Un laberinto maravilloso

La sesión del lunes, 30 de mayo, la dedicamos al diccionario pues somos de la opinión de Borges cuando afirma que un diccionario enciclopédico llega a ser, si se es hombre ocioso y curioso, el más grato de los géneros literarios.
Y eso hicimos, dedicar nuestro ocio a abrir de par en par el diccionario y pasear por él como lo hacen Juan José Millás y Gianni Rodari en los textos "Palabras" y "Una página del diccionario" respectivamente:



Estaba cansado, llovía. Decidí darme una vuelta por el diccionario. Entré por la "O", atravesé "obedecer", "obelisco" y "óbito", y me detuve un rato en "obsesión". Me enteré de que una obsesión es una idea fija que ofusca el entendimiento. Giré hacia mi derecha en obtuso, atravesé occisión y océano y dirigí mis pasos a ofuscar. Las temperaturas continuaban descendiendo. Tropecé en ofertorio y en oftalmoscopio, que es un aparato que sirve para mirar el ojo por dentro, pero enseguida vi ofuscar detrás de ofuscación; consiste en trastornar el entendimiento. Con las ideas confundidas, salí de allí, di un salto y me planté en la "V"; pasé sin detenerme por venera, venerable y venéreo para alcanzar ventana: se trata de una abertura más o menos elevada sobre el suelo, que se deja en una pared para dar luz y ventilación. Me asomé a la abertura; afuera llovía sin pasión, pero sin pausa, como un niño que ha llorado muchas horas sin ser atendido. Una ráfaga de aire arrancó a un árbol siete hojas que cayeron al suelo como manos inútiles, incapaces ya de acariciar o ser acariciadas. Los transeúntes las pisaron sin mirarlas. Abandoné ventana, di la vuelta y comencé a correr en dirección contraria.
Como iba con los ojos cerrados, tropecé en muela y me caí. Averigüé que la muela cordal, también llamada del juicio, es la que nace en la edad viril y allí en las extremidades de las mandíbulas. Me acerqué un momento a viril y allí un funcionario me remitió a varonil. Cuando llegué estaban a punto de cerrar, pero pude averiguar que varonil es lo perteneciente o relativo al varón. Deduje que las mujeres carecen de muela cordal. Asqueado por esta muestra de machismo alfabético, abandoné el diccionario por la palabra túmido, hice transbordo en túnel y salí al primer tomo de mi enciclopedia favorita. Caí directamente en andropolis que significa cementerio.
Llovía. Busqué tu tumba y la mía nuestra tumba, pero aún no habíamos llegado.

* * *

Una página del diccionario sobre la cual medito a menudo es aquella donde cohabitan silenciosamente, sin saludarse nunca ni felicitarse el año nuevo, la ortiga, la oruga, la ortografía y el orzuelo.
La cosa me intriga bastante. Mientras me imagino a la oruga dedicada a comerse la ortiga para que el orzuelo crezca libremente, nada turba mi paz. Pero después el orzuelo se pone a enseñarle ortografía a la oruga, a la cual, siendo un bichito, le importa un bledo. En este momento pasa, por la misma página, un cura ortodoxo. ¿Por quién estará rezando? ¿Por la oruga difunta, por el orzuelo loco o por todos aquellos que sufren por culpa de la ortografía? Esta interrogación abre ante mis ojos un auténtico abismo, en el fondo del cual -o sea, en el fondo de la página- ambula solitaria la palabra ortógrafo. Parece que significa: "persona que se ocupa o trata de ortografía". Pero su sonido es espantoso. Quizás sea una palabra caníbal.


Propuestas de escritura

1. Medita, como Rodari, sobre una página del diccionario. Elige cuatro o cinco palabras vecinas que no tengan ninguna relación e inventa una historia motivada por ellas.
2. Sal a pasear por una página del diccionario, como hace Juan José Millás.

Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller


Jugando con ellas al azar
(al abrir tres páginas del diccionario.)

Me cercan cuatro palabras que comienzan con t, ese martillo del abecedario, y no voy a consentir que me agredan con sus aparentes suavidades semánticas.
“Tirilla”, chica delgada, lleva al lado a su prima ”Tiritaña”, más juerguista y sandunguera, pero sin fundamento, por eso es envidiosa.
Las dos tienen manía a sus vecinas de aula en el instituto orondas pero atractivas e inteligentes, a las que llaman despectivamente “ las Fofas”.
Las he sorprendido tramando un “tirocinio” contra sus enemigas, en la fiesta final de curso, echarán ”tiroglobulina” en las bebidas que van a ofrecerles con amabilidad impostada.
La tiroglobulina es insípida pero borra las ideas, la selectividad está cercana.
Paseando después por los prados semánticos de las palabras con s serpentina, he sorprendido a un señor que, al cumplir su septuagésimo año escuchaba aterrado los gritos no muy lejanos de las Parcas que le traían un eco sepulcral.
Su vida debía ser un secarral de emociones, por eso le parecía imposible cumplir en tal desierto su último deseo: ser enterrado bajo una sequoia.
Como en la vida todo son contrastes, mis dedos toparon con la página de las amables oes de las que sospeché enseguida. Por allí circulaban, imaginé, en coches de ruedas de esas que aplastan con su redondez agresiva, cuatro políticos de fachadas tan falsas como sus intenciones. Al detenerse los coches me deslicé al lado de cada uno. Oí que preparaban un opíparo banquete de improperios para atacar a sus oponentes respectivos, a los que pensaban liquidar, enviándolos a emborrachar con Oporto sus fracasos.

Emilia González


Diccionario
De pequeño, en la escuela del pueblo, para escribir y hacer los deberes llevábamos un lapicero, un sacapuntas y un goma de borrar.
A veces el grafito del lapicero era de mala calidad, y se borraba con facilidad y el maestro nos penalizaba, nos borraba lo escrito y teníamos que repetirlo, apretando más, hasta que quedaba bien marcado.
Un día cansado de tantas broncas, a la salida de clase, cogí el dichoso lapicero y lo tire al tejado, así ya no me daría mas problemas.
Me entere de que algunos niños habían comprado un lapicero alemán de la marca " Staedtler", que decían que era mucho mejor que los españoles y era verdad, me compre uno y desde entonces no he vuelto a tener problemas con el dichoso lapicero, ni con el dichoso maestro.

Luis Iglesias



Un laberinto ruidoso

El cantinero entona hoy un canto nupcial, primero con los vasos de tequila después los de mezcal y licores de frutas y más tarde con las jarras de sangría. Acto seguido entran los habituales con el cantoral en la frente.
Con el ruido de claxon llegan los novios. El clavicémbalo comienza a sonar a la entrada. Preparados están los atrapasueños que penden de un clavo sobre el marco de la puerta y la caña de bambú silva entre las manos de los Gobernados.
EL gnomo hace un gesto para que se acerquen y poder comenzar a oficiar la ceremonia en la cantina. Traen velas, un atril de pie y las hostias para celíacos y, otras enriquecidas con glutamina para mejorar el estado de las defensas. Aunque los muy glotones podrán mojarlas en chocolate con leche.
Llegado el momento de los disparos al aire, el gobernante las pasa canutas. Entonces cierra los ojos y pide clemencia a la clerecía.

Antonia Oliva


Mi laberinto

Era el Máncer de la localidad, donde su mánager era el más querido.
Dicha localidad se encontraba al lado de un manantial, donde y según dicen un lobo acompañado de un lobezno, acudía en busca del manatí o del Quemí, ya extinguido.
Dicho Máncer estaba expuesto al lóbrigo o a la locura, como quisiera llamarlo a cuenta de la cantidad de quenopodiáceos, cuyo principal componente era la queratina. Así podría ser avisado del Queo cuando sospechaban que algo podía pasarle.

Iria Costa


Criptorquidia

Cuando era pequeña me gustaban los sábados. Ese día papá estaba en casa. Según la abuela, era por su profesión. Gracias a ella vivíamos como vivíamos y teníamos cuanto teníamos, que era mucho. Papá era piloto. Recogía a gente y atravesaba el cielo para llevarla donde deseaba. El viaje podía ser muy largo. A veces complicado. La noche y las tormentas podían conjurar a los demonios que escondían las carreteras. Entonces, con una valentía sin alardes, rastreaba el rumbo. "La dignidad de un hombre se huele en las adversidades". Eso afirmaba mi abuela todos los lunes cuando me llevaba a la escuela. Yo no la entendía bien. Estaba convencida de que mi padre era un héroe, pero deseaba profundamente que no lo fuera.

Papá siempre traía algún regalo y flores. Un bonito ramo de flores. "Del jardín de las nubes para sus princesas" -eso decía-. Nos duraba una semana. Una vez, dos. Aprendí a leer y a sumar bajo su aroma. Si me ponía enferma o los monstruos que duermen debajo de la cama, me desvelaban, mamá -que era una excelente doctora- me traía un brote, lo colocaba junto a mi, sobre la almohaba, y en un momento, el mal -fuera cual fuera su cara- desaparecía.

Poco a poco, lo tuve claro, cuando creciera tendría una floristería. Era lo más bonito del mundo. Cuando fuera mayor, siempre sería sábado.

Medité mucho su diseño. Debía congraciar en un espacio no muy grande, el dolor de una ausencia física y la felicidad de una presencia invisible. Un connubio difícil. Finalmente concluí lo siguiente. Las paredes serían de cristal: nadie debería verse privado de la sencillez de la belleza. Tendría una puerta enorme con las hojas siempre abiertas. Su olor inundaría la calle. Las brencas serían de hierba y cumplirían su función: repartir el agua, polinizar el asfalto. La luz treparía por las cloacas y la angustia. Nadie guardaría en sus ojos hojas muertas. En todas las camas habría brotes.

El tiempo, bien lo sabía, no era un obstáculo. La sucesión de las estaciones podía ser caprichosa. Pero hasta en su supuesta regularidad, un clima malsano podía dinamitar mi proyecto. Impedirlo, suponía no despreciar el peso de su imprecisión. Si quería que la sonrisa de los girasoles no se marchitara con hielos pasajeros o desiertos inesperados, si de verdad deseaba que la coniecha o recolección de mi pecera de flores anegara de sábados todas las casas, debía pensar.

Reflexioné durante siete noches. Cuando lo tuve claro, descansé.

En invierno o similares, con la intención de que no se dañara el acuario donde brotaba la vida sin recurrir a sepultarle, vestiría el perímetro de las aceras que lo rodeaban con un impermeable trasparente. Un chubasquero ligerísmo que forraría con la lana de mil cuentos y un tazón de chocolate caliente. A su abrigo, las macetas calzadas con botas de mil colores, podrían chapotear en los charcos. En verano o similares, todo quedaría desnudo. Y si la aridez de su aire, amenazaba con sustituir la caricia del sol por la bofetada seca que agosta las raices, sustituiría la gabardina por una pamela tejida con los juncos que respiran en el rio. Sería un hermoso gorrito con las alas siempre frescas. A su sombra, las jardineras descansarían sobre sandalias tan suaves como el sueño que llega sin esfuerzo.

Sólo me faltaba el nombre y lo encontré un miércoles en la cocina. No lo buscaba. Apareció por sorpresa.

Mamá hablaba por teléfono con papá mientras preparaba el desayuno. Ese mañana tenía programada una cirujía pediátríca. Un bebé de doce meses. "Criptorquidia". "Las hormonas no habían funcionado. Una de sus flores continuaba escondida".

Tres meses después, justo antes de las vacaciones, Don Miguel, un "bisulco", un animal con las pezuñas rotas, que nos había martirizado durante todo el curso con su carácter, para entretener su jornada nos mandó una redacción. Tenía que ocupar un folio. Debía versar sobre nosotros, sobre nuestro futuro. "Esa hoja en blanco, no lo olviden -dijo- será su bautismo. Piensen y procuren construir un velero que no comience su travesía condenado al naufragio. Los adultos que serán duermen ya en sus lapiceros"

La niña que yo era miró con cuidado sus portaminas, seleccionó el verde y escribió sin pausa. Recuerdo que tocaba el timbre del recreo cuando ponía el ultimo punto.

Cuando regresamos a las aulas, Don Miguel sacó la lista de clase, abrió su cuaderno de calificaciones y uno a uno nos hizo leer en alto, muy alto, lo que llamó "nuestros garabatos". Aplaudió algunos, pocos. Si ésto sucedía, sentenciaba "Usted llegará a puerto". Criticó la mayoría "Siéntese y descanse ahora que puede -les decía- pero recuerde que los tiburones le esperan".

Llegó mi turno. Nada más leer el título su cuerpo se convirtió en una carcajada oscura. Lloré. El "bisel" que ajustaba la esfera y el cristal de mi reloj en un mismo pulso se había roto. Oí como se hacía pedazos.

Es difícil leer entre lágrimas, las letras se nublan.

En ese momento, la niña que yo era, solo veía los dedos de unas patas hendidas envueltos por unas deportivas nuevas, unos "breches" de lino blanco y unas canillas tan peludas que nadie hubiera supuesto que la tierra donde enraizaban esos tallos hoscos fuera piel.

Me arrancó el folio de las manos y leyó él. Se burló hasta de la tinta. Mientras lo hacía yo sentía como mis flores se escondían. En cinco largos minutos, enfermé de criptorquidia. Nadie se enteró. "No es nada. Está cambiando -decían-". Desde entonces soy estéril.

Hay orquídeas que se arrugan en el alborozo cruel de una risa

Ana Isabel Fariñas


Carreras por el diccionario

Salté al diccionario al amanecer y, víctima del automatismo, que no es otra cosa que la ejecución de actos sin intervención de la voluntad normal, me sentí tan vacía que opté por la automedicación y, al encontrarme con ese monstruo mitológico que es automedonte, pensé que tenía una sobredosis de aspirina, que supuse es lo que habría en el botiquín léxico más cercano. Consciente de que debía superar esa conducta malsana, me volqué en la automotivación y, cuando estuve lista, me monté en el automóvil, que no estaba lejos, y me puse en marcha hasta la letra siguiente, pero se me pasó la salida B y fui a parar en la C.

Allí me encontré con dos corochas; una era un vestido color azafrán que no tardé en probarme; la otra, un escarabajo negro del que me parece había oído hablar en otro tomo de esta biblioteca. Al leer más abajo, temí que, de tanto mirar aquellas letrecillas diminutas, me diera coroiditis, una inflamación de la coroides, que, ahora lo sé, es una membrana que tengo en el globo del ojo. Por si acaso, degusté un corojo, convencida de que con semejante nombre, el fruto de esa palma contendría los nutrientes necesarios para cuidar de mi ojo. En este punto, dejé la corocha negra sobre la corola, unas líneas después, esa corona de pétalos que adorna las flores.

Con la prisa que tenía, me fui directo a la E, donde me quedé boquiabierta al descubrir el escorzo, esa posición en la que se ven varias caras de una figura a la vez, e imaginé que el escorzón que le seguía sería un escorzo agrandado, pero resulta que el escorzón podía ser o un tipo de sapo o una persona raquítica. Se me ocurrió que a lo mejor el sapo sería raquítico, pero la lengua es tramposa –la que hablamos, no la del sapo–. Busqué su foto y resulta que es un anfibio grande y gordo. Me conformo con conocerlo solo a través del diccionario. Me topé entonces con escosa, que es un animal hembra que no da leche, pero también puede ser una doncella o virgen, aunque parece que esa acepción está en desuso. Yo no conocía a ninguna de las dos escosas. Al final, ya cansada de este breve paseo por el diccionario, me tiré por la escotilla.

Ismarie Díaz Flores


Vida en la palabra
Palabras del diccionario
caminan su larga vida,
van pregonando su ser
con gracia y sin fatiga.

Alguna, como es moderna,
misteriosa se margina,
quiere ponerse de moda
para ser ave marina.

El papel vale una pasta
si imprimes color encima,
pagas menos sin color,
las páginas se aglutinan.

La rosa de mi jardín
reposa con alegría,
sin romper su linda flor
ríe y ríe cada día.

Sofía Montero


Novios
Aquella tarde de verano, mi jefe me la había dado libre. Según salía de la oficina, vi el cielo totalmente soleado. También estaba despejado, como mis planes. ¡Una tarde libre y no se me ocurría qué hacer! Llamé a mi novio al móvil y me pidió que lo esperara en casa, que saldría pronto de trabajar y nos iríamos juntos a la piscina.

Me fui a nuestro apartamento, preparé las cosas de la pisci, di varias vueltas a los canales de televisión y, como no había nada interesante que ver, como de costumbre, empecé a dar tumbos por la casa. Para matar el tiempo y el aburrimiento, decidí pasearme por el universo de las palabras. Cogí el diccionario de la estantería y lo abrí al azar por la mitad. Letra “N”. La primera palabra de la página: “novio, via”. Como ejercía como tal, decidí comprobar si acertaban en sus definiciones:

1.- Persona que mantiene una relación amorosa con otra con intención de casarse con ella. Lo de la relación amorosa bien, pero, mi novio y yo nunca habíamos hablado de casarnos.

Continué la lectura con interés.

2.- Persona que va a casarse o se está casando. Ninguna de las dos situaciones, actual o futura, se correspondía con la nuestra. Empecé a preocuparme.

3.- Cada una de las personas que forman una pareja que se ha casado o se va a casar. Ante mi estupor, decidí consultar a los entendidos mayores de la lengua, los trabajadores de la Real Academia Española. El diccionario de la RAE incluía la idea del matrimonio (pasado, presente o futuro) en todas sus acepciones. ¡Qué depresión!

En ese momento, mi susodicho llegó al dulce hogar, que compartíamos desde hacía casi un año, diciendo: “Cariño, ya estoy en casa”. Yo no contesté; pensaba. Cuando entró en el salón, alarmado por mi cara de preocupación, me preguntó: “¿Y esa cara?”. Cual tópica gallega, respondí a la suya con otra pregunta.

- ¿Qué significa para ti la palabra novio?
- Pues que cosas tienes, lo que somos tú y yo, ¿por qué?
- Ya.

Ante mi silencio, Jaime, se dirigió preocupado a la cocina. Le oí coger un vaso y servirse agua. Volvió al salón. Según llegó, le espeté:

- Pero, tú ¿has pensado en casarte alguna vez?
Mi novio, que había empezado a beber, se atragantó y empezó a toser insistentemente. Yo, en lugar de ayudarle con la típica palmadita en la espalda, bajé la mirada a la página abierta del diccionario. Entonces, me llamó la atención la palabra “nubarrón”. Como un acto reflejo, alcé la vista hacia el balcón y noté que el cielo azulado de antes se había llenado de grandes nubes densas y oscuras. Fuera amenazaba tormenta.

- ¿A qué viene eso ahora? ¿Qué es esto: una encerrona?

- No, si yo no digo nada, pero los académicos de la lengua definen a un novio, barra a, como las personas que van a pasar por la vicaría. Si nosotros no hemos pensado en eso, no creo que podamos considerarnos novios.

Rayos, truenos y centellas llegaron inesperadamente a mis sentidos. Pero tapaban la otra tormenta, la que se desató en mi apartamento. Nuestros gritos llegaban a los oídos de los vecinos que no sabían a qué tormenta temer. Así durante unos veinte minutos hasta que mi novio me gritó.

- Déjate en paz de académicos. ¿Acaso ellos, que, en su mayoría, tienen la edad de Matusalén y se casaron hace siglos, saben que las bodas actuales se han puesto por las nubes?

Efectivamente, “nube” era la palabra que le seguía a “nubarrón”. Él continuaba gritando:

- Diles a tus amigos, los sabios del lenguaje, que cuando incluyan en el diccionario una acepción en la que no se mencione el verbo casarse, entonces retomaremos nuestra relación. Y que se adapten un poco a los tiempos, hombre, que ya va siendo hora.

Acto seguido salió de la casa dando un portazo y desapareció de mi vida para siempre.

La intensa lluvia de fuera empezó a amainar. Todo fue rápido e intenso como suele ocurrir con las nubes de verano.
Yo, miré con desdén el diccionario. En ese momento, me fijé en una acepción que había pasado por alto en una primera lectura.

4.- Pareja sentimental de una persona o que mantiene con ella cualquier tipo de relación amorosa.
Pero ésta, no aparecía en el diccionario de la RAE. Yo sigo empecinada en que los académicos tienen la culpa de que yo me haya quedado compuesta y sin novio. Después de aquel chaparrón ya no me quedaron ganas de comprobar más palabras en ningún diccionario. Si esa tarde hubiera trabajado… la lluvia no me habría mojado.

Toñi Martín del Rey
Grupo A

Pláyades

La sesión del lunes, 16 de mayo, la dedicamos a los refugiados. Son muchas las noticias que semana a semana, día a día, nos muestran la muerte de muchos refugiados en el mar o en las ciudades sitiadas por la guerra de las que tratan de huir. Todas estas historias forman parte de una estadística. No son, para quien se siente ajeno a este drama, más que una cifra. Pero cuando cada una de esas historias cobra vida y se nos muestra a sus protagonistas con nombres y apellidos y una historia terrible a sus espaldas la tragedia tiene otro cariz, entonces sí que nos atañe un poco más.


La Asamblea de Apoyo a las Personas Migrantes tiene previsto para el mes de junio varias acciones encaminadas a la visibilización y concienciación sobre el drama de los refugiados. Una de esas acciones, coordinada por Josetxu Morán, nos presentará los testimonios -en el último momento de sus vidas- de diferentes refugiados. La acción está inspirada en el montaje "Morir en Bagdad" que realizó el Col.lectiu Teatre per la Pau, en la basílica de Santa María (Mataró) en marzo de 2004.


MORIR A BAGDAD from Jordi Cuyàs on Vimeo.


Para dicho montaje precisamos de textos que den vida y muerte a los pensamientos y sentimientos de diferentes refugiados. Se trata, fundamentalmente, de recoger su último recuerdo, sus últimas palabras, antes de morir.

Dejamos aquí un ejemplo de Cris Sánchez quien da voz a Widad, ama de casa de 32 años:

Tengo treinta y dos años. Sí, lo sé. Ya hace tiempo que se me pasó la juventud. Una mujer con esa edad ya tiene las caderas ensanchadas y costumbres de esas de dejar pasar los días sin más. 
Tengo dos hijos, motores de mi vida, y un marido,al que sin saber si está vivo o muerto desde hace más de dos años le respeto y le hablo cada noche. Tenía una madre. Bueno, realmente ella me tenía a mí. Una mujer luchadora y valiente convertida en nada. 
Tengo una casa ordenada, limpia, con su luz y sus alcobas compartidas, derruida, con su patio y su olor a jazmín cada vez más tenue. 
Y con todo eso no tengo nada. Hace tiempo que cada día a la nada se le resta algo y la dejo a deber. 
Ya se me han olvidado las noches silenciosas y los amaneceres con cantares, las conversaciones en las calles, el olor a comida recién hecha, la sensación de calor, un paisaje, el color de una tela nueva, andar sin prisa, una sobremesa saciada, el cuerpo de mi marido sobre el mío compartiendo sudor…. Pensar en eso me acongoja el alma y me hace llorar sin consuelo. Como hemos llegado a esto?. Lucho por alejarme de estos pensamientos y ser recia y dura, vivir sin que el derecho a la sonrisa sea cosa mía. Eso ellos no lo entienden y salen con su bici, y ríen y juegan con sus pupilas opacas a las ruinas y a la muerte de su alrededor. Y tú luchas entre el enfado por su ignorancia y la envidia por su inocencia. 
La intensidad de mi vida en estos últimos cuatro días jamás la pude imaginar como soportable. Mi madre murió el Lunes. De cansancio. No de vieja ni de pena. Fue de cansancio de ser espectadora de tanta atrocidad. Ella siempre fue generosa y en su muerte me dejó la vida que no gastó. Y sólo por sentir eso me veo culpable. Pero no puedo evitarlo. Es el momento de salir. De buscar un futuro donde se pueda respirar y no esté el miedo en cada plato de sopa y en cada mirada. No me reconozco ni en mis pensamientos pero es la hora. Ni mirar hacia atrás ni hacia adelante; miro el aquí y ahora y vivir sin vida no tiene sentido. Llevo 30 horas sin dormir pensando absurdamente qué llevar para un viaje así. Y te ves en un sin sentido poniendo en manos de una manta o mis gafas o un juguete tu equipaje vital. Estoy aturdida pero no ceso. No quiero rendirme. Me obsesiona no volver a ver al amor de mi vida y aún he soñado que aparecería en el último momento y que el viaje fuera de los cuatro. Escribo ansiosamente papeles que escondo en cada rincón de la casa, en la calle, en los amigos cercanos que aún sobreviven... Le digo lo que le amo y que me espere, que cuando todo acabe volveremos, porque este es nuestro lugar, y construiremos de nuevo un patio con olor a jazmín. 
Hoy es Viernes. Salimos los tres sin hablar. Les digo que miren al suelo. No quiero de despedida un recuerdo de un hogar destruido. Como si no lo hubieran visto de sobra en el último tiempo. Bajamos la cuesta y extrañamente comenzamos a reír como hace tiempo, no tanto tiempo. Y ellos saltan y corren y lucho para respirar sin aliento e intento hipócritamente desnudarme de mi miedo mientras les veo y me embadurno en su ignorancia y su inocencia. Y en la oscuridad subimos a una barca abrazados, camino de un abismo que sabe a salvación. Con confianza en la llegada y en que el ser humano entienda que esta era la única opción. Y miro al mar. Y aprieto el abrazo hasta doler para sentirnos uno. Porque aquí empieza nuestra oportunidad…


Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller:

El mismo lenguaje

"Todas las banderas hablan el mismo lenguaje. Da igual el color de su paño o la altura de su asta. Su vuelo siempre es ciego. Su batiente, sordo. Los muertos lo saben. Nadie los escucha. Quienes les sobreviven cubren su boca con tierra para que callen. Hacen de una fosa común, nichos individuales. Blanquean sus sepulcros con lágrimas y amortajan sus yacijas con promesas. Basura de aire y agua con la que abonan altares que profanan su memoria y estrangulan el aire. No hay vida cuando el pan se amasa con sangre. La harina que se hornea en el dolor de un ombligo no reconoce iguales. El hummus que se elabora con semillas de duelo y venganza alimenta las piezas de un tablero donde un rey de dos caras y un laberinto de máscaras, lucha por su corona. Ninguna batalla es sincera.
Escúchame bien Nabila, tu semilla jamás tendrá tierra si la leche de tus mamas no le recuerda que su rostro es todos los rostros, que cualquier peón tiene el mismo valor que un monarca, que un credo de culpas y pesares es la guillotina con la que el verdugo decapita cualquier aurora. Para el que vive entre sombras, la luz siempre es una amenaza.
Pequeña mía... apenas distingo el papel donde te escribo y tengo frío. Pronto pasará. Todo pasa. Cuando regreses de buscar algo de agua, yo me habré ido. Antes de hacerlo, necesito decirte lo mucho que te quiero y agradecer de corazón que tu corazón nómada haya sido mi jaima.
Pequeña, pequeña mía... nunca entendiste por qué me quedé, por qué preferí las ruinas al camino, por qué noche tras noche (y han sido muchas) desoía la promesa de un mar sin puerta, por qué me afanaba sin descanso por buscar entre los escombros días nuevos. Yo tampoco. Solo se que cada vez que la duda rozaba mi vigilia o mi sueño, me sentía el trebejo de una jugada ajena. La libertad me pedía que tallara su nombre sin que nada emponzoñara su perfume.
La libertad... ¡Cuántos calzan su aroma con babuchas feroces! Escúchame bien Nabila, la libertad camina descalza.
Tú eres arqueóloga. Yo artesano. Miles de veces me has explicado la belleza de los mosaicos. Comparabas los que nacían de mi mano con los de Nínive y Madaba. Me explicabas el por qué de su geometría expresiva. "Virtuoso del teselado", eso decías que era, y yo, y todos nos reíamos. Eramos tantos...
La lacería es un arte tan hermoso como difícil, asegurabas. Un zig zag de líneas y polígonos que taracean un patrón lineal.
Pues bien, mi pequeña Nabila, tal vez mi obstinación por no partir haya nacido del parco entendimiento de tus palabras. "No quiero ser la tesala de una composición que perpetua la desgracia". La angustia y el desconsuelo son emblemas de un sutil alicatado que nunca termina.
Debajo de los cascotes que uso de almohada, envuelto en un paño que fue esmeralda, hay unas cuantas libras. Las recolecté de los muertos. Te permitirán pagar el pasaje de una de esas barcazas con las que sueñas y algún que otro peaje que aún desconoces. No me entierres. No quiero que mi boca calle. No me llores. No quiero estrangular el aire.
Mi pequeña Nabila, no conoceré a mi biznieto. Hablale de mi. Hablale de todos. De los días felices que trenzamos al sol. Fueron muchos. Dile que todas las tierras y todos los hombres son iguales cuando no escuchan el lenguaje ciego de las banderas.
Tu abuelo

Abban"


He leído esta carta todos los días. Ha sido mi alimento y mi jaima. Mi pequeño ha mamado sus letras y ha dormido en sus palabras. Mañana zarpamos. Somos demasiados para un cascarón tan endeble. Tengo miedo. Se que vamos a ninguna parte. Que si llegamos, después de una palmadita y una manta, seremos nadie. Los trebejos olvidan con facilidad. Es sencillo convertirse en tesela. La rabia germina con fuerza a los dos lados de la alambrada. Las pupilas están sucias. Un rey de dos caras y un laberinto de máscaras rie en su recámara. Nadie le quitará su corona. Él manda.
Me angustia pensar que la mar puede arrebatarme al pequeño Baraka. Iría tras él. Pero y si la mar me reclama a mi. ¿Quién le diría que su rostro es todos los rostros, que la aurora se pudre cuando las banderas hablan, que el refugiado es el refugio de quien le acoge, que se puede romper un polígono, que en la tierra prometida la libertad anda descalza?
Mañana zarpamos. He envuelto la carta de mi abuelo en un paño que fue esmeralda. La he escondido entre las ropas de mi pequeño Baraka. Espero que sea su alimento y su jaima si la mar me reclama.

Ana Isabel Fariñas


Alma (38)

Soy Alma.
Aquí, en el campo, no hay techo.
Es de noche.
La lluvia está helada.
Y ella tirita tanto entre mis brazos…


Y cómo podría ahora decirle los días de colores que le tenía pensados. Los lugares de sol andaluz y verde irlandés por descubrir, los libros por leer, las historias con que volar en pantalla grande, si esta pesadilla impide cualquier sueño.
Con qué cara, con qué mentira, podría recordarle la importancia de las frutas y las vitaminas para que crezca sana y fuerte, si esta leche en polvo solo nos ha provocado cólicos que ralentizaron nuestros pasos y los ahogaron en la noche.
Con qué cara, con qué mentira, podría proponerle compartir las labores y el amasado del pan, el sabor del café primero antes de la oficina y las aulas, si ahora la huida y el miedo son la sola rutina y no hay más calendario.
Con qué cara, con qué mentira, podría acompañarla en la magia bella y poderosa de su primer período, cuando el fango frío y el hacinamiento cansado nos han infectado, también el ánimo.
Con qué cara, con qué mentira, podría asegurarle que habrá hombres y mujeres que la amen, de amor bueno, cuando aquel uniforme de manos repugnantes ha manchado su inocencia.
Con qué cara, con qué mentira, podría prometerle que es importante la razón y los por qués, que la ternura es lo más valioso, si han sido el humo y los gritos de dolor los que nos han empujado a salir corriendo sin destino.
Cómo podría yo decirle que lo que vendrá es bello, si la lluvia está helada.
Si ya no tirita.

Carmen Álvarez Hernández


Aisha

“Las refugiadas carecen de medicamentos”.
Situación sanitaria caótica en los campos de refugiados.

Creí que iba a vivir y moriré en cualquier parte.
Mi padre, servidor del Misericordioso, idólatra de cabras y borregos, me vendió a los 14 ó 15 años. No conozco la fecha de mi nacimiento, soy una mujer. Mi madre no tenía voz, no existía. Me pusieron el trapo encima y desaparecí. No volví a ver a mis hermanos, a los otros no quiero verlos.
Mi amo, mercenario de burdeles y asiduo visitante de mezquitas, me violaba a capricho. Mi vida de bulto con ojos, transcurría de aborto en aborto, lo que acentuaba su desprecio y el de la ralea que a veces traía a casa para disfrutar insultándome, saco oscuro sin identidad.
Cuando estalló la guerra, se alistó en no sé cuál de las facciones y, en poco tiempo, ascendió a asesino de todo lo que no puede defenderse.
No me encontraba bien. Notaba un malestar difuso, sensación de fiebre, dolor de cabeza y me salió una erupción que desapareció un tiempo después.
Celebré su muerte cuando su propia metralla lo destrozó hasta dejarlo casi irreconocible, y me pareció que recuperaba algo de libertad. Tuve que revisar sus papeles y, entre ellos, encontré varios informes de un hospital privado, con personal extranjero, que no pude entender. Solicité una consulta con el médico que firmaba los informes. Cuando acudí a verle, su primera reacción fue de sorpresa al darse cuenta que ignoraba tanto el diagnóstico del que había sido mi marido como las consecuencias que ello podría tener y que nunca me había comunicado. Me explicó que había sido diagnosticado de SIDA y me recomendaba una revisión. Le conté lo que sentía y me hicieron las pruebas que confirmaron lo que nos temíamos. Era seropositiva.
Comencé el tratamiento y mejoré. Mientras tanto, la situación se hacía insostenible y nuestras condiciones de vida empeoraron hasta el punto de vernos obligadas a abandonar los escombros en los que habían convertido nuestro pueblo.
El hospital que me suministraba el tratamiento cerró y no pude conseguir la medicación.
Me sumé a las columnas de gentes que huían. Llegamos al mar, a las playas donde nos troceaban, clasificaban y saqueaban por una remota esperanza. Los velos cayeron y quedé a la intemperie. Se me negó el viaje hasta en una de aquellas húmedas fosas comunes.
También hay castas entre las despojadas. No era una refugiada, era una apestada.
Creí que podría vivir y voy a morir en ninguna parte.

Dionisio Alonso


Asira. 34 años

Navego en un tiempo de dura realidad. Mi cuerpo se desliza en un bote que grita al universo. EL viento azota mi piel, lucha por llegar a un mundo desatado. Días sin límite destrozan la pasión, reprimen el futuro que invade mi existir. Deshecha entre las olas, despierto al horizonte que gime de nostalgia lamentos de inquietud, de guerra inacabada.
El tiempo se hace agua, la tierra se diluye en llantos de pasión.
Deseos de otro mar definen mi camino. Emigro hacia la luz que colma mis recuerdos. Los días se disuelven rasgados en el mar.
Mi vida es un reto de lucha por la paz. El poso de mi ser, que lame la distancia, envuelve mi latir con vientos de otra historia.
Migrar es olvidar tu patria y tu aposento, correr con la inquietud de un mundo despeinado, ajado por la piel que implora nueva vida.

Sofía Montero


Walid, el niño que solo conoció campos de refugiados

Walid. Soy Walid Amraqui. Un niño de cinco años. El Ruso me decían.
Los niños en Zaatari se reían, escapaban. Soy rubio.
Por que soy diferente, soy rubio. Soy distinto a todos, a mis hermanos, padres.
Ahora no tengo amigos ni rubios ni oscuros.
Por esto lloraba mi madre. Mi padre la abrazaba muy fuerte.
Él dice, olvido, ya he olvidado. Ella, gracias por aceptarle.
Si, si, hice algo terrible antes de nacer para tener el pelo rubio.
Lo rapo pero sale siempre rubio. No quiero que llore.

Nací en el campo de Zaatari y tengo cinco años.
En Zaatari murieron mi hermana Fathia y mi abuelo.
Murió por desobedecer. ¡Pobre Fathia!
Bebió agua por que tenía mucha sed y mucho calor.
En Zaatari nací yo aunque creo que no lo deseaban
Éramos ocho. Solo quedamos seis, por los caminos.

En Siria quedó mi abuela aplastada en su casa
Mi abuelo había comprado caramelos y les hacía bailarinas con un cartucho y un palo.
En Siria caen bombas y se caen las casas encima de las personas.
Así murió mi abuela en Siria con más de 60 años. Y mi familia se fue de allí, hacia Zaatari
Si se te cae encima una tienda no te mueres.

Pero ¡quiero una casa, quiero una casa
quiero una casa!. Eso dice mi madre

¡Estoy cansada, cansado!
¡Estamos muy cansados de caminos!
¡De comer mierda! ¡De no tener amigos!
¡Tengo frío, hambre y mis botas también tienen hambre!
¡Estoy harto de la gorra para disimular mi pelo y que no me roben !
Pero, para llegar hay que pagar

¡Papá, por favor, dale todo el dinero!
Quiero sentarme en una silla a leer libros y a escribir
Seré mayor y policía para dejar pasar a todo el mundo y detener a los ladrones
Conduciré autobuses para que la gente mayor y las mamás con niños no se cansen de caminar
Mataré a los que pegan y empujan, tendré un escudo más grande que el suyo para empujar más
Seré tan fuerte que llevaré a mi madre en brazos a coger rosas silvestre para el pelo

En el atardecer nos asentamos
Hoy hay ropa y comida. Podemos permanecer aquí un día entero.
Oigo dar cuerda a un reloj y salgo solo de la tienda.
¡Oh! ¡un camión de juguete con alarma!
Si, siiii,sssii lo quiero, por favor.
Voy, voy. Regresaré rápido
Y no es necesario que avise. No tengo de que preocuparme
Solo desobedezco un poco.
Me ha dado un caramelo o chocolatina, no sé qué es.
He accedido a acompañarle. Nos alejamos rápido.
Me coge fuerte de la mano. Escucho ladrar a unos perros hambrientos
Intento huir y gritar pero no puedo moverme

Antonia Oliva


David. 27 años.

Cuando una bomba estalló en su casa, solo quedaba lo que había ahorrado para seguir estudiando la carrera de deportista en la universidad y el dinero de lo que cobraba en el gimnasio, algo de sus padres...
Compartía piso con su novia Alba y su amigo Agustín (Agus).
Decidió que era el momento de irse.
Conoció a Alba cuando tenían solo 16 años en una presentación en Madrid de una clase de Zumba, fue un flechazo instantáneo y ahí surgió el amor.
Marcharon de casa con las maletas, lo poco ahorrado y cruzaron la frontera de Macedonia.
David estaba agotado, había días que dormían fatal, bajo el frío del desierto, el calor del día...y el acumulo de horas en las piernas le pesaba.
Estaba pendiente de Alba, habían perdido la pista a Agustín.
A David le preocupaba el mero hecho de perder a Alba para siempre.
David miró hacia atrás al sitio donde había trabajado durante 5 años, la gran pena le entró al verlo todo destrozado y quemado.
Y miró hacia adelante, decidió parar por Alba, que iba sin fuerzas desde hace rato.
¿Qué les deparaba? ¿Qué les esperaba?
Ni él lo sabía. Tenía miedo. Miedo por Alba y miedo por él.
A la bajada encontró un ligero camino hacia un valle muy verde y encontraron una cabaña abandonada.
Decidió quedarse allí con Alba, tenían todo lo que necesitaban.
Ella quedó dormida y David la tapó.
Le dolían las piernas y decidió darse un buen baño en el agua del río que bajaba del valle pero siempre pendiente de Alba.
Una voz en medio de la tranquilidad y el silencio le devolvieron a la realidad.

- ¡David!- Agustín le observaba.

Y David con mucha alegría le dio un buen abrazo.
Sin embargo, en el último momento cuando los dos amigos se estaban abrazando, un disparo directo, le dio a Agustín de costado, David notó que su amigo se le iba de las manos y que lo estaba perdiendo.

- Perdóname, David- le dijo- solo quise defenderte.

David pegó un grito que se oyó en todo el valle y despertó a Alba. Para cuando ella llegó fue demasiado tarde. David sujetaba a su amigo llorando. Agustín fue enterrado al lado de la cabaña y esperarían el tiempo necesario hasta que pudieran rehacer sus vidas. Pero a David ese día no se le olvidará nunca y sus palabras.

Iria Costa


Humana
Era al caer la noche cuando podía, al fin, alzar sus ojos. Su propia oscuridad pasaba desapercibida en la negrura y su mirada se recreaba en las estrellas… no se las habían podido quitar, sus alas negras no llegaban tan alto.
En otra vida había sido libre: había reído, cantado y sus ojos azabaches habrían conquistado el mundo. En otra vida… En una en la que leía, escribía y sus opiniones eran escuchadas… en una en la que era un ser humano.
Pero cuando llegaron ellos la convirtieron en un objeto… un objeto que usaban a su antojo y que apartaban de la vista del sol cuando no servía. El velo, que antes lució con orgullo, comenzó a crecer en torno a ella hasta ahogarla, pero para entonces ya no importaba, porque ella apenas era ella.
La noche que comenzó a seguir a esas familias que huían, ni siquiera quedaban pensamientos dentro en su mente, sólo inercia. Y la inercia la llevó hasta el mar y la brisa arrastró las telas negras y al alzar la vista allí estaban ellas, sus estrellas. Esa noche se prometió a sí misma volver a reconstruirse, porque daba igual lo que le esperara al otro lado, a ella no le quedaban opciones.

Leticia Vicente


Youssef

Vivo y trabajo en Alepo, ciudad asediada y constantemente bombardeada. Me llamo Youssef, soy hijo de Ibrahim, estoy casado y tengo dos hijas: una de tres años y otra, de uno.
¿Por qué sigo en Alepo? ¿Por qué no huyo?
Porque tengo que trabajar para mantener a mis hijas, para que puedan tener un futuro.
Además, mi trabajo es muy importante. Trabajo en un hospital. No soy médico, no soy enfermero. Trabajo de electricista. Hago frente a los continuos cortes de electricidad.
Sé que soy un objetivo militar. Lo asumo. Pero alguien tiene que hacer este trabajo.
Alepo es disputada por las fuerzas del régimen y de la oposición, y los ciudadanos que se encuentran entre ambos bandos son frecuentemente alcanzados por el fuego. Al hospital también llegan soldados heridos del frente, situado a unos escasos centenares de metros de aquí.
De vez en cuando se oyen las alarmas antiaéreas. La gente corre a esconderse en los sótanos. Si estoy en la calle, si estoy en casa, también corro a esconderme con mi familia. Si estoy en el hospital, no huyo. En el caso de que se fuese la electricidad debo reestablecer la corriente rápidamente. Si no lo hago, aquel que se encuentre en el quirófano en ese momento puede sufrir nefastas consecuencias.
Ahora, las alarmas suenan. Se oye una lejana explosión. Las luces tiemblan. Espero que aguanten, que no se vayan.
Estoy en un pasillo del hospital. Un enfermero me mira aterrorizado. Tranquilo, le digo, hoy sobreviviremos.
Oigo una explosión. Cuando llego al suelo, el pasillo se derrumba. Todo el hospital se viene abajo. Estoy atrapado entre los escombros. No me puedo mover. No puedo oír. Puedo ver el aire libre, el esqueleto del hospital, pero no puedo ver al enfermero.
¿Dónde estás? ¿Dónde estás? –grito. Pero sigo sin oír.

Óscar Fernández

Arrastrando el alma muerta

Nada. 32 años. Profesora.
Si de verdad existes, ¿por qué no nos defiendes?
¿Y tú te haces llamar “Padre Nuestro”? Perdona mi sonrisa escéptica. Perdona que lo dude: un padre no abandona a su suerte a su prole. ¿Cómo permites esta barbarie? ¿Cómo consientes que uno siquiera de tus descendientes tenga que sufrir los estragos de una guerra? ¿Accedes a que le arrebaten todo lo material e inmaterial? ¿Cómo toleras que tenga que abandonar por la fuerza su vivir: el lugar donde nació, creció y vivió? ¿Que deje atrás sus rincones favoritos, el olor de los alrededores, el ruido de su monotonía sin apenas darle tiempo a despedirse? ¿Por qué dejas que tus retoños renuncien a los sueños por los que tanto han luchado: su trabajo, su futuro, su familia?
Y a mí… no era suficiente con arrebatarme mi mitad; esa con la que había decidido compartir mi vida. No sólo había que destruir los cimientos de la casa, no, había también que sepultar sus restos bajo los escombros. Él que tantas veces me había suplicado escapar a un lugar más seguro. Sólo para ofrecerle a su futuro hijo una oportunidad mejor. Y yo, que me resistí insistentemente. ¿Por qué no lo escuché? Al menos estaría vivo. Ahora nada se puede hacer. Sólo llorar su vacío. Y maldecir una y otra vez mi testarudez. ¿Acaso es un castigo hacia mí? Respóndeme.
Había que continuar adelante; huir por ese hijo a punto de nacer. Por el sueño de su padre desaparecido. Se lo debía a él. Ves, al final, lo escuché. No como tú, que haces oídos sordos a las súplicas de tus hijos. ¡Qué ironía! Ninguno de los dos se conocería… Al menos uno de ellos oyó hablar del otro. Aunque apenas sin entender y por poco tiempo. Hasta su muerte. Nueve meses formando parte de mi ser y tres fuera de mí. Sufriendo. Ojalá no hubiera existido. Ojalá no lo hubiera conocido.
¿Cómo es posible que un recién nacido tenga que morir a causa del hambre, del frío, de enfermedad? Mientras unos viven en la opulencia, a otros se les niega una medicina con la que sobrevivir. Un padre, escúchame… porque he sido madre e hija y sé lo que digo, no debería tener favoritos. ¡Ah!, perdona, que no todos somos iguales. Lo había olvidado. ¿Esto es otro castigo? ¡Qué mal se portan tus hijos nacidos en esta parte del planeta para azotarlos de este modo!
Y hay que seguir, seguir, seguir…. ¿Para qué? ¿Para llegar a esa Tierra Prometida? No quiero alcanzarla sola, sin alma, sin nada.
Me lo han robado todo. Sólo me queda la tristeza de ser superviviente. Sí, superviviente. Pero, ¿de qué? No soy más que un muerto, que vive sin voluntad, sin esperanza.
La fila me arrastra; mi reciente amiga me consuela, me lleva. No quiero embarcar, pero ella me obliga. No quiero cruzar el mar. Sólo deseo volver atrás. Por favor… no quiero seguir. Más despacio. Mi hijo. Mi marido. Mi casa. Mi trabajo. Mi país. Mi vida. No puedo partir sin ellos. Únicamente quiero desaparecer en medio de tanta inhumanidad.

Toñí Martín del Rey


Una oportunidad

Mi madre solía preparar por las mañanas su bizcocho especial para que mis hermanos y yo desayunáramos. El aroma a dulce inundaba toda la casa los fines de semana. Era algo que te reconfortaba y llenaba de felicidad a partes iguales. Las tradiciones en general, es una de las cosas que más me gustan en el mundo. Siempre te acuerdas de ellas vayas donde vayas y te hacen sonreír, echándolas en falta cuando no las tienes. El calor del hogar. Era ya un vago recuerdo en mi memoria. Cada vez que abro los ojos las paredes de la que era mi casa se desmoronan, mostrándose ante mí la realidad vigente. Un niño lloraba al fondo del campamento improvisado donde estábamos más de un centenar de personas. Tenía hambre y frio. Un día su llanto cesó y con él varias voces de alrededor. Todo se iba quedado cada vez más apagado, en silencio, como pequeños susurros que se van ahogando poco a poco en la oscuridad. Mi mente divagaba, me sentía hija de nadie, sin ningún lugar al que regresar ni tampoco al que ir, como parada en el tiempo y en el espacio y, ante mí, la nada. Llegaron noticias de que los militares vendrían por la mañana, nos llevarían a un refugio con comida, mantas y una oportunidad…una oportunidad, con esa idea en la cabeza me dormí sin despertar, una oportunidad.

Yaiza Gómez


Crónica en Alepo

Anochece y el sol deja un bostezo rojizo entre algodones. Alepo no es ya , ni tan siquiera, un tibio laberinto incomprensible, es solo un enigma real y doloroso.El aire es una víctima más deslizándose entre el cemento humeante y los escombros de las calles.Los edificios que elevaban antes su soberbia identidad de hijos de los hombres,muestran ahora sus descarnados esqueletos víctimas de confesados odios y desbordadas iras.
Llevados por el viento , los plásticos se mueven levemente ahuyentando el silencio de la noche.Desgarrando el misterio insondable de lo humano, arrastrando , como velas, mi conciencia de barco hacia algún lugar iluminado donde cualquier ser humano,represente , lleno de fe, la obra no escrita de la vida mientras el viento, tacto del mundo, saborea insaciable las formas y moldea como ciego escultor una noche de verano,en el teatro inasible de la vida .
Anochece y el sol deja un bostezo rojizo entre las nubes, esperando la llegada segura y cierta de la muerte.

Tarek 61 años. Ejerció diferentes oficios desde los 13 años en que comenzó a trabajar . Durante los últimos años se ganó la vida siendo “viajante”. Actualmente vive en Alepo , de donde no quiere salir, ayudando a sus vecinos.
Continuamente observa el cielo esperando...

Fernando de Castro


Ehab, 15 años, estudiante

Cuando era pequeño me abrazaba a las piernas de mi padre para no caer si el camino era pedregoso. Él nunca fue lo que se suele considerar un padre bueno o un buen padre, que suena similar sin ser lo mismo; y cuando lo acompañaba, no me daba la mano sino que me dejaba solo en mi andar inestable de niño de 4 años. No era, lo he dicho, lo que suele llamarse un buen padre: tierno, comprensivo o consejero, pero era grande y vigoroso, con la dureza que da la labranza. Yo era pequeño y frágil, y miraba hacia arriba para tratar de abarcarlo en su altura; buscaba su cabeza allá arriba, tan lejana, y aquí, cerca de mí, musculosas y palpables, sus piernas. Llevaba los pantalones planchados a la perfección, cortesía de la devoción (o sumisión, no se sabe) de mi madre, y sus zapatos impecables. Las piernas de mi padre… con las que andaba los caminos que se fueron haciendo más difíciles con los años porque pasamos de sortear geografías desiguales a esquivar despojos.

Un día cualquiera, lejana ya mi infancia (la infancia es corta en estos parajes) yo estaba en la escuela, con el trasfondo aterrador y cotidiano del traqueteo de fusiles. Pudo ser un lunes o un miércoles, de abril o de junio, de este año o del otro, da igual. Ese día, indefinible en el calendario, una algarabía distante, voz de pánico acostumbrado, y un fulgor maligno antecedieron el estruendo demoledor de un estallido. Vibró la tierra con una onda de exterminio y luego llegó la calma... una breve calma que no es calma sino aturdimiento. El pitido en los oídos me sacó de mi pasmo y corrí como por instinto. Correr no tiene sentido cuando no se está a salvo en ninguna parte, pero el hogar siempre llama con su promesa de refugio.

Al llegar a mi casa, ya no había casa. Todo seguía allí: los ladrillos, las vigas, las tejas, aunque en otro sitio, sin sitio. Y entre los escombros las vi, sobresalían inconfundibles: las piernas de mi padre, con su impecable pantalón y sus zapatos llenos de polvo. Me agaché a limpiárselos sin pensar en lo que hacía, mientras recordaba sus reprimendas cuando yo se los ensuciaba al levantar polvaredas en mis correrías. Me agaché y les sacudí la inmundicia cuanto pude.

Unas voces me llamaban desde un camión lleno de gente, pero yo no escuchaba, absorto en mi labor inútil. Me alzaron entre varios y me subieron allí sin que yo dejara de mirar hacia los escombros. Estuve sentado en el suelo apretujado entre las extremidades de los que estaban de pie, y busqué las piernas nudosas de mi madre o las piernas de palillo de mi hermanita, con sus eternas peladuras en las rodillas, pero no reconocí ninguna.

Ese día tumultuoso parece remoto ya. Hace varias jornadas que camino y mis piernas hormiguean, duelen, pesan. Hemos pasado por sitios donde no zumba la guerra, pero el cuerpo gruñe de hambre y tintinea de frío. No he vuelto a ver a nadie conocido, sólo camino y camino, no sé si hacia adelante o hacia atrás, no sé hacia dónde.

Hoy es un día cualquiera, puede ser un martes o un jueves, de mayo o agosto, de este año o el siguiente, da igual. Hoy hemos llegado a una playa; el rumor de agua nos recibe en nuestro éxodo que no es de esperanza sino de desesperación. Mis pies se hunden en la arena; la arena tierna y suave recibe mis pies llagados. Y me hundo, con cada paso, me hundo. Y al llegar al agua, el ir y venir de espuma me hala despacio hacia la barca, hacia una barca lejana. Y me empujan y me dejan atrás: “Mujeres y niños primero, mujeres y niños”, yo no soy ni lo uno ni lo otro. “Ya tienes 15 y no eres un niño” decía mi padre, y mi madre callaba. Atropelladamente subo a la barca (hay muchas formas de pagar un viaje que es mejor no mencionar). Y la barca parte, pausada y pesada, pausada, pesada, pesada… El motor ruge, ahogado, combatiendo las olas. Y al paso de la embarcación el agua salta levantando centellas y el mar entra a la barca y nos busca, nos aferra y nos hala con su vaivén de presagio. Las voces de mil ahogados ascienden por mis piernas y las hielan.

La embarcación sucumbe al fin por el lastre de nuestra desventura. Voces desconocidas, amigas en el desamparo, me esperan allí en el agua con su fantasma. Y yo floto sólo un instante, un instante solo.

Mientras el mar me ciñe vislumbro que mi cuerpo quedará insepulto o flotará hasta puerto incierto donde hallará fosa mas no cementerio. No habrá tumba que guarde mi nombre. Se diluirá mi nombre con la espuma.

Maritza García Toro

¿Todos los hombres son comestibles?

La sesión del día 23 de mayo la dedicamos a la cocina. Pero no a la cocina convencional ni a la alta cocina sino a la caníbal. Así que de la mano del chef Roland Topor nos metimos en harina -eso sí, manchada de sangre- y dimos rienda suelta a nuestra imaginación.
Uno de los objetivos de la sesión era hacer frente a nuestros miedos, a nuestra propia censura, y tantear dónde están nuestros límites a la hora de escribir sobre cosas terribles, aunque aderezadas con la ironía y la mordacidad del humor negro.

Cualquiera de las recetas de La cocina caníbal harían las delicias del menú de Hannibal Lecter: el hombre es el mejor alimento para el hombre




Veamos algunos ejemplos para abrir apetito:

Agente de seguros en su póliza

Sáquele el dinero y, si es necesario, hágale una pequeña incisión en la cabeza para que no quede nada en el interior. Límpielo, cepíllelo suavemente para no dañar la piel, lávelo para que esté presentable. Deje que se haga en el caldo. Si el agente está gordo hacen falta cuatro horas de cocción, si no, tres serán suficientes.
Para servirlo, coloque una póliza de seguros en la fuente, decore con monedas, carnés de identidad, flores y acompañe el dinero con un largo silbido de admiración que a él apenas le impresionará pero que a usted le hará bien.

Enamorados en causa desesperada

Separe a dos enamorados. Ponga mantequilla en la olla, gorda como un bebé. Cuando la mantequilla esté bien caliente, mate a los enamorados en lágrimas, vacíelos y después deje que se asen juntos. Retírelos cuando tengan un bonito color pálido. Haga una salsa con harina que añadirá a la mantequilla. Cuando la harina esté de color marrón oscuro, añada dos libros de caldo o agua. Salar, condimentar con pimienta, un ramo de lirios de valle (si es la época), tomillo y laurel. Meta a los enamorados en la olla con una decena de cebollas pequeñas y, quince minutos antes de servir, un cuarto de champiñones. También se pueden añadir golpes y heridas.

Lengua de fumador

Saje la piel de la lengua. Frote la lengua con piedra pómez, y después póngala en una fuente de porcelana con cebollas, chalotes, ajo, tomillo, laurel, espolvoree con pimienta, curry, páprika y cúbralo todo con salsa gris. Guárdelo al fresco en una vasija tapada durante quince días.
Retire entonces la lengua, sacúdala, cuézala, durante tres horas en vino blanco. Sacarla, secarla: está lista para ser servida. Se esfuma absolutamente en la boca.

Restos de automovilista guisado

Si ha descubierto un automóvil accidentado, con trozos de automovilista todavía reutilizables, coja cada uno de los trozos y, después de haberlos lavado y frotado, rebánelos con miga de pan. Rompa seis huevos que batirá en una tortilla y añada una cuchara de aceite. Moje dentro cada uno de los trozos y páselos de nuevo por la miga de pan. Fría con aceite bien caliente y sirva vivamente. Decore el plato con una banda amarilla y con una señal que diga: ¡Cuidado, quema!

Ensalada de momia

Remojar en leche durante quince días las bonitas tiras de la momia, escurrir y secar bien antes de extenderlas en la fuente. Cubrir con aceite de oliva y dejar marinar medio día. Servir en una ensalada de remolacha con chalotes troceados.

Pies de majorette con huevos duros

Hacer una vinagreta bien condimentada, cortar los pies fríos de majorette en pequeños dados (habiéndolos cocido previamente con caldo), añadir tres huevos duros, tres o cuatro cebolletas y una brizna de estragón.


Y aquí tenemos los guisos propuestos por algunos de los participantes en el taller:


Brochetas de galán de Hollywood

Nota: Se recomienda utilizar un galán madurito, pero que no esté muy estropeado. No obstante, si prefiere la carne más tierna no dude en atrapar un modelo más joven. Si no tiene acceso a un galán de Hollywood, puede substituirlo por uno de telenovela o serie cómica.

Ingredientes:
90-100 k de carne de galán magra
miel
salsa picante
jugo de limón
aceite de oliva
vinagre
vino, ron o cerveza
ajo machacado
sal y pimienta a gusto
pimiento verde o rojo
cebollas pequeñas
piña

Procedimiento:
Seleccione los pedazos de carne más apetecibles, según sus preferencias (pectorales, bíceps, abdomen, glúteos, etc.) y reserve. El galán promedio pesa entre 90 y 100 kilos, lo que puede variar según su estatura. Por tal razón, un galán de digamos, 1,90 o 2 metros, provee género para una barbacoa de grandes proporciones. No obstante, si solo desea preparar un pequeño convite, recuerde que siempre puede congelar la carne sobrante, ya marinada, por tiempo indefinido y luego descongelarla para una reunión, reencuentro o especial de Navidad.

En un bol, vierta abundante miel de manera sensual. Rocíe con unas gotitas de picante para entrar en calor. Agregue jugo de limón para que no se le suban los humos y, luego, un poco de aceite de oliva para que los escándalos le resbalen. Mezcle y deje reposar hasta que se le olvide.

Cuando vuelva a darle hambre o, simplemente, se aburra, agregue vinagre hasta que la mezcla se amargue por completo. Entonces, vierta una generosa cantidad de la bebida alcohólica de su predilección, tan generosa que le lleve al borde del coma etílico. Una vez esté acabado, añada ajo y salpimente a gusto. Mezcle bien todos los ingredientes y vierta la marinada sobre la carne. Deje marinar los pedazos de carne hasta que casi se consuman.

Llegado este momento, ensarte la carne sin piedad en las brochetas, intercalando trozos de pimiento, piña y cebolla. Cocine sobre las brasas y rocíe un poco de la marinada de vez en cuando. La carne se pondrá doradita y adquirirá un delicioso sabor ahumado.

Sirva con un buen pedazo de pan sobao.

Ismarie Díaz Flores


Cóctel en tu piel

Fragmentos de tu imagen
alimentan mi sabor,
enfrían mi garganta,
invaden mi pecho.

La mezcla se diluye
con hielo entre mi piel.
Saciada con su esencia,
reboso de vida
en mis entrañas.

Cóctel de tu cuerpo
navega en el cristal,
despierto en un anochecer.

La copa se vacía
llenándome de ti.

Sofía Montero


Dedos de pianista

El proceso de preparación es sencillo. En una sartén se vierte un chorrito de aceite de colza y se pone al fuego. Mientras, se bate un huevo campero en un plato hondo, y en un plato llano se pone pan rallado.

Cuando se nota que el aceite está caliente, se rebozan los dedos con el huevo y el pan rallado, se echan a la sartén, y a esperar que vayan cogiendo un color dorado.

Una vez fritos, se añaden a una cazuela, donde previamente se han rehogado unas verduras, vino tinto, uvas blancas y negras. Se deja cocer unos quince minutos y listo para chuparse los dedos.

Los dedos se pueden adquirir en el Mercadona situado al lado del Conservatorio Superior de Música, vienen en cajas de 10 y proceden de los alumnos que han suspendido el examen de piano.

Luis Iglesias


Medallones de párroco en su salsa

Elija al párroco más joven de su congregación. Dele la típica paliza hasta romperle las fibras para que quede bien tiernito. Una vez hecho esto, trocee su cuerpo en medallones que colocará en una fuente amplia. Conserve la cabeza que situará en el centro. Salpimiente al gusto.

Introduzca los medallones en un horno de leña, anteriormente precalentado, a temperatura infernal de 525ºC durante unos cinco minutos aproximadamente.

Una vez asados los medallones, saque la bandeja del horno y adorne la carne con minúsculas obleas. Sitúe una hostia más grande, partida en dos trozos, en la boca abierta del difunto como si del cuerpo de Cristo se tratase.

Esparza con vino dominical y métalo de nuevo en el horno durante unos minutos hasta que se evapore el pernicioso alcohol y se doren las obleas. Una vez cocinado, saque nuevamente la bandeja y sitúela en la mesa.

Con los brazos y la mirada alzados al cielo, bendígala y recite una oración por el alma del difunto. Acompañe el exquisito plato con vino “Domus Dei” y dispóngase a disfrutar de su, posiblemente, Última Cena.

Toñí Martín del Rey


Receta de una mala persona

Se prepara el horno, calentándolo bien, para ver si se disuelven sus malas vibraciones, su energía negativa y las malas vivencias que es capaz de provocar.

Se hace en la bandeja una cama de altruismo, que contrarreste su egoísmo.

Se le añaden unas hojas de empatía, para que el sabor a ego no sea tan intenso.

Se le pone un poco de espuma de cariño, de la más dulce que encontremos, para eliminar la amargura que puede soltar en su jugo.

Lo metemos en el horno y le ponemos por encima una buena capa de límites, para que aprenda lo que son.

Se cocina a fuego lento, para que aprenda lo que es la paciencia.
Si ha quedado bien, nos lo podemos tomar bien tostadito.

Yo lo acabo de probar y no puedo comerlo, creo que se está autodestruyendo.

Teresa Sanz


El insólito común

"Todo amante de la cocina sabe que entregarse a su pasión supone caminar en el misterio. Maridar en un acto cotidiano técnica y creación, es un arte del que la mayoria de los humanos prescinde. Acostumbrados a distinguir entre lo usual y lo extraordinario, reniegan de lo primero y veneran lo segundo. Pocos permiten que esa confusa dicotomía se diluya en lo que podríamos denominar "el insólito común" o "el asombroso habitual". Hay quien considera, bien lo saben por sus clases de primero de etología, que su matriz se encuentra en el arquetipo religioso "Cuerpo-Espíritu" o lo que es lo mismo, en la angustiosa búsqueda de la inmortalidad. Puede ser. No voy a entrar en ese tema. No me compete. Yo, como profesor de prácticas, debo centrarme hoy en la exposición de otro tipo de fundamentos: aquellos que avalan la traducción de un concepto en una textura, un aroma o un sabor.

Como pueden suponer, el primero de ellos, contradice la dualidad "vulgar-admirable". Todos los haceres son igualmente burdos o excelsos. Acentuar uno u otro extremo depende del grado de unión que vincula lo hecho con su hacedor. No hay más. He visto limpiar el pescado en un tugurio con tal precisión y tanto sentimiento, que el supuesto mercado mutaba su condición de plaza inmunda para dejar paso a un proscenio. En él, los cadáveres acuáticos vivían el milagro de respirar denuevo. ¿Por qué? Porque el taxidermista que los trataba hizo de sus manos un oceáno. Sinceramente, opino que la belleza de ese proceder, a juicio de algunos tan terrenal, es divina.

El segundo se asienta en el empeño infantil, de reglar con rigor. Recuerden que tienen criterio. Si la norma axfisia a su practicante sus hijos nacerán muertos. Tal vez perfectos, quizás hermosos, pero sin vida. El método solo puede ser guía, no corsé. En este sentido, si desfajarse supone errar, no tengan la menor duda de que ese error -si no les abruma- les enseñará más que mil tratados culinarios.

El tercero, versa sobre la duda. Sé que les preocupa la habilidad. Aunque disimulen ante sus compañeros, en la intimidad, muchos de ustedes cuestionan sus posibilidades. ¡Por Dios! No se comparen. No hay dos platos idénticos. No hay cocineros mellizos. Cada uno tiene su estigma. La experiencia, siempre que la rutina no reine en sus pucheros, les ayudará a encontrarlo, a perderlo y a volver a buscarlo. La gastronomía es un viaje que nunca termina. Si la llevan en la sangre, serán polvo y jugarán a comiditas con los gusanos.

Quieren ser restauradores, aventureros de olla y sartén. Más aún quieren serlo al amor de la lumbre de esta escuela. Afirman que su vida carece de pulso sin el calor de los fogones. Sepan que esa elección consumirá sus días y sus noches. Muchos, lo saben, no terminarán sus estudios. Son depredadores. Es posible, que el compañero con el que hasta ahora comparten sus inquietudes, diseñe y ejecute con su carne una receta. Si es así, procuren que la elección de la pieza no se cimente en el hambre de gloria o el miedo al mal ententido "fracaso". Ambos condimentos estropean cualquier plato. Son cocineros, no asesinos. Ponderen con mimo la calidad de sus materias primas. Escúchenlas antes de trabajarlas. Comulguen con su voz. Amen al hombre, mujer o niño que les entrega su aliento para que otros vivan y gocen. No olviden que en cualquier momento, ustedes podrían ser la presa que se sirve, y de serlo, les gustaría que cuando el comensal degustara el plato donde yace su materia, se embriagara con la esencia de su canto."

Al día siguiente, el profesor de prácticas había desaparecido.

Julieta, una alumna de segundo curso que habitualmente pasaba desapercibida, desde la última grada, escuchaba las confusas explicaciones del director. Había algo en ella, una especie de magia que la envolvía.

¡Pobre muchacha!

Ana Isabel Fariñas


Recetas religiosas

Las monjas del convento deciden crear unas recetas religiosas :
La primera receta pedo de monja.
La segunda receta, buñelos .
La tercera receta, tostón, que las monjas llaman receta religiosa.

David Álvarez


Oreja de torero al laurel
Obsérvese que la presente receta no dista mucho de la tradicional Oreja de cerdo en salsa, pero en épocas donde se reclama innovación y ante comensales ávidos de sabores exóticos, proponemos una leve variación a la receta tradicional que, estamos seguros, hará las delicias de los críticos más severos. Vale aclarar que la oreja de torero puede prepararse en cualquier receta donde el ingrediente principal sería la oreja de porcino, dadas las similares características entre ambos especímenes. Así, pretendemos revolucionar la oferta culinaria y expandir los horizontes gastronómicos con un insumo abundante y a la mano.
Confiamos en que la oreja de torero se convertirá en una pieza con un sinfín de posibilidades en la cocina española (aún nos queda por explorar el uso del rabo y las criadillas del torero, que seguro darán mucho juego). Por ejemplo, podrá emplearse en el típico cocido gallego o prepararse con alubias para una original olla podrida de Burgos. Es recomendable como pincho, servida con patatas bravas o salsa al ole, perdón, alioli.

Ingredientes:

2 orejas de torero
1 zanahoria
Cebolla en cascos
1 rama de perejil
Pimienta molida
Sal al gusto
Aceite
Pimentón dulce o picante
1/2 vaso de vino blanco seco

Corte las orejas con el espécimen aún vivo para garantizar la frescura, no se escandalice por la sangre ni se apene por su sufrimiento, recuerde que la gastronomía es un arte y este tipo de arte cultivado con la sevicia conveniente se convierte con el tiempo en tradición. Ponga las orejas en una olla rápida junto con la zanahoria, la mitad de la cebolla, la rama de perejil, la pimienta y la sal, cubra de agua y hervir durante 30 minutos.

Saque las orejas y córtelas en trozos medianos; sofría en el aceite la cebolla restante y añada el pimentón, luego eche el vino y deje evaporar el alcohol. Si ve que está seco, póngale unas cucharadas del caldo de la cocción. Agregue las orejas y deje que hiervan unos minutos para que cojan todo el sabor.

Sírvase caliente sobre sus laureles.

PRELUDIO CANÍBAL

Aplico un chorrito de aceite tibio en tu espalda.
Te deposito en una superficie horizontal para facilitar la maniobra y condimento con esmero toda la longitud de tu superficie.
Amaso para que la carne se torne tierna y queden sólo las durezas precisas.
No hay tiempo para el reposo, lo tuyo será un levado rápido en caliente.
Compruebo el punto de sazón y te cocino a fuego lento en mis jugos.

Maritza García