De par en par

La sesión del lunes, 23 de diciembre, la dedicamos a la mirada. De modo que abrimos de par en par las ventanas y nos dispusimos a tal fin, mirar. Y de paso aprovechamos para ventilar las palabras.
Hay quien mira por el puro placer de mirar, como José Martel en su haiku: en la ventana / sin propósito alguno / miro a lo lejos. ¿Mirará de este modo la muchacha en la ventana de Salvador Dalí?




Pero hay quién se asoma a la ventana para dejar entrar las alegrías o para que las penas se diluyan con el paisaje, tal y como sugieren Mario Benedetti y Olga Orozco en sus poemas:

Piedritas en la ventana

De vez en cuando la alegría 
tira piedritas contra mi ventana 
quiere avisarme que está ahí esperando 
pero me siento calmo 
casi diría ecuánime 
voy a guardar la angustia en un escondite 
y luego a tenderme cara al techo 
que es una posición gallarda y cómoda 
para filtrar noticias y creerlas 

quién sabe dónde quedan mis próximas huellas 
ni cuándo mi historia va a ser computada 
quién sabe qué consejos voy a inventar aún 
y qué atajo hallaré para no seguirlos 

está bien no jugaré al desahucio 
no tatuaré el recuerdo con olvidos 
mucho queda por decir y callar 
y también quedan uvas para llenar la boca 

está bien me doy por persuadido 
que la alegría no tire más piedritas 
abriré la ventana 
abriré la ventana.

Mario Benedetti 

Mujer en su ventana

Ella está sumergida en su ventana
contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora
como el mar en un cuadro,
y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en cualquier parte levantará su casa
sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche
-¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,
pero nadie lo ha visto, nadie sabe,
ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite,
el abismo final entre una mujer y un hombre.

Olga Orozco

Hablamos de Azorín, quien nos enseña a mirar desde lo alto de un monte en su texto "La ventanas", de Gloria Fuertes quien pasó su infancia deseando asomarse a dos ventanas pintadas en la fachada de su casa, unas ventanas que jamás existieron. Baudelaire nos descubrió que "quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada". Ramón López Velarde nos habla de recuerdos, el color de las flores en la ventana y el sonido de los pájaros. Henry James nos explica la analogía entre la pintura y la novela. El pintor y el novelista, afirma, pueden explicarse y sostenerse el uno al otro. La casa de la ficción, dirá James, tiene un millón de ventanas, de miradas. Gonzalo Rojas nos cuenta, en secreto, que la poesía es subversiva y que a pesar de los cerrojos se cuela por puertas y ventanas. Y Charles Simic, en su "El monstruo ama su laberinto" nos reveló su particular obsesión con las ventanas:

Quisiera escribir un libro que fuera una meditación sobre toda clase de ventanas. Ventanas de comercios, ventanas de monasterios, ventanas cegadas por la luna del sol en una calle de ventanas en penumbra, ventanas en las que se reflejan las nubes, ventanas imaginarias, ventanas de hotel, ventanas de una cárcel… ventanas por las que uno se asoma para mirar dentro o fuera. Ventanas que tienen la cualidad del arte religioso, etcétera.

Y vimos varios fragmentos del cortometraje Medianeras de Gustavo Taretto donde las ventanas se convierten en vías de escape que permiten que unos milagrosos rayos de luz iluminen la oscuridad en la que viven sus protagonistas:




Propusimos como tarea de escritura tres ejercicios para que cada cual decidiese cómo mirar y a través de dónde:

1. Fija tu vista sobre un edificio. Busca una ventana, ya sea cerrada o abierta, y escribe sobre lo que ves y lo que intuyes tras ella.
2. Prueba a escribir una historia interpretando de forma literal la expresión “tirar la casa por la ventana”.
3. Elige una ventana significativa (de barco, de submarino, de un castillo, de una cárcel...). Sitúate tras ella y cuenta lo que ves fuera.


Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller:


Golf del 91 aparcado

Desde el asiento del conductor divago con el coche parado. Miro pensativo hacia el aparcamiento. Me fijo en las personas que salen de la tienda. Pasa una familia arrastrando una gran bolsa, por la excitación de los niños imagino que es un televisor. Detrás de ellos veo a una pareja de jubilados que no han comprado nada. Al cabo de un tiempo dejan de salir personas de la tienda. Las luces de su interior se apagan y aparece un hombre. Sin dejar de fumar baja la trapa y se dirige a mi coche. Sin mirarme, abre la puerta del copiloto, se sienta y mirando al frente dice ¿nos vamos a casa ya?

Andrés Santos


Cristal de luz

Tiempos de silencio
despiertan mi voz,
que gime un nuevo encuentro
en la ventana del presente.
Iris de mi piel
pinta en su cristal
pedazos de sentimiento.
Sombras de paz
desbordan su interior
en el calor de la mañana.
Fuego de palabras
palpita en su entorno,
irrumpe el pensamiento,
cierra la ventana del recuerdo,
perdida en el espejo de un anochecer.

Sofía Montero


La ventana de una cárcel

Solo quedan cinco años para que mis pies puedan andar por el espacio yermo que hoy mis ojos recorren desde mi hogar.
Contemplo desde mi ventana, en el segundo piso del penal, un camino asfaltado que atraviesa la nada y que lleva a una olvidada carretera comarcal. Allá en el horizonte se puede ver, de vez en cuando, el paso de unos coches de los que no se distinguen sus colores.
Mi ventana no se abre. Permanece cerrada. Cuando me vaya otros verán el mismo paisaje sombrío desde ella y quizás puedan ver como me pierdo en el horizonte en un coche.

Óscar Fernández


Titanic. Ventana 103. Camarote 25
12.30 PM

Comienza a hacer frío y en la oscuridad de la noche y la tranquilidad del mar, el reflejo de la luna, ilumina el mar que hasta hace poco se encontraba en penumbra.
Abro la ventana y miro el horizonte, enciendo el cigarro, y noto como el Océano Atlántico se extiende a nuestros pies.
Doy el aviso cuando un enorme bloque de hielo aparece delante de nosotros: ¡Iceberg por proa!
Sin embargo, ya es demasiado tarde para esquivarlo.

Iria Costa


Ventanas de pueblo

Los que hemos nacido y crecido en un pueblo estamos convencidos que las ventanas de las casas de los pueblos son más divertidas que las que existen en la ciudades.
En la ciudad, cuando te asomas a la ventana del piso donde vives, ves la gente andando deprisa y como mas pequeña, al final solo te asomas cuando quieres saber el tiempo que hace o para correr la cortina y que no te vea el vecino del piso de enfrente.
En el pueblo, recuerdo que todo era diferente, por la noche las ventanas estaban cerradas y bajadas las persianas y por el día se abrían para ver pasar la gente.
Por la ventana sentías el latir diario del pueblo, el ruido de los tractores, los obreros camino del campo, los niños a la escuela, los vendedores por las calles ofreciendo sus productos, las mujeres con el serillo a la compra. Era un bullir de gente, ir y volver de las tareas diarias. Por la tarde mi madre se sentaba en la camilla con vistas a la calle y allí cosía, leía o charlaba con alguna vecina que había pasado a verla.
Mi ventana era distinta, no quería vistas, bajaba la persiana a medias, corría las cortinas y aprovechaba para hacer los deberes del instituto. Pero mi ventana tenía oídos, allí acudían a media tarde dos vecinas de mi edad, se sentaban en el pollo de la ventana y se contaban sus conquistas amorosas de la semana, y claro yo no me concentraba, aunque estaba convencido de que sabían que yo estaba detrás de esas cortinas y que estaba escuchando todo lo que ellas yo creo que fantaseaban.
Hoy, la ventana con vistas y la ventana con oídos a la calle están cerradas y sus persianas bajadas.

Luis Iglesias


La ventana algebraica (de un estudiante en exámenes)

Qué es la vida, sino un conjunto de ventanas por asomarse, un espacio infinito por descubrir, la mejor orquesta por disfrutar.
Qué es mi vida, sino un director que dirige al subconjunto de ventanas que aparecen ante mi, convirtiendo entonces el espacio infinito en finito, y siendo yo quien lo reduce a subespacio del subespacio a través de la renuncia, quedando exclusivamente el subconjunto de ventanas por las que me asomé, me asomo, y me asomaré.
Cuál es mi renuncia, sino el subconjunto restante del subespacio fruto de mi decisión, las ventanas que el director puso tentándome y por las cuales instalé un nunca.
Mi orquesta inició mi melodía hace no tanto pero queda tanto por tocar...
La libertad de mi mirada determina los acordes de la misma, mi espacio vital, convirtiendo en infinito lo que se convierte en finito.

Arturo Carrasco


Al otro lado del cristal

Miraba por aquella ventana día y noche. Era mi divertimento y a decir verdad, mi única razón de ser: estudiar la cotidianidad desde lejos.
Me solapaba a esas vidas, que transcurrían al otro lado, como si fueran mías: la madre hacendosa y el padre preocupado, la hija creciendo demasiado deprisa mientras el hijo no parecía madurar nunca.
Ellos no percibían mi observación constante. Al principio me extrañó, llegando incluso a ofenderme, su forma de ignorar mi presencia, hasta que fui consciente de la razón de su ceguera: yo no era más que un fantasma tras el cristal.

Leticia Vicente


Insatisfacción

Nada más comprarnos la casa, decidimos que los muebles no nos gustaban y vaciamos la casa de mobiliario. Los de la mudanza tuvieron que usar una grúa para sacar el sofá y los armarios por el balcón, no salían por la puerta.
Después, nos dimos cuenta de que tanto tabique era un error y contratamos obreros para que vaciaran la casa de paredes. Ellos tendieron un tobogán desde la ventana hasta el contenedor, que se fue tragando los cascotes.
Cuando ya no quedaban muros que tirar, nos vimos disconformes con el suelo y les pedimos que lo quitaran. Las losetas rotas desaparecieron siguiendo el camino de los cascotes.
Mirando el espacio que ha quedado, nos hemos dado cuenta de que no queda qué habitar y da igual porque, últimamente, al mirarnos es evidente que no nos gusta el otro para esta casa.

Leticia Vicente 



La ventana de la Casa de las Conchas
La rodean unas conchas: piedras desgastadas que se miran hacia dentro y notan su dura piel hecha de masa bien compacta, esculpidas con dedos fuertes de labrador de playas y sueños:
La ventana de la casa de las conchas contempla libros, se extasía con la poesía, se mece con las historias formadas de palabras que lamentan al tiempo inaplazable aguijoneado por la blancura de sabana ajada de las páginas, tiembla con las pisadas tímidas que hojean tomos que confunden deseos, arrastran ansiedades, esperan encontrar la paz que el aire de otoño les aplaza.
La ventana de la casa de las conchas se asoma a la Clerecía, una iglesia a la que se le escapan las oraciones que patinan por las escaleras y se enredan en los pies de los turistas afanados en fotografiar el tiempo caduco: arte hecho piedra, belleza de raíces perdidas en la tierra, derrotadas por silencios y manos desaparecidas en fosas sin memoria.
La ventana de la casa de las conchas se envuelve con la niebla de noviembre, con el frío de las miradas que las huellas del pasado dejan clavadas en la acera de enfrente, con las sombras que escalan las paredes areniscas iluminadas por los brillos de la noche de farolas forjadas con moderna simetría.
La ventana de la casa de las conchas deja asomarme a su hueco, permite que la ventana de mi corazón se abra y aspire la poesía, las palabras perdidas que una y otra vez suben y bajan las escaleras de madera crujiente: buscan al atrapador de palabras que las junte para crear historias, para vaciar el peso de la vida en hermosas imágenes que den paz y también alegría.

M. Venttini


Ventana
No se aventan los destinos
ni se enmarca al alma
en un cuadro sin vistas.

Los paisajes son letras que flotan entre rayos
ilusiones encintas te buscan como a esferas.

Salto a tus adentros
bajo un cristal enrejado de aire,
observo como fraguas entre palios de ladrillo.

Mi ventana se abre a tu volcán
sin párpados de ceniza.

Mis manos amasan una voz sin rostro,
un árbol eterno de coral en paz.

La raíz llueve palíndromos de barro
entre el sóleo de un edificio
donde la soledad se corona sin descanso.

Son necesarios los pájaros,
sus vuelos emergen de las cortinas
hebras de una humana tela
en la que simplemente
se ame a todo el mundo.

Chema García


por la ventana
entran rayos de sol
por la mañana

Ramón Sánchez Rodríguez


Un día, una ventana, un sueño...
Miro a través del cristal de la ventana. Llueve. Finas gotas de agua caen y, cual fruta madura, se precipitan en el espacio hasta el suelo. Abandonan el seno materno, quizá con pena, por perder su estancia, o con la alegría de correr una aventura. De sentirse libres. Su madre, la nube, quizá se desgarre en dolor, por cada gota que alumbre. O sienta la pena infinita del adiós definitivo. Luego, al comprobar la perfección de su obra, se sienta plenamente feliz y realizada.
Las gotas, en su veloz carrera, se alargan y parecen joyas que caen del firmamento. Pequeños objetos rutilantes, desprendidos de alguna estrella. Arte misterioso del mejor orfebre, que las pule en delicadas perlas. Todas alargadas y distintas. Todas de la misma materia y distinto colorido. Todas perfectas.
El espectáculo es grandioso. Un viento suave, parece acunarlas. Luego, balanceándose, acaban rompiéndose en el suelo, produciendo un sonido acorde, rítmico, armonioso..., como una nana.
Sigue la lluvia mojando la tierra. La rítmica melodía, es preludio sinfónico de la maravillosa canción que escribe la naturaleza. Su belleza me eleva a un mundo irreal, onírico.
La lluvia continúa. Su impacto sobre el suelo, sigue creando armonía. Desde la estancia, contemplo una higuera. Las gotas, al golpear sus hojas –ya ajadas por el tiempo-, producen un sonido más grave. Pero la melodía sigue. Los acordes, producen un sonido armonioso, sinfónico, solemne. Ningún instrumento desafina y, todos, magistralmente interpretados, obedecen fielmente a la batuta del director.
La lluvia arrecia. Sobre mí, en el techo de la estancia, se produce como un repiqueteo. Pequeños y numerosos instrumentos de percusión que, encajando perfectamente en la partitura, se suman a la orquesta.
Mi espíritu se sublima. Mi mente, queda en éxtasis. El aislamiento me lleva a creerme en una gran sala donde, como espectador, disfruto en solitario del concierto. Nada distrae mi atención. Me entrego por completo a escuchar la sinfonía. A deleitarme de la belleza de sus acordes.
La tarde, pasa. La oscuridad, aumenta. Fue, si, una tarde de invierno:

Tardes cortas del invierno frío,
breves de luz, de sombra eterna,
de fantasmas, copas y taberna,
nostálgicos recuerdos del estío.

Ramón Sánchez Rodríguez


Una ventana "triste"

Pedro, toda su vida había trabajado en el campo en un pueblo de Castilla.
Cuando enviudó, decidió quedarse a vivir solo en su casa del pueblo donde tenía todos sus amigos y familiares.
Pasaron algunos años y una hija que residía en Madrid, viendo que los inviernos eran cada vez mas crudos y apenas vivía gente en el pueblo, le convenció y se lo llevó con ella.
Pero Pedro estaba triste, ese año empezó hacer mucho frío, el ruido de los coches y la contaminación existente, le mantenían en casa la mayor parte del día asomado a la ventana.
Un buen día le dijo a su hija que había decidido volverse al pueblo, que todos los días estaba continuamente viendo pasar por la ventana coches fúnebres camino del cementerio y que a este paso le tocaba pronto, y que en el pueblo solo se morían 3 o 4 personas al año, y allí seguro que viviría mas tiempo.

Luis Iglesias


Torpe destino

Los submarinos no tienen ventanas. Sólo el del capitán Nemo la tiene. No les hacen falta, pues su papel de destrucción es casi ciego. El torpedo no mira a quienes mata, el barco que se hunde, la gente que se ahoga o se quema en el combustible ardiente. El submarino no es miserable por no tener ventanas sino porque su posibilidad de visión periscópica es traicionera, despiadada y sucia.
Un ventanal como el de Nemo podría disuadirle de su torpe destino.

Dionisio Alonso


Un lobo y mil mariposas

Hoy, más que nunca, es fácil tirar la casa por la ventana.
Los hogares ya no tienen chimenea. Las cocinas carecen de chapa. No hay fuego.
Las comidas se han convertido en una procesión apresurada y silenciosa. El ritmo lo marcan microondas y cucharas, tenedores y friegaplatos, cuchillos y postres sin palabras.
Lechos y sofás, camastros y butacas, yacijas, divanes y mecedoras, han adquirido la condición de aras. Altares donde cada morador inmola su sangre a una pantalla negra. Un plasma que los bendice con ventanas arteras. La fuerza de su gravedad es inmensa.
Sin más cimientos que el bulbo de los infinitos chats que la sostienen, el silencio de los cuartos es mas ruidoso que nunca. No hay paz en su reserva, la reserva no es calma.
La vivienda es un nido de larvas agusanadas. Tejen un capullo virtual. Una celda sin puerta ni oquedades. Morgana es la garrapata que devora sus alas. Es insaciable.
El campo agoniza entre hambre y pena. Las flores se ofrecen, su aroma se pierde. Verdes y frondosos, los árboles están desnudos: no hay columpios en sus ramas, ni escaleras en su tronco. Nadie quiere coronar su copa. Su sombra -refugio de confidencias, sudor, recuerdos y prohibiciones- se oxida. Montañas, ríos, desiertos, estepas y glaciares languidecen. Una imagen minúscula los secuestra. Su captor la exhibe con el aire laureado de un gran macedonio. Sus pares: "Atilas" y "Tamerlanes" de gigantes disecados, reconocen el trofeo. Por un instante, aplauden. ¡Pobres coleccionistas de momentos muertos, de estampas embalsamadas, de siluetas sin sangre! Ninguno abrazó su aire.
En la ciudad, "El fuego de San Antonio", infecta calles, oficinas, talleres y bares. Millones de peregrinos se miran sin verse, hablan sin mirarse, en la distancia se tocan, en la cercania no se sienten. Su antorcha está en una pequeña superficie de cristal líquido que a intervalos regulares, se enciende. La cadena es débil Morgana se rie. El "culebrón" crece. Quedan pocas mariposas.
Hoy, más que nunca, es fácil tirar la casa por la ventana. Sólo hay que sellar sus troneras. Cerrar sus infinitas pestañas. Arrancar el bulbo. Permitir que el lobo sople y el smartphone caiga. Sus paredes son de paja.

Ana Isabel Fariña


La señora María

Después de una noche muy larga y estrecha, la señora María supo que cuando la enfermedad avanza el tiempo se dilata y el espacio se encoge. Asi que cuando el sol llamó a los restos de la ventana que había en su cuarto, ella llamó, desde los números colosales de su teléfono de dos semanas, a Doménicus, su hijo de 45 años.
Domi era un hombretón de extremidades largas y espalda estrecha. Un bambú oscurito de piel, pelo y ojos. La nariz generosa, las orejas agudas, la boca roma. Era igual que su padre, e igual que él, adoraba a su madre. Cuando los doctores lo informaron de la situación, se desmayó.
Decidió mudarse a su casa, pero María no lo dejó. "La muerte -le dijo mientras se quitaba el abrigo- siempre llega. Es algo natural. El río no debe arremolinarse en torno a esa ridícula piedrecita. Hay que fluir sea cual sea el cauce". Tuvo que aceptarlo. María necesitaba paz.
Vivir en el piso de abajo le consoló.
No obstante, obsesionado con la idea de que no estuviera nunca sola, gastó gran parte de sus ahorros en adquirir la tele más grande con la imagen más clara. Contrató cientos de miles o miles de cientos de canales. Remodeló la disposición del dormitorio materno y la instaló.
Era un aparato soberbio.
Como la habitación sólo disponía de una pared plana, la de la fachada, ese fue su destino. Esta vez, fue ella quien cedió. Sacrificó parte de la luz natural por colocar esa cortina negra. Domi necesitaba paz. Era como su padre. Lo adoraba
Por eso, esa mañana, después de esa noche apretada donde el reloj media los minutos con el diapasón de un perezoso, le costó coger el auricular y marcar su número. Quería una cosa: recuperar su ventana. La de verdad. Esa por donde el mundo entraba en silencio y por donde ella salía sin abandonar la butaca o la cama. Los invitados que su pequeño había instalado en la pared, hablaban mucho, enredaban y se enredaban, pero a ella no le decían nada. "Mucho ruido y poca sustancia". Esa era la letanía con la que desde que compartían su alcoba, pulsando un botón rojo, los callaba.
Domi subió en pijama. Pegada a sus pantalones iba Aurora, la benjamina. Era como su abuela. Verlas juntas siempre conseguía que el bambú se esponjara.
Después de tomarle el pulso, la tensión y la temperatura, el hombretón se convenció de que realmente, lo que decía María era cierto, no pasaba nada.
En la cocina, entre galletas, magdalenas, restos de bizcocho y tostadas, la madre, como siempre, con pocas palabras, expuso el por qué de la llamada.
Esa misma tarde la cama estaba donde y como Maria quería. Cerca de los ojos de su casa. Sin cortinas, con las pestañas bien altas. A sus pies, en el ángulo más luminoso, la butaca. La estancia se llenó. Entraban historias que borraban las paredes y salían memorias que jugaban con el tiempo.
Tres meses después, la muerte llamó a su ventana, pero no la encontró.

Ana Isabel Fariña


La vidriera del bardal

Una ventana dispuesta en una pared formada por unos veinte pequeños bloques de piedras, no más, en una explanada en lo alto del bosque.
Antes la ocupaba una vidriera con un bardal y cuatro rejas y se encontraba situada en la fachada del pórtico principal. Existía otra ventana transparente y mucho mayor en lo alto que confería al interior un ambiente luminoso.
El primer punto que cedió fue el tejado después las inclemencias se apoderaron del interior de la estancia y fueron minando la construcción.
Ahora es un mirador desde el que se pueden observar el río y las vides salteadas en terrazas que albergan el buen vino de la ribera.

Antonia Oliva


El museo Dalí

Voy paseando por la calle , me fijo que la ventana esta abierta , me pica la curiosidad .
Se me ocurre entrar en el museo Dalí , cuando entro en el museo veo todo lleno de policías , al lado de las ventanas , les pregunto a los policías que es lo que ha pasado , ellos me dicen que han desaparecido los cuadros , me hago una pregunta que ha pasado con los cuadros , como han podido desaparecer...

David Álvarez


El derrumbe

El desamor se les había filtrado en aquella casa y nunca supieron por cuál resquicio. Durante meses habían intentado recordar por qué alguna vez se amaron… Es lo que tiene la decepción, va borrando selectivamente las razones y solo deja las excusas. Pero, pese a las riñas, el aburrimiento, el hastío es difícil decir adiós, porque es difícil renunciar a las promesas, aceptar el fracaso del bello e ingenuo propósito del amor.

Los ecos de la reciente pelea, la definitiva, vibraban aún en el aire. Las palabras afiladas, los gestos desconsiderados y el inapelable portazo que él dio al salir habían estremecido la casa desde sus cimientos. No quiso asomarse a la vidriera para no verlo salir de su vida y con toda la desgana de su tristeza buscó la ropa para empacarla. Sin embargo, cuando tuvo al frente la maleta abierta, como un féretro donde enterraría lo que había sido su vida, se detuvo. Sonrió con una tímida risita desquiciada y en lugar de echar la ropa dentro de la valija, la lanzó por la ventana. Las prendas ondularon en el aire movido de la tarde y se esparcieron en un desorden de colores. Embelesada por aquella visión fue en busca de las cartas de amor y las fotografías; las tiró también, con actitud maniática, como quien regala al mundo lo que ya no le hace falta. Luego, buscó las escasas joyas y los perfumes, las almohadas, los tapetes, las cucharas y los libros, todo, todo salió despedido por la ventana llevándose consigo los usos cotidianos y las anécdotas.

Paró.

Tomó aire.

Afuera empezaba a formarse un paisaje de desastre. Se enardeció.

Entonces, con toda la fuerza de su rabia arrojó los muebles, la cama en la que durmieron y se desearon. El espejo del baño, que presenció las rutinas matinales y las carantoñas de recién casados, se hizo añicos como su vida, y las esquirlas filosas y temibles fueron la metáfora perfecta de su drama. Nunca se imaginó que la abertura por la que se fugara su vida sería tan grande.

Cuando ya no quedaron objetos, en medio de su turbación, arrancó un cascarón de pintura que se desprendió como papel colgante; el bello decorado se descorrió sin resistencia y dejó a la vista el rústico trasfondo. Pudo ver un ladrillo flojo que tentó sus travesuras y lo zafó de su sitio; la solidez del adobe la estimuló y lo lanzó con rebeldía de manifestante. Libre de una de sus piezas el muro se desequilibró y una grieta recorrió la estructura. No se alarmó. La fragilidad del armazón facilitaba su labor. Usó sus manos como martillo, como taladro, como cincel, y demolió incansable para que nada quedara en pie. Su mundo se estremeció con augurio de cataclismo. Atajó al vuelo los aleros del techo; las baldosas, azulejos y vigas fueron proyectiles disparados con puntería de experto.

De pronto, se enfrentó al vacío. Había conseguido deshacerse de todo. Y en ese momento se dio cuenta de que aún quedaba la ventana, flotando en suspenso, umbral entre la nada y el caos. Al principio no supo muy bien qué hacer con ella. No puede arrojarse una ventana a través de sí misma. Así que la cruzó, la cerró y después la descolgó como si de un cuadro se tratase. Decidió llevarla consigo: en su nueva vida sería imprescindible tener una casa. Y toda casa necesita sus ventanas.

Maritza García Toro


La casa por la ventana

Tiré sus cosas por la ventana.
Me di cuenta de que yo era una más de sus pertenencias,
Me tiré la última.

Lourdes Hernández


De par en par

Las ventanas son los ojos de las casas; como ellos las hay : grandes, pequeñas,redondas, rasgadas, algunas casi ciegas…Otras son gruesas, finas, arqueadas..todo un catálogo de ojos..Y si nos fijamos, vemos qué coquetas son algunas: bien pintadas, impecables, con sus tolditos de rayas bien alineadas, y sus macetas coloridas sobre el alféizar mientras que otras aparecen con “legañas”: desaliñadas, llenas de polvo..Las hay muy viejitas, desvencijadas, con los cristales opacos por la suciedad y algunas, sin “ojos”, los han perdido por distintos avatares..Imagino que sus moradores deben parecerse un poco a ellas.¡.Si pudiera asomarme a su interior! Seguro que en el piso de ventanas coquetas, vive alguien alegre, optimista, lleno de ilusiones, mientras que las desaliñadas las ocupan personas tristes, desilusionadas o viejecitas que ya no se preocupan por esos detalles.
Sí, las ventanas son los ojos de las casas, estoy convencida..Y quienes las habitan miran a través de ellas con diferentes miradas: no es lo mismo asomarte a una ventana sombría, dando a un patio interior o a un muro ¡ qué tristeza! que hacerlo a una soleada desde la que puedas contemplar un amplio y bello panorama que te incita a soñar. Y qué decir, se me ocurre, de las ventanas-ojos de la cárcel, desde las que sus moradores sueñan poderlas contemplar un día desde el otro lado…

Rosa Celia González


El balcón

Lucía contaba con un fin de semana largo para disfrutar con Juan. Había llegado de su ciudad de trabajo hacía apenas unas horas y ya había quedado en verse con su novio en el paseo arbolado que se encontraba en el centro de la ciudad. Ella se presentó, como siempre, antes de la hora. Sabía que él llegaría tarde, también como siempre. Así que decidió sentarse en un banco a esperarlo y disfrutar de aquella tarde soleada en la ciudad que la había visto nacer. ¡Ahora pasaba tan poco tiempo allí! Sacó un libro de su bolso. Cuando lo abría por la señal en que lo había abandonado la última vez, un reflejo fugaz le rozó la cara y se vio obligada a mirar hacia el lugar del cual procedía. El destello lo producía el reflejo del sol al tocar el cristal de la puerta de un balcón que se abría. Pertenecía a un edificio modernista de varios pisos que se hallaba enfrente de ella. El inmueble lo había visto infinitas veces y nunca se había fijado con tanto interés en él. Pero hoy parecía distinto. El color de su piedra dorada, como todos en esa ciudad, le hizo pensar en una postal de época.

De uno de sus balcones, pues no había ventanas en toda la fachada, salió una mujer ataviada con un vestido negro, elegante y triste al mismo tiempo. Un vestido entallado que estilizaba su figura. Su busto erguido y abundante se alzaba hacia arriba, mientras una cintura de avispa dejaba adivinar un corsé apretado hasta evitar casi su respiración. A partir de las caderas, anchas, voluptuosas, la tela iba ensanchándose levemente y se dejaba caer hasta llegar al suelo. El pelo, recogido sobre la cabeza en un sencillo moño, con clase, hacía su gesto altivo. Su atuendo, la tez pálida y la mirada triste de esa mujer, hicieron que Lucía se fijara en ella. Sin duda se había escapado de otro tiempo.

La mujer miraba con intensidad y Lucía percibió cómo unas lágrimas le rodaban por las mejillas. Quizás dominada por la tristeza que le producían éstas, la joven, sin quererlo, también empezó a llorar. Notó como otras lágrimas rodaban por su cara en dirección a su boca.

En ese momento, alguien le tapó los ojos por detrás y la besó en el cuello. Ella se volteó hacia atrás embobada y escuchó la disculpa de él: “Siento haber llegado tarde, pero he perdido el autobús”. Inmediatamente él le preguntó: Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?

Entonces Lucía volvió su mirada en dirección al lugar donde había visto a la mujer y ya no encontró a nadie. Vio cómo se cerraba la puerta del balcón y una sombra desaparecía hacia el interior. Se limpió las lágrimas con las manos y preguntó a Juan.

- ¿Quién vive en esa casa?
- ¿En cuál? ¿En ese edificio de ricos?
- Sí, en el segundo.
- ¿En el segundo? Pero si ya sabes que lleva cerrada un siglo. ¿No recuerdas la historia?
- ¿Qué historia?
- Pero, ¿qué te pasa?
- Nada, pero cuéntame qué pasó.
- Me preocupas, ¿sabes? Parece ser que, antaño, la vivienda la heredó la hija de un gran empresario y se allí se fue a vivir con su jovencísimo marido Éste apareció asesinado una mañana y no lograron adivinar quién fue el verdugo ni los motivos del crimen. Ella se volvió loca por la pérdida y la trasladaron a un manicomio donde murió unos años más tarde.

Se produjo un silencio incómodo y Juan añadió:

- ¿Por qué lo preguntas? Si esa historia la conoces de siempre. Hemos hablado tantas veces de ella. Si hasta me has dicho que, si fueras millonaria, te gustaría comprar la casa vacía.
- Sí, tienes razón. Por un momento creí que estaba habitada. Bueno, ¿qué hacemos? ¿Tomamos un café?
- Sí, claro. Pero no me has dado ni un beso.

Mientras se fundían en un largo beso, ella, distraída, no quitaba ojo del balcón que la había conmocionado unos minutos antes. Sólo era capaz de pensar en la mujer que había visto asomada en él.

Toñi Martín del Rey

Guardar un secreto

La sesión del lunes, 16 de noviembre, la celebramos en secreto pues ese era precisamente el tema a tratar. Comenzamos hablando de los secretos de sumario, los secretos profesionales, los secretos de confesión y los secretos de estado. Pero como desconocemos todos esos secretos nos referimos a los secretos de cada cual.
Hablamos de El club de los siete secretos, de Enid Blyton, para referirnos a la infancia y al modo en que percibíamos de niños las cosas. ¿Quién no sintió con muy pocos años de edad la emoción que suponía guardar un secreto?
Hace unos meses un grupo de hispanistas se reunieron para abordar a fondo el tema en un Congreso titulado "Secreto y género literario". Algunas de esas comunicaciones señalaban la relación directa entre secreto y literatura. Luis Gonzali afirmó, por ejemplo, que "un secreto a quemarropa siempre trae una historia detrás". El texto literario, al igual que la ficción cinematográfica, crean zonas oscursa reservadas al secreto y al misterio. 
El propio Andrés Neuman nos habla de cómo un final de una historia -cuando resulta misterioso- es en realidad un secreto repartido entre autor y lector. Escribir un microrrelato, señala Neuman, es precisamente eso, compartir un secreto.

Mostramos y leímos el maravillo álbum ilustrado de Éric Battut titulado "El secreto" (Editorial Kókinos) donde el protagonista -como cuenta Pep Bruno- es un pequeño ratón que tiene un secreto (una manzana que ha escondido, enterrándola) y que no quiere compartirlo (mientas la manzana va enraizando, germinando y creciendo como manzano).



Y conocimos que hay dos tipos de secreto gracias a Sophie Benini y Livia Signorini (Editorial Thule) y su álbum "El libro de los secretos": los de luz y los de sombra.




Después leímos algunos textos relacionados en mayor o menor medida con los secretos antes de formular la tarea de escritura. Dejamos aquí un breve repertorio:

El espía

Antes de recibir el tiro de gracia de sus perseguidores, en el instante en que expectoró su primera sangre con la mirada fija en aquellos zapatos (de un horrible marrón claro, como no pudo dejar de advertir), bajo la amenaza de aquel cuero dispuesto a propinarle otro puntapié, tras haber sido capturado en las cocheras mientras intentaba darse a la fuga desesperadamente, el espía se sintió atravesado por una convulsión distinta: el deseo de vengarse de sus enemigos contándoles la verdad; pues, ya que no podría alcanzar la libertad ni la supervivencia, al menos utilizaría a sus verdugos para escapar del más inhumano de todos los tormentos, el de morir con la carga de un secreto jamás revelado.

Andrés Neuman

Secretos personales

Rafael Nadal y yo tenemos problemas en la rodilla izquierda. Se lo dije el otro día a mi mujer, mientras lo veíamos jugar en Wimbledon.
–A ese chico le duele la rodilla izquierda, como a mí.
–¿Y qué tiene que ver una cosa con otra? –preguntó ella con expresión de extrañeza.
–Tiene que ver con que estamos hablando de rodillas. Más aún: de rodillas de mamíferos. Más todavía: de rodillas de seres humanos varones. Son muchas coincidencias, ¿no?
–Eso –respondió mi mujer– es como si yo digo que tengo las mismas jaquecas que Emilia Pardo Bazán.
–La Pardo Bazán no tenía jaquecas.
–Si las hubiera tenido.
–Pero es que no las tenía.
–Está bien, las de Virginia Woolf.
–Cuando Virginia Woolf tenía jaquecas –digo yo–, no podía escribir. En cambio, Rafa Nadal juega cuando le duele la rodilla.
Mi mujer hace un gesto como de darme la razón y continuamos viendo el partido. Me doy cuenta de que en los descansos, el muchacho se lleva la mano a la rodilla izquierda, como para darle un breve masaje. Aunque parezca mentira, y debido a una cuestión de empatía inexplicable (tengo debilidad por ese chico), yo noto la presión que él ejerce en su rodilla sobre la mía. Es como ir al fisioterapeuta sin moverse del sofá. Cuando se coloca una bolsa de hielo, yo también siento el frío.
–¿Qué tomaba Virginia Woolf para sus jaquecas? –pregunto a mi mujer.
–No tengo ni idea –dice ella–. ¿Por qué?
–Por nada.
Me voy a la cocina, envuelvo un poco de hielo en un paño y me lo coloco en la rodilla, no por mí, que ahora no me duele, sino por Nadal, que está haciendo un esfuerzo tremendo. Gracias en parte a mis cuidados, gana el torneo. Pero no presumo de ello, me lo callo, porque estas cosas no están bien vistas. Por la noche, consulto una biografía de Virginia Woolf, para estudiar la naturaleza de sus jaquecas y resulta que sí podía escribir con ellas, incluso gracias a ellas. Pero no digo nada.

Juan José Millás

Mi secreto

¿Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido 
de amores por un ser desaparecido, 
por un alma liberta, 
que diez años fue mía, y que se ha ido... 
¿Mi secreto? Te lo diré al oído: 
¡Estoy enamorado de una muerta! 

¿Comprendes -tú que buscas los visibles 
transportes, las reales, las tangibles 
caricias de la hembra, que se plasma 
a todos tus deseos invencibles- 
ese imposible de los imposibles 
de adorar a un fantasma? 

¡Pues tal mi vida es y tal ha sido 
y será! 
Si por mí sólo ha latido 
su noble corazón, hoy mudo y yerto, 
¿he de mostrarme desagradecido 
y olvidarla, no más porque ha partido 
y dejarla, no más porque se ha muerto?

Amado Nervo


Propusimos como tarea escribir tres secretos; uno de luz (de esos secretos que guardar con cariño y los compartes cuando se hacen grandes y hermosos), otro de sombra (de esos que nos arañan por dentro y que si llega el caso revelamos como forma de desahogo) y otro libre para dejarlo en el bolsillo de un pantalón, una camisa o un abrigo en alguna tienda de moda. 

Estos son algunos de los secretos revelados en el taller de escritura



Secreto compartido

Mi pasión por la lectura, me ha hecho acumular a lo largo de estos años mas de 3000 libros, los cuales los tengo distribuidos aleatoriamente en varias estanterías con doble hilera de libros.
Allí descansa una palabra escrita dentro de uno de ellos con un nombre de mujer, nombre ficticio, solo ella y yo conocemos el nombre real, y porqué se escribió en ese libro y en esa página en concreto.
Es un secreto compartido, nadie que pueda leer el libro podrá relacionarnos, ni sacar ninguna conclusión, solo sabemos los dos ese secreto.
La vida de ambos ha transcurrido de forma paralela, y cuando ha existido algún encuentro fortuito, nunca hablamos del libro, aunque los dos sabemos que existe; una ligera sonrisa suele acompañar la despedida.

Luis Iglesias


Secretos rotos

Prendida en mi latir,
adivino palabras
que crujen en la imaginación.
El secreto se hace luz,
sensación de vivir entre mis venas.
Imagen de ideas camina con la mente
que roba mis sentidos.
Diálogo de sombras esconde mi silencio,
desnuda el gesto.
Oculta entre mis labios,
despejo el sentimiento
para beber sonidos de otra voz.

Sofía Montero


El secreto

En la oscuridad de la noche, no puedo dejar de acordarme de esa persona. Era una persona especial del pasado, juntos compartimos muchas cosas. Todavía sigo recordando como nos lo pasábamos de bien.

David Álvarez


Un credo ciego siempre es padre de ataúdes
Hay catavinos de porrón ajeno. Tumbacuartillos de lengua gorda, mirada opaca y trino fúnebre. Halcones de vuelo bajo que entre dos luces, haciendo eses, se "arrebañan" al calor de cuatro paredes: muros con raíces falsas. Son promesas libres que naufragan en una copa común. El aliento los delata. Siembran pendones. Cosechan mortajas. Desconocen al dragón que engendró una musaraña, al jilguero que se enamoró de una jirafa, al delfín que amaba el desierto, al tiburón de fuego que vive en el Himalaya.
Sobre la mesa una copa. Nada te obliga a apurarla.

Ana Isabel Fariña


El secreto de Yrit

Es fácil convertirse en estatua. Ser sal momificada. Chispa que no vuela. Gracia que no nada.
Es difícil ser nómada en la tierra de uno mismo.
El eco de un pasado que arde es una lengua de acero: una hoja viscosa preñada de duelo y duelos. Expertos espadachines la manejan.
Yrit -la esposa de Lot- lo sabe. 

Ana Isabel Fariña


Sacamantecas y su talón de Aquiles
Conozco serpientes bípedas de mordedura salvaje. Dicen que son letales. Más su dentellada es inocua para quien este chascarrillo sabe:

" Veneno, venenito
Veneno, venenón
Si circula por mis venas
Se convierte en mi sayón
Veneno, venenito
Veneno, venenón
Cuando busques en mis venas
No encontrarás colchón "

Y es que es trampa de cartón afirmar con convicción que alguna vez alguien murió porque un reptil de sangre fría, sin más ni mas, le mordió. Si el mordido falleció únicamente ocurrió porque sin más ni más, el difunto, al veneno en sus entrañas, sin saberlo, acomodó.

Ana Isabel Fariña


Un secreto secreto

Un árbol tuvo un hijo, lo llamó libro. El hijo del árbol se hizo hombre y sembró sus palabras. Creció un bosque. Era sencillo y hermoso.
Un susurro sibilante, una sonata secreta, trepó por su tronco y se enredó en su savia. Comenzó el exilio y con él, la batalla. Un duda fue suficiente. Una hoguera vistió el bosque. Ardieron troncos, letras y ramas. De sus cenizas, germinaron voces adulteradas. El hijo del árbol se hizo sombra. El hombre coleccionista de máscaras. Olvidó que podía sembrar su verbo, construir su casa, compartir su semilla y su manzana. Dibujar un paraíso.
La desconfianza es una carcoma que habita en la arboleda. Cultiva ignorancia. Recoge prostíbulos en llamas.

Ana Isabel Fariña


Relámpagos: Arcanos breves
El reloj anunció: "¡las doce!", el calendario gritó: "¡Navidad!", y a la de Dios es Cristo, dio comienzo el carnaval.

Hay que cuidar los fonemas. Si la miel se trasforma en hiel, el canto será llanto, y el juego duelo
Cualquier niño lo sabe. Barrer es difícil. Las pelusas son monstruos que viven debajo de la cama. 

Engordan con el miedo. Con la noche se hacen fuertes. Cuanto más las escondes, más crecen. Y una mañana, a pleno día, el sol desaparece.

Gala que solo engalana es gala vana. Siempre se pierde un zapato que te delata. 

Hay que llevar la sal al guiso. La nata se vuelve agria a la espera de un luego. El tiempo no es antídoto del miedo.

El cielo se rasgó y cayeron amapolas. Durante siete dias y siete noches llovió en el oscuro país del hielo. A la hora séptima del séptimo día, la tormenta cesó. Todo floreció de nuevo.

Secuestrar la curiosidad es una necedad notable. Un despropósito similar al desvarío de robar la luna a la noche y alumbrar la oscuridad con un escuálido fuego.

Los topos afirman que cuando los puentes se desmoronan, las orillas del río se alejan. Densa es la niebla que los abraza. ¿Acaso el pontón no nació del aliento de una mirada?

Dicen que los indios americanos contaban sus secretos a los árboles. Tal vez por eso, las praderas fueran tan grandes. Cabalgar sin carga, las ensancha.

Ana Isabel Fariña


Un secreto de alcoba

Ahora que estamos tú y yo solos, voy a desvelarte mi gran secreto.
Tengo un amante imaginario.
Por las noches, cuando todos duermen, cuando la casa está en silencio, se acerca a mi lado y se introduce lentamente en la cama. Es entonces cuando nos amamos incansables, obstinados, con pasión. Prudentes.
Después nos dormimos abrazos y, antes del amanecer, él abandona mi lecho con sigilo para no despertar a nadie. Deposita un beso en mis labios y se despide: “Hasta mañana, mi amor”.
Desde que él apareció en mi vida soy más feliz, pero duermo menos. Por eso, cuando veas mi cara de cansancio, no te preguntes más la causa. Ya la sabes.
Pero no lo digas, pues nadie lo sabe.

Toñi Martín del Rey


Secreto a voces

En un pantaloncito en Zara kids, donde esperaba que algún chico de 9 o 10 años. En este caso le dejé un secreto a voces, algo obvio, pero precisamente por obvio necesario decir:

"No crezcas, es una trampa"

Carlos Hurtado


Secreto de paz

Todos las mañanas antes de salir al exterior recargo el ánimo con música durante 5 ó 10 minutos.
Tumbada en la cama con la espalda apoyada dejo que la novena sinfonía de Beethoven inunde mis huecos en todas direcciones.

Antonia Oliva


Secreto

Un día me subí a una báscula y pesaba demasiado, caí en la cuenta que se debía a la cantidad de secretos que la gente me había confiado, los fui soltando a diestro y siniestro.
Todavía sigo a dieta.

Lourdes Hernández


Secretos

Tengo que confesar un secreto, es un caso real, cuando tenía 16 años estaba en la playa cerca de Ferrol, mi padre se metió a hacer pesca submarina al mismo tiempo que un chico que se dedicaba a la pesca de percebes, de tan solo 28 años. No se me olvida la imagen de la Cruz Roja intentando reanimarle y porque pensaba que era mi padre. Aún lloré. Al día siguiente publicaron la noticia en el Diario de Galicia.

Otro secreto: aquel vestido que me regaló la novia de mi padre ni me valía ni me gustaba. Sin embargo, sonreí.

Iria Costa


Guardar un secreto

Esta vez no sé qué escribir, pues lo que sé es un secreto. Por eso, contaré algo que puedo compartir, pero ya no será un secreto. El secreto es un misterio cuya esencia es la autodestrucción. Si se guarda no existe, si se cuenta deja de ser.
La pena por desvelar un secreto, oscila entre la muerte y la gloria. Siempre es desmesurada.
La espía descubre los secretos y, dependiendo de quién sea el receptor, le costará la vida o conseguirá el triunfo. Parece que ahora las espías no se llevan, puede que sean los secretos que de tan bien guardados ya no lo son.
Todas las espías esconden un secreto, buscan el suicidio y cuando la suicida revela su secreto, es tarde.
El mejor guardián de secretos es una persona con Alzheimer. Para él o ella están tan escondidos que ni siquiera se acuerda que lo guarda.
Aquel jefe de espías era perfecto, carecía de memoria.

Dionisio Alonso

Vine a escribirlo todo

La sesión del lunes, 9 de noviembre, la dedicamos a la minificción. Y como en el taller no necesitamos pretextos de ningún tipo sino textos nos servimos unas cucharadas del libro "Lady Ofelia y otros microrrelatos" de Atilano Sevillano a quién conocimos de cerca a través de una entrevista que concedió al portal todoliteratura.es. Podéis leerla aquí.
Pero antes hicimos un rápido repaso por el muestrario de características que según Dolores M. Koch ha de tener cualquier minificción.

Dejamos aquí un breve repertorio de textos de Atilano para abrir boca:

La explanada

Me senté en un banco del parque a leer el libro que acababa de sacar prestado de la biblioteca pública. Era un compendio de relatos cortos. Decidí comenzar por uno al azar, uno que se titulaba “La Explanada”. Poco a poco fui adentrándome en el argumento. De repente pude percibir unas lejanas voces que parecían que acaloradamente discutían. Coloqué el marcapáginas en la hoja del libro por donde me encontraba leyendo y lo dejé en un banco. Me acerqué hasta la explanada a escudriñar el horizonte para descubrir de quién diablos procedían aquellas voces. No viendo nada regresé y continué leyendo.
No viendo nada regresé y continué leyendo. Me acerqué hasta la explanada a escudriñar el horizonte para descubrir de quién diablos procedían aquellas voces. Coloqué el marcapáginas en la hoja del libro por donde me encontraba leyendo y lo dejé en el banco. […]

Abandono

Un post-it lo dejaba bien claro: no volveré en cinco minutos. En el frigorífico dejo comida para varios días. No te olvides de sacar a pasear el perro todas las noches antes de acostarte.

¿Segundas oportunidades?

Cuando se topó con los buitres, tuvo la fatal ocurrencia de hacerse el muerto.

Epitafio II

El que aquí yace no se repuso nunca de la primera impresión. Se le infectaron unos puntos suspensivos. La familia hizo todo lo imposible, pero no hubo manera de salvarle. Lo enterraron con una nota a pie de página.

Bálsamo

En plena rabietas, la niña tomó un libro entre sus manos miró y remiró las solapas, olió la fragancia de sus lomos, luego lo dejó sobre la mesa y lo acarició como si de un osito de peluche se tratara.




Propuesta de escritura

Construye un relato a partir de las premisas que se enuncian en el texto de Atilano Sevillano. Puedes combinar varias. Si te atreves con todas mejor aún. 


Relato (de)construido

• Carta de amor incriminante escrita por prostituta a su amante.
• Pistola. Prueba incriminatoria de asesinato.
• Loción para después del afeitado confiscada.
• Libro de tarot abierto por la lección nueve de sánscrito, encontrado en la mesita de noche también confiscado.
• Fotografías del estado en que se encontró el fiambre tras ser arrojado desde el noveno piso como evidencia.
• Falso carnet de identificación policial usado por el proxeneta.
• Media de seda utilizada por el psicólogo en el interrogatorio policial.
• Desaparecida “pata de cabra”, herramienta utilizada para forzar la entrada.

Dejamos aquí las tareas de algunos de los participantes en el taller como botones de muestra:


"Detenido el asesino de "La Juani"

El diario "EL Caso", en su portada del domingo, aportaba una fotografía de "La Juani", tapada con una manta.
El comisario " Romero " había logrado introducirse como falso proxeneta en los bajos fondos de la Rambla de Barcelona, y tratar de aclarar la muerte de 2 prostitutas.
Allí, contacto con el proxeneta mas famoso, el apodado "El Fideo", su delgadez extrema y una cicatriz en la cara le hacían inconfundible.
Para lograr su amistad, le facilitó un carnet falso de policía y una pistola.
El día de la muerte de "La Juani", el comisario ordenó la detención de "EL Fideo", como principal sospechoso.
El comisario "Romero" suplantando al psicólogo de la comisaria, mediante la colocación de una medía en la cara, para no ser reconocido, procedió a su interrogatorio:
-Al principio de hizo el duro, pero ante la evidencia de los hechos, se vino abajo y cantó.
-Reconoció haber forzado la puerta de apartamento donde vivía en un noveno piso con una herramienta llamada pata de cabra, ver la carta enviada a su amante y tras un forcejeo dispararla por la espalda y después tirarla por la ventana.
-En el momento de la detención portaba la pistola con una bala menos, la que faltaba estaba incrustada en la espalda de "La Juani".
-El fuerte olor a "Floid" en su cara y el frasco en la mesilla llevaban sus huellas.
-En la mesilla estaba una carta del tarot que representaba la muerte.

Luis Iglesias


Poco tiempo después de llegar al escenario del crimen, Sam Spade se dio cuenta que aquello era un montaje y más cuando le informaron que el sargento detective Harry Callaghan estaba a cargo del caso.
La hipótesis oficial era que la chica, Susan Roberts, de oficio prostituta y de afición yonki, se había puesto de acuerdo con su amante, Rómulo Banderas, para quitarse de encima al chulo Tom Ripley, que, además de maltratarla se había pasado en su parte del negocio.
Ella le había llamado desde su piso con cualquier excusa, y cuando llegó le estaban esperando después de hacerle unos arañazos a la puerta para simular que había sido forzada. Una vez dentro, Rómulo intentó noquearlo pero Ripley esquivó en parte el golpe y, groggy, sacó su pistola. Susan le pegó con un taburete y Rómulo le arrebató la pistola acabando con él de un tiro. Luego lo tiraron por la ventana del noveno piso del nº 31416 del Sunset Boulevard.
En el registro posterior la policía encontró una carta de Susan a Rómulo, convenientemente oculta, insinuando la posibilidad de deshacerse de Tom Ripley.
Spade pensó que todo el asunto apestaba. Después de un detenido análisis de las pruebas y el escenario, llegó a la conclusión que los hechos se habían sucedido de manera diferente.
Harry había ido a ver a Susan a la que utilizaba como confidente y reposo. Mientras la esperaba, se presentó Ripley con cierto cabreo y malos modos amenazando con contarle a su jefe la doble relación con Susan. Llegaron a las manos, y en el forcejeo, el macarra cayó sobre la mesa baja golpeándose la nuca. Harry tuvo que improvisar. Le pegó un tiro con la pistola de Ripley, escribió la carta inventándose a Rómulo y tiró el cadáver desde la terraza. Dejó bien visibles la pistola y la loción para después del afeitado.
Lástima que las prostitutas no tengan amantes, que Ripley recibiera el tiro cuando ya estaba muerto y que no necesitase la loción. No se afeitaba, era alopécico total.

Dionisio Alonso


Afortunado accidente

Sobre la mesa del despacho del comisario se extendían las fotos de la escena del crimen. El cuerpo de la joven prostituta, destrozado sobre el asfalto, se exhibía en toda su cruda y cubista desnudez. El informe del forense, abierto sobre las fotos, establecía como causa de la muerte un fuerte golpe en la nuca, no se podía determinar si había sido anterior o provocado por la caída desde el noveno piso.
El comisario apartó el informe y fijó su atención en la imagen tomada en la habitación: la ventana abierta, la loción derramada por el suelo… unos pies descalzos bien podían haber resbalado, precipitándose al vacío. Un desafortunado accidente, decidió, recogiendo todo para dar carpetazo al asunto.
Antes de volver a casa, quemó la carta que la chica había estado escribiendo a su esposa y limpió por enésima vez la culata de la pistola.

Leticia Vicente


Porque era mía
La historia "terminable"

El fiambre se llamaba Catalina Bolívar. Era romana, muda, delgadina y con tetas grandes. Entró en el paraíso muy joven. La puerta, la ventana de un noveno. Su proxeneta, el policía que la mató con una media de seda: Lapidario Márquez. Este nombre, talismán de los respetables, hoy-nueve meses después de los hechos-, se ha convertido en cenizas. Bajo él se escondía Alberto Yarinis: "El Rey de los Chulos". Famoso cubano al que hace años se dio por muerto.
Yarinis, miembro de la Sociedad secreta de Abakuá, supo tejer un camino de baldosines ficticios. El mayor, el libro de tarot-sánscrito que agujereado por nueve balas tenía la finada en su mesita de noche y que a lo largo de la investigación fue incautado junto a la pistola que sangró sus hojas y un tercer elemento aparentemente ritual por extraño: la loción de afeitado que se encontró abrazada a un crucifijo con un lazo rosa bajo la almohada de la adolescente.
Pero todos tenemos una pata de cabra, un salto vertiginoso que fuerza la entrada. Hay que saber encontrarla.
En este caso, el hallazgo lo ha realizado un muchacho en flor, un joven psicólogo llamado Marcel. Colaborador ocasional de la oficina del crimen, ojito derecho del excomisario Márquez, halló en el despacho de Lapidario un sobre. En su interior una foto de la finada desnuda mientras dormía y una misiva:

"Amado Amo
Las magdalenas que me regalaste ayer eran sedosas como tus caricias. Todas y cada una de ellas conocían mi verdadero nombre. Un nombre tan antiguo como el hombre. No quiero cadenas de camelias y bombones. Voy en busca del tiempo perdido. "

Nunca la prisionera llegó a fugitiva. ¿O sí?

Ana Isabel Fariña


Las tribulaciones de un joven druida

Las chisteras están selladas. Los conejos presos. Los hechiceros mudos. La magia amputada. Ha desaparecido la pata de cabra.

Ana Isabel Fariña


Midas, hijo de Gordias

Han afeitado los bosques a navaja. Pactolo, la loción que cierra sus heridas, está confiscada. Babol se seca. Rocinante no pasta. La tierra y el cielo se desangran.

Ana Isabel Fariña


El motel Bates

Fue fácil conseguir que Norman se pusiera las medias de seda antes de que la policía le interrogara. Tenía práctica.
Lo que no resultó tan sencillo, fue oírle narrar su historia. Las psicosis no se digieren con facilidad.
Recuerdo que el doctor Richmond afirmó que a todos nos podía suceder.
De eso hace mucho tiempo.
Diana, mi princesita, falleció hace dos semanas en un horrible accidente. No llegué a conocer al hombre que la acompañaba.
Esta mañana vi como sus pequeños jugaban con sus ropas.

Ana Isabel Fariña


Fausto

Ayer, el comisario jefe de la Europol fue declarado culpable. Tras un proceso largo repleto de incidencias, se consideró probado que nada más llegar al cargo, vendió su alma al diablo.
Pronunciado el veredicto, rompió su silencio. "Ser o no ser" y desapareció.
La tesis más extendida mantiene que ese día vencían sus 24 años de ejercicio y Belzebú reclamó su pago.
Hoy nadie sabe qué hacer con sus perros.

Ana Isabel Fariña


La reina y la mosca

La mosca mira a su hermana. Ya no se bate contra el cristal. Una pistola gigante reposa en la mesa que queda a sus espaldas. El cow-boy es un niño con lentes y hierros en los dientes. Come a dos manos. Celebra su hazaña. Es un delincuente, un ignorante. No conoce a Ahhoped, la reina tebana que celebraba el valor, la tenacidad y la resistencia que poseen las muscidae ante el conflicto. Pronto estará en su reino, lo sabe.
Una corriente de aire batió la ventana. El pistolero no supo reaccionar a tiempo.
"Los hombres son un hormiguero débil. Sin armas no se baten"

Ana Isabel Fariña


Evidencias

El científico abrió la ventana y lanzó el fiambre al vacio. Cuando la loncha de jamón york tocó el suelo había descendido nueve pisos. No tenía ni una magulladura ni un roce. Si acaso algo de polvo en su envés. El erudito satisfecho concluyó: "La naturaleza ha hecho inmortal al fiambre". Mientras garabateaba su deducción irrefutable, pasó una dama con su perrito. El cánido se lo comió de un bocado. Rápido como el pensamiento, nuestro científico anotó: "los perros devoran a los inmortales"

Ana Isabel Fariña


Nanà

Querido Jorge:
Bien sabes que tu hermano Felipe, es un joven educado y apuesto. Como tú, me colma de atenciones que sinceramente no sé si merezco. Que yo le corresponda de la única forma que puedo, no me parece razón para tu enojo. Que comparta mi lecho, mi cuerpo y mis besos con él, no supone que disminuya el amor y la admiración que a ti, mi joven niño, te profeso. Me conoces bien. Entrego de mi cuanto tengo.
Ven a cenar esta noche, zanjaremos este ridículo desacuerdo. Hablaremos y nos amaremos. Sólo vestiré mi cuello. Entre tú y yo, no se precisan ornamentos. Dejemos que el zafiro que con pasión me regalaste, selle las fisuras de este triste desencuentro.
Te espero.

Ana Isabel Fariña


La Biblioteca

Siempre que alguien llegaba al capítulo nueve, el libro desaparecía. Era un ejemplar escrito en sánscrito, un ejemplar antiguo y caro. Siglo tras siglo, los eruditos lo habían buscado con celo.
Mientras, en las ruinas de Alejandría, un anciano, un ermitaño milenario los recogía cuando sus páginas lo invocaban. Tenía cientos de cientos. Todos iguales. Una gota de agua era su refugio. Aleph la llamaba. Solo él respiraba su misterio. Cuando caía la noche, la esfera se convertía en un punto de luz: el principio y el final de una página. Él lo sabía: las palabras escapan del depredador vanidoso que las persigue con codicia y ansia.
Muy cerca, a miles de kilómetros de distancia, las arenas del mundo gemían: alguien o algo les robaba.

Ana Isabel Fariña


Mini micros re-construidos

¡Ya se dejó Marco la “carta de amor incriminante escrita por prostituta a su amante” encima de la mesa! ¡Este muchacho todo lo que tiene de listo lo tiene de despistado!
El autor del crimen de "la tienda de chuches" en cuya pistola (prueba incriminatoria del asesinato) tenía marcadas las huellas, ha aparecido muerto en la celda 313 de la prisión de Topas.
La “loción para después del afeitado confiscada” contiene el veneno más mortífero que se conoce. No cabe dudas, le provocó la muerte inmediata.
En el libro de tarot abierto por la lección nueve de sánscrito, encontrado en la mesita de noche también confiscado aparece la gota de sangre que lo delata.
Esas fotografías del estado en que se encontró el fiambre tras ser arrojado desde el noveno piso que tenía el fiscal como evidencia estaban trucadas.
El falso carnet de identificación policial usado por el proxeneta detenido, fue encontrado en el bolso de la mujer asesinada por su marido.
La Media de seda utilizada por el psicólogo en el interrogatorio policial, no sirvió de nada. Al inculpado no se le pudo sacar ni media palabra que le hiciera confesar su crimen.
Desaparecida “pata de cabra”, herramienta utilizada para forzar la entrada de la sede del "PiPas". Algún cabrón se hizo con ella sin que nadie se percatara.

​M. Venttini​


Muerto por amor 
(el crimen perfecto)

Sobre la cómoda de la habitación de la casa compartida donde ella vivía, la policía encontró la carta de amor que Gladys había escrito, misiva de dardos de reproche que había lanzado cuando la esperanza se tiró por la ventana aquel martes por la noche.
La carta dormía doblada sobre el libro del tarot abierto por la página de la carta del diablo, representada por un feo hombre animal con cuernos, barba de cabra y patas peludas terminadas en pezuñas. A ambos lados del diablo, los amantes encadenados, esclavos voluntarios. Junto al libro, un tarro marrón de cristal de loción para el afeitado que la policía confiscó.
“El diablo que me encadena será el encadenado”.
Había dejado el arma sobre la mesilla de noche, minuciosamente limpia, sin huellas, sin disparar, dentro la bala que había comprado en el mercado negro. Una bala tiene que encajar bien en la pistola, de manera que muchas sólo funcionan con un tipo de bala.
Durante el interrogatorio, el psicólogo forense utilizó la media de seda como arma para sonsacar la verdad, cual experto polígrafo humano había observado como el sospechoso cambia el gesto, suda, se acelera, capaz de detectar mentiras y medir las reacciones del cuerpo, de distinguir incluso cuando la persona está tan nerviosa que su cuerpo muestra una fuerte reacción incluso cuando dice la verdad.
Al ver la media Gladys se estremeció y comenzó a sudar por la barbilla.
Le encontraron esposado, con los ojos vendados y amordazado. Tenía escritas por todo el cuerpo palabras sexualmente explícitas pintadas con lápiz de labios rojo.
Juego mortal de asfixia erótica, cómplices fetichistas del juego de la respiración.
“No consigo respirar, sigue hasta el fondo del mar”. 

Aronbanda


Relato (de) construido

Decenas de curiosos contemplaban el cuerpo de un hombre que se precipitó desde su casa, desde el noveno piso. La policía le hacía fotos y también, disimuladamente, a los curiosos.
El comisario encontró en la chaqueta del fallecido una carta de una prostituta dirigida al finado: una carta de amor y despecho en la que se le recrimina no haberle dicho que estaba casado.
Al ver el contenido de la carta y el estado del cadáver el comisario sospechó que lo habían arrojado desde su casa y ordenó entrar en la misma. En el salón encontraron a la prostituta y a la esposa del finado. Ésta última sostenía una loción para después del afeitado que ha sido intervenida por la policía.

Óscar Fernández


El psicólogo (testigo de lo ocurrido) no paraba de tocar la media de seda que tanto olía a loción de afeitar, era lo único que le quedaba de él. Tenía que habérselo imaginado al ver aquel libro de Tarot.
En la sala de interrogatorios, explica, como estando con su amante, entra forzando la puerta con una “Pata de cabra¨ la prostituta pistola en mano .Al verlos, comprende todo y dispara directo al corazón del proxeneta, qué en un intento de huida, salta al vacío.
En las fotografías se aprecia el falso carnet de policía que escapa de uno de los bolsillos del pantalón, junto a la carta de amor que le había escrito su protegida.

Lourdes Hernández


A American Beauty, el padre...

Copa de vino. Hermoso rostro joven.
Jamás nadie me ha preguntado como me encontraba.
Ella solo ella.
Tan bella, cálida, profunda y tierna.
Ella...
Sería un hombre demasiado afortunado.
Nunca tuvo relación con ningún hombre.
Y la deseo, muy profundamente.
Mientras la dejé un poco de comida, se fue al baño.
Y me quedé reflexionando. Había discutido con mi hija y su novio.
Y yo jamás me he alegrado tanto por ver a mi hija feliz.
Tan solo un disparo. Manchada la pared y el suelo.
La verdad, no me arrepiento de haber muerto así.
Fue un final feliz.
La pistola. Prueba incriminatoria del crimen.

Iria Costa


Tapizado de flores

Decidió llevarse el sofá al taller, aunque la cliente aún no tenía claro qué tipo de tapicería quería. Era la quinta vez que Matías iba a casa de la anciana con el muestrario, además de las visitas de ella al almacén para ver el resultado de otros encargos ya terminados.
Matías comenzó a quitar las puntas y las grapas que sujetaban la ajada tela a la madera noble del sofá. Pensaba, mientras lo hacía, en las horas que la indecisa clienta había pasado recostada en aquel horrible sofá. Agarraba con fuerza la herramienta: La pata de cabra que a diario utilizaba para esos menesteres. No terminó. Levantó la mirada un momento y comprobó que la batería de la vieja Nikon D90 ya estaba cargada. Entonces, salió decidido buscando una nueva foto. Hacer foto de calle era lo que realmente le fascinaba, el gesto de las prisas en los desconocidos, la huella de la inseguridad, las cicatrices que marcan el paso del tiempo. Pero, esta vez, su próxima foto llevaría nombre propio.
Esta vez, no llamó al timbre. Utilizó la pata de cabra para entrar. Era el último piso, el noveno. Nadie pasaría por allí. Abandonó el edificio quince minutos más tarde. La sangre en la acera marcó el lugar. Se acercó hacia el cuerpo, ya sin vida, y apretó el botón de su Nikon varias veces.
Aquel rostro le resultaba conocido. El rictus que atravesó su objetivo era diferente a todas las expresiones que, hasta ahora, había conseguido atrapar.
Giró la esquina y, de nuevo, continuó su trabajo en el taller.

Tina Martín Mora


Perdido en la reconstrucción

Continúa en paradero desconocido el cuerpo de Radjha, la prostituta hallada muerta el pasado sábado en la calle de La Seda.
La policía no alberga ninguna duda sobre que Radjha está muerta bien muerta por los grados de deterioro y amputación que pueden apreciarse en las fotografías y, han confirmado como hipótesis principal de los hechos que, ya fiambre, fue arrojada desde el noveno piso por su amante, Kalil. Se barajó el suicidio como segunda opción pero esta posibilidad la descartan el 99% de los investigadores.
Entre los objetos hallados en la vivienda de la fallecida, relacionados con el suceso y que han sido aportados como pruebas en el juicio para inculpar a Kalil, se encuentran los siguientes:

1. Carta de amor firmada con el nombre de Radjha cuya traducción dice, “….grabado con gena en mis brazos el amor más profundo que tú quieres borrar para que no te sea infiel, Kalil…. ”
2.Frasco de loción sin alcohol para después del afeitado con las huellas dactilares del sospechoso
3.Libro de tarot abierto por la lección nueve de sánscrito que enseña a interpretar las líneas de las manos bajo el prisma del Corán.

El forense ha certificado que el cuerpo se extravió en la reconstrucción del relato y achaca la culpa de la desaparición al proxeneta que se fugó con una identidad falsa y no aparece hasta el final.

Antonia Oliva


Detenido el proxeneta acusado de matar a una prostituta y al amante de ésa
El Juzgado de Instrucción número 4 de Madrid ha decretado prisión provisional y sin fianza para el presunto autor del doble crimen que ha conmocionado al barrio madrileño de El Pilar. Al parecer, L.G., asesinó fríamente a su explotada y al reciente amante de ésta la noche del pasado 15 de octubre.
El hipotético homicida, de 35 años, sufrió, aparentemente, un ataque de celos que le llevó a acabar con la vida de ambos.
La policía, encargada del caso halló en el bolsillo de la americana del supuesto asesino varios objetos incriminatorios: una media de seda con la inicial B, una pistola de calibre 9 y una carta escrita por la prostituta:

Me he enamorado y he decidido abandonar para siempre esta vida. Creo haber saldado ya la deuda que me ataba a ti, así que no me busques más.

Bibi


Además, encontraron varias pistas en el lugar del crimen: en la mesilla de ella, un libro de tarot abierto por la página del arcano mayor número 13 y un carnet falso de identificación policial utilizado por el proxeneta para huir en las redadas.
Según se desprende del sumario de investigación, L.G. siguió a la prostituta hasta su nuevo hogar y allí esperó la llegada de su amante. Tras una breve espera, abrió la puerta del apartamento con una pata de cabra y, una vez dentro, asestó por la espalda dos tiros certeros en la cabeza de éste mientras se afeitaba. La loción para después del afeitado, marca Floid, flotaba todavía en el suelo. El asesino nunca llegó a ver la cara de su rival. La prostituta, que intentó huir, fue arrojada por la ventana del noveno piso. L.G. antes de salir del apartamento quiso asegurarse de que su contrincante estaba realmente muerto. Se acercó a él y al verlo, huyó despavorido de la vivienda.
Cuando lo detuvieron, varias semanas después, se encontraba en un estado deplorable. Lloraba y gritaba constantemente. ¡Dios mío, qué he hecho!
Al parecer, Bibi pretendía rehacer su vida con el hermano gemelo del asesino. P.G.


Toñi Martín del Rey