Y comieron perdices

Este lunes dedicamos la sesión a la felicidad y los finales felices. Así que nos pasamos la hora y media de sesión comiendo perdices escabechadas. Estábamos tan felices que casi se nos corta la digestión por entrar de lleno a los textos.
Comentamos brevemente un artículo sobre "Literatura y felicidad" de Marcelo Ortale. Leímos un fragmento de Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite y otro de Obabakoak de Bernardo Atxaga. Y completamos la lectura, tras una breve charla a cerca de los finales de las historias, con otros dos textos, uno de Eduardo Galeano y otro de Clarice Lispector.

Sobre la felicidad

“Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor después de casarnos, después de tener un hijo y entonces después de tener otro. Entonces nos sentimos frustrados porque los hijos no son lo suficientemente grandes y que seremos más felices cuando lo sean. Después de eso nos frustramos porque son adolescentes (difíciles de tratar). Ciertamente seremos más felices cuando salgan de esta etapa. Nos decimos que nuestra vida estará completa cuando a nuestro esposo (a) le vaya mejor, cuando tengamos un mejor carro o una mejor casa, cuando nos podamos ir de vacaciones, cuando estemos retirados.”
“La verdad es que no hay mejor momento para ser felices que ahora. Si no es ahora, ¿cuándo? Tu vida estará siempre llena de retos. Es mejor admitirlo y decidir ser felices de todas formas. Una de mis frases: “Por largo tiempo me parecía que la vida estaba a punto de comenzar. La vida de verdad. Pero siempre había algún obstáculo en el camino, algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda que pagar. Sólo entonces la vida comenzaría. Hasta que me di cuenta que esos obstáculos eran mi vida”. Esta perspectiva me ha ayudado a ver que no hay un camino a la felicidad.”
“La felicidad “es” el camino; así que atesora cada momento que tienes y atesóralo más cuando lo compartiste con alguien especial, lo suficientemente especial para compartir tu tiempo y recuerda que el tiempo no espera por nadie... así que deja de esperar hasta que bajes cinco kilos, hasta que te cases, hasta que te divorcies, hasta el viernes por la noche, hasta el domingo por la mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno o hasta que te mueras, para decidir que no hay mejor momento que éste para ser feliz... la felicidad es un trayecto, no un destino!

Eduardo Galeano

La felicidad clandestina

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos planas. Como si no fuera suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un papá dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos; incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del papá. Para colmo, siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad en donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísimas palabras como “fecha natalicia” y “recuerdos”.
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía de odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejercitó su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como por casualidad, me informó de que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviera al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el transcurso de la vida, el drama del “día siguiente” iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que, mientras la hiel no se escurriese por completo de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra.
¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: “Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña”. Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la mamá. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, esa mamá buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: “¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera quisiste leerlo!”.
Y lo peor para esa mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos observaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: “Vas a prestar ahora mismo ese libro”. Y a mí: “Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras”. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubieran regalado el libro: “el tiempo que quieras” es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Tomé el libro. No, no partí brincando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber en dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire… Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.
Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante.

Clarice Lispector


Propuesta de escritura:

Escribe un texto sobre la felicidad. No importa que el final no se feliz. ;-)


Y estos son algunos de los textos que nos han llegado hasta ahora


Perpetua y Felicidad... ¡Esas infelices mártires!
(o de como no intentar ser feliz)

Si usted quiere ser feliz sin morir en el intento, no debe pretender a esa brillante chica llamada Felicidad. Ha de saber que es muy suya y no le gusta que la apremien. Sólo se presentará ante usted cuando ella quiera y, a sabiendas de que aun a riesgo de no ser ante sus ojos, del todo reconocible, será bien recibida.

De igual modo, tampoco debe pretender que si ella decide hacerse visible para usted, lo haga en compañía de Perpetua ya que nunca congeniaron bien. De hecho, ha de saber que Perpetua-Felicidad o Felicidad-Perpetua, sólo hicieron un buen tándem cuando tras ser perseguidas; juntas en un final salto, se asomaron a lo eterno.

Mercedes González
Grupo A


Buscando la felicidad

Sin saber cómo, un día cualquiera, anidó en mi interior una sensación de paz, largamente olvidada. No, no podía tratarse de la felicidad. Imposible que dejara atraparse de forma tan despreocupada. La había buscado cada día, cada noche, hasta desfallecer. Había rastreado lugares absurdos e inimaginables, sumergido en el líquido ardiente de vasos, infinitas veces llenos e infinitas veces vacíos. Visité garitos inmundos y peligrosos, tratando de descubrirla en el amor barato, de precio establecido. Transité alucinantes mundos psicodélicos que abocaban todos en la destrucción total del cuerpo y del espíritu. No me quedaron caminos por explorar. Y no estaba.

Pero… un día sin más, anidó en mi interior una extraña sensación de paz, y me aferré a ella. Me sorprendió el despertar del sol cada mañana, y me embelese con los atardeceres rojizos del verano. Me dejé cautivar por el murmullo lejano de las olas, o la fresca brisa estrellándose en mi rostro. Descubrí la emoción del abrazo tierno de mi niña chica o el mirar sereno de la dulce esposa. Gocé el canto alegre de la vida estallando en primavera; y el olor a tierra mojada me devolvió a una infancia feliz pero lejana…

He abandonado la loca carrera de alcanzar a esa utópica diosa inalcanzable. Me conformo con esta paz cercana de pequeñas cosas.

Pero he de perdonarme y me perdono. Necesito mi perdón. No puedo flagelar mi espíritu con el pasado.

Evaristo Hernández 
Grupo B


David

David se despertó en medio de una tormenta lluviosa, un Domingo que tenía que repasar los últimos apuntes anotados de la clase de Body balance que daría la próxima semana, y él aun no se sabía los apartados de los equilibrios.
Miró como el agua caía, y formaba enormes charcos.
Hacía un año que Sergio se había ido, y lo añoraba, era su compañero su amigo… añoraba su cariño, y luego ella…que le sentía lejos y lo seguía queriendo.
La verdad era que no quería levantarse de la cama, ¿para que?
Con ese día… abrió la ventana el aire fresco de lluvia entró y fue inundando su habitación.
Se puso a repasar y echó un último vistazo.
Perfecto- se dijo- puedo hacerlo.
El tobillo le seguía molestando, sin embargo, después de desayunar lo intentó.
Me lo encontré cojeando por el gimnasio.
- Pero David- me lanzó una mirada persuasiva- tu tobillo.
- Si lo sé, no te preocupes.
Durante la presentación, note que estaba un poco más flojo, pero lo consiguió.
Hoy, me miró al espejo y me digo: puedo hacerlo, lo sé
Me lo enseñó David.

Iria Costa
Grupo B


¡La felicidad es una utopía!

Siempre he pensado y según pasa el tiempo más aún, que si uno quiere ser feliz, debe procurar no analizar las cosas racionalmente.

Me suelo hacer muchas preguntas:

¿Cuándo consideramos que una persona es feliz? ¿Cuándo no tiene enemigos? ¿Cuándo es apreciado por los que te conocen? ¿Cuándo duermes siete horas seguidas sin despertarte sobresaltado por algún problema? ¿Cuándo eres capaz de esquivar todas las dudas que surgen en la vida diaria? ¿Quién es más feliz, el que más tiene o el que menos necesita? ¿Qué es más importante, mirar para atrás o mirar para adelante? ¿Conocer el final de las personas, cambiaría la vida diaria?

***

El poeta Muslih Saadi intercambia opiniones sobre la felicidad con un grupo de mendigos Sufíes supervivientes de la invasión mongol en Persia.

El hombre reconoce únicamente su felicidad
en la medida de la desgracia que haya experimentado. Muslih Saadi

Jamás será feliz quien no ha llorado,
quien no ha perdido el mar o acaso un puerto,
quien no ha tocado un cuerpo despidiéndose,
quien no ha saboreado la derrota.

Jamás será feliz quien no ha medido
la luz de su tristeza
en su esperanza.




Del libro “Baile de Máscaras” de José Manuel Díez:

Luis Iglesias
Grupo B


En Invierno

Es en invierno sobre todo cuando María José adelanta el momento de irse a la cama. Le gusta meterse entre sábanas despacito, demorando, hasta lograr esa postura fetal de las rodillas poco menos que pegadas al pecho para mejor sentir a su espalda el calor amable del cuerpo de Roberto. Le resultaría difícil conciliar el sueño sin esa dulce sensación que la llena por completo; ella guardando quietud absoluta para no romper lo mágico del momento. Roberto, siempre Roberto.

Roberto, del colegio, del instituto más adelante, de la facultad por último. Roberto, su novio. Roberto, luego su marido. Y tras el divorcio, Roberto lo mismo. Es en invierno más que nunca, ya se dice. En invierno y en el lecho tantas veces compartido, mientras oye ulular el viento en las ramas desnudas de los árboles. Delicado, suave, tierno ese calorcillo de Roberto a su espalda. Como antes, qué importa si ahora es figurado y se alimenta del recuerdo; nadie tiene muy claro dónde se halla la divisoria entre lo fantaseado y eso que hemos convenido en llamar realidad.

Todo ha de suceder en el más estricto de los secretos. Y sucede, ya se ocupa de ello María José. Cualquiera sabe cómo lo tomarían las compañeras de la Asociación de Mujeres Separadas, ella la presidenta recién reelegida.

Pascual Martín 
Grupo B


La Venganza (final)

...cuando una hora después se presentó el juez y determinó el levantamiento del cadáver, los vecinos del pueblo colaboraron descolgando el cuerpo. Era en la casa palacio como dejo dicho, en la parte habitada por Valeria y su madre. Una punta de la verja del jardín había atravesado la pata del pantalón, y el cuerpo quedó colgando, sin acabar de rasgarse la tela. Se había desplomado hacia el interior y ahí fue donde sin duda se disparó la escopeta de caza que llevaría de la mano. El cadáver de Rogelio Buitrago colgaba desmadejado, trágica postura, los brazos abiertos y lo mismo la pierna libre, la cabeza como a un metro del suelo, el rostro por completo desfigurado.

Pese a lo dramático del suceso, no aprecié consternación en la gente que se arremolinaba en torno. Tampoco yo la sentía, la verdad. Fácil imaginar la intención que movería al ahora fallecido cuando trepó la verja.

Pascual Martín 
Grupo B


“Wanted.”

Fue un androide feliz hasta que perdió la fe en el ser humano.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Infinita felicidad

He escondido el espejo que tenía a la salida de la habitación, para no ver mi reflejo en un tiempo, ni tener que echar de menos el reflejo de tu cuerpo junto al mío.

Estos días, cuando cruzo el umbral, sólo encuentro frente a mí la alcayata que sujetó durante tantos años nuestro reflejo, nuestras miradas y gestos. Fuimos felices frente al espejo y es por eso que cuando lo guardé dentro del armario, intenté con ello envolver en papel de seda nuestra felicidad para que se mantuviera intacta cada vez que piense en ella. Aún creo escuchar risas que salen por las rendijas del armario, acompañadas de la flor del pensamiento con olor a pelargonio.

Algunas noches, cuando no puedo dormir, dejo entreabierta la puerta de la habitación y de lejos, entre la tenue luz que la persiana a medio bajar del salón, deja entrar desde la calle, imagino que aún sigue ahí, recogiendo tu sonrisa y el remover de tu coleta al pasar.

Y me pregunto, a ratos, si la felicidad estuvo sentada frente a mí y no supe entenderla, dejándola escapar.

Encuentro tu ausencia repartida en cada espacio de esta casa, ahora medio deshabitada, pero tu ausencia no es tristeza, la he transformado en felicidad infinita por todo aquello que me diste, por todo lo que dejaste aquí, impregnando con tus recuerdos el ambiente de mi hogar perfumado ahora con tu nombre, a cada paso que doy por él.

He pensado mucho en ello y ahora sé que la felicidad no tiene fecha de caducidad. Podría asegurar que es infinita, como tu recuerdo frente al espejo. Mientras piense en ella, siempre me devolverá el reflejo de lo que fue, aunque esté ausente, como tú.

Podría tocar tus manos sin tenerlas cerca, sólo con el recuerdo y envolverte cada tarde en una primavera nueva, aunque siempre fuera invierno…

Tina Martín Mora
Grupo A


Felicidad por decreto

Me manda mi maestro escribir un texto sobre la felicidad. Me pregunto si es posible escribir sobre un estado de ánimo cargado de tanta subjetividad. Difícil tarea. Felicidad: palabra mágica, llena de misterios, que todos perseguimos. Nos pasamos la vida buscando, apenas disfrutamos y somos esclavos de ella porque el Corte Inglés y otras hierbas nos dan la matraca con ella un día sí y otro también acerca de cómo ser felices llevando una bolsa de la mano.

Si ya teníamos bastante con estos mensajes llenos de un claro contenido economicista, llevamos un tiempo que llueven de las nubes digitales mensajes ñoños que utilizan frívolamente esta palabra. Vivimos por tanto envueltos en un entramado de redes que utilizan para tejerla palabras felices, pero que realmente, poco ayudan a conseguir ese estado.

¿Hay evaluación posible de la felicidad? Pues no. Y ahí está el problema. Nos empeñamos en conseguir dosis de felicidad para competir en cantidad, no en calidad. Se nos pasa la vida en ello, para intentar mostrar nuestra felicidad ante los demás. La verdadera felicidad, ni se compra, ni se vende, pertenece a lo más íntimo de cada uno, formando parte de tu caminar por la vida Empieza con estar a gusto consigo mismo, a partir de ahí, tendrá nombre y apellidos, conseguirá ir ensanchando su territorio, que te permitirá disfrutar, amar, ilusionar, contagiar, compartir,…con todo lo que tienes a tu alrededor, en el día a día.

Que no nos vendan felicidades enlatadas, calendarios de días felices, viajes sin esfuerzo, porque todo camino exige un esfuerzo y el de la felicidad aún más, pues te lleva a volar por la vida. No buscarla es el mejor síntoma de que eres feliz cada día, disfrutando de las pequeñas cosas, incluso hasta del trabajo, como hacer esta tarea. Todo menos alcanzarla por decreto.

Antonio Castaño Moreno
Grupo A


Vivir momentos de felicidad

Me siento empujada a escribir sobre la felicidad, porque yo creo en la felicidad; para afirmarlo de una manera tan contundente tengo que reflexionar qué es para mí la felicidad.

Pero, ya que reflexionar cuesta más, y con esto entro en materia, voy a empezar por lo más fácil, rememoro que este verano fui a unos grandes almacenes, sección hogar, voy buscando un mantel antimanchas, que no necesite plancha y que me guste, ¡casi nada!, tuve suerte, lo encontré. En la mesa de mi cocina lo pongo para el desayuno y ahí está todo el día. Fondo blanco roto, palabras cada una de un tamaño, letras mayúsculas de distinto color: azul, rojo, amarillo, verde, que con gran fuerza y de forma repetitiva me dicen: despertarse, vivir, disfrutar del sol, un café recién hecho, tostadas, desayunar juntos, empezar el día con buen pie, sonreír, un buen té con alegría, ser optimista. Esas palabras, ese mantel van creando ambiente, aparece una sensación placentera y eso para mí ya es felicidad; la considero como la capacidad para saber vivir intensamente todo lo que va apareciendo, todo: el dolor, las frustraciones, las ausencias, las buenas noticias, las alegrías, una puesta de sol, una mano amiga, una palabra, un encuentro, un ver la botella medio llena; saber superar las adversidades aprovechando y viviendo lo bueno que hay alrededor; aceptar los momentos de pena como algo natural; que el disfrutar de momentos de felicidad, “la felicidad no es perpetua”, no depende de los bienes materiales que poseas, sino de tu actitud.

Yo me agarro a todo esto y sí vivo momentos de felicidad.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


El eco de la felicidad

Unas orejas de Dumbo aleteando sobre una cuna.
Mis primeros pasos en la playa pequeña, detrás de los suyos, viejo gigante.
Frente al mar, dos cuerpos vibrantes saludando a las olas y en diálogo con ellas, dejarse arrastrar a la orilla, en un torbellino de risas y espuma.
Las mañanas sin cole en las que me zambullía en tu cama y te suplicaba, animando tu imaginación desbordante, que me contaras cuentos. Cuentos que tú inventabas solo para mí. “La cigüeña Sebastiana”, “la bombilla verde”…
Una niña de ojos curiosos que perseguía por todas partes a un culo de elefante, hasta en las ocasiones menos oportunas.
Las sopas humeantes de la abuela que, empeñada en que nos escaldásemos la lengua, combatías con tus huracanados resoplidos que llegaban hasta mi plato y ese chorrito de agua con que lo regabas, tú siempre cómplice, ella ajena a nuestro pacto de camaradas.
Viernes y sábados, noches de fiesta. Recién duchada, mi pelo mojado, sentada en un viejo butacón pegado al tuyo. “Crónicas de un pueblo”, “Directísimo”, “300 millones”…
Días torcidos de escuela. Mi mano temblona y fría, anidando en la tuya, cálida y serena.
Un Taunus gris. Paseos vespertinos por el campo charro. Las cuatro estaciones. También las de Don Antonio, “el cura pelirrojillo”.
La primavera. El descubrimiento de los colores en las flores de las cunetas, en donde competían en esplendor, las amapolas, los dientes de león, las margaritas, los acianos, mezclados con los distintos tonos del verde al amarillo de las espigas.
Las sensaciones del otoño. El reseco crujido de las hojas de los falsos plátanos que tapizaban el camino a nuestro paso y ese olor concentrado de vida y de muerte que emanaba de la húmeda tierra. La tibieza del sol acariciando nuestras caras. Una boda de pájaros, otra. El apresurado adiós del día. El “rose di sera”.
El invierno era el tiempo que destinábamos a luchar rabiosamente contra el olvido. Tardes de faldillas y chocolate con churros, en las que nunca faltaban moviendo sus viejos engranajes, sus hermanos acompañados de todo su repertorio. La tía Luisa, la tía Lola, el tío Jacinto, el ausente tío Pepe (siempre presente) al igual que Carmencita, la pequeña, que no llegó a cumplir los cinco porque una meningitis se la llevó, poco después del nacimiento del siglo.
Mientras ellos conversaban, reían, muchas veces callaban, por entonces yo solo escuchaba, ávida de historias familiares dentro de un mundo al que no pertenecía pero del que me sabía parte.
Y del limón natural, al zumo de tomate con unas gotitas de tabasco y de ahí, al Martini rojo. Los veranos se fueron desgranando como las uvas y fue en su pueblo, en la comarca de Sayago, con sus amigos, Marcial, Evaristo, Aresio y Don Abelardo, a quienes se les soltaba la lengua de aquélla manera entre chato y chato, los que me regalaron con sus animadas charlas, enseñanzas de la vida que de otra manera no hubiera aprendido.
Los viajes a Madrid. Los despertares en el hotel Liabeny. Las espinacas con bechamel del “California”. Las tardes de zarzuela en los teatros de la Gran Vía. Una estancia en Portugal. Algunos otros por el Norte.
Una habitación de hospital. Una canción para él. Una despedida sostenida en mi mejor versión del “Maitechu mía”.
Despierto. Sobre mi mesilla, como cada mañana, mis ojos se posan en ella.
Contemplo aquélla tarde de finales de mayo. Los vencejos ya han llegado. Dos rostros reflejan orgullosos la alegría de saberse juntos, los brazos entrelazados, casi fundidos. Han pasado cuarenta años. Soy feliz.

Concha González 
Grupo A


Una mala noticia puede ser motivo de alegría

Javi, se llamaba Javi. Recuerdo aquella mirada angustiada, mirada de socorro, mirada de súplica, de petición de ayuda, de alguien que necesita que le solucionen un problema serio.

Me contó que le dolía el pecho, que se cansaba cada vez más, y que últimamente había notado dificultad al tragar. Me advirtió muy serio, que no fingía ni exageraba, que lo que le estaba pasando era algo muy real.

Tras una pequeña charla acerca de su vida y de sus estudios, vi que era un adolescente responsable y le creí.

Le pedí una radiografía, se la hacen en el momento y no aprecio ninguna anomalía. Le pido otra prueba-una espirometria- y allí se insinuaba que había algo alrededor de la tráquea que le impedía respirar con normalidad. Al fin una pista.

Pienso: se que estas ahí cacho cabrón, aunque no te veo, se que estás ahí.

Hablé con su madre , le dije lo que temía, y que iba a poner en marcha toda la mecánica para agilizar el proceso.

Llamé a hematologia y dudaron. Insistí y tras hablar con un conocido, accedieron a ver en consulta al joven en unos días.

A los quince días me llaman de hematologia para decirme que se trataba de un tumor maligno, en tratamiento, y con buen pronóstico debido a que habíamos llegado a tiempo.

Al cabo de otros días, subió su madre a verme, me "comió a besos" y me trajo un regalo de su hijo.

El regalo era una galleta grande, muy bonita, con la siguiente inscripción:" gracias por todo. Javi".

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Felicidad

Estado de ánimo inestable.
Cautiva de mi lento despertar.
Fuente de lo divino.
Petición al genio obligada.
Motor de mis pensamientos.
Alas para volar.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


Una Buena Amiga

María Luisa, es mi amiga más querida. Una mujer celosa de su privacidad, aunque esto no le impide interferir en la vida de los demás. Siendo como ella es, dulce y complaciente, es bienvenida en todos los círculos sociales ya sean humildes o refinados, y esto es el evangelio. Personalmente reconozco su valía y sus dotes innatas para ganarse a la gente. Es hermosa, seductora, deseable, dinámica, caprichosa, imprevisible, emancipada, inteligente, culta, y aunque me duele decirlo, también infiel y desdeñosa. Teniendo en cuenta sus muchas cualidades, a mis ojos envidiables, cualquier traición infringida a sus conquistas, se considera banal por ser dueña de una economía muy saludable. Y que una mujer hable bien de otra, ya es meritorio. Desde que la conozco, no miento si digo, que siempre ha tenido adeptos a compartir con ella techo, cama y mantel de por vida. Sin embargo, mi amiga se mantiene firme en su situación de independencia autocrática.

A pesar de todos estos dones con que la naturaleza alfombró su camino, a veces me pregunto si en esta situación egocéntrica es feliz. En cierto modo creo que sí, pero… ¿y si la felicidad es otra cosa? ¿Y si a ella le gustaría ser una mujer corriente? ¿Acaso siente dolor al reconocer la deslealtad a sus conquistas? ¿Acaso se siente deseada, no por ella misma, sino por lo que representa? Esto es un enigma que solo ella tiene poder para descifrar. Sin embargo, quiero pensar que es feliz, porque las amigas son las amigas.

Sé, de tiempo atrás, que mi marido es adepto a mi amiga María Luisa, lo leo en sus ojos cuando me besa, cuando me mira, cuando me toca, y sé que la busca en mí, cuando hacemos el amor. Esto despierta en mí unos celos egoístas porque quiero a mi marido para mí sola, pero tampoco quiero perder la amistad de mi amiga.

En realidad mi amiga María Luisa es la amante de mi marido. Y en confianza, su nombre no es María Luisa, se llama Felicidad. Pero como no puedo competir con este nombre, me gusta llamarla María Luisa.

Pepita Sánchez
Grupo B


El sueño eterno 
Después de haber perdido todo un trabajo delicioso de más de 1700 palabras, espero que este parto os guste a todos

Caricias de cuerpos restregándose
uno contra otro, hiriéndose la piel,
lunar contra lunar de ella y de él,
Entre cálidas sedas deslizándose.

Cae la noche y el Sol, desperezándose,
anuncia un nuevo día ¡es su papel!,
la Luna le ha cedido el sitio a él
y así nunca terminan encontrándose.

Así pasa la vida, entre el encuentro
de los seres que buscan su verdad
y los Astros en constante desencuentro.

¡Rebuscad en la fraterna soledad,
el valor de tener por epicentro
al sueño eterno de la felicidad!


¿Creéis que tiene más fuerza si se pone una coma al final: "al sueño eterno, de la felicidad"? 
Se esperan comentarios. 

Carlos García Riesco
Grupo A


Mi felicidad

Jaime, un chico de veintidós años, se levanta a las cinco y media de la mañana para dar el último repaso a los apuntes en medio la tormenta. Con los nervios que tiene se dirige a la cocina a prepararse una tila.
Al coger la tila camina a su habitación para seguir preparándose el examen que lo tiene a primera hora de la mañana, Jaime está algo nervioso, necesita aprobar la asignatura que le queda para poder ejercer de la carrera que ha estudiado. Jaime ha estado estudiando día y noche por eso, si aprueba, será el hombre más feliz.

David Álvarez
Grupo B

Tierra a la vista

La sesión del lunes pasado estuvo dedicada al mar. Así que nos embarcamos en una travesía sin rumbo por los mares de la literatura con la esperanza de avistar islas desconocidas.
Tomamos como brújula para guiar nuestro destino uno de los números monográficos de la revista Litoral dedicado al mar, Líneas Marítimas:





Al tirar de la red fuimos conscientes de la hermosa captura salida de las profundidades del mar. Un texto de Cristina Peri Rossi titulado "Los grandes trasatlánticos", otro de José de la Colina con el título de "El contrabajista", un divertido microrrelato de Ana María Shúa sobre la conveniencia de conocer el lenguaje de los marineros y las embarcaciones si queremos mantenernos a flote y una extraordinaria reflexión de Juan José Millás sobre la tarea de escribir a partir de una nota encontrada en el bolsillo de una de las víctimas del accidente que sufrió el submarino Kursk. Los títulos de estos dos últimos textos son "El naufragio" y "Escribir"

Cuando los grandes transatlánticos
–blancos como ballenas–
de gloriosos nombres italianos
–Cristóforo Colombo, Américo Vespucci–
zarpaban lentamente de las radas
–quince días de mar
y el clap-clap-clap del agua–
yo te invité al puerto
a ver salir los barcos.

Vivías en una gran ciudad
de espaldas al mar
En tu vida había muchas cosas:
música-autopistas-cenas
comités-colegas-teléfonos
De espaldas al mar sin contemplar
la mansa taciturnidad de los barcos.

“Son algo majestuosos” dijiste.
El barco blanco
flotaba en la rada
mecido por las aguas
como por un sueño.
Ballena antigua,
se había echado a descansar.

En torno a él
oscuros hombrecitos de mono azul
trabajaban en su vientre
como diminutos Jonases digeridos.

Desde entonces, tu amor
tuvo una maroma:
me amabas
porque una tarde de invierno,
en lugar del cine,
te llevé a ver salir los barcos.

***

Ya se sabe, todos los músicos del Titanic, obedientes al capitán Smith pero sobre todo al amor al arte, murieron por tocar hasta el final con la ilusción de calmar a los aterrados viajeros, y se fueron con el buque y tantos hombres y mujeres al fondo y el silencio y el anonimato del mar, todos menos el virtuoso del contrabajo, que aferrado a su floteante instrumento fue derivando hacia el Polo, y eso fue lo último que se supo de él hasta que muchos años después su esposa y sus hijos recibieron una foto con saludos de su letra y puño, en la cual se le veía, sonriente, abrazando a una gruesa y linda foca llamada Dorothy.

***





¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a  otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

***

"13:15. Todos los tripulantes de los compartimientos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas." Estas palabras, escritas por un oficial del Kursk en un pedazo de papel, tienen la turbadora exactitud que pedimos a un texto literario. El autor está rodeado de bocas que exhalan un pánico que ni siquiera nombra. Él mismo debe de encontrarse al borde de la desesperación, pero no tiene tiempo ni papel para recrearse en la suerte. Ha de hacer, pues, una selección rigurosa de los materiales narrativos, y el resultado es esa obra maestra en la que, sin embargo, sólo cuenta aquello a lo que se puede asignar un número: la hora y la cantidad de hombres. En situaciones extremas, la literatura sale a presión, como por la grieta de una tubería reventada. El documento del oficial del Kursk es bueno porque es necesario. Mientras la muerte trepaba por sus piernas, ese hombre se entregó con fría vehemencia a la literatura. Y de qué modo.
Naturalmente, lo que no dice ocupa más de lo que dice, pero lo ausente ha de aportarlo el lector, que es tan responsable de lo que lee como el escritor de lo que escribe. Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que es bípedo. El lector tiene la obligación de saber que lo fruteros son bípedos y que están dotados de cuatro extremidades con cinco dedos en cada una de ellas. Sin estos sobreentendidos primordiales, la escritura resultaría imposible.
Lo curioso es que un billete con cuatro líneas aparecido en el bolsillo de un cadáver responda de súbito a la vieja pregunta de para qué sirve la literatura. Sirve para contarlo. Todos aquellos que aspiran a escribir deberían recitar el texto del Kursk como una oración. Ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimiento a otro con los calcetines mojados. Y tú eres uno de esos bultos: aquel que, por encima o por debajo del miedo, está poseído por la necesidad de contarlo, aunque las posibilidades de que alguien lo lea sean muy escasas. Escribo a ciegas.


Propuesta de escritura

Pon tu imaginación a navegar. A ver a qué litoral, isla o itsmo te llevan las palabras.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


El naufrago y el mar

Hace ya tres meses que mi barco náufrago, tuve la suerte de agarrarme a una caja de madera que flotaba en la superficie y pude arribar a esta isla.
Al principio, me sentaba todos los días en la playa, esperando que algún barco viniera a rescatarme. Hoy ya no quiero regresar, quiero quedarme aquí para siempre.
Quiero extasiarme cada día con el fulgurante despertar del gran disco naranja que enciende con fuego la superficie del agua; llegar al sueño de cada noche observando la luminosa luna que dibuja una cimbreante línea de plata en el inmenso mar, que solo se pierde cuando la egoísta playa la engulle para sí. Quiero disfrutar del envolvente sonido del agua cuando se funde con la arena de la playa como si de un abrazo de efímeros amantes se tratara. Quiero sentir en mis pies el suave y cosquilleante masaje de las olas templadas. Y cuando me subo a mi atalaya de roca para protegerme del incontrolable y enorme poder de las encabritadas olas que rompen contra el acantilado con una explosión de espuma salada, también en mi temor, admiro la bestial belleza del mar. Por eso no quiero regresar... ¡quiero quedarme aquí para siempre! .

Eugenio Madrid Jiménez
Grupo A


Gozando los días pre-vacacionales

Hoy salgo a pasear con ilusión
pues mañana voy a embarcar.
Azul, gris, verde, blanco, todo es mar
hoy solo en mi imaginación.

Hoy estoy disfrutando al esperar
que llegue mañana con emoción.
Paso el tiempo en mi habitación
deseando un emotivo despertar.

Al fin llega la mañana soñada,
salto de la cama con alegría,
la maleta ya está preparada.

Dejamos atrás la casa vacía,
como si fuese la gran escapada,
pero siempre al lado de Maria.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Supervivientes

Una patera en alta mar, escorada peligrosamente. Diez, doce personas exhaustas, deshidratadas, al límite. Entre el barullo de cuerpos dos niños se entretienen con una botella de plástico.

-Corta, dice el director desde la lancha de rodaje. Vamos, catering, médicos, venga, que tenemos que seguir grabando. -Oye, le dice a su ayudante, ¿has visto los niños?, parece que están de crucero. Que les racionen el agua, encárgate tú.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Turquesa

Quiero navegar por los mares del perdón.
Con gratitud, por bandera.
Sin caretas, sin disfraces,
sin disculpas que me atrapen.
Quiero navegar con ese faro de fondo,
que ilumina la bahía.
Donde me espera el amor .
Donde me espera la vida.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


Malva

Qué línea más perfecta el mar dibuja.

Parece que llegara al infinito.
Vuelo por encima de las olas,

azules , verdes, amarillos.
Tumbas de niños olvidados

que huyen de guerras sin sentido.
Playas de niños con sus padres

ajenos al dolor que se ha vivido.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


LITORAL LITERARIO

El mar siempre ha estado ligado a la muerte, pero también a la vida. En ruta por la Provenza marinera, y haciendo pequeñas incursiones al interior, tuvimos la suerte de conocer espléndidos lugares literarios que no siempre son tumbas de escritores, y si lo eran estaban envueltas de sol radiante y vitalidad.

Desde Irún hasta Marsella trazaremos algunas pinceladas literarias en un paisaje bellísimo: Ya en Collioure emociona la tumba de Machado, con flores que no cesan, lugar ya francoespañol como dijo el poeta “estos días azules y este sol de la infancia”…

Campos de lavanda, casi a orillas del mar nos encontramos en Séte, lugar donde creó Valèry su cementerio marino, que es el menos triste que hayamos visto, coronado por las vistas del mar, blanco en las tumbas como palomas o albatros, hay versos por las calles en telas al viento…

En un pueblecito llamado Lourmarin yace Camus con su solo nombre sobre una piedra iluminada de flores y nada más que su nombre. el sol lo doraba todo, Camus adoraba ese sol.

Llegando a Marsella no podemos olvidar el castillo de If en la islita de Friuli que es otro lugar encantador en su blancura. De allí se dice que se escapó el Conde de Montecristo, la leyenda se justifica con un agujero en una celda.

Uno se marea un poco en el paquebote que allá nos lleva.

No puede olvidarse este fragmento de litoral de la Provenza, una joya frente al mar.

Emilia González
Grupo B


El mar

Tantos años y aún recuerdo aquel verano.

Era la infancia, esa etapa cada vez más evocada a partir del momento en el que tomamos conciencia clara de que el tiempo existe más allá de los cuentos y las leyendas.

Viajábamos al norte en un tren con el ruido, el calor y el olor dentro y fuera. El exterior y el interior, juntos, nada que pudiera separarlos. El aire entrando y saliendo. Era la vida cerca y lejos. Eran papá y mamá, antes de su ausencia. Era mi hermana pequeña rota de cansancio por las horas interminables de aquel viaje; unas horas robadas a sus juegos con otras niñas en la puerta de nuestra casa o en el parque o en la calle.

Hasta entonces, el contacto de mi piel con el agua asalvajada se había visto reducido a aquellas tardes de domingo en julio y en agosto cuando, de la mano de mis padres, bajábamos alegres por el camino que nos conducía hasta el río. El baño, entonces, era un juego. Un cómplice. Un acto controlado en medio de horizontes próximos, acotados por nuestras miradas.

Pero en ese verano que ahora evoco las aguas que humedecieron mi piel de niño fueron otras.

Su tacto me resultó frío. Me sumergí con miedo, sin desanclar jamás mis pies del suelo. Miedo a perder mi identidad en construcción desde hacía poco. Era mi infancia adentrada, por vez primera, en la magnitud extrema de un ser desconocido. Y lloré. Me vi solo en aquel espacio inmenso. Solo ante aquel horizonte infinito, ante aquella falta de todo lo que no fuera agua y solo agua. Luego supe que aquello era mar y solo mar. Y eché de menos aquel río de esa mi infancia aún más tierna. Y lo invoqué, pero desoyó mis lamentos, mis quejas y sentí como nunca el dolor que produce la inmensidad, la tristeza que lleva consigo la soledad a cualquier parte.

Me salvaron mis padres. Siempre ellos. Siempre atentos. Protectores entonces ante cualquier adversidad, ante cualquier desencuentro. Y de su mano, poco a poco, me dejé llevar, recorrido todo mi cuerpo por la frialdad acuosa de aquel monstruo marino, envuelto en aquel olor a salitre, intenso, nuevo, recién descubierto, aunque con el temor, siempre, de que, en cualquier momento, el infinito podría absorberme y arrebatarme, incluso, de la mano de mis padres.

Mi memoria se fija, pocos días después de este primer encuentro, en una crema protectora. Un balón hinchable con el que jugar dentro y fuera. Unos pies abrasados en contacto con la hostilidad de una arena ardiente. Gritos de niños que, como yo, exteriorizan sensaciones encontradas, dispares, mecanismos de defensa ante esas fuerzas –cielo, tierra y mar- que maniataban cualquier expresión de libertad que pudiera despertar en nosotros el deshielo de la escuela. El resto son ya fotografías en blanco y negro hoy cubiertas de ese amarillo viejo que nos recuerda que cada vez que el tiempo nos besa, nos acaricia o nos araña –que es cada segundo- deposita en nuestros cuerpos la melancolía; esa túnica que nos envuelve y que, poco a poco, a fuerza de apretar y apretar, de constreñirnos más y más, acaba por convertirse en la mortaja con la que, tarde o temprano, tendremos que presentarnos para rendir cuentas.

Necesité dejar pasar el tiempo, cambiar de edad, hacerme fuerte, para volver y, frente a frente, poder mirarlo cara a cara. Esta vez sustituí la protección de mis progenitores por la del amor de una muchacha de cabellos negros, ojos de un mirar azulado y la sonrisa dulce que hacen de la juventud, cuando desaparece, un deseo anhelado.

Y una mañana, desprendido de todo, desnudo, fui a su encuentro con la intención de librar, si fuera necesario, un combate a muerte. Era la venganza soñada desde aquella infancia casi arrebatada en su presencia. Era el desafío ante tanta opulencia sufrida aquel verano ya lejano, ante tanta fuerza opresora, ante tanto ahogamiento de mí mismo y que aún dolía a pesar del tiempo.

Me adentré sin miedo. Quería vencer, descuartizar su cuerpo, inmenso. Sablear sus aguas, sangrarlas, eliminar su olor. Absorberlo, destruirlo, eliminarlo. Pero esta vez el tacto con su piel no me resultó frío. Sentí la tibieza de unas manos acariciando las mías, la fuerza maternal de unos brazos que me rodeaban con cariño, el calor de un cuerpo pegado a mí y unos ojos verdes, azules, de una tonalidad cambiante, en los que vi mi infancia, mi adolescencia y esos mis primeros años de juventud. Vi mi hogar, mi primera escuela, mis amigos de juegos infantiles, mis primeros amores, mis primeras dudas. Vi a mis padres, aquellos que me protegieron de él aquel verano. Y entonces mi desprecio y mi rencor y mis ansias de victoria se tornaron en amor inmenso, en aceptación plena de quien, a partir de aquel fragmento de un tiempo de mi vida, se convertiría, para siempre, en esencia de mí mismo.

José Manuel Romero
Grupo A


Sueño cumplido

Buceando en sus recuerdos llega a aquellos momentos en que todo eran sueños, ilusiones, fantasías, imaginación. Encuentra a una niña que sueña con Mariquita Pérez, la muñeca más bonita que conocía de verla en los escaparates de las jugueterías, se la pediría a los Reyes, además cuando por las noches rezaba el Jesusito y las cuatro esquinitas, añadía “y que los reyes me traigan una Mariquita”, y recuerda a su madre diciendo “para que los reyes estén contentos y te traigan lo que pidas, tienes que comerte todo, no llorar cuando te paso la peina…” Se le viene a la memoria sus tirabuzones, debían de ser unos cálidos nidos donde los piojos depositaban las liendres, había que pasar la peina, “para desprenderlas”, ¡qué tirones!, pero aguantaba ya no lloraba y, un día de reyes junto a sus brillantes zapatos pusieron a Mariquita. Ya entonces aprendió que para conseguir los sueños, las ilusiones, había que hacer esfuerzos. Y siguió teniendo sueños, no soñaba con un príncipe, porque ella no era princesa, pero sí soñaba con el amor, con ser maestra, con casarse y ser madre, ¡muchos hijos! Todo se fue cumpliendo, era feliz, vivía intensamente lo que tenía.

Y un día, sería un sábado después de comer, allá a finales de los 70, TVE empezó a emitir “Vacaciones en el mar”, aquel día se despertó en ella un nuevo sueño, en aquel momento parecía inalcanzable, pero como era buena conseguidora de sueños, sabía que algún día realizaría un fabuloso viaje.

Y otro día, unos años después, llenó una gran maleta donde iba un buen hueco para la ilusión, iba abierta a hacer realidad su sueño y en el puerto de Barcelona comenzó a realizarse.

El barco, un transatlántico de lujo. Alguien de la tripulación dando la bienvenida y conduciendo a los camarotes, entrar en el camarote fue la primera sorpresa, dos camas, una mesa escritorio, un armario y tras una puerta el baño. Deshacer rápidamente el equipaje, en media hora había que estar en cubierta, había que hacer un simulacro de evacuación, se hicieron grupos numerados a los que se les asignó un espacio, aprendieron a ponerse el chaleco salvavidas, escuchó atentamente las instrucciones, y al final un brindis. Había empezado su película el partenaire era su marido.

Nada defraudó su sueño. Dentro del barco ambiente de glamur, amplios salones, el comedor con grandes lámparas, camareros solícitos, sin ser empalagosos los espectáculos de las noche, probar suerte en el casino. No puede olvidar el amanecer en cubierta, adelantando la hora de levantarse para disfrutar del espectáculo, el cielo con franjas rojas, amarillas, azules lucia impresionante y, por la noche la luna que dibujaba una estela plateada sobre el mar.

Llegó la noche tan esperada de la cena con el capitán, ¡fue de verdadera película!, todas las señoras luciendo sus mejores galas, los hombres también luciendo traje. Unas palabritas y el saludo del sobrecargo, de la directora del crucero, del doctor…

Durante el día excursiones, Malta, Roma, Florencia ,Nápoles, Pompeya, Capri, fue un primer contacto con las maravillas de Italia, volver y recrearse con ellas quedaba para otro viaje, el de este era hacer realidad un sueño que nació en el cuarto de estar de su casa..

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Viaje delirante

La galerna por alguna razón se había cebado con nuestro navío, de repente dejé de oír el cansino ronroneo de los motores, comenzaron a sonar las alarmas de salvamento y comprendí que algo anormal sucedía. El barco comenzó a cabecear al ritmo marcado por tan terrible oleaje, íbamos sin gobierno, a la deriva, por un momento tuve la sensación de que el buque, parecía como suspendido, ingrávido, aupado por el fuerte oleaje, para instantes después ,caer con furia golpeando y golpeado por la mar y yo caía con él, atrapado por la gravedad y el instante, completamente pegado a mi blanco sofá, cual piloto que entra en barrena. Comencé a sentir la angustia propia de los malos presagios. Un crujido tremendo y el barco escoró, sentí con impotente desesperación la certeza del naufragio.

El agua está muy fría y yo tiritando, sigo inmóvil, solo puedo pensar si mi destino final es ser pasto de los tiburones, eso me aterra, pero no creo que sea ahora el mayor de mis problemas, el más perentorio es no morir ahogado y tengo los músculos dolorosamente tensos, a punto de romperse, ya no tirito, convulsiono. Me siento como un bloque pétreo que se hunde en lo más profundo de las fosas abisales y comienzo a gritar, grito de forma desgarradora, grito como solo se grita cuando piensas que no tienes ni un segundo de horizonte y….

Abro los ojos, estoy rodeado de agua y sigo pegado a mi blanco sofá, comienzo a despertar tratando de ubicarme, veo un barco volcado, estoy en una gran bañera en la que me he quedado dormido, aterido de frio e incapaz de moverme , siento como mis sienes palpitan con martilleante persistencia y en ese instante recuerdo que el barco es una reproducción de en el que me hayo realizando un viaje y que me regalaron cuando subí al transatlántico. Logro tirar del cordón de socorro de la bañera y me parece que pasa una eternidad hasta que recibo ayuda.

El barco atraca en puerto y me llevan a un hospital. Setenta y dos horas de observación por hipotermia y el buque ha de partir sin mí, de lo cual me alegro.

Desde la ventana de mi habitación, veo que el cielo se cubre de negros nubarrones y mientras observo como el barco se va perdiendo en el horizonte instantes después comienza a diluviar y me meto en la cama pensando en cómo se sentirán a bordo los que continuaron viaje

Me hundo en el seno del colchón, me acomodo la colcha y las sabanas restregándome en ellas cual gato que busca una mano que lo acaricie, noto que la cama está quieta, nada se mueve (mientras en el exterior se desata la tormenta) y en ese instante comprendo que ¡estoy en tierra! ¡¡Oh Tierra la vieja y querida tierra!!

Carlos García Riesco
Grupo A


Viaje al mar

Deseo volver a Menorca en sus emblemáticas fiestas de San Joan. Datan el siglo XIV y el caballo es gran protagonista de las mismas.Los Menorquines son muy acogedores y puedes participar con ellos.Sus casas se convierten en grandes espàcios abiertos ofrecen viandas y su bebida (pomada) para animar las veladas con música. Siempre las avellanas el caballo y sus Caragol.
Menorca ofrece playas y naturaleza, restos de lugares con historia y gastronòmicamente ofrece productos para deleite de todo aficionadao a la buena comida.Si me gusta esta Isla Balear,siempre he podido disfrutar de todo lo que tiene, eso támbien influye creo yo,para que un lugar se convierta en preferido y quieras volver.Os animo a conocer y vivir in situ esta bonita fiesta .

Josefa Agustín González
Grupo B


El mar tiene mucha agua

Hay que matizar que las personas que hemos nacido en el interior, tardamos muchos años en conocer el mar. En mi caso, 20 años es ná como dice la canción.

Un primo carnal decide casarse con una gallega de Bueu y allí nos plantamos mi padre y yo; después de viajar toda la noche en tren y por la mañana llegar a Vigo, faltaba cruzar a Cangas de Morrazo y luego un taxi, era el camino más corto.

En Vigo, vimos el mar, !cuanta agua, y que oleaje!, estaba un poco enfadado y teníamos que coger un barquito hasta la otra orilla. Miedo es poco, por decir algo, aquello se movía que aún hoy no sé como no dimos la vuelta, sentados y agarrados a un banco de madera, ni hablábamos. Dimos gracias a Dios por llegar sanos, la vuelta no sería por el mismo camino, rodeamos mas de 30 Km por carretera hasta volver desde Bueu a Vigo, pero más tranquilos. Esta fue la primera experiencia con el mar.

Luis Iglesias
Grupo B