Insectario. De insectos y palabras

Esta semana la biblioteca de la Casa de las Conchas se ha llenado de insectos. Y hemos hecho frente a esa plaga de poemas y de textos con nuestra mejor defensa, la imaginación.
Decía Augusto Monterroso que hay tres temas en la literatura: el amor, la muerte y las moscas. Nosotros hacemos extensiva la afirmación a otros insectos que merecen un poema, un microrrelato o un cuento.
Recuerdo la impresión que me hizo -hace ya muchos años- el poema de Dámaso Alonso titulado "Elegía a un moscardón azul". Este quizá fue el primer poema sobre insectos que descubrí en mis lecturas de adolescencia.




Las abejas, los grillos, las cigarras, las libélulas, las mariposas y las luciérnagas son el top ten de los insectos en la literatura, fundamentalmente en los haikus y las fábulas clásicas o contemporáneas pero también las cucarachas y las arañas han sido objeto de numerosos textos.
Comentamos en la sesión el interesante trabajo de Pierre Moret titulado "Los insectos en la literatura moderna". En él descubrimos a diferentes escritores o artistas que se han acercado a la entomología o que la cultivaron plenamente. Otro trabajo interesante es el titulado "Insectario de retórica: Teoría poética de los insectos"

Tomamos como punto de partida el libro de Shaun Tan titulado "Cigarra". Podéis escuchar la historia completa de en este vídeo



Uno de los textos más aplaudidos en la sesión fue el articuento de Juan José Millás titulado "Palabras":

Si al abrir la boca, en lugar de palabras, nos salieran libélulas, estudiaríamos entomología para conocernos mejor. Pero las palabras son también formas biológicas perfectamente articuladas que segregan ideas como las serpientes veneno o las abejas miel. El entomólogo de las palabras es el lexicógrafo, al que no es raro ver en las esquinas armado de una red con la que atrapa voces que luego ordena, al modo de una colección de insectos, en el interior de un volumen. La diferencia entre el diccionario y las cajas de escarabajos atravesados por un alfiler es que en un buen diccionario de uso las palabras se mantienen vivas. Las hay con cabeza, tórax y abdomen, o con caparazón, artejos, aguijones y labros. Muchas poseen unas formaciones oscuras que al levantarse con el misterio de las faldas dejan ver esa suerte de lencería fina, los élitros, con los que vuelan alrededor de los labios de las mujeres y los hombres antes de diluirse en el aire como el hielo en agua.
Hay palabras que dicen lo contrario de lo que significan y palabras que aun no significando nada consiguen atravesar la barrera de los dientes y aletear como un pájaro ciego durante unos instantes ante nuestros oídos. Algunas viven siglos y otras desaparecen a las 24 horas de ser alumbradas. Muchas sólo nacen para fecundar el lenguaje, por el que son devoradas una vez cumplida su función reproductora. A ciertas voces, después de haber sido encerradas dentro de una definición, se les escapa el significado, como el jugo de una fruta abierta, y cuando vuelves a usarlas no tienen sentido o han adquirido uno nuevo y sorprendente.
Un diccionario, pues, viene a ser un terrario en el que en lugar de ver salamandras o ranas o tritones vemos la palabra salamandra, la palabra rana, la palabra tritón, incluso la palabra palabra, mostrándonos sus hábitos significativos o formales, sus articulaciones, su extracción social, sus intereses. Aguilar acaba de publicar el de Manuel Seco, que constituye hoy por hoy el mejor zoológico de términos vivos conocido. Al recorrerlo, uno se da cuenta de que estamos hechos de palabras, como la Biblia o el Quijote, a cuyo lado debería de haber siempre un diccionario.

También hablamos del libro "Saltamontes va de viaje", de Arnold Lobel, una historia muy divertida en el que nos pone en contacto con otros insectos.

Y comentamos los siguientes textos, pertenecientes al libro "Insectario Iberoamericano y otros bichitos";

Música porque sí, música vana
como la vana música del grillo,
mi corazón ecológico y sencillo
se ha despertado grillo esta mañana.

¿Este cielo azul de porcelana?
¿Es una copa de oro el espinillo?
¿O es que mi nueva condición de grillo
veo todo a lo grillo esta mañana?

¡Qué bien suena la flauta de la rana!
Pero no es son de flauta: es un platillo
de vibrante cristal en que desgrana

gotas de agua sonora. ¡Qué sencillo
es a quien tiene corazón de grillo
interpretar la vida esta mañana.

"El grillo". Corado Nalé Roxlo


Es una araña enorme que ya no anda;
una araña incolora, cuyo cuerpo,
una cabeza y un abdomen, sangra.

Hoy la he visto de cerca. Y con qué esfuerzo
hacia todos los flancos
sus pies innumerables alargaba.
Y he pensado en sus ojos invisibles,
los pilotos fatales de la araña.

Es una araña que temblaba fija
en un filo de piedra;
el abdomen a un lado,
y al otro la cabeza.

Con tantos pies la pobre, y aún no puede
resolverse. Y, al verla
atónita en tal trance,
hoy me ha dado qué pena esa viajera.

Es una araña enorme, a quien impide
el abdomen seguir a la cabeza.
Y he pensado en sus ojos
y en sus pies numerosos...
¡Y me ha dado qué pena esa viajera!

"La araña". César Vallejo


Anoche las arañas no dejaron de tejer.
Detuvieron los vientos.
Llenaron los caminos.
Bebieron rocío hasta cansarse.
Las arañas no dejaron de tejer.
Las vi subir y bajar en los helechos.
Tenderse por las ramas
Y vestir el planeta en una sola jornada de trabajo.
Quién nos iba a decir
que hubiera tanto fuego en esos animales,
Padre,
Las arañas tejieron sin descanso.
¿Acaso sabes tú para qué y para quién?
Yo que las vi, pregunto:
¿Hay algún visitante en el planeta?

"Oda a las arañas". Ogsmande Lescayllers

Finalmente recomendamos el libro de Jesús Montiel "Insectarios



Propuesta de escritura

Escribe un texto, ya sea poema o microrrelato, sobre algún insecto que te cause sorpresa, miedo o admiración. 

Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Deportes de riesgo

A mí que soy urbana cien por cien me fatiga mucho la abuela con sus añoranzas del campo, el aire libre, la comida sana, la libertad… ¡Paparruchas! Casi nunca se acuerda de mencionar que el coletazo de una vaca estuvo a punto descalabrarla o la ocasión en que aterrizó en medio de una boñiga de caballo repleta de apestosas moscas verdes de brillo metálico. ¡Donde esté la ciudad! Aquí todo es higiénico, previsible y seguro. La comida es variada y está siempre disponible, el ambiente es templado y el porvenir está garantizado.
Y si te parece una vida demasiado monótona y aburrida siempre puedes practicar algún deporte de riesgo. El más popular es, sin duda, el rodeo. Te colocas sobre el animal y te afianzas bien pues, sin demora, comenzará a removerse, agitarse y brincar. Cuando ya no soporte la molestia tratará de darte manotazos. Los participantes se divierten mucho y corren un peligro mínimo pues son unos seres de movimientos lentos e imprecisos. Aciertan en tan pocas ocasiones que hasta dejamos a nuestros pequeños jugar libremente.
Yo soy aficionado al “parkour” que consiste en ir saltando de una pieza del mobiliario a otra sin reparar en si te detienes en una pared horizontal o vertical o si estás del derecho o del revés. Aunque hay algún riesgo, solo los jugadores torpes suelen tener accidentes que se resuelven normalmente en ligeros esguinces o pequeñas roturas. En todo caso se trata de una actividad muy dinámica y estimulante con la que segregas un montón de adrenalina y obtienes un gran disfrute.
Más preocupante es la afición que se está extendiendo entre los jóvenes, el “warm ice” o “hielo templado”. Es una práctica muy arriesgada, que viene causando gran cantidad de lesiones y hasta alguna muerte. Además, los especialistas afirman que puede llegar a ser muy adictiva. Se practica en los interiores de las casas donde todos los habitáculos suelen tener una abertura al exterior velada con una capa de transparente como el hielo, pero menos fría. El juego consiste en lanzarse en tromba hacia él y después del choque dejarse deslizar libremente bajo los efectos del aturdimiento. Los aficionados confiesan entusiasmados que nunca habían tenido sensaciones tan extremas en la práctica de ningún otro deporte.
Yo no acabo de encontrarle el atractivo y prefiero dedicar mi tiempo a otras experiencias que encuentro más gozosas y menos alocadas. Al fin y al cabo, la vida de una mosca está llena de posibilidades.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Hipnosis animal

Le conocí un verano durante mis vacaciones, llevaba ya una semana en mi apartamento, aburrido, desilusionado y tremendamente frustrado por que no encontraba ninguna clase de diversión a mi gusto y medida.
Aquella mañana fría y gris me decidí a salir a la playa para pasearme, necesitaba pensar sobre mi estancia allí, no sabía si volver a mi casa o quedarme algunos días más en espera de nuevos acontecimientos. Como si hubiese adivinado mis pensamientos, allí a lo lejos parecía que una figura me esperaba. Era ya mayor y estaba sentado con sus brazos sobre las piernas, medio desnudo. Al pasar frente a él sentí un extraño bienestar y me quedé de pie, mirándole directamente a los ojos. A esa distancia era imposible adivinar su edad. Destellos de luz mortecina, que atravesaban las espesas nubes grises, me confundían enormemente y a veces parecía ser más joven que yo y otras incluso aparentaba tener más de cien años. Ni tan siquiera se dignó a mirarme durante el tiempo en que estuve observándole. Finalmente me decidí por sentarme junto a él, adopté su misma postura y fijé mis ojos en el horizonte oscuro. De nuevo sentí unas enigmáticas vibraciones y se comunicó conmigo telepáticamente. Al principio me sorprendí, sin embargo, a lo largo del "diálogo" fui adoptando una postura de entendimiento y entrega hasta que sentí que ya no era dueño de mi propia voluntad. Empecé a perder contacto con la realidad y me sumergí en una espiral de pesadillas y monstruos hasta perder el sentido completamente.
Desperté estirado en la playa, no había nadie a mi alrededor, tenía frío, sentía miedo por lo que me había sucedido y agotado me levanté trabajosamente y me fui a mi apartamento.
Cuando amaneció al día siguiente ya estaba sentado encima de la cama sin poder conciliar el sueño. Molesto y angustiado por completo me sentía incomodo. Me duché, sin embargo, no conseguí aliviarme. Al rato salía a la playa en busca del misterioso personaje, mas tras largas horas de búsqueda no logré encontrar ni tan siquiera el lugar exacto donde, el día anterior, había caído dormido. La situación se agravó paulatinamente cuando llegó la noche y me encontraba en medio de una fuerte crisis depresiva, abatido por completo, desmoronado encima del sofá, sin ganas de comer nada; pero el momento crítico llegó cuando la sirvienta entró con la cena. Contemplaba sus carnes con ansiedad desbordante, las encías me dolían excesivamente, me daba la impresión de que mis dientes crecían; sentí como babeaba espumarajos, pero creyendo que todo era fruto de alucinaciones debidas a mi estado mental, fui al lavabo a refrescarme la cara. Al mirarme al espejo comprendí la razón de mi malestar, se me veía decrépito, agotado.
De pronto presencié mi propia transformación: mis dientes en forma de cuchillos afilados se entrecruzaron sin permitirme cerrar la boca, los labios se amorataban, los ojos me brillaban de manera extraña, deseaba la carne y mis pulsaciones aumentaban, mi nariz estaba aplastada y mis huesos crujían, me salió una joroba y mi lengua amortajada colgaba desprendiendo hilillos de saliva blanco-verdosa. Hubo un momento en que no pude reconocer mi imagen en el espejo, empecé a perder contacto con la razón, era un animal lleno de deseo, sentí como mi cerebro se reducía, intenté balbucear, pero me fue imposible, tan solo emitía pequeños gemidos de horror y anhelo.
Gateando salí del baño y descubrí que poseía algunas patas más, empequeñecía rápidamente y cuando conseguí salir al corredor andaba con dificultad. Noté un extraño gusto y escupí, pero lancé un hilo diminuto y pegajoso. Oí unos pasos ensordecedores que se acercaban y vi a la gigantesca sirvienta que alzaba su pie contra mí mientras me decía: "Señor, tiene arañas en su apartamento".

Haiku de gusanos

Devoran hojas
los gusanos de seda.
Cae la lluvia.

Jaume Castejón
Grupo B


Metamorfosis

Tras una noche de desasosiego, me despierto raro, mi cuerpo ha cambiado.
Me levanto y me miro al espejo. Me veo cabezón, con enormes ojos negros, tórax fornido y peludo, seis patas y alas que soy capaz de mover, las muevo y me quedo suspendido en el aire escuchando un zumbido muy desagradable.
Me observo y al final lo comprendo: me he convertido en un zángano.
Revoloteo por la habitación buscando una ventana abierta, la encuentro y salgo a la calle. Me alejo de la ciudad y salgo al campo. Me elevo para tener una mejor panorámica, y al cabo de un tiempo identifico unas cajas de color azul grisáceo bien colocaditas, que creo se trata de colmenas.
Intento entrar en la primera, pero soy rechazado por un grupo de obreras que están a la puerta y sólo dejan pasar a las que reconocen como pertenecientes a esa colmena. La cosa se pone fea, pues no recuerdo a que colmena pertenezco, además con el olor de la miel se me ha despertado el apetito. Después de revolotear un rato observo a un par de zánganos como yo que juegan alegremente a te pillo, te toco y ahora te toca a ti. Me acerco, me uno, y me admiten en su juego. Procuro rozarme con ellos y así me impregno de su olor. Después de varios revoloteos, parece que se les abre el apetito y deciden ir a su colmena. Yo le sigo y compruebo que las porteras nos dejan entrar a los tres.
Una vez dentro se acerca una obrera y me ofrece miel, que yo consumo con gran placer. Después de comer me retiro con mis nuevos amigos a un rincón de la colmena, donde echamos una siesta.
Después de la siesta nos dedicamos a recorrer la colmena y yo me ocupo sobre todo de rozarme con todas las obreras que encuentro, para que así no dejen de reconocerme como perteneciente a esta familia. Por fin, me digo, he encontrado mi nuevo hogar.
Al cabo de un rato salimos los tres a revolotear cerca de la colmena y se unen a nosotros un grupo de compañeros. Comentan entre ellos que hay que estar atentos y cerca de la entrada, pues en cualquier momento saldrá la reina, y entonces hay que volar detrás de ella para poder fecundarla. La reina tiene un vuelo muy rápido y vuela alto, por lo que hay que estar muy atentos. Sólo el primero que llegue a su lado y en pleno vuelo logrará fecundarla.
Vemos que la reina asoma la cabeza por la tobera, la identificamos por su tamaño, y nos prestamos a perseguirla en cuanto comience el vuelo. Sale disparada hacia arriba y todos nosotros detrás. Yo me mantengo a cierta distancia y observo. Al cabo de un buen rato y cuando estoy casi agotado, uno de mis colegas se pega a ella y consigue fecundarla. Me doy cuenta que al despegarse de ella zozobra, revolotea sin control, y cae al suelo. Le sigo con la mirada y me digo: Menos mal que no lo has conseguido, pues el triunfo le ha conducido a la muerte.
Volvemos el resto a la colmena, entramos y nos alimentan de nuevo. Siesta, paseos y revoloteos. Nos mantienen por si acaso a la reina se le ocurre volver a salir. Nos mantendrán hasta que dejemos de servir o hasta que el alimento empiece a escasear. Llegará un día en que después de salir no me volverán a dejar entrar.

José Luis Fonseca
Grupo A


Ixodidea

Tranquilos que enseguida lo aclaro. Ixodidea es la forma de decirlo en fino. Ponemos garrapata y ya nos entendemos todos, ¿vale? Pues eso, una garrapata es lo que le quité de la cabeza a mi hijo el mayor. Venía del campo, esos entrenamientos suyos al aire libre, y se metió al parecer en un prado donde habitualmente pastan ovejas. Se sentaría en la hierba y se le pegó; dicen que finales de primavera o principios del verano es la peor época. Una garrapata no es un huésped al que se le coja cariño. Pero yo se lo he cogido.
Retirar una garrapata de entre el pelo no es tarea fácil. Hay que descartar los procedimientos populares como untarla en aceite o darle alcohol. Mejor con pinzas y poniendo cuidado; lleva su tiempo. Afortunadamente, porque a mi hijo le dio para pensárselas:«¿Sabes papá?» —propuso el chico, que no es porque sea hijo mío, pero salió espabilado—, «si tantas enfermedades transmiten estos bichitos, lo mismo también…».Mira tú la ocurrencia, pero me pareció bien. Luego, fue entre los dos que pusimos en marcha el plan.
Y fenomenal, oye, porque Rosario, es decir, mi santa esposa; o sea, la madre del chico, está como nunca de bien. Como si le hubieran quitado veinte años de encima; no son ni la sombra los achaques, yo la veo hasta más guapa y desde luego es otro el humor. Dice que mañana tiene cita con el médico pero que se la perdona.
Tanto no esperaba yo cuando le retiré al chico la garrapata y a escondidas se la puse a ella en el pelo y el bichito empezó a meterse para abajo. ¡Menuda transmisión de salud!, yen solo tres días. Sin perjuicio del chico además, que ayer vino todo contento de la competición, casi un metro dice que ha mejorado su marca de jabalina.
Ahora solo falta convencer a Charito. La chica es un poco melindres, pero qué pega va a poner ella cuando se lo expliquemos. Unas pocas horas la garrapata en su pelo y se la volvemos a poner a su madre, a ver si le desaparece esa sombra de pelusilla que se le ha puesto tal que así, en la zona del bigote. Ixodidea, ya digo.

Pascual Martín
Grupo B


La arañita violinista

Desde la atalaya vigila la reina su cortijo,
en un momento un pobre despistado puede que haya caído,
tan solo un vibrar es suficiente y pone a la dueña en aviso,
si alguien se queda pegado pasará a ser comido.
Ingeniera audaz, dama de sutil hilar,
Elabora con destreza su fortaleza mortal.
Hermosos diamantes brillan unidos a su seda al amanecer,
rayos de Sol que hacen resplandecer su obra de hexágonos,
embudos, estrellas, formas distintas para sus bodegas.
Seda pretendida por ingenieros de todo el mundo,
o es fácil hacer copia del sólido, resistente y firme hilo.
Como buena equilibrista la araña hará sus equilibrios,
Salta, salta, arañita trapecista, representa tu última función,
Pronto llegará el invierno y eso amiga mía
Es otra canción.

Ana Isabel Diéquez
Grupo C


La agonía de las libélulas
(Fragmento)

“Cuenta la historia que aunque la belleza de las luciérnagas puede ser vista a finales de verano, su inicio comienza dos años atrás. Viven en estado de oruga, alimentándose para un único fin. Tras estos años, el bosque se descubre distinto ante su metamorfosis. La noche espera impaciente a que las luciérnagas despierten en su baile de luz y un halo de magia sumerge el lugar. Un titilar de encuentros y desencuentros… Dice la leyenda que las luciérnagas macho son las que manifiestan sus alas y las hembras, las que esperan subidas a las hojas, sobre los cantos de pequeñas piedras; sobre las ramas caídas de los árboles. La danza tan sólo dura tres días en los cuales, no se alimentan y su único fin es el irradiar cada vez más intensamente para el apareamiento. Relatan que hay de algunas hembras que duran aún menos. Mueren de tristeza esperando a su amado que, sobrevuela pero nunca llega. Es la luz de estas luciérnagas, en su aflicción, la que irradia con más fuerza como un grito en mitad del desencanto. Una vida entera a la espera de algo que pasa sobrevolando su cuerpo sin tocarla. Aun así, su luz eclosiona como un suspiro. El más hermoso nunca visto. Esta luminiscencia, que puede verse a lo lejos, tiene un nombre: *La Agonía de las Luciérnagas*”

Mamen Somar
Grupo C


La avispa

Esa mañana de sábado al abrir la ventana me encontré colgado del marco de aluminio lo que probablemente era una avispa. El bicho estaba sujetándose con sus patas delanteras. La cabeza levantada hacía mí como pidiendo socorro. No cierres, parecía decir. No me mates. Ten piedad.. Su abdomen convulsionaba. Me vinieron imágenes televisivas de tipos pendientes de que el malo les pisara las manos cuando estaban suspendidos de alguna cornisa. Me acordé de Buster Keaton agarrado a las agujas de un reloj. Decidí salvarla. Fui a la cocina. Cogí un palillo chino. Esperaba no encontrarla y que hubiera huido. No. Así que la empujé con cuidado y cayó en el alfeizar. Se atusó las antenas, defecó, giró 2 o 3 veces sobre si misma y voló hacia el horizonte. Se había salvado. Me acordé del famoso karma y las reencarnaciones. ¿Quién fue en sus anteriores vidas?.

Araceli Sebastián
Grupo C


“Pesadilla del escorpión”

Se estremece el escorpión cuando siente,
temblando en su cripta profanada,
removerse la piedra que le esconde.
Indefenso a pesar de su armadura,
expuesta como pálida membrana.
Entre todos sus cazadores teme
el olor de la carne más rosada,
que amenaza como letal serpiente.
Teme al monstruo armado de su antena,
a sus garras tan blancas e inocentes,
a su curiosidad tan despiadada,
a su pulsión fatal y destructora,
terrible como sombra de murciélago.
Teme el ansia mortal de los cachorros
del más cruel de los depredadores.

Ignacio Aparicio
Grupo A


El efecto mariposa

Había una vez un mosquito al que le picaba la curiosidad por cualquier cosa. Un día oyó hablar del efecto mariposa y se preguntó qué sería aquello. Fue a preguntarle a la avispa, por considerarla la más avispada del lugar, pero, muy soberbia ella, se enviscó mucho por no saber la respuesta, y le mandó a la mierda. El mosquito se mosqueó por entender que la avispa le había confundido por una vulgar mosca, habida cuenta del lugar al que le había enviado. Preguntó luego a la araña, pero fuera porque no se expresó bien o porque era de pocas luces, lo cierto es que la araña acabó por enmarañarse y perder el hilo. Más tarde, trató de preguntarle al grillo, pero antes de que terminara su pregunta ya se había ido él con la música a otra parte. Tampoco la hormiga le quiso atender, tan laboriosa y atareada como estaba con sus cosas. A la cigarra, le pareció demasiado esfuerzo el ponerse a contestarle, dejándole con la palabra en la boca. Ya casi a la desesperada, acudió a su primo lejano el moscardón, pero tampoco le quiso atender porque tenía prisa por llegar a tiempo a la clase de zumba. Se enrabietó entonces el mosquito, y no encontrando un modo mejor para desquitarse de la picazón de curiosidad que sentía por no saber qué era el efecto mariposa, acabó por soltarle un picotazo a lo primero que tuvo a su alcance, que fue el cuello de Steve Mcgregor. En ese momento, Mcgregor se disponía a atacar la bola del hoyo número seis para intentar lograr un birdie. Pero el picotazo en el momento crítico hizo que el golpeo de la bola fuera nefasto, saliéndose del circuito e impactando en la cabeza de un espectador llamado John Milles. Milles perdió el conocimiento y cayó al suelo redondo. Instantes después sonaba su teléfono móvil. Alguien necesitaba urgentemente de él una información que en ese momento sólo él sabía. Al no obtener respuesta, ese alguien tuvo que mover ficha a ciegas en el turbulento mercado financiero-inmobiliario de los Estados Unidos de América. La caída de Lehman Brothers estaba servida. Y entretanto el mosquito continuaba enrabietado por no saber qué era el efecto mariposa.

Óscar Martín
Grupo A


Lepisma

Permítanme que les cuente mi larga historia:
Ante todo soy un insecto bibliófago, mi nombre científico es Lepisma Saccharina y mi nombre común: Pececillo de plata o Lepisma. Clase: insecto. Orden: Tisanuros. Familia: Lepismátidos. Poseo tres pares de patas y un par de antenas. Soy la polilla más transgresora de mi familia y mientras ella se conforma con nutrirse de toda clase de tejidos, yo prefiero alimentarme solamente de libros. Lo mismo me da que sean viejos, nuevos o pergaminos (esos sí que están ricos).
Mi historia comienza a principios de los años 70, en una comuna revolucionaria de reeducación para jóvenes de cierto nivel cultural. En las montañas del Fénix del Cielo en la provincia de Sichuan, cerca de la frontera del Tíbet. Allí fueron enviados Luo y su amigo Ying para ser reeducados entre campesinos.
En ese lugar, todo vestigio de cultura occidental estaba prohibido. Toda manifestación artística era considerada perjudicial para la ideología que se estaba instalando. Los libros eran peligrosos para las mentes humanas, por eso son enemigos de los regímenes totalitario.
Todo cambió para ellos el día que descubrieron una valija de un amigo que vivía en otra aldea contigua a la suya, llena de libros prohibidos de autores occidentales. Allí estaba yo, entre esos libros prohibidos nutriéndome de grandes maestros como Víctor Hugo, Flaubert, Dickens, Tolstoi y Balzac.
Solo yo pude asistir al proceso de transformación que se llevó a cabo en la sensibilidad de los dos amigos y de una costurera amiga suya a la que leían los libros. Balzac la enamoró de tal manera, que huyó de aquella aldea para conocer los lugares que describían las novelas.
Mucho me tuve que contener para no devorar esas grandes historias entre las que estaba escondida pero yo también cambié mi forma de ver el mundo. Es por eso que ahora he cambiado mi nombre y me gusta que me llamen Poisson d’argent.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Abrazo inédito

Una mañana, al despertar, yo, Carmen Elena, tras un sueño intranquilo, me había convertido en un cienpies. Estaba enroscada sobre mí misma, cómodamente. Me extrañó ver, al entreabrir mis ojos, dos delgadas antenitas que al moverse, curiosamente se sentían como si fueran mis pies. Estiré mi cuerpo, y su elongación levantó la concha, y cayó al suelo. Quise erguirme, en cambio repté hacia la almohada. Experimenté un cosquilleo, desde mi cuello a los pies. A las sábanas le salieron pequeños pliegues, casi perfectos, con el movimiento de ascenso hacia la cabecera. Intenté ponerme boca arriba para seguir descansando. No pude. Tenía que luchar con una sensación de rigidez que crujía, como si algo dentro de mí estuviera a punto de romperse. Pensé, estoy oxidada, aunque contradictoriamente me percibía ágil. Por más que me esforzaba, mis brazos y mis piernas no encontraban la manera de darle vuelta a mi dorso.. Entonces agudicé la mirada para saber qué me ocurría. Pero la mañana aún estaba oscura, y todo era sombra y tacto. Tuve ganas de andar o ¿deambular? No lo pude precisar. No quería seguir acostada. De repente, no sé cómo caí al piso. El golpe no produjo ruidos ni dolor. El frío del granito fue placentero y dócil. Volví a reptar. Esta vez no hice ningún esfuerzo por ponerme en pie. Lo atribuí a una especie de alucinosis inducida por el recién despertar: un estado de duermevela que me indujo la fantasía de ser un insecto rastrero. A medida que me desplazaba iba dejando un rastro baboso. Luego me provocó evacuar, lo hice sin ninguna contemplación: me produjo un placer casi orgásmico.

El día se fue aclarando. Mi vista solo atisbaba lo que tenía frente a mí, como si estuviera traspasando un túnel. No podía mirar mi cuerpo. Ya no me importaba. Recorría el apartamento, reconocía cada rincón desde esa perspectiva baja. Tuve hambre.Entré a la cocina. No sabía qué comer. Me apuré hacia el refrigerador, y cuando intenté incorporarme para abrirlo, mi tronco inflexible y acorazado rebotó. Un terror hacia algo amenazante, inexplicable, apareció. Sentí cómo mi cuerpo se enroscó, y de inmediato me sentí a salvo. Después abrí mis ojos, esta vez ampliamente, para saber qué me pasaba. Pude divisar múltiples anillos y patitas que me apretaban, en un abrazo inédito, mi propio abrazo.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Terminal

Estaba enfermo, solo y tranquilo esperaba el fin. Seguía viviendo en la vieja casa en la en la que nací, una casa que no había sido reformada en los últimos cincuenta años. Lo último que se había arreglado era el cuarto de baño que ya había pasado sus mejores tiempos y en el que había decenas de azulejos desconchados e incluso caídos y que daba a la casa un olor a cañerías característico que yo apenas notaba ya, solo cuando recibía alguna de mis escasas visitas y veía fruncir la nariz al visitante al entrar.

Mis días mis días pasaban despacio con alguna salida a pasear y el resto del tiempo sentado en un viejo sillón leyendo y releyendo mi limitada biblioteca. La televisión no me gustaba, por las mañanas ponía un rato la radio para enterarme de las desgracias de este mundo que apenas ya compartía con mis congéneres. El silencio era mi compañero más fiel. Una noche de la que estaba leyendo por enésima vez “La vuelta al mundo en ochenta días” empecé a oír un repiqueteo como el que hace la lluvia, me asome a la ventana y ni rastro de agua, pero seguía oyéndolo. Me fui a la cama pensando que mi mente me estaba empezando a jugar malas pasadas, pero cuando me levanté al día siguiente el repiqueteo seguía allí, había que aguzar el oído y estar muy quieto y en silencio pero lo oía. Pensé que estaba volviéndome un poco loco y paranoico pero pasaron los días y el ruido seguía. Una noche, estaba tomando un vaso de leche antes de irme a la cama y cayó dentro del vaso una hormiga de esas con alas y lo entendí todo. Mi casa era prácticamente toda de madera y había oído historias de termitas que habían comido edificios enteros, me acerqué a una de las paredes y apoyé el oído contra ella, efectivamente el ruido aumentaba. Estaba oyendo como aquellos insectos se estaban comiendo literalmente mi casa. Al principio me sentí furioso, ¿qué derecho tenían? era mi casa, mía. Empecé a investigar qué podía hacer para combatirlas, las echaría de allí, pero el tratamiento para deshacerme de ellas era además de caro, incomodo. Tendría que aguantar que durante días desconocidos irrumpieran en la tranquilidad de mi día a día que era lo único que me quedaba. Ellas también habían ocupado mi casa pero ya que estaban allí no había necesidad de enturbiar más mis rutinas. Además ya me había acostumbrado al leve ruido que hacían y que invadía mi silencio de forma tranquila y relajada. Descubrí que me calmaba. Cuando despertaba por las mañanas afinaba el oído para empezar a oírlas y por las noches su suave repiqueteo mecía mis sueños y en cierto modo me acompañaban. Ellas devoraban las entrañas de mi casa como mi enfermedad lo hacia de las mías.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Un nuevo instinto

De ninguna manera podría decirse que había tenido un sueño placentero...
Fue una noche de esas en las que el armazón en el que se entretejen el sueño y la vigilia, aparecen tan difuminados que es imposible discernir en cuál de los dos te encuentras.
Me sentía montado en un carrusel de imágenes deslocalizadas, en discordancia con inquietantes sonidos cercanos, que sometían a mis aletargados sentidos a una constante danza de la confusión. La sensación de tirantez y fastidio en mi cara, al sentirse recorrida por varios pares de patas de manera intermitente, alternaba con un machacón zumbido, de vuelo corto y repetitivo, que alertaba a mi oído con el ancestral aviso del peligro.
Al despertar tras este intranquilo sueño, poseído por una poderosa sensación de cambio, noté que algo inusualmente extraño, semejante a un gran insecto alado, parecía estarse transmutando dentro de mi cuerpo Trate de apartarlo de mí a manotazos, pero resultó ser una especie de intento de autolesión y el dolor de mis ya propias alas, me detuvo al instante.
Fue un momento agónico y absolutamente desconcertante el de sentir la certeza de mi metamorfosis.
Atenazado por una creciente angustia, me sentí arrastrado por un torrente de pensamientos sombríos, que se alternaban con un sinfín de preguntas de tenebrosas y lóbregas respuestas.
Y en es preciso instante apareció la duda, la sempiterna, fluctuante e inmisericorde duda, para tratar de discernir en que me habría convertido.
¿En una mosca cojonera? ¿en un mosquito trompetero? o acaso¿me habría travestido a hembra de anopheles?
Lo que quiera que fuese, me poseyó´casi por completo en aquel instante y sintiendo la llamada de un nuevo instinto, levanté el vuelo.
Divise sobre la cama los restos cuasi consumidos de la inerte carcasa de mi antiguo yo, de la que apenas se distinguía una pequeña mancha granate en la frente, semejante a una gran flor marchita.
Y hacia allí me dirigí para consumar mi autolibación.

Calgari
Grupo A


No soy insectívora

Los insectos de uno en uno pueden ser soportables, digo más, pueden ser saludables ( en el sentido de saludar). Dejo paso a un escarabajo verde metálico si me lo encuentro en el puente, saludo con un hola a la cucaracha oriunda color caramelo que se cruza conmigo en un paso de peatones, salvo a la avispa colgada de mi ventana, en fin me comporto. Pero cuando esos diminutos animales se interponen en mi camino en grupos de 2 o más, ahí o me acongojo o mato. Según.
Así que esa noche en el jardín de la casa de mis padres, la primera “polilla blanca” que cayó en el plato de mi sobrina sólo levantó exclamaciones del tipo: ¡que asco! ¡apartala y come el besugo!
¡no pasa nada, no seas exagerada!. Después cayó otra en la mesa, luego otra en otro plato, en un vaso y aquello se convirtió en una lluvia tupida que nos hizo correr hacia la casa, cada uno con su plato. Contemplamos desde la ventana aquel aguacero silencioso parecido a una nevada a la luz amarillenta de una farola. Terminamos de cenar sin saborear el pescado y nos fuimos para la cama con el regusto desagradable de la derrota y quizás hasta con hambre.
Muy de mañana me levanté y salí al jardín, luego a la calle del pueblo. El suelo estaba cubierto de cadáveres de esas mariposas o lo que fueran aquellos insectos blancos. Me fui hasta el estanco, compré el periódico y ahí estaba en portada: habíamos asistido a una lluvia de efímeras. Ni idea de su existencia hasta entonces.
El artículo estaba bien documentado,contaba que las efímeras son del mismo orden que las libélulas, que son primitivas, que en su fase de náyades o ninfas se fijan en la vegetación ribereña de las aguas limpias (subrayo lo de limpias); que en muchos países se comen en forma de pastelitos (son muy proteicas) y que en otras patrias van a verlas eclosionar, elevarse formar una nube y luego caer moribundas. En fin, que habíamos asistido a un espectáculo curioso, y hasta la fecha único para mí. Un insecto del que Aristoteles dijo: “esta criatura no sólo es excepcional en cuánto a la duración de su existencia, sino también porque es un cuadrúpedo que tiene alas”.
Si se ha repetido el fenómeno, no me he enterado. Quizás el Duero ya no está tan limpio. También hay otras criaturas que ya no veo: como las luciérnagas o aquel maravilloso palo que se movía en el semillero de mi abuelo. Eso sí, hace tres veranos apareció un saltamontes en el techo de mi salón y tengo hormigas en el balcón que sobreviven a todos mis intentos de exterminarlas. La vida es así, pequeña, como yo.

Araceli Sebastián
Grupo C


Peso mosca

Me gusta pasar las tardes en el gimnasio. Nunca he peleado y en mis entrenamientos sólo me pego con el saco. Me gusta sentirme rodeado de cuerpos bien formados, fuertes, flexibles, resistentes. Ahora pueden verse chicas practicando boxeo pero no es lo mismo. Afortunadamente en mi club no son admitidas y puedo dirigir la mirada donde quiera sin riesgo de encontrarme con una cara femenina.

Empecé a frecuentar el gimnasio con Luis, un novio que tuve. Era un chico guapísimo, no muy alto, con un cuerpo perfecto. Competía como amateur en la categoría de peso mosca. No sé a quien se le ocurriría darle ese nombre. Hay otras categorías con nombres más sugerentes, gallo, sin ir más lejos, sugiere la chulería que se supone a un boxeador; otras resultan incomprensibles, ¿qué querrá decir welter? Los pesados no pueden disimular ni con el nombre, son aburridísimos. Yo, sin tener en cuenta mi peso, soy de la categoría pluma.

Lo de Luis duró hasta que conocí a otro peso mosca, Taison. La primera vez que lo vi, no tuve duda de que quería que fuese mío. Un rostro masculino con alguna huella de sus peleas, en el ring y fuera de él, su piel tostada y una sonrisa canalla. Moviéndose por el cuadrilátero era un bailarín que no dejaba de danzar. Verlo entrenar era un disfrute, con la cuerda, esquivando golpes inventados o dando puñetazos al aire. Un día al terminar coincidimos en las duchas y no me quedo ninguna duda, era un dios griego de color chocolate.

Su discurso hetero no consiguió confundirme, tengo una sensibilidad especial. Yo, por el contrario, voy lanzando señales inequívocas. Su mirada me dijo muy pronto que yo no le era indiferente.

Terminar con Luis no fue difícil, aproveche una infidelidad, no era la primera, para montar una bronca descomunal y dar por terminada nuestra relación. A partir de ese momento, Taison y yo comenzamos un noviazgo discreto con citas para cenar a solas. No sé lo que él tenía en la cabeza, pero yo me moría de ganas de abrazarlo, de oler su pelo, de conocer el sabor de su saliva. No fue fácil que saliera de su concha y mostrase sus emociones, comenzamos haciéndonos confidencias. Yo le conté que siempre supe que me atraían mis amigos y también algunos desconocidos. La chicas siempre fueron madre, amigas, hermanas, nunca novias. La mayor parte de ellas es mucho más interesantes que la mayoría de los chicos, con ellas se puede hablar de todo, es fácil mostrar emociones sin sentirse débil. Cuantas veces he llorado contándoles un desengaño, seguramente tantas como yo las he consolado.

A Taison le costó admitir su mayor lucha, no las que libraba en el ring sino la que mantenía consigo mismo para no admitir su inclinación sexual. En el ambiente en el que se había criado, ser homosexual es una lacra imperdonable. Un hombre debía ser agresivo, frío depredador, sin espacio para blandenguerías. Comenzó a boxear para perder su aspecto escuálido y débil. Consiguió ser respetado por todos. Esto lo hizo interesante para muchas desconocidas que deseaban estar cerca de él, dispuestas a lo que él quisiera, sin embargo, él quería otra cosa. Aprovechó el brillo de las rubias platino para ocultarse.

Poco a poco me fui aproximando y conseguí que admitiera mis caricias, siempre en privado, suaves al principio, más explicitas después. En el gimnasio éramos únicamente conocidos y todo seguía oculto. Era cuestión de tiempo que alguien cayera en la cuenta de cuanto nos queríamos, no nos importó.

Dedicamos todos los esfuerzos a la preparación del siguiente combate que debía disputar. Era un preliminar del campeonato de clubes para 2022.Alimentación, entrenamiento, descanso todo estaba programado. Los próximos meses estarían condicionados por el calendario de enfrentamientos. Además, ambos debíamos trabajar para vivir, sólo si Taison conseguía victorias notorias comenzaría a recibir una bolsa que le permitiera mantenerse del boxeo.

Ayer se celebró el combate y consiguió clasificarse para la siguiente fase. No salió muy mal parado y ahora tiene una semana de entrenamientos suaves para recuperarse, hemos pedido esta semana de vacaciones en nuestros trabajos y estoy viviendo en un sueño. Me he trasladado provisionalmente a su casa y dedico el día entero a cuidarlo y a mimarlo.

Desconozco como continuará nuestra relación, pero esta semana no nos la quitará nadie.

Enrique Martínez
Grupo C