pasando por el azafrán y el modo yacente de Castilla.

Existe una canción de cuna europea, suave y monótona, a la cual puede entregarse el niño con toda fruición, desplegando todas sus aptitudes para el sueño. Francia y Alemania ofrecen característicos ejemplos, y entre nosotros, los vascos dan la nota europea con sus nanas de un lirismo idéntico al de las canciones nórdicas, llenas de ternura y amable simplicidad.
La canción de cuna europea no tiene más objeto que dormir al niño, sin que quiera, como la española, herir al mismo tiempo su sensibilidad.
El ritmo y la monotonía de estas canciones de cuna que llamo europeas las pueden hacer aparecer como melancólicas, pero no lo son por sí mismas; son melancólicas accidentalmente, como un chorro de agua o el temblor de unas hojas en determinado momento. No podemos confundir monotonía con melancolía. El cogollo de Europa tiende grandes telones grises ante sus niños para que duerman tranquilamente. Doble virtud de lana y esquila. Con el mayor tacto.
Las canciones de cuna rusas que conozco, aun teniendo el oblicuo y triste rumor eslavo, pómulo y lejanía, de toda su música, no poseen la claridad sin nubes de las españolas, el sesgo profundo, la sencillez patética que nos caracterizan. La tristeza de la canción de cuna rusa puede soportarla el niño, como se soporta un día de niebla detrás de los cristales; pero en España, no. España es el país de los perfiles. No hay términos borrosos por donde se pueda huir al otro mundo. Todo se dibuja y limita de la manera más exacta. Un muerto es más muerto en España que en cualquiera otra parte del mundo. Y el que quiere saltar al sueño se hiere los pies con el filo de una navaja barbera.
No quiero que crean ustedes que vengo a hablar de la España negra, la España trágica, etc., etc., tópico demasiado manoseado y sin eficacia literaria por ahora. Pero el paisaje de las regiones que más trágicamente la representan, que son aquellas donde se habla el castellano, tiene el mismo acento duro, la misma originalidad dramática y el mismo aire enjuto de las canciones que brotan en él. Siempre tendremos que reconocer que la belleza de España no es serena, dulce, reposada, sino ardiente, quemada, excesiva, a veces sin órbita; belleza sin la luz de un esquema inteligente donde apoyarse y que, ciega de su propio resplandor, se rompe la cabeza contra las paredes.
Se puede encontrar en el campo español ritmos sorprendentes o construcciones melódicas llenas de un misterio y una antigüedad que escapa a nuestro dominio; pero nunca encontraremos un solo ritmo elegante, es decir, consciente de sí mismo, que se vaya desarrollando con serenidad querida aunque brote del pico de una llama.
Pero aun dentro de esta tristeza sobria o este furor rítmico España tiene cantos alegres, chanza, bromas, canciones de delicado erotismo y encantadores madrigales. ¿Cómo ha reservado para llamar al sueño del niño lo más sangrante, lo menos adecuado para su delicada sensibilidad?
No debemos olvidar que la canción de cuna está inventada (y sus textos lo expresan) por las pobres mujeres cuyos niños son para ellas una carga, una cruz pesada con la cual muchas veces no pueden. Cada hijo, en vez de ser una alegría, es una pesadumbre, y, naturalmente, no pueden dejar de cantarles, aun en medio de su amor, su desgano de la vida.  [...]

Aquí tenéis la conferencia completa: "Añada. Arrolo. Nana. Vou veri vou"



Propuesta de escritura
El cd “Nanas contemporáneas (Canciones de ternura en los tiempos del rencor)” nos ofrece unas nanas llenas de desesperación ante el incierto futuro de nuestros niños en un tiempo dominado por el odio. Pero detrás de esa desesperación se esconde la belleza que nos hace mirar aún con cierto optimismo hacia adelante.
¿Qué tipo de nana escribiríamos a un bebé de hoy? ¿a qué miedos debe enfrentarse el niño a la hora del sueño? Trata de responder a estas preguntas en un texto. Si es una nana aún mejor.

Aquí están algunos de los trabajos enviados hasta ahora por los participantes en el taller:


No llores mi niña
no llores mi bien
papá hoy trabaja
y mañana también

No tengas pena
no tengas miedo
si estoy a tu lado
yo todo lo puedo

Vigilo que nadie
enturbie tu sueño
de toda la noche
yo me haré dueño

Duerme mi niña
duerme mi bien
papá hoy trabaja
y mañana también

No pases frío
toma mi manta
que el calorcito
los males espanta

Qué guapa es mi niña
qué boca más tierna
cuando se duerme
estira una pierna

Sueña mi niña
sueña mi bien
papá hoy trabaja
y mañana también

Qué oscura la noche
qué claros los días
duérmete vida
con alegría

Mi niña se duerme
con su peluche
y sus miedos los guardo
en un estuche

Ríe mi niña
ríe mi bien
que papá hoy trabaja
y mañana también

Vicente M. Martín


Nana a mi peluche

No tengas miedo, Panchito,
las estrellas te iluminan,
se posan en tu regazo
y juegan en tu carita.

Cubierto en un largo sueño
descansas en tu cunita.
Los miedos se van marchando,
se acerca ya la lunita.

Tus pupilas se han cerrado
con mi nana favorita.
¡Que tengas alegres sueños
hasta comenzar el día!

Cuando los rayos de sol
se sienten en tu cunita,
tus ojos despertarán
con alegría infinita.

El cielo se volverá
azul clarito enseguida
para ver tu bello rostro
radiante y lleno de vida.

Los ojos de mi peluche
parecen dos ventanitas,
abiertas a la ilusión
de vivir un nuevo día.

Sofía Montero


Nana de las guerras olvidadas(En humilde homenaje a Médicos Sin Fronteras)

Silban las balas
allá en la noche,
suenan sirenas,
estallan coches.

Sé que no hay agua,
falta comida,
pero tu madre
no está vencida.

Fallan las fuerzas,
no tiene cuerpo,
pero su amor
vela tu sueño.

Silban las balas
allá en la noche,
pero están lejos,
tú no te azores.

Piensa en el hombre,
rojo chaleco,
que ha prometido
llevarnos lejos.

Miguel Ángel Pérez


Nana a Pablo y Alonso

Alonso y Pablo se van a dormir
Han visto la luna que está por allí.
Pablo quiere saber si en todos los sitios es de noche a la vez.
Alonso pregunta:
¿Dónde está el sol?
Contesta mamá: el sol ha ido a Perú a ver a papá.

Ahora nos ha mandado la luna para que vosotros durmáis mientras él está despierto.
Alonso y Pablo tiran un beso a la luna y se duermen.

Teresa Sanz


Este minino llora,
llora de miedo
Siempre la noche roba
su dulce sueño.

Duerme minino duerme
que esa raposa,
nunca podrá encontrarte
si tú no lloras.

Algodoncito dulce
de azúcar tierno
luce, la luna luce
clara en el cielo

Clara en el cielo
luce, la luna luce
algodoncito dulce
de azúcar tierno

Este minino ríe
ríe de dicha
ya la noche no puede
robar su dicha

Un platito de leche
muy templadita,
y una mantita verde
bien calentita

Una cunita blanca
que surque el cielo,
y una sonaja cana
que entone un cuento

Un tejadito rojo
con chimenea,
y una ventana abierta
a la ribera.

Duerme minino duerme
que esa raposa
nunca podrá encontrarte
si tú no lloras

Este minino sueña
sueña de nuevo
que una cometa preña
al mundo entero

Mundo de caramelos
cielo de cielos
manzanita sin celos
y sin recelos

Algodoncito dulce
de azúcar tierno
manzanita que luce
cielo de cielos

Duerme minimo, duerme,
que esa raposa
nunca podrá encontrarte
si tú no lloras

Duerme minimo, duerme,
duérmete ahora
que tus ojitos mecen
toda la aurora.

Ana Isabel Fariña


En silencio

La luna se mueve,
al son de la tuna.

Cambiando de cara,
nos hace figuras.
Escondida entre nubes,
parece dormida,

Mece a los niños,
que están en la cuna,
entre nubes de algodón,
y almohadas de espuma

La luna se mueve,
al son de la tuna,
soñando caricias,
y gotas de lluvia.

Amanece,
el sol tiene prisa,
la luna desaparecerá
al son de la tuna.

Luis Iglesias



Duérmase madre que el sol ya se fue
y todos sus males se fueron con él
Duérmase madre       
Duérmase ya                         
El rayo sestea. Los orcos se van.

Duérmase madre, la noche llegó
y con su sosiego el mundo calmó.
Duérmase madre
Duérmase ya
El rayo sestea. Los orcos se van.

He visto a la noche. La he visto llegar
Traía en su manto una llave especial
Duérmase madre.
Duérmase ya.
El rayo sestea. Los orcos se van.

La llave era blanca, de un blanco lunar
La llave de un mundo donde sólo hay paz
Duérmase madre
Duérmase ya
El rayo sestea. Los orcos se van.

La paz que  en mi tiempo su mano sembró
La paz que en su rostro el tiempo tejió.
Duérmase madre
Duérmase ya
El rayo sestea. Los orcos se van.

Tiempos de hambre que supo engañar
con risas  y cantos en torno al hogar
Duérmase madre
Duérmase ya
El rayo sestea. Los orcos se van.

Mañana de nuevo el doctor vendrá
Traerá entre sus manos la cura a su mal
Duérmase madre
Duérmase ya.
El rayo sestea. Los orcos se van.

Un  rico brebaje que vive en el mar
Entre mil corales y estrellas de mar.
Duérmase madre.
Duérmase ya.
El rayo sestea. Los orcos se van.

Duérmase madre que todo está bien
El río rezuma perfumes de miel
Duérmase madre.
Duérmase ya.
El rayo se ha ido. Los orcos se van.

Duérmase madre que el sol ya se fue
Duérmase madre que todo está bien.
Duérmase madre.
Duérmase ya.
El rayo sestea. Los orcos se van.

Ana Isabel Fariña


Nana

Mi niño
En la escuela
Ríe pero ríe triste
Se le van los ojitos
Distraídos fuera

Qué busca mi niño
Un universo entero le daría
Si pudiera

Lloró mi niño
Quien tiene la culpa
Por qué a ti
Impotencia

Engaña al hambre
Con un sobre de azúcar
Que le han dado en la escuela

La madre canta
El niño llora
Por su innata emoción

Mi niño no llora
Corre desnudo
Y juega y se pega
Como cualquier niño

Mi niño está enfermo
No rinde en la escuela
Y se duerme
Su madre es ausente

Pasa frío
Y yace encogido
Sin pensar en salir
Indiferencia

Fabrica un juguete
Con cartón e hilo
Y la imaginación
Hace el resto

El niño lo entiende
Se resigna
Y algún día podrá olvidar

Antonia Oliva


El Niño Mundo

Duerme niño lindo,
Duerme niño hermoso,
Cuando entres en sueño
No se te olvide dibujar,

Duerme niño lindo,
Duerme niño hermoso,
Cuando entres en sueño
No se te olvide regalar,

Al niño que pasa hambre
Un cachito de chocolate
Un cachito de tu lumbre

Duerme niño lindo,
No se te olvide dibujar

A los niños caminantes
Un barquito de papel
Un barquito de ternura

Duerme niño hermoso,
No se te olvide regalar

A los niños escopetas
Cañonazos de purpurina
Cañonazos de alegría

Duerme niño lindo,
No se te olvide dibujar

A la niña sin carné
Una casita con calor
Una casita con amor

Duerme niño hermoso,
No se te olvide regalar

A la niña siempre triste
Una muñeca juguetona
Una muñeca inocente

Duerme niño lindo,
No se te olvide dibujar

Al niño carga ladrillos
Lapiceros de colores
Lapiceros escolares

Duerme niño hermoso,
No se te olvide regalar

A la niña sin melena
Una sonrisa amistosa
Una sonrisa victoriosa

No temas vida mía, no te asustes,
Cuando vengan unas y otras noches,
Estaré para espantar tus pesadillas
Y pintaré para ti millones de estrellas

Y cuando por fin sueltes mi mano
Quiero que en tus sueños llegues
A campos de flores multicolores
Y contigo, algún día, El Niño Mundo.

Sara Pérez