Homenaje al fracaso

La sesión del lunes, 25 de abril, la dedicamos al fracaso. Así es como califica José Luis Gallero su Antología de poetas suicidas, una selección de textos de una larga nómina de escritores, en su mayoría poetas, que acabaron con sus vidas.


Señala José Luis en el prólogo:

"Puede decirse que con el envenenamiento de Chatterton (1770) inicia el suicidio su edad moderna. La muerte del jovencísimo Chatterton es cantada por Keats, Coleridge, Shelley, Vigny. Su suicidio en la realidad y el de Werther en la novela proporcionan status intelectual a un acto que antes de eso se consideraba de pésimo gusto, a no ser que fuera motivado por falta de liquidez o cualquier otro capricho. El suicida sigue sin poder reposar en tierra sagrada, pero en adelante ocupará un puesto de honor en la mitología artística. A la hora de hacer una «anatomía del suicidio» llama la atención que se den por igual los suicidas de vocación y los súbitamente inspirados. Entre los primeros, Kleist, Maiakovski, Crevel, József, Pavese, Sylvia Plath, Jens Bjorneboe... Pero más que la premeditación acaso admira la insistencia en el gesto. ¿De qué huía Ángel Ganivet cuando se arroja desde un vapor al Duina, y tras ser rescatado trabajosamente por los pasajeros aprovecha un descuido para sumergirse otra vez en la corriente helada? ¿Qué le da fuerzas a Yávorov, ciego a resultas de un anterior intento de suicidio, para ingerir veneno y, en previsión de algún accidente benéfico, volarse luego la tapa de los sesos? ¿Y a Antero de Quental para dispararse dos veces consecutivas? Costas Cariotakis, la noche del 20 de julio de 1928, se dirige al agitado Mediterráneo con la intención de acabar con su vida. Diez horas después la corriente le devuelve sano y salvo a la playa. Entonces regresa a su casa, se cambia de ropa, sale a desayunar, compra una pistola y se dispara una bala en el corazón... Huían de su propia vida, de sus fracasos artísticos, de sus deseos siempre insatisfechos, de su exacerbada sensibilidad. Exploradores de vastos territorios del alma, expuestos a las más inclementes contradicciones, se encuentran en ocasiones en la tesitura de elegir la sensibilidad o la supervivencia. En todo caso no debemos creer que los poetas suicidas son una especie lánguida, sumida en un desánimo que le impide percibir lo que de grato tiene la existencia. Las vidas de estos muertos son un ejemplo de vitalidad extraordinaria. El peso de su sufrimiento no lastraba su paso, sino que por el contrario parecía dotarles de una maravillosa ligereza".


En 2001 la editorial Tardor publica el libro "Paraísos del suicida" de Luis Felipe Comendador, ganador de la sexta edición del premio de la editorial.
En él Comendador dialoga con una buena representación de poetas suicidas y da cuenta de las circunstancias de sus muertes. 





Dejamos aquí algunos poemas a modo de ejemplo:


JOSÉ ASUNCIÓN SILVA SE HACE 
DIBUJAR UN CORAZÓN EN EL PECHO

Conociendo con precisión exacta
cada punto vital
y rodeándolo con una diana cierta,
tendré siempre constancia
de que la muerte habita
en el justo lugar donde la vida late.

Dibújeme, doctor,
un corazón gemelo
al que mi pecho encierra,
y hágalo en el lugar justo que ocupa.

No soy buen tirador,
usted me entiende.


COSTAS CARIOTAKIS ESCRIBE
EN EL “CAFÉ CELESTIAL”

Vuelan los grajos en bandadas
hacia los abedules como un velo de muerte;
sus graznidos
no pueden volar solos,
no pueden vivir solos.

Miro el Mediterrráneo desde el acantilado,
el mar,
el Mar...
pero no veo su fauna,
esos seres del agua en constante acabamiento,
en eterno final.

Soy como un pájaro enamorado del abismo
y de las olas;
un pájaro sin escamas de pez, sin branquias ni pulmones,
un pájaro inexistente que sólo sabe caer...
y es demasiado.

¿Cómo será la nada del abismo?
¿Cómo será la muerte?


ALEJANDRA PIZARNIK SE HACE UN MUERTO

Podad mi cuerpo
cada primavera,
y que crezcan
con fuerzas renovadas,
en su tumba,
mis esquejes.


ANNE SEXTON SE ENCIERRA EN SU COCHERA

Una casa con patio y jardincito,
con cinco habitaciones y dos baños,
una cocina grande
con todos los inventos electrónicos,
un sobrado con libros
donde escribir las cartas
y los poemas íntimos,
un salón-comedor
con un chester marrón
de piel bobina acaso,
una cochera, un coche
y un poco de ese anhídrido carbónico
que bien dosificado
te hace dormir tranquila
para no despertar de nuevo 
al tedio

de los días.


Tomamos como referencia el texto "La carta del suicida" de Javier Villafañe para elaborar nuestra propuesta de escritura para casa: escribir una nota de suicidio como la que  aparece en el abrigo que compró en el El Rastro y que había pertenecido a un suicida:

[...] El abrigo que Maese Javier compró en El Rastro había pertenecido a un suicida. soportó vacío inviernos. Es de color tabaco, con el cuellos y los puños lustrosos. En un bolsillo encontraron una carta escrita en alemán. Uno de los mesoneros que trabajó varios años en Fracncurt tradujo la carta. Decía así: Berta: Te veo como eras en Hamburgo, en la Posada del Caballito Blanco. Te veo caminando bajo la lluvia. Te veo hojeando libros en la librería de nuestro amigo, el viejo judío músico que quería volar con el violín y el asno de Chagall. Te veo con una sombrilla y un sombrero de paja. Eres lo único que tengo aunque tú no seas mía, porque además nadie es de nadie. Hermosa y triste muchacha que dibujaba a mi lado en esa vieja escuela de Bellas Artes que quisimos quemarla tantas veces por inútil como son todas las Escuelas de Bellas Artes. Te amaba y te amo. Recuerdo el retrato que te hice una vez en la nieve con la punta de la bota de mi pie izquierdo. No era la bota -te aclaro-, eran los cinco dedos de mi pie descalzo. Mis manos te conocían de memoria. Ellas te dibujaban con los ojos cerrados en las paredes, en el viento , en la arena, en el agua , en los árboles, en las servilletas de papel. Sabía que al dibujarte en la nieve tu imagen iba a vivir la eternidad de unos minutos. Hay que dibujar y pintar en la nieve. "Construye con aire y humo Y siempre con humo en el aire." Madrid me da el último abrazo de sol. Voy a vender mi abrigo para seguir bebiendo. No puedo más. Recuérdame a veces. Ya no estaré después. Quizá mañana. Carolus.


Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller de escritura:


Un suicidio por una deuda de 6 euros.

En el año 1972, conocí de cerca el suicidio de un estudiante en Salamanca.
D.F. decidió quitarse la vida, bebiendo un vaso de agua con cianuro.
En la mesilla de la habitación donde vivía en una residencia del barrio antiguo, dejó una nota: Pedía perdón a sus padres por lo que iba hacer, pensaba que era lo mejor para dejarles de ocasionarles más problemas.
La noche anterior estuvo jugando a las cartas, apostando dinero a las siete y media, dejó una deuda de 1000 pts.
Para los que le conocíamos era una personal, como cualquiera de nosotros, nunca comentó que tenía problemas.
¿ Que pasó por su cabeza esa noche ?

Luis Iglesias


El principio del fin

[A continuación presentamos el texto íntegro del documento hallado en un disco duro portátil guardado en la caja fuerte descubierta hace unas semanas en el pasillo central de la que fuera la vivienda del escritor Adael Lucas López Heredia, encontrado muerto en ese mismo recinto hace ya dos años. El escrito será analizado junto con otros archivos cifrados encontrados en el disco duro. A dos años de la desaparición del destacado autor de novelas de misterio, no han podido esclarecerse las circunstancias de su muerte y, al momento, se desconoce si las siguientes líneas constituyen su nota suicida, un texto en clave para señalar a su asesino o el inicio de su última novela.]

No soy poeta ni loco.

No es que no me guste la poesía. Cualquier persona que escriba debe leerla y conocerla, pero me niego a ser otro más de esos que se las dan de poetas solo por haber ensartado un par de palabras sonoras en el hilo de una estrofa. Yo respeto demasiado la poesía como para llamarme poeta. Ayer me las ingenié para cambiar una bombilla. Dadas las circunstancias no veo para qué, pero el caso es que eso no me convierte en electricista. ¿Por qué entonces cualquiera que organiza las palabras en columnas esbeltas se cree poeta? Mis palabras se van adosando de forma horizontal, como ladrillos que van emparedando mis pensamientos, lo que me lleva al segundo punto.

Tampoco estoy loco, aunque algunos me han llamado así. Nadie está loco. Es que hablar de “locos” hoy día es tan común y anacrónico como decir que el sol “sale” cada mañana y se “pone” cada tarde. Esas salidas y puestas no son más que otro engaño de este planeta que, ensimismado como un trompo, gira en su propio eje, mientras, con disimulo, continua rondando el sol. Pero ni siquiera la Tierra, con todo lo que le hacemos padecer, está loca. En todo caso, sufre un trastorno de la personalidad. Como yo. Como tú. Como tantos otros.

“Novelista trastornado”, esa es una definición más certera, exacta y contemporánea de mi situación. Me tomo la libertad de autodiagnosticarme. Nunca quise ir en busca de ayuda profesional como me sugirieron. Siempre fui consciente de que lo que crecía en mí era un tumor maligno en despiadada metástasis. Si llegaba a encontrar a alguien capaz de extirparlo, inevitablemente se habría llevado también mi capacidad de sentir lo que siento y escribir lo que escribo. Me habría convertido en un ser incapaz de adentrarse por los túneles oscuros, esos mismos que luego alumbro a medias para mis lectores. De haber cedido a la tentación de curarme, de todas formas habría quedado maltrecho. Es lo que tienen estos padecimientos, realmente no hay cura. Solo cuidados paliativos y algunas treguas. Quizás habría ganado unas horas de dicha, pero habría perdido estas 320 páginas o igual habría escrito 400, pero plagadas de clichés y falsedades. Preferí sacrificarme, evadir el tratamiento, ver cuán lejos podía llegar con este malestar comiéndome por dentro. Ya tengo la respuesta: hasta aquí.

Tan trastornado estoy que no sé si quemar o no la novela antes de dar el paso. Ya está lista, tan lista como puede estar una novela. Las novelas nunca están listas… pero se sostiene como manuscrito inédito con ínfulas de publicación póstuma. Si la dejo atrás y es mala, no solo dejaré como legado mi fracaso ante la vida, sino también mi fracaso ante las letras. Mejor quemarla. La copia impresa que encuaderné en el local de la esquina, quiero decir, por aquello de recrearme en su inmolación. Esto, claro, una vez que haya borrado todos los archivos del disco duro y llevado el sistema a su estado primigenio, de modo que no quede ni rastro de ese desvarío de novela. Pero también necesito quemarla, sentir el calor de la llama y dejar que mi mirada se pierda en sus ondulaciones, para así, ser testigo de mis dos muertes. Una vez tenga entre mis manos las cenizas de las largas horas de esfuerzo, sé que no habrá vuelta atrás: tendré que continuar con el plan. Dejar atrás la novela sería una muestra de debilidad, la prueba de que me quedaban esperanzas, una previsión ante el arrepentimiento del último minuto.

Noche oscura es esta. La única luz es la de esta novela que arde. Me he decidido. Si por casualidad la novela fuera medianamente buena o acaso despertara un interés especial por el morbo de mi final, ¿quién se beneficiaría de ella? ¿De mi fama, de mi buen nombre? Como dicta el protocolo, he escrito la nota suicida, una nota larga, grave y redonda como corresponde a un escritor. Me he tardado escribiéndola, más de lo que tenía pensado. ¿Será que en el fondo no quiero hacerlo? Al revisarla, me doy cuenta de que he empezado con una negación. Una nota, una nota, una nota… ¿O no? ¿Para qué? ¿Para que a los forenses les quede claro que fui yo el que apretó el gatillo? ¿Qué más da que me haga responsable del tiro de gracia, cuando ya he recibido tantas otras heridas? ¿Es que acaso no van a investigar como es debido por causa de un par de líneas que pudo haber escrito cualquiera o yo mismo, pero sin voluntad? ¿Es que en vez van a perder el tiempo psicoanalizándome post mortem para llegar a conclusiones que luego no servirán a nadie? Cómo podrían servir a nadie, si todas las angustias ajenas se quedan siempre al otro lado, inalcanzables.

Tardan en llegar las respuestas. Tanto las que pretenden contestar una pregunta como las que solo confirman que el llamado fue escuchado. Esas últimas son más importantes, pues alivian el peso de la indiferencia. Son como el eco de esa gota de agua que cae en medio de una cueva. Sabes perfectamente de lo que estoy hablando.

Me miraré al espejo al apretar el gatillo. Veré como mi sangre se duplica, se triplica, se multiplica por el pasillo infinito de los espejos. Sé bien que seré el único testigo de mi muerte como siempre he sido el único testigo de mi vida, pues todos mis admiradores estaban distraídos mirando a aquel excéntrico y burdo personaje y se perdieron del verdadero espectáculo. Supongo que no fue culpa suya. Incluso me lo he repetido muchas veces a fin de convencerme. ¿Será que ahora son capaces de leerme, de leerme de verdad? ¿De ver más allá de la anécdota y la etiqueta? ¿O quedará encerrada esta despedida en el último resquicio del largo corredor de los reflejos? Sé por experiencia que muy pocos son capaces de interpretar la parca melodía de las notas finales, de las notas suicidas.

Ismarie Díaz



Carta a un amor deshojado
Mi cuerpo despide el sentimiento, herido de amor, desierto de pasión, muerto en los brazos de la naturaleza.
Tan solo la palabra vive con su adiós, se hace eterna en el poema:

SUICIDIO EN LA HIERBA

La brisa pinta mis huellas del recuerdo,
despierta el santuario de mi muerte
en el silencio de las hojas.
Dolor de un declinar
resbala entre mi piel,
suicida junto a la hierba.
Rota la mirada,
congelo el pensamiento,
ahogo mi voz
para sentir el adiós de mi existencia.

Sofía Montero


Sin resistencia
Carta de un suicida

Debería renacer para no sentir tanto
Nos veremos aunque no nos reconozcamos
Caigo en una góndola y dejo que el agua me lleve
Demasiados latidos por millón de vidas para un corazón pequeño

No se adónde me arrastra, veréis el destello
Y habrá pétalos rojos en la orilla junto a los juncos
Tomé, dejé y no sucumbí. Desde la plenitud no lloro
Se me hizo tarde, ya he vivido bastante

El sauce repliega sus ramas, el libro echa la llave
La caja enmudece y el péndulo no retoma el ritmo
No dieron más notas para seguir
Se me ha hecho tarde, ya vi bastante

En una cesta voy por el río sin lastre hasta dónde no vuelva
No tengo nada más que hacer, me he terminado
Rompe estallado el reloj a las seis y veintitrés

Antonia Oliva


CARTA DE UNA SUICIDA:

Es inútil pedirte que me perdones ahora, pero este monstruo de la depresión o melancolía y todos sus demonios juntos, han corroído mi alma dejándola sin fuerzas.

No quiero que sigas sufriendo por mí, porque te amo , aunque parezca un contrasentido. Eres tan maravilloso que algún día lo vas a entender: lo que te digo y lo que no puede expresar más que el gran silencio, el blanco misterioso que circunda mis torpes palabras.

Cuando veas el blanco o escuches el silencio, allí estaré amándote invisible.

Ha sido hermoso quererte cuando estaba bien, también desde este infierno interior te amo y lo haré más allá de la vida que no soy capaz de vivir.

Sólo tu bondad podrá, algún día perdonarme el dolor, como sólo tu inteligencia me ha comprendido y soportado con una generosidad de la que no puedo seguir abusando.

GRACIAS infinitas y otra vez: perdóname el dolor, ten tú la paz que yo no tuve.

Virginia.

Emilia González


Carta a un suicida


Querido amigo Kiko:
Querido Kiko , he querido hacerte esta carta de despedida :
Todavía recuerdo el día que nos conocimos , fue en la presentación de un libro desde ese momento lo recuerdo .
Tengo presente cuando me llamaste por teléfono para decirme que te querías ir .
El otro día , me dijo un amigo en común que encontraron tu cuerpo, desde donde estés espero amigo que encuentres la paz que necesitas .

David Álvarez


El vellón negro

Cerca del río que bordea el cementerio,
sobre el campo de siempre,
llueve el verano.

Junto a las amapolas rojas, brotan adormideras.
Son promesas blancas y rosas de tallo silvestre
que sostienen la desnudez de un corazón amoratado.

Yo conocí al elefante que ahora liba su savia
Lo amantó una araña de fuego. Lleva su sangre
Lo forjó un dragón de seda. Lleva sus alas.

Cosió con auroras los desgarros que el viento
sembró en su gota de polvo.
Cuando todos huían, desafió a la tempestad
Con sus rayos hizo luz,
con sus truenos, los pistones de una trompeta.
Su aliento de fantasía fundió el metal en un crisol de madera
Sus fugas cálidas maridaron la percusión y la cuerda.
Resucitó cientos y miles de partituras hueras.

Ayer, unos intrusos, hijos de la hilandera más vieja y fea,
pusieron hielo escarlata en el humero de su casa.
Los frutos de su madeja se convierten en granito.

La roca no teje nubes con virutas de hierba
Su camada no florecerá. El suelo es estéril.
Sólo habrá dolor en su mesa.

Cuando las termitas reinan, todo es en vano.
No hay antídoto para el vellón negro que apolilla la vida.
No hay camino cuando la esperanza fallece.

Cerca del río que bordea el cementerio, entre las adormideras,
un elefante de fuego y seda, con sus colmillos rotos,
quiebra la cerradura que abre la esclusa donde la única cosecha es el olvido.

Yo lo conocí.
Hoy tengo la alegría helada. La brisa me roza. Su caricia me pesa.
Pronto subirá la marea. Todo será silencio y tierra.

Mientras el sol se apaga, tres ancianas vacían mis alforjas.
"Son hermosas tus prendas" -dice una-
"¡Cuánto amor! ¡Cuánta intensidad! ¡Cuánta lana viva!" -dice la segunda-

"Siempre gano" susurra la que lleva las tijeras.

Ana Isabel Fariña


Carta de un suicida:

Mi querido Xellos:

Antes de que la gran Reena Inverse recite el gran hechizo, temo si es capaz de controlarlo o que simplemente, La Diosa de la Pesadilla Eterna vengue mi existencia.
Debo decirte que eres el mejor amigo, consejero particular y sobre todo, que puedo confiar mis planes sobre los derechos de los demonios en este mundo de humanos. Alcancé mi objetivo porque simplemente me dolió como Gaarv, te hirió de esa manera. Así que no se cuanto tiempo me queda en este mundo. Por lo tanto, debo decirte adiós y mi aprecio hacia a ti no cambiará estés donde estés. Con todo mi cariño hacia un gran amigo, 

Phibrizzo, el amo del infierno.

Iria Costa


Última despedida
(Carta de un suicida)

Esta carta fue encontrada por la madre de Carlos Soto debajo de la almohada de su cama una semana después de su entierro.

Querida familia:

Ahora que todo está tranquilo, quiero deciros adiós ya que no supe hacerlo antes de mi partida. Perdonadme por el sufrimiento que mi desaparición os ha causado y, por favor, no derraméis más lágrimas por mí. Tampoco os culpéis los unos a los otros ni penséis que podíais haber hecho más; que se podía haber evitado esta dolorosa marcha hablando conmigo, estando más tiempo a mi lado, animándome o vigilándome. Cada uno tiene su camino y tiene que andarlo solo. Nadie necesita un guardián.

Creedme si os digo que mi muerte estaba escrita. Tarde o temprano, iba a suceder, pues hace tiempo descubrí que mi sitio no estaba en este mundo. He luchado durante mucho tiempo por encontrarlo fingiendo alegría en situaciones ridículas, riéndome con cosas que no me hacían gracia y realizando actividades que parecían agradar a los demás. A todos menos a mí. El problema siempre he sido yo. Yo, que me encontraba fuera de lugar, sin sentirme a gusto en ninguna parte, sin saber estar, sin encajar. Nunca fui como los demás esperaban que fuese. Caminé parte de mi viaje sin encontrar un sentido a esta existencia martirizadora. Y, cansado de buscar, decidí parar. Marcharme para siempre.

Os prometo que aquí alcancé el silencio tanto tiempo deseado. Por fin se ha acabado el sufrimiento que me torturaba día tras día. Un sufrimiento que jamás pude llegar a entender: cómo explicar mi infelicidad, mis ganas de alcanzar la dicha y mi tormento por no saber encontrarla. Y ahora, aquí está. Puede que la felicidad radique en eso: en dejar de sufrir para siempre.

Vosotros, que tenéis tantas cosas por las que luchar, por las que vivir, andad vuestro camino sin mí. Sé que al principio será duro, pero, poco a poco, volveréis a sonreír; volveréis a vivir y a hablar de mí con alegría porque la pena se irá diluyendo y yo siempre estaré en vuestros mundos. Caminaré a vuestro lado para que, a pesar de la distancia, me sintáis próximo.

Ya solo me queda deciros a todos, especialmente a ti, mamá, lo que nunca supe deciros estando vivo: gracias por todo. Os quiero más de lo que pensáis. Cuidaré de vosotros desde aquí.

Quedaos tranquilos pues mi alma ya está en paz.


Toñi Martín del Rey


“Respetable desconocido:

Esto es, lo diré sin rodeos, lo que suele llamarse una nota suicida, nombre extraño e impreciso, si se me permite el irrelevante apunte, así que lo llamaré una nota pre-suicidio, mejor.

Lo bueno de este tipo de misivas es que no hay que preocuparse por la calidad. Por breves momentos me llegan imágenes tuyas, que encontrarás esta carta sin destinatario en cualquier cajón de una encimera, y veo la alegría morbosa que sentirás al cotillear en una vida ajena y lejana ya. Tendré entonces, ¡por fin! un lector interesado, aunque la calidad de lo que escriba sea una mierda (perdón por la palabra, por momentos pierdo el sentido de la estética).

Los motivos del acto que pienso cometer son irrelevantes, por ser los mismos de siempre. Todos saben que en la vida nada cambia nunca y, por consiguiente, todo es siempre lo mismo: los anhelos, los esfuerzos, los fracasos, con pequeños intervalos de calma, se repiten incansablemente en una rueda agobiante y absurda. Eso es fácil de entender, todo el mundo lo sabe, pero hay quienes tienen por vocación el autoengaño. Por eso no comprendo que la gente se conmocione ante el que desea irse por su propio pie y hacerse dueño de ese momento supremo, sin esperar el desenlace incierto, pero inevitablemente fatal que nos aguarda a todos. Lo extraño es que no lo haga más gente.

Lo único distintivo en mí sería, tal vez y eso que no mucho, que siempre he sabido que estaba condenado al suicidio, pues lo mío era una desesperanza congénita. Sólo he estado esperando el momento en el que me llegara un aburrimiento absoluto, un cansancio inmenso. Sólo aguardaba el instante en el que esa tentación de dejarme caer, que me ha acompañado siempre, se convirtiera en un impulso de saltar. Siempre supe que me iría un día cualquiera, sin aspavientos, calladito y discreto; mejor si parece un accidente y nadie se aflige con el misterio insondable del suicida.

He de confesar que en los últimos meses me he encontrado con un escollo simple y práctico: el modo. No sé qué método elegir para la partida. He pensado en el ahorcamiento, pero lo descarté por horroroso, el rostro se abogata, dejando congelada para siempre la agonía final, además se eyacula, ¡qué horror! como una última burla del cuerpo, un orgasmo de despedida; y te quedas ahí colgando, morado e hinchado, todo eyaculado, y yo quiero ser por lo menos un cadáver decente. (La anterior opinión es más o menos extrapolable a ahogarme en medio líquido).

Cortarme las venas me parece muy sucio y dramático, imagino el escándalo de la sangre brotando, eso sí, liberada, brillante y bermeja, con ese ímpetu hermoso del bombeo vital. Pero nunca me ha gustado el desorden y no logro ingeniarme una forma de abrirme los tajos sin volver todo un desastre; sin mencionar la impresión que me han provocado siempre las cortadas, si nunca aprendí a cocinar fue por miedo a cercenarme un dedo con el cuchillo carnicero.

El tiro en la sien queda desechado, no sea que me falle la puntería y en lugar de la muerte halle algo peor: la atrofia cerebral que no te deja ni vivo ni muerto, esperando a que otro te desenchufe y no lo haga por pura caridad cristiana.

Lanzarme desde una altura sería un interesante vértigo, pero quiero algo más en concordancia con mi estado emocional actual, además, ¡mi pobre cuerpo reventado! no será un espectáculo más bonito que el del ahorcado. Este escrúpulo respecto al destrozo del cuerpo también me aleja de las vías del tren.

Las estadísticas no están a favor de la muerte por somníferos o veneno, el porcentaje de éxito es cuestionable, así que tampoco; no quisiera, en caso de fracasar, retorcerme entre asquerosos vómitos y que luego me recluyan en un sanatorio donde me darían pastillas que anestesien mi abatimiento. Mi propósito de discreción quedaría frustrado.

Nunca he entendido a los suicidas que se matan con desesperación y cometen un último acto apresurado, sucio e ignominioso. Yo lo hago por abdicación y quiero una buena muerte, ¿qué sentido tendría exponerme yo mismo a una agonía sin nombre?

Tampoco lo hago, como tantos otros, para dejar un mensaje terrible a alguien y someterlo a la máxima agresión, calculada y espantosa, que lo perseguirá la vida entera. Por eso no quiero perturbar a nadie con mi cadáver ni dejar una carta de agravios o desagravios. ¿Qué culpa tienen los demás de que las bellezas de la vida, que ellos cantan, me sean ajenas?

Llevo años planeando esto y no quiero echarlo a perder en el último minuto. Hay algo de romántico en esto de suicidarse, porque no se crea que lo hago por falta de amor propio, al contrario, mi preocupación por el cómo atiende a las más altas aspiraciones estéticas.

Había encontrado la forma más limpia y bella de la muerte autoinducida: monóxido de carbono. Te encierras en un garaje, pones en marcha el motor del carro y aspiras el gas que te adormece dulcemente y pasas al otro lado sin sobresaltos. Pero, surgió un problema logístico: no tengo carro y a estas alturas no es una inversión que quiera permitirme. Tampoco quiero cometer la imprudencia de pedir un carro prestado para cumplir con el encargo. El pobre propietario tendría luego que vender su vehículo como una baratija, pues quedaría para siempre manchado con el espectro del suicidio, así de supersticiosa es la gente.

He oído también que puedes tomar una jeringa e inyectarte aire, inyectarse un suspiro, lo llaman. La burbuja viaja por la sangre hasta el corazón y allí colapsa. ¡Ay, si no le tuviera miedo a las agujas!

Pero, esos inconvenientes no me hacen caer en el desánimo, esto de morirme me da un motivo para levantarme cada día. La emoción de la planificación, las consultas por internet, los listados de pros y contras son un aliciente bizarro, pero efectivo. La planeación meticulosa y el acto perfectamente ejecutado serán mi mayor y verdadero éxito, el único.

Morir por mano propia te parecerá triste, pero no sabes la alegría y la liberación con la que lo enfrento”


Esta nota fue encontrada en el bolsillo de Samuel Urrutia, quien fue baleado durante un intento de asalto en la Calle Pékerman.

Maritza García

Pajaritas de rima, cantares de papel

La sesión del lunes, 18 de abril, estuvo dedicada al escritor Miguel de Unamuno y a su poesía más lúdica y juguetona.
Federico Martín Nebras y Antonio Rubio reunieron una selección poética de textos Unamuno para niños y jóvenes. El resultado es el libro "Miguel de Unamuno", perteneciente a la colección Trece lunas e ilustrado por Artur Heras
Dicen así los compiladores: «Don Miguel de Unamuno y Jugo gran jugador, como los niños, de bichos, piedras y palabras, que consideraba el lenguaje un juguete en sí mismo: “Una nueva palabra -dice en sus Recuerdos de niñez y mocedad- excitaba nuestra alegría igual que un nuevo bicho”.
Bichos adorados de su infancia con los que experimentar y a los que salmodiar: “Pavonea, chistolea, vola, vola, tú”, conjuro para que vuele un cochorro. “Soli, solitaria, vete a la montaña”, hechizo para insectos. “Caracol, miricol, saca tus cuernos al sol”, sortilegio para caracoles»

En el libro encontramos canciones de corro, cuentecillos breves y relatos orales como "La rueda Catalina", ''Caminito de Santiago" o "Flor de sol", que nos acercan a uno de los principales poetas del siglo XX, para quien el lenguaje era un juguete en sí mismo.




Dejamos aquí unas muestras:


Flor de sol

Flor de sol;
sed de paz;
sal de fe;
lid de Cid;
son de voz;
mar de ver;
fin de ser;
ley de grey;
hiel de cruz;
miel de luz.


Canción de rueda

“2 y 2 son 4
4 y 2 son 6
6 y 2 son 8
y 8   16
y 8   24
y 8   32
ánimas benditas
me arrodillo yo”

2 x 2 son 4
3 x 2 son 6
¡Un soplo es la vida
la que nos hacéis!
3 x 3 son 9
2 x 5   10
¿Volverá a la rueda
la que fue niñez?
6 x 3   18
10 x 10 son 100
¡Dios! ¡No dura nada
nuestro pobre bien!
∞  y 0
La fuente y la mar,
¡cantemos la tabla
de multiplicar!

* * *

Le puso el piso en que posa
y ya sin coser se pasa
hondo hastío; no es la casa
lo que quiso... es otra cosa.
Le puso el piso en que pasa
hondo hastío; donde posa
sin coser; es otra cosa;
no lo que quiso; no casa. 
Presa del piso sin prisa,
pasa una vida de prosa.

Cancionero nº 1645


Tomamos como referencia estos dos últimos textos para sugerir las tareas de escritura: por un lado tuvieron que hacer una tabla poética y por otro un texto preñado de paronomasias, como ocurre con el último poema de Unamuno.

Estos son los trabajos enviados por algunos de los componentes del taller de escritura:


Paranomasias

Con la siesta y la fiesta,
el fruto casi se seca.

Por la acera pasó alguien
con una punta de acero,
asado por el calor,
atado por el sendero.

Pasa dentro,
pesa fuera,
pisa duro,
posa muerta.

Tonto fui,
Tinta, fuera,
tente pie,
tanta fuerza.

Sofía Montero


Tabla del siete

Siete por uno es siete,
tanto número en la cabeza, ¿cómo se mete?
Siete por dos, catorce,
en mi cerebro esta tabla ya se tuerce.
Siete por tres, veintiuno,
¿me echa una mano alguno?
Siete por cuatro, veintiocho,
yo no me aprendo este tocho.
Siete por cinco, treinta y cinco,
aunque le voy a poner mucho ahínco.
Siete por seis cuarenta y dos,
me la aprenderé aunque me entre la tos.
Siete por siete cuarenta y nueve,
no me está pareciendo una tarea leve.
Siete por ocho cincuenta y seis,
ya casi he terminado, ya veis.
Siete por nueve sesenta y tres,
no queda nada, pero ¡qué estrés!
Siete por diez setenta,
¡qué tarea más violenta!

Toñi Martín del Rey


Paronomasias

Me puse a hacer la masa de la Pizza
pero no me quedó bien pues tenía prisa.
A los que me enseñaron a hacerla en Pisa
les habría entrado, sin duda, la risa.
Después de hacerla me fui a misa,
las beatas en la iglesia, pisa que te pisa.

Toñi Martín del Rey

Canción de rueda
Ocho por uno es ocho,
que nariz más larga tiene Pinocho.
Ocho por dos son dieciséis,
trato de buscar más jerséis.
Ocho por tres son veinticuatro,
Bienvenido al mundo del teatro.
Ocho por cuatro son treinta y dos,
Estuve escalando el K2.
Ocho por cinco son cuarenta,
ya había pasado la veintena.
Ocho por seis son cuarenta y ocho.
Ya termina de deshacerse el bizcocho.
Ocho por siete son cincuenta y seis,
mi camiseta es de color beis.
Ocho por ocho son sesenta y cuatro,
Me he subido a lo alto del anfiteatro.
Ocho por nueve son setenta y dos,
he visto salir del Tribunal a los abogados.
Ocho por diez son ochenta,
pongo la casa en venta.

Iria Costa


Paranomasias

Me recojo el pelo, que tiene un palo.
Donde el pez se encuentra con la paz.
El sol visualiza la sal.
El ave picotea la uva, que tan dulce le sabe.
Me fui a Roma, donde me encontré un libro de rimas.

Iria Costa


El bardo

Hay un bardo burdo a bordo.
Es zurdo del "Zurdistan."
Si en la borda del barco
-sea popa, proa o "propa"-
su verbo te aborda...
su boca se desboca.
Loca su boca,
el torpe trotar de su tropa de estrofas
trepará marcial desde tus botas
a tu coco o cocorota.
Tanta nota rota te derrota.

Hay un bardo burdo a bordo
si su desbocada boca se besboca
y en la borda el zurdo te aborda,
el "Zurdistán" se desborda
Entre "borlón" y borla,
La gota fría, "refría", gorda y "regorda" sobre tí desemboca.

No te rías Zacarías
que en la saca de las rías
diga Dimas lo que diga
se crían muchas de estas crías
No cían. "Recían"
Son "rimeros" de remo extremo
que con su piar lían más que "deslían"
el lioso lío del huso de los días y del mar:
agua de sal donde cesa el hilar, el piar, el remar y el rimar
No te rías Zacarías
Que en la saca de las rías
Diga Dimas lo que diga
Hay rimas que al rimar "desriman"

Hay un bardo burdo a bordo
Es zurdo, del "Zurdistán"
Borda y reborda bordados dobles con redobles
"Palabros" de portes nobles y carnes pobres
Voces de bodas torpes
Goces con forceps. Coces

Y es que rías o no rías, mi pequeño Zacarías,
diga lo que diga
la dorada mano del dorado Dimas
si las olas no se cortan con cortes,
ni "goznean" sus goznes,
la cola que las encola, las desencola
y el color que las "colora", con su corola, las descolora.

Y es que rías o no rías, mi pequeño Zacarías
hay loza que es enlozada poza.
Su embozo la emboza.
La lira delira
La sopa que "sopea" en su sopera
es estopa con la que el topo topa.
La flota no flota.

Hay un bardo burdo a bordo
Es zurdo del "Zurdistán"
Tiene a gala sus galas.
Más porque me da la gana,
sin ser pío, hoy te pío y "repío"
que gala que engalana nada
es vana gala vana.
Bien lo sabe Don Miguel
"nave que "na" ve
vena sin clave es."
No hay mesana sana
en "mens" insana

Hay un bardo burdo a bordo
Si te aborda te desborda
Si su desbocada boca, se desboca,
el "Zurdistán " sobre tí desemboca.

Y es que rías o no rías, mi pequeño Zacarías
diga lo que diga
la dorada mano del dorado Dimas

Bordar es holgar y bogar. No hay más.

Ana Isabel Fariña

Una imagen y mil palabras

La sesión del día 11 de abril estuvo dedicada al fotógrafo García de Marina y a sus imágenes poéticas recogidas en el libro Nimius.
Todas ellas entrañan una significación poética y alumbran una intuición, una sonrisa, una crítica pero tal vez encierran más allá de ese deslumbramiento primero una historia hecha con mil palabras. Uno de los objetivos de la sesión era averiguar si una imagen vale más que mil palabras por eso marcamos como consigna de partida elaborar un texto con mil palabras pero sin perder de vista la imagen que nos tocó en suerte o que elegimos de entre muchas posibles.



Pincha en las imágenes para ampliar


Estos son los textos enviados por algunos de los participantes en el taller de escritura:


Mil palabras

Es verdad que una imagen vale más que mil palabras pero nunca está demás explicar en mil palabras una imagen la imagen que yo voy a comentar es la hoja de un calendario, concretamente la de septiembre de dos mil quince a esta hoja se le han desprendido los últimos números del mes que se esparcen por una especie de suelo como perdidos Está claro el primer número que se cae es el veintiuno el inicio del otoño igual que las hojas se desprenden de sus ramas y vuelan y vuelan vapuleados por el viento para acumularse en cualquier esquina los números se caen de esa página que semeja nuestras vidas en la que los días también se pierden caídos en la inapelable cadencia del tiempo y es el olvido el viento que los arrincona a unos recuerdos que como el humo se perderán No puedo explicar la imagen porque o creo que una imagen vale más que mil palabras pero pretendo demostrar que con mil palabras no explico claramente esta imagen Otra cosa es crear una imagen con mil palabras Puedo hablar del calendario si es de papel o de cartón o de otro material cualquiera Comentar el tipo del que son los números Si la están impresos en una imprenta o se han realizado en una impresora doméstica con tóner reciclado Qué medida tiene el espacio que separa cada número o el área del cuadrado en los que están insertados Creo que necesitaría más de mil palabras para ese menester Puedo preguntarme si esa hoja de calendario es de esos publicitarios o por el contrario es de los que se pueden adquirir en cualquier librería. Quizás me ocupe de las estaciones del año. Está claro que el veintiuno de septiembre es el primer día que se cae del calendario justo cuando se inicia el otoño. Yo creo que a estas alturas del texto el lector está completamente aburrido y que diga los que diga va a dar exactamente lo mismo. el calendario el tiempo las hojas de los árboles, los días que vuelan. Estoy seguro que ni una persona se va a entretener en leer estas mil palabras.

No pienso corregir nada mi objetivo es decir sea lo que sea para llegar a las mil palabras exigidas. La imagen ya se explica por ella sola. La realidad del tiempo es lo que verdaderamente te aplasta. Ver como todo va pasando y solo se puede deleitar uno en los pocos recuerdos agradables que le quedan de la juventud ya tan lejos. Ahora se desayuna con el fracaso con la frustración con las mentiras que una sociedad corrupta se encarga de mantener. Claro que sí, hay que levantarse no se puede quedar uno sentado contemplando como la televisión y los medios manipulan. Es ir a cualquier sitio y ver manipulación. Hay poetas que se desgañitan en gritar en dejar con sus palabras los lamentos de tanta gente que sufre. Pero Por qué no hay nadie que diga claramente donde está la raíz del mal y cortarla de una vez. Estamos manipulados no cabe la menor duda. Pero me desvío de la explicación de la imagen. Pues bien como he quedado que esto no lo va a leer ni dios y este mucho menos porque debe estar muy ocupado poniendo el mundo patas arriba con tanto fanatismo religioso que sus acólitos más allegados se encargan muy bien de gestionar. Parece como que en este escrito me estoy desahogando eso está muy bien. Estoy pasando olímpicamente de los signos de puntuación, pero de esos no hemos dicho nada. Hablaba del tiempo o de qué carajos hablaba de los calendarios de los días que se van y que miras para atrás y los ves lejanos en el recuerdo. Mi tiempo ya se pasó han caído demasiados días de ese calendario imaginario donde los días caen como las hojas de los árboles en el otoño. Lloro mi pasado esos días caídos de un viejo calendario que se perdieron en el olvido. Es nostalgia lo que me transmite este poema visual de García Marina. La nostalgia de mi propia vida que quiero adornar con la poesía y se queda amarrada a la impotencia de lo que pudo ser y no fue. Ahora ya solo quedan los sueños que quieren fundirse con los recuerdos y dejar de vez en cuando unos momentos de felicidad. Pero está la realidad, esa realidad que se empeña en agarrarte por los tobillos y no dejar caminar. Cuando no te estrangula directamente. Es el lloriqueo de alguien que empieza a sentirse viejo. Esto ni es malo ni es bueno. Al final puede uno considerarse un privilegiado. No hay que trabajar, recibes una pensión. Cuántos quisieran estar como tú. Entiendo los argumentos. No entiendo la justicia social. No comparto para nada el camino que marca la sociedad. Todo quiere ser manipulado. ¿Dónde está la verdad? Filosofía barata tecnología que avanza a pasos agigantados pero cuántas cosas se nos van quedando en el camino. Los días caen de su espacio el tiempo barre los desperdicios de una humanidad que no es más qué quién tiene más quién puede más. Un comercio sin escrúpulos, una mentira continuada. Si te creas ilusiones, no tardará mucho en que llegue alguien y te las pisotee. El autoengaño es lo único que hace mantenerse vivo. Las esperanzas también se desprenden del tronco que las sujeta. Y es que todo cae. Todo pasa el tiempo inapelable como un viento incapaz de pararse se lo lleva. Ahora somos dentro de nada porque está Claro que los días son nada se nos irán cayendo las ideas los pensamientos los recuerdos nuestras células se harán pesadas, nuestro caminar también. ¿La salvación está en la religión? Creo que voy a ir dejando tanta palabrería y las cuarenta últimas palabras quiero que sea un verdadero canto a la vida. Porque no cabe la menor que la vida es un auténtico milagro cada ser es una máquina increíble irrepetible. Cada día es un fascinante regalo único.

Marcé Venttini




Palomas del pensamiento

Sal de luz
brilla en la mirada.

Granos de miel
desfilan corpóreos,
desnudos bajo la nieve.

Nube de pétalos
baila en silencio,
pinta de blanco
el cielo de la tarde.

Lluvia de maíz
desgrana su amor.

La imagen vuela
al desnudar sus lágrimas.

Sofía Montero




Historia de una cinta de audio y una antena
Estoy de acuerdo con la expresión, de que una imagen vale por lo menos mil palabras. Pero todas las imágenes, suelen esconder detrás , una o varias historias encadenadas, como ocurre en este caso. Por eso, merece la pena recordar la historia que hoy voy a tratar de contar.

Corría el año 1972, cuando a finales del mes de Setiembre, por mera casualidad, alguien del pueblo se acordó de mí, y me ofrecieron la posibilidad de hacerme responsable de la recogida del girasol, de los pueblos cercanos al mío.

El trabajo era sencillo, los agricultores de esta comarca, a primeros de Octubre, empezarían a cosechar el girasol. Este año por primera vez, una empresa de Valladolid, compraría todo lo que se le ofreciera durante las dos semanas, que aproximadamente estaba previsto durara la recogida de las pipas de girasol.

En aquella época , yo tenía dieciocho años, en el verano ayudaba a mi padre en las tares agrícolas, recogida de cebada, trigo, riego de remolacha.

La facultad no empezaba hasta la segunda quincena del mes de Octubre y nada me impedía decir que no, a una propuesta muy interesante, obtener unos ingresos extras, y así afrontar el nuevo curso con algo de dinero, pues en aquella época, todo lo que fueran ingresos, eran bien recibidos.

Después de aceptar, me explicaron en que consistía el trabajo y porqué había sido yo el elegido.

Mi padre ese año tenía sembrado también girasol, y varios agricultores habían dado el visto bueno a mi persona, por considerarme serio y de buena familia.
Era el primer año que iban a entregarlo a una empresa de Valladolid, de la cual no tenían apenas datos, solo que los almacenes estaban en Nava del Rey y que el año anterior lo habían recogido en otros pueblos cercano, y no había habido ningún problema en el cobro; sabido es, que el agricultor es por naturaleza algo desconfiado, y suele tener motivos, por otras ocasiones, que han vendido a gente desconocida y han tenido problemas en el cobro.

Un representante de la empresa, contactó conmigo y me explicó como llevarlo a cabo, para que no surgiera ningún problema.

Seleccioné una era de un amigo, para depositar las pipas de girasol, y a primeros de Octubre, ya empezaron a llegar los primeros tractores con su remolques llenos de girasol recién cosechado.

Les acompaño al silo del pueblo, situado a lado de la estación del tren, en donde existía una báscula apropiada para pesar todo conjuntamente, tractor y remolque, tomo nota del peso y acto seguido vamos a la era, descargamos, y vuelta a la báscula a pesar ya de vacío, emito un albarán con el nombre del agricultor, peso total - peso de vacío = total girasol entregado, así en cada viaje.

Hay que matizar, que de cada carga , recojo en una bolsa de plástico una pequeña muestra del girasol, para que sea analizada en los laboratorios de la empresa, poder aplicar el precio en cada envío, según limpieza, humedad, riqueza.

El día 20 de Octubre, termina la recogida del girasol de los pueblos asignados, doy parte a la empresa, y acto seguido los camiones de la propia empresa, recogen todo el girasol y se lo llevan a los almacenes de Nava del Rey.

El día 22 de Octubre, me acerco a Valladolid a la oficina de la empresa, llevo los últimos albaranes entregados, con su muestras correspondientes.

Recuerdo un recibimiento muy cordial, todo había transcurrido sin problemas, me pagaron lo acordado verbalmente más una pequeña gratificación, lo que alcanzó un total de 22.000 pesetas, de las de antes.

Más contento que unas castañuelas me fui para el pueblo, y se las ofrecí a mi madre, la cual recuerdo me dijo, "Adminístralas y utilízalas en cosas necesarias".

El curso, empezó al poco tiempo y comencé a invertir lo ganado. Lo primero que hice fue comprar un reproductor de música de casetes de la marca Philips , un pequeño transistor de la misma marca, y una calculadora científica de la marca Casio, el resto lo fui utilizando para no pedir dinero a casa, comprar bolígrafos, cuadernos o algún libro.

La forma del Philips, era rectangular, de unos 25 cm de largo, unos 20 cm de ancho y de unos 5 cm de grosor. En el frontal llevaba una pequeña palanca, la cual al empujarla para adelante ponía en funcionamiento la cinta, y tirando para atrás se paraba; a derecha e izquierda se rebobinaba la cinta. Los altavoces estaban al final de la carcasa donde se metía la cinta.

En la parte lateral derecha, estaba el el volumen y una clavija para poder introducir un cable con micrófono y poder graba.

Este fue mi primer equipo de música, lo recuerdo con mucho cariño, pues le saque gran provecho, me hinché a grabar cintas, primero de la radio, donde había programas de disco solicitados, y emisoras que transmitían música que apenas conocíamos, jazz, blues.

También aprovechamos el grabar las lecciones antes de los exámenes, o grabar canciones que algún amigo tocaba a la guitarra. (Aún conservo cientos de cintas de todos estos años en los que utilicé el Philips), aprendimos a limpiar los cabezales con alcohol especial, a arreglar cintas que se enganchaban para no perderlas.

Comprábamos las cintas de cinco en cinco, las normales y las cintas de cromo que se oían mejor( sus marcas TDK, Sonny ), aprendimos a grabar de un equipo a otro con un cable especial; como se podía llevar a cualquier parte se lo dejaba a los amigos que lo pedían, todos sacamos partido al dichoso PHilips.

El siguiente equipo de música, venía con una estantería de madera, tocadiscos por un lado, sintonizador y casete por otro, dos altavoces individuales, emitían en estero, lo traje de Madrid y lo monte por teléfono desde el pueblo, grababa directamente del tocadiscos al casete y con un cable de otro equipo al mio, era mejor, pero recuerdo con nostalgia el primero.

Luis Iglesias




Deseo inalcanzable

Sábado por la mañana. Asun se despertó, alargó el brazo hasta el otro lado de la cama y supo que estaba vacío. Enrique, como todos los sábados, se había ido a correr con el grupo de running. Estaba sola. Se quedó en la cama mirando al vacío sin ganas de levantarse. Así pasaron más de diez minutos hasta que se dijo: “quedándote en la cama no se va a solucionar nada”. Con gran esfuerzo, se levantó y se arrastró hasta la cocina para desayunar. Se preparó su habitual taza de café con leche y sus tostadas. Se sentó en la mesa a comerlas y, al mirar nuevamente la espuma dentro de la taza, sin saber por qué, estalló en un incontenible llanto. Las lágrimas le resbalaban veloces y abundantes por sus mejillas. Hacía tiempo que deseaba desahogarse, pero no podía. Y, de repente, las compuertas del corazón y de los ojos, sin motivo aparente, se habían abierto como si de un embalse se tratara. Mientras, su cabeza no paraba de pensar en el tema que la llevaba torturando desde hacía tanto tiempo.

La noche anterior había follado con Enrique, su marido. Sí, pero ya nada era como antes. Ahora follaban, o lo que fuera eso. Tiempo atrás hacían el amor apasionadamente. Cualquier momento de acercamiento sexual se convertía en una fiesta y se buscaban para disfrutar del placer que se proporcionaban el uno al otro. Sin embargo, todo había cambiado. Desde que la sombra del hijo deseado se había asentado en sus vidas, ya nada era igual. Todo se había convertido en una obligación.

Al principio Enrique se hacía el dormido para no tener que cumplir con las imposiciones del calendario de fertilidad que ella seguía a rajatabla. Asun, lo perseguía por toda la casa. Cualquier momento podía ser el adecuado para alcanzar la ansiada fecundación. Por el contrario, ahora era ella la que fingía estar dormida. La falta de resultados la estaba matando. No quería, no tenía ganas de mantener relaciones sexuales con Enrique. La obligación estaba haciendo que no sintiera ningún deseo por su marido, que no sintiera nada acostándose con él. Bueno sí, hastío.

Primero fue la resignación, mes tras mes, al descubrir que ese bebé no llegaría en los 9 siguientes. Ésta se fue convirtiendo en desesperación, rabia. Ya llevaban cinco inseminaciones artificiales fallidas y varias in vitro. Y nada. Aunque Enrique se quejaba de la frialdad de la masturbación en aquella sala llena de revistas porno y la entrega del semen a la simpática señorita de la clínica, no se podía hacer una idea del peso que había soportado ella: los pinchazos para preparar la ovulación, las medicinas de apoyo, los cambios hormonales en su cuerpo, los controles con el ginecólogo, el contar su vida a un desconocido y abrirse de piernas una y otra vez ante él, las inseminaciones, sus cambios de humor, la larga espera. Y todo para nada.

No sólo eso. Ahí estaban los consejos de los listillos de turno: “Cuando os relajéis, entonces ocurrirá sin pensarlo”. Pero, ¿quién les había pedido opinión a ellos? ¿cómo se podían relajar su marido y ella con la constante presión de la insensible familia, de la sociedad? Asun tenía que escuchar una y otra vez: “Un matrimonio sin hijos, no es nada”. “Los hijos dan la felicidad”. “¿Y para cuando los niños?” “¿No estáis esperando demasiado?” “Se os va a pasar el arroz”. “El reloj biológico no espera”. Lo único que quería era gritarles: “Iros todos a la mierda. Dejadnos en paz”. Pero, ellos qué sabían del tema. Tampoco era plan el ir contando a todo el mundo la vida íntima de la pareja: “No, si llevamos intentándolo tres años sin resultados”. Mejor sufrir la pena en silencio.

De nada servían las frases de apoyo que algunas personas, conocedoras del tema, les regalaban a veces. Claro que no iba a pasar nada si no tenían hijos. No tendrían responsabilidades con nadie. Menos problemas que resolver. Menos quebraderos de cabeza. Disfrutarían de la pareja, de la vida. Podrían salir de fiesta, de cena, dormir, viajar, conocer mundo. Todo sin ataduras. Pero ellos deseaban ese hijo a toda costa.

Cuántas veces había recordado esa obra de teatro que tuvo que leer en el instituto. Ya entonces le causó cierta impresión, aunque no consiguió entenderla del todo. Ahora ya la comprendía y pensaba constantemente en su nombre equivocado. Su nombre debería ser Yerma, como el del personaje de Lorca, pues estaba tan seca, tan árida como ella. Y como ella, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Incluso vender su alma al diablo, si era preciso.

Aunque, a lo mejor no era necesario recurrir a esto. Existían otras opciones como la adopción. Pero… A Asun no le importaba adoptar. Sin embargo, Enrique no transigía. Él quería algo de los dos. Si no era así, nada. O blanco, o negro. Ninguna escala de gris de por medio. No lo entendía. A otros hombres no les importaba tener hijos que no fueran de su sangre. Si lo importante es la educación. Y claro, ante esta negativa, lo único que le quedaba era adoptar sola. ¿Quería separarse de él? Pues, hasta ahora no se lo había planteado. ¿Deseaba a Enrique más que a ese hijo? Desde luego, ahora no. Sólo quería estrechar a ese ser en sus brazos.

¿Y el vientre de alquiler? Todavía no lo contemplaba la legislación española. Además, otra mujer que sintiera en sus entrañas lo que debería ser suyo. Ni pensarlo.

No quedaban muchas alternativas más. Sólo había que tener esperanza. Tal vez… Por si acaso, ella ya tenía elegidos los nombres. Los dos muy simbólicos. Si era niño, Víctor. Si era niña, Milagros. No podía ser de otra manera. ¡Qué ironía! Si sabía que los milagros no existen y las victorias no se prodigan con tanta frecuencia como las lágrimas. Pero, aun así, mantenía viva esa remota posibilidad.

¡Ay! Ese hijo, todavía inexistente salvo en su imaginación, ¡qué sombra tan larga tenía!¡Cuánto pesaba en su vientre infecundo!

Toñi Martín del Rey


El Jardín prohibido

"Ser o no ser...
¡Oh veleta! ¿Hay acaso viento?"


Tengo en la mesita de noche que hay al lado de mi cama un discurso de mil palabras. Ni una más, ni una menos. Lo redacté yo. Tardé mil años. Ni uno más, ni uno menos. Como podréis imaginar, lo escribí con mil bolígrafos. Ni uno más, ni uno menos.

El papel donde reposa está viejo, la letra es ilegible, la redacción defectuosa; y sin embargo, os puedo asegurar, que en ese espejo de papel y tinta, soy. Cada una de sus palabras es lo más próximo a la sinceridad que conozco. Ni burladeros. Ni censura. Ni condicionales. Sé que la excusa es el perfume que usa una mente cerrada. Gangrena el aire. He probado el vino que se almacena en las bodegas de la culpa o el "si". Siempre es vinagre.

En ese papiro mil veces milenario, hay luz.

Soy adicta a su lectura. Me estimula. Me relaja. Me duerme. Me despierta. Su respuesta es tan variada porque no es. Depende siempre de mí. No es la única. Tengo mil. Ni una más. Ni una menos. Las he contado. Son hijas del jardín de lo prohibido. Todas tienen una misma textura, aunque sus colores son heterogéneos. Hoy fluyen en mi savia. El injerto resultó sencillo. Solo tuve que esperar a que el deseo fuera más fuerte que el miedo. Cuando el temor se diluye, lo imposible crece. Puedo asegurar que el bouquet de mis hábitos es exclusivo.

Recuerdo la primera vez que me adentré en el país proscrito. No fue un accidente. Lo busqué. Ni era de noche, ni estaba perdida. Atravesé el umbral del reino maldito con total conocimiento.

Quienes habían cruzado sus lindes hablaban mucho sobre él. "Más allá de lo conocido existe una tierra amable -decían-. Una partitura donde las notas se combinan para diluir la existencia opaca y sucia que bautiza a los cobardes. Su música es una sinfonía orgásmica de sensaciones sin nombre. No hay tiempo. Ni materia. Ni distancia. El cuerpo cede su cetro rígido y confuso. La magia de la plenitud emerge y te bendice. "

Quienes creían haber vencido la fuerza de la gravedad que desprende ese predio execrable, también se habían pronunciado. Su arenga era un alegato terrorífico. Apelaban a la voluntad y la resistencia, al sacrificio y la fe. Puntos cardinales de la dignidad humana. "La decencia es el camino de la felicidad. Sus baldosines, las normas que lo pautan." Según ellos, elegir el paso erróneo, visitar -aunque solo fuera un momento- la espesura que la sabiduría había vedado, era condenar la libertad. La tentación existía. Ceder a ella convertía al hombre en un despojo. "No hay sirenas nobles". Como veis, La existencia más allá de los hitos tabulados era una pesadilla. En ocasiones, su credo era más gráfico. "Detrás de la frontera -pontificaban-, habitan monstruos. Seres malignos que embaucaban a los incautos. Lobos con piel de cordero que prometen la paz, la dicha y los sueños más sublimes. Trampas de seda para inocentes y pusilánimes. Iniciado el ritual, la salvación es imposible. El acólito paga con su vida. Los vampiros solo conocen una cosa: el hambre. Nadie abandona esa fosa séptica sin una roca atada en la espalda. Su peso crece de forma exponencial. El alivio exige volver. Postrarse ante el poder de sus artífices, rogar su favor y alimentarlos. El reloj del veneno -concluían- tiene unas manecillas de velocidad progresiva. Nunca se para. Nunca se retrasa. Su avance es inversamente proporcional al líquido sanguíneo no contaminado."

Ante predicamentos tan dispares, el fuego de la curiosidad me consumía. La duda poseyó mi mente con tanta intensidad que me convertí en su sombra. Como bien sabréis, la incertidumbre es un cáncer. Mina la vigilia y el descanso. La única cura posible es el conocimiento. Cualquier idea ajena por muy argumentada que este, no es más que un paliativo. Merma el sufrimiento no la dolencia. El fin siempre es trágico. Necesitaba saber.

Nada, y cuando digo nada es nada, sucedió como tenía previsto.

Yo esperaba deslizarme entre la hiedra y hallar algo parecido al edén. Un dominio donde ser auténtica. Creía en su existencia. Había escuchado a todos. Algo me hacía conjeturar que lo que buscaba podía dormir tras su follaje. Disfrutar del paraíso demandaba una confianza inmaculada -lo sabía por los cuentos- Si cedía al brillo de uno solo de sus tesoros, olvidaría mi propósito. Vagaría entre espejismos. Tenía que abrazar sus dones con pasión y prescindir de ellos sin dolor. Todo era mío. Nada era mío. En ese momento desconocía que esta premisa era la madre de un grupo de disidentes.

Me recibió una bomba.

Aquel lugar no era un espacio secreto. Millones de personas circulaban por sus senderos. Muchos eran aquellos predicadores maniqueos que con una periodicidad férrea visitaban los hogares para vomitar censuras. Comían, bebían, fumaban y fornicaban sin mesura. Yo los vi. Ninguno amaba la danza que bailaba. Pretendían borrar un abismo. La sima crecía. Ellos se desdibujaban. Tras la consumación de sus actos, al compás del "confiterol" se fustigaban.

Recordé a Dante. Invoqué a Beatrice y vino. Sin moverme del sitio, viajé. "Todos los lugares están en el mimo punto. Lo que buscas está en tí. Cuando tengas el poder de hacer, dispondrás del poder de no hacer" -eso dijo y desapareció- Recorrí la espiral de acero que atraviesa el inframundo hasta llegar a un tintero. Supe que como arriba era abajo. Como dentro, fuera. "Los dignos" portaban a su espalda los cuatro puntos cardinales. "Los furtivos" su desenfreno. La muerte y su ejército de sufrimientos se reía de ellos.

Me abracé a su guadaña y bailamos en su filo. La comunión fue completa. El espectáculo sensual y macabro. Cuando la música cesó, pensé que estaba muerta. Los disidentes me acogieron. Llevo aquí mil años. Ni uno más. Ni uno menos. Amo lo hago. Soy lo que amo. Un pincel. Un pitillo que arde más allá de los límites de un cenicero.

Ana Isabel Fariña




La aritmética de los botones

Al abrir el clóset encontró el tesoro, el que había escondido hacía mucho tiempo. Tintineaban como doblones de corsario, pero sin cofre. Estaban amontonados en una bolsa informe que comenzaba a desgarrarse. Ni oro, ni plata o siquiera cobre. Solo una bolsa llena de botones. Como si fuera poca cosa. Hablemos con propiedad: una espectacular bolsa de botones.

Sin pensárselo dos veces derramó la mitad de los contenidos sobre la mesa del comedor. Hacía mucho que ansiaba tener un sábado libre, verdaderamente libre. Otros sábados habían sido dedicados al trabajo puro y duro. También hubo sábados de escoba, trapo y polvo. De manguera, basura y reciclaje. Hubo sábados de libros y sábados de televisión. Hubo sábados de playa y de cine. Hubo sábados de expediciones y sábados de museo. Y hubo sábados letárgicos manchados por la culpa de un deber escrito en el aire, del deber de ocupar el tiempo en tareas inscritas en el catálogo de lo transcendental. Pero este era un sábado soleado de límpido cielo azul sin nubes. Un sábado cubierto de botones.

No era una cuestión fetichista este encuentro con los botones. Bueno, hagamos una concesión y digamos que sí había cierto goce perturbador en ese zambullir la mano en la bolsa y dejar que los dedos se pincharan entre los botones. Fuera de esto, se trataba más bien de un placer nacido de la belleza de lo inútil. Detengámonos un momento a explicar mejor esta afición. La gente, a veces, tiene algo que se llama pasatiempo. Existen variedad de pasatiempos: observación de pájaros, colección de sellos, macramé, baile de salón, en fin, que hay para todos los gustos. La magia de estas actividades radica en que no aportan nada concreto, pues como su nombre dice, son para ver pasar el tiempo. El pasatiempo de nuestra protagonista era preparar libros y otras artesanías con papeles, tijeras y otras tantas cosas inservibles. Ese día había decidido crear un libro de recuerdos con algunas fotos que tenía acumuladas. Fue entonces cuando abrió el armario y descubrió los botones.

Resulta curiosa esa tarea de crear libros de recuerdos en un mundo en el que prácticamente vivimos en el pasado, rodeados de fotos y mementos de lo que hicimos hace uno, dos, tres años. Sí, un día como hoy hace un año te comiste un pan con queso. Cómo pasa el tiempo… Sin embargo, los libros de recuerdos, scrapbooks para los que entienden inglés, que quizás para algunos ignorantes sean solo álbumes de fotos glorificados, son algo más. Son una encarnación tangible y juguetona de la memoria. Son poesía visual. Son el producto de tomar esa masa de fotos, impresas o reveladas, reveladoras, juntarlas con entradas de cine o de teatro, recibos de restaurantes, monedas de otros países, cuentas de collares rotos y crear un artefacto lúdico. ¿Acaso no luce más enternecedora esa sonrisa desenfocada tuya enmarcada entre cintas y botones?

Los de la bolsa no eran botones cualesquiera. Eran de todos los tamaños, colores y formas. Había botones en forma de estrella, en forma de corazón, alargados, cuadrados, triangulares y, por supuesto, los redondos de toda la vida. Algunos ostentaban diseños y texturas. Había también botones más refinados. Algunos, de nácar; otros, que imitaban perlas, delicados como gotas de rocío.

No le preocupaba que el tesoro se encontrara en una bolsa rota puesto que acababan de regalarle una caja plástica segmentada en compartimentos para la que hasta el momento no tenía uso, así que los botones que no entraran en su nuevo libro podría guardarlos allí. Tenía claro que sobrarían y eso también la ilusionaba. ¿Qué hacer con aquella abundancia de botones? Quizás pegarlos al cristal de una mesa en un mosaico. Tal vez tejerlos a un bolso de ganchillo o hacer un par de pulseras. En una ocasión vio en una tienda de artesanías una muñequita cuyos brazos y piernas estaban hechos de botones. También había visto un móvil de botones. Colgarían los unos junto a los otros y reirían cuando los agitara el viento. ¡Tantos proyectos!

“Divide y vencerás” dice el refrán. Así que empezó a clasificar los botones sobre la mesa, separándolos por color, tamaño y forma, lo lógico. Sin embargo, a medida que lo hacía, le salieron al paso otras inesperadas clasificaciones. Los botones que usaría para su nuevo proyecto, los botones regalados, los botones comprados, los botones perdidos, los botones con historia y pasado. Aquel botón azul era de la blusa que se había puesto la noche del concierto. Aquel botón amarillo adornaba unos pantalones cortos que se ponía para ir a la playa. Ese otro era de un pantalón que a su madre nunca le cerraba del todo y que siempre se combinaba con una blusa larga para disimular. Aquellos botones grises fingían ser gemelos, pero, mientras uno se aferraba al ojal con insistencia, el otro se desabrochaba entre risas.

Dejándose llevar por estas clasificaciones absurdas los fue metiendo en la caja y, de paso, los fue contando. Cuando terminó el inventario, se sorprendió con la suma: 997 botones.

Cuando ya creía haber terminado cayeron tres botones al suelo, los tres botones más extraños, insólitos y absurdos de la colección. Tres botones blancos, redondos, sin adornos, con cuatro agujeritos dispuestos formando un cuadrado. No lograba ubicarlos ni en el tiempo ni en el espacio. No recordaba su historia. Era una señal. Fue de nuevo al armario y sacó hilo y aguja. Prendería los botones de la primera página del libro. Guio el hilo negro por los agujeros de los botones inspirada por una fuerza externa y, entonces, lo vio claramente. Eran botones milagro. Eran botones matemáticos.

Primero, la suma de los afectos, de los momentos felices. Entonces, la multiplicación de los panes, de los peces, de los botones con forma de peces y los peces con forma de botones, de las palabras. La multiplicación de estos momentos desechables y sublimes. La resta de las dudas; o bien, la división y reparto de toda esa abundancia. Como lo veas.

Ismarie Díaz



La lata

En la imagen número dos podemos ver una lata de sardinas con dos pequeños remos.

A primera vista podría representar una barca de paseo, la típica barca que aparece en las películas americanas cuando los protagonistas, casi siempre una pareja, acuden a un lago a pasar la tarde y, en ocasiones, el varón termina en el agua.

Pero no, se trata más bien de una humilde barca para faenar, una de las barcas empleadas por miles de pescadores en todo el mundo para lograr su sustento y conseguir alimentos que podemos comprar en cualquier supermercado.

Podría ser que esta barca no llevase remos y, en su lugar, llevase un motor que permitiese al pescador navegar más rápido y cansarse menos en sus labores.

Sin embargo, esto es un detalle nimio, ya que lo muestra la lata de sardinas es la endeblez, la humildad del medio de transporte. Da igual que la barca tenga o no un motor, que cuente con remos o, incluso, con pedales: lo que importa es la fragilidad de la barca que ante un fuerte temporal o ante la aparición de una ola de considerable tamaño puede sucumbir y darse la vuelta.

El pescador que, presumiblemente, se ha levantado a altas horas de la madrugada cuando la mayoría de los mortales duerme, se encuentra encerrado hasta mediodía o el inicio de la tarde en un espacio muy reducido, similar al que posee una sardina en una lata.

Son sardinas lo que el hombre pesca y, paradójicamente, se encuentra encerrado como una sardina en su lata.

Se podría llegar a decir que el hombre se llega a mimetizar con su presa o con su producto. Y, desgraciadamente, su profesión es de alto riesgo: si las sardinas perecen poco después de ser pescadas, el marinero puede perecer también si se cae del bote.

Podría haber alguien que diga: no todos los marineros pescan en una barca de reducido tamaño e impulsada por remos o por un pequeño motor. No,-diría- la flota pesquera española está formada por barcos de gran calado y preparados para faenar lejos de la costa. De hecho, hay barcos que pasan semanas y semanas, e incluso meses y meses en el Atlántico Norte, cerca de Groenlandia, pescando especies marinas como el atún. Sin lugar a dudas, la imagen de un gran barco se aleja de la de esta lata de sardinas comprada en el Eroski o en el Carrefour. Tendíamos un navío de considerable tamaño, dotado de grúas, de enormes redes de arrastre, de un preciso timón, radar, comunicaciones vía satélite y de varios camarotes.

No obstante, si lo pensamos más detalladamente podemos ver como, a lo mejor, no hay tanta diferencia entre la lata y el gran navío pues es espacio en ambas es exiguo: los marineros no se pueden desplazar libremente y están rodeados por las aguas del mar. Los marineros viven en su lata y no salen de ella hasta que concluya la temporada y pueden regresar a sus casas. Las horas se consumen en la lata lentamente pero cuando éstas terminan no se arroja la lata a la basura sino que los marineros salen de ella. Más adelante volverán a ella. Esta lata no es una lata de usar y tirar sino que se reaprovecha. No es una lata que se compra en el Árbol sino que se compra en una exclusiva tienda de lujo situada en un rascacielos de Dubai, Hong Kong o Singapur. Como vemos, la diferencia entre una lata y otra es de precio o, si así se prefiere, de la gama y de las prestaciones del producto pero no así de concepto. Todas ellas son latas que navegan solitarias en el mar.

Hemos dicho antes que los barcos no se tiran una vez usados. Hemos de matizar esta afirmación:

Los barcos y las barcas terminan en la chatarra, no lo hacen hoy, no lo hacen mañana, pero cuando concluyen sus días, cuando se oxidan, cuando su equipamiento ha quedado obsoleto o ha dejado de funcionar, son abandonados en la basura y se pierden en el olvido.

Les ocurre como a las latas una vez que las sardinas desaparecen y el aceite de la lata se vierte en el fregadero. Las latas se tiran al contenedor general si el consumidor es una persona que no está especialmente interesada en el medioambiente y a un contenedor específico para reciclaje si el consumidor, en cambio, si está preocupado por éste. Al parecer, gran parte de los materiales con los que se construyen los navíos también se reciclan. Como vemos, la vida y la muerte de todas estas realidades aparentemente tan lejanas pero, de hecho, muy cercanas, es similar.

Lector, cuando veas una lata de sardinas o una lata de atún recuerda su similitud con un barco. Recuerda cuando vayas a la costa, cuando acudas a un puerto y veas un gran trasatlántico o cuando cojas un crucero de siete pisos por el Mediterráneo, el Báltico o el Caribe, que estos barcos colosales también se asemejan a una lata de sardinas. Lógicamente, la función de estos barcos no es la misma que la de un barco pesquero pero si, siguen recordando a una lata de sardinas y, en último término, a un humilde barco para faenar.

En conclusión, la imagen refleja la relación del hombre con el mar, como el hombre arriesga su vida para ganársela, sus infinitos esfuerzos para mejorar su situación y proporcionar un alimento que generalmente se consume sin que nadie se pregunte como se ha obtenido.

Sin lugar a dudas, la foto realza una actividad muchas veces infravalorada, casi siempre alejada de los focos de los medios de comunicación, en definitiva, una actividad olvidada como una lata de sardinas ante las grandes ofertas de un supermercado anunciadas con carteles y luces de colores. Y es que quizás lo más importante en esta vida se encuentra siempre fuera de las luces de los telediarios, de la lista de reproducciones de Youtube y de los “Trending Topic” de Twitter.

Óscar Fernández
        



Bajo la sombra del primer árbol,
he dejado mi funda de las gafas,
dentro las he dejado, pero las he dejado
divididas.

Las he separado, para poder ver mejor
el mundo,
así y tan solo de esta manera poder
contemplarlo y visualizarlo como
te gustaría en un futuro.

Aunque, a partir de todos, siempre cuesta visualizar
el mundo desde tantos puntos de vista.

Iria Costa


Mil palabras

Al despertar por la mañana, empiezo a ojear libros de viajes donde me gustaría hacer mi próximo viaje, recuerdo mi último viaje que hice a Estados Unidos hace hoy unos cuatro años, eran muchas horas de viaje en avión, mereció la pena, tuve la oportunidad de conocer aquel país .

Saco de la estantería la bola del mundo, además recuerdo otro destino que tuve la oportunidad de conocer, México, recuerdo que cuando llegue a aquel país hacia mucho calor, además pude conocer la cultura de ese país, también tuve la oportunidad de ir a las playas de la ciudad de México, me encantan aunque tiene otro estilo diferente al que tenemos en España las playas, además pude conocer gente hermosa de aquel país, todavía conservo esas amistades, para mi no ha pasado el tiempo desde la ultima vez que fui a aquel viaje. Después de haber conocido tuve la oportunidad de conocer del país que me habían hablado de maravilla y que lo sigue siendo, me refiero a India, estoy recordando cuando llegué a aquel país me entusiasmó desde el primer momento, pude recorrer por los monumentos típicos de aquel país, me lo imaginaba de otra manera, cuando lo veía por televisión lo veía de otra forma, tener que ir para la India me hizo verlo de otra forma distinta.

Haciendo limpieza de las cosas que me traje de aquellos países que tuve la oportunidad de conocer, me hizo saber que tengo que seguir viajando para conocer aquellos países que me gustaría conocer,
Hace unos diez años tuve la oportunidad de irme de intercambio a otro país para aprender el idioma, me refiero a Inglaterra, me gustaba aquel país aunque la calidad es muy diferente a la de España .

Cuando ya me había acostumbrado a vivir en Inglaterra tenía que regresar a España, al principio lo pasé mal al tener que abandonar Inglaterra para volverme otra vez para España, en aquel país aprendí el inglés, además conocí a amigos que todavía mantengo contacto con ellos, recuerdo el otro día que estuvimos hablando por SCAI , me estuvieron convencieron para que fuera a Inglaterra, yo les dije os invito a que vengáis a España así podéis conocer España y aprender el español .

Después de recordar mi paso por Inglaterra cojo de la estantería un libro y empiezo a ver el destino que es Grecia , me imagino como si estuviera en aquel país, me encantaría conocer su cultura que es parecida al país de la india .

Dicen que en esos países hay buena energía, espero conocer Grecia para ver si es verdad y me traigo energía positiva de aquel país.

Recuerdo otro país que fui y estuve viendo una temporada fue Portugal, recuerdo que cuando llegue de España a Portugal me lleve una mala impresión de aquel país no me gustaba su forma de ser a la que tiene España, también aprendí el idioma de portugués que es parecido al gallego.

Cuando estaba viviendo en Portugal iba como una ver a mi país, para ver a los amigos y familiares , al principio de me daba pena tener que volver al país donde estaba viviendo, hasta que te acostumbras .
Cuando ya me estaba acostumbrando la vida en aquel país tuve que regresar a España, en aquel país aprendí el idioma del portugués, todavía recuerdo algunas palabras de aquel país , además conservo viejas amistades de aquel país, nos podemos ver como dos veces al año , recuerdo que la ultima vez que vinieron a España , no me los esperaba verlos , yo estaba pasando un momento de bajón y ellos vinieron a España para que nos viéramos y desconectaba , recuerdo esos momentos mágicos que vivimos esos días , aunque fueran pocos días y se terminara pronto .

Además tengo otra amiga portuguesa que se vino a España cuando yo vine , se vino conmigo por que yo le había hablado maravilla de mi país , ella quería comprobarlo , desde el primer momento que mi amiga piso España , le gusto el país , al principio nos veíamos a menudo ahora nos podemos ver como una vez al mes , todavía mantenemos ese contacto ya sea por teléfono que por correo , cuando nos vemos solemos hablar en portugués y español para no perder las costumbres.

La ultima vez que estuve con mi amiga le dije que estuve viendo una película que a ella y a mi nos gusta y que la vimos cuando yo estuve viviendo en Portugal .

Mirando algunas fotos recuerdo con mucho cariño otro país que tuve la oportunidad de conocer fue Italia , recuerdo que cuando llegue a Italia desde el primer momento me gusto conocer las costumbres de aquel país , también me gustaba el idioma del italiano , tuve que aprenderlo , al principio me costaba un poco hasta que aprendí el idioma de aquel país , recuerdo que también me gustaba la comida típica de aquel país , además cuando hablaba con mi familia y amigos les hablada en italiano , ellos al principio no me entendían hasta que se acostumbraron cuando me oían hablar en italiano , además ellos también aprendían hablar en italiano , ese viaje lo recuerdo con mucho cariño porque conocí a gente de ese país que todavía conservo amistad , y conocí la cultura de aquel país.

Mirando con la bola del mundo miro que países me faltan por conocer y cual me gustaría conocer en mi siguiente viaje , espero que sea muy pronto y poder vivirlo con mucho entusiasmo como hasta hora los países que he tenido la oportunidad de conocer y seguir conociendo su cultura y tradiciones de esos países.

David Álvarez