Por qué vivimos a las afueras de la ciudad

Las sesiones del 22 y 23 de mayo estuvieron dedicadas a las mudanzas. Tomamos como referencia un libro fantástico, en todas las acepciones de la palabra, titulado "Por qué vivimos en las afueras de la ciudad" de Peter Stamm e ilustrado por Juttra Bauer. En él un niño cuenta cómo su familia se muda una y otra vez de vivienda hasta encontrar el lugar ideal a las afueras de la ciudad.
Puedes conocer más de cerca dicho libro en una reseña de Marcela Carranza en la revist digital "Imaginaria". 



Dejamos aquí, como botón de muestra, los textos que abren y cierran el libro:

Cuando vivíamos en la casa de la luz azul

Cuando vivíamos en la casa de la luz azul, brillaba cada día el sol caliente y teníamos que dejar las cortinas cerradas. De la mañana a la noche escuchábamos la música de la escuela de baile del último piso y, a veces, olía a lilas en primavera. En el pasillo, estaba siempre encendida la luz azul, también de día, y cuando nos íbamos a la cama, no cerrábamos la puerta para poder verla. A veces escuchábamos pasos y no sabíamos de dónde venían ni de quién eran, y después todo estaba tranquilo durante días. Cuando llovía, oíamos el agua que corría por la cuneta, y las gotas que caían en el pavimento desde las hojas de los árboles tuliperos. Papá leyó cuatro periódicos, mamá compró tres sillas, la abuela tricotó dos pares de calcetines a rayas para cada uno y el abuelo perdió unas gafas de sol. Pero mi hermana estaba siempre triste. Por eso nos mudamos al autobús.

Cuando vivimos en las afueras de la ciudad

Desde que vivimos en las afueras de la ciudad, nos va cada vez mejor. Vivimos en una casa grande que es igual que la casa que tenemos a la izquierda y que la que tenemos a la derecha. No tenemos jardin, pero detrás de la casa crecen flores. Las bicicletas, las guardamos en el sótano. No nos da miedo la oscuridad. Olmos tocar las campanas de tres iglesias y a veces oímos el viento, y a veces, la lluvia. Muchas cosas son iguales cada día y algunas cosas son distintas cada día. Echamos mucho de menos al abuelo, pero el tio viene todos los lunes a visitarnos. Entonces nos cuenta lo que ha leido o lo que la mujer de la tienda de quesos le ha contado. La tía nos ha escrito hace poco y dice que vuelve a tocar el violin, y que se alegraría de recibir nuestra visita alguna vez. Nuestra casa tiene cuatro esquinas, el año tiene cuatro estaciones, hace cuatro años que nos hemos mudado y aquí vivimos, y aquí nos queremos quedar por mucho tiempo

Hablamos de los motivos principales por los que se muda una familia o una persona e hicimos inventario de las cosas reales (y una imaginaria) que nos llevaríamos en una mudanza. ¿Quiénes nos acompañarían en ella? ¿Llevaríamos al perro, al gato, las hortensias del comedor y la pecera del cuarto de estar?

Hay un magnífico haiku escrito por un niño japonés de 7 años que dice:

Hikkoshi no ichiban ato ni kingyô kuru

En la mudanza,
lo último que llega:
los peces de colores


Un artículo de Raúl Vacas titulado "Mudanzas" nos sirvió para ahondar aún más en el sentido póetico de dicha palabra:

De mudanza en mudanza. Así se pasa la vida. De permuta en permuta, de mutación en mutación. De nido en nido, como el cuco
Mudamos nuestro cuerpo del envoltorio materno a la vida de afuera. Mudamos nuestra voz para gritar más alto que los otros al tiempo que dejamos el hogar de la infancia entre los cromos. Mudamos las plumas de los sueños que, noche a noche, le dan alas al vuelo y, día a día, nos mantienen vivos. Mudamos la piel, igual que las serpientes, con los rayos del sol y dejamos la huella del que a diario somos envuelta en la rutina, lejos del mar, a sólo una manzana de cualquier paraíso. Mudamos el corazón y todos sus asuntos, cuidadosamente embalados en las cajas del tiempo y del recuerdo, o en las cajas vacías del olvido ?mucho más frágiles- para buscar cobijo en otro cuerpo.
Nos mudamos de ropa en los probadores de las tiendas de moda, en los cuartos de baño, a los pies de la cama, junto al ataúd.
Una a una desdoblo las palabras que forman mi equipaje y las ordeno en los armarios de este breve espacio en el que soy y seré a partir de ahora. Atrás dejo mi cuerpo transmutado.
Abro los ojos. Reparto la mirada entre las calles y cigüeñas de este nuevo hogar y siento la mudanza de la luz.


Y nos reímos un buen rato con este meme relativo a las mudanzas:



Propuesta de escritura:

Escribe dos textos al estilo de los de Peter Stamm que reflejen una mudanza. Elige primero un lugar real o uno imaginario para que la mudanza sea de la realidad a la fantasía o viceversa. Explica cómo era la vida cuando vivías en ese lugar. Qué hacían tus familiares y por qué motivo tuvisteis que mudaros. 


Y estas son las tareas recibidas hasta ahora:



Las mudanzas

Mis padres, mi hermana, mi abuelo y yo vivíamos en una casa en un pueblecito de la provincia de Salamanca. Como llevábamos varios años viviendo en el mismo sitio, decidimos mudarnos. Por qué no vamos al cielo dije yo. Y al cielo que nos fuimos todos.

Nuestra única tarea en el cielo era acudir todos los días a una gran explanada, acomodarnos lo mejor posible y dedicarnos a la contemplación de Dios. La tarea era sencilla pero aburrida. Un día mi abuelo se quedó dormido, le vieron Los Ángeles custodios y le riñeron. Entonces decidimos mudarnos y nos fuimos al infierno.

En el infierno había muchísimas actividades que llamaban tormentos. Después de ver el listado elegimos el del sillón, porque aparentemente era el más cómodo. Había que colocarse en una fila, todos desnudos, esperando a que nos llegara el turno de sentarnos en el sillón. De lejos parecía un sillón normal, pero al irnos acercando pudimos observar que en medio del asiento había un enorme clavo afilado con la punta hacia arriba en el que nos obligaban a sentarnos de forma brusca. Los que iban delante se paraban a unos metros del sillón cogían carrerilla, daban un saltito y media vuelta y caían sentados mirando hacia nosotros. Todos al caer gritaban y se retorcían de dolor. Antes de llegar nuestro turno, un adjunto de Pedro Botero nos informó que la prueba consistía en clavarse la punta justo en el centro del ojete; que, si te la clavas en los glúteos o en las piernas, no vale, hay que repetir. Hasta que no completes la prueba como mandan los cánones no pasas a la siguiente.

Después de varios intentos todos lo conseguimos, pasando al siguiente tormento llamado la piscina.

Aquello era todo menos una piscina. Era un enorme pilón lleno de ****** blandita y humeante. Observamos que había un montón de gente metidos con la ****** hasta el cuello. Cada pocos minutos pasaba una especie de cuchilla enorme a ras de la superficie, con lo que había que coger aire y meter la cabeza dentro para que no te cortara el cuello. Tenían que limpiarse rápidamente los ojos y estar pendientes de cuando volvía a pasar la cuchilla. Así una y otra vez hasta que te cortaba el cuello, entonces desaparecías y pasabas al siguiente tormento. Mi hermana dijo que aquello le daba mucho asco y que ella no se metía en la piscina. Así que decidimos trasladarnos de nuevo.

Después de aquellas experiencias, decidimos por unanimidad volver a la casita del pueblo.

José Luis Fonseca
Grupo A


Cuando vivíamos en las películas de gánsteres

Cuando vivíamos en las películas de gánsteres, todos los días había tiroteos, persecuciones y teníamos que pagar a los matones que nos “protegían”. La mitad de las ganancias del quiosco eran para la mafia, mi hijo tenía que pagarles treinta centavos para jugar al baloncesto en la cancha comunal, mi mujer no salía de casa para evitar complicaciones, a mi hija la pretendía el nieto de un matón...También había momentos buenos, como la vez que vimos a Tony Curtis, Jack Lemmon y sobre todo a Marylin. Pero el día que una bala perdida le rompió el bastón a mi padre, dejamos todo y nos mudamos a una cabaña en las montañas.

Cuando vivíamos en una cabaña en las montañas

Cuando vivíamos en una cabaña en las montañas, pude utilizar todo el contenido de mi caja de herramientas. Reparé todo lo reparable de aquella vieja cabaña. Todavía conservo las fotos que hice del bosque, del paisaje, de la flora y de la fauna. Contemplé muchas aves diferentes, tallé animales de madera con mi navaja y leí muchos libros. Pero mis hijos no tenían amigos con los que jugar, solamente Heidi, Pedro y el perro Niebla aparecían de vez en cuando por nuestra cabaña. Pero nunca llegaron a hacer buenas migas. Tampoco mi mujer tenía vecinas con las que perder el rato ni mi padre unos compañeros para jugar al mus. Por eso decidimos mudarnos a un piso en la Place du Forum, en Arlés.

Cuando vivíamos en un piso en la Place du Forum, en Arlés

Cuando vivíamos en un piso en la Place du Forum, en Arlés, la vida era muy apacible. El cielo tenía un color azul imposible, los campos eran de un intenso amarillo anaranjado, las plantas lucían colores verdes cambiantes, los muebles eran muy toscos y los edificios retorcidos. Allí teníamos gente con la que relacionarnos y nada nos molestaba, aunque por las noches la Terrace del café situado en el bajo de lacasa permanecía abierta hasta altas horas. Durante una temporada el holandés pelirrojo acudía con las pinturas y los pinceles, llenando de vivos colores un cuadro de pequeñas dimensiones. Fue entonces cuando todos nos aficionamos a la pintura. El holandés nunca vendió un cuadro, discutió con el colega con el que convivía y acabó con una oreja cortada e internado en un sanatorio mental. El cielo se llenó de pájaros negros. Nos apenamos tanto que decidimos cambiarnos a un lugar de ensueño.

Cuando vivíamos en un lugar de ensueño

Cuando vivíamos en un lugar de ensueño llamado Disneylandia todo era maravilloso. La música de “sé feliz” se escuchaba continuamente, había cabalgatas con los personajes más queridos y carritos para comprar todas las chucherías de la felicidad. De día, todos sonreían, de noche, todos sonreían. Los buenos siempre ganaban a los malos y todo era siempre políticamente correctísimo. Después de una semana de entretenimiento y un mes de aburrimiento, todos, mi mujer, mi padre, mi hija, mi hijo, mi madre que hasta entonces no había dicho nunca nada en voz alta y yo, decidimos volvernos a Chicago.

Manuel Medarde
Grupo A


Mudanzas

Fue instalarnos de nuevo en Salamanca yacabarse los problemas. Veníamos curados de inconformismos trashaber residido un tiempo en todas y cada una de las otras 49 capitales de provincia de nuestro país. Razón tenía el abueloJonás (charro él como nadie),cuando antes de partir al primer destino rezongaba: «No sé a qué viene la mudanza, hijos; hay a nuestro alrededor mucho más bien del que se necesitapara ser feliz», y no se privó de abundar sentencioso: «…no sabe uno lo que tiene hasta que lo pierde».
Pero todo está bien si bien acaba. El regreso a Salamancade la familia trajo para todos la más completa felicidad, convencidos como estábamos de que los ajetreos habían terminado. Incluso los peces del acuario volvieron a sonreír. Cómo imaginar que habría de ser el abuelo Jonás precisamente quien propusiera una mudanza postrera. «Pero yo solo, tranquilos» precisó, «nada más que me tendréis que llevar». Y así se hizo: nicho 283 de la tercera galería. D.E.P.

Pascual Martín
Grupo B


La Mudanza

Cuando vivíamos en una nave espacial estábamos muy contentos, especialmente al principio, porque todo era nuevo y divertido.

Mi abuela podía deambular sin apoyar los pies en el suelo, así no le dolían las piernas y decía que se sentía ligera como una pluma. Mi abuelo leía el periódico y si no lo sujetaba bien, se le escapaba de las manos y tenía que ir detrás suyo. Cuando lo cogía de nuevo, tenía que poner en orden las hojas y eso le enfadaba un poco.

Mi hermano y yo jugábamos al pilla-pilla pero terminábamoscorreteando por el techo, cabeza abajo. Mi padre decía que era efecto de la gravedad. Él sabe mucho de constelaciones, galaxias y planetas y nos ha prometido que nos dejará visitar la Osa Mayorsi nos portamos bien.

Mi madre está feliz porque no tiene que cocinar pues con las cápsulas nutritivas no tiene que pasarse horas en la cocina y puede hacer otras cosas que le gustan más .

Cometa, nuestra perrita, no se acaba de adaptar del todo. Se pasa el día escarbando la tierra de las macetas que cuida mi abuela y con el hocico manchado nos mira con tristezay es por eso, y por alguna cosa más, que mis padres han decidido mudarse a otro lugar.

No sé dónde nos llevarán pero por lo que les he escuchado cambiarán la nave espacial por un submarino para conocer las maravillas que esconden las profundidades marinas. Lo que está claro es que a mi familiale gusta cambiar de escenario de vez en cuando.

Marian Pérez Benito
Grupo A


La mudanza definitiva

Cuando vivíamos en la casa-barco sobre el río los pequeños pescaban sentados en el alfeizar, las piernas hacia afuera, sintiendo el agua entre los dedos de los pies. En el crepúsculo, el arrullo de los pájaros de la ribera aligeraba las cargas acumuladas durante la jornada. Leer acunado por las corrientes recreaba el alma. Pero nada de eso veíamos entonces. Advertíamos más las complicaciones que teníamos para alcanzar la orilla. Y el engorro de estar cada día un poco más lejos del trabajo. Así que una noche varamos y, a hurtadillas, nos marchamos.

Cuando vivíamos en la cantera abandonada, el piano de mi mujer ya no se desafinaba con la humedad. Las pizarras no eran digitales. Y fisgar en la escombrera los domingos, anhelando encontrar brillantes mármoles, nos hechizaba. Pero nada de eso veíamos. Lo que entonces nos molestaba eran los pedernales rajando las ruedas y los tufos del agua retenida en las antiguas cisternas. Así que una mañana al alba, nos marchamos con prisas.

Cuando vivíamos, por fin, bajo el gran árbol, temblábamos en las tormentas, las sillas no asentaban por culpa de las raíces y la vacilación de la mesa hacía caer los papeles. Pero esta vez nada de eso nos importaba. Porque nuestros pasos se acompasaban al ritmo de las hojas movidas por la brisa. Porque veíamos nuestra mirada jugueteando con la luz filtrada por las ramas. Y porque conversábamos juntos. Y conversábamos juntos tanto y nos juntábamos tanto para conversar, que terminamos unidos. Tanto que nos fundimos con el árbol y fuimos sabios.

José Carlos Gómez Sánchez
Grupo A


Cuando vivíamos en la casa de la montaña

Cuando vivíamos en la casa de la montaña al lado de los volcanes, veíamos como se agolpaban las estrellas alrededor del cráter.
Las noches eran frías, e invitaban a reunirnos alrededor de una hoguera bajo la luna.
No teníamos luces, nos alumbraban sus plateados rayos; papá tocaba la guitarra, las niñas bailaban por soleares y sevillanas.
La brisa cabalgaba en el viento, las nubes nos traían miles de gotas saladas, que viajaban desde el océano, salpicando en la retama.
Pero a mamá no le gustaba la montaña y decidimos mudarnos a la ciudad al lado del mar, donde el azul del cielo le traía calma.
Era feliz, paseando por la playa, viendo revolotear las gaviotas alrededor de las barcas.

Pedro Gómez
Grupo C


Cuando vivíamos en el cuarto de las lágrimas

Yo no puedo decir que me haya mudado muchas veces de casa, pero la realidad es que sí me he mudado mucho, he cambiado tanto de estilo de música, de estilo de vestir, de peinado, incluso de cuerpo, podría decir que me he mudado de vida, de una habitación a otra.
Me acuerdo cuando vivía en un cuarto muy oscuro, apenas comía y de mí no dejaban de brotar lágrimas y lágrimas que parecía, era lo único que alimentaba mi deseo de dejar de ser y de repente, un día, no sé cómo ni por qué; ya que todo aquel que entraba en mi tenebroso cuarto de las lágrimas salía peor de lo que había entrado; hubo alguien que supo entrar, llegar hasta donde yo estaba, que no creo que fuera fácil por que no se veía nada; llegó hasta mí, me tocó el hombro y comenzó mi mudanza.
Empecé con un papel y un boli, después pasé al cuaderno y poco a poco parece que empecé a acercarme a la puerta de este cuarto hasta que en verdad lo supe, quería mudarme de la oscuridad y encontrar la luz. Decidí seguirla pero antes tenía que dejar todo aquello que quería bien ordenado para poder mudarme a un cuarto lleno de luz, espacioso para poder meter todos mis bonitos recuerdos, experiencias y aunque yo no lo sabía, todo lo que había aprendido.
Nadie estaba cómodo en el cuarto de las lágrimas, mi madre, ni siquiera mi padre que parece que nada le importa, a mis amigos tampoco, me había alejado de ellos; así que decidí mudarme de una vez por todas al cuarto de la luz.

Cuando me mudé al cuarto de la luz

Y de repente, aquí estaba, con miedo por que no sabía dónde estaba, para mí todo era nuevo, todo estaba vacío y yo; con la ayuda de mis seres queridos y desprendida de todo y todos cuantos me aferraban al cuarto de las lágrimas; llevaba todo con lo que quería llenar este cuarto tan luminoso.
Aquí quería dejar mis recuerdos, quería dejar mi vida de antes pero no quería olvidarme de quién soy y tenía el corazón enfermo, por eso necesitaba uno de recambio, así que lo saqué de la maleta y mi familia sonriente me acompañó en el trasplante, mis amigos me agarraron de la mano hasta que…
Un día desperté en una cama con sábanas blancas, simbolizaban un nuevo despertar, me incorporé, miré a mi alrededor y sabía que tenía mucho trabajo por delante pero ahora sabía que también tenía las fuerzas y adivina qué, aún estoy colocando todas mis cosas, desechando alguna que otra que se me había colado en la maleta, y sí, hay días que la habitación se torna algo pálida pero en seguida la vuelvo cálida.
Tengo claro que es aquí donde me quiero quedar, con quien me quiero quedar y como me quiero quedar, aunque… no digo que sea para siempre.

Claudia García
Grupo C


Cuando vivíamos en el río

Cuando vivíamos en el río siempre estábamos muy limpios. No necesitábamos toallas, ni sábanas, ni pijamas, ni cambios de ropa. Ni siquiera servilletas. Mi madre estaba feliz. A la hora de dormir simplemente cerrábamos los ojos y en aquél colchón de agua se conducían nuestros sueños. Andábamos ligeros y flotábamos por doquier, como si las corrientes nos llevaran a donde quisiéramos, o a donde no imaginábamos poder estar: pantanos llenos de cocodrilos, que nos saludaban con seriedad, canales cobrizos repletos de toninas que jugueteaban sonrientes con cada uno de nosotros, y riberas salinas donde algún pez sapo se escondían debajo de la arena pesada, listo para atacar. El abuelo estaba feliz, pero comenzó a sentir mucho frío con tanto descampado y humedad. Y los peces ya estaban molestos con tal ostentación, porque al igual que ellos andábamos todo el día río arriba, río abajo, río adentro. Y cuando teníamos hambre nos comíamos a sus congéneres más pequeños, eran más fáciles de masticar. Claro, eso iba en contra del cumplimiento de su ciclo vital. Si la generación de relevo desaparecía tan pronto, no tendrían adultos jóvenes suficientes para garantizar la perpetuación de su especie. Todo estaba muy bien pensado. Entonces entre una y muchas razones nos mudamos a las raíces de un árbol gigante.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Cartas de navegación

Todas las noches intento leer antes de dormir, no importa lo descansado que esté, inmediatamente quedo dormido y comienzo a soñar. Suelo tener sueños agradables, no soy dado a tener pesadillas, aunque alguna me ha visitado. Así he conocido muchos lugares y he encontrado personas y otros seres especiales. En mis fantasias tengo habilidades y poderes que no están a mi alcance cuando estoy despierto. Volar me gustó al principio pero, a todo se acostumbra uno, en ocasiones llega a ser hasta aburrido.
Lo más impresionante que me ha ocurrido ha sido ganar una medalla de oro en las Olimpiadas de Béjar de 2036. Patinaje artístico en la categoría de parejas mixtas. No me acuerdo del desarrollo de la prueba, tan solo de la entrega de medallas. Allí estaba yo junto a mi pareja, todo el estadio nos aclamaba, tan elegante con mi uniforme de la selección olímpica y ella magnífica con su cuello esbelto, fuerte y delicado a la vez. No recuerdo haber hablado con Elena pero sé que es una mujer muy interesante. El sueño continuó en los vestuarios. Todos mis compañeros querían ver la medalla, tocarla y ponérsela. Abrazos, apretones y un señor de Cuenca, que decía ser mi entrenador, empeñado en que recibiera a la prensa.
Qué decepción despertar, tenía que hablar con Elena, saber algo de ella.
Desde aquella noche no he parado de buscarla. Cada noche con un libro como salvoconducto comienzo. He apendido a moverme en en el tiempo y en el espacio en mis ensoñaciones. Anoche regresé a Béjar el día de la competición, pero me pasé todo el rato en la parada de taxis de la Corredera discutiendo con una municipalmuy contrariada por lo sucio que estaba mi vehículo. Qué vergüenza tener los taxis tan sucios en días históricos para laciudad, me dijo. Al final solo tuve tiempo para comprar el periódico y leer su nombre: Elena Berezhnaya. No hay tiempo que perder, tengo que despertar y apuntarme a clases de ruso.

Enrique Martínez
Grupo C


Olores familiares

Estoy paralizado, no puedo mover un músculo.Ni cerrar las pesatañas, algo me paraliza totalmente. Estoy solo y asustado, no hace frío ni calor, no sé si estoy a oscuras o puedo ver; el silencio es total. Ya he tenido esta sensación otras veces, es espantosa, voy a entrar en pánico, tampoco puedo gritar. Una idea salvadora inunda mi cabeza, estoy soñando.
Abro los ojos, veo la lampara del cuarto de la casa de huéspedes, es horrible. Tengo miedo de no poder moverme. Los ojos me responden, puedo ver la ventana por la que entra el sol y el ruido de la calle. El olor a repollo que se cuela en la habitación me ayuda a saber que estoy vivo y sano. Para confirmarlo, me rasco la cabeza con la mano derecha, funciona.

Enrique Martínez
Grupo C


Vivir en un confesionario

Vivir en un confesonario no es recomendable, se pasa mucho tiempo solo. En estos días tienen cada vez menos uso. O la gente no peca o no lo confiesa. Hace cincuenta años, muchas personas eran de comunión diaria, pero hoy, solo algunos días señalados se forma cola para confesar. Además , los fieles son cada vez más viejos y ya me contarás que pecados puede cometer una señora de setenta con esa cara de acelga que se nos pone. En mis tiempos, los feligreses eran más jóvenesy aquí se oía de todo. Los confesores investigaban con detalle los pecados para poder establecer la penitencia adecuada y de paso, pecaban ellos mismos, la mayor parte de las veces de pensamiento.
Lo que más echo de menos es el sol y el aire. También echo de memos a mis vecinas, a todas menos a la mujer del sacristán. ¡Qué mala era la Julia!
Ella fue la culpable de todo. Si hubiera cuidado mejor a Tomás, su marido, nada habría pasado. Pero aquel hombre tan bueno buscó en mi las atenciones que ella no le daba.
Confesar aquí mis pecados a Don Antonio fue un tremendo error. Sin respetar el secreto al que estaba obligado, intentó mediar sin que nadie se lo pidiera.
Un día mientras limpiaba las escaleras del campanario, la Julia vino hacia mí enfurecida. Intenté huir subiendo a lo alto del campanario y allá que me siguió la perfida.
De su boca salieron palabras muy gruesas, yo no me quedé atrás. De las voces pasamos a los manos. A pesar de ser más corpulenta que ella, consiguió tirarme desde lo alto.
Desde aquel día estoy condenada a no tener descanso. Otros fantasmas vagan por el castillo en el que fueron asesinados, a mí me tocó el confesionario del error y aquí estoy. Menos mal que creo que van a revisar mi condena y es posible que salga al final del milenio.

Enrique Martínez
Grupo C


Cuando vivíamos en las nubes

Cuando vivíamos en las nubes, nos gustaba soñar tumbados en sus cómodos algodones.
Mi padre observaba la luz de los caminos de la tarde y mi madre cocinaba a dos aguas pensando que la vida es bella a pesar de los pesares.
Mi abuela dormitaba en el reflejo de las corrientes aguas, puras, cristalinas y el abuelo se contagiaba de su lirismo porque era del año la estación florida.
Mis hermanos y yo hacíamos bolas de tul y por la noche mientras la abuela nos vela, un cuento nos cuenta y cuando nos dormimos, nos apaga la vela.
Pero un día las nubes líricas se fueron y tuvimos que dejar los versos para mudarnos a otras nubes más seguras, las de los cuentos.

JB
Grupo C


Cuando nos trasladamos a vivir a la azotea

Cuando nos trasladamos a vivir a la azotea de un rascacielos mi madre trabajaba de ascensorista. Mi hermana y yo íbamos a la escuela en el piso 54 y mi padre se pasaba el día en las nubes. Mirar por la ventana a los aviones con nuestros avismáticos (2) era nuestro pasatiempo pues a esas alturas no se veía nada más.
Pero eso duró poco tiempo porque mis abuelos que tenían altura de miras y los pies en el suelo, dijeron que nos echaban de menos y que debíamos asistir a una escuela normal, pisar los charcos y correr por las calles.
Nos trasladamos de nuevo a nuestra casa, y a pesar de nuestras estancias en el atrio de la iglesia, con la compañía de los canecillos, el ulular de la lechuza y el crotoreo de la cigüeña; en la casa de la estación y sus divertidas traviesas; la azotea del rascacielos y sus pararrayos, nos dimos cuenta que en casa se estaba bien.
Mi abuela que era muy sabia dijo que ella ya solo saldría de casa para ir al cementerio.

1. (1) Abismáticos: Profundo como el abismo, insondable.
2. (2) Juego de palabra con término “abismático” para incorporar en el texto el concepto de aparato para observas aves y aviones.

Aurora Martín Piz
Grupo C


Buscando la vivienda ideal

Cuando vivíamos en la casa de piedra gris
Cuando vivíamos en la pequeña casa de piedra gris, cercana al centro de la ciudad, el jardín la rodeaba por entero.Una planta trepadora cubría gran parte del exterior, por sus cuatro esquinas, y crecía y crecía sin parar, aunque la podábamos con frecuencia y nunca la abonábamos ni regábamos.
Un día, en treinta y dos horas y cuarenta minutos creció tantísimo, que comenzó a entrar en el interior de la casa, por todas las rendijas de las ventanas.Mi hermana no dejaba de gritar y por eso nos mudamos al “Libro de Cuentos Clásicos”

Cuando vivíamos en el “Libro de Cuentos Clásicos”
Cuando vivíamos en “Libro de Cuentos Clásicos”, el tiempo transcurría muy lentamente, de tal manera que ya no nos servían ni los relojes de pulsera ni el despertador.Cada día, cada hora y cada minuto, era distinto al anterior.
Para integrarnos en la comunidad, mis padres no dejaban de trabajar, ayudando a todos aquellos que los necesitaban: dedicaron meses, días , horas y minutos a Cenicienta en sus múltiples quehaceres, a los tres cerditos en la construcción de sus tres casitas, a poner a punto la alfombra de Aladino…
Como el libro tenía trescientas veinte páginas, e innumerables personajes, no daban abasto.Si, excepcionalmente, encontraban un rato de ocio, se iban de visita a tomar el té.
Mi hermana pequeña encontró en Hansel y Gretel dos buenos amigos y jugaba con ellos a perderse por el bosque.Nunca se perdió del todo.
A mí me encantaba ir al castillo de Blancanieves, porque no tenía que darle conversación y eso me permitía leer a mis anchas y escribir en mi Diario.
Pero tanta tarea y tanta socialización hicieron mella, en mi padre, que comenzó a ponerse azul y en mi madre, que no dejaba de pulsar su dispensador de caramelos de Valeriana.
Por eso, nos mudamos de nuevo.Aún no sé con certeza a dónde.Dice mi madre que a uno de estos dos pueblos: o a Correpoco o al Limbo, que nos quedan cerquita.A ver si conseguimos que ella se relaje y papá recupere su color natural.
A lo mejor terminamos en Pernambuco,o en La Conchinchina, No sé.
Voy a hacer mi maleta. En fin…

M.L.Fidalgo
Grupo C


Cuando vivíamos en el panteón

Cuando vivíamos en el panteón fuimos una familia muy feliz. Papá siempre había soñado con tener una casa con techos de mármol y mamá con verse rodeada de flores, aunque estuvieran marchitas. Además, adoraba los cipreses. Al abuelo le encantaba escuchar los responsos y aunque no tenía periódicos podía leer epitafios. Mi hermanita se hizo una muñeca con el esqueletito del primo Ernesto, que vistió con verdín y pañuelos humedecidos de lágrimas. Por la noche nos quedábamos extasiados viendo los fuegos fatuos entre las cruces, las lápidas y los nichos. A la chacha le gustaba bailar al son del chirrido de las bisagras de la puerta del camposanto y chasqueaba los dedos al compás de las paletadas del sepulturero. Mis gusanos de seda se mezclaron con los gusanos autóctonos e hicieron capullos de color negro de los que salieron mariposas macilentas con calaveras en las alas. Cuando llovía mucho, la humedad entraba hasta en los huesos, incluso los nuestros, y cuando metieron en el panteón el ataúd con el tío Ambrosio, lo colocaron sin ningún cuidado sobre unas costillas que nos servían para colgar la ropa. Pero un día empezamos a escuchar gemidos que venían de más abajo y como nos entró mucho miedo nos mudamos a un bungalow en El Puerto de Santa María.

Óscar Martín
Grupo A

Gramática de la fantasía

La sesión de esta semana estuvo dedicada a Gianni Rodari y su "Gramática de la fantasía" (puedes consultar el libro completo en este enlace).
En el taller sabemos de la importancia de conocer el lenguaje y sus formas de uso para desempeñarnos con soltura en la práctica de la escritura pero también sabemos alterar, jugar, estirar y contraer ese lenguaje en busca de la sorpresa, el humor, el sinsentido y las historias posibles que se esconden tras las palabras.
Los niños, tal y como dice Rodari, no son meros receptores de contenidos, son creadores en esencia y en potencia. Necesitan de las palabras y de su gran poder transformador para comunicarse en el ámbito de lo real y para dar rienda suelta a su imaginación.
Clara Obligado cuenta una ánecdota reveladora en este sentido: Una maestra escribe en la pizarra la frase "Yo como coliflor" y pregunta a su alumnado de primaria cuál es el verbo en dicha frase. Una niña señala de forma resuelta que es "coliflor". Ante la extrañeza de la maestra la niña conjuga el verbo: "Yo coliflo, tú coliflas, él colifla, nosotros coliflamos, vosotros colifláis, ellos coliflan". Es fundamental señarle a la niña que con arreglo a la gramática convencional la palabra "coliflor" es un sustantivo y no un verbo pero hay que hacerle saber también que Gianni Rodari le pondrá un 10 en Gramática de la Fantasía pues acaba de inventar un nuevo verbo con sus conjugaciones posibles. 
En el ámbito educativo se incide mucho en la primera gramática y se descuida el trabajo con la fantasía.
Dice el escritor y pedagogo: “La fantasía no es un lobo malo al cual hay que tener miedo, ni un delito que haya que vigilar constantemente, sino un mundo extraordinariamente rico y marginado de una forma estúpida”.



Rodari señala en el prólogo de su libro que fue leyendo a Novalis como decidió escribir su gramática;

En el invierno de 1937-38, gracias a la recomendación de una maestra, casada con un vigilante municipal, fui contratado para enseñar italiano a unos niños en casa de una familia de judíos alemanes que creían -lo creyeron hasta unos pocos meses después haber encontrado en Italia un refugio contra las persecuciones raciales. Vivía con ellos, en una granja en las colinas, cerca del lago Mayor. Con los niños trabajaba desde las siete hasta las diez de la mañana. El resto del día lo pasaba en los bosques, paseando y leyendo a Dostoievsky. Fue un tiempo feliz, mientras duró. Aprendí un poco de alemán y me lancé sobre los libros de este idioma con la pasión, el desorden y la voluntad que caracterizan a quien estudia cien veces más de lo que pueden enseñar cien años de escuela. Un día, en los Frammenti (Fragmentos) de Novalis (1772-1801), encontré aquel que dice: «Si dispusiéramos de una Fantástica, como disponemos de una Lógica, se habría descubierto el arte de inventar.» Era muy bello. Casi todos los fragmentos de Novalis lo son, casi todos contienen revelaciones extraordinarias. Pocos meses después, habiendo descubierto a los surrealistas franceses, creí haber encontrado en su modo de trabajar la «Fantástica» de que hablaba Novalis.

Hablamos de "El hombrecillo de vidrio", unas de las técnicas del libro que el propio Rodari utilizó para escribir Jaime de cristal. ¿Conocería el italiano la novela ejemplar de Cervantes "El licenciado vidriera"? Hubieran disfrutado mucho ambos con la versión que Jaime Santos, de La Chana Teatro, hizo de este clásico de la literatura. Puedes ver aquí un breve reportaje.
Alguno de los juegos propuestos por Gianni Rodari como el uso de los prefijos en las palabras y que dio lugar a su texto "El país con el des delante" lo encontramos en otros autores como Mario Benedetti, quien también juega con los prefijos en su cuento "Todo lo contrario":

—Veamos —dijo el profesor—. ¿Alguno de ustedes sabe qué es lo contrario de IN?
—OUT —respondió prestamente un alumno.
—No es obligatorio pensar en inglés. En Español, lo contrario de IN (como prefijo privativo, claro) suele ser la misma palabra, pero sin esa sílaba.
—Sí, ya sé: insensato y sensato, indócil y dócil, ¿no?
—Parcialmente correcto. No olvide, muchacho, que lo contrario del invierno no es el vierno sino el verano.
—No se burle, profesor.
—Vamos a ver. ¿Sería capaz de formar una frase, más o menos coherente, con palabras que, si son despojadas del prefijo IN, no confirman la ortodoxia gramatical?
—Probaré, profesor: “Aquel dividuo memorizó sus cógnitas, se sintió fulgente pero dómito, hizo ventario de las famias con que tanto lo habían cordiado, y aunque se resignó a mantenerse cólume, así y todo en las noches padecía de somnio, ya que le preocupaban la flación y su cremento.”
—Sulso pero pecable —admitió sin euforia el profesor.

Propuesta de escritura
Propusimos jugar con el binomio fantástico, los prefijos y sufijos que forman nuevas palabras, el error creativo, las historias del adulto que se enfrenta a un miedo y lo supera y las cualidades de la materia aplicadas a toda suerte de hombres y mujeres.
 
Estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:

Repalabrando

El clavo está calvo
Por la boca se da coba
Una oreja tiene ojera
En la noriano se orina
No tiene plumón un pulmón
Este árbol es una borla
Yo encuadro el cuaderno
El piratapartía
Me dejé la cartera en la carreta
El cantero toca la corneta
Recétate un etcétera

Manuel Medarde
Grupo A


La carbonera

El cuarto del carbón se encontraba situado en el segundo sótano, que se ubicaba al fondo del pasillo, que llevaba a la parte de atrás del edificio. Allí se almacenaba la provisión para calentarse durante el frío invierno de León. La casa disponía de calderas individuales en cada vivienda y a diario había que subir un caldero de carbón y bajar uno de escoria y cenizas. El lugar era lúgubre, realmente lúgubre, negramente lúgubre y escasamente iluminado por una bobilla de filamento amarillento y 15 watios de potencia. Nuestra carbonera se encontraba situada al final de una fila de doce carboneras, igual de negras, igual de amenazantes. Las cucarachas aportaban movimiento y vida a aquel lugar absolutamente siniestro a los ojos de un niño de seis años. Las cucarachas eran frecuentes en aquella época y especialmente abundantes en losalmacenamientos de carbón. El día en que, por una conjunción nefasta de acontecimientos, me tocó bajar a por el cubo de carbón, quise ponerme enfermo o morirme, pero siempre fui un chico sano y no hubo disculpa que me librara de lo más temido. Tardé más de un cuarto de hora en bajar los tres pisos y llegar al segundo sótano. Temblando, penetré hacia nuestra carbonera mientras veía como los montones de carbón se iban convirtiendo en montones de cucarachas. Cientos, miles, millones de cucarachas que me miraban. Toda la negrura de aquel antro eran cucarachas que se abalanzaban sobre mí. Salí corriendo. Cuando finalmente llegué a la calle, yo era todo negro, ya tenía seis patas, dos élitros y un par de antenas. ¡No podéis ni imaginaros el aspecto que tengo hoy día!

Manuel Medarde
Grupo A


Mujer cerilla y hombre de trapo

Era un hombre de trapo que vivía con na mujer cerilla. El siempre limpiaba, hasta el punto de volverse negro, y la mujer que no lo reconocía, iba a por una vela para prenderla y verlo bien de cerca. Pero él con el miedo a que se prendiera se daba una ducha a oscuras para volver a ser quien era.
A veces el amor es tan sensato, que ella continuaba siendo cerilla y él un simple trapo.

Ana Sánchez Taramón
Grupo C


Nobituario

Norberto Nolasco Nombela no nació en Madrid el 5 de febrero de 1903 ni falleció en Nantes (Francia) el 1 de julio de 1946, aunque no va desencaminado.

“Nonono”, que así le llamaban en casa, no nació el diez de mayo de mil novecientos tres. De haberlo hecho, no hubiera podido disfrutar de su cumpleaños a partir de los veinte, ya que su madre murió el diez de mayo de mil novecientos veintidós, y una fecha tan dolorosa como la de la muerte de una madre excusa decir que impide, en lo sucesivo, cualquier celebración ese mismo día. Tampoco lo hizo en La Coruña, ni en Santander, ni en ninguna localidad costera, no habiendo sabido nunca que, de haberlo hecho, el mar hubiera ejercido un enorme influjo en su vida, habiendo llegado a ser capitán de algún mercante o patrón de algún pesquero. Su madre no se lo encomendó a ninguna nodriza, evitando a la única disponible en el lugar donde nació y, por ende, tener como hermano de leche a un niño llamado César, con el que hubiera tenido una entrañable relación de amistad que hubiera durado de por vida. A los siete años, un buen día de primavera, sus padres decidieron no sacarlo de paseo por pura pereza, sin saber que, de haberlo hecho, hubiera muerto aplastado al caerle encima el balcón de un edificio que amenazaba ruina. Su infancia no estuvo marcada por la enfermedad y en la escuela no se sentó al lado de Joaquín, el hijo del carnicero del barrio, quien le hubiera enseñado todas las malas artes que se pueden aprender en la edad temprana de la vida, lo que evitó que se convirtiera en un maleante de mucho cuidado. Pero tampoco quiso sacar la cara por su mejor amigo, Braulio, un día en que el maestro le echó las culpas a éste de una gamberrada que no había cometido. Braulio nunca se lo perdonó y la amistad se diluyó, de suerte que cuando Braulio se hizo rico no quiso contratarlo en su fábrica, por puro resentimiento, por más que Nonono se lo implorara. A los dieciséis años, no siguió estudiando, contra la voluntad de sus padres, por lo que no inició estudios superiores, para los que estaba sobradamente capacitado, lo que le impidió ser licenciado en Derecho y un buen abogado, e incluso conocer en la facultad a Martina, de la que se hubiera enamorado locamente y a la inversa, no teniendo de esta forma una vida dichosa. No decidió tampoco centrarse en un oficio concreto, ni quedarse junto a sus padres, ayudando en lo que fuere. No contento con todo ello, no paró hasta que no paró, momento en que no tuvo valor para vincularse con un comerciante que le hizo una propuesta con la que hubiera llegado a ganar una cantidad escandalosa de dinero. Llegada la edad de sentar la cabeza, no aceptó los únicos trabajos que, a la larga, le hubieran reportado estabilidad, ni contrajo nupcias con Aurora, de la que se hubiera divorciado a los pocos meses por incompatibilidad de caracteres, ni con Juanita, a la que realmente no quería más que de una forma fraternal. Tampoco lo hizo con Estrella, cuyo hermano aún no se había casado con la hermana de su ex-amigo Braulio, lo que le hubiera dado una oportunidad de reavivar la amistad y encontrar un buen trabajo. De haberse casado con Estrella, no hubiera tenido el accidente de coche que lo dejó cojo de por vida, y que le impidió ir a la guerra y morir en la batalla del Ebro en mil novecientos treinta y ocho. En vez de todo eso, no quiso quedarse en casa, ni en su patria chica ni en su patria grande, no dudando en marchar a Francia con sus pocos ahorros, ávido de conocer mundo, donde no saboreó grandes alegrías ni contactó con Leonard Bouchard, a pesar de que coincidieron una tarde en la terraza del café Clichy. Y eso que el francés hizo por entablar conversación con él. De haberlo hecho, y a pesar de su cojera, hubiera entrado poco después a servir en la Resistencia y hubiera sido condecorado varias veces. No falleció en Paris en mayo del cuarenta y seis ni nos dejó un buen recuerdo. Ni malo. Ni nada.

Óscar Martín
Grupo A


Breve resumen del estudio de la "Platanospera" realizado por el cosmonauta ruso Nkita Krasehnimikov a bordo de la nave Baikal III durante el mes de mayo de mil novecientos sesenta y seis. 

La Platanospera es una capa de la atmósfera situada a ciento veinte kilómetros de altura, sirviendo de linde entre la Ionosfera y la Exosfera. Tiene un espesor de un par de kilómetros y está acotada por medio de mojones espaciales resultantes de un big-bang de desconcentración parcelaria.

La Platanospera es fundamentalmente de color amarillo y verde, ya sean mezclados o separados, según dónde nos encontremos. Donde predomina el amarillo se pueden encontrar grandes manchas negras, seguramente de origen solar, aunque en ocasiones el amarillo intenso lo invade todo. En tales zonas amarillentas los gases contienen altas proporciones de fibra, potasio e hidratos de carbono, de suerte que respirarlos a pleno pulmón produce un efecto reconstituyente. El olor de estos gases es dulzón y al tacto dejan una sensación pastosa en las yemas de los dedos. Aguzando el oído, es posible escuchar en estas zonas amarillentas cacofonías del tipo “oro parece, plátano es”, “plátano baloo, dos, tres” o “plátano maduro no vuelve a verde”. Además, aparte de resbalarse uno con suma facilidad, en estas zonas es posible abrir espacios como quien abre una funda, hallando dentro una suerte de émbolos, a modo de almohadas, que inmediatamente se licúan debido a las altas temperaturas, dando lugar a lluvias como de banana split. En cambio, en las zonas donde predomina el verde, la sensación ambiental es más acuosa e insípida, conteniendo los gases cierta cantidad de antioxidantes y menos proporción de potasio e hidratos de carbono que en las zonas amarillas. Una exposición continuada de diez horas a los gases de la zona verde produce una bajada de colesterol de cinco unidades. También se encuentran en la zona verde multitud de gruesos filamentos, que recuerdan rabitos, y, asimismo, aguzando el oído se pueden escuchar, no sin dificultad, cacofonías del tipo: “eres la pera limonera”, “no pidas peras al olmo” o “la hija y la pera en la faltriquera”.

Finalmente hemos de decir que la Platanospera se halla en proceso acelerado de desintegración, por lo que convendría volver a ella con grandes contendores que se podrían llenar de una suerte de compota que podría paliar las hambrunas que puedan producirse en la Tierra durante las próximas dos décadas.

Óscar Martín
Grupo A


Sentir entristece

Esta pera madura y en mi pecho una quemadura;
una mancha imborrable, un dolor insoportable;
mi mente se resquebraja como se vacía una fría caja:
de acero mi corazón, de coraje sin razón.
Una dura poesía, pues ya lo has leído;
es mía.

Claudia Santos
Grupo C


Carlitos versus Carla

—Érase una vez un niño que se llamaba Carlitos.
—¿Cómo yo?
—Como tú.
—¿Era yo?
—¡Chsss!, espera a que termine y lo sabrás.
—¡Jo!, vale.
—Carlitos era un niño triste, en el cole le insultaban, le pegaban…
—¡Mamá!, soy yo. No me gusta este cuento.
—Escucha, aún no he acabado. Carlitos pensaba que era un niño raro, se sentía culpable. Pero Carlitos no era raro, era distinto. Era un niño muy sensible. Le encantaba la pintura y la música, en su cabeza se imaginaba con un tutú y bailando, bailando sin parar. Le fascinaba pintarse las uñas de las manos y probarse la ropa de su hermana —el niño agachó la cabeza y escondió las manos entre sus piernas—. Un día descubrió que tenía un superpoder…
—¿Un superpoder, Mami?
—Sí, algo que le convertía en especial. Él era buena persona y quería a sus amigos, a su familia y a su perro, y eso le daba una fuerza descomunal…
—¿Ese es el superpoder? ¿Ser buena persona? —miraba a su madre con los ojos brillantes mientras acariciaba a su perrito.
—Carlitos se sentía con fuerzas y podía hacer lo que más le gustaba. No tenía miedo a nadie. Y decidió contarles a sus amigos su secreto. Algo que le hacía muy feliz: Carlitos quería ser Carla. Y se lo dijo a sus padres, y se lo dijo a su hermana, se lo confesó a Marina, su mejor amiga, y…
—¿Y se lo dijo a Mateo? ¿Y a Pablo?...
—Y también a Fina, su maestra. Y Carla volvió a sonreír y a sentirse feliz.
—Mamá, yo quiero ser Carla

Tomás García Merino
Grupo B


Diario fantástico

-Sigue sin poder constituirse el Orgasmo* de Gobierno de los Jueces.
*Órgano. Ahora ya entiendo lo de la erótica del poder (judicial).

-La hija de Putin trasladada a Urgencias* en previsión de un atentado.
*de urgencia, a toda pastilla, vamos, pero pastilla de tragar millas.

-El mangante* no reconoce el veredicto.
*magnate, claro; Trump, para más señas.

-Joaquín Sabina, con problemas para recordar las letras de sus composiciones. Amplio repertorio de sus equivocanciones*.
*equivocaciones, si no me equivoco.

-En excavaciones junto a la Gran Pirámide se encuentra un vídeo grabado* con secuencias de la vida de Nefertiti.
*vidrio gravado, Egipto fue una gran civilización, pero no estaban tan adelantados.

-La picadura de la mosca Tse-tsé del Tópico* produce la enfermedad del sueño.
*Trópico, con playas doradas, cocoteros, y exuberantesnativas con collares de flores y nada más. Otro tipo de sueño, vamos; otro tópico,también, pero éste muy excitante.

-Los que hablan dos idiomas desde niños duplican las probabilidades de tener lapsus bilingüe*.
*lapsus lingüe, que se me lingüe la trabe.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Apendicitis

Siempre he tenido miedo a los quirófanos. Las varias ocasiones que he pasado por uno, siempre he imaginado a un doctor comunicando a mi familia la triste noticia de que no lo había superado y no había despertado de la operación. Y luego está toda la parafernalia. Pruebas, agujas, vías, tubos, sueros. Me asusta esa luz tan potente y blanca, que ciega hasta a los ciegos. Si pasas varias veces por quirófano, necesariamente se te blanquean las córneas y la cornisa de tu frente, que es ese mechón de cabello que te tapa a veces la mirada. Mejor.
En los quirófanos habitan quirofantes también blancos, sumos sacerdotes de ese teatro donde todos se disfrazan con túnicas, de pies a cabeza, para desnudarte, y elegir bien el punto donde agujerearte, incisionarte, con bisturí, escalpelos y tantos artilugios, para entrar en el interior de tu cuerpo, desgranarte un poco, como a una granada que sangra. Además, te ensalman con pócimas y bebedizos para que entres en el más profundo de los sueños, para enviarte al lugar donde no se sufre y donde habita el olvido. Te sortilegian hasta desprender la tumefacción, el quiste, el bulto, la inflamación. Luego te suturan y te tapan las entradas con gasas y drapeados. Hay siempre algún quirofante que se queda con algún resto de ti: un trocito de safena, un pequeño tejido de útero, una esquirla de codo, una muela del juicio, un centímetro de apéndice.
Por supuesto, los quirofantes viven entre nosotros como personas normales. En vez de disfraz, pueden llevar frac y pueden ser incluso personas distinguidas. Me pregunto en qué rincón oculto con olor a formol esconderán sus tesoros. Por mucho que viva para sobrecontarlo, nunca llegaré a saberlo.

Marisa Sánchez
Grupo C


¿Qué ocurriría si los geranios regaran a mi madre…?

Si el frío baño le empapara los pies y tuviese que chapotear con regocijo en la tarima de su brillante suelo.
Si el agua rizara su melena recién peinada...
¿Qué ocurriría si hasta las doce de la mañana, bajo un sol de justicia, no entrara en calor y de repente empezara a vaporear como su olla a presión?
Claro, que pensando en lo agradecida y brillante que es mi mamá, se pondría de puntillas después de cada ducha, se desparramaría en colores, encendiendo todos los arcoíris del balcón.

Eva Hernández
Grupo A


La ventana y la rueda

Ante la ventana la rueda. Junto a la rueda y contra la pared descansaba el niño que la había impulsado. El chirrido de las cigarras y el sol en lo alto, tenaz, luciendo la pared enjalbegada, delataban el verano. En la hora de la siesta los humanos adultos habían desaparecido. Solo años más tarde aprendería la crisis -y oportunidad- diaria que suponía aquel tiempo lento y pegajoso del mediodía. En su universo infantil desesperaba no poder correr al rio a bañarse. O a perseguir ranas en la charca. Sospechaba del argumento con el que los adultos sostenían la prohibición. Pero el fantasma invocado del dichoso corte de digestión le atenazaba y nunca había osado romper la norma. Jugaba con su sombra mientras espantaba las moscas que, atraídas por el sudor, cosquilleaban su nuca. El aire sofocaba.

A tu edad, sentenciaban los mayores, nunca nos aburríamos. Inquisitivo buscó qué hacer, qué mover, qué analizar. Pero todo parecía aquietado por el calor y la hipnótica estridencia de los insectos.

De improviso, de la nada aparente, el crotoreo de la cigüeña en lo alto del campanario le hizo girar el cuello, cambiar su mirada. Con el cambio de postura inadvertidamente movió la rueda que comenzó a rodar cuesta abajo, camino del ayuntamiento. Sin saber por qué, dejó que se alejase y mientras la perdía, su vista empezó a captar otras cosas. O, en realidad, las mismas pero distintas. Aquello había sido una señal, un hito inesperado, el mojón que marcó el fin de una ceguera. Y en lo que antes era solo blanca cal aparecían matices y grietas, y hormigas y lagartijas. Y en el espeso aire, respiraba ahora aromas de tomillo, de paja seca y boñiga de vaca. Y, sin saber por qué se preguntó por las ventanas, cómo y dónde romper las paredes para situarlas, cómo asegurarlas, cómo engarzar celosías y ajustar barrotes. Y se preguntó, también, qué hacían los adultos tras ellas durante la siesta. Y decidió asomarse y mirar por ellas. Aquel día creció un poco más.

José Carlos Gómez
Grupo A


Prosa y poesía

La prosa se sentía fuerte y orgullosa
por ser la elegida para narrar
pequeñas y grandes historias
de guerras y batallas,
de amores y desamores.

Un día la prosa conoció a la poesía
al escuchar a un hombre recitar
unos versos llenos de tal belleza y musicalidad,
que embargaron su alma
de una desconocida serenidad.

Desde entonces prosa y poesía
caminan de la mano
deleitando a hombres y mujeres,
niños y ancianos,
respetando el pacto que hicieron las dos:

La realidad la contaría, la prosa
y de los sueños se encargaría, la poesía.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Hielo y fuego

El hielo conoció al fuego
y fue tal su atracción,
que fundidos en un abrazo
caminaron por montes y llanos.

El rígido hielo se transformó
en agua cristalina
que con su danza sensual,
invitaba al fuego a seguirla.

El hielo se sentía ligero y fuerte,
el fuego poderoso y ardiente.
Se unieron como amantes,
fundiéndose y evaporándose.

El agua se puso su vestido blanco
para regresar de nuevo al frío
cubierta por el humo
del enamorado perdido.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Final feliz

Cuando yo llegué a este mundo, mis hijos ya habían nacido. Eran dos: un niño de doce años y una niña de ocho. Los miré extrañada y, no sé si fue por el susto o por el corte de mi cordón umbilical, rompí a llorar desconsoladamente. Me agarré a unos pelos raros y tiré y tiré sin que mi llanto cesara... -¡Ay!- Sentí un pinchazo.

-¡Tranquilos! ¿Te ha hecho daño?, le hará efecto en seguida. Se sentirá mejor, aunque estará un poco aturdida.

-¡Uf! Hola, ¿y tú quién eres?

-Soy yo, mamá, Alba. Y él es Julio, mamá, tu hijo. Te hemos traído unos bombones de chocolate, de esos que te gustan. Toma, come uno.

-¡Mmm! ¡Qué rico el chocolate!

-Mamá, soy Julio. También te hemos traído música para que escuches. Mira, te pongo uno de los auriculares para que escuches la música y a nosotros también.

-¡Hala! ¡Me encanta! Do’-la-sol fa-sol-la do’-la-sol, fa [sol-la-sol-la] do’-la-do’re-la-re’ do’-fa-sol fa… ¡Qué bonito! ¡Mmm! ¡Qué rico el chocolate!

-Vale, mami, disfruta. Volveremos en Navidad. Sabes que trabajamos lejos, pero te queremos. No te vayas a comer más de un bombón al día, ¿Vale?

-¿Me puedo comer otro ahora..?Solo este.

-Está bien, ¡pero que nadie lo sepa!, ¡ja,ja,ja! Nos vamos. Te pongo el otro auricular para que escuches mejor la música.No olvides que te queremos.

-¡Esperad! ¡Esperad! ¡La música que empieza ahora es la mejor..! Mi-la-si, Mi-la-si, Do-si-la-[si-do] re-do-si, Mi-la-si, Mi-la-si, re-do-si, [do-re] soool-laaa…

-¡Mmm! ¡Qué rico este chocolate..! ¡Mmm!

Isabel Torremocha Cagigal
Grupo A


Nochá-logo entre la princesa Desdémona y el si-ble Alcibíades.

Los personajes se hallan en los a-más jardines del pa-tieso de la dama. Desdémona está recli-todo en un po-tú de mano-dra mientras el sin-de se halla en pie frente a ella.

DESDÉMONA- Desmalas noches, mi señor.
ALCIBÍADES - Démona adorada. Me vivía por postrarme a tus pies.
DESDÉMONA- Yo desgozaba por tu descorta ausencia.
ALCIBÍADES- Mi corazón tilaba sangre porque mis caminos me viaban de ti.
DESDÉMONA- ¿Pues qué ha sucedido, mi desmal?
ALCIBÍADES- Una terrible gracia. Una noche de la semana pasada mi señora madre enfermó inesperadamente. Primero parecía solo un mayo aunque poco pues se cubrió que era algo mucho más venturado. Tanto que, a pesar de los velos de nuestros médicos, ya no pertó la mañana siguiente. Ni siquiera le dio tiempo a pedirse de su consolada familia.
DESDÉMONA- ¡Oh! Qué desdulce catástrofe. Entiendo ahora tu mirada desalegre, el desbrío de tus gestos, tu voz desencendida.
ALCIBÍADES- Amada mía. Solo una olación como esta podía pegarme de ti. Tú eres mi tino, estar contigo es mi único eo.
DESDÉMONA- ¡Ay moza descuerda y desgenerosa! Yo imaginando un desaprecio mientras tú, amado Alcibíades desgozabas de tanta desfortuna.
ALCIBÍADES- ¿Acaso confiáis de mí? Como me llamo Alcibia que eso sería una lealtad impropia de mi nobleza y el amor tan mesurado que os profeso.
DESDÉMONA- ¡Qué despena, qué desinfelicidad, qué desinfortunio! Ven aquí, desodio mío, que mi pecho ha de darte el desmenor de los consuelos.

Los dos amantes sin-funden sus cuerpos en un abrazo que culmina en un largo beso. Luego ALCIBÍADES co-sensata su cabeza en el regazo de ella que comienza a cantar una dulce to-todo mientras la es-comida va quedándose lentamente a os-monjas.

Esta pequeña obra de teatro es un juego con narrador y dos protagonistas. Cada uno de ellos transforma las palabras siguiendo un criterio fijo, pero distinto del empleado por los otros. ¿Has descubierto cuál es la técnica de cada uno? ¿Serías capaz de traducir el texto?

Pepe Lorenzo
Grupo B


Niño de plástico

El niño de plástico era fácil de querer. Se amoldaba a todo y su naturaleza era transparente. Las mentiras no eran su fuerte y las verdades estaban a la vista. Eso podía ser un inconveniente, porque se dice que en el fuero interno es hermoso tener secretos, guardar un misterio que nos haga diferentes. Por eso el niño de plástico a veces podía llegar a ser aburrido para los demás, tanto que a veces se sentía dejado de lado, como un traste. Hasta que lo volvían a buscar, para depositar en él todo lo que querían ver al trasluz. Porque el niño de plástico también servía como una pantalla proyectora en la que se podían ver los demás. No sé cómo lo hacía , pero el niño de plástico inspiraba una confianza enorme. Se podía beber lo que él contenía, y las palabras que pronunciaba eran frescas y claras. Su lenguaje sencillo. Y sus maneras siempre las mismas.

Un día, cansado de ser tan predecible para los demás, se maquilló el rostro. Parecía otro. Nadie lo reconocía a pesar de que tenía la misma voz. Y ya nadie creía en lo que decía. El niño de plástico ya no pudo quitarse el maquillaje cuando quiso. El tinte le penetró tanto la piel que fue imposible revertir ese daño.

El niño de plástico tuvo que recurrir a las palabras. Pasó muchos años aprendiendo el significado que tenían, en el diccionario. Y luego se dio cuenta de que no bastaba con eso. Pasó otros tantos años más ordenando las palabras de tal manera que al pronunciarlas tuvieran un sonido armonioso. Y entonces alguien le dijo que eso era poesía. La poesía le devolvió a ese niño, ya convertido en adulto, la transparencia de su alma.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Prejijado

El multitiempo todo lo recura, pero no puede megaborrar los metarecuerdos.
En los intrasueños sigue brillando su retromirada y se vuelven a polibesar, 
sobreaumentando el ritmo de su teleroto corazon.
Se antepierde en la perisonrisa que realumbraba su antecara 
y se queda contraviviendo en la autonostalgia.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Religión accidentada

Les hizo un altar. Con velas, y platos de comida que comenzaban el proceso de descomposición. No se le ocurría qué más podía hacer. Le resultaba raro el pedido del jefe. Pero, bueno, ¡quién era él para contrariarlo! ¿Con qué autoridad un becario podía cuestionar la palabra del editor?
De todas maneras, no dejó de cuestionarse el porqué. Igual, eran animales resilientes. Tan pequeños pero que en realidad, unidos, esos roedores podrían dominar al mundo. Con su mera presencia podían diezmar a la población y, de hecho, lo hicieron en varias ocasiones. Sobrevivieron el escalafón evolutivo y a sus depredadores con un tamaño casi diminuto. Viéndolo así, tenía sentido honrar a los roedores. ¿Por qué no? ¿Por qué no creer en las ratas? ¿Por qué no tener fe de ratas? 

Vanina Palomo
Grupo C

Canto yo y la montaña baila

En la última sesión del taller de escritura comentamos tres capítulos del libro "Canto yo y la montaña baila" de Irene Sola: "El rayo", "El primer corzo" y "La colisión". Nos interesaba analizar el lenguaje que emplea la autora en la narración, muy poético y con una gran carga sensorial, y también profundizar en el uso del punto de vista narrativo. Resuena en el libro una voz oral que es todo un coro polifónico. Aquí no hay un solo narrador omnisciente, sino muchos narradores. Cada uno de ellos, ya sean animales, humanos, plantas, voces de la naturaleza o de la mitología catalana aportan su visión, su punto de vista sobre todo lo que ocurre en la montaña, que también habla y baila. 
Todos son protagonistas en dicha novela pero hay una familia en la que se centra la historia principal. Y un hecho clave, dos muertes trágicas en esa familia.



El uso de la imagen es fundamental en este libro. Algunos capítulos, o incluso fragmentos, son como pequeñas secuencias cinematográficas o documentales. La autora trabaja con una metodología que nace del mundo del arte y lo audiovisual y que ella asienta sobre la página con un uso del lenguaje a un tiempo preciso y espontáneo, nacido de la pulsión, de la intuición, del brochazo experimental pero con un gran trabajo de depuración formal. Se advierte en este libro que Irene es una gran poeta y que su primer libro ya recogía esta preocupación por lo salvaje, por la bestia. Su título es precisamente Bestia. Aquí puedes leer alguno de sus poemas.

En "Canto yo y la montaña baila" los personajes humanos muestran su lado más salvaje y los animales, plantas y fenómenos de la naturaleza son personificados y hablan desde su condición sensible. Hay en la autora un necesidad de reflexión sobre el antropocentrismo y sobre la identidad de un lugar a partir de todos los seres que lo pueblan, incluídos los humanos. Señala Irene lo importante que fue para ella su infancia y aquellas historias que escuchaba en la voz de los mayores. Pero también lecturas como "El señor de los anillos" de Tolkien.

Aquí tenéis una breve presentación del libro en la voz de su autora. Y si quieres profundizar un poco más en la novela y en lo que opina su autora puedes ver una entrevista de larga duración en este enlace.

Propuesta de escritura

Escribe un texto donde la voz del narrador (si es omnisciente aún mejor) sea la de un árbol, planta, animal, cosa, o fenómeno meteorológico que tenga alguna relación o trascendencia en tu vida. Si hay en el jardín de tu casa familiar un árbol ofrécele tu voz para que hable de él, del entorno, de ti, de los tuyos. Si tu hija juega a diario con un gato y lo trata como un humano dale voz a ese gato para que pueda opinar sobre el compartamiento humano, sobre su relación con esa niña y su familia y que cuente cómo vive o cómo le gustaría vivir. 

Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


La granizada

Escampó y al rato la nube comenzó a retirarse. Habían caído, nada, cuatro gotas; no alcanzaría para matar la sed de la tierra más allá de unas horas, casi cuatro meses que llevábamos sin llover, el campo abrasado y ni esperanzas de que cambiara el tiempo. Una ruina.

Salí de debajo de la encina y aún alcancé a recibir en el rostro el refresco de las últimas gotas. La nube —había sido solo una nube— se retiraba camino de vete a saber dónde. Supongo que al sitio donde sea que se escondan las nubes cuando más las necesitamos. Me vino a la memoria el sobrino, Santiago. Me había comentado que tuvo taller de escritura el lunes y me dejó los papeles y resulta que las nubes hablan. Además de hacerle la raya al medio a Domènec y dejarlo frito, las nubes hablan. Y entenderían, supuse yo. A ver por qué no iban a entender las nubes.

Alcé los puños al cielo en dirección a la nube y comencé a insultarla a voces, con toda la fuerza de mi indignación. No se me pregunte con qué palabros lo hice porque no lo recuerdo, pero de cualquier modo ni con perdón sería correcto reproducirlos aquí. Me pareció que la nube detuvo su marcha. Al poco ya, ninguna duda. Comenzó a ganar un tono más oscuro, amenazador de veras, daba miedo. En una esquina se le abrió un girón en forma de boca y aquello era que se reía. Vino sobre mí a una velocidad que yo no imaginaba que pudieran desarrollar las nubes.

Me dio tiempo justo a ganar el amparo de la encina de nuevo y me situé bajo la más gruesa de las ramas, no sin antes arrojar lo más lejos que pude la navaja, no fuese a pasarme como a Domènec. Duró tiempo la tormenta, vaya si duró. Bien cierto era lo que aseguran los papeles de Santiago: a las nubes lo que más le gusta es granizar. No dejaba yo de mirar el reloj y a cada minuto me felicitaba por mi acuerdo de haberme puesto a insultar a la nube.

Cuando todo terminó pude comprobarlo. La «pedrea» me había dejado trillada la besana del centeno; pero ningún problema en eso, metería las vacas y ellas se encargarían de aprovechar el grano. Y cerca ya de las casas, lo que yo suponía, llena la charca por completo. Menudo ahorro, dos cisternas diarias que había contratado para que me trajeran el agua para dar de beber al ganado. Y tampoco tardaría mucho, caliente como estaba la tierra, en brotar el pasto nuevo. Nunca graniza a disgusto de todos.

Pascual Martín
Grupo B


Cuando pasa el tren

No me gusta nada la cara de esa muuuujer. Me quedo mirándola fijamente cada día y ella no se inmuuuuta. Su mirada parece pérdida. Su corazón está triste. Esa muuuujer no es feliz. Yo lo sé. Ya he visto otras antes. No sé dónde van ni que hacen, pero no son felices. Observo su reflejo mortecino tras el cristal, apenas son unos segundos, pero esa pena se me clava en el corazón, me deja uno de los estómagos encogidos para el resto del día. Me gustaría muuuucho poder ayudarla, poder ayudarlas.

Se lo he dicho a la Sinfo, pero ella me mira de muuuuy mala leche y sigue pastando. Creo que piensa que yo estoy loca, que me ha entrado la enfermedad, esa tan rara que nos está volviendo locas. Pero no me puedo quitar de la cabeza esa mirada triste de la muuuujer. Si fuera tan fácil como sacudir el rabo y espantar la tristeza como si fueran moscas muuuuy pesadas, lo haría.

Cuando oigo el pitido, cada mañana, levanto el testuz con esperanzas de ver una sonrisa muuuuy grande en su cara, pero nada, solo una mirada triste, fija en el infinito, una mirada muuuuerta. Quizás busca a su hija y no la encuentra, eso te pone muuuuy triste. A mí me pasó una vez, no encontré a mi cría. Un día estaba tan feliz con el pendiente amarillo, saltando y muuuugiendo con sus amigas y cuando llegó la madrugada, desapareció. Estuve varios días muuuustia. Esa muuuujer ha perdido a su hija, por eso está triste. Le digo a Sinfo que si cree que esa niña está muuuuerta y me mira con ojos vacios, sin parar de rumiar, pero no me muuuuge nada.

Qué pena me dan las personas tristes. Las veo pasar con la mirada perdida, en esos dragones de hierro escupiendo muuuuucho humo, que las transportan a sabe Dios dónde. Y miro a la Sinfo y a las otras, y pienso que aquí, en el prao, somos muuuuy felices.

Tomás García Merino
Grupo B


La Casa de las Conchas

Reposaba yo, como de costumbre, descansando o más bien algo cansada superpuesta durante años ¡siglos, llevo aquí!, sobre esta gélida piedra en invierno, que agradece cualquier rayo de sol que a mi vecina de enfrente no se le antoje tapar; y sofocada, como hoy a esta misma hora cuando se acerca el verano y el sol no para de azotarme.
Pero esto parece no importarle a nadie. Tengo más compañeras, algo místicas pero igual de viejas que yo, sé que alguna de ellas guarda un secreto; todo el mundo cuando nos ve puede pensar que somos iguales, sí que es verdad que estamos muy bien colocadas pero cada una es diferente, he de decir que hay alguna que otra que está un poco bastante estropeada. Un tesoro, eso dicen los guías a sus turistas al pasar por aquí, aunque honestamente, pasados tantos años, dudo de la existencia de este misterio por que claro, si no lo tengo yo y…¡ey!,¡ey!,¡oye!- me susurra mi compañera de la esquina-
- “Cállate ya hija, qué pesada, pareces un disco rallado”
Y vuelve a silenciarse, todas permanecen en silencio; como iba diciendo, aunque en realidad, este hecho, que estén tan calladas después de tantos años me hace pensar que por absurdo que parezca, alguna esconde algo. Seguirá siendo un misterio, porque aunque muchos han destruido a unas cuantas de nosotras en búsqueda de este tesoro aún no lo ha encontrado nadie.
Por la noche lo único que me entretiene es ver a algún borracho pasar haciendo el bobo de madrugada; desde aquí arriba se ve todo.
Me encanta la Semana Santa, las marchas, la emoción que guardan muchas personas que esperan a que pase la estatua ornamental, cada año la misma; otros me ponen nerviosa, son unos irrespetuosos, pasan haciendo el estúpido por todo el medio, pero una vez que cruzan la calle, no vuelvo a saber de ellos, igual que de los borrachos, aunque he de decir que de vez en cuando me sorprenden por que al año siguiente, la semana siguiente, al día siguiente, qué sé yo, pasan de traje, camino a una boda, con un maletín de abogado, curioso,¿no?.
Me hace gracia el asombro de los turistas, me hace sentir especial, alguna que otra foto, aunque no puedo posar, total, puesta ya estoy.
Y las tradiciones, desde aquí puedo disfrutar de algunas, esta tarde he tenido el placer de divertirme con la tuna universitaria, sin duda una espectacular tradición; qué graciosos, cómo bailan; también me entretienen los turistas que hacen corro para verlos.
La cultura, pasan por debajo de mí, algunos miran hacia arriba antes, algunos intelectuales, con el paso del tiempo me he sorprendido viéndoles entrar como gente de prestigio; de los más diversos aspectos, pero todos con algo en común, una curiosidad y al fin y al cabo, yo también soy cultura.
Ahora que lo pienso, ¿y si detrás de mí está el tesoro que nadie ha conseguido encontrar?, ese del que habla la leyenda, ese enigmático tesoro de La Casa de las Conchas.

Claudia García Santos
Grupo C


134340

La culpa ha tenido que ser de II y su maldita tendencia a desviarse del patrón establecido a la menor perturbación. Por eso también le llamamos Hydra, porque parece multiplicarse sin motivo. En este caso ha sido Farfarout, otro que se las trae con su manía de acercarse y alejarse, que no le bastaba con estar a 175 ua, o acercarse a 135 ua, que tuvo que probar a ver que pasaba si llegaba a 27 ua, mucho más cerca de los 40 ua en los que solemos encontrarnos nosotros.
—George, hemos detectado algo a 37.5 ua.
La proximidad de Farfarout ha provocado a Hydra, que con su vaivén ha generado una desestabilización en cadena, afectando a Nix y haciendo que Caronte se aproxime y comience a arrimarse a mí mucho más de lo experimentado con anterioridad. ¡Vaya un capricho!
—George, esto parece serio.
—Mira James, deja de alarmarnos con cada cosa que observas —gritó el aludido.
Vaya, vaya con Caronte, de lejos, mientras bailábamos separados, parecía más frío, pero ahora que se acerca, noto su calor, cada vez noto más su calor, su proximidad y nuestro baile es más acelerado.
—George, definitivamente tienes que acercarte a ver esto.
—¿Dónde quieres que mire?
—Aquí, donde hay una radiación que antes no existía. Parece un sistema binario desconocido.

Algo se ha descontrolado, ahora Caronte y yo hemos comenzado a friccionar, como si nos hubiéramos soldado de alguna manera, pero sin tocarnos y girando desbocadamente uno alrededor del otro.
—Winston, llama a control operativo y que nos pongan en contacto con Arthur. ¡Ya!
¡Lo que faltaba! Ahora se han unido a nosotros Hydra y Nix, hasta el díscolo Farfarout se ha incorporado al baile. Me parece que nos estamos saliendo del curso marcado, del que hemos seguido durante los últimos 4 MMa.
—Arthur, soy George, de Kitt Peak Mayall. Parece que el bueno de James ha encontrado algo desacostumbrado.
—Sí, dime deprisa, que tengo reunión con el vicepresidente.
—Una especie de perturbación con radiación.
—¿Dónde?
—Aparentemente a 37.5 ua.
—Confirmadlo y volved a llamarme dentro de dos horas.

Esto es alucinante, no solo nos hemos salido de nuestro camino, también nos hemos juntado demasiado entre nosotros y además estamos incrementando nuestra velocidad, ahora es diez veces mayor que antes. Debemos ir a 43Mks, o más. Con este descontrol vamos a ir directos hacia nuestro vecino, al que nos estamos acercando y cuyo camino acabaremos atravesando. ¡Ya, ya lo hemos hecho! ¡Ay Neptuno, amigo! me estoy alejando de la proximidad de tu órbita, por última vez. Has sido un esporádico compañero durante varios MMa, hemos cruzado nuestras órbitas como dos viejos conocidos, que se saludan y con un leve empuje gravitacional nos lo decíamos todo. Eres muy distinto de esos dos planetas mayores a los que me encamino sin remisión, con estos cuatro compañeros de viaje que me acompañan. Despídeme de Urano, tu colega helado, compañero de los territorios alejados y distantes donde nos mantienen prisioneros desde el principio de los tiempos.
—Arthur, soy George. Hemos confirmado las observaciones iniciales y además las hemos contrastado con las de Luis Morales, del Roque de los Muchachos, en Canarias, España. James ha hablado con Akamu Smith, en Mauna Loa, quien ha medido una inusual perturbación en determinada zona del cinturón de Kuiper.
—¿En donde?
—En la última localización de Plutón.
—¿De qué?
—De 134340. Vamos, de Plutón, de toda la vida, hasta que le quitaron la categoría de planeta.
—¡Ah ya! El loco planeta enano —exclamó Arthur y tras una breve pausa añadió—. Pues el vicepresidente exige que no se dé publicidad al tema.

Ya veo a Saturno, “el engreído”, que se cree el más guapo y el más listo, solo porque tiene unos anillos. De acuerdo, serán muy vistosos, pero solo reflejan la falta de atracción para integrarlos dentro de su masa. Mucha perturbación en superficie, mucha carga en la magnetosfera, mucha aurora boreal, pero al final todo es fachada. Menos mal que ya nos estamos alejando de semejante gilipollas.
—Arthur, aquí Akamu. ¡Esto va en serio! según mis cálculos, 134340 y sus acompañantes han traspasado la órbita de Saturno y se aproximan a Júpiter.
—Tranquilo. Ese gigante se encargará de detenerlos.
—Lo veo poco probable —comentó George, que se había incorporado a la videollamada múltiple entre los miembros de varios observatorios alrededor de la Tierra.
—Nuestros cálculos indican que tampoco habrá un impacto y Plutón seguirá esa alocada carrera —apostilló Amanda Vargas desde Cerro Paranal, en Chile.
—Voy a conseguir una entrevista con el presidente —dijo Arthur, dando por terminada la conversación.

Pues ya estamos atravesando la órbita de Júpiter y esto empeora. Ya estoy notando la deriva y la aceleración que está provocando en mi trayectoria. ¡Vaya con el aspirante a estrella! se quedó a medio camino, fracasado. Este gigante, el grande, pero sin carácter, que no tiene la personalidad de Saturno ni el carisma de Marte. Lo único que ha conseguido es alterar aleatoriamente nuestro rumbo, que Caronte, Hydra, Nix y Farfarout se fusiones a mi espalda, hasta deformarme como si fuera un huevo de 2200 km de largo y 20.000 Tkg. Este imbécil nos está disparando a más de 95Mks hacia los planetas medianos, a los del grupo interno del sistema.
—George, Akamu, Luis, Amanda, Virginia, James, Latika,… y todos los que estáis conectados, no he conseguido hablar con el presidente, está cazando osos en la península de Kamchatka en compañía de la presidenta de aquel país, ilocalizables. Tenemos que hacer un comunicado propio, sin supervisión y darlo a conocer a nivel mundial.
Marte, querido Marte, amigo desde la distancia, ahora tan próximo, te veo acercarte con tu esplendoroso color rojo. Marte el de las exageraciones y la extravagancia. Por suerte no impactaré contigo, Júpiter, el papanatas, me la ha jugado lanzándome contra vosotros, pero no parece que haya afinado la puntería para alcanzarte a ti. No chocaremos, tus enormes cráteres, profundos desfiladeros, largas cadenas de dunas y la gran llanura, siempre los más grandes entre todos, tus señas de identidad, no desparecerán por mi causa. Ahí te dejo y me despido de ti, con pena, podríamos haber sido la pareja ideal.
—Os leo el comunicado que hemos elaborado para enviar a todas la agencias de prensa y gabinetes presidenciales de todo el mundo —anunció Arthur a los gabinetes de emergencia de los doce observatorios más importantes del mundo, antes de dar comienzo a la lectura—. “Plutón y otros cuerpos celestes del cinturón de Kuiper iniciaron una increíble deriva que les ha disparado a 200Mks hacia la Tierra, contra la que impactarán a lo largo de las próximas horas. Aprovechen su tiempo”.
¡Tierra! ¡La Tierra! ¡El brillante azul de nuestro sistema! Estoy yendo hacia ti sin remisión. Vamos a abrazarnos y en un instante se producirá la gran maravilla. Vamos a representar la última tragedia de dos mundos o la gran eclosión de un nuevo ente. Esto es irremediable. ¡Recibámonos mutuamente sin pensar en el futuro! ¡Lancémonos a consumar este gran orgasmo planetario al que estábamos predestinados!

ua: unidad astronómica (abreviada ua, au, UA o AU) es una unidad de longitud igual, por definición, a 149 597 870 700 m,​ que equivale aproximadamente a la distancia media entre la Tierra y el Sol. MMa: miles de millones de años. Mks: miles de kilómetros por segundo. Tkg: trillones de kilogramos.

Manuel Medarde
Grupo A


Qué difícil es sobrevivir

Estoy muy apretado, casi no puedo moverme, pero sé que tengo que salir.
Con el pico golpeo la pared. Parece que se resquebraja. Continúo golpeando y se termina de romper. Noto frío, dentro estaba calentito, además parece que la oscuridad ya no es tan profunda. Siento mi alrededor menos oscuro y mucho más amplio. Aunque muy torpemente, puedo moverme.
Percibo movimiento alrededor, y parece que tengo compañía; Es un cuerpo parecido al mío pero más seco y que irradia calor. Me siento bien a su lado.
El suelo se hunde ligeramente cerca de mí y noto una presencia nueva cerca, se acerca, y me roza, parece amigable. Sin saber por qué abro la boca de forma desmesurada y ¡sorpresa! algo introducen dentro de ella; no sé lo que es, pero me lo trago. Es mi primera comida.
Al cabo de unos días ya puedo ver a mis compañeros, unos son de mi tamaño y torpeza, y otros mucho más grandes que vienen y van y me traen comida.
Aprecio con estupor que los que nos traen comida no tienen sentido de la proporción, pues ayer casi me ahogan queriéndome hacer tragar un saltamontes que era casi de mi tamaño. Menos mal que lo vomité, el grande lo troceó, y al final compartí un trozo con alguno de mis compañeros pequeños. Después de tragarme el alimento que me traen, siento la necesidad de expulsar algo por detrás; Algo tendré que echar pues si no con tanta alimentación que trago y trago al final reventaría. Lo que es expulso por detrás los grandes lo recogen y se lo llevan o se lo comen, de forma que el habitáculo en el que residimos está bastante limpio.
Un día nos invadieron unos animalitos pequeños, que se movían muy rápidamente y nos mordían, nos hacían chillar y retorcernos; los grandes acudieron y se liaron a picotazos hasta que no quedó ninguno de aquellos pequeños, incluso creo que me comí alguno.
Un día algo se posó en nuestro hábitat, algo siniestro algo de más tamaño y olor distinto al de nuestros mayores. Uno de mis acompañantes pequeños se le acercó con la boca abierta pensando que le iban a dar de comer, cuando la realidad fue que se lo comieron a él: le dieron un picotazo en la cabeza y a continuación le atraparon con unas garras largas y afiladas y se lo llevaron.
Un día cuando ya podía moverme con facilidad decidí dar un paseo. Paseo corto pues el sitio que habito es de poco recorrido. Enseguida tengo que girar y enseguida vuelvo al punto de partida. Aquel mismo día noté que algo caía sobre mí, caía por todo mi cuerpo y en parte cayó en mi boca, pues tenía la costumbre de abrir la boca a la menor. Entonces fue el primer día que bebí. Aquello era de consistencia distinta a lo que me embutían mis mayores en la boca, aquello fluía con suavidad, era fresco y sin sabor, pero agradecía su paso por mi boca y mi garganta pues suavizaba todo a su trayecto. Pasado los años llegué a saber del agua y sus beneficios.
Al cabo de 2 semanas me han crecido las plumas y compruebo que tengo muy largos mis miembros superiores, y que moviéndolos rápidamente me elevo en el aire como he visto que lo hacen mis mayores. Pronto saltaré al vacío y comenzaré una nueva aventura.

José Luis Fonseca
Grupo A


Yo

Antes de contaros mi siguiente historia, necesito compartir esta angustia perpetua en que me hallo. Un estado fatal del que nadie puede salvarme.
Nací de alguna boca anónima, en algún pretérito indefinido. Fui una muchacha dolida de amor; crecí criado de muchos amos. Soñé estar de estas prisiones cargado. Corté el mar de un valiente y libre corsario. Vi la bala de cañón que dejó al vizconde demediado. Quise acabar con mi vida y me fue este deseo entre la niebla negado. Negada mi voluntad, negado mi ser, mi todo, la obsesión creciente me convirtió en asesino confeso, aunque, señor, yo no soy malo. Me hice montaña creadora del mundo, fui nube de rayo y hasta un corzo nonato. Corrí, corrí, corrí como potro desbocado. No sentía mis patas, ni el camino, ni el cansancio.
Busqué, entonces, mi sentido: ¿quién soy YO en realidad? Acudí a psicólogos, médicos, poetas… sin encontrar respuesta. Mi angustia fue creciendo de modo desmesurado, anulando mi respiración (¿realmente respiro?). Y un chaval, en el parque, sin levantar sus ojos del móvil, me dijo: -¡Mira a ver en Internet, tal vez en ChatGPT! ¡Es lo que hace la peña cuando tiene una duda!
En el maremágnum de la búsqueda, entre el pringue intangible de esa masa viscosa de bits, me venía el recuerdo de aquel juego de niños: “Yo soy YO y tú eres TÚ. ¿Quién es más tonto de los dos?”. ¡Maldito juego!
Pero tenía razón. ¡Era verdad! Allí encontré la terrible respuesta. Hubiera querido que esta fuera mi epitafio. Pero no. Ni siquiera ese favor se me concede. Todos los buscadores de Internet, incluso la aplicación esa, ChatGPT , que a mí me recuerda a Pinocho, coinciden. ¡Todas coinciden! ¡Es la verdad! ¡OH, NOOO! (Envío adjunta la evidencia).
Ahora entenderéis que nadie pueda salvarme. Al menos, espero que comprendáis mi estado, espero que me tengáis en cuenta y os apiadéis de mí, antes de que empiece a contaros mi siguiente historia…

Isabel Torremocha
Grupo A


Noa

Me gusta dormir en su habitación, en mi cesta junto a la ventana y cuando amanece, subirme a su cama y tumbarme a los pies, esperando a que se levante para que me abra la puerta del jardín y saltar las escaleras, de dos en dos, de tres en tres, volando con mi osito entre los dientes para espantar a los pájaros negros que picotean el césped, al lado del olivo, donde reposan los huesos de mi abuelita Luna. Al oír mis ladridos salen de estampida.
Me acerco a a la valla para enseñarle mi oso a Pol — un teckel mini con manchas— mucho más pequeñito que yo, que vive con Telma, también teckel , de mi mismo color, —negro y fuego— , pero yo soy mucho más guapa que ellos, soy una cocker, muy traviesa y mimosa. Me gusta ladrar a la gente para que me hagan caso y me acaricien.
Me fastidia que Pedro se pare a hablar sobre todo con las chicas. Las perras también me ponen de los nervios, no así los machos de los que me gustan los olores que van dejando en el césped del parque.
Cuando él desayuna, me pongo a su lado debajo de la mesa para que me de un trocito de ese pan con aceite y tomate que está riquísimo, aunque a veces se enfada y dice que coma mi pienso.
Todas las mañanas me lleva de paseo, caminamos al lado del río. A veces me suelta y voy oliendo todo mientras él corre, yo también corro a su lado hasta que me canso, quedándome para atrás, sin perderlo de vista. Me paro en la sombra de algún árbol mientras hace ejercicio. Si se aleja, me enfado y ladro para que me haga caso.
Cuando hace mucho calor vamos a la Isla del Soto, y corro hacia el río a mi lugar favorito para zambullirme en el agua, nadando detrás de los patos que se mueven entre los juncos.
Cuando regresamos a casa, no perdono el premio, subo las escaleras, rápido como un cohete, dando saltos debajo del mueble de la cocina donde los guarda. Con el stick en la boca bajo a devorarlo en el sofá de la bodega.
Cuando Pedro prepara su comida, me gusta estar a su lado, en la mesa, por si se pierde algo. Le pongo ojitos tiernos para que comparta conmigo algo de su comida.
Sus amigos me caen muy bien porque me dicen palabras bonitas y me acarician. No me importa que vengan a casa; a sus amigas, las marco el territorio. Reconozco que soy una perrita muy celosa.
En la tarde, suelo echarme en el sofá del salón, en mi rincón favorito, mientras Pedro, lee y toca su guitarra. Cuando quiero salir, le doy con mi pata en la guitarra para que me lleve de paseo.
Si veo algún gato, me pongo en guardia y si no es porque voy atada con la correa, los perseguiría y los daría un buen susto. En el jardín no entra ni uno; los tengo a raya, lo mismo que a esos asquerosos pájaros negros que picotean el césped.

Pedro Gómez
Grupo C


Fuego, deja hablar a la montaña

Cómo ha pasado el tiempo, querido amigo, el reloj para los que se apresuran y piensan que todo es una sucesión de acontecimientos. Estoy cansada, amigo, apenas me quedan fuerzas combativas, que no serán suficientes para tu desgarro y tu lucha. Porque arrasas con tus teorías, con tu visceralidad. Eres implacable y rencoroso, necesario y extravagante, doloroso y mutilante.
Eres, eres… eres viento, dragón encolerizado.
Siento que se abren mis entrañas, la seguridad del que sufre, la impotencia y el desencanto del que vive sin objetivo. No puedo más, me rindo.
Soy soporte de tanta esencia de vida. De los robles longevos, estrategas y resistentes, de los arces y fresnos vigorosos, de los seguros y sociales laureles perennes, del desparpajo y la sutileza del cerezo, de la frescura apacible, protectora y amigable del avellano efímero, del exuberante acebo, fuerte, brillante y protector. Desatas tu cólera sobre zarzaparrillas y zarzales, refugio de comadrejas y armiños. Son la orla perfecta del lienzo hermoso, frontera de verdes, ocres, rojos y amarillos. Es que, ¿no sientes que tu destrucción es odio irreversible?
Ellos atizarán vendavales de humos y trasiegos, lenguas de fuegos y lágrimas de impotencia. Eso eres cuando la garra del prepotente humano se hace dios para apalear su afán de pertenencia.
Mi silueta engalanada por los mantos amables de bosques y praderas, crepitará entre brasas y rescoldos, infierno de humos, llamas y cenizas.
Abandona su objetivo, amigo. Su causa no te pertenece. Guarda tu hacha de guerra y ayúdame a respirar tranquila, entre las sombras de ocasos y los amaneceres de aguas esbeltas. Porque tus plegarias abrasarán sus conciencias, calcinarán sus iras y elevará sobre ascuas de esperanza el ave preciado de sensatez y de mesura.
Impasible contemplo.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Piedra caballera

Han pasado miles de años pero lo recuerdo bien. Recuerdo cuando estábamos todas juntas, cercanas, no nos veíamos, ni nos tocábamos, pero nos sentíamos. Y esa pertenencia a un grupo, esa sensación de comunidad era suficiente. Era lo único que necesitaba hasta que un día me lo quitaron. El suelo empezó a temblar y yo que nunca me había movido ni un centímetro, me encontré rodando montaña abajo. Una sensación de vértigo me invadió, al principio mareaba, pero comencé a disfrutarla. Sentía a mis compañeras rodando a mi lado, incluso a veces chocando unas contra otras. Choques en los que nos rompíamos, perdiendo trozos. A mí me pasó un par de veces, no era agradable dejar al descubierto partes que llevaban tanto tiempo dentro y que al contacto con el exterior escocían. Hasta que la velocidad fue disminuyendo y una piedra muchísimo más pequeña que yo me detuvo. Notaba que mis compañeras seguían rodando y yo quería gritarles que no me dejaran, que quería seguir con ellas, pero no me moví más y una sensación de soledad me oprimió. Había perdido a mi grupo. Estaba sola, con aquella pequeña piedra que me había hecho parar en aquella postura tan inestable. Yo, que siempre había estado bien apoyada en mis miles de kilos, ahora estaba ladeada hacia la izquierda sujeta tan solo por aquella desconocida.
Los primeros cientos de años los pasé incómoda y ella también, aquel contacto forzoso nos molestaba a las dos. Con el paso del tiempo comencé a notar su aceptación y poco poco empecé a soportarla yo también. Y esa inestabilidad en la que estábamos se nos empezó a hacer cómoda. Ella admitía cargar con mi peso y yo dejé de de temer que no pudiera mantenerme y comencé a respetarla.
Últimamente se ha producido un cambio en nuestro entorno, los humanos nos rodean a menudo. Siento su presencia cada vez más, incluso se atreven a tocarme con ese tacto suave y viscoso que comenzó desagradándome y al que también me he acostumbrado. Noto su admiración y la mayoría de las atenciones me las llevo yo, no se dan cuenta que la que importa es ella, es la que me aguanta, la que me sostiene y que, aunque yo pese toneladas, la fuerte es ella. Ellos me admiran a mí y yo a ella.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Fue un momento, un instante. No hubo tiempo, de tener tiempo. Aquel vendaval se coló, violento, furtivo, por la ventana abierta. De súbito, fui arrancada del lecho donde descansaba y separada del resto de las hojas, mis compañeras, con las que compartía el escritorio.

Atrapada en su locura, iba y venía a su merced. Sus torbellinos me giraban. Doblada y retorcida, mi cara se enfrentaba con mi cruz. Arrastrada en su furia volé hacia la calle, ahora subiendo, luego bajando. Tan pronto era aplastada contra una pared como estrujada contra una chimenea.

Cuando, por fin, aquel arrebato se apaciguó estaba tirada en el asfalto. Un autobús avanzaba. En instantes sería hollada, chafada, molida, deslucida. Pero yo sabía que, dentro de mí, había palabras escritas. Palabras que alguien había pensado para decir u ocultar. Palabras que podían iluminar la realidad o ensombrecerla, vivificarla o agostarla. Y, qué sería de ellas, de aquel tesoro, de aquellas claves.

Justo antes del momento final recordé las dos primeras: el destino. Fue entonces cuando comprendí.

José Carlos Gómez
Grupo A


La bosta de la pradera

Escuchaba curioso, el leve crepitar de la eclosión de los últimos huevos,que al cascarse, iban alumbrando la venida de mis nuevos hermanos. Senti la presencia de nuestra madre reptando a mi lado. Se restregaba con nosotros para impregnarnos su olor y transmitirnos las pautas precisas para nuestro desarrollo. La información iba fluyendo hacia nosotros a medida que se desprendía de su aroma
Comenzó comunicándonos que el sitio en el que estábamos era como un nido. En aquel cobijo podríamos, durante un tiempo, comer y crecer guarecidos de elementos hostiles.
Los nidos, los proporcionaba una divinidad, que hacía temblar la tierra a su paso. A veces producía un sonido grave y alargado, y otras venía acompañada por un sonido armónico, con el que hacía vibrar todos nuestros anillos. Esto, y rascarse los cuerpos con los hilos que salían por debajo las plantas, era una actividad muy placentera y necesaria para la tranquilidad del grupo.
Siempre y cuando oyéramos esos sonidos, habría más sitios como este para alimentarse, procrear y dejar protegida a la prole venidera.
Abundó, en que debíamos huir lo más posible, de la claridad exterior al refugio, pues los peligros más súbitos procedían de allí y a medida que el nido se consumía, estaríamos más expuestos. No deberíamos esperar a agotarlo, para asumir nuestro cometido.
Como si lo hubiera presentido, una gran sombra precedida de un silbido, se abatió sobre el nido, llevándose a varios de mis hermanos que se habían acercado a la claridad.
Al instante, nuestra madre recomenzó con la labor de restregarse contra nosotros, para que, por su olor aprehendiéramos la información que nos seguía suministrando:
“Antes de que hayáis agotado las provisiones del refugio, estaréis preparados para comenzar a excavar galerías”.
Deberíamos, a medida que construyamos nuestra senda, ahondar en la profundidad de la tierra para esponjarla y hacerla acogedora.
“ Este es nuestro cometido”, nos informó, pero no recuerdo a quién, el porqué o para qué, servían nuestros esfuerzos.
También nos previno de que deberíamos huir, siempre que encontráramos galerías más grandes de las que nosotros hiciéramos.
Nos alertó sobre un animal, que en su glotona ceguera, sería capaz de acabar con todos los que estábamos en ese momento en el nido.
Nos enseñó a que lo distinguiéramos, por sus chillidos cortos y desagradables.
Luego se enroscó sobre sí misma y permaneció inmóvil.
Tras esa pausa, exhaló un aroma diferente y desenroscandose, empezó a horadar una galería.
Mientras desaparecía del nido, ese especial olor comenzó a envolvernos a todos, haciéndonos sentir integrados en un solo ser.
Quedamos con una sensación de abandono, con ese pesar de la orfandad, con la necesidad de haber hecho “las preguntas”, que todo ser siente que hubiera querido hacer, antes de la desaparición de su madre.
Pudimos, no sin frecuentes enfrentamientos, crecer mientras iban mermando las reservas del nido .
Llegó el momento en el que comenzamos a oír cerca del refugio, los chillidos cortos y desagradables, que nuestra madre nos anunciara tiempo atrás.
De repente, otro animal, fuerte, redondo y más oscuro que la propia tierra, irrumpió en el nido. Desgarró todo a su paso y comenzó a comerse a mis hermanos.
Los que sobrevivimos a la expulsión del nido materno, comenzamos a excavar nuestras propias galerías, con la desesperación del que se sabe al borde del fin.
Yo no paré de hacerlo, hasta que dejé de oír aquellos chillidos cortos y desagradables.
Pasado un tiempo, con el recuerdo borroso de mi madre y sin la cercanía de mis hermanos, oí de nuevo el sonido armónico que hacía vibrar mis anillos.
Necesitaba saber por mi mismo, cómo era la fuente, donde se hallaba la divinidad que nos cobijó cuando vinimos. ¿ Había alguna esperanza contra la oscuridad?, ¿Y si había, podría aventurarme, alguna vez, más allá de la claridad?¿Podría permanecer en ella, o solo pensarla?
Necesitaba respuestas, y tuve que arriesgarme a salir en la mas absoluta negrura, de la intermitente seguridad de mi galería, para encontrarlas.
Me dirigí hacia donde el suelo temblaba al pasar la divinidad, y cuando mi arrojo comenzaba a flaquear, fui engullido por una lluvia espesa y olorosa que, lejos de ahogarme, al secarse, se acabó convirtiendo en un
espléndido refugio.
Me sentí protegido pero sin respuestas. Quedé perplejo y rememoré el nido materno.
Algo dentro de mí, me impelió a enroscarme , a reposar. Había llegado el momento de poner mis propios huevos e informar an mis hijos con idénticos aromas a los que , en mis comienzos, me impregnó mi madre.

Calgari
Grupo A


As Andorinhas

Cuando llego al nido para reposar después de un largo viaje de regreso, los bordes a los que me asgo se deshacen, y todo se desprende de un tajo. El nido se desploma al vacío. Busco la rama del árbol más cercano para avizorar lo que ha pasado. El pecho me palpita, como ocurre ante la presencia de las gaviotas y las palomas, con quienes disputo, el alimento vibrante del río Douro. Los gatos callejeros del Puerto también acechan. Hacen como si estuviesen dormidos, mientras que la bandada recoge restos de comida, ramas, plumas y barro para reconfeccionar el mismo nido de todos los años . Entonces los felinos dan el salto en medio del barullo, con sus garras abiertas para atrapar alguna presa. Volamos para esquivar el zarpazo, y de inmediato la labor se reinicia.

Voy a comenzar a construir el nuevo nido, sin descanso. El tiempo para el apareo y el aovar se apresura, lo siento en mi vientre. Pronto escucharé el canto de mi pareja que también regresará al mismo lugar para hacernos de nuestras proles .

En instantes veo en el suelo ramas alargadas, voy por ellas. Aún están verdes, el tejido se me hace difícil. Una niña lanza unas migas de pan. Un pedacito de gran tamaño cae sobre mi cabeza. Suelto la ramilla para coger el alimento inesperado. La brisa la pierde. Mis entrañas deciden. El hambre es como un animal dentro de mí. Es así para todos los pájaros de la rivera. Devoro fácil las migajas que caen a mi alrededor, ya húmedas por el agua de las salpicaduras de los botes oscilantes a la orilla del encalle de cemento; y por el viento, a veces cargado de goteras: los peces que van en el pico de las gaviotas en vuelo se sacuden contorsionando sus cuerpos escamosos para soltarse. Pero no pueden, las aves aferramos la presa, el alimento del día.

Una vez satisfecha, vuelo hacia la colina, allí olisqueo la yerba seca. La muda de los árboles, las ramas y hojas muertas, sirven para componer el fondo del refugio. El tejado de un colegio cercano parece ser el lugar más seguro para adosarlo, las voces de los niños aleja a los depredadores.

La tierra está seca, debo mojarla. Encuentro una fuentecilla en un patio. Lleno mi buche de agua y la tiro una y otra vez en un punto del jardín, hasta que puedo moldear la tierra. Cargo el barro en el buche y a horcajadas lo devuelvo para pegarlo en la pared. Vuelo para buscar una y otra vez la paja que voy a adosando con mi pico. Estoy fatigada, descanso en las ramas de los árboles. Y entonces escucho el canto de mi pareja. De inmediato me acoge en la misma tarea. Juntos estaremos reconstruyendo el nido. Antes nos apareamos revoloteando en las verdes ramas de los arbustos. Ahora mi vientre está henchido.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Giacometti en el Prado

La tengo enfrente y no quiero verla. Se parece demasiado a mí, la misma delgadez, la misma firmeza, esa fría templanza y la superioridad con la que observa el entorno.

Un lugar único, circular, en cuyas paredes permanecen, desde tiempo inmemorial, unos cuadros, y ahora, en el centro, nosotros tres, pues no sólo está ella frente a mí, sino que también nos acompaña el hombre que camina, aferrado al suelo con su enorme zancada.

Los días pasan, siento el latir de la gente que nos visita. Nos miran, se extrañan y se dirigen al que parece el cuadro más insigne. Suelen venir en grupos, eso me gusta mucho pues me fijo en alguno de ellos y voy comprobando cómo se comporta ante mí. Eso mi clon lo odia. No me habla, pero yo leo en su mirada. También he descubierto que ignora a los personajes que nos rodean, tanto si se mueven como si permanecen, como nosotros, inmóviles.

No siente a esos niños que en círculo oyen a la profesora, explicando anécdotas de los personajes que allí nos encontramos y ellos van poniendo cruces en unos folios con imágenes. A mí me encantan esos críos, ayer mismo me fijé en uno de ellos, llevaba gafas y el pelo rizado. Se quedó fijo cerca de mí, noté sus palpitaciones en mis enormes pies de hierro. La profesora le pidió que prestara más atención a Las Meninas pues era el tema del día. En otra ocasión veremos a La mujer veneciana, le dijo.

Ese era precisamente el cuadro insigne de la sala circular. Por eso mi clon estaba celosa, y por la noche oía sus lamentaciones. Alguna vez sugirió al hombre que camina romper con sus largos brazos parte del cuadro.

Algunos comentan la singularidad de nuestra presencia. En una ocasión, una joven explicó que con nosotros allí se producía un fenómeno artístico, el arte dentro del arte, la contemplación de los protagonistas en ellos mismos, unos y otros nos mirábamos produciéndose un momento único, una situación artística dimensional.

Así que mi clon, el hombre que camina y yo somos obras de arte, tan interesantes como Las Meninas. A mí no me sorprende, he viajado mucho y siempre aprendo de la gente que me rodea pero mis compañeros no sienten lo mismo. Intuyo que traman algo, les oigo cuchichear por la noche, comentan cosas sobre las niñas y el perro.

Me gustaría quedarme aquí para siempre, ya no quiero volver a Zurich.

Vamos en camiones, siento el ruido de la autopista. Anoche se produjo un revuelo, nos empaquetaron a toda velocidad tanto a mi clon como a mí, el hombre que camina estaba clavado en una pared y el mastín le lamía dulcemente.

Josefa Briz
Grupo C


Orgía

Los árboles son mis capilares, mis espinillas, mis pelos encarnados. Soy una dermis que se extiende. Camaleónica es mi existencia, tomo los colores que quiero y hay veces los que necesito. Verdes, amarillos, ocres, naranjas y blancos.
Tengo un guardián al que estoy sometida. Es mi reflejo, mi omega. Copulábamos en el espacio del tiempo y nuestro sexo dio vida. Tuvimos hijos que duermen en mi interior, todos menos uno quien dio origen a las historias del mundo.
Por momentos me inspiro y me adorno de flores. Por momentos me deprimo y me seco negándome a nada. Me estiro, laxa, prolija, salvaje. Mi edad se mide en estados de ánimo. Me surcan arrugas de aguas que refrescan. Juntas cantamos. Juntos gorjeamos.
Me río cuando intentas controlarme, domarme, moldearme. ¿No te cansas de repetir siempre lo mismo? ¡Claro que sí! Te frustras conmigo. No me tienes paciencia y literalmente me quemas. Me lastimas. ¡Estúpido!, es que no te das cuenta que te jodes tú. No eres nada sin mí, pero yo lo soy todo sin ti.
Cuando me otorgas la responsabilidad de la semilla me honras con tus esperanzas. No siempre me entiendes, no siempre te entiendo, pero doy lo mejor de mí. Te lo juro.
Solo quiero darte placer cuando me tocas con tus pies desnudos. Transportarte a un nirvana cuando me abrazas con tu espalda y te fundes en mí, dejando que la gravedad nos envuelva.
Quiero que tengamos una orgía, el cielo, tú y yo. 

Vanina Palomo
Grupo C