Yo soy la novela. Yo soy mis historias

La sesión del día 26 de enero la dedicamos a la novela. El título del taller “Yo soy la novela. Yo soy mis historias” lo tomamos de una frase de Fran Kafka. Ese era, de algún modo, el propósito fundamental de la sesión, saber si estamos hechos de las novelas que leemos o escribimos, si la ficción o la realidad que toman cuerpo en las páginas de un libro también forman parte de nuestra vida, de nuestra memoria, de nuestro tránsito por la realidad o la fantasía.
Cada participante llevó de la mano su novela de cabecera. Y hasta elegimos un fragmento representativo de cada una de ellas para compartirlo con los demás. Pero antes de presentar al resto del grupo nuestras lecturas analizamos y discutimos un interesante artículo de Vargas Llosa titulado "La muerte de la novela".


En dicho texto el escritor peruano reflexiona sobre un artículo de Eduardo Mendoza en el que certifica la muerte de la novela. Pero no se refiere a la novela fácil, la de "tumbona" o novela "light" sino a la novela de "sofá", esas grandes novelas que no solo entretienen sino que ponen a prueba nuestra capacidad de diálogo e interpretación, las que nos permiten conocer el mundo y conocernos a nosotros mismos, las que nos dejan un sabor intenso tras su lectura, las que exigen de un lector fiel y preparado.
Vargas Llosa no es tan pesimista como Eduardo Mendoza, aunque sí coincide con él en el análisis del estado actual de la novela. El escritor del futuro, según Llosa, se enfrenta a nuevos retos si lo que quiere es firmar una novela de "sofá".

Rayuela (Julio Cortázar), El planeta de los simios (Pierre Boulle), El lobo estepario (Hermann Hesse), Crimen y castigo (Fiódor Dostoievski), La sombra del viento (Carlos Ruiz Zafón), No mires debajo de la cama (Juan José Millás), San Manuel, bueno mártir (Miguel de Unamuno), El Principito (Antoine de Saint Exupéry), Oliver Twist (Charles Dickens) o Los viajes de Gulliver (Jonathan Swift) fueron algunas de las novelas seleccionadas por los participantes en el taller.

Propuesta de escritura:
Piensa en la novela que has elegido y trata de escribir un microrrelato o un poema que contenga su esencia o que resuma su argumento. Otra posibilidad es colarse dentro de la historia, como un personaje más, y plantear el trabajo de escritura desde ahí, tomando partido en el desarrollo de los acontecimientos.
También puedes escribir sobre alguno de los protagonistas o dialogar con ellos. Lo importante es que, al leer el texto, se reconozca la novela.

Estos son los trabajos enviados por alguno de los componentes del taller:


El trágico existir 

Sentimiento y razón
dialogan en su encuentro.
Mi corazón despierta
para soñar ideas.
Envuelta en la lucha
de mi mente y mi sentir,
el sí y el no
se anteponen en mi vida,
oscura tragedia
de la existencia del ser
que siente y piensa lo contrario
de una misma realidad.

Sofía Montero

(Texto inspirado en la novela "Del sentimiento trágico de la vida" de Miguel de Unamuno)


De viaje con Gulliver

En muchas ocasiones las cosas no son lo que parecen. Claro que no lo son…
Estoy en Lilliput. Las letras me trajeron. Mido quince centímetros. La arena es extremadamente fina. La playa inmensamente grande. Espero que llegue el sr. Lemuel Gulliver. Es un gigante descomunal (1,75 metros, ¡diosmío! Todo un rascacielos). Pronto estará aquí. Me lo ha dicho Jonathan Swift. Lo traerá un naufragio. Las olas lo lanzarán a la orilla. Perderá el sentido. Los liliputienses y yo le ataremos. Me meteré en su bolsillo, quiero vivir su aventura desde dentro. Conocer la intención de su viaje, conocer su verdadero argumento.
¿No me creéis? Os creo. Yo tampoco lo creería hace un momento. Es mentira os diría sin fruncir el entrecejo. Esa mentira no tiene fundamento, aunque si me pongo a pensar, lo lógico sería creerlo.
¿Qué es la mentira? Vivimos en el engaño con la naturalidad del hombre que se toma un café capuchino en la plaza de San Marcos de Venecia. Caliente, frio, templado, no son suposiciones, son temperaturas. Verdades que nos han enseñado, que hemos aceptado. Las mil historias que nos cuentan ¿qué es eso? Una confusión sin fin que sin dudar acepta el ser humano, una decadencia imposible de imaginar en el cuento más estrafalario. Pero no son suposiciones, son realidades. El aparato del televisor las narra, y con el café en la mano, se ingieren. Habría que vomitarlas, pero el humano es un acorazado. Esa realidad nos mece en la “tontuna” más profunda… estamos tontos, nos educan para ser tontos, para creer en los reyes magos que ni son magos ni reyes. Nos atamos a la fantasía que dicen veraz, nos encadenamos a los sueños que llaman noticias, dejamos que la ilusión de otros nos columpie… ¡somos tontos, tremendamente tontos!
¡Eh, tengo un wasap! Es Swift, desde el otro lado. Hay cambio de planes. Me pide que vaya a Brobdingnac. Creceré hasta los 15 metros (no sé si mis delicadas neuronas resistirán tanto ajetreo) ¡qué tontería más grande, como un hombre puede tener 15 metros!
Paso de un extremo a otro con toda facilidad, como si nada. Me sumerjo en una fantasmagoría sin extremos, puedo creerme rematadamente chiflado. No importa. Voy a ir al palacio de Brobdingnac, el rey está hablando con Gildrinch (Gulliver) le dirá lo que piensa de sus colegas no me lo quiero perder (seguro que no tiene desperdicio)… “No puedo por menos que colegir que el grueso de vuestros compatriotas es la raza de bichillos detestables más perniciosa que la naturaleza haya nunca permitido que se arrastre por la faz de la tierra”
Ahora me lo explico todo, Swift vivió de 1667 a 1745… ¿Qué pensaría si viviera actualmente? Claro que de aquellos polvos vienen estos lodos… ¿Qué hacemos nosotros? Lo digo… Mirarnos el ombligo. Somos como los habitantes de la isla “Laputa”. Nos quedamos abstraídos (ni una buena “ostia” venida desde Italia nos hace reaccionar) No hay que ser muy listo para darse cuenta. De seguir así, la humanidad solamente tiene una salida: La exterminación. ¿Que exagero? Ojalá. Pero ¡cuánta mierda hay que acumular hasta que el hedor nos despierte! ¡Ni nuestra propia mierda somos capaces de digerir ni de limpiar! En breve nuestra altísima tecnología oscurecerá el sol. La basura conquistará el espacio. El planeta azul perderá su color. La luna será un recuerdo…
Las cosas no son lo que parecen… claro que no son lo que parecen. Quizás todavía estamos a tiempo… ¡me gustaría soñar que sí!

Vicente Martín


¿Se puede comprar el amor?

Hombre mayor, soltero, sin hijos, viviendo solo en la casa que fuera de sus padres; al cumplir 90 años, decide hacerse un regalo: " Acostarse con una adolescente, virgen, de catorce años". Rosa , dueña del burdel que siempre ha frecuentado, se la conseguiría.
514 mujeres llevaba anotadas durante estos años en las visitas a los prostíbulos de la zona.
Al llegar a la vejez, decide darse una última oportunidad, intentando conocer, alguna mujer mas pura, mas limpia, a la que dar, regalos, caprichos, o quién sabe si pudiera llegar a enamorarse. Ninguna mujer con las que estuvo, le había regalado una sonrisa.
En las primeras citas con Delgadina, siempre acudía con nocturnidad; todo muy despacio, ella permanecía en la cama, desnuda, y el se acurrucaba a su lado, y paso a paso y día tras día empezó a recorrer palmo a palmo su cuerpo. Pensaba que el sexo, era lo único que queda cuando no se puede amar de verdad.
Así, llegó a los 100 años, y cuando acudía a ver a Delgadina, Rosa le decía: "Esa pobre criatura está lela por ti".

(Texto inspirado en "Memoria de mis putas tristes" de Gabriel García Márquez)

Luis Iglesias


“Unas palabras me han disminuido. Me han menguado por dentro hasta hacerme amiga de moscas y gusanos. Busco piedras que den un significado a los últimos puntos de interrogación, y sólo encuentro acertijos y papeles en blanco. Un sabor ácido anuncia un vómito, y mi pequeñez estalla en la parte derecha de mi vientre, borrando una ofensa antigua y abriendo una ventana para tiempos nuevos.”
Clara sabe que es hora de llegar a la meta. Lo hace despacio, como sólo saben hacerlo los que visten cicatrices.
Allí una hembra de Mamut lleva 10000 años esperándola. Desde el día en el que perdió a su cachorro, amasa un lecho para la mujer que se calienta con hielo.

Elena Vicente


El comisario

Todas las comisarías son un concepto sólidamente borroso. Sus pilares son normas de granito que tensan una cuerda floja. Se construyen en las fronteras mas sutiles, en esa sucesión de puntos acotada, en ese rosario de hilos riguroso que perfilan "los delfines" para defender sus mesas y sus casas, sus jardines y sus lujosas ropas. Sus paredes son opacas: una argamasa opulenta que defiende con fervor la gloria y el oro, una mampostería pesada que protege, con celo, el baile de los elegidos frente al eco turbio del hambre y la calle, la desnudez y el invierno. Sus dependencias son estrechas y cuanto más tiempo las habitas, más y más se estrechan. Huelen a sudor y angustia. Huelen a meados viejos y orines nuevos. Huelen a miedo.
Nadie accede a sus lindes voluntariamente.
El día que Don Tomás, el hombre mas rico de la comarca, abrió sus puertas, ninguno de los que allí estaban, podía sospechar sus intenciones.
Tenía un aspecto pésimo. Sus ropas carecían del lustre habitual, sus zapatos estaban cubiertos de barro, su rostro reflejaba el estado febril de su ánimo.
Nada más verle, uno de los uniformados que velaban el cuartelillo, acudió en su auxilio. Otros dos, con la rapidez del rayo, recogieron de la mesa la baraja con la que estaban jugando. Por el suelo rodaron unos cuantos amarracos. Un cuarto, sin dudarlo, tras ajustar sus ropas, fue en busca de un mando.

El comisario jefe era un hombre alto y flaco, de unos 45 años.Tenía una mirada delgada llena de aristas, imposible de olvidar. Había conocido de cerca el lujo, una riqueza que no le pertenecía. Desde entonces procuraba filtrarse por sus puertas. Siempre creyó que sus manos le podían dar un brillo mayor que las de esos patanes sin conocimiento que, nadando en él, no sabían extraer su jugo. No soportaba la fealdad. Detestaba la ignorancia. Aborrecía la debilidad. Temía la pobreza. Era un hombre culto, un esteta. Sólo tenía un sueño, un mundo a su medida: la justa medida. Para conseguirlo, estaba dispuesto a hacer una hoguera muy grande, donde ardiera todo lo despreciable, y sobre su vacio, estrenar calles y parques donde todo fuera bello. Donde ninguna disonancia perturbara su reposo. Cuando la realidad le devolvía a su puesto de frontera -un puesto que se había ganado a pulso, arrimándose donde debía-, hacía lo que podía. Mucha era la basura que ya había eliminado.

Ver a Tomás -su compañero de juegos- en ese estado, no le conmovió. Más aún, le resultó grato. Nunca había merecido lo que la vida le había regalado. Nunca había sido un hombre de verdad. Siempre había sido un piojo, un ser débil, un acomplejado. Ahora era un guiñapo. Esos continuos actos de generosidad que le habían caracterizado, lo demostraban. Ese hacer era un engaño. Un antídoto ante un poder que altera el sueño al que no nació con la condición natural de amo. Con ellos, no resolvía el problema del pan y el palacio. La única solución radicaba en el fuego. Ese fuego que vivía latente en sus pupilas y en su mano.

No obstante, cumpliendo con su papel, controlando su asco, se acercó al catre improvisado donde yacía postrado. La fiebre le consumía. Los temblores le tenían agotado. Su cuerpo era un sarmiento que se secaba con el ardor de un deseo no confesado. Deliraba.
Se agachó, disimulando una vez más su repulsa, tomó su mano. Al notar su contacto, Don Tomás, abrió los ojos. Sus verdades se cruzaron. Haciendo un esfuerzo titánico, alzó la voz. El susurro delirante dejó paso a una palabra clara: "Eres tú, comisario. Entonces he llegado" -y le apretó la mano-

"Mi tiempo se ha acabado, pero antes de morir quiero confesar mi villanía, y en la medida de lo posible, reponer mi daño. No quiero un confesor, no busco la absolución. Lo que quiero es que la ley sepa de mi bajeza. Quiero que dé publicidad a mis tropelías. Quiero que aún muerto, actúe. Quiero que con su acción depure mi tenebroso hacer equivocado."

Tras un breve silencio, prosiguió: "Soy un genocida. Soy un ladrón. También he violado. Mis actos son tan graves como impunes. Soy un Caín reincidente e indultado. He vivido en la abundancia. Sabía que millones de almas morían. Miré para otro lado. Me repetí lo que otros me repetían cada vez que mis ojos se esponjaban: no esta en mi mano. No hice nada. Su desgracia multiplicó mi hacienda. He coleccionado trapos con los que cubrir mis pasos, y joyas, con las que dar brillo a mi sombra. Alimenté mi placer con goces caducos, sabiendo que el hambre era una plaga perenne. Tengo palacios que nadie habita, y vergeles que nadie disfruta. Se que faltan casas. Se que escasea el agua. Quise purgar mi maldad con una caridad por mi mismo reglada. Pero la caridad no es remedio. Es alivio de un instante que se desvanece."

Un nuevo silencio, mas largo que el anterior, se apoderó del tabuco. De no ser por su estado, se diría que era una pausa buscada. Un posado.
Sin esperarlo, la palabra y la mano tomaron una vez mas fuerza: "Eres tú, comisario. Escuchame bien ¿me escuchas? quiero que toda la comarca sepa de mi bajeza. Que escupan sobre mi nombre y mi tumba. Esa será mi pena. También quiero que todos mis bienes se vendan y que su montante se reparta en partes iguales entre hombres iguales. Eso paliará algunos males. Mis hijos ya lo saben. No obstante, traigo conmigo, una declaración completa de cuanto he dicho. Si fuera ..."
Fue lo último que dijo.
Inmediatamente, el comisario le cerró los ojos y le cubrió el rostro.
Hizo salir a sus hombres arguyendo un dolor inmenso y la necesidad de compartir unos instantes con tan apreciable amigo. Les encargó buscar al médico y avisar a la familia.

Cuando se quedó solo, buscó la declaración de la que el moribundo le hablara. Fue fácil encontrarla. La quemó, la quemó con deleite. Ya redactaría él una mas sensata. Era su oportunidad. Los hijos de Don Tomás eran aun jóvenes, necesitaban un hombre, un superhombre que les guiara. Su padre había acudido a él. Todo había sido un delirio. Un delirio que encendería una hoguera y devolvería al mundo su medida: su justa medida.

(Texto inspirado en la novela "Crimen y Castigo" de Fiódor Dostoievski)

Ana Isabel Fariña


Niccoló

No quise regresar a la librería en tranvía. Lo hice corriendo, para ver si de esa manera conseguía dejar atrás mi mal humor. Mi respiración se aceleraba y mi desasosegado aliento se evaporaba formando parte de la niebla escapada de La Barceloneta. Cuando llegue a la puerta me di en las narices con el cartel de “cerrado”. Busque mi llave en el bolso de la trenca, pero fue en vano, la había olvidado. Durante unos minutos me entregue a la frialdad de la noche, quise pensar, pero no podía, quise sacar mis enfados de las entrañas apretando los puños, pero lo que corrieron fueron lagrimas. Me disponía a golpear en la puerta cuando esta se abrió y Fermín Romero de Torres salió a socorrerme.

-¡Señor Daniel! Pero… ¿Qué horas son estas? ¿Cómo viene usted? – pregunto Fermín con escoba en mano

Fermín hacía rato que había cerrado la librería pero todavía tenía puesta la bata azul de trabajar. Me hizo pasar a la trastienda y puso la cafetera al fuego.

-¡Por Dios! Si está usted compungido. ¡Siéntese, siéntese! – ordeno Fermín, arrimándome una silla y continuo hablando. – Le dije que aprovechase la visita al “Cementerio de los Libros Olvidados”, para darle “caña” a la señorita Beatriz Aguilar y culminar su conquista. Pero, yo no le dije que tardase tanto. Menos mal que su padre está de viaje, de lo contrario, por desatender la librería, de una bronca y un castigo no le libra ni Dios. Su padre cogió un tren de cercanías en la estación de Francia y se fue a Badalona a rescatar una colección de libros de Cien Figuras Españolas. Por lo visto, al señor Sempere le llego un soplo de que a un payés se la habían dejado en herencia y este se disponía a “chiscarlos”. Seguro que consigue los libros a buen precio…. ¡Pero, cuente… cuente!

Balbuceando comencé a hablar:

- Seguí sus instrucciones al pie de la letra e invite a Bea a visitar” El Cementerio de los Libros Olvidados” y mostrarla donde está guardada la novela”La Sombra del Viento” de Julián Carax. Nada más de terminar de comer, pase por su casa a recogerla y se me antojó ir andando para aprovechar los débiles rayos de Sol del mediodía. Iba por la rambla más ancho que alto agarrado de la mano de Bea. Sentía que mi corazón se aceleraba cada vez que ella me miraba y me sonreía. Auguraba buena tarde. Entre diálogos recortados y risita, dejamos atrás la Raval y antes de que yo quisiera, llegamos a la calle Arco de Teatro, donde se encontraba incrustado el viejo edificio del “Cementerio de los Libros Olvidados”. Estábamos en el portón de la entrada y me disponía a dar los tres golpecitos de rigor con el picaporte del diablillo, cuando vino de la calle un joven de nuestra edad y sonriendo se metió con nosotros bajo la penumbra del arco.

-¡Beatriz! ¿Eres tú? – pregunto el recién llegado.
- Bea, soltó mi mano, rápida, sin vacilaciones.
-¡Niccoló! – susurro Bea. Y su rostro se quedo como si hubiese visto un fantasma y la hubiese dado un amago de infarto. – Niccoló. -- Temblando y con lagrimas en los ojos, se abrazo a él.
-¿Niccoló? – interrumpió Fermín.
-¡Nicolau en catalán!
-¡Y Nicolás en mi tierra! ¡No te jode!

Mire a Fermín con desdén.

-¡Por favor Fermín! Me deje seguir… En ese momento pensé… ¡Tierra trágame!...Yo…yo…
- Usted estaba más celoso y más dolido que un macho cabrío en plena berrea. Pero, siga…siga, que le vendrá bien desahogarse.
- Niccoló, nos aseguro de que pasaba por aquella calle de casualidad, que le había parecido ver a Bea y se había acercado para cerciorarse. Tras una presentación fría por mi parte, Bea no tuvo otra idea mejor que invitarle a que entrase con nosotros al Cementerio de los Libros Olvidados. Di tres golpecitos con el picaporte de diablillo. Como siempre el cerrojo hizo un ruido ensordecedor. No tardo mucho tiempo en salir a recibirnos Isaac Monfort. Le transmití saludos de su hija Nuria, le presente a mis amigos, nos miro de arriba a bojo e hizo caso omiso.
- Ni es antes del amanecer, ni es después del anochecer. Vienen ustedes a una hora buena y prudente. –dijo Isaac.
- Al momento de entrar, Isaac me dio un candil por si se hacía tarde y la poca luz que entraba de la calle terminase por extinguirse… Estábamos ante el laberinto de estanterías repletas de tomos. Había muy poca gente en busca de libros. Comencé a orientarme por donde me parecía que tenía guardada la novela de Julián Carax “La Sombra del Viento” y sin darme cuenta me separe de mis dos acompañantes. Todavía no había encontrado el libro, gire la cabeza y bajo las sombras que proyectaba las gigantescas estanterías, me pareció ver como Bea y Niccoló hablaban muy pegados, se abrazaban y se fundían en un beso que parecía no tener fin. Me asegure…y ¡sí! Eran ellos. La carcoma de los celos me corroía las entrañas y con los puños cerrados me acerque a ellos.

Fermín vio que estaba muy alterado y salió al quite ofreciéndome una taza de café humeante.

-¡Tómese este café! Que solo el aroma es capaz de levantarle el ánimo a cien muertos en la noche de Todos Los Santos, y… ¿no le pegaría usted?

Apreté la taza entre mis manos frías y aun temblando, conteste a Fermín.

-No hizo falta. En cuanto llegue, Niccoló desapareció por el laberinto de columnas de libros polvorientos.
-¡Claro, claro! Este chico comprendió que dos está bien y que tres es multitud. – aventuro Fermín. - ¿Y Bea?
-Bea era toda ella angustia. Me cogió de las manos y como si quisiera darme una explicación, comenzó a hablarme sin dejar de mirarme los ojos.
- (Fue hace más de dos años. Mi padre tenía que hacer un curso militar en Italia sobre las técnicas y estrategias de las batallas de Napoleón Bonaparte. No me preguntes ¿por qué? En Italia y no en Francia. Le tenía que hacer en un cuartel militar en la región de La Toscana, en concreto en la provincia de Livorno. En un pueblecito pesquero mi padre alquilo una casita, donde la familia Aguilar pasaríamos todo el verano del 50. Mi madre, mi hermano Tomas y yo, pasábamos mucho tiempo en una pequeña cala, tomando el Sol y disfrutando del mar. Tomas conoció a Niccoló en una competición improvisada de natación que hicieron en la cala. Niccoló nadaba como un pez y Tomas se rindió a su habilidad. Al terminar, me lo presento. Me llamo la atención su cabello negro y sus ojos aceitunados. Los dos teníamos 15 años. Niccoló hablaba español con un acento italiano que a mí me resultaba atractivo. Se lo había enseñado su padre que era maestro rural de la zona. Como también le había inculcado la literatura y la escritura. Cuando me quise dar cuenta pasaba más tiempo con Niccoló, que con mi familia. Paseábamos por la playa. Me hablaba de una novela que estaba escribiendo. Se recreaba contándome el planteamiento; del nudo me hablaba poco y el desenlace… no le mencionaba nunca. Escribía poesía inspirado en su Mediterráneo amado. Me enseño a nadar bajo el agua para estudiar los pececitos de colores y después, sacarles el jugo poético. Pronto, comenzó a dedicarme multitud de poemas; comparando mi belleza con el azul del mar y con horizontes en calma. Poco a poco los días iban pasando a golpe de versos que susurraba en mis oídos cuando nuestros primeros besos se bronceaban al unisonó. Cuando nuestros cuerpos semidesnudos temblaba sobre la arena cálida de la playa. El verano llego a su fin y la despedida fue angustiosa. Angustia que delataba que me había enamorado de él hasta lo más profundo de mi corazón y de mi ser. El primer día de estar en Barcelona, ya comencé a echarle en falta. Tomas me daba ánimos, pero de nada serbia, porque hasta el respirar me dolía. Solo sus cartas cargadas de sufrimiento en la distancia, de amor puro y poesía desgarrada, me decía que aquello no había sido un sueño, que era real y levantaban mi ánimo. Pero a partir del verano pasado dejo de escribirme. Creí morirme. Le escribí montañas de cartas pidiéndole explicaciones, pero no contestaba…y ahora… aparece de la nada…)

-¡Pues, si que le ha salido un rival de peso pesado! – refunfuño Fermín. - ¿Y usted que hizo, que dijo?
- Yo no hice ni dije nada. Me quede bloqueado. Yo solo sentía que la estaba perdiendo. Cuando Bea me contaba su historia, habíamos ido caminado por pasillos y plataformas repletas de libros. Fuimos a parar justo en frente de la estantería que estaba guardada la novela de “La Sombra del Viento” y disimulando mi enfado la dije ¡Hay tienes a mi amigo ficticio Julián Carax!
-¿Me le puedo llevar?
-¡No! – dije rotundo. - Tendrás que escoger otro.
-Cuando Bea estaba ojeando “La Sombra del Viento”, apareció Niccoló muy sonriente La rodeo con sus brazos por la cintura .Bea me devolvió el libro y en lo que le guardaba en su sitio…, volvieron a desaparecer. Se estaba haciendo tarde. Las pocas personas que deambulaban por el laberinto comenzaban a marcharse. Encendí el candil y les busque. Después de vagar por pasillo y corredores repletos de tomos, polvo y telarañas, me encontré a Bea. Estaba sola, perdida, desmoronada, a punto de llorar, y con un libro polvoriento pegado al pecho y sin título en la portada.
- Íbamos caminando despacio, hablado… nos paramos porque yo elegí este libro y en lo que me di media vuelta para cogerlo… ¡Niccoló desapareció! – dijo Bea afligida.
- Le buscamos durante mucho tiempo, incluso a voces le llamamos por su nombre, pero Niccoló no aparecía. Ya estábamos solos en “El Cementerio de los Libros Olvidados” Yo ya estaba cansado y enfadado de aquella situación y decidí marcharme. Bea me siguió a regañadientes sin despegar el libro de su pecho. En la puerta preguntamos a Isaac Monfort si había visto salir a nuestro acompáñate, para hacerle recordar le dijimos como era Niccoló y nos aseguro que ni le había visto entrar y menos, salir. Se había hecho de noche. La niebla comenzó a bajar haciendo remolinos ámbar alrededor de las farolas. En mitad de la calle, la discusión fue monumental por todo lo sucedido y me culpaba a mí de perder a Niccoló. Bea no quiso regresar conmigo y cogió un taxi. Yo vine corriendo, esquivando coches y peatones, echando chispas hasta que usted me abrió la puerta…

Fermín estaba boquiabierto; postura que cambiaba a sorbitos de café. Entonces sonó el teléfono. Fermín contesto. Enarco las cejas y sus ojos de aguilucho brillaron.

- La damisela se rinde a sus pies. ¡Es Bea! – dijo Fermín a la par que me extendía el teléfono quedando el cable tenso.

La escuche varios minutos, sin decir nada, con el auricular pegado a la oreja. El cable seguía tenso, más tenso que nunca, como si se fuese a romper y Fermín comenzó a impacientarse.

-¿Me quiere decir lo que pasa? Que se ha quedado usted como las vacas al tren.

Con valor y haciendo fuerza, despegue el teléfono de la cara y se lo entregue a Fermín. De un trago, apure la taza de café y temblando comencé a hablar.

-Bea me ha dicho que al llegar a casa se encontró que había recibido una carta de Italia, con remite del padre de Niccoló, y decía:

Mi querida Beatriz.

Decidí dejar pasar el tiempo antes de darte esta noticia.
El verano pasado Niccoló apareció ahogado en la playa de la cala.

Dejo escrita una nota:

(Quiero abandonarme al horizonte de tus ojos)

Niccoló

Fermín Romero de Torres se quedo como una calcomanía petrificada.

- Y eso no es todo Fermín. También me ha dicho que el libro que había cogido en “El Cementerio de los Libros Olvidados” y que no tenía titulo en la portada, al abrirlo se había encontrado que estaba escrito en la primera página:

"La sombra de la toscana" de Niccoló Ramanetti Costa. Texto inspirado en "La sombra del viento" de Carlos Ruiz Zafón.

Nicolás Hernández


El mundo de los fantasmas

Víctor llevaba una vida de lo más habitual. Hasta que comenzó a ver fantasmas. No de esos traslúcidos y brillantes, fantasmas de verdad. Salió corriendo. Corrió y corrió como si no hubiera mañana. Realmente estaba convencido de que no había mañana. Pero los fantasmas le alcanzaron. Y los fantasmas le querían y le entendían. Ahora Víctor vive en su mundo. Y brilla.

(Textos inspirado en la novela "El bolígrafo de gel verde" de Eloy Moreno)

Miguel Ángel Pérez


Los últimos pensamientos de Úrsula

Años después mientras esperaba que la muerte acudiera a liberarla, las ráfagas de recuerdos de toda su descendencia que acudían a su mente, aún lúcida, eran la mejor dosis de endorfinas que Úrsula podía obtener, ya que otros calmantes no se encontraban disponibles.

Los nacimientos de Arcadio y Aureliano, enteros, sin rizomas ni ningún otro apéndice extraño fueron el preludio de los años en que el pueblo creció y se desarrolló poniendo cada uno de los, al principio, pocos pobladores su simiente y su esfuerzo diario, igual que los Buendía.

En la época de la peste del sueño, su marido, Aurelio y Visitación habían logrado salvarla mediante sesiones continuas de insomnio, turnándose entre sí para no permitirle dar ni una cabezada hasta los diez días y diez noches que, según los apuntes de Melquíades, eran necesarios para erradicar la peste de la tristeza. José Arcadio Buendía dijo que si este método había terminado con una peste podría servir para curar la plaga del sueño también.

A Melquíades lo había traído el río en una barca cargada de gitanos acompañando a una Virgen y ambos, Melquíades y La Virgen quedarían ligados al pueblo para siempre, Melquíades por sus enseñanzas y la Virgen por que nada más llegar a Macondo había comenzado a hacer milagros, con lo cual José Arcadio Buendía opinó que la necesitaban por que era un pueblo que había nacido al acecho de las desgracias.

El día en que llegaron los gitanos se estaba colocando en Macondo la campana de la torre y quisieron que fuera alguien del circo el que se encaramara y ejecutara el primer toque de campana, con tan mala suerte que al trapecista le quedó un pie enganchado a la cuerda y quedó colgado boca abajo como un pelele mientras la campana sonaba con estruendo y la barca de la Virgen de los Gitanos, atraída por el repicar, encallaba en la orilla. Todo el pueblo se precipitó hacia la iglesia, que a su vez daba al río, tras el sonar de las campanas y todo Macondo vio como la cuerda se iba estirando y hacía descender el cuerpo con suavidad hasta que el Trapecista tocó el empedrado con sus manos. Mientras los gitanos tiraban de la misma cuerda para arrastrar a la Virgen hacia el colgado.

Úrsula escuchó, como en su ensoñación, la pequeña campanita de la puerta y reconoció al trasluz la corpulencia de Arcadio José quien después de juntar y besar las manos de su bisabuela le cerró también los ojos y permitió que descansara en paz, al marcharse con la certeza de que su hijo más fiel estaba vivo.

(Texto inspirado en la novel "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez)

Antonia Oliva


Fragmento de No mires debajo de la cama

A las once llegó el pie fantasma, colgando de una pierna que, desde la rodilla, era espectral también. La manga del pantalón flotaba en torno a ella y aunque no respetaba su contorno, a veces parecía dibujarlo fugazmente.
-Me ha venido Dios a ver con esta amputación -dijo su dueño abandonando las muletas de al lado-. He conseguido la inutilidad total y una indemnización por tratarse de un accidente de trabajo. Podré dedicarme a lo que me gusta.
-¿Y qué es lo que le gusta? -preguntó Vicente comprobando la temperatura de la solución?
-Los gasterópodos -afirmó su vecino sin apartar los ojos de la vitrina donde estaban expuestos los pies-. Si un día llego a tener una colección de caracoles comparable a la suya de pies, me sentiré feliz.
El callista colocó la palangana con la solución en el suelo y su vecino se remangó la pernera del pantalón antes de meter en ella el pie fantasma.
-¡Qué alivio!- dijo.
-Es que he introducido cinc en la solución -informó Vicente-, tiene un efecto anestésico que permanece después del baño.

Juan José Millás

Continuación...

Sin embargo, el zapato del pie del hombre con la pierna amputada pensó que a él le gustaría tener una colección de cordones.
Cordones de diferentes tamaños para poder hacerse grandes lazadas y crear lazos con otros zapatos. O dos nudos si son cortos, para los días d mucha prisa.
Cordones de muchos colores y ponerse cada dia unos y jugar a encontrar otros zapatos que los llevara del mismo color y poder entablar relaciones de trios ya que me había quedado viudo en el accidente.
Cordones redondos, para deslizarse suavemente por los agujeros de su zapato.
Cordones planos, para hacer cosquillas en el empeine.
Cordones de distintos tejidos. De seda, para grandes fiestas. Aquel día en la fiesta de Mari Pili, habiamos bebido cava y bailabamos con unos zapatos rojos de tacón finísimo. Entablamos una conversación muy amena y a partir de esa fiesta seguimos viendonos durante varios años, hasta que la dueña se mudó a otra ciudad.
De esparto, para las caminatas por el campo. Aquellos viejos cordones que quedaron enredados en los juncos mientras contemplabamos a lo lejos las sandalias de goma que llevaba aquella chica con la que él se encontraba a escondidas y se bañaban en esa charca de agua transparente.
De nylón, para caminar por la ciudad, son los mas seguros. Se les da doble lazada para que no se deshagan y no tengas que parar en mitad de la calle, con lo que siempre es un peligro de que alguien tropiece con uno.

Carmen Alonso


De cómo me encontré a Oliver Twist y cómo hablamos de nuestras reflexiones. 

- Acércate- al fondo de la calle oscura y triste se dibujaba una figura.
La voz me parecía de un niño poco mayor que mi hermano.
Iba vestido con ropas viejas y una boina.
- No tengas miedo- me dijo- no hago daño. Me llamo Oliver Twist, eres...
- ¡¡¡No puedes ser Oliver Twist!!!- dije- debo estar soñando.
- No es un sueño- dijo él- me habían dicho que una chica me estaba buscando, pero no me sé tu nombre...
Empezó a llover, en un día triste y gris de Londres.
- Me llamo Iria- le dije- querido Oliver.
- Un nombre precioso, sin duda- dijo Oliver- y por estas tierras poco común. ¿Te apetece tomar un té?
Se acercó a mí y me miró.
- Cae la noche- me dijo Oliver- y las calles no son seguras y menos para una chica tan guapa como tú.
- Gracias Oliver- dije- y encantada de cruzarme contigo.
Así fue tomamos el té, hablamos durante largo rato y ya se nos hizo tarde.
Alquilé una habitación en un hotel para los dos y cenamos allí y todo.
Desperté y no podía creerme estar con Oliver Twist.

Iria Costa


Las magnolias significan perseverancia, en el lenguaje de las flores

Nada más llegar a Wandernburgo en aquel viejo tílburi, supe que aquel podía ser el final de mi viaje. Un largo viaje que emprendí mucho tiempo atrás, siempre con la seguridad de querer continuar mi camino en el momento en que notara el impulso de irme. Nada, anteriormente, me retuvo allí adonde fui.

Apenas una pequeña maleta comprendía el equipaje que completaba toda mi vida. Unos cuántos libros, algo de ropa y mi juego de plumas con las que me ganaba la vida como traductor. Todo eso era el patrimonio de mi estancia en la vida. Para mí, la esencia de la vida siempre estuvo compuesta por descubrir lugares desconocidos y ver cómo eran, pero Wandernburgo me ofreció algo más.

Los primeros días consistieron en recorrer sus calles y plazas. Así fue como conocí al organillero que tocaba en la plaza de San Nicolás. Largos ratos pasé frente a él escuchando las melodías que brotaban de su viejo organillo, mientras su viejo perro dormitaba a sus pies. Conocí sus pequeñas inquietudes, que no eran muchas más que las mías, algo así como contemplar la vida desde el punto de vista de la armonía que puede ofrecer el día que nace, con las interrupciones necesarias como comer y encontrar un buen amigo con el que conversar sobre todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Fue de su sencillez de la que aprendí ciertas cosas que visten de belleza la vida. Aún parece que escucho su música cuando atravieso la calle Ojival al encuentro con el viento que se arremolina a mis pies, produciéndome ciertos escalofríos. Así fue como comprendí que la mejor manera de devolver al aire todo lo que nos da es, sin duda, a través de la música.

De pronto, en mis largas tardes de paseos por la ciudad, frente a ésta, me encuentro con mi reflejo en el río. El Nulte, lugar que frecuento durante aquellas largas tardes de la primavera que tanto tardó en llegar. El color de los árboles que crecen a lo largo de sus orillas, el sonido del agua en su recorrido mientras salta por las piedras que aparecen desafiantes frente a él.

La soledad fue, sin duda, una gran aliada durante gran parte de mi vida, y nunca dudé que a través de ella fue como me conocí a mí mismo, hasta que conocí a Sophie. Todo cambió en mí aquella tarde en que mis manos sujetaron las alas de la golondrina que daban forma al aldabón con el que llamé a su puerta. Largas tardes de tertulias junto a ella, su padre y sus amigos, debatiendo sobre filosofía, actualidad, política. Pero ya los temas a debatir se convertían en segundos planos. Era Sophie quien con la frescura que baña a la mañana, dibujaba en mí una sensación de no querer separarme jamás de aquel lugar, de Wandernburgo. Así fue como comprendí que la belleza de un lugar la hace las personas que allí están. Lo supe en el momento en que me preguntó de dónde sale la belleza, Hans. ”Querida Sophie, la belleza sale de la fugacidad y la alegría. La belleza sale del temblor del puente que comunica las cosquillas con la verdad. Cuando tiembla ese puente, es señal de que algo importante está cruzándolo. Te oigo los pasos. Tiembla el puente.”

Tal vez, aquellos días de mi vida fueron los más felices.

Quién sabe si continuaré en Wandernburgo o, al igual que en otras ocasiones, continúe mi camino queriendo encontrar nuevas experiencias. Siempre haré caso al viento. “El viento sabe, alisa el mapa, corre por todas partes y siempre es forastero, se acerca, toma forma, dibuja un cinturón en torno a Wandernburgo, se deja caer, planea sobre los tejados, desnuda chimeneas, despierta farolas, araña muros, se desliza silbando, revuelve la nieve, se posa en los umbrales, llama a las puertas…”

El viento llamó a mi puerta una mañana, …


(Texto inspirado en la novela "El viajero del siglo", de Andrés Neuman)

Tina Martín Mora

In vino veritas

Las sesión del taller de escritura creativa del 18 de enero la dedicamos al vino y su relación con la literatura.
Recomendamos para profundizar sobre este tema el trabajo de Isidoro Villalobos titulado "El vino en las letras españolas", publicado en los Cuadernos de Estudios Manchegos. En él encontraréis muchas referencias y buen repertorio de textos sobre el vino.
Carles Cano, escritor, narrador y poeta visual, hizo su particular homenaje al vino con este seis de copas:


De entre los textos recogidos en la ficha de trabajo destacamos varios. El poema "Vino de crianza", de José Hierro, publicado en una etiqueta de un vino de Valdepeñas:

Dejadme que repose aquí, en mi cuna
de roble o de cristal, estoy cansado.
Para llegar hasta donde he llegado
sudé de sol a sol, de luna a luna.
Robé la claridad sumido en una
raíz de sombra. ‘El robo que he robado’
lo hice oro y rubí, transfigurado
por la sabiduría y la Fortuna.
Terminé mi tarea. Ahora descansa
en la sombra mi cuerpo, en ella amansa
el hervor jovencísimo de antaño.
Pero los dioses nunca mueren, juro
que respiro. Y espero: estoy seguro
de mi resurrección al tercer año.

Y destacamos también el poema de Rafael Morales, un poeta muy apegado al vino y al soneto, El título no podía ser otro "El vino":

El vino rojo encierra una gran rosa,
un demente clavel enardecido,
un palpitar de ensueños y de olvido
en la purpúrea entraña silenciosa.
Su roja soledad, su perezosa
materia sin contorno y sin sentido
es pulpa de esperanza y de gemido,
fruto caliente de locura hermosa.
La copa es una herida donde alienta
la sangre del olvido y la alegría
en una llama cálida y violenta.
Dame tus alas rojas, copa mía,
puebla mi corazón que se alimenta
de dolor de la vida cada día.

El Nuevo Mester de Juglaría, grupo de folk de Segovia, grabó un disco dedicado al vino, trabajo que titularon "La voz del vino". También el cantautor Alberto Córtez escribió y puso música al vino:



Pero también hablamos de las notas de cata, de las etiquetas de algunos vinos y de muchos mensajes curiosos que aparecen en alguna botellas.

En la sesión no faltó el vino, una botella de tinto con la etiqueta oculta y una botella de blanco, de cosecha casera, que nos regaló Tina Martín Mora. Acompañamos ambos vinos con unos frutos secos.
La propuesta de escritura consistió en probar los vinos y escribir una nota de cata para cada uno de ellos. Pero además había que pensar un nombre para darle identidad y aliarse con un buen repertorio de metáforas para describir el olor, la textura, el color y el sabor.
Nuestros escritores, convertidos en sumilleres, afinaron su nariz y afilaron el lápiz para escribir textos como los que siguen:


Bailón

Vino deslenguado
viste su color
en un cálido envase,
juega en la boca
despertando sensaciones.
Sabor a fuego,
manchado de rojo atardecido,
vibra en la piel
que besa los recuerdos
cuando el silencio habla,
despierta lucidez
con un grito de alegría
para mostrar colores a la vida.

Sofía Montero


Rubaiyat

Poesía en la boca, con este vino que usted tiene en sus manos, experimentará nuevas sensaciones, será un deleite sensorial. Aspecto visual rojo con tonalidades rubí. Aroma balsámicos y vainilla. Sabor tánico, cálido y persistente. Estas notables propiedades le harán disfrutar de una experiencia única, que evocará la grandeza el exotismo y la riqueza de Oriente.

Alfredo Domínguez


Botella vacía

Bebo para olvidar las penas del amor.
Compañero fiel,me alegras el alma.
Me sorprende el amanecer con la botella vacía
y entonces con el corazón encogido,
me vienen lagrimas a los ojos,
porque he olvidado por qué bebo
y la tristeza no se me ha ido.

* * *

Que incongruente es el ser humano,
porque busca el olvido,
y ahora que ha olvidado
quiere recordar porque ha bebido.

Carmen Alonso


Dolescencia 
(Bodegas Lolita)

Vino joven elaborado a partir de uva de las variedades Tempranillo y Chevignon. Color rojo suave con ligeros brillos rosáceos. En nariz aromas pretenciosos con fondo fresco de escaso recorrido. En boca sabor intenso con cuerpo tierno que va diluyéndose dejando una suave caricia de fondo. Leve punto de acidez debido a su escaso punto de maduración. Maridaje perfecto con pichón al horno poco hecho.

* * *

Pisar de uvas
al sol del atardecer
Se acerca el vino.

* * *

Moraleja del Vino

Se hunden bodegas
por poner más acento
en hacer bajar botellas
que en cómo hacerlo.
Llegar no llega
pues a buen vino
mas da buena cena
con los amigos.
Luego no venga
el crítico a hablar,
mejor que a quien quiera
traiga a cenar.

Miguel Ángel Pérez


Blanco Tino

La copa vibra, la sujeta con veneración, los dedos temblorosos. La inclina con delicadeza, 45 grados. Un color amarillo verdoso se muestra, se recuesta, reposa. El ojo anota, en el pliegue de la frente, ese color que brilla cada vez más con cada vistazo. Unas lágrimas puras, vivas se deslizan, patinan alegres por el frágil cristal… Blanco Tino. Inconfundible.
La copa espera… una nariz limpia, exquisita, cuidada, educada en los frondosos jardines de las mil y una noches, allí donde las flores despliegan su perfume hasta en los muros de granito, se acerca. Un aroma primario inicia su viaje, conoce su fin, su destino: entregar su calidez al lado izquierdo del tabique nasal: uva verdejo de una parra que anduvo a gatas por la sierra extremeña donde se regala el mestranzo… Un poco de oxígeno y el néctar ambarino se mueve elegante por la copa. Baila cual danzarina de salsa que libera sus caderas de fuego y tierra al ritmo de la música. Un aroma secundario brota. Una fermentación cuidada, a la temperatura adecuada, consigue que el alcohol florezca. La crianza en barrica aromatizada por un roble de los escarpes de la Boya Grande prorroga una bocanada para dejar sin aliento. El bouquet es irrepetible. Blanco Tino, inimitable.
Los labios se disponen, se humedecen. Una lengua repleta de besos enamorados deambula por ella. Un líquido amarillo verdoso derrama su redondo sabor en una rueda dulce-salado-ácido-amargo. Una corona, una noria oxidada les encadena. Su textura es de seda oriental, su tacto evoca los palacios bizantinos de los canales de Venecia. Suave, untuoso como pecho virginal que se esfuma entre las manos. La larga retronasal que presenta, reconoce todas las sensaciones, definidas e indefinidas. Su solidez es inconfundible. Marca que se marca. Blanco Tino con sabor a mestranzo. Malvasía que acerca el Cielo al paladar.

Vicente Martín


Haiku

Bebo el vino
Lágrima en la copa
Sol en el alma

* * *

Se nos llenó la tarde de palabras,
palabras caprichosas que jugaban
jugaban y querían ser verso
y fue el verso:
redondo, fresco y goloso
fruta roja, vainilla, balsámico y anís
expresivo, complejo, mineral y terroso
madre tierra, sol, lluvia y luna
y a la postre sarmiento y uva
y fue el vino
se nos llenó la tarde ...
hace frío y tal vez llueva
que bueno es este vino y esta gente.

Fernando de Castro


Rizo dorado

Color. Puesta de sol, con matices de luna y notas finales violáceas.
Nariz. Melocotón, lima y un suave toque de chocolate.
En boca. Refrescante, ligero, con un sabor que se mantiene.
Se recomienda beber al fuego, en las noches de invierno en buena compañía.

Teresa Sánz


Sinestesia

Vino tinto de tacto sedoso y color rojo, como mancha de mora de moral.
A la nariz, quien tenga la suerte- buena o mala- de tener sinestesia, recuerda a notas bajas de violín aderezadas con un piano.
En boca, a los mismos que sufren de esta unión sensorial, inunda la vista de colores marrones rojizos con destellos dorados de fondo.
A los que no tienen esta curiosa forma de entenderse con el mundo, ha de saberles y olerles a vino, con su toque de alcohol, madera y uva. Quizás los de sentidos más afinados logren encontrar un matiz floral y terroso.
Marinar con una buena noche junto al fuego, a ser posible en buena compañía. Con un Gabriel García Márquez combina a la perfección

Leticia Vicente


Una cata sui generis

Por casualidad me apunté un día a una cata. Tomabamos café en la hacienda Zorita con unos amigos y comentamos con el camarero, si allí se realizaban catas; nos dijo que a las seis de la tarde había un grupo y que podíamos apuntarnos. Total eramos 10 personas, las que bajamos a la bodega por una escalera con 10 peldaños, y alrededor de una mesa rectangular nos dieron a probar 10 vinos distintos y 10 quesos diferentes.
Empezamos poniendo mucho interés en los primeros vinos, incluso había un portugués que tomaba nota, de la marca, año, buqué, diferencias a la vista, a la nariz, etc.
Lo único que recuerdo de aquella cata, era que en la subida de la bodega al exterior, conté 20 escalones y 20 personas, a las cuales nos querían cobrar 20 euros a cada uno. El portugués que era un cachondo, dijo que el solo tenía 10 euros y que el vino del marqués de gruñón no le había gustado nada, nada , nada.

Luis Iglesias


Vino: Dos rombos

Fino, largo y persistente con recorrido marcado de fruta jugosa y de abundante lágrima.
Entrada en boca suave y elegante, delicado pero intenso y arrogante.
A la vista limpio brillo de rubí, soez pero carnal, humano y afrutado, … delicioso.
En nariz es sorprendente y refinado, con aromas a deseo tibio y anhelo, dulces y picantes a la vez, extraño y conocido caramelo.

Maridaje: labios rojo cereza y esta fotografía:



Paz Mateos


Nota de cata

En vista, color de picota.
Fresco a la nariz, de ésos en que la botella se acaba en un desliz.
La lágrima alcohólica invita a una noche de verano lluviosa.
Se recomienda maridar con soledad, bombones, una mesa de madera, kikos, libros, luz tenue, risas, lana, tinta, y cualquier cosa que lleve a la felicidad…

Sara Villa


Gran Reserva

Fase visual: se aprecian los tonos clásicos de un reserva, aunque con matices de un crianza. Los tonos dorados finales prometen un más que notable gran reserva.
Fase olfativa: las notas primeras son de pedantería rebajadas por un divorcio, dos hijos y veinte años de peleas internas en su departamento. En las segundas, sobresalen una educación en colegio de curas y demasiado estudio. Tiene un bouquet incipiente con ciertas notas de ingenuidad, lo que le confiere un carácter distinto a los del resto de su añada.
Fase gustativa: Como todo reserva, sabor agridulce con toques picantes matizados por la edad. Se aprecia el gusto a los clásicos, sobre todo a Shakespeare y la literatura erótica francesa del siglo XVIII, lo que le haría demasiado pesado si no fuera por el interés en editoriales incipientes.
Su maridaje clásico es con mujeres rubias, cultas y sumisas, pero puede resultar interesante para mujeres morenas de pelo corto y lengua larga.

Elena Vicente


In vino veritas

Aroma robusto
teja con rubí
te probé y se
apagó la luz.

Pasión
en una lágrima,
riachuelo de lluvia
con septiembre.

Meses de ritual
atrapando
nuestros pies
vereda de uvas, hatillo
de caricias torrefactas
entre desnudos taninos.

Ciego por el sabor
resplandeció
una verdad retronasal.

Yo prefiero
tu luz líquida
sobre mi piel,
bandada de pájaros
que atraviesa mi boca;
sana fiesta de los pueblos,
escasa gota, en los caminos
de Cuba a Afganistán.

Copas de Syrah,
Paladar de Merlot,
sarmientos de
Toro o Mazuela…
no ahorres en prendas,
loco es el amor
y amante es quien te beba.

Chema García


Arrebato

Tinte medicinal, culmen del quehacer de pies ancestrales
Extracto depurado de sol, uva, tierra y agua enriquecido por dedos microscópicos
Concentrado de emociones.
Arrebato ofrece, “un sabor a madera seca de impregnación larga, aroma áspero que se saborea desde el color joven uniforme de su copa con una nota de fuerza azabache que en el retrogusto es rosa”.
Definirlo como un vino seco y delicado aunque con cuerpo, apto para los paladares más sensibles a los que agraden los contrastes de sensaciones.

Antonia Oliva


Etiquetar

Nueve, diez, once… ¿Qué edad tenia? No lo recuerdo. Pero si recuerdo con que sutileza deslizaba una botella entre mis manos, por miedo a que se pudiese romper. Era una botella de anís “La Castellana”. No tenia etiqueta, pero sabía que era “La Castellana” por los rombitos en relieve del exterior del vidrio. No contenía anís…, tenía vino. Un vino que en varias ocasiones intente etiquetar, pero no supe hacerlo. Invoco a los Dioses de los recuerdos, y es ahora, después de más de cuarenta años, cuando quiero hacer de sumiller improvisado de ese vino y confió en mi propio criterio para que la cata sea la más adecuada y adjudicarle un etiquetado apropiado. Dicha botella se guardaba en la sacristía; dentro de un armario centenario, sobre una estantería que había por cima de las perchas con las vestimentas del cura:

Fase Visual:
Para cogerla me tenía que poner de puntillas. El vino se removía y era la única vez que el corcho se humedecía, ya que la botella siempre estaba boca arriba. La superficie del vino no era ni brillante… ni mate. Tenía poca transparencia pero si afinaba la vista, me parecía ver posos en forma de alas de abeja. El color era de uva pasa. Un color que se fulminaba ante los colores vivos del verde, morado y rojo de las casullas.

Fase Olfativa:
De forma casual, arrimaba la nariz a la boca de la botella. Y los aromas de la uva, los de la fermentación y el bouquet…, yo no sabía ni que existían. A mí me olía a humedad a cera fundida a mecha “chamusca” de vela y a sotana rancia.

Fase Gustativa:
Debería haber dejado pasar el vino lentamente por lo largo y ancho de la lengua y así despertar mis papilas, pero eso de los pequeños sorbos no iba conmigo. Lo de escarcear y oxigenar, tampoco… Yo bebía a morro de la botella y cuando el vino se deslizaba gaznate abajo, me sabía a gloria vendita. Era un sabor muy dulce y cuando me relamía hasta casi llegar a la nariz, me sabía a miel virgen de los panales recién centrifugados en pleno campo. También me parecía que este vino era blando en boca, sobre todo después de comerme un polvorón.

Fase del Volumen:
Esta fase no es muy común, pero a mí, en su momento me pareció oportuno tenerla en cuenta.

Una tarde de invierno, cuando el día languidecía a pasos agigantados, una luz tenue entraba por una de las vidrieras de colores de la iglesia. En ese momento “empine” la botella para beber y al tras luz pude ver una muesca… ¡Siiii! Era una marca de carmín hecha en uno de los rombitos. Comprendí que la sacristana del cura estaba haciendo la cata de la cantidad del vino que había en el interior de la botella. ¡Gracias a Dios! Nunca me pillaron.

Tiempo de Reposo:
Hablando de reposar, puedo asegurar que yo reposaba más que el vino. Reposaba entre padres nuestros, credos y homilías somnolientas. Me quedaba dormido despierto, y así tuve mis primeros sueños eróticos. Eran sueños raros, desordenados, sin pies ni cabeza por haber tenido una educación sexual precaria…o ninguna. El leve escarceo de vino que hacia el cura con la pequeña jarra de cristal sobre el cáliz, me hacia volver a la realidad. Con un asentimiento, me indicaba que ya podía retirar las vinajeras. Cuando lo hacía, las miraba con el rabillo del ojo, por si hubiese algo que escurrir.

Cuando tenía la botella de anís “La Castellana” entre mis manos, la miraba y la trataba con sutileza; llegue a pensar que este vino dulce no necesitaba estar en barricas ni en bodega alguna, que simplemente con estar bajo un artesonado de madera de más de doscientos años y con la temperatura fría de la iglesia…, le bastaría para coger solera y ser un gran reserva… ¡Cosa de niños!

Hoy día, sin mas preámbulos en la etiqueta pondría:

VINO DULCE GRAN RESERVA 1972
“EL MONAGUILLO”
APROPIADO PARA ACOMPAÑAR
TOCINILLOS DEL CIELO
Y RECORTES DE HOSTIAS

Nicolás Hernández López


La vie en rose
(Bodegas Piaff)

En la cuna de un tulipán, dibujado sobre un lienzo, descansa un enigma, un misterio: es el brillo de un sonajero. Melodía de cascabeles que germinó bajo el sol arrullada por el viento. Brisa que la tierra parió. Susurro de parra y cielo. Aire de pies y uva. Loa de sudor y esfuerzo. Sonata limpia que fermentó con tiempo. Pasión pura sin hollejos.
Tiene el color del sueño, del reposo sonrosado que mece a un niño pequeño. Es fresa. Es frambuesa. Es pomelo. Es cielo que en un bostezo, evapora sin esfuerzo, los telares más opacos y los papiros más negros. Es coral que dejó el mar porque quiso ser viñedo.
Tiene un aroma franco, sin el dejo avinagrado que deposita el engaño. No tiene acordes quebrados. Sus matices no son rancios. No es un arpegio zafio. Posee un olor arpado, un perfume floral y afrutado. Intenso como el placer de encontrar lo que siempre se ha buscado. Más su fragancia es ligera como cometa que vuela, como la lluvia queda de una dulce primavera, como el paseo en velero cuando la mar fue tormenta y en un nada, se serena. Huele a juglar y princesa, a monarca y mesonera. Huele a Provenza. Sin dudar, huele a leyenda.
Entregarse a su sabor es un goce delicado. Sorbo a sorbo, paso a paso, te devuelve el caminar que tropezó en un mal trago. Tiene batuta de raza. Un palillo asilvestrado, elegante y refinado. Una varilla melosa, que con viveza solfea, los tonos de un pentagrama que se creó sin tacha. Sin humos, sin goma quemada. Su firmeza orquesta un coro, un orfeón. Una coral equilibrada donde el arándano tararea su melodía estival. Tonada que brota entre las coplas plenas de las moras, las ciruelas y las grosellas.
Es su partitura briosa. Tiene savia. Es poderosa. Es libreto abocado que destiló su nobleza, sin saber de su proeza. Su paladeo, un vibrato aterciopelado. Un pizzicato amistoso, un puntilleo sedoso, un trémolo redondo que desata un fugaz cosquilleo. Un efímero y cálido hormigueo que devuelve al que lo ingiere al juego sano de la vida donde sin más se confía. Alameda que las Moiras incendiaron con turbios chatos inesperados, y cuartillos severos, en extremo oxidados, muy desequilibrados.
En la cuna de un tulipán dibujado sobre un lienzo, descansaba un enigma, un misterio: Era la flauta de Hamelin barriendo todos los miedos
Era el corazón del beso que derrotó al hechicero.

Ana Isabel Fariña


Vokial

Denominación del vino: Vokial (en memoria de mi héroe favorito del Heroes III)
Origen: de Toro (Zamora)
Color: negro-rosáceo
Olor: ligero aroma a uva roja (como la del mosto) y una mezcla de alcohol que se difumina perfectamente.
Sabor: se aprecia el alcohol pero tiene un ligero sabor a frambuesa.
Muy fuerte al principio, y suave a medida que lo vas degustando. Me recuerda al Rivera. Al tomarlo con frutos secos me ha venido una textura y sabor imprescindible.
Presentación: botella bordada y plateada, me recuerda a la de la sidra El Gaitero.
Apuntes: el color puede variar en función del sabor, la hora del día, el momento.

Iria Costa


Nombre del vino: Roja pasión

Este caldo ha sido producido para uso y disfrute de dos selectos comensales. Compartir en agradable compañía. Tomar en lugar cálido y sereno al calor del fuego y la tenue luz de las velas.
Producción limitada a un encuentro, extensible y repetible siempre que se considere oportuno.

Bodega: Cagigas Martín.
DOC: Ribera del Tormes.
Variedad de uva: erótica 20%, placentera 20%, apasionada 20%, romántica 15%, otras variedades 5%.
Elaboración y crianza: Fermentación y maceración en lecho de roble francés de 2x2 a una temperatura de 38 grados durante tiempo ilimitado. 7 años de unión pecaminosa y algunos meses de misterioso cortejo antes de salir al mercado.
Graduación: 14%.
Añada: Gran Reserva 2015, intensa y fragante.
Presentación: Botella de 75 cl.
Maridaje: Acompañar con otros productos afrodisíacos.
Precio medio: Estar a tu lado no tiene precio.

Nota de cata

Vista: Intenso color rojo pasión y ribete granate oscuro con ligeros reflejos de color carmesí y notas picantes. Limpio y brillante.
Nariz: Aroma intenso, sudoroso y duradero combinado con suaves toques afrutados que le dan cierta complejidad y sutileza. La fruta madura le aporta cierta sabiduría con recuerdos de juventud.
Boca: Entrada en boca es suave y prolongada con ciertos tonos picantes que rascan los sentidos al tomar contacto en el paladar. Se muestra voluptuoso y corpulento, pero sabroso, sedoso y agradable con un regusto final dulce y cremoso que le aporta elegancia y lo convierte en un delicioso acompañamiento para un momento especial e inolvidable. Muy amable.

Servir a temperatura ambiente para caldear el paladar y los sentidos.

Toñi Martín del Rey

De todos los deseos, uno

Comienza un nuevo año y muchos hacemos todo tipo de listas con buenos propósitos o deseos. Algunos de ellos se hacen realidad porque ponemos todo nuestro empeño pero otros suelen caer en saco roto.
En la primera sesión del año hablamos de propósitos y deseos. ¡Qué difícil resulta elegir un deseo entre muchos! Eso mismo es lo que le pasa al protagonista de esta historia de Quim Monzó titulada "La Micología":

Al rayar el alba, el setero sale de su casa con un bastón y una cesta. Toma la carretera y, un rato más tarde, un camino, hasta que llega a un pinar. De tanto en tanto se para. Aparta con el bastón la capa de pinocha seca y descubre níscalos. Se agacha, los recoge y los mete en la cesta. Sigue andando y, más allá, encuentra rebozuelos, oronjas y agáricos.
Con la cesta llena, empieza a desandar el camino. De golpe ve el sombrero redondeado, escarlata y jaspeado blanco, de la amanita muscaria. Para que nadie la coja le da un puntapié. En medio de la nube de polvo que la seta forma en el aire al desintegrarse, plop, aparece un gnomo con gorro verde, barba blanca y botas puntiagudas con cascabeles, flotando a medio metro del suelo.
Buenos días, buen hombre. Buenos días, buen hombre. Soy el gnomo de la suerte que nace en algunas amanitas cuando se desintegran. Eres un hombre afortunado. Sólo en una de cada cien mil amanitas hay un gnomo de la suerte. Formula un deseo y te lo concederé.
El setero lo mira despavorido.
Eso sólo pasa en los cuentos.
No -responde el gnomo-. También pasa en la realidad. Anda, formula un deseo y te lo concederé.
No me lo puedo creer.
Te lo creerás. Formula un deseo y verás como pidas lo que pidas, aunque parezca inmenso o inalcanzable, te lo concederé.
¿Cómo puedo pedirte algo si no consigo creer que haya gnomos que puedan concederme cualquier cosa que les pida?
Tienes ante ti un hombrecito de barba blanca, con gorro verde y botas con cascabeles en las puntas, flotando a medio metro del suelo, ¿y no te lo crees? Venga, formula un deseo.
Nunca se habría imaginado en una situación así. ¿Qué pedir? ¿Riquezas? ¿Mujeres? ¿Salud? ¿Felicidad? El gnomo le lee el pensamiento.
Pide cosas tangibles. Nada de abstracciones. Si quieres riquezas, pide tal cantidad de oro, o un palacio, o una empresa de tales y cuales características. Si quieres mujeres, di cuáles en concreto. Si luego lo que pides te hace o no realmente feliz, es cosa tuya.
El setero duda. ¿Cosas tangibles? ¿Un Range Rover? ¿Una mansión? ¿Un yate? ¿Una compañía aérea? ¿Elisabeth McGovern? ¿Kelly McGillis? ¿Debora Caprioglio? ¿El trono de un país de los Balcanes? El gnomo pone cara de impaciencia.
No puedo esperar eternamente. Antes no te lo he dicho porque pensaba que no tardarías tanto, pero tenías cinco minutos para decidirte. Ya han pasado tres.
Así pues, sólo le quedan dos. El setero empieza a inquietarse. Debe decidir qué quiere y debe decidirlo en seguida.
Quiero...
Ha dicho “quiero” sin saber todavía qué va a pedir, sólo para que el gnomo no se exaspere.
¿Qué quieres? Di.
Es que elegir así, a toda prisa, es una barbaridad. En una ocasión como ésta, tal vez única en la vida, hace falta tiempo para decidirse. No se puede pedir lo primero que a uno le pase por la cabeza.
Te queda un minuto y medio.
Quizás más que cosas, lo mejor sería pedir dinero: una cifra concreta. Mil billones de pesetas, por ejemplo. Con mil billones de pesetas podría tenerlo todo. ¿Y por qué no diez mil, o cien mil billones? O un trillón. No se decide por ninguna cifra porque, en realidad, en una situación como ésta, tan cargada de magia, pedir dinero le parece vulgar, poco sutil, nada ingenioso.
Un minuto.
La rapidez con que pasa el tiempo le impide razonar fríamente. Es injusto. ¿Y si pidiera poder?
Treinta segundos.
Cuanto más lo apremia el tiempo más le cuesta decidirse.
Quince segundos.
¿El trillón, entonces? ¿O un millón de trillones? ¿Y un trillón de trillones?
Cuatro segundos.
Renuncia definitivamente al dinero. Un deseo tan excepcional como éste debe ser más sofisticado, más inteligente.
Dos segundos. Di.
Quiero otro gnomo como tú.
Se acaba el tiempo. El gnomo se esfuma en el aire y de inmediato, plop, en el lugar exacto que ocupaba aparece otro gnomo, igualito que el anterior. Por un momento el buscador de setas duda de si es o no el mismo gnomo de antes, pero no debe de serlo porque repite la misma cantinela que el otro y si fuese el mismo, piensa, se la ahorraría:
Buenos días, buen hombre. Soy el gnomo de la suerte que nace de algunas amanitas cuando se desintegran. Eres un hombre afortunado. Sólo en una de cada cien mil amanitas hay un gnomo de la suerte. Formula un deseo y te lo concederé.
Han empezado a pasar los cinco nuevos minutos para decidir qué quiere. Sabe que si no le alcanzan le queda la posibilidad de pedir un nuevo gnomo igual a éste, pero eso no lo libra de la angustia. 

En Villar del Río, pueblo donde transcurre la película Bienvenido, Míster Marshall, de Luis García Berlanga, todos piden un deseo a los americanos. Transcribimos aquí el fragmento y reproducimos la lista de las cosas que pidieron algunos de los habitantes.

Todos tienen derecho a pedir una sola cosa. Y esto es tan difícil. Ustedes se imaginan. De todos los deseos, uno; de todas las cosas que se quieren o se necesitan, una. Sí, es muy difícil. ¿Cómo se puede saber lo que uno desea? De pronto uno descubre que necesita otra cosa, de que en vez del arado o el cabezal lo que le hace falta de verdad es un traje para bailar los domingos. Está uno trabajando la tierra durante veinte años y resulta que en el fondo lo que se quiere son unos prismáticos. Este es el momento de meditar sobre las peticiones. Ahora hay que soñar en tantas cosas que resulta difícil dormirse. Ahora ya están todos dormidos. Ahora es el momento para que todo lo que se ha sentido o deseado secretamente alguna vez salga de pronto.

Una pareja de mulas
Veinte sacos de abono para las patatas
Un reloj de pájaro
Un carro para enganchar la mula
Un clarinete
Una bicicleta de carreras (con timbre)
Un par de vacas lecheras
Una  mula
Un espejo grande
Una colcha bordada
Una máquina de coser
Chocolate
Un traje para bailar los domingos
Unos prismáticos
Unas pesas para hacer gimnasia
Un buen paraguas
Una nueva campana
Una trilladora
Unos mapas pedagógicos
Una motocicleta



Propuesta de escritura
Imagínate que eres un habitante de Villar del Río y como tal tienes derecho a pedirle algo a los americanos. Elige una de las cosas de la lista y cuenta -en forma de poema, cuento o microrrelato- el porqué de tu decisión.

Estos son los trabajos de algunos de los componentes del taller de escritura:


El paraguas de mis sueños

La tarde se hace gris.
El cielo se envuelve de recuerdos.
Gotas de hielo
bailan al ritmo de la vida.
Abro mi paraguas de cristal
que ilumina las miradas.
Blanco y azul navegan en su textura,
espejo de cielo barnizado de humedad.
Gota a gota se desliza
por la fría languidez de la tela.
Me acurruco en su interior
donde anidan mis sueños.
Envuelta en su escondite,
agoto la sed del pensamiento
para sentir mi piel
acariciada por su encanto.
El sol desliza sus rayos
sobre mi tez.
Cierro mi paraguas
con el deseo de vivir
nuevos sueños de lluvia junto a él.

Sofía Montero


Deseo una campana

-Para dar la vuelta y caer de pie
-Para que el badajo me diga cómo evitar el dolor de cabeza
-Para desear un burro al que ponérsela, y así desear una cuadra donde meterlo, y así desear una casa al lado, y desear que esta casa esté al lado de un camino, y desear que ese camino vaya ……
-Para regalarles las campanadas a los de Canal Sur.

Elena Vicente


Prismáticos

Con unos prismáticos se tiene la oportunidad de observar cosas que están lejos o muy lejos –lo normal en su uso- y cosas muy de cerca, propias de instrumentos que no penden de un cuello. Sólo hay que darles una vuelta y poner los ojos donde se deberían colocar correctamente para ver eso que deseamos a lo lejos, para meternos en un espacio estrecho y tubular donde el final limita el oxígeno y transfiere una nueva cosmovisión.
Con ese giro, la vista se adapta del más allá, lo inasible en muchos casos; como aquel cerro donde muere la nieve en primavera, al más acá, donde descubres que en la yema de tus dedos aparecen anillos que se cierran en círculos concéntricos hasta que desaparecen bajo tú piel.
Les subvertimos como a nuestra mente, pero con una limitación funcional, propia de artilugios aún imperfectos. Ya celebraríamos que semejantes aparatos pudieran reflejarnos las fechas donde sólo conmemorásemos las grandes efemérides, instantes de placer y felicidad consecutiva y sin final, como dicen los profetas de un reino que está por llegar; y que marcasen con destellos rojos las fechas donde saltar las miserias como hacen los rocines del National saltando las moles verdes de Ascot.
Si un gilipollas cualquiera, tal vez un americano nos atragantara a la cena que a la mañana siguiente se pondrían a la venta semejantes binoculares, con la salvedad de sólo un millón de unidades no cabría noche para que muchos afilasen sus cuchillos y los dejasen descansar sobre sus dientes, para salir a primera hora a matar a la madre si fuera preciso. Sólo, que al llegar algunos delante del escaparate llenos de sangre y con las vísceras sujetas al cinto, el americano les cerrase la puerta con un cartel bien visible donde dijese...
Españoles, no creáis en la Teletienda...

José Luis Moreno Gutiérrez


Ahorrad deseos

Podéis ahorrar mi deseo,
no logrará conformarme;
Regalos para qué quiero
si no me van a saciar.

Mil cosas ya he tenido
y ninguna me ha bastado,
sería tiempo perdido.
Si a pedir muchos ya sobran.

Yo sólo quiero unas brumas
donde mantenerme oculto.
Si acaso pase la luna
para acariciar mi rabia.

Miguel Ángel Pérez


A Través del espejo

Deseo un espejo grande. Es importante que sea grande, porque cada día estoy más gordo y más torpe. Quiero un espejo enorme con un marco labrado. Lo colocaré en algún lugar principal de la casa, aún no decidí si en el salón o el dormitorio. Y lo cruzaré. Atravesaré sin miedo el cristal para ver a qué mundo me lleva. Estoy cansado de este, me temo que cruzaré mucho esa puerta del reflejo.

Es probable que acabe que termine aburriéndome ese nuevo mundo como me ha ocurrido con éste. Entonces partiré el espejo. Habré de hacerlo con cuidado, como mucho en cuatro partes. Así tendré tres mundos más a los que ir; quizá cuatro, no está claro que el mundo original del espejo se mantenga en uno de sus pedazos. Es importante que no se parta en más trozos. No sólo serían demasiado pequeños como para acceder a sus mundos, además el espejo sería inútil para mirarse en él.

Miguel Ángel Pérez


Chocolate

Soy golosa, pediría kilos de chocolate, me haría como una fábrica de chocolate.
Para poder hacer miles de bizcochos, galletas de chocolate...
Engordaría, lo sé, luego, la endocrina me reñiría...
Un chocolate caliente en los meses de mucho frío, tomarlo en el salón de mi casa bajo la luz de la hoguera, con el libro favorito de las manos.
Chocolate para endulzar la vida y ponerle un poco de gusto a las recetas.
Chocolate, chocolate, chocolate...
Y esperarte antes de dar el último sorbo a mi taza caliente.

Iria Costa


Quiero una motocicleta
(con el depósito lleno de gasolina)

Para poder alejarme del pueblo y conocer otros lugares:
y fardar delante de las chicas.
y conocer el mar, que me han dicho tiene mucha agua y es salada.
y buscar algún trabajo en el que se gane mas dinero.
y cuando sea rico volver al pueblo a buscar a toda la familia y llevármela conmigo.
y.......

Luis Iglesias


Un clarinete

Pues no se. Yo quiero un instrumento para poder entrar en la banda de música del pueblo, pero no tengo ni idea de como tocarlo y ademas mi padre siempre me dijo que era algo duro de oido.
Quiero un clarinete, y desfilar al lado del alcalde, el médico y el cura del pueblo.
Me pondré el traje de los domingos; que solo lo uso en contadas ocasiones. Y me rasuraré muy bien la cara para que todos los del pueblo me vean elegante.
Un abrazo,

Carmen Alonso


Pues yo unos prismáticos

Ambrosio tenía los ojos cansados. Últimamente no dormía bien. Sólo él sabía el porqué. Cuando el hermano de la Lola le vio en el bar, sólo, callado, con el vaso vacío, la botella al lado, acodado en la barra, no pudo por menos que preguntarle.
-Ambrosio, ¿qué te pasa, hombre, te se ve cansao?
-Quiá… no me hables. No he pegao ojo en toa la noche. Ese puto deseo me come er seso.
-Pero hombre no será pa tanto.
-A las mujeres no se pué pedir ¿verdá? Yo… es que quiero a la María. La María... Ya sé que no es pa mí, pero la quiero... ya ves tú... si es que con tenerla cerca me vale... si hubiera algo... algo que me la acercara... que yo si pueo la rondo, pero es que ella... ¿que tendré? ... no me digas que na, que algo tie que ser, porque si no de qué, que la María en cuanto me ve llegar se va corriendo y entonces... entonces yo la pierdo y solo me quedo solo, solo con su recuerdo y er desvelo, er desvelo deste deseo... deste jodío deseo...
-Mujeres...
Se sirvieron un chato, y tras apurarlo de una vez, el hermano de la Lola, recordó, y tal como lo hizo, habló.
- Unos prismáticos.
-¿Qué has dicho?...
-Que pidas unos prismáticos… No, si además de bobo va a ser que estás sordo.
No hizo falta más
-Eso es... Unos prismáticos, unos prismáticos... ¡Fantástico! Me la acercarán. Podré verla desde mi cuarto. Casi tocala. ¿Sabes? Por la noche siempre veo la ventana de su cuarto iluminá… ese aparato me la acercará, me la acercará mucho… ¡cómo no lo habré pensao antes! Gracias Tito, ven que te voy a dar un beso.
-Aléjate, ni te se ocurra… ¡serás bujarrón! Lo que ties que hacer es ir a la casa del tío Rufino y pedirle la mano de la María.
-Pues sí, en eso pensaba… me sale el tío Rufino con la escopeta y no paro de correr hasta Villamepierdo. Me conformo con los prismáticos.
-Sí claro, primero la miras con los prismáticos y luego…
-Tito, a ver qué dices que te pierdes…
-No te enfades, hombre, que era una broma.
-No, si yo nunca me enfado. Enfadarse es de débiles. Me voy al ayuntamiento pa apuntarme.
Ambrosio apuró su último vino y salió deprisa hacia el ayuntamiento. Allí es donde estaba la cola para apuntarse a la lista de los deseos. Él iba a conseguir el suyo.

Vicente Martín


Ella y el otoño

Subió la pequeña loma de la colina y se paró un instante al llegar a la cima para recuperar el aliento. Su mirada recorrió el pueblo. Pequeño, marrón y ordenado. Ella señala su casa, junto al ayuntamiento y luego la de él, al otro lado de la plaza. Le sonríe con aquella expresión cristalina que le hacía estremecerse, mientras traza con el dedo la larga calle que lleva de la Plaza a la maciza y austera iglesia. Señala la pequeña casa que había junto a ella y siente cómo sus labios se acercan a su oído para susurrarle “la nuestra”, bajito y con amor, como si fuera un magnífico deseo que había que guardar en secreto. Sus ojos se empañaron.

Le dio la espalda y volvió su vista al mundo que se extendía al otro lado de las colinas que cercaban el pueblo. Había subido muchas veces hasta ese lugar durante aquel año. Ahora solo lo hacía para recordarla. Se había imaginado echando a andar, sin nada. Él, tierra bajo sus pies, cielo sobre su cabeza y el mundo- no el suyo, otro- paseando junto a él.

Andar lejos. Lejos de la lluvia que mojaba sus labios, igual que sus besos; lejos de la niebla que acariciaba su rostro, igual que su aliento; lejos del olor de los membrillos, igual que el olor de su piel; lejos de las hojas doradas del hayedo, igual que el dorado de su pelo; lejos de la luna brillando sobre la escarcha, igual que sobre su blanco pecho; lejos, en definitiva de aquel noviembre que sabía a ella. Pero había temido que la distancia que pudiera alcanzar, por sus propios medios, no fuera la suficiente como para que aquella dichosa estación dejara de oler a ella.

Sin embargo, hacía unos días que le habían dicho que podría pedir una cosa, lo que más deseara. Inmediatamente pensó en ella; pero estaba fuera del alcance humano y dudaba que ninguna entidad divina se la trajera de vuelta. Por eso, no había dudado a la hora de pedir una motocicleta, negra como su luto. El alcalde había sonreído y le había indicado al siguiente vecino que se acercara.

Volvió a mirar el pueblo, la iglesia, su cementerio. La sal le quemaba en los ojos y el amargor le corrompía el alma. Tendría que ir a despedirse de ella. En la segunda fila, el tercer nicho de la derecha. Lo llevaba grabado en el corazón a fuego. Después se marcharía y no pararía hasta que las hojas marchitas de aquel mes de escarchas dejaran de brillar como ella.

Él aún ignoraba que el otoño no tenía la culpa de sus recuerdos.

Leticia Vicente


Una biricleta de Carreras con tirimbre.

- Alcalde… Yo pido una biricleta con tirimbre para recortar mi distancia a los vecinos. Saldría a primera hora para no perder horas de luz. Primero atrocharía por el prao de “La Puri” para con el clareo del alba ver su ropa recién tendía poco antes de irse a ordeñar. La interior de encaje, la exterior de franela y los calzones de su marío a medio almidonar. Y para la iglesia con la imagen inventada de “La Puri” en paños menores bien metía en la sesera, no para purgar ni para expiar cuentas con “El Altísimo” sino para despertar al dormilón del cura con mi timbre recién engrasao. Clin clin clin, clin clin clin…
- Ay qué feliz sería, Alcalde. Viendo reflejao en el pilón del pueblo mi cara de velocidad bajando por la Calle Ancha y esquivando la fuente en el último momento con un derrape delante del boticario. Cómo me agrada enfadarlo, y que mueva lo estirao de su bigote antes de abrir la fermacia.
- Y al “Tío Chulipa”, el pregonero. Mientras se limpia las lagañas, le robaría la trompetilla al descuido. Le imitaría dando un Bando en nombre vuestro, del propio Alcalde, sólo que diría una mentirijilla y que todos los vecinos se acerquen al Ayuntamiento a buscar ya no sólo un deseo sino unos buenos cuartos a repartir entre todos puesto que Hacienda se habría equivocado y el menistro habría decidido repartir el sobrante justo que era de todos. Ahora paz y después Gloria (y si puede ser… mejor la del “Un Dos Tres…” que la de Villaescusa es mu buena panadera pero ya no está pa muchos trotes. Ya sé que sólo se puede pedir un deseo Alcalde… pero por si las moscas.)
- Mi biricleta vendría a ser verde como el campo y azul como el cielo, para pasar inadvertida entre las mulas pardas y las vacas lecheras de color tirolés. Ya me veo como los ceclistas con gorra de visera para arriba y pantalón corto con cara de sufremiento (más por el frío y andar sin perneras) que no porque suba las cuestas y me pare arriba a tomar un caldo como hizo Bahamontes en el “Tuor de Francia”. Y sé que se escribe así porque tengo una prima en la capital que le plancha las camisas a Matías Prats el de la arradio y me ha dicho que soy un inorante y que no es “Tur” sino “Tour” de Francia.
- Desde que tengo uso de razón siembro y recojo patatas, y me encantan los mesmos paisajes que veo desde el tractor con la luz y los pájaros de fondo. Pero mi John Deere, que también es americano con su ciervo verde, traga mucho y no tengo yo jornal para darle más gasoil. Mientras que mi biricleta de motor de garbanzos llega hasta donde me den las piernas y como sólo tengo cuarenta primaveras aún tengo corvejones para llegar por lo menos hasta el mar que no sé por dónde cae pero al que pienso meter un poco las ruedas haciendo sonar mi timbre clin, clin, clin. Clin clin clin.
- Ay Madre, ojalá no te llevara la pidemia de Gripe que hubo y pudieras ver a tu zagal con una buena moza que conoceré en mis viajes en biricleta. Allá por el mes de octubre que no hay que hacer ná con las patatas y podré ir aquí a Turcia a ver esas muchachas a las que sorprenderé con mis historias de viajes en biricleta y con el sonido del tirimbre clin, clin, clin. Clin, clin, clin.

Chema García


Unas pesas para hacer gimnasia

Esta historia me la cuenta mi abuelo infinidad de veces. Solo tengo que hacer una pequeña mención sobre ella y me dice:
-¡Cuando yo tenía tu edad….! – y ya no hay quien le pare. – Si la memoria no me falla, lo que te cuento sucedió a principios de los 60.
La vida en mi pueblo era humilde. Los paisanos no hacían otra cosa que trabajar la tierra y cuidar el ganado los siete días de la semana, menos el Domingo por la tarde que se iba a misa. Parecía que el tiempo se había quedado estancado. La vida transcurría sumida en una profunda tranquilidad, hasta que un día de finales de Septiembre llego al pueblo un circo de americanos.
-¡Abuelo! ¿Estás seguro que eran americanos?
-¡Si, si! Porque pronunciaban muy mal la erre….Y no me interrumpas más…Y como te iba diciendo….Los artistas del circo debían de sentirse en mi pueblo como en su casa, porque se quedaron una larga temporada. De todos los números, el que más me gustaba era el hombre forzudo. Me apasionaban todos los artilugios que usaba para demostrar su fuerza: barras de hierro que doblaba como trozos de mantequilla, pesas de todos los pesos, cuerdas adaptadas para mover carros con los dientes…En cuanto tenía tiempo libre, daba vueltas y vueltas entre las camionetas y la carpa del circo. Pronto, me hice amigo del hombre forzudo, el cual estaba complacido conmigo porque le enseñe el pueblo en su estado puro y natural.
La estancia del circo llego a su fin. Las camionetas se disponían a marchar del pueblo y me despedí del hombre forzudo que me dijo:
-De todos los instrumentos que tengo, pídeme uno, que te le regalo.
-Y le pedí unas pesas para hacer gimnasia. Pesaban mucho. Le dije que me las dejara en la panera, entre costales de trigo. Yo las miraba, daba vueltas alrededor de ellas, intentaba levantarlas… pero no podía.
Mi padre, me mando ir a cuidar las cabras y mientras lo hacía, no dejaba de pensar que haría con las pesas de hacer gimnasia. Estas pesas no eran ni más ni menos que una barra de acero, cuyos extremos terminaban en un disco de hierro puro… ¡Dios mío y como pesaban! Entonces tuve una idea…En lo que me hacia mayor y podía con ellas, se las alquilaría a los mozos para que se hiciesen forzudos. Podrían hacerlo en la panera, los Domingos después de misa. Les cobraría dos reales por dos horas. Ahorraría y pronto tendría para compra otras pesas .A buen ritmo, no tardaría en construir en la panera un gimnasio y ganaría muchos reales. ¡Ah! Y cuando fuese mayor….
-¡Practicarías halterofilia!
-¡Que no hijo, que no! ¡Te he dicho montones de veces que cuando fuese mayor seria forzudo! Y no me pares mas que ya falta poco para que termine la historia. Como te iba diciendo…Con las ideas claras de lo que iba a hacer, después de cerrar las cabras en la majá, fui corriendo a la panera para poner en marcha mi plan…pero al llegar, ¡cuál fue mi sorpresa! Las pesas de hacer gimnasia habían desaparecido. Pregunte a la única persona que podía saber algo…¡mi padre! Y fue muy rotundo conmigo diciéndome:
- ¡Ah! ¿Esa cosa que tenías guardada en la panera? La desmonte. La barra de acero la utilizare en las tierras para hacer palanca sobre los pedruscos que me estorben según aro y los sacare a las lindes. Los hierros redondos de las puntas de la barra, los he fundido y he hecho rejas para el arao de las mulas.
-¡Fundidos! Le grite a mi padre, dándome cuenta de que lo que había pensado hacer con las pesas de gimnasia era lo más parecido al cuento de la lechera.
Y si quiero ver a mi abuelo enfurruscado conmigo solo tengo que decirle:
- ¡Abuelo! Pues…Cuéntame ahora el cuento de la lechera.

Nicolás Hernández


El deseo de Fermín

Yo deseo unos mapas pedagógicos para señalar con el dedo uno a uno todos los países. ¡Ay Venezuela! dónde se fue mi tío y no ha vuelto. Ver los ríos correr, y eso, y las montañas más altas y más bajas. Verlas todas toditas. Aprender nombres de lugares dónde viven otras gentes y animales y también personas que conducen coches grandes como en Norteamérica y van muy estirados y hablan en inglés, y así.
Ver el mar Mediterráneo. ¡Uy si lo pudiera ver de verdad! con las olas de tres metros y al fondo lleno llenito de barcos enormes con gente que se marcha a otros mundos y dicen adiós con la mano y los de vela pequeños. Lo he visto en un cuadro y es así, con mucha gente que se baña en las aguas del Mediterráneo.
Y ver la China tan grande llena de chinos amarillos con los ojos hacia atrás como los de las huchas de las Misiones y otros negritos con el pelo de caracola por que cogen muchas para escuchar el mar y llamarse entre ellos como si fuera el cuerno de los pregones. También a los esquimales que viven entre alpacas de hielo bien acurrucaícos sin pasar ni gota de frío por que deshacen las focas y beben el aceite hasta que no les queda más que el pellejo para hacer albarcas.
Hay más agua que tierra aunque lo que más hay, de todo, es cielo que es el universo pero las estrellas no vienen en los mapas o ¿a lo mejor sí? ¡Ay madre mía, un mapa de estrellas! ¡Eso es lo más grande!
No deseo los de política por que cada uno coge lo que quiere y hoy está así y mañana asao pero los de montañas y ríos sí, esos son los que más me encantan.
Hay un río de la vida que es más ancho que el pueblo enterito con tortugas de doscientos años o más y peces de colores que darían para medio pueblo cada uno y montañas que echan fuego por la boca y por los ojos y montañas como si fueran la tapadera del mundo y rascacielos de luces y mares en calma helados hacia abajo y millones, que digo, billones de islas del tesoro y también hay un imán en el centro que hace girar y países con sol y lluvia muy fuerte a la vez que arrastra todo, hasta las casas, con los relámpagos de noche y...

Antonia Oliva


El reloj de cuco

Seguro que en el pueblo se ríen de mí.
Un reloj de pájaro no es deseo para un hombre. Menos para un hombre que es padre, padre y pobre. El pan, la ropa, el cobijo... Eso si. Eso son afanes responsables. Pero ¿qué es todo cuando el corazón esta seco? Bozales.
Yo no quiero que mis pequeños, si sobreviven, callen. No quiero que su existencia se aje entre lodazales donde la vida no se comparte, barros viejos donde la azada tropieza con el llanto de una tierra que se entrega, y cuando se abre, deja al aire un ejército de cobardes valientes o valientes cobardes. No quiero un cabezal que me arrastre y les arrastre a un deambular sordo como el del alcalde. No quiero que se traben con unos zapatos nuevos y que sus pies caminen siempre firmes. No quiero que sus pasos olviden que ellos son su propio baile. No quiero que el miedo les calce. No quiero que por comer se vistan de faralaes. Ni que envuelvan su viaje con oscuros vestidos talares, ni que se afanen en rutinarios ritos donde consagrar obleas, estandartes siempre letales. No quiero que se sometan, que digan sé sino saben. Ni que la botica les regale parches, remedios a una ceguera que abandera nuevos combates. No quiero que mis pequeños, si sobreviven, siendo hermanos, se maten.
Por eso quiero un reloj . Un reloj que cante las horas, no un verdugo que las marque.
Lo colocaré en la cocina, allí donde todo se fragua, allí donde todo nace.
Ha de ser un reloj de madera, de una madera especial, de una madera que no se inflame con las arengas de dos o cuatro patanes que alimentan diferencias entre árboles iguales. Una madera que si se astilla rebrota sin que el dolor la horade, una madera sin termitas: sin ansias de dichas, sin salmos de pesares. Una madera serena. Una madera que no se ancle: siempre fuerte, siempre grácil. Una madera suave que con delicadeza se talle. Una madera ligera que desnude su estructura para dibujar un nido, una casa pequeñita donde reside un ave. Tendrá una puerta muy grande, para que cuando el cuco se asome, y regale su canción al aire, no quede rincón alguno en el pueblo y en mi sangre que desoiga su trino alegre, su gorjeo imperturbable.
Quiero un reloj de pájaro, un nido fresco donde reside un ave. Un cuclillo libre que sabe, y que porque sabe, cuando el día es fresco gorjea, y cuando la noche se cierra también lo hace, y es su melodía un pan que con sencillez se comparte, y una azada que cuando la tierra se entrega y generosa se abre, la viste de surcos fértiles donde las semillas maduran con el ritmo de un baile, una danza desnuda donde germinan infinitos compases, y un cabezal que me arrastre y les arrastre a cobijarse en las alas de un minúsculo instante.
Seguro que en el pueblo se ríen de mí.
Un reloj de pájaro no es deseo para un hombre. Menos para un hombre que es padre, padre y pobre. Pero desde que lo pedí en la plaza, tengo la cara encendida y la mirada más clara y siento en el pecho un calor, un calor inexplicable, una calidez suave, como cuando siendo crío, fuera día o fuera noche, tuviera o no tuviera hambre, me tumbaba en el tejado y soñaba que era un ave.

Ana Isabel Fariña


Piano de cola mágico

Estoy ante un piano de cola, grande, antiguo, con sonido potente y limpio. Mis dedos se deslizan sobre él sin que yo piense en las notas que tengo que tocar, solo en la pieza que deseo interpretar.
Es una maravilla! Mis manos se mueven a toda velocidad, oigo la melodía, los acordes, el piano suena como si lo tocara un gran concertista! Pero soy yo, sin hacer ningún esfuerzo.
Ahora estoy en el salón de mi casa, y de repente, no sé cómo, he llegado a una gran sala de conciertos, abarrotada de público.
Termino de interpretar el lago de cómo y llueven los aplausos.
Suena el despertador.

Teresa Sanz


Un traje para bailar los domingos

Ocupaba cada domingo la tercera silla a la derecha en el salón social. Los pies juntitos embutidos en unos zapatos acartonados por los pasos perdidos en las calles del pueblo, las manos inquietas sobre las piernas en un acto inconsciente de acopio de bolitas que le iba robando a la vieja falda, la espalda erguida, el rostro tenso, la sonrisa recién planchada.

Patro celebraba cada domingo el mismo ritual mientras sus ojos saltaban entre los pies de los bailarines y dejaba que las notas del orquestín se perdieran bobaliconas en la cintura de Marisa. Siempre tenía suerte, los muchachos se la rifaban; pero claro, con ese cuerpo de abrazo y esas caderas, según ellos, de miel…

Patro, sin embargo, no tenía gracia, aguardaba sentadita a la espera de un milagro mientras en la máquina de Hortensia se cosería el traje que encargaría para el baile de los domingos. El revuelo de la inminente llegada de los americanos había despertado en ella los anhelos que solo desvelaba a la cama. Por la noche hasta conciliar el sueño acariciaba sus brazos, mientras jugaba a soñar que unas manos masculinas rozaban vergonzosas su cintura tratando de adivinar el fuego y la hechura de esa hembra tan callada.

El pueblo se movía esos días como el hormiguero en la antesala del invierno. La noticia que pocos días antes había llegado con los portavoces del delegado del gobierno los tenía en una actividad desasosegada, pero alegre. ¡Los americanos! ¡Venían los americanos! Villar del Río tendría el honor de recibir tan insigne visita. El despliegue de preparativos sin tino corría a la vez que en la escuela recitaban las fronteras de tan tamaño pueblo, sumaban porcentajes de producción y crecían los absurdos de esos extravagantes y riquísimos nativos a los que llamaban “yanquis”. Su poder era tal que las cabezas de los paisanos comenzaron a llenarse de fantasías estrafalarias, y así nació la idea de los deseos. Cada vecino podría solicitar un deseo que los americanos prestos concederían una vez llegaran al pueblo y vieran las bondades de sus gentes. Los americanos podían darlo todo. Alcalde, maestra, cura y boticario se encargaron de dar forma al acto y el martes por la mañana alzaron la veda de peticiones.

Un deseo. Un solo deseo. No había ninguna duda, Patro sabía lo que necesitaba. Así que cuando tuvo que aguardar su turno en la larga fila, amarró bien su deseo y lo fue diseñando con la cadencia que los deseos de los demás desfilaban ante la comitiva: un traje para bailar los domingos.

Un traje nuevo y su apresto, la tiesura moderando los primeros movimientos al andar, la arruga todavía no producida, el olor a entretela y a dedal aún en el tejido…Un traje para los domingos, para ver si el Marciano por fin la sacaba a bailar, para desdoblar la pinza de la cintura en la aspereza de las manos de Paco, para perder el segundo botón en el tres del pasodoble y olé. Un traje nuevo para bailar los domingos mientras la tarde se consume entre las bolitas y las pelusas abandonadas al borde de la tercera silla según se entra a la derecha.

Unos puestos más atrás, el Dionisio rumiaba su anhelo sin lograr ordenar los pensamientos: necesitaba un par de mulas, quizá la motocicleta…no, un… arado, o… el cabezal. Cuando llegó el momento de pronunciarse apenas un balbuceo salió de su boca y ante la insistencia crispada del alcalde que exigía una sola petición y rápida, Dionisio sacó valor y puso sobre la mesa su deseo: un traje pa bailar los domingos.

Por fin, un día de sol inmaculado los americanos llegaron, pero no se detuvieron. Pasaron fugaces sin reparar en los habitantes del pueblo, ni en las calles engalanadas; indiferentes en sus descapotables levantando una polvareda que cegó los anhelos y los sueños, el traje para bailar los domingos, las manos en la cintura, los visos de una felicidad. Ninguno imaginó la posibilidad de que el deseo quedara mudo en un simple patrón con las puntadas solo señaladas.

Tras el fragor de esos días, regresaron a la mudez de las calles, a los mulos con el cabezal viejo y al polvo del cerro, a las caminatas sin motocicleta, a la campana desafinada de la iglesia, al rosario sin coro, al correo sin remitente desconocido, a los domingos con baile y sin pareja.

Los domingos. Y el traje.

Dos semanas después de la decepcionante e infructuosa visita de los americanos, Patro ocupó como cada domingo la tercera silla según se entra a la derecha del salón social, alisó su falda como si de una tela recién estrenada se tratara, acomodó su postura y extendió la sonrisa planchada más blanca que nunca, con un gesto coqueto pasó la mano por el cabello que esa tarde había decidido recoger en un gracioso moñete y se dispuso al ritual de amasar bolitas entre los dedos dejándolas resbalar entre las yemas; los bailarines dejaban a sus pies las pisadas rítmicas del chachachá. Crecía el ánimo a medida que las parejas cambiaban los pasos, los tropiezos se interpretaban con una comicidad casi infantil. En la esquina de siempre el Dionisio apuraba la limonada y musitaba en sordina un ¡malditaseasuestampa! al tiempo que la rabia le hacía mella en el pantalón de pana y la impotencia le impedía hacer lo que las manos le rogaban. ¡Me cagüen to!, si los americanos hubieran cumplido… pero los mechones que la Patro se había dejado sobre las orejas y la gracia del moño, y los dedos finos entreteniendo el vacío, y … ¡malditaseamiestampa!

Dionisio no pudo controlar las manos, dejó la limonada en el suelo y fue extendiéndolas hacia la silla de Patro que apenas tuvo tiempo de colocar las últimas pelusillas al borde de la silla. Con las manos rudas en la cintura y el calor de los cuerpos aproximándose en los compases del baile, Patro sintió una sensación de descosido en la pinza de la falda y hasta le pareció que no era tan torpe.

Casi al mismo ritmo de la orquesta los vasos de la barra se entrechocaban componiendo la banda sonora de la tarde de domingo y unas pelusillas de color verdeazulado se iban colando en los pisotones que el Dionisio trataba de ocultar en el chunda chunda del pasodoble.

Pilar Luengo


Una máquina para coser sueños

A veces, en medio de la noche, cuando creo que todos duermen y los sueños se despiertan, recupero mi vieja máquina de coser sueños …

En el umbral de la mañana oí tu voz en el momento de entrar en él.
Un susurro cálido atravesó el patio de los geranios que rezumaban su perfume
aquel primer día de abril: Gitanillas y pelargonios adornaban la ventana en cuyo interior desperté.
Tus manos transportaban el más frágil amanecer
rompiéndose en mil pedazos al instante en que salía el sol,
regalándome rayos dorados,
cálidos guiños que ruborizaron mis aún adormecidas mejillas,
ofreciéndome tus silencios envueltos en
la blanca tela de los sueños.

Y comencé a coser la primavera dentro de tu mirada
con mi vieja máquina de coser sueños,
pétalos de margaritas bordados en tus cejas con hilos de color blanco y amarillo.
Y en tu boca, labios de color verde pradera
donde únicamente encuentro los besos con sabor a campo.
Doble pespunte une
tus sueños a los míos, mientras recorremos el camino que nos lleva al límite:
El acantilado. El lugar donde nuestro viaje se termina,
donde nos sentamos a observar la inmensidad de lo imposible
mientras deseo coser el horizonte, cielo y mar, para convertirlo en la sábana de mis sueños.

Tina Martín Mora


Queridos Reyes Magos:

Acaba de empezar un nuevo año y el pasado he sido muy, muy buena (de verdad; os lo juro). Por eso, creo que me merezco que no me defraudéis con lo que quiero pedir este año.
Llevo tiempo deseando esta cosita, pero, entre que no me porto del todo bien y siempre he tenido otras cosas más necesarias que pedir, nunca os lo he puesto en la carta de rigor.
Sin embargo, este año no voy a pensar en nada ni en nadie más que en mí. Éste, el 2015, será única y exclusivamente para una servidora; o no, ya veremos.
Pues ahí va; deseo, deseo, deseo, deseo…. Unos prismáticos panorámicos ¡Cómo que “para qué”! Quitad esa cara de póquer que os lo explico.
Pues…, para ver el mundo desde otra perspectiva.

- para ver las cosas alegres cuando estoy triste y viceversa.
- para darme cuenta de que la gente es rica cuando, en realidad, es pobre y a la inversa.
- para observarme hablando cuando no me decido a abrir la boca y, contrariamente, callar cuando digo más cosas de las debidas.
- para contemplar a las personas que están lejos y al revés; alejarme de las que están cerca.
- para admirar la luna y las estrellas cuando el sol está fuera y al contrario.
- y, por último, pero no menos importante, para curiosear cautelosamente en la vida de los demás y decidirme a contar sus historias y que, al mismo tiempo, ellos me elijan a mí para contarlas.

Toñi Martín del Rey