La obsolescencia del amor

Esta semana nuestro lugar de reunión en la Bïblioteca parecía la sala de espera de Cardiología del Clínico. Todo el mundo quería comprobar la solidez y consistencia de su corazón y su concepto de amor, un tema complejo que pusimos sobre la camilla de operaciones. “Nada sabe de amor quien vuelve vivo” escribe Antonio Sánchez Zamarreño, "Largo se le hace el día a quien no ama" señaló Claudio Rodríguez en uno de sus poemas, "Tu me llamas, amor, yo cojo un taxi" es el modo en que Luis García Montero inicia uno de sus poemas.
Abrimos la sesión con la canción "Se nos rompió el amor" en la versión de las hermanas Fernanda y Bernarda de Utrera y con el poema "Los amorosos" de Jaime Sabines. Hablamos después de los múltiples adjetivos que acompañan al amor como cortés, romántico, fou, platónico o líquido. Y tratamos de realizar un diagnóstico sobre este último. Para ello tomamos como punto de partida los artículos "¿El amor caduca?" y "La caducidad del amor", este último firmado por Valeria Villalobos.
Laura Baralt lo tiene claro, el amor tiene "Fecha de caducidad".



Imagen tomada del artículo "Amores de obsolescencia programada"


Hablamos también de la importancia de la química. Y recordamos la letra de la canción escrita por Jesús Bola pero cantada por Diego Carrasco titulada "Más química":

Dame arsénico sí quieres
pero azufre tú también, por Dios
Llevo bario días que belirio por ti
y me siento bisminuto.
Me enaboro de ti y no bromeo, cadmio mío.
Si a calcio me quieres, te lo digo en cerio,
zinc ti me siento estaño.

Teluro en plata que te hierro.


Lope de Vega, expero en amores y desengaños. nos ayudó a componer las piezas de una posible definición sobre el amor con su soneto 126:

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Y finalmente leímos y comentamos algunos textos del libro Microrrelatos de amor y desamor.

 

Propuestas de escritura

1. Escribe un texto breve a partir del primer verso del soneto "Puntos suspensivos" de Joaquín Sabina: "Lo peor del amor cuando termina..."

2. Escribe un texto libre que refleje la caducidad del amor.



Y esos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Vacío

Lo peor del amor cuando terminó, y lo mejor a la vez, fue dejar atrás un episodio de su vida. El mismo vacío que la invadió y la dejó sin aire para respirar, le liberó el espacio para volver a llenarlo con nuevas experiencias.

M. Maximina Moreno


Naufragio
Todo fue navegar

En lontananza
con el viento a favor
como la vida misma.
Días de asueto y alegría,
pasaron tan de prisa
que nos olvidamos del tiempo.
Donde había fuego
contenido, al final , el volcán
escupió la lava, y,
nos quemó por dentro.
Los días de calma se esfumaron,
nos sorprendió la tormenta;
sin poder enderezar el rumbo
apareció el naufragio.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


El disfraz de gallo

He de decir, que yo de mayor, nunca me he disfrazado durante los carnavales, y creo que se debe, a que cuando era pequeño, en mi pueblo no se celebraban.
Pero cuando tuve los hijos en edad escolar, mi mujer un año a mi hija la hizo un vestido de bruja con gorro y escoba incluida y a mi hijo un disfraz de pollo, y así fueron al colegio todo guapos. Yo acudí a verlos por la tarde, y allí estaban jugando todo contentos en el patio, donde pude apreciar, que por lo menos había otros diez niños vestidos de pollos, y distinguí a la maestra vestida de gallina, y lo primero que me vino a la mente: “Falta el disfraz de gallo”.

Luis Iglesias
Grupo B


Caducidad del amor

El amor de pareja, al ser algo subjetivo y personal, puede tener muchas interpretaciones.
Yo, con mi manera de pensar, opino que no tiene caducidad, no es un yogur, ni una lavadora, por poner dos ejemplos.
Me viene a la memoria un recuerdo que puede servir de ilustración a mi manera de pensar.
En el año 2022, dos días después del lunes de aguas, llevé a mi mujer al centro de salud a curar unas heridas de la pierna, y le preguntó a la enfermera si había celebrado el lunes de aguas, a lo que la respondió, que sí, que estuvo con unos amigos.
Mi mujer la agarro cariñosamente el brazo, y le dijo: “Mi marido y yo llevamos 50 lunes de aguas juntos”.

Luis Iglesias
Grupo B


Obsolescencia del amor

Lo peor del amor cuando termina
es un refugio sin dueño,
es un entierro sin muerto,
es un misterio a destiempo,
es ácido en la garganta,
es un vacío sin beso,
es la eterna tarde solo,
es el estrago del miedo,
es una arruga en el alma,
es un dolor sin gemido,
es un cuerpo sin abrazo,
es la duda sin recuerdo,
es la tristeza infinita
que se derrama en silencio.

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A


De mudanza

Le grito a los silencios
en los que me hallo atrapada.
Acallo voces interiores
que me atormentan el alma.

Me escondo de sonrisas absurdas,
de miradas puras, que engañan.
No hay besos ni caricias
pararecoger tanta lágrima.
El consuelo, no lo encuentro ya
entre tus sábanas…

Es hoy,
loque del ayer nos separa.
Tú me tiendes la mano,
soy yo, quien no logra alcanzarla.

Es en esta soledad,
donde me encuentro más acompañada.
Aunque la vida se me vaya…

Eva Hernández
Gruño A


Candados de amor

Dos candados que colgaban de la barandilla del Puente Enrique Estevan discutían sobre la felicidad de las parejas a las que representaban. Porfiaban sobre cuál de los dos simbolizaban un amor más profundo y verdadero. Sin duda, cada uno tenía sus razones. Uno, el de latón, con un grabado de una iguana, que parecía antiguo, pero que, en realidad, era una imitación, defendía que él era más hermoso, que había sido exquisitamente trabajado, como el afecto de sus dueños, y, además, mostraba más sensibilidad porque temblaba cuando admiraba el ocaso sobre el río y cuando, por azar o deseo, le acariciaba algún transeúnte. El otro, de acero y diseño moderno, presumía de que él sería más duradero y resistente, que no importaban las inclemencias, la lluvia, nieve o granizo, él estaba bien engarzado a la forja, y aguantaría, como lo haría su pareja de enamorados. Además, brillaba intensamente a la luz de la luna llena, lo que significaba el cariño y admiración que se profesaban sus propietarios. Así, no pasaba un día sin que los dos candados debatieran sobre el vínculo del amor y sus evidencias. Razonaban, argüían, polemizaban, hasta que se acaloraban, especialmente si era agosto, y se daban la espalda con gran enojo. "¡Que corra la brisa!"
La contienda se acabó cuando llegó ella con una llave, que se creía perdida, arrojada a las aguas. Ella la metió en la cerradura. El candado de latón cayó inexorablemente al río. "¡Este asqueroso candado, que se hunda en el lodo del fondo como se ha hundido mi vida! ¡Asco de iguana! ¡Asco de puestas de sol! ¡Asco de relaciones de pareja!"
El de acero lo tuvo peor. Allí se quedó solo sin su compañero de controversias y con angustia por la incertidumbre de no saber si no venían porque sus representados eran una pareja feliz o, simplemente, porque lo habían abandonado en su indiferencia, una indiferencia tan duradera como el acero, tan inquebrantable que ni una cizalla lo conseguiría destruir.

Marisa Sánchez
Grupo C


El juego del amor

La vida es un tablero
de mil juegos mundanos,
divinos, cuasihumanos,
que marcan el sendero.

La vida es un casino
de luces y colores.
¡Hagan juego, señores,
apuesten su destino:
ruletas laborales,
barajas para el ocio,
los bombos del negocio,
dados medicinales!

Hay juegos bien triviales,
un puro pasatiempo para el ego.
También los hay mortales.
Y luego está el amor, que es más que un juego.

El juego del amor es adictivo
y el hombre nace ya con su moneda.
Amor y Desamor son las dos caras.
Quien busca ser feliz la lanza y juega.

Creyó que era su vida
y se la entregó entera,
en una sementera,
la noche de san Juan.
Pasados cuatro meses
lame sus amarguras,
encinta, sola, a oscuras,
lejos de aquel truhán.

La yunta de aburridos
avanza bostezando,
sopor acumulando,
sin gota de emoción.
Después de treinta años,
así viviendo juntos,
parecen dos difuntos.
¡Qué pena, que aflicción!

El juego del amor es adictivo
y el hombre nace ya con su moneda.
Amor y Desamor son las dos caras.
Quien busca ser feliz la lanza y juega.

Aunque era un alma frágil,
miraba con hechizo
y un grato bebedizo
vertía en su besar.
El hombre que la quiso,
perdiendo la cabeza,
se muere de tristeza
y es viudo a su pesar.

Perfecta caprichosa,
al chico le encantaba,
y aún más si le mostraba
su ser superficial.
Aun siendo almas gemelas
tal era su egoísmo
que allí surgió un abismo
y un odio visceral.

El juego del amor es adictivo
y el hombre nace ya con su moneda.
Amor y Desamor son las dos caras.
Quien busca ser feliz la lanza y juega.

Soñaba con dos hijos
y un hombre de fortuna
que diérale la luna,
volviendo así a nacer.
Casó al fin con un pobre,
seis niños tiene ahora,
el hambre la devora
y no sabe qué hacer.

Borracho en la taberna,
de noche pendenciero,
sin seso ni dinero,
¿quién se iba a en él fijar?
La más golfa del pueblo,
la que menos esconde,
y mira tú por dónde
se quieren a matar.

El juego del amor es adictivo
y el hombre nace ya con su moneda.
Amor y Desamor son las dos caras.
Quien busca ser feliz la lanza y juega.

No era mujer bonita,
ni alegre, ni educada,
mas viole en su mirada,
guardar fidelidad.
Al cabo de diez años
de darse ambos sin traba
ningún mortal dudaba
de su felicidad.

Lancemos la moneda.
Busquemos nuestra dicha.
Movamos pronto ficha.
¡Salgamos al Amor!
Quedarse con lo puesto
y no arriesgarse nada
es muy mala jugada
y un canto al Desamor.

El juego del amor es adictivo
y el hombre nace ya con su moneda.
Amor y Desamor son las dos caras.
Quien busca ser feliz la lanza y juega.

Óscar Martín
Grupo A


¿Por qué la obsolescencia programada de los electrodomésticos está relacionada con el final del amor?

Porque…

…cuando el mando a distancia deja de funcionar solo se ve el canal que elladecide.
…al estropearse la cafetera solo se toma café soluble.
…el termostato de la lavadora falla con sus vestidos más delicados dentro.
…la máquina de afeitar comienza a soltar pelos por todas partes.
…el tostador de pan carboniza todas las tostadas.
…el calefactor se incendia uno de los días más gélidos de primavera.
…el secador de pelo empieza a hacer un ruido infernal.
…el friegaplatos deja los cubiertos sucios y los vasos con marcas de labios.
…ella le quema la camisa de flores con la plancha averiada.
…la placa base del portátil está dañada cuando él intenta hacer una copia de seguridad de las carpetas de trabajo de ella.
…él se empeña en asar el pavo que había criado la madre de ella, el mismo día que se funden dos resistencias del horno.
…a la cadena de música se le muere el amplificador cuando ella la utiliza.
…la nevera deja de enfriar, se estropean los centollos y no hay hielo para los cuba-libres.
…al desprogramarse el robot de cocina tienen que cocinar por el método tradicional.
…el aire acondicionado se queda sin líquido en lo más tórrido del verano.
…al móvil se le agota la batería cuando él intenta llamarla para hacer las paces.

Y así hasta el infinito. Y así no hay amor que cien años dure.

Manuel Medarde
Grupo A


Y todo lo nuestro acabó

Recuerdo aquellos inicios, aquellas miradas, aquellos roces, aquellos paseos juntos, aquellas primeras “manitas”, aquellos susurros por lo “bajini”, aquel primer brazo por encima de los hombros que en ocasiones se transformaba en un ligero achuchón.
Lo que merece mención honorífica en mis recuerdos fueron los bailes. Los bailes de salón.
Comenzábamos con los bailes sueltos y pasábamos a los agarrados o “arrimados” a continuación.
Mis favoritos eran los “superlentos” como los de Matt Monro y Adamo; recuerdo especialmente “todo pasará” y “alguien cantó” del primero y “mis manos en tu cintura” y “cae la nieve” del segundo.
Con aquellas canciones acaricié tu pelo, tu cintura, te susurré al oído alguna frase algo picante y arrimé mi mejilla a la tuya. Había momentos en que tenía la sensación de ir flotando, como caminando entre nubes, sin ni siquiera llegar a pisar el suelo.
Aquello duró unos años.
Después la relación se consolidó, se hizo firme, pero fue perdiendo encanto. Bajamos de las nubes y llegamos a los verdes prados.
De los verdes prados pasamos al asfalto y del asfalto a los lodazales; a las arenas movedizas.
Salimos vivos de aquel pantano dándonos cuenta de que todo lo nuestro acabó.
Lo peor del amor cuando termina es la sensación de fracaso, de no haber estado a la altura, de no haber sabido que esto llegaba, que tenía un final. Siempre pensé que iba a durar, que iba a ser eterno, pero no, al final terminó sin darme cuenta, sin saber que me iba acercando al fin.
Ahora ya no tiene remedio, ya no queda nada, ni siquiera algunas pequeñas ascuas para soplar, resto de aquel que yo creí un gran fuego.
Me siento frio, helado, sin poderme calentar, pues ya no tengo donde ni tampoco tengo a nadie a mi lado.

José Luis Fonseca
Grupo A


Canción canalla

Un día te piraste
sin enviarme una carta,
un Sms, un Whatsapp,
no dijiste ni adiós.

Me pinchaste las ruedas,
abrasaste las plantas,
bloqueaste mi número,
y quemaste el buzón.

Una entrega de lustros,
mipaella, el cocido,
la parrilla, el hornazo,
para nada importó.

Me quité de los chistes
de las copas los viernes,
los partidos de fútbol,
de jugar al chinchón.

Tú marcabas el ritmo
y la agenda fijaste,
cuál tu lado en la cama,
si hoy era día o si no.

Me elegías el voto,
mis amigos,el perro,
la colonia, mi ropa
si naranja o limón.

Y no me eches la culpa
si te llegan las risas
por mi look ochentero
cantando el reguetón.

Si me siembro la calva
y me alargo patillas,
y me apunto al gimnasio,
me tatúo un dragón

¡Y ahora qué hago yo!
Ni conozco los bares
Y me pierdo en la calle,
junto verde y marrón.

¡Y ahora qué hago yo!
Si no oigo un cañonazo,
no veo sin las gafas,
ya no tengo opinión.

¡Y ahora qué hago yo!
Eso, eso.
¡Y ahora qué hago yo!
Eso, eso.
¡Y ahora qué hago yo!

Pepe Lorenzo
Grupo B


De aquí al cielo, mi amor

Fue ese día, sí estoy segura. Yo estaba con mis padres visitando a un primo carnal de mi padre . Alberto y su familia vivían en Nueva York. Venían todas las navidades a pasar esas fechas con sus padres. El mío nos hablaba mucho de él, de sus logros laborales, de las empresas de las que había sido presidente, director general secretario general, consejero delegado etc...
Tenía un año menos que mi madre.
Yo jugaba con sus hijos en el salón, cuando escuché que le decía a mi madre : “ Ana, estás casi tan guapa como tu hija”, a ella no le hizo mucha gracia pues era un mujeriego empedernido.
A mí aquella frase me dejó tocada.
Tendría unos catorce años y me di cuenta de que empecé a mirarlo de otro modo. Creo que hasta con un toque de coquetería impropia a esa edad.
Dejó Nueva York y se trasladó a Bruselas, al estar más cerca de España, sus visitas a Salamanca aumentaron considerablemente.
Siempre íbamos a recibirlos, yo me ponía lo más mona posible y lo miraba a hurtadillas, con la intención de ver si él hacia lo mismo.
El tiempo pasaba y cada vez que lo veía se me ponía el corazón a mil por hora. Solía tumbarse en un sofá un rato después de comer y en cuanto se quedaba dormido, yo lo tapaba con una manta, siempre atenta para que su mujer no se diera cuenta.
Su destino final fue Madrid, donde hoy día sigue allí.
A mis veintiún años, tuve una tormentosa relación con un hombre casado dieciséis años más que yo. Recuerdo que después de la consabida comida, Alberto me llevó a tomar un café. Una vez que le expliqué toda la situación, me acarició la cara y me dio un suave beso en los labios diciéndome “ a partir de ahora yo me voy a ocupar de ti”.
Sentí miedo pues él no podía cumplir su palabra , pero yo, muy echada para adelante, obviando todo lo previsible, seguí con el juego. Nos llamábamos, quedábamos para comer en Ávila , con despedidas algo más que cariñosas. Hasta que pasó lo inevitable y terminamos acostándonos. Yo me enamoré perdidamente. El me confesó que si no hubiera sido por el escándalo , nos habríamos ido lejos…muy lejos.
Empecé a salir con el hombre con el que años después fue mi marido. La historia cambió por completo. Siempre fui leal y respetuosa con mi marido.
La mañana anterior a la de mi boda, me pidió que no me casara y me dio un abrazo y un fraternal beso, yo me dejé hacer pero le respondí que no era justo conmigo pues él si lo estaba.
El coche que me llevó hasta el lugar del enlace, era el suyo, y a modo de broma compró una gorra de chofer que fue motivo de muchas risas entre los invitados.
Unos seis años después de nuestra boda, las cosas empezaron a enrarecerse. Yo justificaba las ausencias de mi marido con lo que él me quisiera contar. Jamás he sido celosa.
tuve una fuerte depresión depresión y mi hermano pequeño me llevó a su casa para cuidarme, pues mi marido, entre su trabajo y sus otras cosas…no podía.
Un día me recogió para estar un rato juntos.
Por aquella época, Santana había publicado un disco con una portada preciosa, que ya sonaba en nuestro coche.
Poco después, con ocasión de mi mejoría, mi hermano organizó una cena, a la que acudieron varios amigos y amigas, pero mi marido no. La televisión estaba encendida , vaya casualidad…Santana cantaba y de fondo estaba la portada del disco en cuestión.
Paloma, una amiga de mi hermano, se sabía las letras de las canciones. Sentí una punzada en el corazón , me pareció extraño, el disco había sido publicado poco tiempo atrás. Cuando le pregunté , ella me respondió que las escuchaba en cadena dial, vaya hombre, yo escuchaba a diario dicha cadena pero nunca las canciones de Santana
Entonces lo entendí , y la punzada se convirtió en puñalada, aprovechando que yo no estaba en casa, se habían liado .
Me dejó para irse con Paloma. Yo seguía enamorada de él.
Lo que vino después del amor fue muy doloroso. Me sentí de muchas formas; angustiada, desesperada, vacía, fracasada, obsesionada ,reventada etc…
Una vez más , Alberto me ayudo y poco a poco logré salir adelante.
Como siempre habíamos sentido mutua atracción , volvimos a retomar nuestras visitas y charlas telefónicas, siempre a escondidas para que mi familia no sospechara nada. El sexo entre nosotros siempre fue muy bueno e importante, pero había cosas que lo eran más.
El erotismo y la sexualidad volvieron a mí.
Recuerdo perfectamente un día que nos vimos cerca del pantano de Santa Teresa. Yo llevaba puesto un vaquero ajustado y un body naranja de tirantes y no llevaba sujetador, Albero me levantó los brazos y me acarició y besó mis axilas y pechos.
Ha sido el hombre que mejor ha conocido y tratado mi cuerpo, con una delicadeza y exquisitez increíble, sin prisa, dedícame todo el tiempo necesario antes de hacer el amor.
Hemos sido y somos, amigos, amantes, cómplices, confidentes, nos hemos apoyado mutuamente en ocasiones difíciles, nunca nos hemos fallado.
A día de hoy, a sus ochenta y cuatro y mis cincuenta y nueve años, hablamos casi a diario, intuimos y respetamos nuestros tiempos de silencio, pero ambos sabemos que nos queremos incondicionalmente.
Cuando voy con mi hija a Madrid , quedamos siempre con él. En una ocasión ella , con veinticuatro años, me preguntó si había tenido una relación con él. Lo negué rotundamente y ella no volvió a decirme nada, pero lo intuyó por la forma en la que seguimos mirándonos y nuestra complicidad.
En esas visitas y comidas con él y mi hija, seguimos acariciándonos las manos por debajo de la mesa.
La última vez que lo vi , fue hace unos meses con ocasión de la boda de mi hija. Bailamos juntos y ambos nos susurrábamos al oído cosas atrevidas. El me dijo “ alrededor de tu piel, ato y desato la mía”, yo me abracé a él más de lo necesario para un baile.
Lo nuestro es una historia de amor inacabada.
Cuando escucho la canción de Antonio Orozco “entre sobras y sombras me faltas”, se me pone la carne de gallina. Cuantas cosas nos han faltado por hacer…
Me pregunto, que hubiera sido de nosotros de haber podido amarnos libremente.

Isabel Gallego
Grupo A


Las mayores distancias se miden en palmos de sofá

-PRPRPRPRPRPRPRSSSSS.
Fue un cuesco a la vez estentóreo y estertóreo, lo hubiera reclamado para sí el más virtuoso de los trompetistas y el más pútrido de los cadáveres. Un vibración nacida de entre mis nalgas y merecedora de puntuación en la escala Richter. Hizo retumbar hasta las patas del sofá azul que compartíamos, como casi todos los días desde hacía años, desde el fin de la jornada laboral hasta la hora de dormir.
La miré expectante, deseando que tamaño pedo funcionara como una máquina del tiempo, que a sus cejas alzadas por la sorpresa respondiera mi perdón nacido de la vergüenza, culminando todo con una carcajada conjunta fruto de la complicidad. Impertérrita, siguió mirando su móvil, tan ajena a mis ruidos intestinales como al que, de fondo, nos escupía el telediario. Las columnas de mi mundo comenzaron a resquebrajarse.
Entonces llegó la peste, un tufo amargo y envolvente que rompía la ley fundamental de las ventosidades, a saber, que el sonido es inversamente proporcional al olor. La hedionda fetidez de mi flatulencia hizo renacer en mí la esperanza, eso no podía pasarlo por alto, el encogimiento asqueado de la nariz y el insulto completamente justificado hacia mi higiene estaban al caer, eran inevitables e instintivos. Los aguardaba con las orejas ya gachas y la disculpa en la punta de la lengua, como últimos asideros sobre los que tender un puente entre ambos. Imperturbabilidad como respuesta, ni el más mero mohín en sus facciones, fijas en la pantalla del teléfono.
Colapso, hundimiento, el desplome final. Devastado, demasiado triste hasta para llorar, le increpé:
-Ya nunca me dices ni el asco que te doy.

Bernardo García-Bernalt 
Grupo C


Lo peor del amor cuando termina” es que nunca termina del todo. Si se vive intensamente, desborda los límites de lo temporal y lo mundano, se adhiere a la textura de los sueños, se acomoda al territorio de la magia y quizá se sublima convertido en poesía.
El amor apasionado no se debilita sin antes calcinar el alma atormentada, convirtiendo en desierto inhabitable las miradas y en volutas de humo los cuerpos desolados. Y entonces dejarás de mirar al horizonte, porque detrás del mar no hay nada.

Andrés García
Grupo B


Principio y fin

Quisiera atesorar lo que hoy nos sobra
y poner el amor a plazo fijo,
domingos en la cama, taquicardias,
cosquilleos, pulsiones y caricias.
Ojalá retener las mariposas,
que me tienen colmadas las entrañas,
guardar revoloteos y algún beso
para cuando ya no me importes nada.
Ojalá poder congelar deseo
que ahora nos rebosa por los poros
para recalentarlo cuando falte
y tengamos pingüinos en la cama.
Ojalá conservar las emociones
para cuando ya todo este perdido,
que no nos encontremos ni en pintura
y solo haya refugio en los recuerdos.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Después del amor, el amor

Ya no sé si soy tu sombra o si soy tu luz. Juntos, tú dejaste de temer la noche y yo el día. Ahora noexistimospor separado. Nuestro pálido sentido de identidad es solo la lucha individual y atenta a la que nos sometemos para cuidar nuestra sagrada guaridaSomos antagonistas complementarios. Y me dices: cuando estoy contigo no me hace falta nada más, cada uno de mis huesos y neuronas encajan en los tuyos. Y yo asiento con más miedo que otra cosa. Porque sé que la fortaleza de nuestro amor esta hecha de debilidades y desgracias.
Es amargo el amor que aguanta los embates del destino. Somos dos medio inútiles si no estamos juntos. Somos uno.

Sagrario Martínez
Grupo B


La semántica del amor

Su sinceridad le había costado ya dos rupturas. Pedro se negaba a admitir sin rechistar ese concepto de amor que consideraba impuesto por la sociedad. Sus dudas en torno a esa palabra extrañaban a quienes le escuchaban, pero también decepcionaban a quienes decían amarle.
Primero fue Marta, que le preguntó directamente si estaba enamorado de ella. Pedro sabía cuál era la respuesta fácil y rápida, pero optó por hacerlocon otra pregunta:
-Depende, ¿qué es para ti el amor?
Lejos de iniciar una discusión filosófica en torno al concepto, como Pedro habría esperado, aquella respuesta fue una sorpresa para Marta y acabó significando el inicio de la caída de su relación.
Después sería Sara. También les unía una relación envidiable, rebosante de aquello que su entorno llamaba “química”.
Esta vez la pregunta fue si se veía capaz de ser feliz sin ella. A lo que Pedro contestó:
-Sí, podría ser feliz sin ti… pero prefiero serlo contigo.
Para Pedro aquella fue una respuesta bonita, que implicaba cariño y admiración por la otra persona y que a él le habría encantado recibir.
Pero Sara no lo vio igual. Tal vez para Pedro aquellaera una respuesta romántica pero, desde luego, no se correspondía con el concepto que ella tenía de romanticismo.
De nuevo, en apenas unas semanas la relación terminó.Era la segunda que sus inquietudes semánticas habían roto.
Con el tiempo, Pedro conoció a Julia. Volvió a sentir esecariño y esa confianza especial por otra persona. Como le solían decir, cosa que él detestaba escuchar, había logrado “rehacer su vida”.
Aquella noche celebraban su segundo aniversario. Charlaban, reían y mostraban cariñoel uno hacia el otro. La conversación fluía por sí sola,hasta que Julia le preguntó:
- ¿Crees que el amorcaduca?

La sonrisa de Pedro se esfumó. Sus ojos se clavaron sobre un punto de la mesa mientras pensaba cuál sería su respuesta. Volvía a estar frente a frente con aquella piedra. Pero no sabía si esta vez sería tan dura como para hacerle tropezar de nuevo.

Juan Salado
Grupo C


Amar (no) es para siempre...

El amor debería venir en caja con un cartelito anunciando la fecha de caducidad pegado en la tapa, como en los yogures, así no nos pillaría distraídos el día que la cosa empieza a torcerse. Se perdería la magia pero a efectos prácticos nos ahorraríamos la decepción.
Nos gusta liarnos en una maraña de sentimientos a los que alimentamos y dejamos crecer sin ser conscientes de que las cosas del amor son efímeras e igual que vienen se van.
Si supiéramos la fecha exacta del final tendríamos ocasión de decidir si tiramos el sentimiento a la basura o si hacemos trampas y borramos los numeritos para intentar ampliar la estancia junto a otro corazón.
En definitiva que es mejor hacerse a la idea de antemano que llevarse una sorpresa desagradable al encontrarse un buen día algo caducado al despertar y no saber que hacer para deshacerse del muerto antes de que empiece a oler.

Aurora Zarco
Grupo B


Amor y desamor

No era la primera vez que lo pensaba, y Pablo ya no quiso aplazar el asunto durante más tiempo.
Se presentó, sin previo aviso, en la casa de su novia.
Pilar le abrió y él, compungido, pero esperanzado, le ofreció una rosa roja liofilizada envuelta en un delicado papel de regalo.
Sin ningún miramiento y sin mediar palabra, ella le cerró la puerta con un golpe seco.
-Pero amor….
Perplejo y abatido, se enjugó la única lágrima que se deslizaba por su mejilla y volvió sobre sus pasos.
Poco después, llegó al parque cercano a su vivienda. Se sentó en un banco, posó con cuidado la rosa que tanto le había costado encontrar y sin titubear cogió el móvil.
-Marta, amor, tengo el billete del AVE.Mañana por la tarde estoy allí, contigo.
Al otro lado del teléfono escuchó la voz de Marta, firme, contundente:
-No Pablo, no vengas, ni mañana ni nunca.¿Me oyes? ¡Se acabó!
-¿Por qué mi vida?¡No entiendo nada!¡ Estamos tan bien juntos…! Tú eres mi alma gemela, mi media naranja, mi…
Ella le interrumpió.Sólo pronunció dos palabras:
-¡Obsolescencia programada!
Fue entonces cuando sintió una profunda pena de sí mismo y lloró sincera y desconsoladamente.

M. L. Fidalgo
Grupo C

Miedo tengo,
cuando miro tu perfil,
en la sombra,
estoy aquí,
pero marché hace tiempo.
Silueta de labios que fueron beso,
ojos que vieron proyectos,
aroma que llenaba vacíos,
emana el silencio,
y la duda
en el horizonte de sendas cruzadas,
caminos opuestos.
Intento recordar
y tengo miedo.
Alguien dirije mi destino,
siento frío, duermo.
Apunta el amanecer
y despierto,
ha sido un sueño.
Una mano,
un abrazo nuevo.
Buenos días,
respiro y siento,
ya no tengo miedo.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Lo peor del amor cuando termina:

El ruido que ayer no soportamos,
hoy, nos inunda de silencio.
No hay palabra disfrazada en nuestros labios.
Se nos fue el amor, pero seguimos siendo amigos.
En la soledad infinita de nuestra casa,
no cabe el olvido.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


Amor

Personajes

ELLA: mujer de 37 años, soñadora e impulsiva.
ÉL: hombre de 39 años, racional y reservado, pareja de ella.

ACTO I

Cocina de un piso de cualquiera, de una urbanización cualquiera, de una ciudad mediana española cualquiera. Es junio, las ventanas están abiertas, y entra una brisa alegre. Sobre un fondo de pájaros ajetreados, suena música africana. Cuando se abre el telón, ÉL Y ELLA preparan la cena, casi bailando, con una serie de movimientos engranados a fuerza de repetición: mientras ella pica la lechuga, él vacía el lavavajillas, mientras ella sofríe la cebolla, él coloca la compra. Deberían estar tranquilos, dejando que el viernes entre en sus cuerpos, pero hay algo en ella que no va bien.

ELLA.- Ha llamado mi madre para ver si vamos a pasar el fin de semana a su casa. (Se detiene y estudia la reacción de él.)

(Silencio)

ELLA.- ¿No dices nada? (Con tensión en el cuello.)
ÉL.- Bueno, no sé ¿qué quieres que diga? (Encogiendo los hombros.)
ELLA.- Pues quiero que digas qué opinas de ir a casa de mi madre el fin de semana. (Se para frente a él, con el trapo de cocina en la mano derecha, esperando, desafiante.)
ÉL.- Pues bien, me parece bien. Si hay que ir, pues vamos... (Bajando el tono hasta apagar la frase.)
ELLA.- Entonces no te acuerdas de que íbamos a salir el sábado los dos o te da igual o no te apetecía en realidad y prefieres ir a casa de mi madre. (Con temblor en la voz y los ojos húmedos.)
ÉL.- No, no es nada de eso, es simplemente que no lo pensé.
ELLA.- Ya, ¡¡¡qué cómodo es no pensar!!!
ÉL.- Estoy intentando hacer las cosas fáciles.
ELLA.- Pues las haces difíciles. Dejas toda la responsabilidad en mis manos.

(Se arrastran sedimentos antiguos, todo queda lleno de barro.)

ÉL.- ¿Empezamos otra vez?. (Le coge la mano derecha, retira el trapo de cocina al que ella se aferra.)

ACTO II

Igual que antes, pero ahora la cocina es la de una casa de cualquier serie americana. ELLA lleva vaqueros y sudadera. ÉL una camisa de cuadros y una gorra.

ELLA.- Me ha llamado mi madre, me ha pedido que vayamos el fin de semana. Me siento chantajeada por su petición y me gustaría que me ayudaras a pensar cómo salir de este atolladero de culpabilidad que tanta inquietud me provoca.
EL.- Lo siento mielecita, pero en este momento no estoy disponible para ese tipo de comunicación. He tenido una semana muy cargada y necesito un rato ligero para relajarme. Quizás podemos dejarlo para mañana.
ELLA.- De acuerdo dulcecito, tal vez puedes contarme qué tal ha ido tu semana...

(La música entra en sus cuerpos, viajan, cazan leones, se bañan en playas a las que no ha llegado el hombre blanco. Se inventan un continente solo para ellos.)

ELLA.- ¿Vendemos la casa y nos vamos a África?. (Mirándolo intensamente.)
Él.- Cuando nos jubilemos. (Sonriendo con ternura.)

Mónica Rivero
Grupo C


Casa sencilla

Al lado de la Vía de la Plata hay una casa sencilla. Tiene una sola planta, ventanas no muy grandes, tejado a dos aguas, un porche que cubre la puerta de entrada y una chimenea de la que nunca he visto salir humo. Las paredes encaladas resaltan su inocencia. Es la casa que dibujaría un niño, aunque en ese caso saldría humo de la chimenea y el sol, siempre amarillo,dominaría un cielo azul con pocas nubes.
En la explanada de delante destacan dos arboles que alguien plantó muy juntos; un pino de copa redonda y un ciprés alargado, como todos. La cercanía los ha obligado a fundise en un abrazo permanente. Realmente es el pino el que abraza a un ciprés estirado.
También los podemos ver como una esfera atravesada por un cono en una cópula perpétua.
La escena, enternecedora al principio, poco a poco nos lleva a una situación en la que ninguno de los dos es libre. Día y noche sus ramas combaten por la luz y el espacio, sus raíces no dejan de entrecruzarse soterradamente en busca de alimento.
Los conozco hace tres años y aparentemente se llevan bien, aunque cada vez están más agobiados. Tengo que visitarlos una noche de luna llena,creo que se trasforman en lobos.

Enrique Martínez
Grupo C


Obsolescencia del amor

Amores eternos
Del Amor pasaron al Amor con solución de continuidad.

Bricolaje del corazón
El suyo era un amor con obsolescencia programada, pero les duró toda la vida porque eran unos manitas.

Premio de consolación
Aquellos ángeles traviesos hacían concursos de tiro con arco, y el que quedaba el último era nombrado Cupido del año.

Homeopatía
Era una relación tóxica, pero administraban el veneno en dosis tan pequeñas que se curaban.

Fidelidad
Su desamor duró toda la vida porque estaban hechos el uno contra el otro.

Y comieron perdices
Se casaron cuando le llegó la fecha de caducidad a su desamor.


Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Lo peor del amor cuando termina

Lo peor del amor cuando termina
no es que pierdas -con ella- tu morada,
la tristeza, el polvo de la nada,
convertirte en un zombi que camina.

Que la vida se vuelva gris rutina
cuando recuerdes a tu enamorada,
el frío, de la noche a la alborada,
la amargura acechando en cada esquina.

Lo peor del amor cuando se acaba
es creer que no tuvo algúnsentido,
que era ceniza lo que te quemaba.

Desdeñar la pasión porque se ha ido,
pensar que fue impostora quien te amaba,
y que, al fin, todo fue tiempo perdido.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Lo peor del amor cuando termina…

Lo peor del amor cuando termina
es asomarse al abismo de la evidencia.
es ser un Ulises sin Ítaca,
ser un lobo sin luna a la que aullar.

Es caerse en la trainera varada,
sin remeros, vencido a la corriente,
húmedo, entumecido, hipotérmico.

Es tirarte al camino mutilado,
rugiendo, rechinando y odiando.

Lo peor del amor es que termina.


La curvilínea humedad

Cuando llegue a casa la humedad ya estaba allí. Correteaba por las paredes entumecidas. Luego la respiración se entrecortó, con un silbido asmático. Y ella también estaba allí. Atareada, desplazando cazuelas, una al fuego, la otra al fregadero y el salero queriendo caer. Fue el repiqueteo de cucharas sobre platos tristes lo que me hirió.
Ella me dedicó una mirada rápida, desinteresada. La densa humedad me impedía verla con claridad.Era una mancha, un borrón difuso.Noté un hálito rasgarme el pecho, para después estrellarse con parsimonia en el estómago.
Bastó una instantánea de sus ojos que tuve que digerir. No dijo nada. Para entonces ya lo sabía, en realidad lo sabía desde el principio de nuestra curvilínea relación.
Digo curvilínea porque si miraba atrás ya no la veía en sus besos, en su sonrisa oen los paseos por pueblos de la costa vasca. Por el contrario,sí la veía en sus burocráticos placeres, en sus conversaciones de lógica impecable o en su aura de precisión. Ella era un sensual reloj suizo, y mis mareas vitales no encajaban en el coreográfico movimiento de su mecanismo.
La casa, coquetamente decorada por el sol, antes era un jardín de paredes encaladas, de muebles y colores cálidos. En algún momento, como la tarde cede a la noche, el hogar se tornó en un barquito viejito, correoso, sin luz, plagado de discusiones, con silencios tipo anacrusa, con rencor y olvido. Eso era lo peor, no ser. Indiferencia, apatía, desinterés, desapego. Podría seguir así toda la tarde.
Así que con el humor del perdedor eterno, decidí abreviarlo todo, decidí alejarme aún más. Olvidarla sin perderla, o quizá perderla sin olvidarla. No lo sé. Aún hoy en día, cinco años después, sigo sin saberlo.

Ricardo Rodríguez Cobos
Grupo C

Carnaval, te quiero

Esta semana la Sala de Fondo Local se llenó de extraños personajes. Allí estaban, con sus disfraces, sobre los cuadernos de los componentes del taller. Celebraban el carnaval.
Dice Eduardo Galeano que “...el Carnaval es la forma de ser uno mismo sin que nadie se dé cuenta" así que hablamos de máscaras, de ayuno y abstinencia, de murgas y comparsas, de esas pieles efímeras que son los disfraces. Recomendamos el artículo "El carnaval en los clásicos de la literatura: alegría, color, máscara, baile y desenfreno" de Maribel Lienhard y el "Cuento de carnaval" de Rómulo Gallegos.
Y escuchamos el duelo que mantuvieron Joaquín Sabina y Alexis Díaz Pimienta el 2 de marzo de 2019 en el Carnaval de Cádiz donde fue pregonero. Ambos, disfrazados de piratas miden sus palabras con décimas.
Pero también recordamos el cuadro "El combate entre Don Carnal y Doña Cuaresma" de Pieter Brueghel el Viejo. Y a Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, y su Libro de buen amor.




Dejamos por aquí dos textos: "Las coplas a la muerte de Don Carnal", de un servidor (publicadas en el libro Esto y ESO, Editorial Edelvives) y el cuento "Restos de carnaval" de Clarice Lispector traducido por Cristina Peri Rossi:

Coplas a la muerte de Don Carnal

Recobre el alma la siesta y olvide el sueño cabruno contemplando cómo se pasa la fiesta, cómo se viene el ayuno tan callando; cuán presto se va el humor, cómo después de enterrado da que hablar, cómo el precio del amor de cualquier beso olvidado es recordar.
Y pues vemos cómo el cura llama a todos los confesos al rosario, si juzgamos sin censura daremos con nuestros huesos en osario.
No se engañe nadie, eh, pensando que iba a durar muchos días, más que duró lo que fue pues el tiempo ha de ordenar las alegrías.
Nuestras vidas son los bares que no venden garrafón, que es el morir, allí van los escolares derechos al botellón a consumir; allí, los hombres adultos, allí los otros medianos y menores; en la calle no hay indultos para jóvenes, señoras y señores.
Dejo aquí las restricciones de la cuaresma empezada y vuelvo a la encrucijada del tiempo y sus estaciones.
Y al amor doy aposento pues es fecha de placer y caridad, a pesar de que ese cuento de quererte más que ayer sea verdad.
Febrero es mes de conquista, para al otro algunas cosas regalar, mas cumple ser consumista y comprar joyas y rosas para amar. Pues dicen que amor sin dones, en términos de mercado, no es amor. Y menos si no hay condones y bombones empapados de licor.
Y así, metidos en danza con amor en la mirada y oraciones, declaramos nuestra panza, de jamón muy bien cuidada, en vacaciones.
Y a pesar de lo que opinen los pastores del rebaño popular y el sermón que dictaminen los prelados del infierno en el altar, el humano que esto cuenta, que es al punto buen devoto de Carnal, no pondrá su alma en venta ni a la prédica ni al voto electoral.
¿Qué se fueron de los sabios disfrazados y comparsas de estos días? ¿Quién se pinta ahora los labios y la cara con las farsas más impías?
Preparad el monedero, enemigos del placer y la oración, y gastad vuestro dinero con fe ciega y devoción.


Raúl Vacas



Restos del carnaval

No, no del último carnaval. Pero éste, no sé por qué, me transportó a mi infancia y a los miércoles de ceniza en las calles muertas donde revoloteaban despojos de serpentinas y confeti. Una que otra beata, con la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia, atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval. Hasta que llegase el próximo año. Y cuando se acercaba la fiesta, ¿cómo explicar la agitación íntima que me invadía? Como si al fin el mundo, de retoño que era, se abriese en gran rosa escarlata. Como si las calles y las plazas de Recife explicasen al fin para qué las habían construido. Como si voces humanas cantasen finalmente la capacidad de placer que se mantenía secreta en mí. El carnaval era mío, mío.

En la realidad, sin embargo, yo poco participaba. Nunca había ido a un baile infantil, nunca me habían disfrazado. En compensación, me dejaban quedar hasta las once de la noche en la puerta, al pie de la escalera del departamento de dos pisos, donde vivíamos, mirando ávidamente cómo se divertían los demás. Dos cosas preciosas conseguía yo entonces, y las economizaba con avaricia para que me durasen los tres días: un atomizador de perfume y una bolsa de confeti. Ah, se está poniendo difícil escribir. Porque siento cómo se me va a ensombrecer el corazón al constatar que, aun incorporándome tan poco a la alegría, tan sedienta estaba yo que en un abrir y cerrar de ojos me transformaba en una niña feliz.

¿Y las máscaras? Tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque coincidía con la sospecha más profunda de que también el rostro humano era una especie de máscara. Si un enmascarado hablaba conmigo en la puerta al pie de la escalera, de pronto yo entraba en contacto indispensable con mi mundo interior, que no estaba hecho sólo de duendes y príncipes encantados sino de personas con su propio misterio. Hasta el susto que me daban los enmascarados era, pues, esencial para mí.

No me disfrazaban: en medio de las preocupaciones por la enfermedad de mi madre, a nadie en la casa se le pasaba por la cabeza el carnaval de la pequeña. Pero yo le pedía a una de mis hermanas que me rizara esos cabellos lacios que tanto disgusto me causaban, y al menos durante tres días al año podía jactarme de tener cabellos rizados. En esos tres días, además, mi hermana complacía mi intenso sueño de ser muchacha —yo apenas podía con las ganas de salir de una infancia vulnerable— y me pintaba la boca con pintalabios muy fuerte pasándome el colorete también por las mejillas. Entonces me sentía bonita y femenina, escapaba de la niñez.

Pero hubo un carnaval diferente a los otros. Tan milagroso que yo no lograba creer que me fuese dado tanto; yo que ya había aprendido a pedir poco. Ocurrió que la madre de una amiga mía había resuelto disfrazar a la hija, y en el figurín el nombre del disfraz era Rosa. Por lo tanto, había comprado hojas y hojas de papel crepé de color rosa, con las cuales, supongo, pretendía imitar los pétalos de una flor. Boquiabierta, yo veía cómo el disfraz iba cobrando forma y creándose poco a poco. Aunque el papel crepé no se pareciese ni de lejos a los pétalos, yo pensaba seriamente que era uno de los disfraces más bonitos que había visto jamás.

Fue entonces cuando, por simple casualidad, sucedió lo inesperado: sobró papel crepé, y mucho. Y la mamá de mi amiga —respondiendo tal vez a mi muda llamada, a mi muda envidia desesperada, o por pura bondad, ya que sobraba papel— decidió hacer para mí también un disfraz de rosa con el material sobrante. Aquel carnaval, pues, yo iba a conseguir por primera vez en la vida lo que siempre había querido: iba a ser otra aunque no yo misma.

Ya los preparativos me atontaban de felicidad. Nunca me había sentido tan ocupada: minuciosamente calculábamos todo con mi amiga, debajo del disfraz nos pondríamos un fondo, de manera que, si llovía y el disfraz llegaba a derretirse, por lo menos quedaríamos vestidas hasta cierto punto. (Ante la sola idea de que una lluvia repentina nos dejase, con nuestros pudores femeninos de ocho años, con el fondo en plena calle, nos moríamos de vergüenza; pero no: ¡Dios iba a ayudarnos! ¡No llovería!) En cuanto al hecho de que mi disfraz sólo existiera gracias a las sobras de otro, tragué con algún dolor mi orgullo, que siempre había sido feroz, y acepté humildemente lo que el destino me daba de limosna.

¿Pero por qué justamente aquel carnaval, el único de disfraz, tuvo que ser tan melancólico? El domingo me pusieron los tubos en el pelo por la mañana temprano para que en la tarde los rizos estuvieran firmes. Pero tal era la ansiedad que los minutos no pasaban. ¡Al fin, al fin! Dieron las tres de la tarde: con cuidado, para no rasgar el papel, me vestí de rosa.

Muchas cosas peores que me pasaron ya las he perdonado. Esta, sin embargo, no puedo entenderla ni siquiera hoy: ¿es irracional el juego de dados de un destino? Es despiadado. Cuando ya estaba vestida de papel crepé todo armado, todavía con los tubos puestos y sin pintalabios ni colorete, de pronto la salud de mi madre empeoró mucho, en casa se produjo un alboroto repentino y me mandaron enseguida a comprar una medicina a la farmacia. Yo fui corriendo vestida de rosa —pero el rostro no llevaba aún la máscara de muchacha que debía cubrir la expuesta vida infantil—, fui corriendo, corriendo, perpleja, atónita, entre serpentinas, confeti y gritos de carnaval. La alegría de los otros me sorprendía.

Cuando horas después en casa se calmó la atmósfera, mi hermana me pintó y me peinó. Pero algo había muerto en mí. Y, como en las historias que había leído, donde las hadas encantaban y desencantaban a las personas, a mí me habían desencantado: ya no era una rosa, había vuelto a ser una simple niña. Bajé a la calle; de pie allí no era ya una flor sino un pensativo payaso de labios encarnados. A veces, en mi hambre de sentir el éxtasis, empezaba a ponerme alegre, pero con remordimiento me acordaba del grave estado de mi madre y volvía a morirme.

Solo horas después llegó la salvación. Y si me apresuré a aferrarme a ella fue por lo mucho que necesitaba salvarme. Un chico de unos doce años, que para mí ya era un muchacho, ese chico muy guapo se paró frente a mí y con una mezcla de cariño, grosería, broma y sensualidad me cubrió el pelo, ya lacio, de confeti: por un instante permanecimos enfrentados, sonriendo, sin hablar. Y entonces yo, mujercita de ocho años, consideré durante el resto de la noche que al fin alguien me había reconocido; era, sí, una rosa.


Clarice Lispector



Propuestas de escritura

1. En el taller propusimos escribir un microrrelato en el que se incluyesen las palabras "disfraz", "indecisión", "puerta" y "anillo", tal y como hacen otros escritores en "El portal del escritor".

2. Para casa propusimos escribir un texto de forma y extensión libre sobre el Carnaval de Venecia, el de Río de Janeiro, el de Cádiz, el de Ciudad Rodrigo (Carnaval del Toro) o el de Las Palamas de Gran Canaria o Santa Cruz de Tenerife.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Carnaval

El carácter de Eva no había variado con los años; esa dichosa forma de ser, le hacía tomarse la vida demasiado en serio: le horrorizaba el Carnaval.Odiaba la música a todo volumen que inundaba las calles de la ciudad, las aglomeraciones, el tener caminar con paso procesional...
Necesitaba, a toda costa, su “espacio vital”.
¿Cómo iba a superar tantos días de tortura?
Nació gaditana (siempre consideró que había sido una broma cruel del destino) y vivió, desde su más tierna infancia, en la Plaza de San Antonio, uno de los centros neurálgicos del carnaval.
Pasó tres días, con sus noches ,lidiando con la angustia, el estrés, el insomnio.No podía más.
Desesperada, se tomó una copa, para intentar vencer su indecisión.Aunque no lo consiguió totalmente, se dirigió con paso firme al dormitorio y abrió la puerta del armario.
Allí estaba, impoluto, perfecto, el disfraz que nunca estrenó: El vestido de dama del siglo dieciocho, la exuberante peluca, la máscara de sonrisa pintada, los accesorios.
Se vistió con rapidez, sin pensar en nada.Se ajustó la peluca, los guantes con el anillo, los zapatos de medio tacón y se lanzó a la calle para perderse entre la muchedumbre.

M.L.Fidalgo
Grupo C


Torito Guapo

Viene contando los días en su calendario, tachándolos como los presos. La emoción es tanta que siente cómo el cuerpo se le escapa. Su espíritu está al borde, casi en la superficie, del reflejo negro de su piel.
La indumentaria está colgada en la puerta del armario desde hace más de una semana. Sobre los tablones de la pared, unos centímetros más allá, se puede ver una imagen sostenida por pedazos de celo que ya piden jubilación. El póster amarillo y ajado es la inspiración: un magnífico toro de lidia que exuda majestuosidad e impone admiración con solo una postura. Prende una vela y pone en su móvil una lista de reproducción con sonidos de mar. Cierra los ojos y visualiza, ya casi está aquí, puede sentirlo en las anillas de su hocico, en su lengua, en las pétreas pezuñas, en su pelaje de sombra, en el aire que lo roza. Es uno con el tiempo, es uno con el momento, es uno con el universo. Hace sus afirmaciones frente al espejo y se da un leve asentimiento de cabeza. ¡A comerse el mundo!
Lo suben al camión y en su cabeza está subiendo a la limousine que lo lleva a su gran premiere. “¡Venga, chavales! ¡Que me voy de gira!”. Para su sorpresa, su estado mental, o "mindset" según los libros de autoayuda que devora, va alternando entre, "¡Madre mía, que no me aguanto!" y un estado zen de paz y seguridad, que su momento está a instantes de manifestarse.
Cuando abren la puerta y solo ve un rectángulo blanco que lo ciega, le ataca un instante de desasosiego, “¿Y si no es como lo espero? ¿Y si me desilusiono?”. “No puedes controlar tu ambiente, solo la reacción a las cosas”. Sale del camión y baja la rampa imponente, majestuoso, casi endiosado. Ah, cualquier toro de lidia se pondría verde de envidia. “Todo esto es por mí, para mí. ¡Corred, mozos! ¡Ciudad Rodrigo es mía!”.

Vanina Palomo
Grupo C


Carnaval del toro

Amaba a su marido, claro que después de diez años de matrimonio -se habían casado muy jóvenes- a veces echaba en falta un poco de emoción. Soñaba con tener una aventura.
Él era interventor de una sucursal de la Caja de Ahorros de Salamanca, lo habían trasladado a Ciudad Rodrigo hacía unos meses. El hombre era serio, trabajador, eficiente y seguro en el trabajo, y, aunque no era precisamente muy dicharachero, o precisamente por eso, los clientes confiaban ciegamente en él.
Alternaba dos trajes -uno gris, otro azul marino- y tenía la costumbre de no ponerse otra ropa más informal porque decía que su obligación era dar siempre buena imagen “estuviera en la oficina o tomando unos huevos con farinato en el bar El Sanatorio”, de la Plaza Mayor. En definitiva, era muy valorado por sus jefes que lo consideraban un profesional íntegro y de lealtad contrastada (había recibido ofertas jugosas de otros bancos, sin tenerlas en cuenta).
Ella, un poco por aburrimiento, había empezado a chatear por Internet, en alguna página de citas, sólo para distraerse un poco, y también por una curiosidad que ella misma consideraba, no sin algún sentimiento de culpa, más bien frívola.
En fin, eran sus primeros Carnavales en la ciudad. Todo le estaba resultando muy emocionante, no así la compañía de su aburrido cónyuge de traje oscuro, siempre saludando ceremoniosamente a unos y otros.
En uno de los encierros, en el recorrido entre la Plaza del Conde y la Calle Madrid, un joven había sido corneado salvajemente por un toro, y había fallecido en la ambulancia, antes de llegar al hospital. Una vida truncada en la flor de la vida, se repetía ella, pero el chico -pensaba- había vivido intensamente, había conocido el riesgo, había jugado a la ruleta con la muerte, y había perdido. ¿Pero qué sentido tiene vivir si no te arriesgas alguna vez?
Y el día llegó también para ella. Era un 13 de febrero -víspera de San Valentín, corbata para él, perfume para ella-, había quedado con aquel desconocido por Internet, después de chatear unas cuantas bobadas que sin embargo le habían alegrado el corazón. Parada frente a la puerta de la habitación se quitó el anillo, sonrió pensando que de esa forma se estaba poniendo el disfraz de soltera en aquellos carnavales de vino y toros. Dudó, pero superando la indecisión giró la llave de aquel cuarto del hotel Conde Rodrigo, y entró.
La habitación era clásica y elegante, pero también alegre. Las paredes estaban pintadas del color del albero de una plaza de toros. Había fotos antiguas, en blanco y negro, de los imponentes monumentos de la ciudad. La cama era de matrimonio, el edredón y las almohadas blancos, impolutos, virginales.
Se sentó a esperar, con el corazón en un puño. Dejó el bolso en la mesilla de noche, de madera noble, oscura y bruñida por una pátina reluciente y encerada, que parecía conservar el tiempo.
Se dio cuenta de que no estaba sola al ver una camisa hawaiana -informal pero elegante, pensó- y unos vaqueros, sobre la silla de madera labrada que estaba al otro lado de la cama. Un sombrero de ala ancha y un antifaz de carnaval colgaban de la silla. Pensó en los trajes grises de su marido y sintió pena. Tuvo el impulso de levantarse y salir de la habitación, el corazón le palpitaba en el pecho con una fuerza desconocida.
En ese momento, desde el baño, le llegó una melodía inconfundible. La que silbaba siempre su esposo cuando estaba en la ducha.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Disfraz ganador

Para disfrazarse de mujer invisible durante aquellos Carnavales fue al Registro y se cambió de sexo.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Desfile de carnaval

¿Cómo saber quién es ella en esa multitud danzarina y bullanguera? Todos están concentrados en unas evoluciones que deben respetar la ensayada coreografía. Quiere preguntar a alguno de los componentes de la comparsa, pero pasan ante él ensimismados en el baile y expresándole con gestos malhumorados el disgusto por la intromisión. Él va pasando de uno a otro en la larga fila de figurantes vestidos con faldas de color naranja. Ella está ahí, en algún lugar y necesita encontrarla. Se desespera porque sabe que el tiempo marcha en su contra. Corre hacia el final del grupo y se acerca a los que tocan los tambores y trata de preguntarles. Enseguida lo rechazan para que no entorpezca su paso. Tampoco podrían oírle entre aquel ruido ensordecedor. Trota de nuevo hacia adelante entre dos de las filas del grupo. Sabe que les está afeando el desfile y que de un momento a otro alguien lo sacará de allí violentamente. A pesar del riesgo, necesita que ella lo vea y lo reconozca. Espera que la extrañeza de verlo en medio de la comparsa la obligue a hacerle una señal. Aunque solo sea de sorpresa. Ella sabe de su nulo interés por el carnaval. A pesar de que él vive en Badajoz desde hace más de veinte años solo en una ocasión se ha acercado a la parada. Nunca ha tenido interés en esa actividad que a ella le ocupa todos los sábados por la tarde desde que pasa la Semana Santa. Así que en cuanto lo vea sabrá que algo importante ha sucedido. «María» grita una y otra vez, pero sus alaridos quedan apagados por el tronar de los tambores.
La ha visto coser el traje durante las largas noches de invierno. Lo recuerda hasta en el menor detalle, sin embargo, eso no le sirve de nada, hay cincuenta o cien mujeres vestidas exactamente igual. Y danzando con una sincronía asombrosa. Ninguna parece ver más allá de la que va delante y de la que se mueve a su lado. Y solo mira a la cabecera donde está la directora que es la que indica los pasos de ese hipnótico ritmo que las tiene a todas hechizadas. Ninguna parece verlo en realidad.
«María», vuelve a gritar colocado delante de la cabecera. En ese momento siente que lo agarran de un brazo y tiran de él con fuerza. Lo echan a un lado y alguien le da una patada. Se queda sentado unos instantes en el suelo junto a una farola. La gente que ha acudido a ver la caravana se muestra indiferente. «Deben creer que estoy borracho», se dice tratando de explicar su indiferencia.
Entre las piernas de los danzantes alcanza a ver a una pareja de policías municipales. Se levanta como un resorte y vuelve a atravesar las filas de la comitiva cuyos miembros le empujan sin contemplaciones. Al final llega ante los agentes y les explica:
«Mi hijo pequeño ha desaparecido y mi mujer es una de esas bailarinas. Pero no sé cuál es… no puedo encontrarla». En ese momento la preocupación que le carga el pecho y le dificulta la respiración, le obliga a sentarse en el suelo y, entonces, comienza a llorar.

Pepe Lorenzo
Grupo B


El carnaval de Santa Cruz de Tenerife

El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es la fiesta más popular de Tenerife y la más participativa de las que se celebran en Canarias. En 1980, tiene la distinción de haber sido declarada oficialmente “Fiesta de Interés Turístico Internacional”. Y desde 1987, figura en el libro de los Récords Guiness con la mayor participación de público,
— más de doscientas mil personas —, en un baile celebrado en la Plaza de España, amenizado por la inolvidable Celia Cruz, acompañada de la maravillosa orquesta la Sonora Matancera y Billos’s Caracas Boys. Esa noche reunieron a doscientas cuarenta mil personas, entre las que tuve el grandísimo placer de asistir. Solo recordarlo, se me eriza la piel y un escalofrío recorre mi espalda.
El carnaval se inicia con la Gala de la Reina del Carnaval siendo el auténtico plato fuerte del Carnaval, y el Pistoletazo de salida para celebrar la fiesta en la calle.
La gala se trata del espectáculo con mayor proyección dentro y fuera de las Islas.
La creatividad de las fantasías y la presencia de todos los colectivos en las distintas galas, convierten a esta cita, en uno de los platos fuertes del Carnaval.
Además de la gala de elección de la reina del Carnaval, se celebran varios actos, entre ellos, coso, cabalgata y entierro de la sardina.
La cabalgata anunciadora abre las puertas a la celebración del Carnaval en la calle. Se trata de una exhibición nocturna por las principales vías de Santa Cruz: una explosión de fantasía y colorido, donde además de la Reina del Carnaval y sus damas sobre las engalanadas carrozas, Murgas y Comparsas de las distintas asociaciones, también se suman particulares y espontáneos dispuestos a bailar y lucir sus fantasías.
La cabalgata anunciadora culmina con la inauguración de los bailes en la calle que, durante más de una semana, llenan de ritmo las calles de la capital tinerfeña.
El Coso, apoteosis del Carnaval es el colofón de la fiesta. Se trata de una cabalgata que se celebra en la tarde del martes de Carnaval en la Avenida Marítima de la capital tinerfeña.
En este desfile participan todos los grupos del Carnaval, las reinas y sus cortejos reales. Al celebrarse en horario diurno, es una alegría para la vista poder apreciar cada detalle de los disfraces y fantasías.
El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es el más importante de Europa y el segundo del mundo después de Río de Janeiro, ciudad con la que está hermanada.
Es un Carnaval único, del que puedo dar fe por haberlo disfrutado durante los dieciséis años que viví en la Isla, de la que me enamoré cuando la visité por primera vez en el Carnaval de 1975, cuando la elección de la Reina del Carnaval se denominaba, “Reina del carnaval de las fiestas de invierno”.
Santa Cruz de Tenerife, vive para el Carnaval. Este no acaba con el entierro de la sardina.
Un colectivo muy importante, trabajan ya para preparar durante todo el año el
próximo Carnaval y llenarlo de alegría, colorido y fantasía.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


Carnaval
Microrrelato con un disfraz , un anillo, una puerta y una indecisión.

Después de la cabalgata, Chucho, decidió traspasar la puerta del piso, y,
disfrazado de soledad, bebió un par de cervezas para ir calentando motores. Metió alguna cerveza más en la mochila, dispuesto a vivir como nunca la primera noche de carnaval.
Teresa, aprovechando los días libres en su trabajo, se fue a visitar a su familia en Tazacorte —un pueblo pesquero de la Palma—.
Chucho —por fin solo— después de pensárselo, se dio una ducha rápida, olvidó su anillo de compromiso y se vistió de mujer con el vestido rojo, que colgaba en el armario de Teresa. Frente al espejo, se pintó los ojos y los labios; se acordó de la peluca rubia que había guardado del carnaval del año anterior, se la colocó con mucho mimo, lanzó un beso al espejo, cerró la puerta y se echó a la calle.
¡Ya no estaba solo! Salió dispuesto a romper la noche.
¡A cambiar su vida!

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


De anillos, indecisiones, puertas y disfraces

Yo iba tranquilamente andando por la calle, en la que no había ni un alma pues las familias ya se estaban reuniendo en torno a la mesa de Noche Buena. Disfrutaba del silencio, normalmente extraño en la ciudad cuando, de pronto, escuché unos pasos que por detrás se dirigían hacia mí:
—¡Eh tú! Quieto ahí, no corras tanto.
—¿Yo? ¿Qué pasa? —contesté muy asustado.
—Dame todo lo que tengas
—Pero… ¿cómo? si es Navidad —dije balbuceando—. ¡No puede ser!
—Y tanto que puede ser —respondió serenamente—, venga, todo lo que tengas.
—Vale, vale ya voy —saqué de mis bolsillos un móvil bastante viejo, cuatro perras gordas y un anillo barato.
El ladrón no estaba satisfecho: —¡Qué es esta mierda! Pues me las vas a pagar —y tras una pausa dijo—, desnúdate.
Se largó diciendo—: Así aprendes a no salir sin nada a la calle —. Allí me dejó el desalmado, en cueros.
Sentía el frío ahí abajo y no supe que hacer sino cubrirme con las manos. Aunque, tras un instante, pude superar la indecisión, y vi un árbol de grandes hojas. Cogí una que cubría mis partes.
Finalmente, llegué con mi disfraz a la reunión familiar, hecho un Adán, se diría. Entré por la puerta y el resto es otra historia.

Manuel Delgado Sánchez
Grupo C


Palestina

Aquel año soñamos con una solución al conflicto de Palestina. En los carnavales de Cádiz todo es posible. Decidimos disfrazarnos para iniciar conversaciones: tú serías judío ortodoxo y yo árabe palestino. No fue difícil conseguir el atuendo: chaqueta y pantalón negros para ti, camisa blanca, cuello bien cerrado, la kipá, tirabuzones largos sobre las patillas. Para mi, pantalón bombacho, camisa ancha blanca, barba y, muy importante, la kufiya. Además, los dos éramos varones, para más escándalo. Portábamos pistolas de agua que usábamos de vez en cuando y rellenábamos con cerveza. Al entrar en la parte vieja de la ciudad, nos mezclamos con la muchedumbre que deambulaba. Ese era el objetivo, sumergirnos en el río de personas cuyas nuevas identidades hoy fluían. Ser otro por unos días. Callejeamos sin rumbo fijo, cogidos de la mano, por aquellas plazuelas y calles antiguas, con sus fachadas ruinosas, destartaladas, pero bellas. A veces nos besábamos cuando llamábamos la atención de alguien: paz y amor en Palestina. Aquellos besos de antes de que todo se torciera, de antes de que me lo arrebataras todo. Nos cruzamos con Carles Puigdemont y Santiago Abascal que se abrazaban y pedían amnistía e independencia para Cádiz. Un grupo de Marías Jiménez barbudas, con sus pelucas rubias y sus labios rojos cantaban "Se acabó" y las Juanis Joplin se desgañitaban con "The Mamas and the papas aliñás" y un “Imagine” muy gracioso. Un grupo de butaneros se quejaban de sus mensajes feministas, a los que ellas respondían con el sonido del kazoo. Seguimos el rastro de chirigotas con una cerveza en la mano, evitando no derramarla sobre una persona estampita de San Antonio o una mesa camilla con faldillas y juego de té. Mortadelo y Filemón y toda su cuadrilla de la TIA nos recomendaron ir a la Plaza Viña. A estos se unieron los de La Casa de Papel, que iban cantando cuplés, y la Reina de Corazones que amenazaba a todo el mundo con cortarle la cabeza. Nos cruzamos con Dinio que, compungido, le pedía a Marujita que no le dejara. Dinio fue la estrella de la noche. ¿Qué habrá sido de él? Los Pet Shop Boys iban cantando coplas y Bonnie M unos tangos acompañados con sus guitarras beodas. La ciudad vibraba. Una noche de febrero en Cádiz es tibia y amable, no como la fría meseta. Disfrutamos hasta la madrugada de la brisa que llegaba de la bahía y de una alegría auténtica. Lástima que el conflicto de Palestina no se solucionara. Lástima que el nuestro tampoco.

Marisa Sánchez
Grupo C


El anillo que gira

Margarita mira con gesto serio hacia la puerta principal de un “Compro Oro”. Su cuerpo está totalmente inmóvil, salvo por los dedos de su mano derecha. Con ellos mece a un ritmo constante pero lento el anillo de oro que le dio su madre antes de morir.
En su mente, se entremezclan los ruegos de su hijo con las palabras de su marido: “¿Comprarle un traje? ¡No necesita un disfraz que oculte su verdadero origen!” Pasan los minutos, el anillo sigue girando y la indecisión aumenta.

Juan Salado
Grupo C


Carnaval taurino

—¡Ya tengo el disfraz!— exclamó Julián, dirigiéndose con entusiasmo a su amigo Pepe.
—No será para tanto. Pareces muy entusiasmado.
—Sí lo es. El disfraz es perfecto. ¡Un disfraz de toro para el Carnaval de Ciudad Rodrigo!
—Pues si el disfraz es tan bueno, habrá que probarlo este año—concluyó Pepe poco convencido.
El día del encierro, los dos amigos se enfundaron el disfraz de toro y comprobaron que era realmente perfecto. El resultado era idéntico a un Garcigrande auténtico: brevilíneo, bajo de agujas, fino de piel, astifino, cuello largo, morrillo desarrollado, papada discreta, línea recta, grupa angulosa, extremidades cortas, pintas coloradas y pelaje jabonero.A la vista del resultado, les pareció lo más oportuno participar en el encierro, como lo hacían los otros mozos y mozas de su quinta.La mayor parte del recorrido lo hicieron a la carrera, dentro de la manada, disfrutando del acontecimiento y aprovechando para tomarse alguna libertad que les permitía su disfraz. A Felipe “el guapo” lo embistieron dándole un merecido revolcón, a Juanón “el bruto” lo empitonaron por la espalda dejándole un hermoso cardenal y a Piluca “la Obregona” la enviaron a un zarzal, dejándole su disfraz de Barbie hecho unos auténticos zorros. Se lo pasaron realmente bien, todo fue muy divertido, menos los puyazos que le propinó con la garrocha uno de los jinetes, en concreto a Pepe, que ocupaba en el disfraz la parte correspondiente a los cuartos traseros del toro. Finalizado el encierro, los caballistas les forzaron a ir con el resto de los toros, para dejarlos encerrados en chiqueros y prestos para ser lidiados por la tarde, como uno más del encierro. Julián y Pepe no se atrevieron a salir del disfraz en medio de una manada de toros bravos irritados por estar encerrados.
La corrida de la tarde fue un éxito, especialmente por el juego dado por el quinto toro, perteneciente al hierro de Garcigrande. El único punto negro de aquel día memorable fue la inexplicable desaparición de Julián y Pepe, los dos conocidos mozos de los que nunca más se volvió a saber.

Manuel Medarde
Grupo A


Máscaras

Es el carnaval de Venecia
el más famoso del mundo
por sus máscaras de porcelana,
antifaces de plumas y seda;
con hermosostrajes de época
convierten a cualquiera
enpríncipes, condeso reinas.

Desde el puente Rialto
los forasteros, curiosos,
se asoman al Gran Canal
paraadmirar el desfile
de personajes históricos
que, desde las góndolas,saludan
con una elegancia sin igual.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Samba

Luminoso carnaval
con sus desfiles de trajes
de gasa, tul y plumajes.
Río es un gran festival
de días de bacanal.
Mujeres esculturales
defirmes abdominales,
que los muestran con orgullo
provocando un gran barullo
por envidias corporales.

Marian Pérez Benito
Grupo A


El rey Carnestoltes y la vieja Cuaresma

Nico vivía en Mataró desde su infancia. Se había adaptado y disfrutaba como nadie de las antiguas costumbres de esta bendita tierra. Le encantaban especialmente los carnavales, aquí llamados Carnestoltes y participó siempre en la escuela, disfrazándose como todos sus compañeros. Nunca tuvo miedo de Pellofa, protagonista indiscutible de la fiesta y enemigo de la Vieja Cuaresma. Fue una suerte que lo eligieran para ser Pellofa y un orgullo siempre deseado.
Aquel jueves se engalanó junto a sus compañeros de comparsa y empezó su andadura de malo, malísimo. Sembró, por las calles y las plazas, la algarabía. El pueblo le acompañaba en su ruta disfrutando de lo lindo.
El sábado se puso frente al Ayuntamiento para decir su pregón malintencionado, con satíricas alusiones a los políticos locales. El populacho disfrutaba coreando sus gracejos y todos entonaron canciones con doble y jocoso sentido.
El domingo fue el día dedicado a la infancia y Nico, el Pellofa, gozó de lo lindo entre los espectaculares disfraces infantiles. También bailaron, comieron y lo pasaron en grande.
Después de un descanso reglamentario de tanto desenfreno, llegó el miércoles y Nico, Pellofa, se puso muy malo de tanto comer. Allí lo socorrieron médicos, obispos y monjas. En un momento, apareció la Vieja Cuaresma. Una mujer con una enorme falda y siete piernas.
Comenzó una lucha a muerte entre ellos y la Vieja Cuaresma acabó con Pellofa que terminó en la hoguera. Fue una alusión clara al miércoles de ceniza. Había sido castigado por sus excesos: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Nico despareció entre la muchedumbre exaltada, dejando en la hoguera su disfraz. Había cumplido su sueño.
En la calle de la Peixateria se colgó a la Vieja Cuaresma con sus siete piernas. Cada domingo, a las 12 del mediodía, se cortará una. Así hasta llegar a la séptima, en la que acabará la Cuaresma y se celebrará la vuelta a la normalidad con una gran comilona, en la que no puede faltar la mona de Pascua.

JB
Grupo C


Tras la puerta, dejó colgada su túnica
y ya sin disfráz de filósofo, fué más fácil romper con su indecisión.
Abrió la tapa del anillo y sorbió la cicuta.

Aurora Martín
Grupo C


Carnaval literario

La biblioteca del abogado canario don Emilio Santana Sosa se componía de más de dos mil volúmenes, de los cuales únicamente guardaban relación con el Derecho unos quinientos. El resto lo componían libros de diversas temáticas, pero los más de novelas de aventuras. En aquella biblioteca, al ilustre abogado le gustaba leer páginas gloriosas de aquellas novelas a sus cuatro nietos, de lo que disfrutaba a ojos vista mucho más que con el ejercicio de su profesión. Cuando abandonaban todos la biblioteca, después de un rato de enardecida y teatral lectura, la paz y el orden volvían a la estancia, mas no así al alma de algunos de aquellos libros, o sea, a las palabras que los componían. De hecho, “jurídica” llevaba ya largo tiempo dándole vueltas a la idea de rebelarse de algún modo. Después de dieciocho años impresa en un ejemplar del “Compendio de Derecho Civil” del Doctor en leyes don José Castán, empezaba a estar harta de todo. Frente a las aventuras apasionantes que el abogado les leía a sus nietos le parecía que el párrafo al que pertenecía (lo que ella llamaba su patria chica), y el capítulo al que pertenecía el párrafo (su patria grande), no eran sino lugares creados deliberadamente para albergar el más insoportable de los tedios. Últimamente lo venía comentando con las palabras de mayor estatus de su párrafo, sobre todo con “personalidad”, “régimen”, “mandatario” y “posesión”, y todas ellas eran de su mismo parecer.

—¡Qué desgracia la nuestra —se quejaba “jurídica” entre suspiros lastimeros—, pertenecer a un compendio de Derecho Civil! ¿Habrá algo más aburrido?
—Pues yo he oído por ahí que los tratados de Filosofía son aún peores —la intentó consolar “mandatario”—. Pero eso habría que verlo, porque lo cierto es que nuestro dueño lo único que les lee a su nietos aquí, en la biblioteca, son aventuras de piratas, del Oeste, del Espacio Sideral…
—Pues sí —terció “posesión”—, qué suerte pertenecer a un libro de esos. ¿A quién le pueden interesar las consecuencias jurídicas del acto de tener una cosa corporal cuando puedes estar disfrutando de los abordajes del pirata Barbarroja o de la última carga del Séptimo de Caballería?

Y estando en esas, resultó que se encendió la luz de la biblioteca, quedando interrumpida la conversación. Inmediatamente después entraron en ella el abogado, su mujer, sus dos hijos y sus cuatro nietos, formándose en el acto una algarabía de mucho cuidado. En seguida coligieron nuestras amigas, de lo que decían unos y otros, que todos se habían disfrazado porque era martes de carnaval y que habían entrado en la biblioteca para hacerse allí unas fotos antes de salir a la calle para ver el desfile. Después de hacérselas, se marcharon todos armando el mismo jolgorio que cuando entraron, quedando otra vez el cuarto en silencio y a oscuras.

—¡Qué suerte tienen esos! —dijo de pronto “régimen”—. Ya me gustaría a mí disfrazarme y salir de juerga por ahí.

Aquella frase actuó en la mente de “jurídica” de forma fulminante.

—¡Se me acaba de ocurrir una idea antológica, hermanas! —les gritó a todas las palabras del párrafo, que de inmediato le prestaron la mayor atención—. ¡Me voy a disfrazar!
—¿De qué? ¿Cómo? —la interpelaron todas al alimón.

“Jurídica” caviló durante unos segundos hasta que por fin contestó:

—¡De “corsario”!
—¿De “corsario”? —exclamaron todas a la vez.
—Sí, de “corsario”. A ver —empezó a explicarse “jurídica”—. Ocho letras tengo yo y ocho tiene “corsario”. Coincidimos en cuatro, la c, la a, la r y la i. Así que necesito que algunas de vosotras me cambiéis las que a mí me sobran por las que me hacen falta, o sea, la dos oes, otra r y una s. ¿Quién se anima?

La propuesta causó un revuelo enorme en todo el párrafo, e incluso en los párrafos aledaños, que andaban con la oreja puesta. A algunas les pareció muy impropio de algo tan serio como un libro de Derecho que sus palabras se anduvieran disfrazando, aunque quien más quien menos sentía curiosidad por verse disfrazada de otra palabra. Así que no tardaron todas en animarse y seguirle el juego a “jurídica”.

—¡Yo te dejo la s y las dos oes! —le dijo “posesión” a “jurídica”.
—Gracias, maja. Pues aquí te doy mi j y mi d y mi i.
—¿Y qué hago yo con ellas?
—Yo qué sé —le respondió “jurídica”, que ahora era ya “cousario”—. Piensa en la palabra que te gustaría ser y cámbialas por ahí por las que necesites—Y volviéndose a “régimen”, le preguntó—: ¿me cambias tu r por mi u?
—Aquí tienes, hermosa —le dijo “régimen”.

De esta forma, se vio “jurídica” disfrazada de “corsario”, y no cabía en sí de gozo. Empezó saltando primero de una línea a otra, y después de un párrafo a otro, hasta que finalmente tuvo el valor de hacer lo que nunca había hecho: asomarse a otro capítulo. Todo, claro está, para que la vieran disfrazada de “corsario”, dando gritos desaforados que llamaban al abordaje y a cañonear sin piedad los barcos enemigos. Al principio todas las palabras la miraban estupefactas, sin saber qué hacer ni qué decir, y preguntándose qué hacía un “corsario” en un Compendio de Derecho Civil. Pero “corsario” estaba loca por prender la mecha:

—¿Qué hacéis ahí mirándome como tontas? —les gritó—. ¿No veis que es carnaval? ¿A qué esperáis para disfrazaros?

Al punto un grito de júbilo resonó a lo largo y ancho de todo el capitulo, que no tardó en extenderse por el resto de capítulos y, atravesando los lomos del libro, por los libros que el dichoso Compendio tenía a uno y otro lado, extendiéndose el motín por toda la balda de la estantería.

Cuando “corsario” volvió a su capítulo, le resultó imposible reconocer a nadie. De hecho sabía que aquél era su capítulo nada más que por el número en romanos. Y no era sólo que todas las palabras se hubieran disfrazado, era que se habían concertado para formar frases típicas de novelas de aventuras.

—¡”Jurídica”! —le gritó “régimen”, habiéndola reconocido—. ¿Te gusta mi disfraz de “capitán”?

Entonces “corsario”, se alzó desde el margen derecho de la página y pudo leer con asombro: “Los soldados del capitán Custer se defendían como jabatos de las feroces embestidas de los indios”.

—Yo soy “embestidas” —dijo “mandatario”, muy ufana.

El ambiente en todo el capítulo era de una alegría desbordante. Pero la fiesta no quedó ahí, porque al cabo de un rato apareció una palabra disfrazada de “tiranosaurio” diciendo que era del libro de al lado y que le habían dicho que al extremo de la balda había un grueso cuaderno de notas completamente vacío que podían usar como sambódromo.

—¡Quien quiera venir, que me siga! —les gritó “tiranosaurio”—. Sé cómo pasar de un libro a otro andando por los cantos de los lomos hasta llegar al cuaderno.

Entonces, una multitud de palabras disfrazadas y embriagadas por primera vez en su vida de una desconocida dicha se fueron tras “tiranosaurio”, en pos del sambódromo. Y tal fue el ímpetu de aquel peregrinaje que casi todos los libros empezaron a temblar, de suerte que se iban acercando poco a poco al abismo del borde del estante.

Pero de pronto, la luz de la biblioteca se encendió por sorpresa, pillando desprevenidas a la multitud de palabras que iban camino del sambódromo, las cuales, aterrorizadas ahora, emprendieron de forma caótica el camino de vuelta a sus libros, y de ahí a sus respectivos capítulos y párrafos, cambiándose sobre la marcha unas a otras las letras con las que se habían disfrazado por las suyas originales. Quien había encendido la luz era una de las nietas del señor Santana, a la que le pareció ver una miríada de hormiguitas que se movían por encima de los libros de su abuelo para evaporarse de pronto como por arte de magia. Poco después, entraba precisamente aquél.

—Abuelo —le dijo la nieta, disfrazada de arlequín—, hay bichos encima de esos libros.

Don Emilio Santana sonrió a su nieta y cogió uno al azar, precisamente el “Compendio de Derecho Civil” del Doctor José Castán.

—¿De estos? Ummm —le guiñó un ojo con complicidad sin dejar de sonreír—. Vamos a ver qué bichos son esos.

Abrió entonces el libro por una página al azar y cuál no sería su asombro al sorprender a “jurídica” bajando por entre las líneas de su párrafo hasta alcanzar la ubicación en la que la habían impreso. El viejo abogado se frotó los ojos y, cuando volvió a mirar, todo estaba ya en su sitio.

—Creo que he bebido ya mucha caipiriña —dijo, un poco atolondradamente, mientras cerraba el libro—. Anda, cariño, volvamos a la calle, que ya está aquí el desfile.

Óscar Martín
Grupo A


En la ciudad mirobrigense

se sucede diversión circense
repleta de historia,
y alocada alegría.

La urbe que vio batalla
de un pasado, halla
partidas en singular tradición
y ahora ve con redención
al toro en ascensión.

La Ciudad Rodrigo azulada
acoge amurallada
entre charanga y tauromaquia,
cien niños visten con branquia
los pinceles sinfónicos.

Ángeles con brío corren, cabalgan
vuelan aguardiente y perronilla que valgan.
Entre magos, comparsa
y garrocha la pluma no es farsa.

Ricardeo Rodríguez Cobos
Grupo C


Era carnaval

No suelo ir de carnaval. Me dan miedo las mascaras y los disfraces. Creo que lo que me pasa es que temo quedarme después sin nada con qué cubrirme. De todas maneras prefiero el carnaval de la carne que el de la iglesia que viene después.

Aquel martes 12 de febrero de 2013 me disfracé. La ciudad de Las Palmas de por sí colorida y bulliciosa estaba en su apogeo. Se decía siempre que era el día más esperado del año. Por todas partes deambulaban personajes reales e imaginarios,llevando sus vidas medio inventadas, de un lado para otro, buscandola ocasión de soltar una ocurrencia y empatar el día entre risas.Aunque fueran esas las intenciones no vayan ustedes a creer que las palabras y las personas daban siempre pie a encuentros y situaciones divertidas. La gente tampoco se entiende a la perfección cuando se eliminan los códigos morales. De hecho, había frecuentes malos entendidos y situaciones groseras, aunque por lo general la tensión solía diluirse sin llegar la sangre al rio. Eso era precisamente lo que significaba el carnaval: La inutilidad de los significados de las palabras y de los gestos acordados en situaciones normales. Aunque también y como es sabido, la posibilidad de usar el disfraz para hacer lo que las convenciones sociales suelen impedir. El caso es que nada estaba claro, la interpretación de los hechos dependía de quienes estaban en el juego.Tanto de quienes formaban parte del enredo como del público que podía intervenir con pleno derecho cuando le diera la gana.

La mayoría de los personajesque poblaban la ciudad, solían verseen la televisión, los había muchas veces repetidos. Daba cierta paranoia encontrarte a cada momento con la misma persona aunque a lo mejor fuera otra. Nadie lo sabía. Parecía quealguien había abierto la televisión de par en par y que vivíamos dentro de ella.Otras veces,te tropezabas conpersonajes únicos y solemnes que tenían que ver, más o menos, con la historia y la literatura.Luego seguías caminando, y te encontrabas en medio de un sinfín de romanos, de marineros, y de empleados con uniforme: policías, enfermeras o cocineras pero por lo generalcambiados de género. Fuera de los parques y paseos concurridos, de repente te sorprendían personas auténticas que no tenían ánimo de representar a nadie, ni siquiera a ellos mismos. Eran únicas e irrepetibles, no sabías de dónde habían salido. Eran las másinquietantes porque te llevaba tiempo ubicarlas.

Toda esa multitud de personas reales e imaginarias, cargadas de alcohol y otras medallas, circulaban por las calles metiéndose unas con otras.Aveces creías identificar a alguien conocido, por su figura o por la voz, pero tenías que claudicar en cuanto a estar seguro de quiénera quién.En una ocasión creí reconocer a mi vecinoque es policía disfrazado de mujer sensual y en otra, a la recatada mujer de mi primo tirándole los tejos a mi pobre hermano. Ma, chi lo sa?

En aquel arrebato de ambigüedad donde todos dudaban de quiénes eran y mucho más de quiénes podían llegar a ser, se mezclaba como siempre, deseo y necesidad a partes iguales. A mí me ocurrió una historia desagradable. Un policía me llamó sinvergüenza y quiso detenerme porque iba desnuda con mi hijo pequeño. Yo,a su vez, lo insulte por ser un ignorante incapaz de distinguir a la mismísima Venus con su hijo Cupido arrastrando un arco. Acabamos en comisaría identificándonos.

En ese mismo año, en Tenerife,una aspirante a reina del carnaval ardió sin poder librarse de su Fantasía “Volver a Vivir”, un vestido de cuatrocientos kilos de piedras, lentejuelas y plumas. La gente aplaudía.

Sagrario Martínez
Grupo B


La eterna lucha

Miércoles de ceniza y don Carnal
escudado en la niebla matutina
ha dejado su puesto a una sardina
por no comparecer al tribunal.

La Cuaresma buscaba su final
por volver a una vida de rutina
monótona, desganada y anodina,
de acuerdo a la costumbre y la moral.

Y aunque esto os pareciera tan normal,
es parte de una historia sibilina
continuamente soterrada y actual.

Constituye el conflicto general
entre el afán y la pena genuinas
con el gozo y la alegría natural.

Calgari
Grupo A


Carnavalada

Una vez un pobre lerdo
con un genio se topó.
Y firmando un acuerdo,
un deseo le prometió.
“Tú me sacas de este bote
y yo a ti concederé
joyas, villas,megaislotes
porque libre yo seré”.
Al instante obedeció,
dócil como un corderillo.
El tapón desenroscó
liberando al hombrecillo.
“Pídeme lo que tú quieras
pues palabra yo te di.
Piensa bien en lo que fuera:
Sólo uno te ofrecí”.
“¡Quiero siempre un carnaval
en mi vida cotidiana
y una máscara llevar
que me cubra bien la cara!”
Una nube azul intenso
envolvió al pobre idiota.
Y un olor como de incienso
impregnó su cabezota.
“Tu voluntad se ha cumplido:
Doble jeta tú tendrás.
En político te he convertido
y del cuento vivirás”.
Y a partir de ese día,
en política hay más animales
con disfraz de hipocresía,
que máscaras en Carnavales.

Ibone Bueno Vicente
Grupo C


El disfraz


Hoy fue un día duro; la muerte no cesa. Se vistió para salir, se puso su pantalón de cuero ajustado, las botas negras de tachuelas brillantes y sus pendientes en la oreja derecha y se sonrió maliciosamente ¡que no sepa tu oreja derecha lo que lleva tu oreja izquierda¡. Se pintó una raya en los ojos, se puso la gomina y una gorra negra. Frente al espejo improvisó muecas y caras retadoras sintiéndose amenazador e irresistible, retocó su pelo y se colocó la chupa de flecos y así, con esa liberacion que sentia por ser irreconocible para el resto del mundo, como en un lance de caza y encaramado en su moto se alejó de su casa y de su barrio.
Regresó a casa al amanecer, con el gesto melancólico con el que se habia despedido de aquel muchacho que a la vez era el chamán que le proporcionaba la mescalina y le traspotaba a otra realidad. Apenas quedaba tiempo de darse una ducha y arreglarse para la misa de ocho. Se colocó su ropa de trabajo ¡¡ su disfraz¡¡ aun un poco colocado. Acertó a meterse la sotana de un golpe, comprobó que los bancos estaban hoy abarrotados y con paso seguro, con sus potentes botas de tachuelas salío al altar, “ En el nombre del padre, del hijo y del Espiritu Santo”.

Aurora Martín
Grupo C

Mucha, mucha policía

Esta semana la sala del taller de escritura creativa fue precintada por la policía judicial. Algún confidente les informó de que en la sesión se hablaría de literatura policiaca y literatura negra y acudieron allí para recoger pruebas y huellas dactilares y iniciar una investigación.
Escuchamos un fragmento de la canción "Pacto entre caballeros" de Joaquín Sabina cuyo estribillo da nombre a la sesión. Hablamos después de novela negra y sus características principales y recomendamos el artículo "De qué hablamos cuando hablamnos de novela negra"
A continuación hicimos un listado de investigadores y detectives famosos en la literatura policiaca y recomendamos los artículos "Los mejores detectives de la literatura española (y las novelas imprescindibles de cada uno)" y "Detectives famosos de la literatura".



La última parte de la sesión la dedicamos a comentar una selección de textos recogidos del libro "Dispara usted o disparo yo. Antología de microrrelatos policiales". Puedes descargarte dicho libro en formato PDF en el enlace anterior. Aquí dejamos algunos de los textos que se prestaron al debate e interpretación:

IN MEMORIAM
Cuando retiró el puñal del corazón, ya había olvidado el motivo de su encono.

Roque Grillo


LA PISTOLA
En el primer capítulo, el escritor hizo una descripción del despacho del protagonista. Dominaba la  habitación un gran escritorio. Había una pistola escondida en el fondo del último cajón. En el
segundo capítulo, el protagonista era abandonado por su mujer. El escritor no dejaba de pensar en la pistola. ¿Por qué estaba allí? En el quinto capítulo, el protagonista sufría un accidente y era hospitalizado. En el séptimo capítulo, se casaba con la enfermera que le había cuidado. El escritor seguía obsesionado con la pistola. ¿Qué hacer con ella? Cuando estaba escribiendo el capítulo once, no aguantó más: el escritor sacó la pistola del cajón y se descerrajó un tiro en la cabeza.

Plácido Romero


CRIMEN PERFECTO
Furtivamente, después de matarla, Hugo Duarte salió de la casa. Nadie conocía sus motivos, nadie sabe que estuvo allí, nadie sospechará de él... nadie. De pronto, palidece al recordar la frase «no hay crimen perfecto»; levanta decidido su revólver y apunta al lector.

Fernando Sánchez Clelo


NOVELA NEGRA
Tal como había planificado, en el primer capítulo el protagonista comenzó a beber y a frecuentar los ambientes más sórdidos de la ciudad. Había muerto su mujer y estaba destrozado. Pero en el primer
punto de giro, el argumento se me fue de las manos y en una pelea se cargó a un camello de poca monta. Lo que tenía que ser un texto introspectivo se fue convirtiendo en una novela negra y en la página 200 acumulaba ya 4 asesinatos. He colocado numerosas pruebas para que lo cojan y he puesto a toda la policía tras él, pero siempre va un paso por delante. He intentado que le remuerda la conciencia y se entregue; le he incitado al suicidio, pero siempre vuelve a matar. Ya no puedo controlarlo. Entre líneas he logrado leerle el pensamiento, al fin y al cabo nadie lo conoce como yo. Tiene razón. Esto debemos resolverlo cara a cara. Sentado delante del ordenador, acaricio la pistola
mientras espero a que suene el timbre.

Ernesto Ortega G


INCÓGNITA
Holmes mira a Watson. Watson mira a Holmes. Ambos miran el cadáver. Ya estaban ahí cuando sucedió el crimen.

Homero Carvalho 


Propuesta de escritura

La propuesta de escritura de esta semana consistió en escribir un microrrelato a partir de un título dado. Los títulos fueron tomados de la antología "Dispara usted o disparo yo".


Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Pistolas

¿Es mi mano la que empuña la pistola
o es la pistola la que controla mi mano?

En Internet consiguió el software necesario para modelar las piezas en una impresora 3D. También las vainas de la munición y las balas. Aprendió a ensamblar la pistola a oscuras, a cargarla, a disparar con puntería y a desmontarla con presteza. Era el arma perfecta para el crimen perfecto: indetectable, manejable, fiable e irreconocible una vez desmontada. Llegado el día, pasó los controles policiales, montó el arma en la penumbra del rellano, la cargó y disparó a su objetivo. Un segundo antes de morir, se percató de que el cañón estaba montado al revés.

* * *

Heredó de su abuelo un Colt 44 idéntico a los que veía en las películas del Oeste. Siendo niño lo sujetaba con las dos manos y con un ¡pum! de su boca mataba a los malos. Cuando tuvo más fuerza aprendió a desenfundar rápido y disparar, emulando a los héroes del celuloide. Adquirió una habilidad y una puntería extraordinarias. Así se sintió seguro y capaz de defender su casa y su familia. Cuando los matones aparecieron se encaró con ellos, pero nada pudo hacer frente a la Thompson 1928 que le mató. La Mafia ganó al Oeste.

Manuel Medarde
Grupo A


¿Es posible dilucidar un crimen?
Soneto criminológico

¿Es posible dilucidar un crimen?
preguntan a ese pobre policía,
aficionado a la filosofía,
así de raro es el especímen.

Tenemos un problema de autoría,
losgrandes asesinos siempre gimen
que en el fondo a ellos los oprimen,
que han sido maltratados cada día.

Nuestro investigador empieza atando
cabos, tras un hilo del que tirar,
pero algo le sigue incomodando.

Lo primero que hay que averiguar
-el buen hombre se lo está preguntando-
es ver qué coño es dilucidar.

¿Esposible dilucidar un crimen?
Los dos se miraban de hito en hito mientras se apuntaban a la cabeza con sus pistolas. Dispararon a la vez.

Problemas de edición
Era imposible cerrar la última página de aquella novela policíaca porque el escritor había dejado el final abierto.

Suspense ortográfico
El escritor se dispuso a poner punto final a su novela negra, pero entró en coma, y la historia terminó en puntos suspensivos.

Crimen vicario
Mataron al vicario para hacer el mayor daño posible a su madre.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


La escena del crimen

Desde una cabina telefónica, se recibe en el departamento de policías, una llamada anónima de una mujer, alertando de un posible asesinato, en cierto chalet de lujo de la zona.
Ese día, estaba de servicio el inspector Colombo (del departamento de homicidios), al cual su Jefe, le asigna se de una vuelta por allí, y compruebe la veracidad de la llamada, no sea que vaya a ser verdad, como ha ocurrido otras veces.
La puerta del chalet se encontraba cerrada, Colombo saca una ganzúa de la gabardina y accede al interior sin ningún problema; después de mirar la planta baja y no encontrar nada sospechoso, accede al primer piso por la escalera, va abriendo con sigilo las habitaciones que se va encontrando, y en el último dormitorio ve un cuerpo muerto encima de la cama, sin signos de violencia, y sin desorden en la habitación.
Acto seguido, se lo comunica a su Jefe, y en poco tiempo acuden la policía científica para tomas huellas, y el juez de guardia para levantar el cadáver.
Mientras, Colombo, da vueltas por el jardín alrededor del chalet, pregunta a los vecinos, se informa del personaje fallecido, y vuelve al dormitorio y abre la pequeña nevera allí existente, en donde en una nota escrita por su mujer, esta le invita a tomarse dos o tres pastillas azules, esperando llegar en poco tiempo y hacerle pasar una noche divertida.

Luis Iglesias 
Grupo B


Suceso

Una mañana de primavera, en primera página de un periódico madrileño ,había un gran titular que decía “ ayer fue brutalmente asesinada una mujer de 80 años en un piso en la zona de Aluche”.
En una cafetería de esa misma zona, un hombre de mediana edad y por los datos que daba la prensa, dijo que vivía en ese mismo edificio, pero dos pisos más arriba.
Dijo también que se llamaba Marina y vivía en el quinto D, que era una mujer encantadora , que llevaba toda la vida en esa vivienda y que no tenía pariente alguno.
En la cafetería había un murmullo ensordecedor y todo el mundo hablaba de lo mismo.
Aquella misma mañana, la policía se personó en el edificio, con el fin de obtener la información que los vecinos pudieran darles. Cada uno contó su versión; unos no habían escuchado nada, otros habían oído unos gritos, otros habían escuchado golpes, e incluso el vecino que vivía debajo de Marina, al escuchar golpes, miró por el agujero de la mirilla y vio a un hombre con una sudadera verde y un logotipo que no consiguió ver.
La policía tenía la esperanza de obtener más información de los vecinos del quinto piso, pero no fue así, uno dijo que dormía con tapones y no escuchó nada, otro que se había quedado a dormir en casa de su novia y el último dijo haber pasado todo el día fuera de Madrid y que llegó a casa sobre la media noche.
En el registro de la casa de la muerta no se obtuvo nada de donde poder sacar una pista, ni huellas ni indicios de robo, únicamente la sangre que quedó en el suelo. Estaba todo extremadamente limpio.
Como era de esperar, nadie reclamó ni el cadáver ni las pertenencias.
Tras días de investigación, no habían averiguado nada y llamaron a declarar a los tres vecinos del mismo piso de Marina y además al testigo del piso de abajo.
También preguntaron a los vecinos por Manuel, que vivía puerta con puerta de Marina. Todos dijeron lo mismo, llevaba cuatro años viviendo en el piso, no se comunicaba con ninguno de ellos salvo el protocolario saludo. Estaba prejubilado, no subía nadie a su casa . Anteriormente vivió en Asturias y poco más.
Se centraron en Manuel, el hombre que dijo haber estado fuera de Madrid, y que llegó a casa a media noche ya que en los datos facilitados por el forense decía que el asesinato se había producido entre las 22,00h y las 00,30h.
No tenían nada contra él, pero el comisario Romero pidió una orden de registro que le fue concedida. Pusieron el piso patas arriba y no encontraron nada, aunque les llamó la atención varios pañuelos de mujer que aún conservaban su aroma.
La investigación se fue paralizando con el paso de los días y la falta de pruebas. Llamaron de nuevo a Manuel para hacerle otro interrogatorio.
Dijo haber pasado el día en Móstoles, que de vez en cuando le gustaba salir del bullicio madrileño y pasaba el día fuera de casa.
El comisario le hizo toda clase de preguntas que poder descartarlo como sospechoso.
Echó gasolina a la salida de Madrid, pagó en efectivo y no guardo el ticket. Dijo que después de un largo paseo almorzó en “ Casa Juana”, también pagó en efectivo y no conservaba la nota. Por la tarde estuvo en un centro comercial y compró algo de ropa, que también pagó en efectivo y no conservo el resguardo de pago.
En fin, no tenía nada para demostrar su versión, pero la policía tampoco tenía nada que imputarle.
Los días fueron pasando y la policía seguía sin tener nada. La gente empezó a olvidar el tema, pero el comisario Romero no.¿Quién podía asesinar a una mujer mayor que no tenía ni amigos ni parientes, no robar nada, no dejar huellas , que motivo tendría? ¿ por qué ella?
Romero sentía que algo no encajaba en la historia de Manuel, dijo que antes de irse a Madrid, vivió unos años en Luarca, un pueblo asturiano. El comisario llamó a la policía de allí para pedir información. Nada, no había nada, ni siquiera una triste multa. También preguntó si en las fechas que vivió allí, hubo algún suceso importante. Soltillo, el comisario de Luarca ,dijo que habían asesinado a una mujer mayor, que no encontraron ninguna pista y el caso quedó en el olvido.
Antes de vivir allí, estuvo unos años en Olite, un pueblo de Navarra. También llamo a la comisaria de allí, no había nada sobre Manuel, pero curiosamente, allí también hubo un asesinato de una mujer de las mismas características de los anteriores. No se encontró nada y el caso quedó archivado como “ crimen sin resolver”.
El tiempo pasaba y finalmente dejaron de buscar y el tema también cayó en el olvido.
Únicamente Romero no dejó nunca de darle vueltas al asunto. Incluso después de su jubilación, siguió pensando en el suceso.

Isabel Gallego
Grupo A


In fraganti

Me gusta entrar en las librerías y hojear los libros. Abro uno al azar y ahí está el asesino en serie deshaciéndose del cuerpo de su última víctima.
Me apresuro a cerrarlo pero me temo que es demasiado tarde... Él también me ha visto a mí.

Aurora Zarco
Grupo B


Caso resuelto

En la sala de interrogatorios, el sospechoso mantenía un silencio sepulcral.
—Tienes derecho a permanecer en silencio, pero te advierto que la víctima dejó un mensaje —dijo el detective.
—¿Qué mensaje? —preguntó tembloroso el sospechoso, al tiempo que palidecía.
El policía le entregó una nota que decía: "Te he visto". El sospechoso se derrumbó.
—¡Lo confieso todo! —gritó.
El detective sonrió.
—Caso resuelto —murmuró, mientras abandonaba la sala. La nota era solo una artimaña; el muerto era ciego.

Jaume Castejón
Grupo B


Caso resuelto

En la literatura existen muchos casos sin resolver, pero en esta ocasión os hablaré de uno que sí llegó a resolverse satisfactoriamente.
Los hechos se desarrollaron en Bilbao, donde apareció muerta en su domicilio una vecina llamada Ibone Intxausti. Fue analizada por el equipo forense y no encontraron la causa de la muerte. Investigó a conciencia la Ertzaintza y tampoco pudo llegar a ninguna conclusión.
Reunidos todos los cuerpos de policía decidieron acudir a un conocido y afamado investigador: el inspector Martínez alias “fosadua”, que también era conocido como “ojo avizor” por su visión y resolución de casos muy difíciles. El inspector Martínez constaba en su haber, haber resuelto el caso de la muerte de Paquirri. Ya su padre, el conocido y ponderado inspector Martínez sénior alias “Roberto Alcázar”, había resuelto el caso de la muerte de Manolete.
La mayor aportación a la resolución de problemas fue el resolver el dilema más conocido y discutido por la humanidad: quién fue primero el huevo o la gallina. El inspector Martínez se decantó por la gallina, demostrándolo de forma concluyente y fehaciente, con lo que a partir de ahora todo el mundo lo tiene claro, habiendo dejado de ser un caso sin resolver.
Después de minuciosas investigaciones, el inspector Martínez llegó a un diagnóstico contundente: la señora Ibonne Intxausti había muerto de un disgusto.
La tesis fue corroborada por casi todos los vecinos del inmueble además de familiares y amigos que habían oído decir a la interfecta en múltiples ocasiones: ¡hijo mío me vas a matar a disgustos!

José Luis Fonseca
Grupo A


El asesino en serie

El que nos ocupa era despiadado, cruel, brutal.
Pues como son los asesinos en serie, ¿no?: sin escrúpulos, sin miramientos…
Esas cosas.
Y cómo mataba , que diría Gila !!
—¡Vaya! , es la hora de comer….
—Manolín….

Ismael Marcos
Grupo B


¿Es posible dilucidar un crimen?

—¿La policía siempre resuelve los crímenes? —se atrevió a preguntar venciendo su vergüenza delante de sus compañeros.
El comisario mira a los ojos del chico que acaba de hacer la pregunta, tiene sus mismos ojos, sabe quién es, conocía muy bien a su madre.
—Siempre, la policía siempre encuentra al culpable —miente el comisario. Un mohín aparece en su rostro, se imagina la reacción del chico cuando se entere de que su madre ha sido asesinada y de que su padre será encerrado entre rejas por el delito supuestamente cometido.

Tomás García Merino
Grupo B


Asesino en serie

Cuando limpióeldécimo asesinato, sonrió.
Aún no había cumplido su objetivo, el de terminar con la lacra de asesinos en serie que asolaba el país. Y sin darse cuenta se había convertido en uno de ellos.

Mª Ángeles García
Grupo A


Los policías siempre llegan tarde a la escena del crimen

He aquí la noche, amiga del criminal. Refugio para los instintos más salvajes.
Como una alimaña, se esconde en la oscuridad, esperando a su presa.
A las doce de la noche se apagan las luces del parque, el coche de policía se acerca a la entrada y cierra sus puertas. Lentamente, se aleja con su luz azul, para seguir vigilando la ciudad, que duerme.
Un ruido de hojas movidas por el viento, cerca de la puerta principal, pone en guardia a una chica que por las cercanías del parque pasea con su perro.
Este, nervioso, da un tirón, soltando la correa y se escabulle ladrando entre las rejas del parque.
'Wuasca, vuelve! —Se oye un aullido en la oscuridad; la chica nerviosa, pide ayuda.
Entre las hojas yace un cuerpo desnudo de mujer con signos de violencia.
Se presenta el Samur, que no puede hacer nada, sino tapar el cuerpo sin vida, aún caliente.
Las horas pasan de prisa, amanece, se acercan algunos curiosos y aún se espera a la policía, en el escenario del crimen; para acordonar la zona, y solicitar al juez una vez se hayan recabado las primeras pruebas, el levantamiento del cadaver.
Por fin, se oye a lo lejos, un ruido de sirenas y una luz azul se acerca al lugar del crimen. Han llegado los policías.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


Revólver

—No me llames así, yo no he disparado a nadie —me dijo.
Helado, susurré un disculpa que más bien sonó a bisbiseo. Era mi primer día en la celda. Entre mis nervios y los consejos absurdos de cómo caer en gracia para evitar conflictos, ya había metido la pata en el primer segundo.
Él, con codos en las rodillas, cabeza gacha y cansancio en sus palabras cogió aire, me miró y siguió:
—Yo soy músico ¡percusionista! —aseveró con vehemencia.
No pude hacer más que asentir obediente y ponerme a fingir que ordenaba las sábanas de mi litera. Ya conocía su historia y su carácter. Seis vándalos torturaron a su gato en una especie de ritual satánico. Él los asesinó a todos con su tambor, uno tipo Basler. Es cierto, no disparó jamás, pero no creo que nadie vuelva a tocarle el gatillo al recluso 379 alias Revólver.


Edwing Vladimir
Grupo A


Breve interrogatorio policial

Hay un gran cartel luminoso en el edificio de enfrente. La luz verde de neón ilumina parcialmente el rostro del teniente Sanders. Sus facciones revelan un cansancio de decenas de noches en vela. Está arrellanado en un sillón de su atestada oficina en el piso octavo de la Comisaría de Queens.
–No tenemos nada, Paul, no nos engañemos.
El sargento Paul Grimes se apoya contra un archivador metálico. En su postura se adivina el mismo pesimismo que en su compañero.
–Es cierto, no tenemos pruebas, pero, tal vez, el informe pericial sobre la pistola M&P que portaba arroje alguna luz, no es un arma corriente.
–Sabes que ese tipo ha sido siempre muy cuidadoso –le desanima Sanders­–. Seguro que disparó con otra y se deshizo de ella. Quizá se le escape algo en la sala de interrogatorios­–sugiere con poco convencimiento.
–¡No le sacaremos ni una palabra! –interviene Grimes–. Es un tipo duro, el más duro que ha pasado por nuestras celdas. Asegurará que no conoce a la víctima, que nunca se ha acercado al gimnasio, que esa noche estaba en Baltimore…
–Me temo que estés en lo cierto. Y si no habla estamos hundidos: sin confesión y sin pruebas el juez lo mandará a la calle mañana por la mañana.
Los dos se quedan en silencio rumiando su derrota. Ven un trabajo de meses que se pierde como el agua por un sumidero.
–Bueno, aunque no vaya a servir de nada, tendremos que interrogarle. ¡Vamos allá! ­–dice mientras se levanta perezosamente.
Bernard Sax es un hombretón de aspecto temible. En la cabeza completamente afeitada luce un tatuaje de un dragón, le falta el lóbulo de una oreja y una cicatriz alarga sus labios dibujando en la línea de su boca una sonrisa cruel. En la mano que apoya sobre la mesa cada dedo tiene tatuada una letra de la palabra crime–delito–. De vez en cuando golpetea con ellos la mesa de metal.
–Hala, Bernard –comienza el sargento–, ya nos conoces, no nos hagas perder el tiempo. ¿Qué sucedió con JoeSkinner?
–Lo maté –contesta el gigantón sin demora.
–¿Eh? –se sorprende el teniente ante la inesperada confesión– ¿Qué sucedió? ¿Por qué lo hiciste?...
–Ese cerdo me birló a mi chica y de mí no se burla nadie. Así que fui hasta su gimnasio y esperé hasta la hora de cierre. Cuando salió le metí dos tiros en la cabeza.
–¿Y la pistola con que disparaste? –pregunta tímidamente el sargento temeroso de romper la locuacidad el otro.
–Es la M&P que llevaba cuando me detuvieron.
Los policías se miran sorprendidos. Creen que el interrogatorio ya ha durado lo suficiente.

Pepe Lorenzo
Grupo B


La última visión

Lo último que vio fue cómo el gitano le clavaba la navaja a Alfredo en el corazón. Después, todo se fundió a negro. Cuando despertó tenía un tremendo dolor de cabeza y le escocía mucho la garganta. Llevó sus manos hacia el chichón a la vez que su mente se abría al recuerdo. Habían asesinado a su mejor amigo. Y ¿Por qué? Por un lio de faldas. Porque Juana le había preferido a él en vez de al “pulga”.
Miró a su alrededor: no había nada. Ni siquiera el cuerpo inerte. Parecía como si alguien hubiese recogido todo del escenario del crimen, incluido al muerto, para no dejar ninguna prueba. Únicamente le habían dejado a él como testigo.
Tenía los labios resecos, le entraron ganas de escupir y el dolor le hizo agarrarse a la pared para no caer. Tosió y las manos se le mancharon de sangre. Quiso gritar y no pudo. Sentía la boca vacía. El asesino le había dejado un recado: ¡no hables!

Maxi Moreno
Grupo B


Testigo

A aquellas alturas no me sorprendían mis emociones desbocadas. Llevaba tiempo en la clínica de daño cerebral traumático y por fin mejoraba, o eso me decían. Las alucinaciones habían cesado. Los raptos de agresividad, también. Sinceramente, yo no los recordaba. En realidad, no recordaba casi nada de las últimas semanas. Pero me estaba curando, o eso me decían.
Eso sí, conforme mi memoria se reconstruía, tenía que pagar el precio de volver a ser consciente de mis angustias. Por eso, atribuí a mi inestabilidad emocional la desazón que me producía la cara de aquel doctor. Aquel hombre me interrogaba, rebuscando tenazmente entre mis frágiles conexiones neuronales. Insistía en preguntarme si recordaba algo de cómo había sido el golpe en mi cabeza. Tenía que haber sido un trauma horrible, pues me había hecho desvanecer semanas, desaparecida en la confusión de una mente nubla.
Delante de mí el galeno me observaba vigilante, así que intenté de nuevo rememorar. Poco a poco se abrieron claros entre las nieblas de mi amnesia. Empezaron a aparecérseme imágenes, turbias al inicio, y a esbozarse impresiones y figuras desvaídas y presencias con movimientos violentos y rastros del sabor a sangre en la boca; y gritos.
Y, de pronto, recordé la cara de una persona golpeándome. Y era la misma cara del doctor que tenía delante. Y mi semblante me delató.
El último recuerdo: aquel hombre que sacaba una pistola mientras decía “esta vez ya no quedarán testigos”.

José Carlos Gómez
Grupo A


Crimen perfecto

Fue un despiste de la señara de la limpieza dejar abierta la puerta del despacho del jefe de personal, que estaba de viaje oficial en Nueva York.
Fue una causalidad que pasara por allí, sin ser visto, el director de la sección segunda, formalmente de baja médica, y observara sobre la mesa del despacho del jefe de personal, el nombramiento de otra persona en el puesto al que el aspiraba desde hacía años, y en uno de los cajones abiertos un arma con su munición.
Fue el azar el que determino que el director de la sección segunda fuera seleccionado para formar parte del Tribunal de jurado encargado de juzgar el asesinato del director de la sección Primera.
Fue la diligencia del guarda se seguridad acudiendo al lugar de los hechos sin solución de continuidad y, sorprendiendo a la señora de limpieza con el arma en sus manos, lo que propicio que la acusación se dirigiera contra ella.
Fue la suerte la que hizo que el director de la sección segunda fuera nombrado portavoz del Tribunal del jurado, de modo que gozaba de cierta autoridad sobre los demás miembros del jurado.
Fue la mala suerte la que propicio que una vez celebrado el juicio, pese a la reiterada y persistentes declaraciones de la señora de la limpieza , que en todo momento sostuvo su inocencia : “solo había dejado la puerta abierta del despacho del jefe de personal cuando se fue al baño , que escucho los disparos en el despacho del director de la sección primera, fue hacia allí y por caridad decidido quitarle la pistola que tenia sobre la cabeza ,que cuando lo hacia llego el guarda de seguridad …” nadie la creyera , salvo el portavoz del jurado , que planteo múltiples alternativas y dudas a los demás jurados hasta convencerles de que los indicios de criminalidad que pesaban sobre la señora de la limpieza eran insuficientes para enervar el principio de presunción de inocencia , debiendo ser declarada no culpable en consecuencia.
Fue finalmente el imperio de la ley con el principio de “indubio por reo” el que determino un veredicto de no culpabilidad, quedando absuelta la señora de la limpieza.

Maria Victoria. G.L.
Grupo B


El maestro

Sólo unos minutos habrían bastado para salvar a Don Sebastián. Pero no fue así porque la guardia civil, mermada de efectivos tras la guerra, llegó tarde a la escena del crimen.
Aquel día Don Sebastián se encaminó, como de costumbre, hacia el coto de caza con la escopeta al hombro. Pero en un recodo del camino estaban escondidos los bandidos, los maquis, les llamaban.
- ¡Alto ahí! ¡Hombre, pero si es Don Sebastián, el maestro! Ya sabemos de qué pie cojea y por muy maestro que sea, chitón o aténgase a las consecuencias….
Entre los maquis está Heliodoro, que le mira avergonzado. Don Sebastián fue su maestro en la escuela del pueblo y sólo en dos ocasiones le dio un capón por meterse con la Eulalia, la tonta del pueblo. Se disculpa con la mirada Heliodoro, pero no le tiemblan las manos cuando le apunta con el arma y le repite con firmeza: ¡Chitón, que en boca cerrada no entran moscas, señor maestro!
Don Sebastián se mantiene erguido, exhibiendo su autoridad moral de maestro del pueblo y le susurra apocado: ¿Esto te he enseñado yo, hijo mío?
- Cállese o le descerrajo un tiro aquí mismo. Venga, andando, que es gerundio, vuelva por donde ha venido y aquí paz y después gloria.
La escopeta callada de Don Sebastián se balancea dudosa en su hombro. Apesadumbrado, vuelve sobre sus pasos y cuando el miedo se lo permite echa a correr y va directo a la guardia civil sin pensar en nada, sólo en cumplir con su deber. Yo fui su maestro y le limpié los mocos a ese niño, regalo del sol, piensa.
Por la noche se oyeron disparos, pero nadie quiso saber nada; “bajaron los maquis”, decían.
Don Sebastián yacía a la puerta de su casa, muerto por su deber; dejó una escuela vacía y unos niños huérfanos de maestro educador de futuros maquis.

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A


In fraganti

Al tiempo que se levantó un viento frío, el centinela que me dió el relevo en la última guardia de la noche, me informó que el general cenaba en su tienda con una mujer representante del bando enemigo.
Tiritaba aterido mientras escuchaba risas lejanas, voces que devenían en gritos, discusiones, golpes e incluso jadeos que me hicieron temer que no quedaria títere con cabeza en la tienda de mando.
Un grito sordo me sacudió de la dulce ensoñación por los primeros síntomas de congelación, y ni siquiera el sonido metálico de un arma blandida en el aire, ni el golpe seco de la caida de un cuerpo muerto me infundieron el valor para acceder al interior de la tienda. Lo que sacudió mi paralisis fué el reguero rojo y espeso que alcanzó mis pies tiñendo mis glebas y mis pies de sangre.
Me costó entender la situación, hasta que pasmado, reparé en la cabeza de mi general Holofermes en aquella cesta, que aquella mujer cargaba en su brazo y a la que yo, el centinela nocturno, habia pillado “ in fraganti”.

Aurora Martín
Grupo C


Revólver

La mujer apuró el último trago de ron y bajó a la calle olvidando el revólver entre las sábanas sucias. Iba a por otro cliente, pero la noche estaba floja y después de recorrer la larga acera unas cinco veces, decidió entrar en el zaguán a calentarse. Al salir, reconoció en la penumbra el destello dorado del diente de aquel malnacido y echó la mano al bolsillo, pero Pedro Navaja ya cruzaba la calle y se abalanzaba sobre ella, hundiendo sin compasión el puñal en su estómago. Reía el tipo mientras la mujer, indefensa, moría en silencio. Sin remordimientos, el crápula registró la cartera que aun colgaba del hombro de ella, cogió unos pocos pesos que no daban ni para comer y se fue fastidiado calle abajo. Un borracho, que pasó a continuación junto al cuerpo tirado en el suelo, pateó el bolso vacío y continuó su camino cantando. El compositor, ante una hoja llena de tachones, maldijo a la mujer que había arruinado su tema sin entender por qué no podía sacar aquella maldita melodía de su cabeza: la vida te da sorpresas, sooooorpresas te da la vida, ay dios.

Mónica Rivero
Grupo C


Escenarios semejantes

A Pepa

Laura afrontó la jornada como todos los días.Nada más llegar a la comisaría recibió instrucciones para dirigirse con su equipo a una urbanización próxima a la de su casa en la que la noche anterior se había cometido el asesinato de una mujer.
En el atasco mientras acudía al trabajo, supuso que le encargarían el caso. Todas las emisora hablaban del enésimo crimen machista del año. Trató de escuchar otra emisora, movió varias veces el dial, al final apagó la radio. Odiaba pensar en su trabajo tan temprano. Por la tarde, iban a celebrar el cumpleaños de Lucía, su única hija, siete años ya. Repasó todas las tareas que debía realizar después de terminar,apenas recoger la tarta y poco más. En casa ya había dispuesto todo lo necesario para que su madre,que preparaba las fiestas mejor que una profesional, hiciera el resto. Paco se encargaría de recoger a la niña y de los sandwiches. Esos pensamientos le daban tranquilidad y confort.
Sin poderlo evitar, recordó sus estudios de criminología y las series televisivas de CSI que la impulsaron a comenzarlos tras acabar la carrera de biología. Lo que imaginaba apasionante, con retos de todo tipo, físicos e intelectuales,en realidad consistía en un trabajo como otros, con sus rutinas, sus horarios y su jerarquía. A pesar de todo, mejor así, prefería no llevar una vida de serie americana, en la que los personajes resultan tan excesivos.
Héctor la acompañaba en el furgón de la científica. Algo más joven que ella, no hablaba mucho, observaba en silencio y resultaba muy agudo en sus observaciones. ¿Qué más se puede pedir? La tarea consitía en recoger huellas dactilares y biológicas en la escena del crimen que ayudaran a identificar a las personas presentes en el lugar de los hechos y su participación en ellos. Todo siguiendo los estrictos protocolos.
La urbanizaciónle recordó la suya. Calles similares, casas casi idénticas y la decoración navideña por todas partes, con esos ridículos Papás Noel escalando los balcones llenos de lucecitas.
Pararon frente al número trece de la Calle de los Cerezos.Aquí habían elegido nombres de frutales, en su barrio, ríos y afluentes de España. Mientras se disfrazaban de enfermeros en pandemia con toda esa parafernalia para no contaminar, volvió a pensar en lo feliz que se iba a sentir Lucía esa tarde con todos sus amiguitos, también iban a venir sus primos. No cabía esperar que la toma de muestras les llevara muchorato para, posteriormente,tener redactado a tiempoun informe casi completamentesistematematizado. Al terminar el turno podría tomar un café junto a la comisaría antes de ir a recoger el pastel. Allí encontraría a alquien más comunicativo que Héctor.
El compañero de uniforme que vigilaba el acceso les indicó algunos detalles mientras traspasaban la cinta policial. Los hechos habían ocurrido en la cocina. A la casa se accedía por una escalera que subía a un porche, ambos similares a los de la casa de Laura. Se fijó en las plantas que decoraban el patio de delante, le gustó la solución, una gran hortensia lo presidía todo, aunqueen esa época del año no mostrase su mejor aspecto y la orientación no coincidiese con la del suyo.
Empujó una puerta igual a la que daba acceso a su hogar. Reconoció la carpintería de puertas y ventanas, se dirigió a la cocina que sabía estaba a la izquierda. Las baldosas de la suya le daban un aire más elegante que las de ésta, el tono de la madera de los muebles le agradó.
El panorama resultaba desolador, ambos habían peleado antes. Platos rotos, asientos caídos y restos de comida esparcidos aquí y allá.Resultaba insoportable la cantidad de sangre por todos lados.
Se dividieron la tarea, Héctor, más concienzudo, quedó en la cocina tomando las muestras que precisaban.Laura se movió por la casa en busca de otras pruebas. No resultaba difícil conocer los pasos del marido tras los hechos, bastaba seguir sus huellas ensangrentadas por la casa.
El comedor aún estaba decorado con globos y otros elementos entre los que destacaba una gran guirnalda con el nombre LUCIA y un 7 colgada de parte a parte. ¡Qué coincidencia!A veces, cuesta distinguir nuestras casas y nuestras vidas, cada vez más parecidas y a la vez tan diferentes. Apartó esos pensamientos y continuó su labor.
Como Laura había previsto, a primera hora de la tarde el informe estaba concluido y pudo ir con una compañera al bar de al lado,si bien cambió el café por otra bebida:
-Póngame un whisky, JB si puede ser.

EMM
Grupo C


Gajes del oficio de reptil

Últimamente a ella le brillaban los ojillos, andaba de rollo con uno por el chat que decía ser su enamorado.
Era más bien lerda por naturaleza y se movía con torpeza, como si alternase elongaciones en su cuerpo. Tenía orejas puntiagudas, piel rugosa y dos colmillos en punta. Había vivido toda su vida en su concha y las pocas veces que sacaba sus cuernos al sol lucía un morillo torcido.
Ella y su cortejador nunca se habían visto, se intercambiaban fotos en las que ella lucía con grandes destellos y él portaba uniforme y gorra marineros. Siempre le decía que era la más bella caracola que había conocido en su supuesta vida de navegante.
Más en la naturaleza no todo es lo que parece, hay sapos con aspecto de hoja y arañas que imitan la forma de las hormigas de las que se alimentan. En realidad su amado era una serpiente azul asfalto que nunca había navegado mares y que dominaba el enmarañado bosque del barrio, un tipo de reptil que al ser descubierto solía responder arqueando su columna y abriendo la boca de manera amenazante.
Últimamente merodeaba por el barrio de día y de noche controlando todos los movimientos de sus presas, se desplazaba silencioso y casi invisible entre cloaca y cloaca y creía saber ya todo de ella.
De vez en cuando él le decía algo así:
- Mi amada caracola, hoy te he presentido vestida con los destellos del arco iris, ibas preciosa soltando tus babas por el asfalto al sol.
Ella lubricaba y lubricaba más baba de caracol con cada uno de sus halagos.
Llegó el día de conocerse, el preparó la escena, vendría en el cascarón de un barco desde allende los mares. En quince días se encontrarían en el banco que hay junto al seto del parque al que cada día acudía su caracola a soñar replegada en su caparazón.
El día de la cita ella se vistió con sus mejores galas, resplandecía en su cascarón que había pintado con esmalte de uñas rosa, disimuló sus orejas puntiagudas bajo su pelo, ensayó frente al espejo a hablar sin abrir apenas la boca para ocultar sus picudos dientes y comenzó a ensayar un caminar ágil para evitar ser descubierta por su lento paso de caracol. Ya toda recompuesta y nerviosa se sentó en el banco verde que hay en el parque al lado del seto, sosteniendo su bolsito de brilli brilli entre sus dos manos sobre sus rodillas pegadas, las cuales temblaban tal cual si hubiera visto de repente una serpiente.
En esto que el reptil se arrastra sigiloso por el matorral, trepa por el banco hasta la altura del cuello de su presa y en un movimiento astuto le inocula su veneno y la paraliza. Ella en su tóxica nebulosa piensa que está a punto ya de llegar su amado y la salvará, el rastrero bicho comienza a engullirla de forma lenta hasta hacerla desaparecer. Ya podrá hibernar satisfecho hasta su próxima víctima.
Gajes del oficio de reptil.

Aronbanda
Grupo B


La víctima decepcionada

Venga, hombre, no me vengas con esas. ¿No se te ocurre otra cosa? No me puedo creer que tenga que ser yo, precisamente yo, la que te tenga que dar ideas. Andas un poco perdido. Los hombres como tú deberían tener la cabeza más fría, mostrar más autocontrol, tener más visión. No sabes ni por dónde te andas. Presta atención a lo que te estoy diciendo: cuidado por donde pisas. Y no me mires así. Ya tengo que aguantar demasiadas tonterías como para tolerar también esa mirada de estupefacción. Ya ves que lo he visto venir, que no soy tan idiota como pensabas. Tú sí que eres tardo en comprender las cosas. Te creía más listo, pero me has decepcionado. Por lo menos, me podrías dar algo mejor. Me lo merezco.
Supón que hace tiempo que conozco tus planes. Borraste todo tu historial de búsquedas en internet, pero dejaste una, la más reveladora, aunque, supongo que a ti no te lo pareció. Dos palabras, Oiran Buchi. No pensaste que me llamarían la atención, Oiran Buchi, que querría conocer su significado, su enigma. Eso, y lo de Darwin. ¡Qué interés repentino por la ciencia! Oiran Buchi, el puente de los suicidas. Tirarme por un puente y que parezca un suicidio. Lo habrás meditado mucho, pero, ¿de verdad te convence? Mira que podrías clavarme el abrecartas de Charles Dickens, hecho con una pata de su gato, pero no te gustan los gatos, o una azagaya magdaleniense del Museo Antropológico ; o atiborrarme de barbitúricos, como le pasó a Marilyn Monroe, y montar el escenario; o tirarme por el hueco del ascensor y llamar a emergencias; o convencerme para tirarme en paracaídas sin paracaídas; ¿envenenarme con mi crema corporal?; ¿una carta bomba cuando ya no se reciben cartas?; atropellarme dando marcha atrás en la rampa de la cochera; incluso, matarme de aburrimiento, lo cual casi consigues. Y te vas a sentir aún más decepcionado que yo cuando te diga que los Premios Darwin no se consiguen tan fácilmente. La muerte ha de sobrevenirle al perpetrador de la hazaña de una manera absurda, ridícula, grotesca, nunca matando a otra persona. Te lo ilustro: tú, que, en este día lluvioso, estás apuntándome con esa pistola, que deseas que me calle y me arroje al vacío, das un traspiés con una piel de plátano sobre este suelo húmedo, y el arma se dispara en dirección a tus genitales, la bala sube por el estómago hasta tu corazón, que sigue bombeando hasta que se para, es decir, te matas a ti mismo, un disparo fatal. Justicia poética... Ya lo dice el Libro de los Salmos: "Amó la maldición y esta le sobrevino". Exactamente lo que te ha pasado a ti. Pero, me temo que hay muertes más estúpidas y originales, y, por ello, más interesantes, créeme, menos decepcionantes. La tuya, que podría haber sido la mía, ha sido un chasco sobre un charco de tu propia sangre, una auténtica desilusión. Creo que sólo recibirás un triste accésit.

Marisa Sánchez
Grupo C


In fraganti

La noche se dibujaba negra cuando Albert, miraba hacia
las ventanas del edificio azul, desde donde hace años partió en busca de nueva vida. Parecia que la casa estaba vacía, no se vislumbraba ninguna luz a través de las cristaleras, su curiosidad le hacía vibrar
Imaginando volver a retomar
el dulce latir del tiempo pasado entre ésas paredes.
Aún conservaba las llaves de ese nidito de amor, que siempre considero su hogar.
Cauteloso se dispuso a introducir la llave, que Guillermo desde el interior
observaba girar, con temor y
asombro, a la vez que se procuró un contundente bastón, con el que sorprender al atrevido impostor.
La puerta se abrió, Guillermo propinó rotundo golpe a tan
osado individuo. A la par que
María gritó:Hijo, hijo, hijo!
Has vuelto, y corriendo entre lágrimas, resbaló a los brazos de su más cálido amor.

Leonor Martin Merchán.
Grupo A


Suceso

El inspector Sánchez, el más respetado de toda la comarca, se despertó aturdido aquella mañana.A pesar de ello y del punzante dolor que sentía en las sienes, salió a la calle y comenzó a caminar como un autómata.
Fue el primero en llegar al lugar de los hechos: media hora antes de recibir en su móvil la llamada urgente del subinspector.
Le encontraron arrodillado junto al cadáver de la joven, observándola atónito: su delicado rostro, sus grandes ojos oscuros, su larga melena, su cuello...ese cuello.
De pronto, en su mente se proyectó con toda nitidez la imagen viva de aquella mujer y en sus oídos resonó su voz amenazadora.
Miró con estupor sus propias manos...y lo comprendió todo.

M.L.Fidalgo
Grupo C


Testigos

Nunca olvidó aquel día.
La tarde anterior sus deberes escolares consistían en hacer una redacción.
Al día siguiente, la madre Isabel, le mandó leer la suya en voz alta al frente de toda la clase. Cuando terminó de leerla, la monja acusó a la niña de no ser la autora de la misma... Insistía una y otra vez para que dijera quién se la había escrito. La niña no entendía nada y seguía diciendo que la había escrito ella…
La monja insistentemente tildaba de mentirosa a la niña.
De pronto…
Tras unos golpecitos, se abrió la puerta del aula.
Era la Madre Felisa, superior en rango a la madre Isabel, y así mismo protectora de la niña por haber sido profesora de su madre años antes, iba a interesarse por la niña y su marcha académica…
¡Buenos días! Y perdón por la interrupción, dijo la Madre Felisa.
¡Buenos días! Contestó la madre Isabel.
Y la madre Isabel, se deshizo en halagos hacia la alumna a la que segundos antes despedazó y acusó de mentir delante de todas sus compañeras…
Aquel día aquella criatura inocente recibió la lección magistral sobre la naturaleza de la hipocresía.
Sus testigos permanecieron inmutables, nadie se manifestó a favor de la víctima...

Nieves Martín
Grupo B


La sonrisa del asesino

Cuando el detective observó al mimo que yacía en el suelo del teatro del municipio, supo quién había sido su asesino. Los dedos índice, corazón y anular de la mano derecha unidos simulando un único miembro, la otra mano recogida en forma de muñón y la sonrisa torcida de modo exagerado hacia el lado izquierdo obligándole a guiñar el ojo, le llevó a sospechar del que todos llamaban “El tonto del pueblo”.

Toñi Martín del Rey
Grupo B


La escena del crimen

I

Londres. 1860. El crimen se había cometido en el piso superior del Pub Stone Curlew`s, situado en la popular Company Street. Cuando llegaron el detective Sherlock Holmes y su ayudante el doctor Watson, aún estaba allí la víctima, en el suelo, con un cuchillo de cocina clavado en la espalda. Después de examinar minuciosamente la escena del crimen, pasaron los dos sabuesos a interrogar a las dos camareras que atendían en el antro. La una rubia, de buen ver y antipática como ella sola. La otra morena, con el rostro como tallado a machete, igual de antipática que la anterior pero “agraciada” con un punto de mala leche insoportable. Acabado el interrogatorio, Watson le preguntó a su superior si había llegado a alguna conclusión.

—Sí, querido Watson —le respondió Sherlock Holmes, sosteniendo su humeante pipa con la mano derecha—: que como no cambien mucho, se van a quedar solteras las dos.

II

En el capítulo dieciséis de las memorias del famoso asesino en serie Sergei Vdalemicov se puede leer lo siguiente:

“Después de naufragar el barco en el que viajaba, pude alcanzar a nado, y con muchísimo esfuerzo, una diminuta isla de poco más de cien pasos de largo por unos veinte de ancho. Al poco se presentó otro náufrago, completamente extenuado. Durante tres días anduvimos ambos cavilando la forma de salir de allí, sin que se nos ocurriera nada. Cuando, desesperado, le dije que sintiéndolo mucho le tenía que matar, me pidió una explicación y se la di.

—Mira —le dije muy cariacontecido porque el hombre no me caía mal—, soy una asesino en serie y tengo la rara cualidad de que únicamente después de matar a mis víctimas se me ocurre la forma de abandonar la escena del crimen sin dejar rastro.

Y así fue. Nada más matarlo se me ocurrió la forma de largarme de allí sin dejar ni cuerpo del delito, ni una sola huella ni nada de nada. Y a las pocas semanas ya estaba de vuelta en San Petersburgo asesinando con regularidad. Creo que fue mi único asesinato por causa de fuerza mayor”.

y III

Al asesino le gustaba volver una y otra vez a la escena del crimen, ubicada en una pequeña explanada junto a la zona de los columpios del parque. Se solazaba pensando en la auténtica obra de arte criminal que había perpetrado. Observaba con deleite las plantas que bordeaban la explanada, el banco de madera, el caño, los dos plátanos que daban sombra al lugar. Todos habían sido testigos, los únicos testigos, del modo brillante en que se condujo aquella tarde, a la hora crepuscular. Muchas veces coincidió en el parque con el inspector de policía al que asignaron la investigación de su crimen, y hasta llegaron a entablar conversación.

—He sido yo —le llegó a decir en más de una ocasión, en la seguridad de que había cometido el crimen perfecto—. Pero a mí mismo me resultaría imposible de probar.

Y efectivamente, eran tales las coartadas que se había confeccionado, que de haber hecho una confesión formal en Comisaría le habrían tomado por un loco o por un imbécil con afán de notoriedad.

Óscar Martín
Grupo A


Justicia en jaque

El crimen se permite cuando persigue un fin loable.
¡Un solo crimen y cien buenas acciones! Fiodor Dostoivski(Crimen
y Castigo)

El Diario



¡Chester la había vuelto a cagar otra vez! ¿Cómo era posible que en treinta años de policía, no hubiera aprendido todavía a obtener pruebas? Ahora el hijo de perra que tenía en la cabina de interrogatorios, se me estaba escapando como la arena bajo los pies en una playa con resaca.
El diario que había obtenido Chester violentando la caja fuerte de John Stephen Mac Morder III, sin autorización judicial, era una loa al infierno encerrado en su alma criminal.
Ese mal nacido, a tenor de sus notas, había asesinado al menos en el último año, a doce mujeres de ascendencia afro e iberoamericana.
Mac Morder esgrimió una y otra vez su condición de escritor de teatro experimental. Se me erizaba el cabello al intuir su malévola intención, cuando afirmaba tercamente que el diario era el boceto de una novela de terror, a medio escribir, para justificar así aquella lista de atrocidades.
¿Cómo puede permitir el universo que exista gente que pueda sentir esto?:
“ Me hirió profundamente el hecho de verla ahí, con la apostura de un pelele roto, las cuencas de los ojos vacías y esa estúpida mueca de estupor en su boca. Ni siquiera había protestado antes de morir.”
“ El placer que me daba el oír chillar a esa cerda mientras se meaba, al tiempo que yo atravesaba su sexo con el sable, no es comparable a ningún otro que yo haya sentido”.
La crueldad de las descripciones del diario de ese monstruo, que no solo se complacía con matar, sino que también torturaba y mutilaba a sus víctimas, era repugnante y corría pareja a la arrogancia de la que hacía gala en su trato personal. Todavía no podía creerse como unos zafios e ignorantes policías como nosotros, habíamos llegado a la conclusión de que él podría ser un asesino. Creo que este tipejo era simple y llanamente un perturbado que se creía por encima del bien y del mal.
Por un capricho del destino, Chester encontró una nota que nos llevó a la pista del contable de Mac Morder. Al fin, pudimos contar con algo sólido para tratar de encerrar a aquella bestia.
A pesar de la gravedad de sus crímenes, sólo pudieron condenarlo a quince años de prisión por delitos contra la hacienda pública.
Fue la única vez en mi vida que vi lágrimas, no sé si de rabia o alegría, en los ojos de Chester.
Tuve la certeza de qué volvería a toparme con aquel engendro y habilité un mecanismo para que me informaran cada cierto tiempo de su actividad carcelaria. Quedé con la agridulce sensación del que ha obtenido una victoria pírrica. Aquella noche cogí una borrachera épica en el tugurio de Sandy.

La Fuga
A los seis meses recibí un informe de la prisión que me enviaba Paul Teller, mi gran amigo de la infancia, a la sazón vice alcaide de la prisión en la que Mac Morder cumplia condena.
El bueno de Paul, me contaba que a ese psicópata no le había resultado demasiado difícil adaptarse a la vida en la cárcel. Únicamente y por temor, se había negado al aseo junto a los demás presos.
Había solventado su temida iniciación en las duchas del módulo A, donde estaba encerrado, haciéndose proteger por una mara carcelaria liderada por un mexicano apodado Ramírez.
Desconocía el precio, recompensa o promesa, que pudiera haber utilizado Mac, para conseguir semejante salvaguarda del mexicano.
El caso es, que a todas horas estaba escoltado por los seis componentes del núcleo duro de esa pandilla formada por el ya mencionado Ramírez, los mellizos Hernandez, salvadoreños, Víctor Adolfo Spucke, argentino, Joao Açougueiro, brasileño y Nicolás Maduro, colombiano.
Paul cerraba el informe apostillando, que le daba la impresión de que Mac Morder se había convertido en el cerebro de Ramírez.
Durante año y medio los informes que me hacía llegar Paul, poco más añadían a lo ya comentado en el primero.
Cuando trataba de encontrar algo con que mitigar la resaca del día posterior al de acción de gracias y encendí el celular, vi inmediatamente que Paul me había llamado en cinco ocasiones y tenía varios mensajes de audio suyos en mi WhatsApp.
Se habían fugado en el autobús de los actores que habían ido, ese día, a representar una obra de teatro de la crueldad en la prisión.
Le llamé y estaba de un humor de mil demonios. Me dijo que le había recomendado expresamente a Delegado, nuevo intendente superior del estado y viejo amigo suyo, para que me pusiera a mí a cargo de la persecución policial.
Le pregunté si tenían alguna pista.
Me dijo que con lo único con que contaban era con los perfiles psicológicos de los fugados.
Confidencialmente me pintó un panorama poco halagüeño sobre la resolución de aquel asunto y pronosticó:
“Ramírez y los Hernandez desaparecerán, si logran cruzar la frontera de México, por las múltiples conexiones con las que cuentan”.
“El argentino, ironizó, puede que recale en Alaska o en el desierto de Gobi. Sus únicas aficiones son la meditación, los asados y el mate”.
“Açougueiro posiblemente se haga socio de Mac, que seguramente lo terminará matando”.
“Maduro es el eslabón más débil.Tiene un TOC que le impele a frecuentar los hoteles y restaurantes más exclusivos. Es dicharachero y a la postre el que más información brindaría, caso de ser capturado. Podría incluso ser receptivo a un acuerdo con la fiscalía”.

El Karma
Pasaron unos meses durante los cuales perdimos todo rastro de los fugados.
El intendente Delegado, presionado por los votos que aseguraban la poltrona de sus jefes, me hacía la vida imposible.
Comenzaron a salirme las primeras canas y el pequeño bar que Sandy regentaba en el 76 de Green Avenue, cerro. Percibí ambos sucesos, como hitos claros del declive de mi vida. Comencé a tomar somníferos y a dudar de si llegaría a cobrar mi retiro.
Pero la rueda de Samsara seguía con su obstinada labor, y tras esos meses de espera, llegaron unas semanas repletas de noticias.
La policía de Texas aseguró haber dado muerte a Ramírez cuando este intentaba cruzar la frontera. La cuestión no quedó suficientemente esclarecida, debido a las dificultades posteriores para la identificación del cadáver.
Un oficial de la policía de la Antigua informó de que, el 1 de junio de 2019 fecha de la toma de posesión del nuevo Presidente de la República del Salvador, los hermanos Hernández habían cruzado la frontera guatemalteco - salvadoreña.
El argentino fue detenido por la policía, en la redada efectuada en un templo de prácticas chamánicas, en las montañas de Coahuila. Por lo visto, no pudo asimilar el último cóctel de peyote, ayahuasca y Gloria de la mañana. Fue entregado a las autoridades de Estados Unidos en un lamentable estado de idiotez irreversible. En la cárcel no sabían qué hacer con él.
El brasileño fue encontrado en el depósito de cadáveres de Austin. La muerte le sobrevino según el informe forense: “por un mordisco de probable etiología humana que le arrancó la nariz, lo que provocó una infección drástica desencadenante de una sepsis galopante, que desembocó en un fallo multiorgánico agudo.
Puse a disposición de la policía de Austin, muestras del ADN de Mac Murder, por si éste tuviera alguna relación con la muerte de Asçougueiro.
Maduro fue detenido en la joyería de Van Cleef & Arpels, en el 744 de la 5th Avenue en New York tratando de llevarse un Royal Oak, en oro, de Audemars Piguet. Estábamos esperando su ingreso en la cárcel, para ver si su interrogatorio arrojaba alguna luz sobre los pormenores de la fuga.
De Mac Morder no teníamos noticias.
La posibilidad de que este estuviera libre y listo para hacer de la suyas, incitó a la fiscalía a hacerle una propuesta a Maduro, que no pudiera rechazar.
En la reunión previa con el fiscal, este nos dejó bien claro que, incluso se recurriría a la zanahoria de una generosa cantidad, siempre que nos diera alguna pista que pudiera acabar con la fuga de ese desalmado. Tenía muy claro el coste exorbitante de la ingente cantidad de medios, que el Estado tendría que gastar para acometer su captura, caso de que este cometiera nuevos crímenes.
Mientras tanto Maduro, a la espera de la redacción del acuerdo, nos iba dando alguna que otra información sesgada.

La Trampa
Una vez firmado ese contubernio que la fuerza de las circunstancias imponía, Maduro nos relató una sorprendente historia.
Por él supimos que Ramírez estaba informado de antemano de la llegada a la prisión de Mac y que fue atando los cabos para que este finalmente se echará en sus brazos.
Contó para ello, con el lógico miedo que tendría el sujeto a ser repetida y salvajemente violado en la prisión.
Esperó a que su espíritu estuviera lo suficientemente quebrantado, por la inmediatez del peligro de que la amenaza se materializase, para ofrecerle su ayuda.
Lo hizo a cambio de qué Mac, ideara con su privilegiado cerebro un proyecto viable, que les permitiera a él y sus seis amigos la fuga de la prisión.
Mac aceptó de inmediato y se unió al grupo, al que poco a poco intentó someter a la dictadura de su arrogancia.
Ideó no solo un plan, sino un segundo, que tuvo por víctimas a un grupo de jamaicanos a los que utilizó de señuelo, creando así la distracción necesaria para alcanzar el objetivo principal.
Haciendo una lectura sinóptica de la declaración firmada por Maduro, se fueron desgranando los pormenores de tan insólita historia:
“Tuvimos que soportar a ese dios perturbado durante meses, por orden de Ramirez”.
“Una hora antes del comienzo de la fuga, y sin la presencia de Mac, el mexicano nos explicó el verdadero motivo de todo aquello”.
“Aquel demonio al que había prometido una irrepetible fiesta de celebración, si la fuga salía según lo planeado, contaba entre sus víctimas con la queridísima única hija de Ramírez”.
“Comprendimos al instante y callamos mientras este nos daba las instrucciones para la celebración del evento.”
“Una vez fuera de la cárcel, nos hicimos con el control del autobús de los actores, a los que dejamos sin celulares, en un intransitado cruce de caminos.”
“Cuando llegamos al refugio, en plena algarabía por el resultado de la fuga, Ramírez le dijo algo al oído a Mac, que éste pareció tomar en principio a broma, hasta que parando súbitamente de reír, Ramírez nos ordenó que lo sujetáramos.”
“Se pudo zafar de Joao, al que propinó un mordisco que le arrancó prácticamente la pnariz. Los demás logramos sujetarlo e inmovilizarlo.”
“Ramírez prendió un saco de carbón en el antiguo hogar del refugio, mientras le decía a Mac, que se iba a utilizar todo el tiempo necesario y más, del que él se había tomado para asesinar a su hija”
“La arrogancia de Mac se tornó en pura e indigesta altanería, su proceder con nosotros embadurnaba el ambiente con un espeso lodo de desprecio”.
Yo, contó Maduro: “ Traté por todos los medios de curar las heridas de Joao, con la única ayuda de los elementos que encontré en el botiquín del autobús”
Mientras: “los Hernandez estaban ocupados en activar la conectividad en standby de nuestros teléfonos para convertirlos en dual Sim. Eran prestidigitadores de la comunicación”
“El argentino no tenía más que ojos para vigilar y conformar el lecho de brasas que ardía en el hogar del refugio”
“La sarta de improperios y blasfemias dirigidas contra nosotros, que salían por la boca de Mac, nos obligaron a ponerle una manzana en la boca y a atar fuertemente su mandíbula con un lazo de cuerda que se podía tensionar dando vueltas a un pequeño trozo de palo desde el centro de su cuero cabelludo.”
“Los aullidos de João fueron constantes, hasta que poco a poco comenzó a perder la consciencia y empezó a delirar”
“Ramirez inspeccionaba el descomunal espeto que había introducido en la lumbre, tenía su punta casi totalmente al rojo vivo”
“Tras avivar el fuego, me ordenó llevarme el autobús y tratar de dejarlo camuflado, que robara una furgoneta y consiguiera los antibióticos de una lista que me dió, para tratar la herida de Joao.”
“Salí a cumplir mis cometidos y tuve que dejar el autobús abandonado en mitad de la nada, por la proximidad de un control policial. Esa fue la última vez que los vi”

El Espiedo
Al final, Maduro nos señaló la localización del refugio. Una gran cabaña aislada en los bosques aledaños a las montañas Guadalupe, que les procuró un buen amigo de los Hernandez.
Dimos aviso a la policía local para que preservara el lugar y no se contaminaran las posibles pruebas de ese escenario y salí para allá con varios de mis hombres.
Llegamos a la caída de la tarde y nos recibieron cuatro atribulados agentes de la policía del condado. Trataron de explicarme lo que había dentro, pero preferí verlo con mis propios ojos.
Cuándo accedí al interior, me asaltó un persistente olor a chamuscado. Al llegar al hogar del refugio, solo distinguí un gran bulto. Tuve que encender la linterna de mi celular, para iluminar lo que previamente ya había sospechado.
Ante mi estaba el cuerpo de Mac, con un crujiente y perfecto dorado, horneado y ensartado en un espeto, sostenido por dos trípodes que puenteaban el inusual espiedo sobre el negro lecho, que otrora fue de brasas.
De la horrible mueca que dibujaba lo que fue su boca, sobresalían los restos de una manzana asada.
Empezaba a tener arcadas, cuando apareció el forense con dos de mis compañeros. Me comentó que en la primera inspección ocular que había realizado, se percató de que teniendo en cuenta la trayectoria del espeto, pudiera ser que Mac aún estuviera vivo cuando comenzó su suplicio.
La impresión que esa imagen y el posterior comentario del doctor, me produjeron un creciente desasosiego que me incitó a salir del macabro escenario y dirigirme al exterior para encender un cigarro.
Aspiré el humo como si me fuera la vida en ello y poco a poco fui recobrando la calma. Los recuerdos de aquella historia, me llegaban en rafagas anacrónicas mientras contemplaba el ancestral juego del escondite entre la luna y las nubes y aunque a mi mismo me resultó extraño, no pude por menos de admirar el postrer trabajo del argentino.

Calgari
Grupo A


Muerte insospechada
Venganza del regreso

Cuando la noche apagó las sombras,
paseo entre temor y miedo,
rastro sinuoso,
ojos de sangre y lloro.
Te fuiste tibio después del disparo,
ella quedó tendida,
agonizaban desgarros de sirenas.
Agazapada dicha,
ira y odio,
luchas y presagios,
horror y vida,
deseos con rencores,
que entrecortan afiladas sierras,
y se esparcen miradas y congojas.
Quiere ser ave,
perfume sin aroma,
y aquí cerca,
abandonado, oculto…
La luz junto a las tinieblas.
Abrazado a tu risa,
perdonas,
danzas bailes y destellos,
infiltrado en otra vida.
Pero el tiempo cumplió con los recuerdos,
y ella retornó sincera.
Desbocado caballo de la muerte,
cuando en el concierto,
la nota sonaba con ritmo de lamento,
dispuso un final a tu suspiro.
Junto a la desconocida,
mirada del pasado,
imposible y absurdo como un sueño
pensar en su regreso,
la penumbra fue testigo,
un instante,
rasgado filo del cuchillo,
un silencio,
se oscureció tu último aliento.
Te veo,
te alejas,
muero.

guADAlupe
Grupo C


Gajes del oficio

El juez se dirigió al acusado y, a pesar de que las pruebas de los treinta y seis asesinatos cometidos en tres años —uno al mes— eran concluyentes, le preguntó si tenía que alegar algo en su defensa. El acusado se puso en pie y, muy sereno, contestó.
—En mi familia siempre hemos vivido de los muertos, señoría.
Mi abuelo fue sepulturero.Siempre con restos de una tierra color muerte en las uñas de los dedos de sus manos que me fascinaba.
Mi padre fue médico forense. A su paso, un olor constante a vísceras deórganos en descomposición me embriagaba.
Mi madre fue tanatopractora en una funeraria.Sus lentejas con regusto a formol, su arroz con sabor a sangre seca… me volvían loco.
Mi hermano se sacó el carnet de conducir con un único fin: transportar cuerpos en el coche fúnebre de la funeraria donde trabajaba mi madre.
Un tío mío fue funcionario de justicia. Su trabajo consistió, toda su vida,exclusivamente en expedir certificados de defunción.
Otro tío mío, hermano de mi abuelo, fue taxidermista. Recuerdo su casa repleta de ejemplares de todo tipo: un buitre leonado, un pez espada, un tití, cabezas de ciervos…
Mi hermana nunca jugó con muñecas. Salía al campo, descabezaba pájaros, destripaba ratones, aplastaba hormigas, escarabajos, lagartijas…; lo llevabatodo luego a casa y lo guardaba en su habitación, en los cajones de su mesa, en el armario, debajo de la cama…, lo que desprendía un aroma pegajoso, pero adictivo, e identificador de nuestro hogar.
¿Qué podía hacer yo? Pues buscar la muerte, señoría.Y me dediqué a matar. Por respeto, obediencia y necesidad.Son gajes del oficio. Usted me entiende.
El juez miró pensativo al acusado, levantó el mazó y, con un golpe seco en la mesa dictó sentencia:
—¡Culpable!
Se oyó un revuelo en la sala. De entre los familiares de las sesenta víctimas que habían asistido al juicio se levantó uno y le espetó al juez:
—Parece que usted no ha entendido nada, señoría. Este hombre es inocente. Está muy claro.
De repente, el resto de los familiares se levantaron, sacaron la pistola y vaciaron el cargador contra el cuerpo del infeliz juez al tiempo que gritaban:
—¡Gajes del oficio!, señoría. ¡Gajes del oficio!

José Manuel Romero
Grupo A


¿Testigo?

Entré en la biblioteca de la casa, busqué en los estantes, recordaba haber visto allí el libro que buscaba, lo encontré, casi lo tenía en mis manos cuando oí voces y pasos cerca, me escondí, la puerta se abrió, entraron, después de una terrible discusión se hizo el silencio, espere unos minutos y salí, un hombre estaba inerte en el suelo, cogí el libro y me fuí.
Hoy he buscado la noticia en el diario, no está, no sé si fuí testigo de algo.

M.T.B.
Grupo C

Pacto dee silencio

A los pies de la Galana reposan desde hoy las cenizas de Axier. Su deseo está cumplido; descansar en paz en su querido monte. En él descubrió, de la mano de su padre, una pasión irrenunciable. Pasion que le llevó a alcanzar cimas por todo el planeta, a vivir siempre al límite explorando rincones recónditos. Hoy, regresa a su paraíso para el último ascenso. Ana, su mujer, es la portadora de la urna. La abre con cuidado y arroja con serenidad las cenizas. Todos los presentes están sobrecogidos, el silencio absoluto los arropa. Recuerdan al hijo, al hermano, al amigo valiente, que no se le resistía nada. Las lágrimas surcan por las mejillas de muchos. Javier, su incondicional compañero de hazañas, busca con la mirada a Ana. El peso de la complicidad los une en un oscuro vínculo condenandolos a una eternidad de miradas furtivas y susurros cargados de culpa.
El estupor de su secreto siempre será sospechoso, solo ellos dos saben que ocurrió en Monte Perdido antes de llegar a cumbre.
Sus sentimientos lentamente agonizan por el peso de su pacto, y lo que prometia felicidad se transformó en un infierno

Pilar Sánchez
Grupo B


Crimen novelesco

Da igual la situación. Da igual si me ves bajando la escalera de tu vecindario, oaccediendo el ascensor o bien nos cruzamospor la calle en una soleada tarde. Pensarás que soy una de esas personas anodinas, salvajemente normales, y cotidianamente rituales. Estoy seguro de ello.
Me he molestado mucho en desarrollar procedimientos que me disfracen de conciudadano habitual. No tengo vicios, mis noches son calmadas y mis inquietudes resuenan en sosiego. Todo lo contrario es mi mente: un voraz torbellino de apetitos, caos geniales, giros, vueltas y fuegos desbordantes.
Lo que nadie conoce -y tú tendrás la efímera fortuna de verlo- es que en mi piso tengo una habitación. Es ridículamente pequeña, oscura, raquítica. El espacio está tan apretado que las paredes se rasgan y se empujan; amenazando cerrarse. Allí están mis secretos, penetran para no salir. Jamás enciendo la luz, pues quiero que la desdicha permanezca agarrada en la penumbra, y los títeres residen tirados, rasgados, sangrados. A veces, en los más profundo de la madrugada, cuando la quietud se paladea, creo oír sus quejidos; como si ansiaran recordar lo que sabían.
Sí,es cierto.Es un hábito macabro. Para colmo, hoy añadiré otra víctima a mi obituario. La traeré a casa, la desgarraré, arrancaré sus partes y las esparciré por los infinitos rincones de la enana estancia. No me temblarán las manos.
No me juzgues, no tengo la culpa de mi personal inquina. Simplemente iré y elegiré la víctima adecuada entre estantes. La cogeré, pagaré y cuando llegue a casa la leeré antes de despedazar sus hilos y tapas. En la librería no sospechan nada.

Ricardeo Rodríguez Cobos
Grupo C


“Crímenes por dilucidar”

El tren
(Basado en hechos reales)

El tren rebosaba de gente.
Ella, tímida como era, llevaba varias horas aguántandose las ganas, cada vez más exigentes, de orinar.
Miró la hora en su móvil. Aún quedaba bastante para llegar a su destino.
Venciendo, por fin, su introversión, agarró por el cuello el coraje y se levantó de su asiento intentando mantener sus ojos en la nada.
Su desazón aumentó al llegar al servicio y comprobar que se trataba de un baño habilitado para personas con movilidad reducida. Odiaba el sistema de cierre por si alguien podía entrar mientras hacía pis.
Sin embargo, las punzadas que acosaban su abdomen empezaban a resultar insoportables.
Una vez dentro, lo primero que observó fueron varias manchas de un marrón rojizo en el suelo delante de la taza y alrededor de esta.
Con una posición de equilibrista para no poner los pies encima, se bajó los leggins y el tanga mientras sus ojos fijaban obsesivamente los circulitos no del todo secos.
Quizás a alguien le había empezado a sangrar la nariz. Fantaseó. O puede que la regla hubiese sorprendido a alguna chica impreparada. Ella siempre llevaba consigo un “arsenal” de tampones por si acaso.
De repente, notó un golpecito tibio y húmedo en su cabeza. Se llevó instintivamente la mano al pelo. El tacto caliente, espeso y pegajoso la puso en alerta.
Se limpió y vistió precipitadamente. Levantó la mirada hacia el techo y vio una rejilla de la que cayó otra gota roja.
El pánico se apoderó de sus sentidos. Los ecos de su corazón martilleaban sus oídos y un zumbido sordo repiqueaba en sus sienes.
Desactivó el candado de la puerta corredera y pulsó maniacalmente el botón de apertura sin éxito.
Entonces, comenzó a gritar con la fuerza de su desesperación pidiendo ayuda.
Silencio.
-¡Perdone! ¡Revisor! La puerta del baño no se abre.
-Lo siento, señor. Lleva estropeado más de una semana y no consiguen arreglarlo. Pero puede utilizar el del vagón siguiente, si lo desea.
-Gracias.
El pasajero volvió a su asiento. El suelo de aquel baño lleno de manchas lo había hecho desistir. Ya iría al llegar a la estación.

El avión

Apenas se apeó del tren, se dirigió a los baños de la estación.
Un cartel anunciaba que se encontraban cerrados por limpieza.
Valoró ir a los del centro comercial cercano pero desechó enseguida la idea ya que iba con el tiempo justo. Por otro lado, la necesidad de orinar tampoco era incontrolable.
Se introdujo con paso firme en el vagón del metro tirando de su maleta con ruedas. Pasaría el control de equipajes y después, con calma, buscaría un servicio de los muchos diseminados por la T2.
El metro acababa de dejar atrás “Mar de cristal” cuando se escuchó un ruido sordo y el vagón fue perdiendo velocidad hasta quedar postrado en la vía, privo de movimiento.
Las personas se miraban entre ellas con gesto interrogativo hasta que a través de la megafonía, informaron de la avería que ya todos intuían.
Se les rogaba permanecer tranquilos y quietos. En breve, enviarían un autobús a recogerlos para llevarlos al aeropuerto.
Controló la hora en su móvil. Aún tenía tiempo antes de que saliera su avión.
Se preguntaba por qué no había ido al baño en aquel tren. Es cierto que, al ver aquellas manchas en el suelo, había tenido un mal presentimiento; pero, ahora que su vejiga empezaba a pesarle como el plomo, se arrepentía de haber hecho caso a esa sensación irracional. Al máximo se hubiera manchado los zapatos.
Sólo le cabía esperar que el autobús llegase pronto.
No fue así ya que se demoró bastante por culpa del tráfico intenso.
Cuando, por fin, entró en el aeropuerto, escuchó la última llamada de su vuelo. ¡Menos mal que el control de equipajes fue veloz!
Se apresuró hacia la puerta de embarque reteniendo las ganas de orinar, ahora ya, considerables.
El avión subió de cuota. La señal de mantener los cinturones abrochados se apagó. Se levantó de su asiento como si tuviera un resorte con un único pensamiento: llegar al servicio del avión.
Casi se le saltan las lágrimas al descubrir en el largo pasillo, una fila de gente esperando delante de él.
No podía más. Bajó la mirada hacia sus brazos que rodeaban y sostenían su vientre con el fin de aligerar el peso de su vejiga. “¡Aguanta, aguanta, aguanta!”.
No sabía cuánto tiempo había transcurrido así, casi acurrucado, si bien le pareció una eternidad.
Alzó la mirada y comprobó con alivio que el pasillo estaba despejado y verde la señal luminosa del WC.
Avanzó apoyándose en los respaldos de los asientos vacíos. ¡Qué extraño ! ¿Dónde se había metido toda la gente que esperaba en la cola? Juraría que no habían pasado junto a él. La necesidad de la micción lo distrajo de sus cabilaciones. Abrió la pequeña puerta del lavabo y, con un suspiro casi místico, liberó toda la tensión. ¡Por poco se lo hace encima!
Se subió la cremallera de la bragueta con una expresión de satisfacción en su rostro. Incluso se sonrió a sí mismo en el espejo.
Apretó el botón azul de la cisterna.
¡Oh, no! Intentó agarrarse a los pasamanos de la pared, sujetarse con los pies en el borde del váter.
Ante la impotencia, gritó con toda su energía pidiendo ayuda, desafiando con su voluntad la vorágine que lo aspiraba en un torbellino ronco.
Silencio.
-¡Perdone, azafata! Necesito ir al baño.
-Lo siento, señora. Hemos empezado el descenso. Tiene que permanecer en su asiento.
Contrariada pensó en ir a los baños del aeropuerto en cuanto desembarcara.

El hotel

El avión aterrizó en el aeropuerto de destino con un considerable retraso.
Miró su reloj. ¡Vaya! Contaba con el tiempo justo para no perder el autobús hacia el centro de la ciudad.
Viajaba siempre ligera de equipaje por lo que se ahorró el tener que esperar en la cinta correspondiente.
Necesitaba ir al baño. La azafata, bastante antipática por cierto, se lo había impedido en el avión porque habían iniciado las maniobras de aterrizaje. A decir verdad, el vuelo le había parecido extraño sin saber bien el motivo. Claro que ella era dada a fantasear.
De todos modos, si ahora se entretenía, debería esperar bastante para coger otro autobús a Cityterminalen. Recordó que los autobuses de Flybussarna disponían de wc a bordo. ¡Un pequeño esfuerzo y, por fin, podría hacer pis!
Sacó el billete de ida y vuelta en las máquinas automáticas y llegó a la marquesina cuando los últimos pasajeros estaban subiendo al autocar.
Depositó su maleta en el compartimento a tal efecto buscando un asiento cercano al servicio.
Apenas en ruta, bajó la estrecha escalera. ¡Maldición! ¡Fuera de servicio! No le quedaba más remedio que aguartarse. Afortunadamente, su hotel estaba enfrente de la estación central de autobuses.
Así pues, una vez realizado el check in, se dirigió apresuradamente al servicio que había detectado cerca de la recepción.
Observó una mancha de unos 15 cm de diámetro delante de la puerta. Era de un color marrón grisáceo. Le llamó la atención por la forma de estrella que tenía. Por otro lado, suponía un elemento fuera de lugar dentro de la absoluta pulcritud del resto del edificio.
Su vejiga le mandó un mensaje ineludible: no era el momento de dar rienda suelta a su nutrida imaginación.
Entró echando el cerrojo.
Suspiró feliz al descargar el peso de su abdomen. Un poco más y se lo hace encima.
Después de lavarse las manos, intentó abrir la puerta pero parecía atascada. Tras varios intentos fallidos, la claustrofobia comenzó a cercarla.
Gritó pidiendo ayuda con toda su energía, aporreando la puerta con una sensación mixta entre ansiedad y sentido del ridículo.
El tiempo transcurrido hasta que el recepcionista logró desbloquear la puerta le pareció una eternidad.
El chico se disculpó mortificado. Había olvidado advertirla del mal funcionamiento de la puerta que se atascaba continuamente.
Entró, por fin, en su habitación avergonzada por su hipocondría que la llevaba a dibujar escenarios terribles ante cualquier contratiempo. Decidió tranquilizarse imaginando la maravillosa semana que tenía ante sí, para ella solita en la lejana Estocolmo. Empezaría por un buen baño caliente, lleno de burbujas. Antes colgaría fuera de la habitación el cartel de “No molestar”. Era su momento y no quería interrupciones de ningún tipo.
Se sumergió en la bañera abandonándose a la placidez que la envolvía.
De repente, notó cómo si un abrazo húmedo y poderoso la estrechase con inmensa fuerza arastrándola bajo el agua, imposibilitando su movilidad.
Quiso gritar pidiendo ayuda pero sólo consiguió tragar agua. Sus ojos parecían de vídrio y su expresión desencajada. Plof. El tapón del sumidero saltó liberando el paso de todo cuanto contenía la bañera.
Silencio.
El personal de limpieza decidió entrar después cuatro días a pesar de seguir el cartel en la puerta.
La habitación estaba en perfecto orden. No así el servicio donde el sumidero estaba lleno de pelos enmarañados. ¡Qué poca consideración tiene alguna gente! ¡Como se lo daban todo hecho!
Estaba molido. Menos mal que le faltaba poco para acabar el turno.
En cuanto llegase a casa, se iría derechito a la bañera.

Ibone Bueno Vicente
Grupo C