Cantos de sirena

El lunes pasado sonaron las alarmas en la Biblioteca de la Casa de las Conchas y pudimos oír las sirenas. Fue solo un instante pero el afinado canto de las sirenas envolvió de misterio la biblioteca. Hay quien señala a alguna de las bibliotecarias como las responsables de ese canto embaucador. ¿Ensayaban alguna canción para una fiesta?
Pero la mayoría de los testigos señalan con su dedo índice a la Sala de Fondo Local como el lugar de donde procedía tan extraño canto. ¿Qué ocurrió allí dentro?




En realidad las únicas sirenas que vimos fueron las que nos trajeron los cuentos de David Lagmanovich, Rafael Pérez Estrada, Clara Obligado o Gabriel García Márquez, entre otros muchos.
Pero, ¿existieron realmente las sirenas? Joan Foncuberta casi nos convence de que sí en el año 2002 con la exposción que realizó en esta misma biblioteca sobre "La sirena del Tormes". En aquella muestra pudimos ver los restos fósiles de tres sirenas (hydropithecus fontanus) de la especie Tormelensis hallados durante una prospección arqueológica en el Cerro de San Vicente, muy próximo al río Tormes. La muestra se completaba con una separata en la que se recogían las Actas del III Congreso del Instituto Europeo de Paleo-Antropología.




Después de aquella muestra yo no me atrevería a señalar categóricamente que las sirenas son únicamente producto de la mitología, la leyenda o la literatura, lugares donde sí existen.
Y no es precisamente una especie en extinción. Prueba de ello son los muchos microrrelatos y cuentos que hablan de estos seres.

Recogemos aquí varios textos. El primero de David Lagmanovich donde se nos presenta a unas sirenas de ciudad, "Sirenas emigrantes":

De su isla maravillosa las sirenas emigraron a la ciudad, donde los hombres no comprendieron su naturaleza mágica. Por eso dieron su nombre al ulular inmisericordioso de los coches policiales, mensajeros de todas las desgracias. Las verdaderas sirenas, que en pro de la convivencia entre minorías ya habían eliminado sus colas de pez, quisieron evitar ser delatadas por su canto. Desde entonces se mantienen silenciosas, viven en casas de departamentos y aportan a la Seguridad Social.

El segundo texto sitúa a una "Sirena negra" en las cloacas y sumideros de Nueva York. Su autor, Rafael Pérez Estrada:

En las alcantarillas y cloacas de New York, entre caimanes y cocodrilos hechos a la noche perpetua de las humedades, vive, en peno siglo XX, la más hermosa de las sirenas. Nacida de una mitología en la que el poder, la acción y la aventura juegan un papel muy importante, la sirena negra profundiza el gran silencio de la ciudad. Sus ojos brillan blues y sus caderas balancean el calor de una caricia imposible. De igual manera que sus hermanas de la Grecia antigua, gozan de un canto sensual muy convincente que atrae a los solitarios a sus trampas cónicas como las de las hormigas leonas. Satisfecho el rito de la muerte, estos seres lanzan gritos de desesperación y locura, palabras en apariencia inconexas que, sin embargo, hablan de una luna que ellas nunca verán, de un planeta distante que orienta las horas del amor a quienes lo contemplan.

¿Quién no conoce la canción de Fito en la que nos habla de una sirena de esas que dicen te quiero si ven la cartera llena? Un pequeño recreo musical




Clara Obligado nos habla de una jovencísima sirena que se exhibía para venta al público en la pescadería de un mercado, tal vez en Madrid. Un fantástico cuento titulado "La sirena" en el que la poesía difumina ligeramente la brutalidad que muestra:

El pescadero exhibía una sirena dentro de una pecera. Ella, ajena al tumulto, masticaba con sus dientecillos afilados peces de plata que el hombre lanzaba de tanto en tanto al tiempo que gritaba: ¡compren, compren una sirena, la única en el mercado!

–No le da vergüenza? –dijo una mujer–. ¡Vender a esa pobre chica!
–¿A cuánto el kilo, jefe?
–Se la pongo más barata que las sardinas…
–¡Mamá, mamá cómprame ese pez!

Con displicente impudicia, la sirena exhibía su torso de diosa mientras abría las valvas de un marisco palpitante: brillaba la cola de plata donde un rebullir de escamas se entretejía con algas.

–¿Y por qué la vende?
–¿Muerde, mamá?
–Estoy cansado de ella: no hace más que comer, bañarse y dormir. Además, no habla. Y por las noches…

La sirena lanzó una mirada de indiferencia. No parecía tener más de quince años.

–Pues quiero la mitad: la de arriba.
–El kilo de mujer es más caro. Mire, mire qué cuerpo, qué cara. El pescadero afilaba su cuchilla.
–No sea animal, ¿no pensará mutilarla?
–Es usted un cerdo, una bestia.
–Señoras, largo de aquí. Me están estropeando el negocio.

Ahora la sirena mordisqueaba un salmón. Por encima de la carne desgarrada su mirada lasciva recorría a los compradores como si comprendiera –en su desdén infinito– su superioridad de diosa. El pescadero la miró y pareció reflexionar.

–Venga, basta por hoy, fuera todos: no la vendo. Al fin y al cabo, es mi mujer.
–¡Mira que casarse con un pez!
–¡Con una menor!
–Qué precio para el pescado. Habría que denunciarlo.

Tendida sobre el género, la sirena estiró su cuerpo como si quisiera ofrecerse a todos los hombres del mundo. De pronto, comenzó a cantar. Una batahola marina, casi un hedor, punzó el mercado, escoró en los corazones, y, por un momento, todos los hombres la desearon. ¡Amar a una sirena, naufragar en su abrazo! ¡Oh, el remolino, la ola, la intensa marejada!

El pescadero estaba cerrando la tienda y no bien desapareció tras el cierre de metal se oyó un bramido, el sonoro aletear de la cola de pescado, un rebullir de escamas y jadeos húmedos. Luego, suspiros de hombre que estremecían la promiscuidad de las frutas, las carnes exhibidas. Por fin, la pleamar del silencio.

–Pobre chica –dijo una señora mientras se alejaba del puesto arrastrando el carrito de la compra–: ¡Hacerlo con un animal!


Y, por último, una historia de Gabriel García Márquez titulada "La sirena escamada" en la que nos habla de otra joven sirena, en este caso paralítica y soltera:

La sirena era una criatura que tenía de mujer lo menos útil y de pez lo menos aprovechable. En vista de lo cual, no hubo otra alternativa que dejársela a los poetas, las únicas personas capaces de sacarle algún partido a un ser que no ofrecía ningunas perspectivas ni como esposa amantísima ni como complemento del almuerzo. Una sirena, por su lado humano y desprovista de la fronda retórica, no sería sino una buena señora en una silla de ruedas. Se le vería salir al parque, en las tardes de diciembre, a tomar el sol, después de una larga temporada de vacaciones en la alberca del patio. Miraría con tristeza a los niños en sus triciclos o en sus patines y apenas con un resentido sentimiento de superioridad a las damas que, en un banco, estuvieran remendando las medias. La sirena sería una solterona inválida, a quien el estado debería compensar con una pensión mensual la desgracia de ser mujer hasta donde no vale la pena y de ser pez desde donde serlo empieza a ser un serio inconveniente. A los dieciséis años, se le vería pasar en su silla de ruedas, cubierta de la cintura para abajo con un edredón a cuadros, y se diría: “¡Qué lástima, ser inválida con esa cara!”.

Y al fin y al cabo, castigada por su femineidad cerebral, se le vería morir de desesperación e impotencia frente a una zapatería. Si se considerara por el lado contrario, como pez, la sirena sería completamente inoperante. Sería lo suficientemente inteligente como para no morder el anzuelo y lo suficientemente torpe como para sentarse a cantarle a los navegantes, sin tener en realidad nada efectivo que ofrecerles. Con semejante inutilidad, lo más prudente que habían podido hacer era lo que hicieron: desaparecer. Ahora se informa, en un cable fechado en Viena, que por aquellos lados nació una criatura que al menos en su conformación anatómica era una sirena. Cabeza, brazos y pecho de mujer y cola de pez. Claro que no respiró un solo segundo el aire de los mortales, sino que se vino prudentemente muerta desde su oscuro período pre-natal. Pero de todos modos, cumplió a cabalidad con todos los requisitos que en los tiempos modernos debe llenar una sirena que se respeta: tener medio cuerpo de mujer, medio de pez y estar muerta. Lo demás lo harán los poetas. Y después de todo, por muy mal que lo hagan no tendría nada de extraño que lo hicieran mejor que ciertos columnistas de periódico que una tarde cualquiera se sientan a escribir sobre las sirenas, y no logran hacer ni siquiera una nota mediocre.


Cerramos este breve repertorio de textos y canciones sobre sirenas con un tema recurrente en el folklore marítimo, en este caso una leyenda asturiana sobre un pescador y una sirena:





Propuesta de escritura:
Escribe un texto, en verso o prosa, sobre una sirena. Puede ser una sirena de mar o una sirena de ciudad, como prefieras. O incluso puedes jugar con la polisemia de la palabra sirena en un mismo texto. Ojo con los cantos de sirena.

Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Sirenas gallegas

Galicia, siempre ha sido una región que me ha sorprendido y apasionado cada vez que he pasado por sus pueblos y sus costas, bien haciendo el camino de Santiago o de vacaciones con la familia, visitando sus ciudades, probando su gastronomía, hablando con sus gentes.

Pero me llamó mucho la atención la historia que contaba un marinero octogenario, en un bar perdido, en un pueblo perdido, por la zona de Finisterre, en la llamada costa de la muerte. Al hombre se le notaba se había pasado un poco tomando albariños de la zona, pero contaba algo que le había sido contado a su vez a el, cuando marisqueaba por dicha costa.

Los compañeros de faena, manifestaban haber visto entre las rocas, mujeres nadando y cuando salían del agua y se subían a un peñasco, tenían cola de pez.

Otro marinero que oía al que nos lo contaba, se acercó a nosotros e intervino en la conversación, si bien antes solicitó al camarero una jarra de albariño y unos vasos para compartir, pues el tema iba para largo.

Empezó enumerando todos los faros que había a lo largo de la costa de la muerte, la distancia en que se encontraban cada uno de ellos y los nombres de las personas que vivían solitariamente en ellos, haciendo especial mención, al faro de Fisterra, y la historia de un tal Anxo, que vivió hace unos cien años, casado con Adela, de la que decían era una meiga, con poderes sobrenaturales.

Anxo, gallego, guapo, embaucador como el que más, le gustaban mucho las mujeres, y sobre todo las turistas a las que se ofrecía para todo.

Su mujer, Adela, gallega, más lista que Anxo, le dejaba hacer, hasta que le sorprendía con otras, y sin decirle nada, cada vez que le engañaba, al día siguiente al bañarse con las turistas en el mar, estas aparecían con cola de pez en vez de sus piernas; las mujeres avergonzadas se refugiaban entre las rocas para que nadie las viera, y así fue como se formaron colonias de sirenas a lo largo de las costas gallegas, con mujeres de muchos países, rubias, morenas, incluso negras.

Los pescadores que faenan por la noche, dicen escuchar voces en varios idiomas que salen del mar : “Anxo donde estás”, “Onde estás, Anxo” , “Where are you, Anxo” “Oú se trouve Anxo”

Luis Iglesias
Grupo B


Descubierto

Fue un mal trago; al peor enemigo no se le desea, te dan ganas de morirte. Estás en lo mejor de lo mejor y de pronto se abre la puerta y... ¡Encarna!, Encarna hecha un basilisco. Encarna, mi esposa, todavía la llave del apartamento en su mano, cualquiera sabe de qué medios se habría valido para conseguirla. Y que quién era esa zorra que estaba conmigo en la cama.

Podemos imaginar la escena. La sirenita se incorpora dando el grito de rigor, tratando de cubrir sus encantos con la sábana. Y al destaparse de abajo, Encarna, unos ojos como platos.

Por suerte yo siempre fui de no aturullarme, aunque esté mal en mi el decirlo. Determinadas situaciones no se arreglan si no tomas una decisión valiente y al momento: aunque lo piensas y qué otra solución cabía. Resultó duro, claro que resultó duro, toda renuncia supone un dolor, pero no había otra que pedirle que se marchara. Y que habíamos terminado. Suavizando, eso sí, argumentando que lo nuestro había sido hermoso mientras lo había sido, pero que lo entendiera, que todo amor tiene la duración que le es propia.

La acompañé a la puerta y una vez ella fuera cerré con un portazo.

Siempre hay cosas que parecen el fin del mundo y resultan luego no ser tanto. No me canso de recordar la entrega de la sirenita una vez vuelta la paz al apartamento. Una delicia el modo como dejó caer la sábana. Y qué dulzura en el decir: «¿Por dónde íbamos, cielo? Bueno, y si no, empezamos de nuevo, ¿te parece?».

Pascual Martín
Grupo B


La sirena azul

Aún recuerdo mi llegada a Madrid. Miles de curiosos se agolpaban en el aeropuerto para verme. Cientos de periodistas, fotógrafos y Cámaras de televisión acreditados se empujaban y apretaban para poder filmarme. No en vano era la primera sirena en España y la tercera en el mundo. Eran otros tiempos, tiempos gloriosos: platós de televisión, titulares en los periódicos mas importantes del mundo, posados para los mejores fotógrafos y directores y dinero, mucho dinero. Pero todo pasa y la fama empezó a ser un recuerdo. Las sirenas dejamos de ser una especie rara de ver, cada vez éramos más y no era extraño encontrarnos por la calle. Yo había sido la primera y aún mantenía cierta fama. Participé en” gran hermano “ y en” supervivientes”, fuí tertuliana en salvamé e incluso hice algún montaje con algún actor de medio pelo. También esto se acabó y terminé haciendo bolos por pueblos de mala muerte hasta dar con mis huesos ( y mis espinas ) en un club de la carretera de Andalucía que irónicamente se llama LA SIRENA AZUL.

Poli Rubia
Grupo A


Sirenas

Un día me fui a bañar,
fui a nadar en el mar,
a lo lejos algo vi brillar.

Me acerqué con cautela,
en busca de aquella estela,
hay estelas en la mar.

Al acercarme me pareció ver,
un hermoso torso de mujer,
pelo negro y espalda plateada,
que con el sol se me antoja dorada.

Me acerco mar adentro,
algo irresistible me atrae,
estoy cansado pero no me importa,
quiero acercarme a aquel ser.

Pase lo que pase lo quiero ver,
quiero descubrir si es verdad,
aquello que nos han contado.

Mil historias hemos leído,
pero ninguna la hemos vivido.

Yo quiero llegar hasta el final,
quiero descubrir la verdad,
aunque me tenga que ahogar.

Me acerqué exhausto a su lado,
me miró y me sonrió,
después dio la vuelta y se zambulló,
mostrando su preciosa cola plateada.

Es verdad, existen, yo la he visto!
les dije a los del salvamento marítimo.
Está delirando, escuché decir,
pero para mi existe.
Existe, pues yo la vi.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Al tañer la lira
El libro de la historia de los naufragios, cuenta por cientos sus páginas y por miles, pueden contarse los náufragos.

Perdida en la crónica general de los hundimientos, está la personal historia de cada uno de los hundidos, su singular y pocas o ninguna vez escuchado relato.

El mar guarda celosamente sus secretos como custodia asimismo, los de aquellos solitarios que a él se confiesan mientras, desde la orilla de una playa inhabitada o desde lo alto de alguna roca, en un remoto acantilado; contemplan su profunda y azulada inmensidad.

Allá, en una de estas rocas que la naturaleza tan bien dispuso como asientos desde donde el inmenso océano pudiera ser admirado, se encontraba una tarde un hombre abatido que, a la vista de aquel mar sin fin, se sentía el señor de los fracasos: el náufrago entre los náufragos. Su alma, dolida. En su pecho, un gran vacío. Ante él, esa líquida vastedad confundiéndose con el cielo en el horizonte. A su lado, una lira.

En aquel momento, sentía la necesidad imperiosa de expresar con palabras cuantos pensamientos bullían en su cabeza y todo el sentir que se agolpaba en su corazón, para así dar forma a su dolor y a su frustración y soltarlos. Pero se sentía incapaz e intentó consolarse de la única forma que sabía hacerlo... En un acto casi reflejo, cogió el instrumento y comenzó a tocar una triste pero bellísima melodía.

Varada entre las rocas, se encontraba una sirena que, afanada en la tarea de intentar volver al agua, no había reparado en la presencia de aquel humano pero que, de repente, sintió como si el vaivén y el rumor de las olas se hubiera detenido. Tan sólo percibía el sonido de aquella música. Todo cuanto la rodeaba parecía estar suspendido envuelto entre aquellas notas.

Fascinada e inmóvil, captó entonces el dolor de aquel alma presa en aquel hombre, que pugnaba por salir a través de aquel son y que fluía entre sus dedos y las cuerdas de la lira. Y fue entonces, cuando en medio del asombro, comenzó a cantar la más bella canción jamás escuchada.

Tras un breve silencio, música y voz sonaron acompasadas mientras poco a poco volvía a oírse el sonido de un viento leve y el ahora suave murmullo del mar.

No fue consciente la sirena del momento en que logró liberarse de entre las rocas. Tampoco el hombre recordaba el punto exacto en que se tornó alegre su corazón triste. Sólo supo que había encontrado para su música el canto.

Desde entonces, todos las tardes regresa al acantilado, se sienta en la misma roca y escucha la letra de esa canción que en cada atardecer, retorna envuelta en la brisa marina y se sumerge en el tañer de su lira.

Mercedes González
Grupo A


SIRENA DE WATERHOUSE (pintor de comienzos de siglo XX)

Blanca, como sin vida, encarnas la belleza más espléndida.
No tienes piernas trotadoras que contaminen tu marcha por el mundo.
Posees la hermosura que se agota en sí misma.
Como gata huidiza, misteriosa y oculta entre las rocas.
Sabes que no vendrá, y peinas incesante tus cabellos.
Ofreces perlas que pocos buscan hoy.
Sólo el mar te comprende.

Emilia González
Grupo B


La Verdad de Alicante, noticias.

En el atardecer de ayer en la playa de La Mata, dos niñas de seis y siete años desaparecieron en el mar, jugando junto a unas rocas, una repentina corriente las atrapó, pareció como si hubiesen sido absorbidas por el mar. Estos eran los comentarios de la gente que se encontraban allí y no pudieron hacer nada por salvarlas. Los dispositivos de salvamento están rastreando la zona en busca de los cuerpos.

-Mamá, ¿ esos niños irán al cielo?, mamá ¿se los comerán los peces?-
-Mamá, mamá…

Y aquella mamá junto a aquellas rocas, abrazándoles empezó a hablar:

En el fondo del mar vive el Rey de los mares, el rey Neptuno

-¿El de la fuente del Atlético?-
-Calla, sigue mamá-

Tiene un precioso castillo, paredes, techos y suelos de corales, caracolas, algas, muebles de nácar, rodeado de amplios jardines con estanques donde los peces de colores se alinean para formar el arco iris. Por los jardines y estanques juguetean sus hijas, las sirenitas, tenían prohibido salir de aquel entorno, solo lo hacían cuando iban al colegio, “al colegio del fondo del mar”, “el que más escribe es el calamar”, Gloria Fuertes lo conocía, ellas preferían hacer ballet sincronizado.

Agláope, la más bonita de todas, era una sirenita traviesa y muy curiosa, sentía la necesidad de salir de aquel mundo, a pesar de la belleza de sus plantas, de sus montañas, ella pensaba que más arriba habría otro lugar con más luz que quería conocer, y un día burlando a los guardianes, pez espada pez sable y carabineros, montada en un caballito de mar empezó a subir, subir, subir.

El sol sobre sus cabellos los convertía en hilos de oro, aquellas niñas que chapoteaban en aquel lugar quedaron deslumbradas y se aproximaron a ella, le invitaron a jugar, ella no emitía palabras eran unos sonidos que más y más les atraía, se lanzaban la pelota, compartía sus juguetes, se sentían felices junto a ella. Mas de pronto hubo un remolino y se fue nadando. Su padre al darse cuenta de la desaparición, mandó a buscarla. Aquella niña de cara de nácar y pelo de oro no volvió.

La sirenita enfermó de pena, quería volver a ver a sus amiguitas, el padre envió a por ellas y, con un traje de escamas fueron llevadas al palacio del Rey del mar.

La mamá consiguió que sus hijos no tuvieran pesadillas.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


El recogimiento de las sirenas

Era joven y bello. La criatura más hermosa que jamás yo haya conocido. Pero una mañana, al traspasar la puerta de su celda, lo encontramos muerto.

Su cuerpo semidesnudo no presentaba, en apariencia, signos de violencia alguna. Ni un golpe. Ni el más mínimo rastro de sangre. En su rostro, una expresión tranquila. En sus ojos, un brillo intenso. Sus manos, en actitud orante, ¿o era súplica?

Que Dios Nuestro Señor, omnipotente y misericordioso, se apiade de su alma.

Meses atrás de aquel trágico acontecimiento que nos sobrecogió sobremanera, pudimos observar en él comportamientos que no encajaban en la rutina que invadía nuestra casa; rutina, por otra parte, que nos protegía de cualquier tentación malsana. El cumplimiento estricto de la regla era, en este sentido, nuestra seña de identidad.

Por las mañanas, en el rezo de Maitines, debíamos esperar unos minutos por él para poder comenzar. Llegaba azaroso, la respiración entrecortada, el hábito desajustado, una expresión mística en su rostro fuera de lo habitual, babas corriendo por la comisura de sus labios, un brillo encendido en su ojos –el mismo de la fatídica mañana de su muerte-, y, lo más sorprende, un olor extraño, lejano, mezcla de algas marinas, salobre y un aroma que yo bien conocía y por el que me flagelaba cada noche por lo que tenía de pecaminoso.

Durante las comidas, en el refectorio, se mostraba ido, la mirada perdida. Ignoraba las más de las veces las legumbres, verduras, frutas… que, con fraternal afecto, el hermano Andrés depositaba en su plato. Si le tocaba leer aquellas vidas de santos que tanto nos reconfortaban mientras ingeríamos los alimentos que Dios Nuestro Señor tenía a bien concedernos, se trastabillaba o bien silenciaba su lectura de repente dejando pasar largos minutos sin pronunciar palabra alguna.

Durante el resto de nuestras horas canónicas, momentos en los que se nos permitía la lógica proximidad física que requiere el momento –siempre desde el silencio y la oración como elemento purificador ante cualquier pensamiento malsano-, el hermano Narciso se mantenía en actitud –estado, más bien- de ausencia. Ausencias cada vez más y más prolongadas que llegaron a producirle, en más de una ocasión, la pérdida absoluta de conciencia.

Ya al anochecer, en la hora de Completas, sin embargo, sus síntomas eran claramente de ansiedad y nerviosismo. Hasta tal punto que, en más de una ocasión, pudimos ver cómo abandonaba con rapidez la iglesia y, a paso ligero, arremangándose el hábito, abría la puerta de su celda para cerrarla con violencia tras de sí con un golpe seco y estruendoso que restallaba en medio del silencio de aquel lugar santo.

Una noche, aun a riesgo de provocar el enfado –merecido, por otra parte, bien lo sabe el Señor- de nuestro padre prior, me acerqué hasta su celda. Con sigilo pegué mis oídos a la puerta y pude escuchar voces proferidas en una lengua extraña y jamás antes oída. Eran voces agudas, afeminadas, lascivas. Voces cargadas de una sensibilidad tal que en más de una ocasión sentí un deseo enorme de traspasar aquella puerta y unirme a algo que intuía prohibido y merecedor del castigo divino ya que, instintivamente, yo sentía cómo ese miembro que los hombres guardamos entre las piernas y ocultamos por temor a ofender al prójimo y a Dios Nuestro Señor, se enderezaba y, enhiesto, reclamaba satisfacer el pecado.

Pasaba el tiempo y veíamos cómo el hermano Narciso se iba consumiendo en su cada vez mayor ausencia de todos, de todo y hasta de sí mismo. No comía, apenas dormía –habida cuenta del ajetreo que yo imaginaba se producía cada noche allí dentro, en su celda-. Descuidaba su higiene hasta tal punto de que el olor que desprendía su cuerpo era nauseabundo, insoportable; un castigo para los que, por circunstancias del rezo, nos veíamos en la obligación de estar próximos a él.

Y así fueron transcurriendo las semanas, meses, incluso, hasta que aquella mañana, extrañados todos por su tardanza exagerada a la hora de Maitines, nos acercamos, prestos, a su celda y descubrimos lo que ya he descrito.

El padre prior, la nariz tapada ante la marea de aromas imposibles que merodeaban la estancia, fue quien primero se acercó al cuerpo inerte de nuestro querido hermano. Volvió la cabeza hacia nosotros -quién sabe si por asco, por respeto o con actitud de súplica y relevo- y, con los dedos índice y pulgar de su mano derecha, fue descubriendo con lentitud exagerada las sábanas que cubrían la mitad del cuerpo –de cintura para abajo- del hermano Narciso.

Juro ante Dios Nuestro Señor que lo que voy a describir es justo lo que mis ojos vieron en aquellos instantes –cortos, sí, pero eternos para nuestros corazones-.

La sábana bajera estaba cubierta de una capa de escamas que parecían navegar sobre un líquido oscuro, viscoso y espeso. Algunos pececillos movían, serpenteantes, sus cuerpos. Otros, por el contrario, los ojos saltones, permanecían inmóviles. Algas de un verde oscuro, diseminadas aquí y allá y entre las que podían verse algunos pequeños moluscos. ¡Espantoso! ¡Espantoso!, era lo que nos decíamos con la mirada los hermanos presentes mientras el padre prior, puesto de rodillas, escupía latinajos imagino que en un intento de ahuyentar cualquier poder maléfico que pudiera acechar aquel lugar.

Me llamó la atención que la ventana, a pesar de la gélida temperatura de aquella mañana, estuviera abierta. Me acerqué movido por un impulso irreprimible y pude ver cómo una soga se desprendía hasta el acantilado que, a los pies de nuestro monasterio, daba acceso al mar que tantas y tantas veces yo contemplaba también desde mi celda.

Y lo entendí. No así el resto de los hermanos, creo yo. Porque -e imploro piedad aunque acepto el mayor de los castigos por lo que voy a desvelar- yo sabía de la existencia de unas criaturas marinas, hermosísimas, cuyos bellos cantos cautivaban a los hombres hasta el punto de que estos llegaban a perder la razón y actuar a merced de la voluntad de aquellas criaturas. Había leído todo lo que acerca de ellas aparecía en los libros custodiados en aquella pequeña sala, dentro de nuestra biblioteca, destinada, precisamente, a los libros prohibidos. Unos libros guardados celosamente, bajo llave, y a los que tan sólo los priores del convento tenían acceso.

Todos los priores… y yo.

Una noche, al poco de ingresar yo en aquel convento, recogidos todos, cumplidos ya los oficios de alabanza a Dios Nuestro Señor, en ese estado de indecisión entre la vigilia y el sueño, me pareció que alguien golpeaba despacio la puerta de mi celda. Dudé y pensé: “nadie puede a estas horas salir de su celda y menos merodear por el convento” por lo que cerré los ojos achacando aquello a la mera imaginación y me dispuse a dormir. Pero, en breves segundos, el mismo sonido confirmó mi primera impresión y, no sin cierto temor, me levanté y abrí la puerta muy ligeramente. Era el padre prior, quien, con gestos y ademanes bondadosos me incitaba a que le invitara a pasar. Lo que ocurrió allí dentro, y que se repetiría cada noche, es algo que solo Dios Todo Poderoso sabe y por lo que seré castigado en la vida eterna. “Pídeme lo que desees dentro del recinto de este monasterio y yo te le concederé”, me prometió. Y entre los deseos, uno fue aquel: las llaves de la sala de los libros prohibidos. Yo sabía que, habida cuenta de que el padre prior era más dado a otro tipo de placeres muy diferentes a los de la lectura y el conocimiento, me convertiría, de ese modo, en el único miembro del convento que disfrutaría de aquellas lecturas prohibidas.

Pero la historia trágica acaecida en nuestro convento altera, según mi punto de vista, todo lo que cuentan, y que leí, acerca de las sirenas. Es la historia al revés.

Tal era la hermosura del hermano Narciso, era tan bello el canto que los monjes entonábamos en alabanza al Señor, que aquellas criaturas, doncellas hermosas con cola de pez, al escucharnos, se sintieron atraídas, hechizadas por nuestras irresistibles voces y, olfateando la beldad que nuestro hermano desprendía a su paso, treparon hasta nuestro convento y satisficieron sus deseos con tanto ardor, con tanta pasión que acabaron con la vida de Narciso.

Desde entonces, cada noche, después de las Vísperas, desde el recogimiento de las celdas, se oyen voces, cantos quejumbrosos, lamentos y un ruido áspero como de cuerpos arrastrándose sobre el adoquinado del claustro. Nadie sale de sus celdas. Ni siquiera el padre Prior se atreve ya a visitarme. Mientras, yo espero en la soledad de la noche que alguna de esas hermosas criaturas trepe a lo largo de la soga que he descolgado desde mi ventana hasta el acantilado, entre en mi celda y, entre sus brazos, como le ocurriera al hermano Narciso, me ayude a encontrar la felicidad eterna.

José Manuel Romero
Grupo A


Sirenita de papel

Sirenita, sirenita,
no mojes tu lindo cuerpo,
vuela con tus alas blancas
hasta llegar a mi encuentro´

No cantes frente a mi casa
que enamorado me encuentro,
temo caer en tus brazos
y morir en el intento.

La sirena de ambulancia
anuncia que alguien va dentro,
un enfermo con dolores
que pide ayuda al momento.

Sirenita, tu le cuidas
recitándole unos versos
para sentirse mejor
con el médico del centro..

¡Qué alegría en tu mirar
por haber hecho algo bueno!
El paciente, agradecido,
se siente menos molesto.

Sofía Montero García
Grupo B


Musas en la laguna

Ayer paseando por la zona de los PINOS, en mi pueblo, iba recordando esa etapa de joven adolescente, soñadora y muy dada a imaginar y fantasear. El entorno estaba cubierto de nieve, las cunetas algunas aún no habían sido pisadas y la sierra tenia un hermoso manto blanco. Hacía tiempo que no tenia tanta nieve.
El aire frió, limpio y sin contaminación perceptible,ahora no había ninguna chimenea cercana que lanzara humo de ningún hogar las viviendas, estaban todas cerradas, no había habitantes humanos.
Llegue a la fuente de las hojas, así la conocíamos el grupo de los soñadores de las lagunas,que todos los sábados en verano subíamos a darnos unos tonificantes baños en sus frías y limpias aguas.
Desde ese lugar salían 5 senderos, elijo el más suave, los años y kilos de más, me obligan a ser más precavida, no he caminado ni 30 metros y percibo unas huellas, no son de pisada humana, parecen aletas,como las que utilizan en el mar, los submarinistas, sigo caminado, la nieve esta dura, sin pisar salvo las huellas que sigo encontrando y las que yo voy dejando. Compruebo que no son raquetas de nieve. Temor y curiosidad también, me animan a seguir, cuando estoy llegando al llano de la primer laguna, percibo la silueta de algo que se introduce rápidamente en sus frías aguas, ó eso me ha parecido ver.
De pronto una fuerte ráfaga de aire y numerosos pájaros inician su vuelo sobre la laguna. Por fin llegué al borde, y un estremecimiento hace que me pare ante ese lugar, que tiene algo de misterio, esta tarde limpia y fría de enero. Contemplo y me pregunto, ¿estará esta laguna ahora habitada por musas de montaña?

Josefa Agustín González
Grupo B


Soneto de Ulises y la sirena

Era una bella sirena varada
y un marinero en su pasión anclado,
en aguas del deseo atormentado,
una pena de amor nunca olvidada.

Ninfa que canta a su esquivo amado,
y el navegante en pos de su llamada,
surcando tras la estela enamorada,
en marino horizonte desolado.

Nereida entre la espuma y el coral,
en océanos haremos nuestro hogar,
nuestra pasión eterna y abisal.

Dame tu rumbo para naufragar,
deriva hacia mi Ítaca final,
insondable el amor, oscuro el mar.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Nana

Tres sirenitas tiene mi cama.
Tres sirenitas que me acompañan.
Una me inspira,
otra me tapa,
otra me duerme con una nana.
No desesperes vete con calma.
Oye sus cantos cuanto te hablan.
Tres sirenitas tiene mi cama.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


Otra sirenita

El tambor en vez de arpa la sirenita tocaba.
Diferente se sentía y también enamorada
de aquel pescador hermoso que de lejos la miraba,
con aquellos ojos verdes
de color de la esperanza.
Sus cabellos plateados
que la luna reflejaban.
Sus hermanas se reían,
la población la humillaba,
pero a ella la aburrían
aquellos cantos sin alma.
Sus alas se redujeron,
sus manos acariciaban,
sus escamas son pendientes que le adornaban su cara.
Se convirtió en una diosa.
Afrodita la llamaban

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


La sirena que acabó con los cantos de sirena

La verdad, es que no aún no he podido saber cómo llegó al Parlamento. Su cuerpo estilizado, embutido en un tejido escamoso, le permitió escurrirse entre sus señorías y demás marabunta de periodistas y correveidiles que a esa hora llenaban los pasillos. Se celebraba una importante sesión parlamentaria sobre el estado de la nación.

Tumbada en la alfombra, esperó su momento. La sala estaba tan acostumbrada a sus cantos, que si alguno de nosotros llegaba a divisarla, lo consideraría normal, pues formaba parte de la casa.

El presidente nos aburrió desde el estrado, a un hemiciclo de por sí aburrido, con un discurso lleno de bonitas palabras, promesas, pero nada convincentes, demasiados cantos de sirena para un país necesitado de un discurso ilusionante.

Nada más bajar el presidente, subió la sirena. Pidió permiso, comenzando un discurso, que en pocos minutos nos despertó del letargo presidencial. Muchos estábamos adormecidos con los cantos de sirena escuchados con anterioridad. Flipamos al escuchar propuestas realistas para un país en crisis, empezando por desenmascarar a tantos políticos corruptos. Había entrado aire fresco, traído desde mares lejanos.

Muchos estábamos confundidos, no dábamos crédito a la sirena parlamentaria, después de haber recurrido tantas veces a sus cantos para echar por tierra argumentos rivales. ¿Era verdad o aún soñábamos?

De repente, sonó la sirena, nos anunciaban por megafonía que tocaba desalojar el parlamento, había amenaza de bomba. Se esfumaron los cantos de la sirena de verdad.

Antonio Castaño Moreno
Grupo A


Virtuosas de la música

El concierto había sido un éxito. Había sobrepasado el techo de cuantos interpretara la orquesta hasta el momento, sin embargo, Mariela aún se encontraba conmocionada por lo sucedido aquella noche.

Unos meses antes, y tras tocar aldabas de personas con prestigio en el campo musical, conseguía ser admitida en la Gran Orquesta Filarmónica Femenina más hermética e importante del mundo. Aportación a esta entidad musicóloga sustanciosa, ya que de facto, pasó a ser solista de violín. No hubo nube cenicienta que sobrevolara su felicidad, debido a la acogida dispensada por las compañeras. Acudía a los ensayos en silla de ruedas, alegando que la debilidad de sus piernas la incapacitaba para mantenerse en pie. Por ende, los ensayos eran escasos, ya que la profesionalidad de sus miembros se hallaba enquistada en el virtuosismo, y para ello se vestían de gala. Las intérpretes, de belleza hechicera, lucían como estrellas celuloidianas con sus trajes de cola. Cosa con la que la hermosa Mariela se solidarizó gustosa.

El día esperado llegó y con él los aplausos millonarios sobrevolando el teatro con su elocuencia abrumadora. Sesenta minutos de emoción que Mariela no pudo soportar, y en un impulso irreflexivo se levantó de la silla de ruedas con gran esfuerzo. Cayó al suelo como árbol segado en su base visible. Su vestido revoloteó quedando al descubierto parte de su anatomía inferior. Un murmullo de voces llegó a sus oídos ¡Ohhhhh! ¡Pero…si es humana! Susurraban las sirenas de la orquesta escandalizadas.

Pepita Sánchez
Grupo B


Escucha las sirenas

Existe una sirena sin cola de pez pero con escamas en las piernas. Su pecho es pequeño sin conchas que los vistan, solo tiene esparcido polvo de coral.
Existe una sirena de pelo color oro rojo con moluscos enredados en sus ondas deshilachadas. Caracolas, caballitos y estrellas de mar.
Existe una sirena que emite sonidos extraños, porque solo conoce palabras de delfín, mientras sus manos de dedos palmeados dibujan símbolos en el aire.
Existe una sirena que quiere abandonar el mar; la sal, la basura y la bravura del océano.
Existen las sirenas.

Sara Diego
Grupo A


Sirenas del Mar
Oigo la voz de una gran mujer.
En realidad es una sirena de mar
que se esconde debajo de su mirada
tan dulce.
Me quede perplejo con la voz
de una gran sirena que acabo de conocer,
En el mar nos topamos con varios marinos
oyendo el mar desde la arena.
Un día cualquiera, encontraremos a la muerte
en las grandes tierras.

David ÁlvarezGrupo B


Sirena de mar
Todas las tardes cuando caía el sol en la playa de Raso, Pontedeume (Coruña) cerca de Ares.
(Recuerdos de mi infancia y juventud) me encantaba observarla sentada en aquellas rocas
finales que sobresalen cuando la marea es baja. Sobre todo si son menos vivas.
Con sus largos cabellos morenos, sus ojos verdes.
Soy mujer pero a veces, también me atraía ella.
Cuando veía que yo me acercaba, solo me miraba.
Mi padre ni mi hermano ni mi tío se dieron cuenta nunca.
Yo buscaba el pez de aletitas de colores que tanto me gustaba.
Y el Lepadogaster Lepadogaster.
Ella me miraba y me observaba.
- ¿Y si te haces daño y te caes?- me dijo una de las veces- eres muy joven y bella.
Aquellas palabras las guardé antes de cenar.
- ¿Qué te pasa Iria?- me decía mi tío- estas en otro mundo.
¿ Y si la sirena estaba enamorada de mi?
De nuevo, la volvía a ver al cabo de dos días.
- Iria anochece vamos- la voz de mi padre sonaba a lo lejos.
La sirena me miró de nuevo.
- Debes irte, es peligroso- me dijo
No la dije nada, solo la miré.
- ¿ Porque no hablas conmigo?- me dijo al dia siguiente- ¿ me tienes miedo?
- ¡Que va!- la contesté- es que no estaba segura que fueras…
- Si lo soy.
A los dos días, salía en la Voz de Galicia la noticia.

Redacción: Ferrol
Ubicación: Playa do Raso, pueblo de Ares Pontedeume (Coruña)
Encontrada una mujer sirena que mantiene conversaciones con la gente que se acerca. No es peligrosa, no manipula.
Atte: Redacción gallega
Localización: al caer el sol, anochecer.

Me asusté teniendo la noticia en mis manos.
Cuando vine a casa, la recordaba.
Al año siguiente, volví a verla. Pero el siguiente desapareció.
Sin embargo, un día estaba buceando y me medio ahogué y fue ella, estoy segura quien me dejó en la playa al lado de mi padre.
Espero que su amor por mi dure siempre.

Iria Costa
Grupo B


Sobre tipos de sirenas

Andaría por los siete u ocho años y recuerdo que algunas noches , cuando despertaba temprano con la sensación de haber tenido un mal sueño, oía desde mi cama, la sirena de la vieja fábrica de hilaturas de San Jerónimo,( en mi Zamora natal), me parecía como el rugido aterrador de un monstruoso dragón , pero sabía que era una sirena, como las que anunciaban bombardeos y que ya había visto y oído en las películas en blanco y negro de la época, pero aun así, mi mente a esas horas jugaba a un totus revolutum entre lo irreal y lo tangible.

El resultado de mis ensoñaciones, hacía que se me antojaran antipáticos, el sonido y el momento y este especial duermevela que, me resultaba eterno y desasosegante, solo se desvanecía con la entrada de mi madre en la habitación para despertarme, tomar el desayuno y todos los demás menesteres previos a ir al colegio.

Creo que en aquellas mañanas, se gestó en mi interior un rechazo visceral por ese tipo de ruidos.

Cuando a lo largo delos años, hube de enfrentarme a las enfermedades de familiares, allegados y amigos y tuve que requerir la ayuda de los servicios de emergencias, el sonido de las ambulancias al llegar y partir con el ser querido, me recordaban, de alguna manera, esa sensación de cuando era niño, atemperado no obstante, por lo esperanzador del medio.

De aquellos tiempos proviene mi costumbre de musitar un deseo o ruego en mi interior, a modo de oración, para que tenga suerte quien dentro va, ritual que repito con las sirenas de bomberos.

Para esta clase de sirenas, no estoy bien predispuesto y si acaso alguna me cae algo simpática, es la de los barcos cuando anuncian su llegada a puerto.

Como siempre hay en la vida situaciones que refuerzan tus fantasmas infantiles, a mí me tocó, en las postrimerías de Junio de 1991, en las que, desoyendo los cantos de mi sirena por aquellas fechas, me planté en Liubliana, vía Viena, por el deseo de gozar de su compañía. Al poco de llegar a la ciudad, tuve que correr, tirando, casi arrastrando, a mi sirena, entre gritos en ignoto lenguaje y adentrarme en un refugio , mientras las otras sirenas, que anunciaban una incursión aérea Serbia, seguían sonando en el exterior.

Lo desilusionante es que, esta mezcla de sirenas, a pesar de lo que publicitara la épica romántica de las películas de guerra(tipo Casablanca y afines), no causan tantas emociones positivas, extra adrenalìnico incluido y si una tremenda incertidumbre, rayana al temor.

Decididamente, es preferible verlo sentado en la comodidad de un cine, a vivirlo (aunque sea abrazado a una preciosa sirena eslava) mientras oyes entremezclados, el ruido lejano de las bombas al impactar y el ulular de las sirenas antiaéreas. Hasta incluso dudé, de mi marcada orientación activo-participativa(en el terreno emocional) y hubiera preferido ser “voyeur”, en ese instante..

Mudé rápido(la edad), pues una vez pasado el miedo y cesado el ruido, mi sirena me recondujo a mis tendencias de forma abrupta, pero satisfactoria. Me quedó claro, que el peligro magnifica los deseos.

Cual si no hubiera un mañana
Sobre la faz de la Tierra,
Efímeros pero intensos
Son los amores de guerra

Había y he oído después , otros cantos de sirena, todos ellos complejos, inquietantes ,absorbentes, tóxicos e incluso vampirizantes, alguno de los que comenta Fito en su canción Soldadito Marinero y he maldecido a veces, no tener la cartera llena….para que solo se hubieran llevado eso.. en fin.

La diferencia entre ambos, es que los “sonidos “ de sirenas son desagradables pero insoslayables por su propia naturaleza física, pero los ”cantos”, son fruto de lo que cree y a veces quiere oír el Ulises de turno y mal empezamos, si con el fin de oírlos, consientes que te aten…….Mejor tapones de cera…¡¡ y a remar!!

Carlos García Riesco 
Grupo A

Todo el mundo va

La sesión del lunes pasado la dedicamos al váter, sí, al inodoro. Leímos una serie de textos, los masticamos bien, guardamos el tiempo necesario de digestión y después compartimos nuestras opiniones. ¿Sabíais que el primer diseño de un inodoro lo hizo un poeta?
Un vate que inventa el váter. No está mal. Habrá que honrar a John Harrington.
Una buena excusa para hablar del escusado fue el álbum ilustrado para niños "Todo el mundo va", de la editorial Edelvives.
Los papás de Raúl le explican que todo el mundo va a ese lugar misterioso que aparece en la última página. Todo el mundo, sin excepción. Va el indio, va la princesa, va el vaquero, va la mamá, va el papá, va la bruja, todos van... al váter.




También comentamos el contenido de esté divertido vídeo en el que se interpreta la pieza "Loas al Cuarto de Baño". De la mano de Le Luthiers y sus artefactos musicales:




Leímos algunos textos sobre el váter, o sobre las tareas propias que se realizan dentro y, en ocasiones, fuera de él y que reportan una sensación de alivio sin igual. Pero esa sensación, al vaciar la vejiga, por ejemplo, es tan efímera que la felicidad es pasajera.
No es fácil ser encontrar la felicidad plena. Lo sabía muy bien Gonzalo Rojas, autor de este incontinente poema titulado "El señor que aparece de espaldas":

El señor que aparece de espaldas no es feliz, 
ha ido varias veces a Roma pero no es feliz, 
ha meado en Roma y no tiene por qué ocultarlo 
pero no es feliz,
                            [ha desaguado
a lo largo de Asia desde los Urales a Vladivostock 
pero no es feliz, 
en excusados de lujo en África pero no es feliz, 
encima de los aviones vía Atenas 
pero no es feliz, en espacios                 
más bien reducidos lluviosamente en Londres 
al lado de su mujer hermosa pero no es feliz, 
en las grandes playas de América precolombina 
pero no es feliz, 
con un diccionario etrusco y otro en alemán 
desde las tumbas Ming a las pirámides 
de Egipto pero no es feliz, pensando en             
cómo lo hubiera hecho Cristo pero no es feliz, 
mirando arder una casa en Valparaíso pero no es feliz, 
riendo en New York de un rascacielo a otro 
pero no es feliz, 
girando a todo lo espléndido y lo mísero del planeta 
oyendo música en barcos                                   
de Buenos Aires a Veracruz pero no es feliz, 
discutiendo por dentro de su costado el origen 
pero no es feliz, 
acomodándose
no importa el frío contra la
pared aguantando todas las miradas              
de las estrellas pero no es feliz

el señor que aparece de espaldas.        


Los cuartos de baño se prestan, en muchas ocasiones, al género de terror: lo que esconden los espejos, víctimas que aguardan un cuchillo tras las cortinas de la bañera, cosas extrañas que suben por las cañerías y salen por los sanitarios. Uf. Lean este microrrelato de Fernando Iwasaki titulado "WC" y no volverán a parar para ir al baño en ninguna gasolinera:

Era la primera gasolinera en varios kilómetros y suspiré agradecido porque los intestinos se me disolvían entre retortijones. Un hombre sin párpados me señaló un corredor devorado por la penumbra y hacia allí caminé de baldosa en baldosa, como un equilibrista que no quiere que el público descubra que lleva las mallas descosidas. En el baño no había espejo ni luz, y el chapoteo de mis pasos delataba dos dedos o tres de un líquido sin nombre. El primer clínex lo gasté limpiando a ciegas la rueda. Al darme la vuelta pateé algo así como un casco de moto y me senté sujetándome los pantalones para que no se empaparan.
La sensación de alivio y beatitud sólo duró unos segundos porque alguien cerró la puerta con llave desde afuera. Pensé en mi coche y en el ordenador portátil que estaba en el asiento trasero. Pensé en el hombre sin párpados con mis corbatas de seda. En todo eso pensaba cuando un gruñido líquido brotó de las entrañas del alcantarillado.
Sentado en el retrete percibí que algo veloz y delirante subía por las tuberías. Sus uñas crepitaban metálicas y los sorbos de la criatura eran tan intensos como el chasquido de sus mandíbulas. El segundo clínex se me cayó en aquel charco espeso. Me incorporé hacia la puerta sin soltar mis pantalones cuando algo salió del guáter con la potencia de las focas de los circos rusos. Caí de bruces al suelo.
La conciencia del asco era más fuerte que los mordiscos. Con el tercer clínex me limpié la boca. El casco de moto tenía dos cuencas vacías.

Y nos despedimos con el álbum ilustrado, "El topo que quería saber quien se había hecho aquello en su cabeza", de la editorial Altea :




Propuesta de escritura

¿Te imaginas a algún personaje de la historia de la literatura en el baño?
¿Y si coincidieras con el escritor o escritora a quien admiras en un baño público?
¿Qué historias se te ocurren que tengan como trasunto un cuarto de baño?
Cuando pensamos en el baño quizá relacionamos este lugar de la casa con el espacio doméstico pero, ¿imaginas como son los baños de una nave espacial?
Escribe un texto en prosa a partir de estas ideas.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Sensaciones en el baño

El váter es un sitio de descanso
para pensar acerca de mi vida,
desahogar cuando el cuerpo me lo pida,
hacer pis, relajada en lugar manso.

Deposito la caca como un ganso
después de masticar bien la comida.
Con loca sensación de estar nutrida,
trabajo día y noche sin descanso.

Mear, cuando apetece, da alegría.
La orina, que se filtra por la taza,
es parte de mi cuerpo liberado.

El baño es una fuente de energía
para limpiar mi piel, si alguien me abraza,
con ansias de un placer desenfrenado.

Sofía Montero García
Grupo B


El retrete del Ché

En cuanto al tema que hablamos el lunes pasado se me viene a la cabeza una anécdota que me ocurrió no hace muchos años durante uno de mis últimos viajes a Cuba. 
Acompañado de cuatro amigos recorrimos durante quince días toda la isla en una ruta que bautizamos como ruta de los barbudos, pues empezaba en la playa de las coloradas y acababa en La Habana pasando por Santiago, Sierra Maestra y varios lugares más que jugaron algún papel importante durante la revolución. Al llegar a Santa Clara nos recomendaron no dejar de visitar la casa de comidas EL ARGENTINO , cosa que hicimos ese mismo día. Se trataba de un pequeño restaurante de trato muy familiar y comida casera que resultó realmente acogedor. Yo estaba sentado al lado de una ventana por la que se podía ver el baño situado al otro lado de un pequeño callejón.Me resultó curioso que hubiera una puerta de entrada y otra de salida además de una señora que no tendría menos de 80 años sentada a una mesa donde todo el que utilizaba el excusado dejaba alguna propina. Decidí echar una meada y me puse a .guardar cola detrás de unas quince o veinte personas que pasaron en un visto y no visto por lo que me costaba comprender que era lo que hacían en el interior cuando la mayoría de las veces ni cerraban la puerta. 
Llegado mi turno pasé dentro donde la tenue luz de una bombilla iluminaba una sucia y desvencijada taza de váter bajo un cartel que rezaba - AQUÍ CAGÓ EL CHE GUEVARA-.

Poli Rubia
Grupo A


La percha

Al principio lo hacía de vez en cuando , después comencé a ir al baño al terminar cada comida ,hasta que me encontré buscando cualquier excusa para vomitar.
Me sentía cada vez peor, y mi madre fue la primera en darse cuenta de lo que me sucedía, las señales que dejaban mis dientes en la mano derecha , me delataron.
No había pasado mucho tiempo cuando me encontré aislada en una habitación del hospital y según el protocolo, debía permanecer en ella un tiempo razonable , hasta que pusiera algo de peso .
Esta situación me sirvió para reflexionar y tomar conciencia del grave problema que tenía , y aunque a veces tenía sentimientos de culpabilidad, había algo dentro de mí que me superaba.
Habían pasado 10 días y contra todo pronóstico , inexplicablemente el progreso era nulo y no solo no ganaba peso , sino que perdía. El enigma se resolvió cuando un día haciendo la cama las auxiliares , descubrieron la nota que la anterior paciente ,me había dejado escrito en la barra de la lámpara ,por encima de la cama en la que aunque con alguna dificultad pude leer, “la percha metálica del armario abre la puerta del baño”.....

Afrika Gómez
Grupo A


Una habitación con vistas

Hacía un tiempo que nos conocíamos y nos gustábamos, el deseo aumentaba y decidimos hacer un viajecito romántico donde nuestros cuerpos pudieran expresarse.
El sol brillaba, la comida era exquisita y había bonitos parajes que visitar, pero sinceramente en aquel momento lo que más nos interesaba era haber acertado con la habitación porque los dos pensábamos estar allí bastante tiempo. ¡Que alegría! , era un hotel muy coqueto y la habitación muy amplia, a la derecha había una gran cama, mesilla, armario y un pequeño lavabo, a la izquierda...
tres escalones presidian el espacio donde dos ventanales iluminaban una mampara de cristal translúcido con la ducha y el inodoro, ¡no había paredes! y esos elementos formaban parte de lo que parecía un escenario y ¿nosotros seríamos los actores?, queríamos intimidad pero ¿hasta ese punto ?. A mi me dio una risa nerviosa...
Hubo que adaptarse y decidimos sacarle partido, era como un teatro de sombras donde las siluetas expresan sus emociones. Una ducha, una dicha ver su cuerpo deslizándose por el cristal en su máximo esplendor. Ese primer pis cuando su miembro no le obedece porque está mirando a tus tetas pegadas al otro lado del cristal. Esos sonidos irremediables de todo tipo de chapoteos.
Eso sí, compramos velitas aromáticas.
Aprendí que en vez de frustrarse hay que saber improvisar, aprendí que aunque comimos, follamos y visitamos
lo que más nos unió fueron las risas.

Luisa Mayorga
Grupo A


No me seduce

Lo de leer sentado en el váter es un deporte de no hace mucho tiempo. Vas con la imaginación dos siglos atrás y ¿qué te encuentras?, pues que casi no hay retretes. Y sin salir de aquella época, tampoco si te fijas era mucha la gente que sabía leer. O sea, que, nada de nada. Bueno, pues volvemos si te parece al presente.
Yo seré muy antiguo pero a mí lo de leer cuando el trasero aposentado en el trono, la verdad, no me seduce. Voy al baño acuciado por la necesidad fisiológica como todo el mundo, me siento en la taza y hasta cómodo me encuentro, no lo niego; pero en cuanto pego el descansón me levanto, y ya solo es mirar lo bien que funciona el principio sifón y adiós que te vaya bien, todo limpito. Es que yo lo de leer... qué quieres que te diga, si no puedo con mesa y silla, prefiero el campo, al aire libre y a la luz del sol.
Que si vas a ver, es lo más sano también para lo otro; solo el oxígeno que respiras. Además, te ahorras el papel, ¿no te acuerdas de cuando niño, que te limpiabas con un canto y tan ricamente?, pues eso. Y luego está lo bien que se airea lo más íntimo de tu anatomía; por no hablar de lo que gana en aromas, sobre todo si cuadra donde hay tomillo.

Pascual Martín
Grupo B


Un deseo

Me gustaría que alguien inventara un inodoro, en el que cada vez que se tire de la cadena, el váter se llevara también los malos pensamientos.

Luis Iglesias
Grupo B


Gallardía

Ciertos citadinos experimentan fascinación por los ambientes rústicos, carentes de comodidades, a los que dotan de romanticismo y asocian con tiempos primigenios, por los que sienten nostalgia sin haberlos conocido. Éstos se privan deliberadamente del confort para sentir en carne propia lo que tuvieron que soportar los humanos de otros tiempos y disfrutar así del sentimiento de logro que da triunfar sobre la naturaleza.
En busca de estas sensaciones y de un poco de sosiego, una pareja decide pasar vacaciones en una isla, no muy remota, pero casi virgen, con un solo caserío, y cuya extensión se podía recorrer en media hora a pie. Recientemente a la isla había llegado la luz eléctrica, suministrada por gas, que solo funcionaba en las horas más calurosas del día, para que la gente pudiera encender sus ventiladores. Carecía aún de acueducto y alcantarillado, disponía, en cambio, de albercas, letrinas, pozos de agua dulce y pozos sépticos.
El cuarto de baño estaba aparte de las cabañas (así las llamaban, aunque sería más justo decirles chozas) en pequeñas casetas con los servicios separados. En una, se encontraba el espacio para la ducha, donde no había tal, sino un sifón por donde corría el agua traída de un pozo que tenían que echarse a baldados; y en la otra caseta, estaba la taza de inodoro que daba a un pozo séptico, cuyo sistema de vaciado consistía verter agua, también traída del pozo.
Pero, pese al espíritu de aventura, no siempre resulta fácil abandonar el recato urbano, especialmente para ellas, que son las más sometidas a los rigores de la educación convencional. De modo que, Melisa (nombre cambiado para proteger la identidad de la protagonista) había logrado pasar varios días sin visitar la caseta más que para las necesidades líquidas. Sin embargo, en ciertos asuntos, el organismo derrota a la mente y finalmente a ella le llegó la urgencia mundana y poco elegante de evacuar el vientre. En esas circunstancias sabía que no podía dejarse coger ventaja, pues el pozo de agua dulce se hallaba a unos metros de la caseta que hacía las veces de baño y el esfuerzo de cargar un balde lleno de agua podría jugarle una mala pasada. Discreta, se levantó de la tumbona donde tomaba el sol y se dispuso a alejarse. 

Su novio, inoportunamente curioso, formuló la pregunta:
- ¿A dónde vas?
- Al baño, ya vengo – dijo en tono despreocupado esperando zanjar el tema.
- Acuérdate de que hay que cargar agua – la retuvo.
- Sí, ya sé, ya vengo – agregó con un sutil deje de impaciencia.
- Ten cuidado al sacar el agua…
- ¡Que sí! – respondió mientras se alejaba con paso prieto.

Al llegar al pozo lanzó con rapidez el cubo y esperó el chapoteo ahogado que indicaba que estaba llenando. Empezó a tirar de la cuerda con esfuerzo precavido cuando escuchó el familiar sonido de los pasos de su novio.

- Mira, es que me puse a pensar que, siendo tan pesado, mejor te ayudo- expresó él, solícito- Ve, y yo te llevo el agua.

Ella, sopesando las posibilidades, entendió que era lo más práctico y aceptó.
Entró a la letrina, pues eso era, la taza no alcanzaba a disimular la naturaleza del recinto, y descargó las entrañas con un leve escalofrío producto del aplazamiento. Se limpió como es debido, con el papel que el dueño de las cabañas tuvo a bien de dotar el espacio, y luego entreabrió la puerta con decoro y asomó la cabeza para pedir el agua.
Esteban estaba allí, con su aire calmoso y el balde a rebosar reposando a sus pies. Al verla asomar la cabecita cargó con el recipiente, decidido a vaciar el agua, cuando ella lo detuvo:
No, amor, presta, que yo lo hago- y alargó la mano por el resquicio de la puerta, en un intento inútil de retener en el interior de la caseta los efluvios que ya brotaban de la taza.

Está muy pesado, lo llené mucho.
No importa… - cortó la frase.
Lo vio muy resuelto, así que se vio en la necesidad de hacer la confesión:
Amor, es que hice del dos –explicó, usando el código universal con el que se trata de dar honorabilidad al non-sancto acto de cagar.

El soltó una carcajada descomplicada.
No seas boba, ¿en serio te da pena? No pasa nada, a ver quita. ç
No, no –amagó ella una protesta.

Linda, llevamos mucho tiempo juntos, ¿de verdad te va a dar pudor eso? –replicó con tono de discurso- A mí no me importa, en serio, es lo más natural del mundo, yo no le veo el misterio. Además, el agua pesa mucho para ti; tranquila, preciosa, que yo me encargo – finalizó, sacando pecho y alzando el balde con actitud gallarda, contento de ir al rescate de su dama.

Ella se ablandó. Tímidamente salió para darle espacio y se ubicó a distancia prudente para verlo operar.

Él entró. Elevó el cubo de agua a la altura requerida y en ese momento cometió el terrible error de mirar. Sus ojos no podían creer lo que veían, es que no le cabía en la cabeza, es más, a duras penas cabía en la taza. ¡Cosa más grande en la vida! Se volteó a mirarla y le vio allí paradita, con sus manos entrelazadas a la altura del regazo y no logró compaginar ambas imágenes. Ella, tan menudita, tan tierna, tan dulce… y aquello, tan grande, tan compacto, tan… abundante. Ella solo se encogió levemente de hombros como diciendo: “te lo advertí”. Él volvió la mirada a su menester, se quedó contemplándolo un instante, ya medio mareado por los innobles vapores y abrumado por la insospechada intimidad que implicaba ver y limpiar las excrecencias de su novia -cuyo impacto, en su afán de mostrarse caballeroso, no calculó. Empezó a sentir que un sudor frío le bajaba por la espalda, le temblaron las piernas, el balde se estremeció en su mano y regó algo de su contenido. En definitiva, la gallardía se le fue a los pies. Tragó seco y empezó a verter el agua en la taza, viendo con estupor cómo en lugar de irse, amenazaba con rebosarse. Se detuvo, esperó a que la gravedad hiciera lo suyo y luego continuó. Tuvo que hacer otros dos trayectos al pozo y cada vez que pasaba cerca de ella evitaba su mirada, porque lo sabía, ella, ahí paradita, con sus manos entrelazadas a la altura del regazo, era la viva imagen de la maldad. Esa ternurita escondía su picardía, sabía que en su fuero interno se partía de risa. Y él pasaba cabizbajo y desconcertado, humillado, casi como si el que hubiera cometido el acto fuera él.

Cuando terminó su labor, se limpió el sudor de la frente y por fin pudo mirarla; soltaron una risa cómplice y relajada. Él le besó la frente para comprobar que el encanto seguía a salvo; ella ni colorada estaba, el rubor inicial se le había aliviado al ver a su hombre desarmado por una plasta.

Se tomaron de la mano como si nada y se alejaron riendo hacia la playa.

Maritza García
Grupo B


Doble evacuación

Me acababa de levantar de un cubículo en un hotel del aeropuerto de Singapur, quedaban nueve horas para tomar el vuelo a Sídney y luego otro hasta Brisbane.

Pensé que en España a esta hora estarían en pleno Carnaval.

Mi jefa, me había emplumado aquel viaje, a sabiendas de lo mucho que me cabrearía y precisamente por ello ,en este orden. En esa relación amor-odio creo que iba ganando por goleada.

Salí a tomar un tentempié y se me ofreció la posibilidad de hacer un pequeño tour por la Ciudad de Singapur y decidí cambiar el chip y aprovechar la ocasión para ver mundo.

El bus era el típico ingles de dos alturas y por un plus, te arrendaban un artilugio con explicaciones en Español. Una vez en él, no se si el picante del aderezo del almuerzo, o los componentes del mismo empezaron a hacer mella en mi intestino, de tal forma, que comenzó a cobrar vida propia.

Tuve que bajar con cierta prisa a la altura del Hotel Rafools y tras inquirir a un conserje en mi detestable inglés, me dirigí más que apresuradamente, al servicio del hall del hotel.

Increíble, en el hilo musical , sonaba el Guendoline de Julio Iglesias, me pareció muy propio para la situación. El WC era de pequeñas dimensiones pero, el trono, era digno de un documental de Tokio, con botones por todas partes; di al open y se abrió la tapa (aquello empezaba bien).Me dispuse a obrar, pero una vez sentado, parecía que la situación requería más calma de lo que en principio parecía, y me dispuse a dejar que la fisiología y la gravedad combinadas, hicieran su trabajo limpiamente, dentro de lo que cabe, en semejantes circunstancias. Sorpresivamente ahora en hilo musical, sonaba Hawai Bombay de Mecano, eso reforzó la sensación de estar como en casa, de alguna manera.

Mientras esperaba resultados, volví a caer mentalmente en las redes de mi Jefa, pensaba ora en Ana Torroja, ora en el vientre, ora en mi Jefa, en fin, tenía un tiovivo mental de tres pares de ….Tratando de darle una escoba a mi imaginación, a ver si se me iba esa bruja de la cabeza, reparé en la puerta del retrete con más atención. ¡Era gloriosa!, llena de pintadas como las de toda aquella puerta de escusado que se precie, pero !ALUCINANTE!, había entre todo el revoltijo de diversos idiomas, dos Best Sellers españoles: “ En este lugar sagrado, donde acude tanta gente, hace fuerza el más cobarde y se caga el más valiente” y la archiconocida” Caga el Rey y caga el Papa, sin cagar nadie se escapa”.Me sentí como transportado a los servicios de mi querido Instituto de Enseñanza Media.

Y en estas cavilaciones estaba y empezando, por fin, a obrar, cuan de repente, sentí, que alguien aporreaba la puerta(sonaba el All you need is love de los Beatles) y se me cortaron ambos hilos, al tener que hablármelas con una señora de la limpieza nativa, que reclamaba el espacio.

Desfecho el entuerto, me volví a concentrar en lo mío, mientras una idea diabólica surcaba mi mente.

Dejé escrito en macarrónico inglés: “ call me, please, I need love” y el teléfono directo de mi Jefa y por fin evacué, en los dos sentidos.

Al salir, me encontré a la señora de la limpieza, apoyada la barbilla en el palo de la fregona, mirando con ese algo enigmático que , solo los Orientales, pueden expresar tan inexpresivamente, o bueno, pensé, quizás esté dormitando; dudé.

En el hilo música sonaba, ahora, el”Se Acabó” por María Jiménez y una son risa entre beatifica y malévola, se dibujó en mi rostro mientras me dirigía al exterior

Carlos García Riesco
Grupo A


Feliz alumbramiento

Llegando a Bilbao empecé a notar ciertos movimientos en mi interior a nivel abdominal. Aquello iba in crescendo y enseguida acudieron a mi mente ciertas escenas de la película Alien. Iba conduciendo y avisé a mi acompañante que urgía parar y encontrar un váter. entramos en la ciudad y en el primer sitio que pude aparqué. Salimos deprisa buscando un bar y entramos en el primero que vimos; fui derechito al servicio pues no os he dicho que llevaba 5 o 6 días sin sentarme en el trono.! Bendito excusado! lo contemplo y con un trozo de papel higiénico limpio la taza, bajo pantalones y calzoncillos y me siento, pero !oh! aquello no puede salir, hay un problema de tamaño-espacio; comienza la dilatación, aumento la presión, pero nada que no sale; empiezo a pensar en medidas heroicas como una episiotomia; hago una nueva intentona y !milagro! aquello dilata, dilata y comienza la evacuación. Estoy rojo y sudoroso pero lo he conseguido.

Me levanto y miro. Aquello era como la cabeza de un niño, incluso me pareció que me miraba con pena cuando tiré de la cadena y le vi marchar a empujones con la escobilla. pues se resistía a desaparecer.

Salí satisfecho haciendo el signo de la v con los dedos, y queriendo un poco mas a la madre de mis hijos y por ende a todas las madres.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Soneto al excusado

Escribir un soneto escatológico,
me propone Raúl, de una sentada,
una larga y muy cálida meada
de bello endecasílabo anológico.

La Musa entre desechos afanada,
literario festín bacteriológico,
el antro de la hez, antropológico,
lírica en asaduras procesada.

Letrina de soberbias y patrañas,
la bella que se ensucia evacuando,
trono, donde los reyes no son nada.

Poesía musical de las entrañas,
su concierto de tripas entonando,
que hacen de este soneto una cagada.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


19 de noviembre

Me pongo a escribir con una sonrisa, ¡vaya tema sobre el que voy a hacerlo!, nunca se me hubiera ocurrido, ¡y mira que todos los días paso ratos contigo! ¡Qué ingrata!, y ahí estás tú, siempre dispuesto, nunca te quejas, no me consideras egoísta, aunque solo voy a verte cuando te necesito, ¡y cómo me consuelas!

Imagino a ese grupo, que a tu costa se daría una buena comilona y percibiría una buena dieta aquel caluroso día veinticuatro de julio de 2013, seguro que todos te habían visitado “al trabajo bien desayunado, meado y cagado”, alguien en el desayuno había abusado de zumos, kiwis, cereales, alubias, beicon con huevos y ese amasijo estaba pidiendo salida, un aire con repiqueteo de tambor produjo un silencio cómplice, todos entendieron la situación, estaban mentalizados con el tema y todos a una indicaron el camino donde te encontraría, mientras ellos seguían deliberando, y por fin deciden asignar el día diecinueve de noviembre, sí, nada menos que la Asamblea General de las Naciones Unidas, ese grupo eran asambleístas, decretan que ese día será el Día Mundial del Retrete, me acabo de enterar, te lo mereces, eres lo mejor de lo mejor.

Inés Izquierdo
Grupo A


Cuarto de baño

Sucedió el día 1 de Enero.Recién empezado el Año Nuevo, solo habíamos gastado 15 horas.Nuestro protagonista, paso la mañana tranquila mente, disfrutando del concierto que todos los años retransmite T.V.E, desde Viena. Desayuno en pijama,la mañana era fría, lluviosa, día típico invernal.Pensó y se reafirmo diciéndolo en voz alta. -( Hoy me quedo cómodamente en mi sillón),disfrutando del concierto,era algo que todos los años quería hacer, y no lo lograba.
Termina el concierto y comienza a sonar el teléfono. Todos sus familiares y amigos, están interesados por saber, donde va a comer ese día.
¿Que preocupación tiene todos estas fechas por saber donde voy a estar y con quien voy a comer ó cenar?.
Una vez satisfecha la curiosidad de sus preocupados amigos y familiares, decide que ya es hora de abandonar el sofá y hacer su ritual de limpieza.Pero hoy calcula mal y en lugar de sentarse en el bidé, para limpieza de sus zonas más intimas, zas se sienta en el suelo, rebote y golpe en la cabeza.trata de tranquilizarse, y mover sus brazos y piernas, parece que no hay ningún hueso roto,
ahora el problema es como levantarse,tiene poca agilidad, cuando pierde su estabilidad y se cae.Y hoy por ser día de Año Nuevo no va a ser diferente. Como puede logra ponerse de rodillas y buscando una buena sujeción, es el bidé que no le recibió el que ahora le sirve de ayuda para poder levantarse. Paradojas de la vida. Logra terminar su arreglo personal, reza una oración en voz alta ,quiere agradecer tener todos los huesos sin quebrar, y no haber tenido que salir de urgencia al hospital.Su deseo era estar hoy en casa, disfrutar de su sofá, y eso puede seguir haciéndolo, eso si con el cuerpo magullado y dolorido.

Josefa Agustín González
Grupo B


Material biodegradable

Cuando Sara era chiquilla
lo que ya queda algo lejos
el tener que ir a evacuar
entrañaba cierto riesgo.

Disponía de un excusado
amplio donde a cielo abierto,
para hacer aguas mayores
tenía que actuar con tiento:

además de aquel papel
de los sacos de los piensos,
separadas sus tres capas
recortadas con esmero;

había de portar también
una varita de fresno
que desprendía cierta magia
al estilo de su pueblo.

En cuanto entraba tenía
espectadores atentos
entre los que destacaba
un encrestado algo fiero

que convertía el pasar
de lo abstracto a lo concreto
con su porte rojiblanco
a veces en un gran reto.

Y así apostada en cuclillas
deponía con gran valor
con las manos ocupadas
y los ojos avizor.

Luego, en un santiamén
sin saber de ecología
devoraban esas aves
lo que de entraña salía.

Desde entonces nunca ha visto
material biodegradable
volver a naturaleza
tan veloz y reciclable.

Si era cuestión de zigotos
realizar la deyección
más huevos ponían las pitas
libres de colesterol.

Como habrán imaginado
aquel baño, aseo o letrina
sólo podría compararse
con un corral de gallinas.

Mercedes González
Grupo A


Huída hacia el WC

Tener las llaves de escape flojas, conlleva circular por la vida agudizando un sexto sentido para iniciar en cualquier momento una huida hacia donde se pueda. Esto se acrecienta cuando viajas en autobuses antediluvianos por carreteras que son caminos, como lo eran la mayoría a principios de los 80. El traqueteo agita aún más todos los órganos, especialmente intestinos y vejiga. No puede ser ésta una mezcla más explosiva.

Si ya atender a un esfínter que se empeña en relajarse esté donde esté, es tarea difícil, cuando se suman los dos es harto complicado. A partir de ese momento empieza un sinvivir, un trabajo a destajo para atender un tiempo a uno sin dejar de atender al otro. Sentado en el asiento, tu imaginación empieza a funcionar, con el objetivo de reducir tiempo y kilómetros para llegar a un destino, sea el que sea. Solo pensar que puedes bajar y salir corriendo, te alivia. Qué digo correr, todo menos eso, caminar como encogido, para dirigirte hacia donde supones que hay un WC, e intentar llegar antes que tus compañeros de viaje.

Casi siempre la ficción supera la realidad, quizás porque en situaciones de emergencia, la imaginación echa el resto, facilitando el viaje hacia la meta. Ésta a veces está demasiado escondida, especialmente en bares de carretera que para ir al WC, te hacen recorrer toda la barra como si de un supermercado se tratara.

Alcanzada la meta, después de bajar las correspondientes escaleras, no importa si hay o no hay luz, el alivio que obtienes al sentarte, es tu mejor trofeo.

Antonio Castaño
Grupo A


El reflejo

Pudo distinguir la puerta marcada con la S y la silueta de mujer a pesar de su borrachera. Consiguió sujetarse sobre los tacones y las plataformas, aunque una especie de engrudo se había formado en el suelo por el papel higiénico y el agua estancada. Le dio tiempo a sujetarse el pelo antes de que el vómito salpicara toda la taza. Unos minutos más de arcadas y empezó a encontrarse mejor. Comenzó el ritual de cada noche, colocó una raya sobre la cisterna alineando el polvo blanco con las ennegrecidas juntas de los azulejos del baño. Al inclinarse sobre el váter perdió por un momento el equilibrio y sus reflejos la sujetaron contra el lavabo, frente al espejo enmohecido. Su imagen de mujer joven con exceso de maquillaje desapareció, en su lugar había una niña de unos tres años sentada en la taza con las piernecitas colgando. Se reconoció al instante por como la observaba, enredando sus dedos en las trenzas. Algo en su interior empezó a temblar y lágrimas de angustia brotaron sin freno. Salió corriendo de aquel baño sin apenas poder respirar. La noche era fría y oscura, con cristales de hielo depositándose suaves en las lunas de los coches. Su ansiedad expulsaba el vapor de su boca a mucha velocidad, hasta que el nudo del estómago comenzó a calmarse. Recuerdos de baños con olor a vómito y cloaca. Ya nada volvería a ser igual.

Dara Diego
Grupo A


El rollo de la literatura

Son las ocho y media. Desayuno tostada con aceite, nueces, café muy cargado con poca leche y el último mini croissant que aún queda en una bolsa, parte de la compra realizada días antes en el supermercado de la esquina de mi calle.

Cojo el autobús y en diez minutos me encuentro ante las puertas de la Biblioteca Nacional. Me incorporo al grupo de visitantes que avanza, lenta y respetuosamente, hacia la entrada.

Ya en el interior, de golpe, noto que el estómago reclama mi atención. Es el primer aviso. Al poco, mis tripas se agitan. En mi vientre comienza a librarse un combate entre los alimentos ingeridos. En un proceso natural, serán reducidos a sustancias desechables y, en su momento, eliminados a propulsión.

Pero hay algo que no encaja. Es como si, entre los combatientes, uno de ellos se hubiera vuelto loco y empezado a golpear todo aquello que encuentra a su paso, incitando al resto a la rebelión, a buscar la libertad, el exterior, la luz de manera urgente.

Y entonces caigo en la cuenta. Debí imaginarlo. Aquel mini croissant de otra época, aquella sustancia antigua, ha sido el precursor de tanto ajetreo. Las contracciones, como en las parturientas, son cada vez más rápidas e intensas y sé que el momento del alumbramiento explosivo es cuestión de tiempo, de un tiempo corto.

Me quedo rezagado del grupo con sigilo y, aprovechando que entran en la sala destinada a Museo, giro hacia un pasillo estrecho en busca del lugar donde poder aliviarme.

¡Dios santo! Y todo aquello en la Biblioteca Nacional. Templo del saber. Lugar donde se custodian los mayores tesoros literarios, auténticas joyas de la palabra escrita. Me siento un poco como el que mancilla una obra sagrada, pero la necesidad obliga y no estoy yo, a pesar del lugar, para mucha literatura.

Y me pregunto, y temo: ¿habrá en este recinto sagrado un cuarto en el que poder realizar un acto de evacuación como el que ya me urge más y más por momentos? ¿Qué dirán tan ilustres pensadores, literatos y hombres de ciencia cuya creación, encuadernada, se encuentra en este lugar?

Me encuentro solo y, la verdad, no sé por dónde ir, ni a quién preguntar, ni qué rumbo o dirección tomar, y pienso, y me arrepiento, de no haber leído El Camino, de Miguel Delibes. Seguro que en él hubiera encontrado la senda que necesito.

El esfuerzo por contraer y evitar lo inevitable es tal que empiezo a sudar. Es ese sudor frío que hace que te tiemble todo, que te castañeen los dientes, que se te nublen los ojos y que comience el delirio. Tal vez por eso, escucho voces: “soy Kavafis, poeta de Alejandría, pide que tu camino sea largo, lleno de aventuras”. Ya, ya. Para aventuras y demoras estoy yo. Y me viene a la memoria aquel otro título de Gabriel Miró, Años y Leguas. Eso es lo que yo siento que me falta aún para llegar. ¿Qué ruta coger? Escucho entonces la voz de Martínez de Pisón aconsejándome: “Vete por Carreteras secundarias y llegarás antes”. Las fuerzas me flaquean. Encogido, apretándome todo con el propósito de que no salga nada, siento una mano posarse sobre mi hombro y, con La sonrisa Etrusca con la que me deleitó en su momento, me dice con voz de anciano: “sígueme, yo te indicaré, soy José Luis Sampedro, confía en mí, estás En el camino, como diría Kerouac; continúa recto, gira luego a la derecha y verás la puerta que estás buscando”. “No hagas caso, ve siempre por Donde el corazón te lleve” oigo la voz italianizante de Susana Tamaro.

Sigo el itinerario marcado, pero no encuentro los símbolos, las palabras, las imágenes que representan el WC. Sólo una puerta en la que, con una caligrafía cuidada, a mano, puede leerse: Todas las almas, y debajo, firmado, Javier Marías.

No puede ser otro el acceso y pienso: cuán sublime es este lugar; hasta el punto de que para “hacer del cuerpo” necesitas adentrarte transformado en alma.

Abro la puerta con sensación extraña y me encuentro en una sala más espaciosa de lo habitual para estos menesteres pero que, paradójicamente, tan sólo cuenta con un dispensario donde poder dejar aquello que nos sobra; lo inservible, pesado y maloliente.

Avanzo rápido -tal era la necesidad apremiante-, me desabrocho el cinturón, me desabotono los pantalones, tiro hacia abajo de ellos con fuerza y me siento en lo que, literalmente y sin echar mano de la metáfora, es un trono majestuoso tallado con maderas nobles y me asalta en ese momento la imagen de El príncipe destronado, otra vez Delibes.

Respiro hondo, relajo todos los músculos y me abandono dejando que mis esfínteres protagonicen el concierto que tanto tiempo llevan ensayando. No El Concierto de San Ovidio, de Buero Vallejo, no Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío, ni el Canto General de Neruda ni, por supuesto, el Cántico espiritual del bueno de San Juan de la Cruz. Más bien se escuchan Troteras y danzaderas, de Pérez de Ayala, La Algarabía, de Semprún o el Temblor, de Rosa Montero.

Dejo que todo se alivie, como si se tratara de La Insoportable levedad del ser de la que me habló Kundera. El resultado son El Proceso y La Metamorfosis kafkianas, juntos. Sublime. Finalmente, consigo quitarme tanta opresión contenida y despedirme de tanto contenido inservible a través de un continente flexible y construido a medida. Son Los adioses de Onetti, La despedida, de Kundera, pero, con ellos llega ese Cierto olor a podrido del que me habló Martín Vigil. Olor a La Peste, de Camus y que provoca La Náusea, de Sartre. Pero es el resultado de un fenómeno natural y aprendemos a convivir con ello desde que nacemos.

Feliz, paladeo, sin embargo, este momento por lo que representa de liberación. Me veo solo, saboreo la soledad y dejo que pase el tiempo en ese estado. Minutos, horas, días, semanas, meses y hasta años, Cien años de soledad hubiera estado así, al lado, ojalá, de García Márquez. Pero me esperan, ¿o se habrán acostumbrado a mi ausencia?

Alargo mi mano derecha hacia el habitáculo que protege el rollo de papel higiénico y tiro de éste desenrollándolo con la intención de limpiar restos y adherencias dejadas en el camino y… ¡Oh, no! Sobre el papel, escrito, empiezo a leer: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”. “ Verde que te quiero verde/ verde viento. Verdes ramas…”, “Platero es pequeño, peludo, suave…”, “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…” y desenrollo más y leo más y así continúo desenrollando y leyendo, leyendo y desenrollando. ¿Qué hago? No puedo empañar tal riqueza literaria restregándola por las reminiscencias de lo que otrora fueran alimentos saludables –salvo el croissant causante de esta fatal aventura- ahora convertidos en desechos execrables y malolientes. Imposible ensuciar tanta belleza, tanta creatividad, tanta magia, tanto ingenio, tanta vida, tanta muerte, tanto amor, tanto odio, tanto y tanto a lo largo de tantos y tantos años, de tantos y tantos siglos. Imposible, imposible, imposible, im-po-si-ble, im-po-si-ble, im-pooo, immmm…zzzz.

“¡Alberto! ¡Albertoooo! ¡Vamos, despierta! Levántate o llegarás tarde. Recuerda que hoy visitas la Biblioteca Nacional. Te he preparado el desayuno. Lo de siempre: tostada con aceite, nueces, café muy cargado con poca leche y, esta vez, además, un mini croissant que quedaba en una bolsa. Cómetelo, tiene buena pinta.”

He apagado la luz, me he dado media vuelta y con voz quejumbrosa pero contundente, he respondido: “Creo que me quedaré en la cama, mamá. Esta noche algo me ha sentado mal y tengo el estómago hecho un asco”.

José Manuel Romero
Grupo A


Asamblea de váteres

En este grupo de terapia para váteres no existen límites territoriales ni ubicaciones exclusivas ni si quiera esta hecho para nombrar al vater mas feliz del mundo.
Yo soy un vater sin usar, un becario, vuestros comentarios me serviran para prestar el servicio adecuado cuando llegue mi hora. Estoy aquí como voluntario en esta sala de terapia como moderador aunque me he permitido antes hacer preselección y separarlos por grupos, luego os conoceré a todos. Los grupos en los que he pensado son:

Vateres domésticos.

Vateres públicos: en este grupo me he atrevido a separarlos en dos grupos a) público hosteleria, b) público otras dependencias.

Váteres raritos: son los que no encajan en ninguna de las dos categorías anteriores pero que nos pueden dar una visión más completa de nuestra labor en este mundo.


Vateres domésticos:
1.-Yo siempre limpio (una mujer se empeña en poner sobre mí todo tipo de productos químicos y ando todo el dia axfisiado)

2.-Los chicos que cada día miccionan en mis dependencias no saben que existo, los chorretones no me importan ya mucho, pero si la costra que me saliendo en el fondo y que a veces escuece y todo.

3.-En mi casa me limpian lo justo, estoy agusto pero no soporto la cal que tiene el agua me deja rugoso y salen cosas negras que rascan de vez en cuando con desespero y si la cosa se pone peor tengo que tragarme media botella de salfumán, ahogarme y después soportar esa asquerosa escobilla dura que aveces daña hasta mi esmalte.


Váteres públicos
1-.Inodoros hosteleria

1-.Trabajo en una discoteca de moda, me limpian por la mañana a manguerazos, siempre tengo cola esperando cuando estoy de servicio, el suelo siempre suele estar encharcado y no puedo deciros de qué, tengo mucha carga de trabajo y nadie me cuida e incluso aguanto hasta vomitos, he perdido el sentido del olfato pero es lo unico que conozco en esta vida al menos solo veo partes púdicas de jóvenes y adolescentes.

2-.Lo mio es un bar de tapas hay un chico que se ocupa de mi (bueno fuera también se ocupa de casi todo) por la mañana vienen abuelos con problemas de próstata a leer el periódico y siempre me visitan ( luego ninguno se lava las manos) después viene gente más joven constantemente y aqui si que hay de todo cuando acabo con ese jaleo, el chico me pega un repasito rápido y la tarde noche está llena de visitas, es muy entretenido ver tanta diversidad de personas y costumbres, a veces los chicos me salpican y las chicas nunca se sientan ( a estas horas la gente si se lava las manos).

3-.Estoy en un chill-out de gente Vip, la mayoría atusan sus ropas y se maquillan, siempre estoy limpio y el lavabo dispone de multitud de utensilios necesarios como pañuelos de papel, peine, toallitas, colonias, etc… pero no dispone de un espacio llano por eso a veces bajan mi tapa y con tarjeta de crédito en mano se hacen unas rayas.

2-.Inodoros otros espacios

1-.Vivo en un area de servicio en la autopista, la gente va rápido antes estaba siempre muy sucio, ahora siempre tengo papel y un gran cartel en la estancia que reza, “se respetuoso, dejame como me encontraste” y hay una lista con firmas de las personas que pasan por si alguien no lo ha hecho así.

2-.Yo doy servicio en un centro comercial, tengo muchos compañeros, es un espacio muy amplio y las chicas vienen de dos en dos, hablan de moda y de dinero se retocan un poco y se mezclan con niños y padres de todas las edades, suelo ver a la misma gente siempre (o al menos el perfil simpre es el mismo) mamás cambiando pañales, señoras mayores con prisas y locura total en algunos momentos pero al menos me dejan dormir limpio y tranquilo.

3-.Los raritos

1-.Yo soy muy diferente, tengo una forma rara y soy de metal me instalaron con mucha seguridad en un centro penitenciario, me tratan mas o menos bien porque si no tienen que limpiarme .

2-.Yo vivo agobiado en un espacio minúsculo, no tengo muchas visitas y eso que viajo mucho, (tanto despegue y aterrizaje) lo peor es que vivo estresadisimo por mi mecanismo de succión, asusta mucho pero me mantiene en un estado aceptable.

Agradezco me hayais contado todas vuestras experiencias, incluso creo que buscare la manera de resbalar sin querer de las manos del fontanero antes de ser instalado.

Esther Yubero 
Grupo A


Baño

Me levanto de la silla donde estoy estudiando acompañado de un libro, al entrar en el baño me siento en el váter para intentar evacuar , en el transcurso de la evacuación abro el libro para seguir leyendo por la pagina donde me había quedado.

David Álvarez
Grupo B


El cónclave

Se celebraría el cónclave del váter en la Mansión d´Olor.
En el salón de la estancia estaban ya dispuestos en círculo los veinte váteres para los asistentes y un trono central para el Mayor.
La celebración se desarrolla a través de una puesta en común dónde los participantes se relajan durante noventa minutos y permiten que su cuerpo actúe de manera independiente liberado de la coerción de la mente.
La misión de los Ponedores es conseguir depurar los intestinos y enriquecer la microbiota utilizando la técnica de los cruces fecales y así logran reforzar la inmunidad de la comunidad.
A la salida, la mente regresa a un cuerpo revitalizado por completo.

Antonia Oliva
Grupo B


Juego peligroso

Lo tenía decidido, había hecho venir a su amigo, el chapuzas, a casa, para que le cambiara el inodoro que había llegado a ser un problema, le confesó. Pero él sabía que era mucho más que eso. Era un caso claro de supervivencia.

Todo comenzó una mañana varias semanas después de acomodarse en la nueva casa. Se levantó y al entrar en el baño su mirada se detuvo en el váter. En el acto una corriente de aire polar recorrió todos los poros de su cuerpo quedando incapacitado para dar rienda suelta a la meada que pujaba por salir.

A raíz de este episodio sus visitas al váter se prodigaron sin motivo aparente. Sentía una atracción incomprensible hacia el W.C. Y más, cuando comenzaron las visiones donde el placer sexual se dilataba en el tiempo hasta alcanzar el éxtasis.

Esta práctica se prolongó durante meses en los cuales fue perdiendo peso, apetito y capacidad de concentración, incluso fortaleza física. Se decía a sí mismo que tenía que abandonar este juego peligroso que escapaba a su control. Sin embargo reincidía sin saber la causa de aquella atracción fatal que no atinaba a discernir. Asqueado por esta debilidad morbosa decidió pasar fuera de casa el mayor tiempo posible para evitar asomarse al pozo de sus miserias. Pateaba las calles sin rumbo hasta que agotado regresaba a casa, se tumbaba en la cama y candaba la puerta del dormitorio con llave. Era un miedo irracional el que sentía, y así mismo el poder que atribuía a aquella sanguijuela de roca que le devoraba las entrañas. Lo sentía en sus carnes.

El día en que tomó la decisión de sustituir aquel engendro del mal, se había mirado en el espejo sin reconocer la imagen que éste le devolvió. Era la sombra letal de sí mismo.

Miraba el reloj con impaciente espera, pues solo faltaban unas horas para que su amigo viniera y diera fin a aquel terror de saberse atrapado en el corredor de la muerte. Se quedó dormido con la esperanza de un mañana que relajara su espíritu atormentado.

Dos días después las noticias difundían el caso de un hombre que había sido hallado muerto en el dormitorio de su casa, cuya puerta mostraba un enorme boquete. Al parecer, cosa increíble, el finado había sido víctima de vampirismo, ya que en su cuerpo no fue hallada una gota de sangre.

Pepita Sánchez
Grupo B


Suceso en un cuarto de baño
Sucedió el día 1 de Enero.Recién empezado el Año Nuevo, solo habíamos gastado 15 horas. Nuestro protagonista, paso la mañana tranquila mente, disfrutando del concierto que todos los años retransmite T.V.E, desde Viena. Desayuno en pijama, la mañana era fría, lluviosa, día típico invernal. Pensó y se reafirmo diciéndolo en voz alta. (Hoy me quedo cómodamente en mi sillón), disfrutando del concierto, era algo que todos los años quería hacer, y no lo lograba.

Termina el concierto y comienza a sonar el teléfono. Todos sus familiares y amigos, están interesados por saber, donde va a comer ese día.

¿Que preocupación tiene todos estas fechas por saber donde voy a estar y con quien voy a comer ó cenar?.

Una vez satisfecha la curiosidad de sus preocupados amigos y familiares, decide que ya es hora de abandonar el sofá y hacer su ritual de limpieza.Pero hoy calcula mal y en lugar de sentarse en el bidé, para limpieza de sus zonas más intimas, zas se sienta en el suelo, rebote y golpe en la cabeza.trata de tranquilizarse, y mover sus brazos y piernas, parece que no hay ningún hueso roto,

ahora el problema es como levantarse,tiene poca agilidad, cuando pierde su estabilidad y se cae.Y hoy por ser día de Año Nuevo no va a ser diferente.Como puede logra ponerse de rodillas y buscando una buena sujeción, es el bidé que no le recibió el que ahora le sirve de ayuda para poder levantarse. Paradojas de la vida, logra terminar su arreglo personal, reza una oración en voz alta, quiere agradecer tener todos los huesos sin quebrar, y no haber tenido que salir de urgencia al hospital. Su deseo era estar hoy en casa, disfrutar de su sofá, y eso puede seguir haciéndolo, eso si con el cuerpo magullado y dolorido.

Josefa Agustín González
Grupo B


Comienzo en el váter
Es tarde y en este bar ya solo quedamos lo mejor de cada casa. Todos en parecido estado de embriaguez. El aire está denso y pesado, desde hace rato nos dejan fumar dentro, como antes. Estoy terminando la ultima copa, ¡esa copa!, la que sienta mal. Me cuesta enfocar. Me dirijo torpemente al servicio. Entro, y tengo que apoyar la mano en la pared. No hay nadie esperando pero las dos puertas estaban cerradas y se oyen murmullos. Voy hasta el lavabo para mojarme la cara, pero hay restos de la cena de alguien que no ha llegado al váter. Una arcada sube hasta mi garganta. Me apoyo en la pared y trato de concentrarme en respirar o yo también tendré que acudir al lavabo. Miro las dos puertas, continúan cerradas. De una me llega el sonido de un inspiración larga y profunda, alguien está consumiendo sus recursos para terminar bien la noche. Detrás de la otra no se oye nada, aguzo el oído y me llegan unos gemidos entrecortados, otros que están apurando su fin de fiesta. ¡Joder! ¡Necesito un retrete libre ya!.

Tambaleándome me voy al servicio de los chicos, quizás tenga más suerte. Al abrir la puerta me recibe un fuerte olor a orina acumulada, que ayuda a aumentar mis ganas de vomitar. Entro, haciendo chof chof, con mis zapatos nuevos sobre el liquido negruzco del suelo y una nueva arcada me acaricia la garganta. Veo una puerta entreabierta y me precipito hacia ella, la empujo fuerte, rebota en la pared y me da en la frente. El golpe no hace más que aumentar las ganas de meter la cabeza en esa taza de váter, donde vacío los treinta euros en copas que me he tomado esa noche. Ya con el estómago más calmado, veo por el rabillo del ojo izquierdo unas zapatillas y levanto la vista asustada hasta un chico pegado a la pared que me mira desconcertado. Me echo para atrás rápidamente. Debió retirarse precipitadamente porque todavía lleva la bragueta abierta. No hablamos, solo nos miramos, cuando llega a mi cara leo en sus ojos una señal de alarma mientras noto que un liquido espeso se desliza por mi frente. Me llevo la mano a la cara y ahogo un grito, estoy sangrando. Miro la sangre y al chico varias veces y siento que me flaquean las piernas. Él rompe el silencio.

- Tranquila- susurra.

Y yo, no sé por qué, me asusto mas. Y logro salir a trompicones del sucio retrete.

- Tranquila -repite ya fuera también-. Es solo un corte pequeño, no es grave.

Intenta alargar el brazo para tocarme y yo le doy un manotazo y un empujón. Estoy fuera de mi.

- Tranquila, soy médico.

Y esta vez sí surte efecto, le dejo acercarse, después de todo me ha visto vomitar, mirarlo con miedo, empujarlo y no ha salido huyendo de la loca del baño que es lo que debo parecer. Y es médico.

Noto que está rebuscando en mi bolso y me entra el pánico otra vez. ¡Quiere robarme!. Lo empujo lo más lejos de mí que puedo mientras él me enseña un paquete de klínex que me acaba de sacar del bolso.

- Solo quiero limpiarte la herida -vuelve a acercarse señalando visiblemente los pañuelos.

Decido ya dejar de portarme como una gilipollas y dejo que me pase el klínex húmedo por la herida, ya no sangra pero me duele.

- No es nada -dice al fin-. Ahora vamos a salir para que nos den un par de hielos para el golpe y me digas algo para que sepa que no eres muda. Me agarra del brazo y tira de mi hacia fuera.

- Oye, digo por fin, ¿ de verdad eres medico?

Él vuelve la cabeza y me contesta con una sarcástica sonrisa que también se ve en sus ojos.

Beatríz GorjónGrupo A


Baño espacial
Verás millones de estrellas
Dibujadas en el cielo nocturno,
Cuando todas las demás luces de nuestra nave espacial
Se hayan apagado.
Un montón de diminutos puntos recopilados en el cielo estelar.
A su paso, la nave espacial se abrirá camino entre miles de constelaciones.
Millones de meadas simétricas,
Que al tirar del inodoro
Flotarán miles y miles de kilómetros.
Es enorme, con revistero incluido
Para cuando el apuro nos llama.
Aún así cuesta empezar
Imagino que como todo lo que cueste estrenar.

Iria Costa
Grupo B