Va sobre ruedas

La sesión del lunes, 14 de abril, la dedicamos a la literatura y las bicicletas: "Va sobre ruedas".
La bicicleta, nadie puede negarlo, es el medio de locomoción que mejor evoca nuestros recuerdos de infancia. Subirse a una bicicleta, después de muchos años sin hacerlo, es subirse a la palabra nostalgia. De repente recordamos mil y una historias, mil y una caídas, el día en que aprendimos a montar sin ayuda de nadie ni accesorios, el día en que aprendimos a pedalear sin manos o el día en que abandonamos, en el pueblo, nuestra bicicleta.


Muchos directores de cine, cantautores, poetas, fotógrafos, artistas plásticos han visto en la bicicleta un auténtica pieza de arte. No vamos a hacer aquí inventario de todas ellas. Basta únicamente teclear en google la palabra “bicicleta” para tomar conciencia de hasta dónde ha sido capaz de llegar con sus pedales este vehículo y de cómo muchos usuarios, como dice Mario Benedetti, decidieron “dejarse media vida en los pedales de la bicicleta”.
Sería interesante que todo artista incluyera en su repertorio la bicicleta. Y sería aún más interesante que las bibliotecas les dedicaran alguna guía bibliográfica o alguna sección. 
Queremos que estas bicis con historia y muchos recuerdos, formen parte de vuestras vidas. Que os evoquen vuestras propias historias. Que os animen a compartir vuestros sueños. 
En muchos de estos escritores se advierte una admiración personal por la bicicleta, otros incluso se sienten comprometidos con las Asociaciones que defienden su protagonismo en la ciudad. Miguel D’Ors, incluso, llegó a escribir, pedaleando, algún que otro poema.
Julio Cortázar nos recuerda, señalando a Horacio: “Más cosas hay en una bicicleta de las que imagina tu filosofía”. Nosotros hacemos nuestra esta idea para invitaros a imaginar las historias que callan cada una de estas bicicletas: cuántas manos, piernas, miradas, ideales habrán movido la cadena de cada una de estas bicicletas. Una de ellas, diseñada por Schindler, tal vez salvó del holocausto a algún judío. Otra paseó a más de una mujer, sin temor de que sus finísimos vestidos se engancharan en los radios. Otra enseñó a más de una pareja a ver la vida en común. Otra avivó la ilusión en muchos niños de ser auténticos caballeros. Otra tal vez sirvió de utilidad a algún limpiacristales. Y otra enseñó, a más de una mirada, que la imaginación también se asienta sobre una bicicleta. 
Bicis curiosas, raras, con historia que alientan nuestra fantasía y nos invitan a pensar en una ciudad de verdad donde todo puede ir sobre ruedas, o donde, tal y como dijo Benedetti en un poema, “los concejales vayan en bicicleta / del otoño al verano y viceversa”.

Raúl Vacas

Leímos los poemas "Canción para pedir más carril bici" de Juan Antonio González Iglesias y "Balada de la bicicleta con alas" de Rafael Alberti.

Canción para pedir más carril bici

Ir por el carril bici
persiguiendo
el origen del río
durante media hora,
paralelo a los peces,
paralelo
al piragüista
de torso grande
adelantarlo,
escalar hasta el puente
peatonal, transmutarme
en perpendicular
al agua 
de Gredos por aquí,
dar media vuelta,
bajar formando parte
del viento, ser
tan físicamente 
feliz, correr ahora
más rápido que el Tormes,
dejar atrás los juncos,
la lavanda, las sombras de las frondas,
los niños, los atletas,
la plata de los peces
y al tenaz piragüista.
Ir por el carril bici
durante media hora,
ser centauro recién 
nacido, me parece
más de lo que merezco
en este día casi
víspera de septiembre.

Pero reclamo más.


Balada de la bicicleta con alas

1
A los 50 años, hoy, tengo una bicicleta.
Muchos tienen un yate
y muchos más un automóvil
y hay muchos que también tienen un avión.
Pero yo,
a mis 50 años justos, tengo sólo una bicicleta.
He escrito y publicado innumerables versos.
Casi todos hablan del mar
y también de los bosques, los ángeles y las llanuras.
He cantado las guerras justificadas,
la paz y las revoluciones.
Ahora soy nada más que un desterrado.
Y a miles de kilómetros de mi hermoso país,
con una pipa curva entre los labios,
un cuadernillo de hojas blancas y un lápiz
corro en mi bicicleta por los bosques urbanos,
por los caminos ruidosos y calles asfaltadas
y me detengo siempre junto a un río
a ver cómo se acuesta la tarde y con la noche
se le pierden al agua las primeras estrellas.

2
Es morada mi bicicleta
y alegre y plateada como cualquier otra.
Mas cuando gira el sol en sus ruedas veloces,
de cada uno de sus radios llueven chispas
y entonces es como un antílope,
como un macho cabrío, largo de llamas blancas,
o un novillo de fuego que embistiera los azules del día.

3
¿Qué nombre le pondría, hoy, en esta mañana,
después que me ha traído,
que me ha dejado sin decírmelo apenas
al pie de estas orillas de bambúes y sauces
y la miro dormida, abrazada de yerbas dulcemente,
sobre un tronco caído?
Carlanco de los bosques.
Estrella voladora de las hadas.
Telaraña encendida de los silfos.
Rosa doble del viento.
Margarita bicorne de los prados.
Cabra feliz de las pendientes.
Eral de las cañadas.
Niña escapada de la aurora.
Luna perdida.
Gabriel arcángel.
La llamaré con ese frágil nombre.
Porque son sus dos alas blancas las que me llevan,
Anunciándome al aire de todos los caminos.

4
Yo sé que tiene alas.
Que por las noches sueña
en alta voz la brisa
de plata de sus ruedas.
Yo sé que tiene alas.
Que canta cuando vuela
dormida, abriendo al sueño
una celeste senda.
Yo sé que tiene alas.
Que volando me lleva
por prados que no acaban
y mares que no empiezan.
Yo sé que tiene alas.
Que el día que ella quiera,
los cielos de la ida
ya nunca tendrán vuelta.



Hicimos una especie de cadáver exquisito contestando a las preguntas ¿quién?, ¿qué?, ¿cómo?, ¿dónde?, ¿cuándo? y ¿por qué?. El resultado fueron unas historias un tanto disparatadas. Dichas historias  fueron pasando de mano en mano y el único requisito era que apareciera en ellas una bicicleta, algún ciclista o algo alusivo a este medio de locomoción.
Estas son algunas de las historias:

El ciclista
iba al río a bañarse
apoyando una pierna sobre el suelo, las manos firmes sobre el manillar y la entrepierna fija en la barra
por la mañana
suenan las campanas.

Un abogado
Reparte pan
Lentamente y entre sollozos
En la taberna
El jueves por la noche
Por desengaño, por angustia, por la necesidad de chillar

El panadero
se toma un café a las 4 de la mañana,
espumosamente.
A la salida del gimnasio,
al atardecer
quiere jugar con los niños.

Un borracho joven enamorado
Monta en bicicleta
Con ganas y entusiasmo
En el campo florido
Todos los domingos
El muchacho vigila suspicaz los anónimos personajes intentando captar alguna verdad sospechosa.

El vendedor de flores
corre muy deprisa por la naturaleza, el viernes, porque es cuando puede
en bañador
por las calles del barrio viejo
necesita repartir las cartas
porque siempre que asiste a un juicio va en bicicleta.


Tratamos de recordar nuestra primera bicicleta, el lugar más insólito al que viajamos con ella, la aventura más emocionante, nuestra primera y última caídas, el primer beso en bicicleta.
Como tarea propusimos contestar a la pregunta de Ángel González: "¿Por qué en los días de lluvia cruza una bicicleta en silencio por nuestro corazón?”
Y también nos preguntamos, como Rafael Alberti, de qué otro modo podemos nombrar a la bicicleta. ¿Cuál sería nuestra definición, nuestra greguería o nuestra metáfora acerca de la bicicleta?


¿Por qué en los días de lluvia cruza una bicicleta en silencio por nuestro corazón?

Hay días en que la lluvia traza círculos concéntricos sobre los charcos,
días en que el agua se clava vertical sobre la piel
como aguja de hilo fino descosiendo los remiendos hilvanados,
días en que la humedad traza  los radios inequívocos  de los caminos
hasta confluir en la circunferencia del tiempo.
Hay días en que el eco de unos pasos,
el  zumbido metálico de una rueda
salpican la gota que colma la ausencia.
Y es en el vacío donde el movimiento cobra sentido;
en el silencio, las puntadas del corazón;
en la huella, la necesidad de la pisada.

Pilar Luengo


Metáforas para una bicicleta

Girándula de los caminos,
Bisbiseo de las tardes de abril,
Cabra loca de los adolescentes,
Desafío para mis pies,
Transportadora de sueños,
Cartera de los amores.
Rueda que rueda,
zumba que zumba,
en tu retorno eterno,
en tu vibrar de acero.

Pilar Luengo


¿Por qué en los días de lluvia cruza una bicicleta sobre nuestro corazón?
Hay días que una nube negra se instala sobre nuestras cabezas. Mires donde mires todo es oscuro. El rio se estanca y sus vapores cristalizan de forma monstruosa. Pequeñas miserias adquieren una magnitud desmesurada. El recuerdo muta hasta convertirse en un verdugo despiadado, en un sayón inclemente. Su flagelo nos tortura, nos rompe con saña.
Arrinconados, nos entregamos a su rabia. Es difícil huir. Algún hechicero, invisible y malévolo, susurra insistente que merecemos el castigo y ante cualquier amago de rebelión reinicia el azote con mayor dureza.
Hay días que una nube negra se instala sobre nuestras cabezas y oficia los primeros pasos de un calvario sin fundamento.
No todas las nubes son iguales.
No todos los oficios consagran el mismo tormento.
Hay suplicios que nada más iniciarse se enquistan. Su fusta dibuja espirales que duran toda la vida. Los rios se pudren alrededor de un solo vaho. Hieden. Un nimbo ulcerado que no existe, les estrangula. Un tropiezo y dejan de fluir. Son el infierno.
Hay martirios pasajeros. Duran el tiempo necesario para decapitar la luz de una estrella. Lo hacen y se agotan. A su paso todo son ruinas. Son tornados que destrozan cuanto encuentran.
El despertar de un tornado suele ser sombrio. Los escombros se acumulan. Su materia fermenta. Nuevos efluvios deformes se condensan. El nimbo que renazca -si renace- será más denso, su fusta más cruel, su sacrificio más sangriento.
Es horrible, pero es.
Por eso yo, desde que lo sé -o lo creo saber-, cuando la nube negra se instala sobre mi cabeza -que lo hace- y abre sus fauces dispuesta a vomitar los horrores de mi horrible vida, me pongo el impermeable -un gabán impenetrable que he tejido con mis momentos mas dulces- y corro. Se a donde ir. No escucharé el murmullo venenoso del hechicero.
Debajo de una escalera hay una puerta pequeña. Detrás de ella duerme una bici. Mi bici. Es blanca y roja. Sé que nada más girar el pomo, saldrá a mi encuentro. Siempre esta alegre. Sus colores siempre brillan. La toco y me ilumino. Mis pies se hacen pedales. Nos espera la calle. La calle de siempre. Una calle llena de calles. Da igual el lugar al que nos dirijamos. Lo importante es sentir el aire. Atravesar el aire. Ser aire. Yo lo sé, ella lo sabe, el viento nos lo dijo un día cuando solo mis pies batían pedales y mis manos, ajenas al manillar, abrazaban el mundo. Un mundo grande. "El equilibrio es un reino inestable que se conquista en un instante".
No hay nube negra capaz de ahogar la libertad de un niño montando en bici. Rey del universo que nace sobre unos pedales.
¿Llueve?
¿Desde cuándo?
Sobre mi no. La lluvia murió en un instante.

Ana Isabel Fariña


Bicicleta

Esas rodajas rodantes, marcan la arena con su roderas dentadas,
avanzan imparables, llevan los sueños engarzados en sus radios,
buscan un eclipse, un tándem para acoplarse, para volar juntos
entre ciclos, biciclos, triciclos, cuatriciclos, quinticiclos, sexticiclos…
¡hasta el infinito!

Vicente M. Martín


¿Por qué en los días de lluvia cruza una bicicleta en silencio por nuestro corazón?
Despacio, callada, rueda suave, no quiere sorprender este corazón que late angustioso…
va a recoger sus lágrimas y mezclarlas con las gotas de lluvia…
va a acercarlas al mar, donde unos peces inquietos transformarán en burbujas
y unos ágiles delfines dejarán en una playa en la que cansado y solitario suspiraré una alegría…
Despacio, callada, rueda suave, recoge los recuerdos de mi corazón y los pasea por aquella tarde de primavera en la que sentados bajo un cerezo -donde cantaba un jilguero- juntábamos nuestras manos y jurábamos amarnos siempre.
Despacio, callada, rueda suave, enreda en sus radios las penas de mi corazón y las desperdiga por los páramos helados del invierno.
Despacio, callada, rueda suave, monta a la alegría en el manillar y asciende la montaña pedaleando sin descanso para gritar a las estrellas.
Despacio, callada, rueda suave, a la altura de mi corazón deposita unos sueños humedecidos por la lluvia.

Vicente M. Martín


¿Por qué en los días de lluvia cruza una bicicleta en silencio por nuestro corazón?
En mi pueblo, en mi niñez, recuerdo que los días de lluvia, eran propicios para estar en casa, sentado en una camilla situada justo cerca de una ventana que daba a la calle, viendo pasar algún vecino a paso ligero para resguardarse del chaparrón. Mientras mi madre cosía, yo hacía los deberes de clase y cuando terminaba como premio jugábamos al parchís.
La bicicleta quedaba aparcada en un cuarto medio oscuro que se comunicaba con el corral, esperando mejorara el tiempo para poder sacarla. Era un arma de juegos de pandilla, de desplazamiento a la era a jugar al fútbol, de carreras entre amigos, de conocer y visitar otros pueblos cercanos.
Lo recuerdo con nostalgia, se que son tiempos que ya no volverán, que se ha evolucionado a mejor, pero aún hoy me queda la duda si mereció la pena el cambio, el precio que hemos ido pagando por todo cambio.
Cuando vi la película de E.T., como se desplazaba por el aire con su bicicleta, llegué a pensar !Yo también quiero ser extraterrestre y coger carriles imaginarios que me transporten a otros lugares desconocidos, a otras galaxias !
A veces hecho en falta mi bicicleta de la niñez.

Greguería: A veces mi bicicleta se parecía a un caballo desbocado.

Luis Iglesias


Guiada por la luz

Giro hacia el presente
iluminado de aromas.
Pedales de luz
humedecen las sombras,
rodean mis pasos,
buscan una cita con el tiempo.
La noche navega entre destellos
colgada por las horas.
Ruedas de asfalto
tiñen la hermosura de un nuevo amanecer,
velado por la luz de la nostalgia.

Sofía Montero 
Ojal para la magia


¿Por qué en los días de lluvia cruza una bicicleta sobre nuestro corazón?
Algunos días que llueve, por una reminiscencia ancestral,
se mezcla la fría lluvia con cálidas lágrimas
Luego cuando oscurece
chirría un timbre desde lejos y, una bicicleta
cruza sin rostro sobre nuestro corazón mutante
en un intenso breve y mágico instante
en el que pasa nuestra infancia tan corta e inacabada.

Antonia Oliva

Personajes en busca de autor

La sesión del día 7 de abril la dedicamos a la creación de personajes. Hablamos de Pirandello y su obra Seis personajes en busca de autor, tratamos algunas cuestiones relacionadas con el nombre del personaje, los personajes planos y redondos, los personajes simbólicos o los que son trasunto del autor.
Nos referimos a Charles Dickens y su curiosa forma de dar vida a los personajes de sus obras:

Cuando trabajaba en una novela, Charles Dickens con frecuencia corrí hasta un espejo. Una vez frente a éste, torcía el rostro haciendo una serie de gestos y muecas. Después volvía de prisa al escritorio, para continuar escribiendo frenéticamente.
En esos momentos era como si las criaturas de su imaginación lo poseyeran temporalmente. Según Dickens, en realidad escuchaba cada palabra que decían los personajes de sus novelas. No inventaba las historias, las veía.
Dickens se hundía en las desgracias y los sufrimientos de sus personajes ys e alegraba con su buena fortuna, como si los quisiera igual que a sus propios hijos. Sin embargo, también con frecuencia, los hombres y las mujeres que cristalizaba en el papel lo irritaban, pues no lo dejaban en paz.




Se analizó un texto construido a partir de una ficha del juego "Cinicus". Con unos datos mínimos sobre un personaje había que trazar los momentos más importantes de su vida.

Pierre Camomille
Escritor y peluquero
París, 1710
La Bastilla, 1765

Ya le hubiera gustado a Pierre Camomille escribir la historia de su vida, pero estaba tan enajenado con las vidas de los personajes de sus novelas que llegó a olvidarse de sí mismo.
Pierre, un escritor y peluquero de renombre en París, dejó a sus estudiosos y lectores un total de seis novelas, un poema de amor, numerosos artículos en revistas y periódicos de todo tipo y las mejores fragancias y esencias de mujer.
Camomille tenía una sensibilidad especial para tratar con gusto a las mujeres. De ahí que las clientas de su peluquería –donde ocupaba las mañanas– fueran las principales consumidoras de sus libros.
Mientras les lavaba el pelo les anunciaba la sinopsis de su nueva novela.
Después, en el secador, el calor encendía las ideas y la imaginación de sus clientas y despertaba en ellas una curiosidad tal que contaban los minutos para salir de aquella peluquería y correr a la librería más cercana.
Pierre era alto, de complexión fuerte. Sus ajustadas camisas marcaban las líneas de sus músculos debajo de la bata.
Su mirada era consistente, de duro cristal, y su voz fría y blanca como el jabón del afeitado.
Pierre mantenía su distinción en la vida real pero era otro en sus novelas, donde ponía de manifiesto su compromiso con las ideas revolucionarias.
Camomille era capaz de reconocer el perfume de cada uno de sus personajes con los ojos cerrados: lavanda en las señoritas solteras, agua de rosas en las casadas, pachuli en las viudas y camomila en las ancianas.
Al cabo de los años sólo tenía memoria para los perfumes de mujer. No recordaba más, ni siquiera su nombre.
Pierre Camomille escribió en el colofón de una de sus novelas un breve texto que resultó ser una premonición: “Llegará el día en que los hombres y mujeres de Francia perfumarán su vida y sus deseos con las palabras Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
Meses después Pierre Camomille conoció el perfume de la muerte en La Bastilla.


La propuesta de escritura consistió en recrear, tal y como se les mostró en el ejemplo, la vida del personaje que les tocó en suerte.
Estos son los trabajos de algunos de los participantes en el taller:


Kefir Baba Patalallana 
Gurú
Mumbay (Bombay) 1810 - Dodge City 1882

Hace más de un año que consumo yogur búlgaro. Que es búlgaro lo sé y lo digo ahora. Hasta hace poco, hubiera afirmado sin que me temblara la voz, que su origen estaba en Grecia. El detalle de su procedencia, para mí, es lo de menos. Lo importante es que en su composición, el ingrediente fundamental es el "kefir". Solo por ello, lo ingiero mañana, tarde y noche. No lo hago por una cuestión de salud. Es más bien, por un asunto personal o universal -ya no se bien la diferencia-; un asunto de admiración, de veneración, de profundo respeto.

Cuando pasé mis vacaciones de verano en Delhi, conocí a Kefir, Kefir Baba, el gurú. Era un gurú, gurú. Lo que aprendí con él fue tan brillante, tan efervescente, tan inconmensurable..., que por mil vidas que viviera y le entregara, jamás podría compensarle. Gracias a él, abandoné la oscuridad. Mi conciencia se expandió. Descubrí lo que solo unos cuantos conocen. Soy un ser espiritual con figura humana. Mi esencia es divina. Mi naturaleza la luz. No tengo límites. Puedo beber en las fuentes del misterio. Rasgar el velo que me engaña. Ser mi destino. El universo entero me ama. La muerte es un principio. El cuerpo, como todas las cosas materiales que me rodean, no es, no son más que herramientas. Utensilios que el cosmos me regala para trazar con valor mi camino. Las penurias, los obstáculos, las desgracias... bien respiradas, pierden su sabor a sufrimiento. La vida que creemos vivir es una ilusión edificada sobre bancales. Podemos deambular como sombras en alguno de ellos, dejar que nos ate. Pero, también podemos trascenderlas y ascender ligeros, cada vez más ligeros hasta Xenu, la casa en el Nirvana.

Fue el karma, estoy segura. El karma me guió hasta Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.
La primera vez que le vi, lo supe. Algo que no sé que es, pero es, nos unía. Me resultaba imposible apartar mi mirada de su figura. Sentado, quieto, susurrando palabras en medio del bullicio de aquella calle donde el monzón era quien realmente gobernaba...
Tenia los ojos cerrados. El torso erguido. Las piernas trenzadas. El agua resbalaba por su piel. Él, todo él era agua. Vestía como los gurús, es decir, no vestía. Un ligero taparrabos cubría sus partes pudendas, el resto de su indumentaria estaba formada por costilla y piel. Ambas empapadas.
Yo estaba hipnotizada. Desde la cristalera le observaba.
Cuando la tormenta cesó, abrió los ojos. Entonces, el anciano dejó de ser agua y se convirtió en mirada. Una mirada inmensa que se dirigió, como si mis ojos le llamaran, a mi. Lejos como estaba, me sentí desnuda. Ese esqueleto de agua conocía mi alma.
Durante días, tuve sus ojos en mis ojos. Mirara donde mirara, estaba. No comía, no dormía, solo mojaba mis labios con agua. Tuve fiebre. Una fiebre muy alta. Sentía como un huracán arrasaba mis entrañas. Yo sabía, que de mí, dentro de mí, no quedaba apenas nada.


Mi tío Peter -Gobernador general de la India- a quien yo -tras la trágica muerte por tifus de mis padres- visitaba, pensó que estaba muy enferma, y ciertamente lo estaba, pero no era una dolencia clásica. Su doctor me ordenó guardar cama y tomar unos brebajes que yo ingería pero no toleraba. El estómago los rechazaba.
¡Pobre tío Peter! No sabía qué hacer.
Cuando llegué el 29 de junio, con el monzón renaciendo, me aseguró que era un buen presagio. También prometió presentarme a un Maharaja. Tenían que cerrar un acuerdo, firmar una alianza, algo sobre instrumentos negociables. Viajariamos por tierra. La única forma de conocer la tierra. Sería un paseo lento, turbador, cálido y sensacional. Tardaríamos cuatro semanas. La comitiva sería alegre y grande. Aprendería a montar en camello, en caballo, en mula, en elefante...
Me enseñaría...
Y ahora....
Ahora yo tenía que guardar cama y él...


Sé que barajó la posibilidad de enviar un representante, pero la cuestión era muy delicada. También pondero trasladarme como estaba, encamada, pero el riesgo de perderme en el camino, le torturaba. Finalmente se fue sin mi, y me dejó en las manos de Ahisma, la mujer hindú que aparentemente cuidaba su casa, pero que en realidad, era su corazón lo que cuidaba.

Como el karma es el karma, dio la casualidad de que mi guardiana, la suave Ahisma, era nieta del gurú.
Su madre había sido el fruto glorioso de la unión ilegítima y tántrica de su abuelo y la joven esposa de un shatria, un noble guerrero que como todos los nobles guerreros, nació de los brazos del gran Brahma. Cuando se descubrió la relación, fue públicamente decapitada, después su cuerpo se arrojó a la basura. No le purificarían las llamas. El abuelo, entonces joven como ella, se salvó de la condena. No había llegado su hora. No le descubrieron porque mientras le buscaban, en un parque, bajo un árbol, recitaba un mantra. Cosas del karma. Cuando supo lo sucedido, con la noche por testigo, fue a recoger de la basura los restos de su amada. Junto a ellos había una bebe. Llevaba colgada al cuello una cadenita de oro con forma de serpiente. Era la cobra que adornaba la garganta de la joven esposa decapitada. No dudó. La criatura era su hija. Una niña preciosa que el shatria, debía de haber condenado a ser devorada por los perros o rescatada por el karma. A su lado, había un pequeño. La velaba. No dejaba que nada la molestara. Apenas caminaba, pero sus pasos ya eran valientes. ¿Por qué estaba allí? por lo mismo que pasa todo lo que pasa. Por todo. Por nada. Por el karma. También se le llevó. A ambos los instruyó en sus artes, y con el tiempo, ambos fueron padres. Los padres de Ahisma, la suave Ahisma, mi tía india, mi guardiana.


Todo ésto lo supe de su boca después de que su abuelo, al que ella llamó para que me asistiera en cuanto mi tío abandonó la ciudad, me recitara en urdú, miles de mantras de los que yo no entendía nada.
En ese momento, el anciano ya no era agua, ni mirada. En ese momento, cuando envuelto en incienso me recitaba, era rezo, era voz, era plegaria. Era un susurro melodioso que yo no necesitaba entender, para saber que ese camino que las volutas de humo dibujaban era el único camino. Mi único camino. La senda iluminada. El lugar donde todo es como debe de ser. Desde él, podría acceder al Nirvana.

Fue el karma. Estoy segura. El karma me guió a Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.


Nada en mi vida volvió a ser igual después de nuestro encuentro. Las cuatro semanas que estuvo mi tio fuera, fueron el tiempo mas fértil de mi vida. El anciano y su nieta gestaron mi renacer.

Los dos meses siguientes estuvieron llenos de hazañas. Lances que jamás hubiera acometido si el agua del monzón no hubiera anegado mis ojos con la mirada inmensa de un hombre casi consumido, de un viejo esquelético, de un anciano en pañales.


Al cabo de tres veranos, volví.
No estaba.
Ahisma me dijo que había muerto.
Parece ser que poco después de mi marcha, una partida de europeos pendencieros y embrutecidos, que habían trabajado en el Canal de Suez, se asentaron en Delhi. Pronto vaciaron sus bolsillos y el hambre les apretó con ganas. Se despertó su furia. No respetaban nada. Las autoridades estaban desbordadas. La población aterrorizada.
La solución vino con el viento
Existía un lugar, una tierra casi virgen donde todo era de oro. Los ríos, los valles, las praderas, las montañas..., Sólo había que ir a recogerlo. Se podía matar el hambre con una palabra: pionero. Una palabra y un largo viaje.

Fue el karma. Estoy segura, el karma se llevó a Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.


No es que Kefir, el anciano Kefir ansiara ese camino, ni esos acompañantes, de hecho no ansiaba nada, pero... el karma...
Durante dos meses un búfalo blanco visitó sus sueños. Supo que tenia que ir a buscarle, y que el camino estaba en ese largo viaje con esos oscuros acompañantes.
Su final le llegó en Dodge City, ciudad del condado de Ford, en el estado de Kansas. Una bala interrumpió su mantra mientras meditaba rodeado por la manada con la que convivía desde su llegada. Fue una mañana más. Fue una cacería más. Junto a él, miles de búfalos murieron. Nadie tocó sus cuerpos. Se pudrirían allí poco a poco hasta que otra mañana, una cacería más, depositara sobre sus restos más restos de vida mutilada. Sus muertes habían sido innecesarias. Un capricho feroz. Una masacre cruel y despiadada.

Como el karma es el karma, dio la casualidad de que una tarde, una joven recordó que junto a los búfalos, hacía meses, vivía un hombre consumido. Un viejo esquelético que utilizaba una indumentaria escasa, un anciano que llegó a Dodge City con las últimas caravanas. Le imaginó muerto tras las matanzas. Devorado por los perros y las alimañas. Le ardieron las entrañas.


Con la noche por testigo, poco antes de que la cantina abriera sus puertas, preparó un atillo con una sábana blanca, un bote de perfume y una cantimplora de agua. Cobijada por las sombras, abandonó la ciudad. La pradera apestaba. Nunca olvidaría ese aroma a barbarie, ni la horrible sensación de que aunque realmente estuviera allí el cadáver, no podría encontrarle. Los restos eran excesivos. Unos se cubrían, a otros. La fosa era demasiado grande. Sola y sin luz, y con esa arcada en los ojos, en la piel, en la garganta...
Desvalida como estaba, vomitó sobre una tierra que lloraba.
Después, se cubrió la nariz con un trozo de enagua, y avanzó a tientas entre los despojos.
Cuando prescindió de ella, sus ojos vieron y sus oídos escucharon.
Un cachorrito lloraba ¿Por qué estaba allí? Por lo mismo que pasa todo. Por todo. Por nada. Por el karma. Su llanto la guió al hombre que buscaba. Acurrucado en su pecho, le lamia la herida de bala que puso fin a su mantra.
Le acarició y le ofreció un poco de agua.
Después pensó, ¿y ahora hermana? ¿que hacemos ahora hermana? y mientras lo hacía, limpiaba con el resto del agua y el perfume, el cuerpo frio del anciano que murió con la manada. Su cara la tenía hipnotizada. Sus ojos no se cerraban. Aún sin vida, era la suya una mirada inmensa. Se sintió desnuda.


Cuando terminó, le envolvió en la sábana y se le cargó al hombro. Extrañamente no pesaba nada. Después sin saber por qué, se dirigió al rio. El cachorrito, como podia, la seguía. Su idea era buscar un lugar donde la tierra fuera más blanda. Así ella, con sus manos, podría cavarla. Formaria un lecho de arcilla roja. El anciano tendria cama en esa tierra bárbara. Después le cubriría con piedras. Ella le visitaría. No le devorarian las alimañas. Nada más llegar a la orilla del Misuri, dejó su carga -que no pesaba- en el suelo. Al abrir la sábana... no habia nada. A su alrededor se fue formando un torbellino de luz que la envolvía. Su caricia era amable. Conoció la paz. Juraría que en la misma orilla, junto a ella, además del cachorro había un búfalo blanco, un búfalo vivo que la miraba.
No volvió a la cantina. 

Fue fácil identificar al anciano y descubrir su procedencia.
Una vez hecho, inició el camino inverso.
Un año después, llamaba a la puerta de Ahisma y le relataba lo sucedido. No iba sola. Un perro juguetón, baba, y un bebé de tres meses con una mirada inmensa, la acompañaban.
Ahisma que por entonces también estaba embarazada, la recibió como a una hermana.
Sabía que era cierto todo lo que le contaba. Los cabellos de Shiva no solo fluyen por el Ganges. Se enmarañan en todas las aguas.
Esa joven que llamaba a su puerta, ignorante como era, ajena a las enseñanzas, escondía de forma innata, bajo su pelo rojo, bajo su piel pecosa y blanca, la esencia de todos los mantras: Si puedes amar, ama. Si no puedes amar, ama. 
El verano que yo llegué... 

Así se termina el relato que encontré entre los diarios geográficos de mi tatarabuela Elisabeth. Una dama estrafalaria. Una victoriana que nunca uso guantes.
Daría mi vida por saber más, pero no encuentro el camino.
Llevo más de un año siguiendo su pista, practicando yoga, recitando mantras, devorando Kefir, alerta, pendiente de las señales....
Nada.
Absolutamente nada.
A veces me pregunto ¿por qué? ¿por qué este vacio, esta nada? Entonces releo sus hojas y concluyo, por lo mismo que pasa todo lo que pasa. Por todo. Por nada. Por el karma. 

Ana Isabel Fariña


Mary Popper
Institutriz
York, 1939 - La Moraleja 1999

Mary Popper se hace institutriz en 1960, trabaja en una gran mansión con niños de diversas edades, hijos de un militar soltero. Les educa a través del canto y el juego. El padre de los niños se enamora de ella, se convierten en pareja y se casan.
En 1980, toda la familia se dedica a cantar por Nueva York. Hacen películas, musicales de danza y acrobacia, canto y recitado.
La fantasía de Mary Popper se muestra en sus películas, en las que son protagonistas sus hijos. Vuela con los objetos y canta con la sensibilidad de un niño.
En 1996, Mary Popper tiene una enfermedad de cáncer que le impide seguir una vida activa. Su familia sigue actuando sin ella hasta 1998, año en el que Mary Popper se encuentra en la fase final de su enfermedad. Se trasladan a La Moraleja donde muere, acompañada de su marido y de sus hijos el 12 de Abril de 1999.

Sofía Montero


Kim Ratzinger
Obispa
Chester, 1990 - Canterbury, 2062

Una preciosa niña de melena rubia nacía en Chester en 1990 de madre americana, de Los Angeles, y padre alemán, descendiente de nazis. Ambos habían coincidido en unas Jornadas espirituales de la iglesia anglicana en Canterbury durante las cuales concibieron a Kim. No se casaron por que no creían en el matrimonio y además basaban la relación en la libertad absoluta ya que ni se debía ni se podía engañar al espíritu.
Kim se crió en Downtown en un entorno religioso y de ayuda al necesitado. Participaba activamente en tareas como distribuir comida a los pobres en Countryside, visitar a los enfermos de la parroquia de Chesterfield los domingos y organizar rastros de ropa y objetos para obtener beneficios económicos que ponía a disposición de la iglesia de Abbey. Desde adolescente era conocida por su atractivo físico, de largas piernas y pechos firmes y voluminosos, lo cual era un aliciente más para todo los contribuyentes. Hasta ponía su cuerpo a merced de personas que demandaban sexo, cariño o ternura.
Su fama cruzó fronteras y fue ascendida por clamor popular. Tras una larga vida ejerciendo como Obispa falleció en 2062 arropada por el amor de todos sus feligreses.

Antonia Oliva


Cristobal Cotón
Industrial
Sabadell 1610 - Bogotá 1692

Como buen catalán, se dedicó a los negocios, concretamente a la compra de algodón, de donde le venía parte del apellido. En su fábrica de Sabadell, llegó a tener hasta 100 empleados, a los cuales les pagaba el salario mínimo. El negocio le venia de su padre, llamado también Cristobal Cotón, el cual empezó a fabricar telas de colores, las cuales las vendió con éxito por toda Cataluña; su hijo un poco más emprendedor y viendo que el negocio se podía expandir, empezó a venderlo por toda España, no tenía prejuicios, no era nacionalista, siempre decía "la pela es la pela".
El negocio iba viento en popa, hasta que se instalaron unos chinos en Hospitalet de Llobregat, y le hicieron la competencia, hasta tal punto que tuvieron que cerrar la empresa, despedir a los obreros e instalarse en Bogotá, donde falleció a la edad de 82 años.
En el epitafio, quedó escrito que le pusieran: " Me cagonet en los chinos".

Luis Iglesias


Ángel de la Guarda
Guardaespaldas
Jaén 1950- Bagdad 1999

Su padre era guardia civil, asignado a la agrupación de tráfico de Jaén. La madre, atendía las labores de casa y hacía trabajos de costura. No tenía hermanos. Estudia el bachillerato en la ciudad de Jaén, destaca por su aspecto: grande y fuerte; sin duda, el que más podía del Instituto. Le gustaban todo tipo de deportes y en todos siempre era de los mejores, pero lo que le apasionaba de verdad era la defensa personal: el judo y el kárate, en las que era cinturón negro. Se prepara oposiciones de policía que logra sacar al tercer intento con el número tres. Dentro del cuerpo es destinado como guardaespaldas de políticos al país vasco, después se especializa en infiltrarse dentro de las organizaciones terroristas, realizando algunos trabajos delicados para el C.N.I. En 1999 y con apenas 49 años muere víctima de un atentado terrorista en Bagdad, mientras acompañaba al embajador español en Irak.

Ángel de la Guarda tenía un carácter muy estricto y de costumbres muy sanas. No bebía ni fumaba, diariamente corría por lo menos 15 kilómetros. Se contaba de él que haciendo un servicio para un ministro al que asediaban los periodistas, en cuanto podía, les daba patadas en las espinillas o pisotones. No estaba casado, tampoco se le conocían amistades femeninas. Su vida privada era un misterio. Se rumoreaba que era “gay” pero nadie lo pudo demostrar. A su muerte se le concedió la medalla al mérito policial.

Vicente M. Martín


Piero Constante y Sonante
Banquero
Venecia 1495 - Venecia 1570

Por aquel entonces la carrera universitaria y el master no era el prolegómeno a seguir para alcanzar un puesto de trabajo. Quizás si eras de gran inteligencia, y hábil con los negocios, si además sabias especular y sentir la vocación de usura… podías encontrar un puesto en la gestión bancaria. Nuestro personaje estuvo asentado en la misma ciudad durante toda su vida, lo cual implica no viajar demasiado sino ser constante en su lugar de residencia y por lo tanto conocido al final de su vida por todos los conciudadanos. Todos se conocían lo cual no importaba para ser defensor a ultranza de las frivolidades que le alejaban de la ecuanimidad.

- Han sido 75 años llenos de egoísmo y un encubrimiento largo de la caridad. Mi carácter era agrio, seco y poco condescendiente… me tenía que salir con mis ganancias y no me importó nunca la generosidad. Mi vida era mi negocio.
Escapé de ir a la cárcel pero ahora estoy en el purgatorio tratando de entender… por qué si soy un hombre inteligente, mi dominio contable, los trucos con las cuentas, que eran mis mejores tesoros, no me han ayudado a ganarme el cielo, pero hoy el Señor me ha explicado las causas por las que los ticos tienen tantos problemas para ir a la paz celeste. Yo además, soy genio y figura hasta la sepultura y no quiero perder ni un maravedí, quiero ser yo mismo… si eso implica estar en el purgatorio permaneceré el tiempo necesario. Me interesa la hacienda y soy feliz atesorando.


Piero ha descubierto, en cierto modo una forma de vivir eternamente, sujeto a las presiones de lo material. Todo esto le costará no tener nunca desasosiego, tener posesiones y caudales, lleno de cosas valiosas sin encontrar nunca valores humanos.

María Teresa Mendoza

Impares. Fila 13

La sesión del lunes, 31 de marzo, la dedicamos al cine. Tomamos el título de "Impares. Fila 13" del poema "Palacio del cinematógrafo" de Pablo García Baena:

Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero
como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero



.
Ángel Petisme incluye en su libro El desierto avanza el poema "Aragoneses 2" en el que trata con humor el papel de la crítica:

Cuentan que Buñuel en el 61,
cuando le dieron la Palma de Oro en Cannes
por Viridiana
volvió a Zaragoza y a Calanda unos días.

En el Paseo Independencia
un señor, al que Buñuel parecía conocer,
se paró a saludar diciéndole:
Don Luis, la última película suya,
flojica, eh, flojica...

En la ficha de trabajo incluimos también un texto de Luis García Montero en homenaje al cine "Miércoles, día del espectador" publicado en su libro Completamente viernes:

No se descarta que al salir del cine
una pareja cuente con nuevos enemigos.
La película es mala,
las sombras buscan cuerpos 
[para encontrar deseos,
se oyen voces de actores,
imágenes dudosas,
pero los labios son materia viva
en las butacas observadas
y los botones pierden su vergüenza.
Suena un disparo inútil,
la camisa deshecha,
la mano que naufraga entre los muslos.
se persiguen dos coches por tus hombros
y estalla un edificio,
una lengua de fuego en la ventana,
llamas que desesperan vientre abajo,
el pelo negro por la mano abierta,
negro como la vida en la pantalla,
como el silencio del actor que mira,
del acomodador,
del público encendido.
Ya no tienen edad para estas cosas,
comenta el matrimonio de la última fila.
Y pienso que es verdad. No se descarta,
no se descarta que al salir del cine
una pareja cuente con nuevos enemigos.

Pero también tuvo su protagonismo el microrrelato. En este caso de la mano de Manu Espada:

Atrapado
Damián quedó atrapado en una cinta de súper ocho el día de su primera comunión. Su padre le grababa mientras cortaba la tarta, y ahí permaneció para siempre, con ese gesto bobalicón de por vida, encerrado en una película a perpetuidad. Cuando lo echaban de menos, ponían el proyector y veían su imagen en el gotelé de la pared con esa mueca infinita de satisfacción cortando el pastel en porciones y repartiéndolo entre sus primos. Al cabo de varios años se impuso el VHS y la película quedó olvidada en un desván, junto al proyector. Damián se aburría en los fotogramas de la cinta. Era la única persona real en la película. El resto tan sólo eran imágenes de sí mismos. Al cabo de varios años, en un ataque de nostalgia, sus padres subieron al desván, cogieron la película y la proyectaron de nuevo. El niño volvió a repetir el eterno gesto de cortar la tarta varias veces. Le costaba moverse. Estaba entumecido. Tantos años inmóvil. Se miró las manos. Arrugadas. Viejas. Se había convertido en un anciano. Frente a él, tras el proyector, dos niños de ocho años lo miraban con ternura.

Snuff movie
Dicen que cuando vas a morir ves tu vida pasar ante tus ojos. Ahí puedes verte cuando eras bebé. ¡Qué mono! El ojito derecho de mamá y papá. Observa cómo te miran. Ahora en la guardería, con aquella profesora que tanto te quería. Y no hablemos de tu adolescencia. Aquí estás con Marta, la buenorra de la clase. Te la llevaste tú. Como siempre. Y mira esto, con vuestros hijos, la parejita de niños perfectos. Y ahora que ya has visto un resumen de tu exitosa vida, verás una luz blanca. Aún no has muerto, don perfecto, es el foco de la cámara. Sonríe, hermanito.

Propusimos como tarea escribir un texto sobre alguna película, algún personaje de cine, algún actor o actriz. Durante el transcurso de la tarea les iba proponiendo, a golpe de claqueta, una serie de palabras que tenían que aparecer en el trabajo. Dichas palabras fueron: acción, carmín, zarzaparrilla, megáfono, autopsia, camisón y tabaco.

Estos son las tareas realizadas por algunos participantes en el taller:


Película: Versión alternativa de, "El Graduado":
Tema: Drama
Resumen: (Empieza la película con la canción de Mrs. Robinson)

Benjamin no se deja seducir por la Sra. Robinson. Después de rechazarla en varias ocasiones, decide contárselo todo a su marido, para que sepa que tipo de mujer tiene en casa.
El Sr. Robinson entra en acción, echa de casa a su mujer y le cuenta a su hija Elaine la verdad. Esta se arregla como para ir de fiesta, se maquilla con carmín rojo intenso y llama por teléfono a Benjamin, al que propone emborracharse con zarzaparrilla,bebida que la pone como loca
Después de beber durante toda la noche, deciden irse para casa, todo contentos, cantando y riéndose; al llegar al portal del chalet, cogen un megáfono y llaman al padre de Elaine para que les abra la puerta. Ya dentro de la vivienda, Elaine sube corriendo a su habitación para coger una cajetilla de tabaco y fumar un cigarrillo, pues se encontraba muy nerviosa
Se oyen las sirenas de un coche de policía que se acerca por momentos, han sido avisados por un vecino que ha encontrado a la Sra. Robinson colgada de un árbol del jardín; aparece a la vez una ambulancia de la Cruz Roja, la cual se lleva al hospital a la Sra. Robinson para hacerla la autopsia.

(Acaba la película con la música de "los sonidos del silencio")

Luis Iglesias


Un día iré a Taormina

Pequeño puerto de pescadores, Isla de Amorgos, Grecia.
Aunque la escena esté rodada en blanco y negro la luz es deslumbrante, el sol omnipresente. El transcurso del tiempo parece suspendido. El paisaje recobra vida con la presencia de un sacerdote sentado en un banco de piedra, a la sombra, jugueteando con su rosario de perlas y el ir y venir de un pescador cargando de cestas su embarcación. Las cigalas rivalizan en un concierto desenfrenado e ininterrumpido.
De pronto, el pequeño Jacques irrumpe en la calma de la tarde, precedido de dos otros niños, más pequeños. Le señalan con el dedo su hallazgo que brilla en el agua límpido del puerto.
-‘Es una moneda. Tranquilizaros. Iré a por ella’.
Incapaces de contener su impaciencia los dos pequeños ya se pelean para saber de quién es el tesoro. Una vez más Jacques apacigua su ímpetu diciéndoles que con la moneda comprarán algo y lo compartirán entre los tres.
Es sin contar con la llegada inoportuna del ‘gran Enzo’ y de un nubarrón de primos suyos. También está Roberto su hermano pequeño.
En el momento justo en que se dispone Jacques a entrar en acción, Enzo, soberbio y desenvuelto, vestido de su eterno bañador carmín, se apodera de la atención de todos los presentes hasta llenar el espacio por completo. Los niños, esperan, paralizados, suspendidos a los labios del niño. Después de saludar a Jacques, ‘el pequeño francés’, como le suele llamar, le pregunta :
-‘Te molesta si salto yo ?’
Jacques sin desviar la mirada le contesta que no.
-‘Si te molesta, me lo dices, ya sabes’ continua Enzo.
-‘Lo sé’ responde calmamente y sin parpadear Jacques.
Uno de los primos le acerca la zarzaparilla que tenía a medio acabar y la termina de un solo trago. Luego, en un chasquido de dedos y sin molestarse a mirarle ordena a su hermano :
-‘¡Roberto ! ¡Mio palmo!’
Se ejecuta Roberto y mientrás Enzo calza las palmas, se ajusta las gafas de buceo y hace ejercicios de respiración para prepararse a saltar, la pandilla de primos se entusiasma con la inminente hazaña de su héroe :
-‘¡Vamos Enzo ! ¡Viva Italia !’
Antes de zambullirse Enzo le ordena a su hermano : ‘¡Cuenta !’
Roberto, armado de su megáfono se pone a contar los segundos : uno, dos, tres, hasta seis, mientras todos los demás cortan su respiración, a la espera de la autopsia del objeto metálico y del veredicto final.
A la de seis la mano de Enzo sujetando la moneda es la primera en reaparecer a la superficie del agua.             Bajo las palmadas de sus primos Enzo, sale triunfante y Roberto le revela, orgulloso, la cifra alcanzada.
Se asoma en ese instante a una ventana una señora en camisón, pendiente de lo que va a pasar.
El aire es denso, agobiante. Se respira un olor a tabaco procedente de la barca del pescador. El sacerdote está observando atentamente y callado a los niños.
Enzo rompe la gravedad del instante dirigiéndose a Jacques :
-‘Bueno, ¿cómo lo ves? El que la ha visto eres tú, pero soy yo quien he saltado. La vuelvo a tirar. Si saltas y la encuentras en menos de seis segundos, es tuya.’
Jacques, impenetrable, le mira intensamente y gira la cabeza en señal de negación. Enzo se queda mirándole unos segundos, valorando su respuesta.
-‘¡Bravo !’ es lo último que acierta a decir a modo de despedida.
Jugueteando con la moneda se marcha, escoltado de su hermano y sus primos, que revolotean a su alrededor, uno reclamando la propiedad de la moneda, otro atreviéndose a proponer que se comparta. Enzo zanja la discusión :
-‘¿Y cómo vamos a compartir una moneda ? ¡Estúpido !’ dando por entender que se va a quedar él el premio. Y se los traga la calle.
Los dos compañeros de Jacques se retiran, desengañados, y Jacques se queda solo y pensativo.
Se acerca el sacerdote y le enseña algo brillante en el agua.
-‘Jacques, ¿no sería esto una moneda ?’
El niño se propone enseguida a saltar para ir a buscársela. Cuando vuelve a salir del agua el sacerdote ya no está.

Así acaba la primera escena de ‘Le Grand Bleu’

Veinticinco años después de que se rodara la película de Luc Besson, el hombre que desempeñó el papel de ‘Enzo niño’ se acuerda de ese paréntesis maravilloso que le tocó vivir, un poco por casualidad, en su niñez. Hoy es pintor. Y no ha vuelto nunca más a participar en una película. Es un hombre muy vinculado al mar, desde pequeño y por eso se explica haber sido elegido entonces por Luc Besson. Es curioso observar como este hombre parece haberse quedado atrapado en el pasado como reviviendo eternamente aquella escena.
Cuando habla, sus ojos perdidos en lo lejano, nostálgicos, no recuerdan en nada el gran Enzo de la película tan seguro de sí mismo.
Quizás haya sido tan intensa la experiencia, tan profunda, que es como si todo lo posterior haya sido una succesión de hechos sin sabores. Dice que pinta para compensar su incomprensión de su presencia en el mundo. Cuando está nadando en el mar, en cambio, afirma que ‘sabe’ porque está viviendo, lo ‘entiende’. Dice también que muchos años después de haber participado en la película se le ocurrió plasmar en una serie de cuadros todas las imágenes del rodaje que acababan obsesionándole. Desde entonces se siente ‘aliviado’, capaz de recordarlo de forma más ‘ligera’.
Yo creo que este niño vuelto hombre es muy afortunado. Porque ha tenido la suerte de vivir en su carne y en su alma unos instantes de emoción insuperables, de los que te marcan de por vida. Ha tocado el firmamento. Muy joven eso sí. Demasiado joven, quizás. Con lo que supone de cruel la vuelta a la normalidad, a la banalidad cotidiana. Pero quizás valga la pena.

Desde un punto de vista más personal, tengo que confesar, que veinticinco años después, yo también, de cierta manera, sigo obsesionada por la película. Es una de esas obras que no se llevan ningún premio pero que sí se ganan el corazón de toda una generación. Yo era una adolescente más del montón entonces, y me entregué entera a la inmensidad azul del mar mediterráneo, bailando con delfines, soñando con el amor imposible de Jacques y Johanna, sufriendo la incompatibilidad de los personajes, compartiendo sus excesos, su amistad sin concesión, su soledad, su envidia, sus límites. Aún me sigue transportando a mundos sin barreras la música  (¡ay, qué música!) de la banda original.
Aún puedo sentir la tristeza, la ternura, la compasión que experimenté en el final trágico final y la decisión última del protagonista.
Hace años tuve la suerte de que el destino me llevara a conocer una isla de las Cicladas en Grecia. No era la isla en la que fue rodada la película, pero para mí fue como hacer parte de, o revivir, un poco, la magia que se respira en cada esquina de esos pueblos blancos, inmortalizados para siempre en mi memoria.
Me queda todavía un sueño por cumplir. El de perderme algún día en las calles de Taormina, en Sicilia, otra gran protagonista de la película.
Espero no estar defraudada el día que me toque la suerte. Espero que la realidad no me quite la ilusión,  que no lastime mi visión idílica de adolescente.
Pero tan verdad como me encanta despertar del sueño con canto de sirenas, afirmo que, un día iré a Taormina.

Sara Pérez


Corten – Corten

El cine cierra sus ventanas…
Ya no transpiro,
un sudor frío enmascarado acompaña, envolviendo las tripas.
ACCION… se contamina el vértigo.
Levanto los ojos a la pantalla,
dos lágrimas empapan el bigote,
destiñen el CARMÍN.
Cuerpo herido de imágenes y paisajes…
ZARZAPARRILLA con fresa y nata.
Mariposas sobre colmenas abandonadas y vacías…
MEGÁFONO mudo.
Huellas borradas del patio de butacas.
AUTOPSIA en el “gallinero”.
Beso adherido en la última fila.
CAMISÓN derretido entre los dedos.
TABACO gateando por el techo.
¡Corten! ¡Corten!

Vicente M. Martín


Sonrisa de nácar

La sonrisa de sus labios,
en mi carmín de fresa,
eriza la pasión del pensamiento.
Envuelta en aromas de zarzaparrilla,
imagino su tez de miel iluminada.
Megáfono de ilusiones
desbordan mi inquietud
en una autopsia de recuerdos.
En mi camisón de sensaciones
sueño con su imagen:
silueta de humo
de mi tabaco encendido. 

Poema dedicado a Richard Gere
Sofía Montero

Drácula

Nunca vi mucho cine. No es que no me gustara. Es que no había dinero en casa. Por eso, cuando podía ir a alguna sesión, la película que veía la disfrutaba con una intensidad bárbara. Era tan real todo. El amor, el miedo, la sospecha, el juego, la fantasía....
De pequeña me aterrorizaba Drácula, tan silencioso, tan persistente, tan de verdad... Surgía de la noche y te devoraba sin que te enteraras. Podías amanecer y ser él y tener que devorar al mundo que te rodeaba. Nadie se salvaba. De hecho sucumbirían antes los que más amaras. Esta acción, ser capaz de esta acción, me asustaba casi mas que el hecho de morir consumida y seca, desangrada. A veces pensaba que podía enfrentarme a él y matarle con una estaca, pero el pánico que me producía recordar su mirada me aprisionaba a la cama y hacía que sin dormir pasara la noche escondida entre las sábanas, cubierta la cabeza entera por una manta, sudando, sudando miedo hasta que llegaba la mañana. Y cuando llegaba la mañana, los labios carmín de mi madre eran los que me asustaban. Podía ser sangre bebida y no disuelta que su boca aún conservara...
Como bien sabía, para comprobarlo, con cuidado, sin que lo notara, miraba su cuello. No había huellas de mordida. Estaba bien. Entonces me relajaba, y me tomaba la leche con galletas migadas con el mismo placer y las mismas ganas que mas adelante disfrutara de un vino, de una zarzaparrilla o de una caña. Cuando terminaba, preparaba mi mochila y me iba al cole, tan pálida y tan demacrada que parecía la sombra de la hija de Drácula. Una vez en clase, la señorita me preguntaba ¿estás bien? ¿te pasa algo Ana?, y yo, con un hilo de voz contestaba, no, no, no es nada; y la profesora se reía, se reía a carcajadas, y delante de todas las niñas me chillaba. "Habla mas alto. No se te escucha nada. Habla mas alto Ana. Habla mas alto o te ataré un megáfono a la boca hasta que se te reviente la garganta y salgan libres y claras las palabras".
Yo me lo creía y como no podía hacer nada, me asustaba de nuevo con esa maestra mala. Y calladita, pensaba ¿No se la comerá Drácula?. Realmente lo deseaba.
Pero no, no se la comía, y al día siguiente la escena se repetía, y al siguiente y al siguiente...
Un día la mala no vino. Había muerto de repente. En su cama. Yo temblé. ¿Habría sido...? Le iban a hacer una autopsia. Como no sabía que significaba esa palabra, lo pregunté en casa. Cuando me lo dijeron imaginé sus entrañas rotas y su camisón a los pies de la cama manchado de la sangre que Drácula después de ingerir vomitara. Porque comerse a esa mala mujer era alimentarse de comida mala. Y me dio pena ella, muerta y condenada. Y me dio pena él, enfermo de esa maldad que ella tenía en clase y todo lo envenenaba... Y así pasaron muchas noches y muchas mañanas.
Crecí y olvidé.
Pero una tarde de cine, mientras hacia cola con mi chico para ver una peli mala y me fumaba un cigarrillo, uno de esos de tabaco de liar que tanto me gustaban y tan mal me sentaban, le dije muy seria: "mira, esa tipa de la carátula, se parece a la maestra mala que cuando yo era pequeña, se comió Drácula".
Él me miró asustado y me dijo "estás fumada".
La verdad es que no lo estaba.
La peli se titulaba: "Rebeca" y os juro por Drácula que no era una peli mala.

Ana Isabel Fariña


La invasión de los ladrones de cuerpos

Hay promesas que nacen  con el corazón de humo. Se formulan sin raíz. Viven en el condicional. En la mayoría de los casos  su cumplimiento  depende de un hacer ajeno. Vienen al mundo con la naturaleza del pago. Son aire tiznado. Sonidos huecos.
Idéntico aspecto gris y sucio presentan aquellas palabras que brotan ligeras fijando un compromiso, y que siendo hijas de las convenciones o del protocolo,  brotan muertas. Su destino siempre es el olvido.
En ambos casos son obligaciones, ofrendas, flores estériles. Ni semillas. Ni frutos.
Pero también hay promesas que nacen con el corazón de fuego. Su raíz se agarra con fuerza al latido de uno mismo. Su cumplimiento es el único pago. Su realización, el agua, la tierra y el aire de ese pulso en llamas. Solo allí afloran simientes robustas y cosechas milagrosas.
Dana solo conoce estas últimas.
Por eso no come fréjoles.

Cuando "los ladrones de cuerpos" aparecieron en su camino, con la perversa y callada intención de reducirla, no tuvo más remedio que poner remedio.
Siete días tardó en crear su mundo, en condensar su visión en una vara, en un  báculo sólido que le abriera un camino entre las vainas, en tallar un mandamiento sagrado que la guiara: "Los fréjoles no se comen". No necesitó más. 
Con esta sentencia, aparentemente sin sentido, Dana consiguió reproducir una estrategia religiosa básica: diseñar un rito sencillo con evocaciones trascendentales. Gracias a ella, el recuerdo de la invasión que había presenciado, podía seguir vivo. Solo una memoria despierta y una voluntad seria podrían protegerla de esa posesión invisible que de un hombre hace un pelele.  
Una vez lo hubo hecho, nadie consiguió jamás que la violara. Nadie y nada. Ni compañía, ni hambre, nada. La tacharon de ortodoxa, de loca, de sectaria, nada.
Ella sabía.
Sabía que un descuido, un dormirse sin querer, era razón suficiente para trasformar a cualquiera en la sombra de una vaina. Su sola posibilidad la horroriza, la horrorizaba.
Por eso no come fréjoles.

Dana es una golondrina. Una vagabunda, que de vez en cuando, duerme en el portal de mi casa. Tiene un abrigo, unas zapatillas de deporte, un gorro, un guante y una tela alrededor del cuello que puede ser foulard o bufanda. Todo le queda enorme. En ocasiones se aprieta el abrigo a la cintura con una soga trenzada con lanas y siempre, cuando camina, parece un pingüino pequeño asegurando su pisada.  También tiene tres dientes, dos incisivos y un canino, que como rascacielos asoman sobre las ruinas de lo que un día fue un jardín, un carmen de calas blancas. Siempre mira de frente. Alguna vez, vi nieve en su mirada.  Con el tiempo supe, que eso sucedía cuando manostijeras la visitaba. Nunca he visto espadas ni envainadas ni desenvainadas.
Dana es una golondrina, una dama que no come fréjoles.
Dana es...

Algunos vecinos afirman que es turca, otros aseguran que es rumana, otros porfían que Dana nació en una familia acomodada y que fueron las drogas y las compañías malas quienes la arrastraron al infierno por donde deambula desierta y desahuciada. Todos coinciden en que es guapa. Que incluso sin dientes, es guapa.

Cuando coincidimos en el portal, si se tercia, la invito a desayunar. Siempre vamos a su bar favorito. Una churrería pequeña que hay cerca de la plaza. Allí hablamos de todo y de nada. Yo le cuento mi vida; mi familia, mi trabajo, mi casa... Ella me cuenta historias que parecen fábulas, y fábulas que parecen historias. Escucharlas me inquieta y me relaja. 
Una vez, le dije lo que los vecinos opinaban. Ella me miró con esa mirada arrugada y cálida,  y sonriendo contestó "Bobadas. Todo bobadas. Bobadas y vainas. Todo vainas" Después se fue calle arriba.
Me quede allí un buen rato viendo como se alejaba. Un pingüino  con abrigo, guante y bufanda. Una golondrina que  con una vara, se abría paso entre las infinitas vainas que pretendían reducirla, poseerla, ahogarla. 

Hace tres meses y medio que no la veo. El portal esta vacío. Todos, todos los días la espero.

Hoy es mi último día de trabajo. Me despiden. No hay empleo. Mi compañía de teléfonos ha sido absorbida por otra.  Se reestructura la plantilla. Me quedo en la calle. Mi futuro es incierto. Sin embargo, me alegro. Últimamente cuando llegaban los camiones con los nuevos modelos de smartphone, de iphone, de tablet..., cuando llegaba el género nuevo, me subía a la boca un insoportable sabor a fréjoles que por ser repentino y no responder a la lógica,  me daba miedo. Tal vez sean vainas... Si pudiera hablar con Dana....

Ana Isabel Fariña