Herbarios. Literatura botánica

Las palabras son como semillas. Si elegimos una o dos y las sembramos a voleo o delicadamente sobre el folio en blanco tal vez echen raíz y prendan. Todas las palabras tienen una raíz o muchas. Y esas palabras enterradas en el corazón o en la imaginación se asoman a la vida para convertirse en planta y en poema.
Si a las palabras les procuramos luz y sueños y las regamos con emoción crecerán como tallos que aspiran a ser árbol. Conformarán su tronco. Se harán texto. Y ese árbol extenderá sus ramas como lo hacen los versos en las manos de quien las escribe. Y esas ramas se poblarán de hojas y de frutos. Serán copa que envuelve a los silencios desnudos, que escriben en el cielo su verdor más alto. Y sobre el folio brillará el poema. Y nos invitará a ser parte de sus hojas. Y será vida. Y habrá un lector que amanezca en su sombra, que se pierda en sus ramas, que escuche su trino, que varee sus frutos:

De la tierra la hoja
que seca yace,
la raíz de la planta
que prende y nace.

Plantas y hojas
que siembro y que recojo
para que escojas.

De la tierra los surcos
que abre el arado,
la semilla y el agua
para el sembrado

y la promesa
de ver sueños y frutos
sobre la mesa.

La sesión del taller de escritura creativa de ayer la dedicamos a la literatura botánica y a los herbarios.
Iniciamos nuestro paseo por los libros con un álbum ilustrado excelente, La Jardinera de Sarah Stewart e ilustrado por David Small. La editorial Ekaré nos ofrece la historia de una niña, apasionada con las plantas, que viaja a la ciudad para vivir una temporada en casa de su tío. La situación económica de la familia no es buena, en medio de la crisis económica que azotó a Estados Unidos y el mundo en 1929. La niña, de nombre Lydia, llenará la pastelería de plantas y logrará su principal propósito, arrancar una sonrisa al serio de su tío. Un libro lleno de optimismo, vitalidad y color.



Hablamos también del libro Poemario de campo, escrito por Alonso Palacios e ilustrado por Leticia Ruifernández. Una pequeña joya que brilla por su sencillez y que fue distinguida con el 1º Premio Nacional de Poesía "Oreste Pelagatti" en 2019. Dejamos aquí un pequeño botón de muestra:

La nuez esconde
en su joven cerebro
la memoria del bosque

Las amapolas
han vestido los campos
de rubeola

La margarita
regala los amores
y te los quita

Tiene la higuera
áspera la caricia,
dulce la espera.

¿Qué le habrán hecho,
madre,
a las ortigas,
que devuelven veneno
a las caricias?




Hablamos también del extraordinario libro de poemas El alma de las flores de Kaneko Misuzu, editado por Satori. La poesía de Kaneko -dice el texto de contraportada del libro- es la celebración de la vida de lo grande y lo pequeño. Un libro en el que la poeta nos revela de forma sencilla la necesidad de empatía con todos los seres humanos. Dejamos por aquí dos de sus poemas; el primero titulado "El nombre de las plantas" y el segundo "Estrellas y diente de león":

No conozco el nombre de las plantas
que otras personas saben.

Pero sé mucho nombres de plantas
que no conoce nadie más.

Yo las bauticé:
nombres que me gustan para plantas que me gustan.

Porque los nombres de las plantas que todos saben
alguien los debió crear.

Y solo el sol, arriba, en el cielo,
conoce el verdadero.

Así que las llamo
por los nombres que me gustan
a mí y solo a mí.


***

En la profundidad del cielo azul,
como guijarros en el mar,
sumergidas, hasta que llega la oscuridad,
están las estrellas, invisibles a la luz del día.
Aunque no pues verlas, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.

Dientes de león marchitos, ya sin pétalos,
escondidos en las grietas de los azulejos,
esperan en silencio la llegada de la primavera
y sus raíces fuertes no se ven.
Aunque no puedes verla, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.  



Las escritoras Clarice Lispector e Ida Vitale también dedicaron algunos de sus textos a las plantas en los libros De natura florum, publicado por Nórdica Libros y De plantas y animales, publicado por TusQuets. 




Cerramos este breve recorrido por libros que contienen textos vinculados a la botánica con un álbum ilustrado maravilloso: Bombástica Naturalis de cuya edición, en A buen paso, se encargó Iban Barrenetxea.




El capítulo de los herbarios lo iniciamos con el texto de Federico García Lorca titulado "Herbarios":

I

El viajante de los jardines
lleva un herbario.
Con su tomo de olor, gira.

Por las noches vienen a sus ramas
las almas de los viejos pájaros.

Cantan en ese bosque comprimido
que requiere las fuentes del llanto.

Como las naricillas de los niños
aplastadas en el cristal opaco,
así las flores de este libro
sobre el cristal invisible de los años.

El viajante de jardines
abre el libro llorando
y los colores errabundos
se desmayan sobre el herbario.



II

El viajante del tiempo
trae el herbario de los sueños.

Yo. ¿Dónde está el herbario?

El viajante. Lo tienes en tus manos.

Yo. Tengo libres los diez dedos.

El viajante. Los sueños bailan en tus cabellos.

Yo. ¿Y cuántos siglos han pasado?

El viajante. Una sola hora tiene mi herbario.

Yo. ¿Voy al alba o a la tarde?

El viajante. El pasado está inhabitable.

Yo. ¡Oh jardín de la amarga fruta!

El viajante. Peor es el herbario de la luna.


III

En mucho secreto, un amigo
me enseña el herbario de los ruidos.

(¡Chist... silencio!
¡La noche cuelga del cielo!)

A la luz de un puerto perdido
vienen los ecos de todos los siglos.

(¡Chist... silencio!
¡La noche oscila en el viento!)

¡Chist... silencio!
Viejas iras se enroscan en mis dedos.


Disfrutamos con las maravillosas imágenes del Herbario de Adrienne Barman, un libro con una clasificación de las hierbas, plantas y árboles muy peculiar.



Y centramos nuestra atención en el Herbario & Antología botánica de Emily Dickinson, espléndidamente editado por Ya lo dijo Casimiro Parker. Puedes leer un artículo muy interesante publicado en El País con el título "El herbario de Emily Dickinson, entre la ciencia y la poesía" y puedes ver las imágenes del herbario en este enlace.




Los dos últimos herbarios que trajimos al taller fueron el Herbario sonoro de Raúl de Tapia y Joaquín Araújo, un magnífico libro que recoge muchos de los textos leídos por Raúl Alcanduerca en el programa "El bosque habitado" de Radio 3 y con textos manuscritos de Joaquín Araújo. Dejamos por aquí un de esos textos firmado por Raúl titulado "Atarse las botas"

Si hay un ritual que aprecio es el de atarme las botas. Ese gesto, en el que los dedos juegan con los cordones mientras urden una lazada, activa mi cerebro hasta que ladra como los perros de Paulov. Parece que reconoce que algo bueno va a suceder.
Muchos días me quedo tonto mirando las manchas de savia, atrapadas en el cuero. Se convierten en un pantonera de verdes, aromatizada de hierbabuena y mejorana. A veces, en lo ojales de los cordones quedan atrapadas simientes de “bardanilla”, que luego disperso al azar, sin voluntad, en los paseos por la ribera.
En este mayo “atrezado” de junio, se han colado unos vilanos de cerrajas. No es de extrañar, esta mañana estuve un rato detenido viendo el abrazo rojizo de sus hojas al tallo; tan intenso como una despedida. Parece que el amargor de sus sabores los compensa con una estética de afecto vegetal.
A poco que ande, estos cordones recolectan semillas de unas y otras, compitiendo en la cosecha con las hormigas más tozudas. Ellas andan bajo las valvas de la Celedonia, pendientes de su sementera. Sus granas son negras, con un derrame blanquecino, que las convida a grasas nutricias. Ellas no saben, ni necesitan saber que se llama eleosoma, pero a mí me gusta el glosario botánico, y por eso lo cuento.
Luego, los calcetines, se ven sableados de las aristas de las locas avenas, o mordidos por los dientes del Bidens tripartita, que por aquí le dicen cáñamo de agua.
Al final, uno lleva un auténtico banco de germoplasma en las perneras, un inventario tangible de lo que ocurre en el campo. Al llegar a casa me gusta coger una a una las semillas, colocarlas cómodas en un folio en blanco y ordenarlas por especies. Saco la lupa, y me dedico a profundizar en sus valles y lomas, en las serrezuelas de sus cuerpos. Es como el regusto de un buen plato, volver a disfrutar del paseo dado, con el ojo atento a todo lo oculto.
Con todas ellas, he levantado un pequeño jardín de terraza, donde las redescubro en su día a día, su crecer y fructificar. Y claro, las hormigas me acompañan curiosas. Te invito a hacerlo.




Y cerramos la sesión con el herbario de Rosa Luxemburgo, realizado en sus ratos libres y en sus largos periodos de cárcel. Puedes conocer más detalles de dicho herbario con el artículo titulado "Un jardín por entregas -el herbario de Rosa Luxemburgo" publicado en América 2.1. 





Propuesta de escritura

Escribe un texto sobre una planta o un árbol con la inicial de tu nombre


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:  


La letra de flores, plantas y árboles

¡Qué desilusión! Me han pedido que escriba sobre árboles, plantas o flores cuyo nombre empiece, como mi nombre, por la letra M. Me he quedado sin poesía, me he quedado sin las rosas o los claveles, sin los olmos, las encinas o los olivos, me he quedado sin los tréboles o los nenúfares. ¿Qué voy a hacer con la M, la letra maldita que me roba todo el lirismo que venía a mi mente?. Aunque bien pensado, M es la letra de mente, es la letra de mujer, es la letra de maravilla, es la letra de mundo, es la letra de mano, es la letra…, es la letra…, es la letra… .Voy a indagar, voy a hacerme una lista con los nombres, voy a intentar sacar algo de inspiración donde, en principio, no tengo nada que haga volar mi imaginación.

Flores, plantas y árboles de parte de Manuel:

Madreselva de mi infancia, con olor a pueblo y a verano en la Sierra de la Demanda.
Maíz de los campos verdes junto al mar, en la Asturias de mi niñez.
Magnolio, el magnífico, de hojas satinadas y blancas flores exuberantes.
Manzanilla de fuerte olor y sabor dulce-amargo que sanaba los intestinos.
Margarita, ¡quien no ha pensado en un amor deshojándote!, margarita, campos de margaritas.
Madroño cargado de esferas multicolores de cualquier tonalidad del verde al morado.
Mandarina, la hermana pequeña de la naranja, dulce y fácil de pelar.
Manzana, manzanas, de todos los colores, de todos los sabores, la reineta -reina-, la verde doncella -de nombre sugerente-, la Golden -con nombre de puente-, Granny, Kanzi, Royal, Evelina… y hasta otras veintidós variedades para elaborar sidra, beber y soñar.
Mala madre ¿Quién te puso este nombre a pesar de tu aguante y sencillez?
Malva loca, tu color y tu apellido son una promesa sorprendente.
Malvarrosa, aclárate con tu color y dime si eres planta o eres playa.
Malvavisco, que vienes a nosotros desde la Antigüedad para calmarnos.
Mambetari, Mamey zapote, Maguey, Mogariza, Michoga, Maracuyá, nombres evocadores de destinos exóticos.
Metasecuoya, gigante superviviente de un género desaparecido.
Metrosidero y Mirto, árboles hermosos de bellas flores.
Milamores, miles de flores para miles de amores o miles de amores para una flor.
Milenrama para admirarte en el florero o para degustarte como té.
Miltonia, que escondes en tu hermosura y en tu nombre un origen de estirpe nobiliaria.
Mimbrera, tienes mimbres de cesta, de albarda, muebles, objetos ornamentales y hasta sarcófagos.
Mimosa, mimosa, mimosa, mimosa, ¿no serás tú mi preferida?.
Mirabobo, prefiero llamarte Árbol del Paraíso y admirarte por tu majestuosidad.
Miramelindos sois humildes pero vuestro nombre es el más acabado.
Mirto en el jardín, Mirto en la cocina, Mirto en la farmacia.
Mitra episcopal y Moco de pavo, no os parecéis nada más que en el parecido que cada una tenéis con los objetos que os dan el nombre.
Monarda, de flor atrayente para insectos polinizadores ¡eres una bendición para los tomates!.
Monja blanca, si la blancura es belleza, tú eres la más bella de las blancas.
Moras, me recordáis berretes azulados de niño y descomposiciones por atracones.
Morera, ¿Quién no ha recurrido a ti para alimentar a sus gusanos de seda?
Morrionera y Morroque, con nombres ten parecidos y orígenes tan dispares.
Mosqueta, Rosa Mosqueta, eres una rosa y eres más que una rosa, eres un perfume y eres más que un perfume.
Mostaza, la más pequeña y de sabor más intenso, tienes nombre de color y sabor especiales.
Mango, la más sabrosa, quedas para el final, para disfrutar la noche.

Manuel Medarde
Grupo A


EL JARDÍN DE “O”

Pocas cosas me resultan más agradables en esta época del año que darme una vuelta por mi jardín, a primera hora de la mañana, antes de salir a trabajar. Lo hago después de un delicioso desayuno de mi propia cosecha, y en cuanto salgo al porche inmediatamente me saludan el frescor de la noche que ya se ha ido, el canto del pájaro que anuncia el nuevo día, el cielo límpido y rosa y una sensación como de enormes ganas de afrontar el nuevo día que me hace sentir un hombre pleno y feliz. Comienzo mi paseo siempre de izquierda a derecha, pues creo que hacerlo en sentido contrario me traería mala suerte, y a quienes primero saludo es a una pareja de oruquitos a los que mimo mucho porque me los regaló el rey de Chu-Han. Son de hoja perenne, que cambia de color en cada estación del año, variando del amarillo invernal al naranja en otoño, pasando por el verde en primavera y el rojo en verano. Los tengo podados como dos grandes balones y en este momento tienen sus hojas corazonadas como si fueran sangre. Sigo caminando, ahora entre olégulas y osecilias. Estas últimas impregnan el ambiente de un suave olor a pan recién horneado que me devuelve las ganas de volver a desayunar, por lo cual acelero un poco el paso. De pronto me detengo a arrancar unos ociñacos silvestres, que aunque peligrosos por sus púas son inofensivos. Eso sí, hay que saber extraerlos por su base. Y en ello estoy cuando ya me está llamando la atención la flor de un opopuco de más de dos metros de altura del que estoy muy orgulloso, pues de este tamaño es muy difícil encontrarlos por estas latitudes. Yo la llamo la flor del beso, por sus ocho pétalos encarados de dos en dos que semejan cuatro pares de carnosos labios. Le devuelvo un beso y continúo, dejando a mi derecha mis árboles frutales favoritos: una pareja de oltros, un orfimio y un otepizte, del que no me resisto a comer una exquisita pizteta bien madura. A la mitad de mi recorrido me asomo siempre al otro lado del jardín, donde crecen al buen boleo, pues las semillas las lanzo desde mi propiedad, ramilletes de orpucillos, que hacen las delicias de los unicornios. Dicen que trae suerte que los unicornios ronden la casa de uno, aunque también dicen que da mala suerte verlos, así que me cuido mucho de no mirar en esa dirección a medianoche, que es cuando al parecer vienen a comer. De nuevo concentrado en mis plantas, examino mi maceta de orwellianas. Todavía son todas iguales, y me pregunto cuál de ellas se alzará sobre las demás para luego vencer su corola y quedar en actitud vigilante del resto. Dos pasos más allá, paso revista a las oyemiras y a las olúfulas, que convierten ese pedacito de jardín en un auténtico arcoíris salpicado de brillantina. Un deleite para la vista. En ese punto me suelo encontrar con Pukky, mi jardinero, que me da cuenta brevemente del estado de la flora de mi jardín, más allá de lo que yo pueda apreciar a simple vista. Como Pukky mide tan solo cuarenta centímetros, la estatura ideal, según me manifiesta casi todos los días, para examinar las plantas, me tengo que agachar para hablar con él. Hoy me comenta que está preocupado con el color de las hojas de las onjenas, que se ha vuelto demasiado azul. Tendrá que buscar un remedio en su particular vademécum. Me despido de Pukky y continúo mi paseo, ansioso por llegar donde están las ochumochas, cuyas semillas me traje del Perú, y de acariciar sus gruesos tallos de terciopelo negro. Casi sin solución de continuidad reparo en las ovíntilas, aunque solo para cerciorarme de que están bien, pues es por la noche cuando merece la pena contemplar sus pétalos luminiscentes. A veces me levanto de madrugada solo para contemplarlas. Y me quedo embobado durante largo rato. Algo parecido me ocurre con un odiáneo que tengo en un tiesto. Sus pétalos en espiral tienen efectos hipnóticos por lo que me cuido mucho de no fijar la vista en ellos más de ocho o diez segundos. Una vez me quedé media hora mirándolo y fue Pukky quien me sacó de mi estado de arrobamiento con un soberbio pisotón. Voy terminando mi recorrido contemplando las ombas, largas como pértigas, y las agradecidas oclitas, a las que basta un vasito de agua para que te saluden abriendo en el acto sus delicadas flores de un minuto. Y llego por fin a mi flor favorita: la orondelia. Su aroma dulce y fresco, sus hojas verdes, tersas y brillantes, y sobre todo, sus hermosísimos pétalos que combinan toda la paleta de colores del crespúsculo me cautivan y hasta me emocionan. Por eso tengo una buena porción de jardín dedicado solo a ellas. Termino el paseo, de nuevo en el porche, y me quedo entonces contemplando la joya de la corona: un ofenisco de veinte metros de altura que plantó mi tataratatarabuelo en medio del jardín. Tiene un tronco de once metros de diámetro en su base y presenta en ella una oquedad tan grande que Pukky ha decidido hacer allí su nueva casa. Es realmente algo digno de verse y no se cansa uno nunca de mirarlo. Con tal maravillosa visión completo mi paseo y me voy dichoso al trabajo, pensando ya en el paseo que me daré por mi jardín a última hora de la tarde.

Óscar Martín
Grupo A


Oda a la Jara

Me enamoré de la Jara,
amor a primera vista,
nada más verle la cara
como al ver una amatista.
Continúo enamorado,
de cerca como de lejos,
del todo entusiasmado
viendo todos sus reflejos.
Te recuerdo con encanto
al caminar por la sierra,
cubierta con manto blanco
respirando verde tierra.
Caminando por tu lado,
contemplo a las abejas
como a un gran aliado
al que mucho se corteja.
Con cinco pétalos blancos
amarillos o violetas,
embelleces tú los campos
de los hijos y las nietas.
Todo mi amor se mantiene
a la jara sin engaños,
sin que nadie me condene
con el paso de los años.

José Luis Fonseca
Grupo A


SI FUESES UN ÁRBOL

Si fueses un árbol ¿Qué árbol serías? Uno que empiece por “t”.
He pensado ser un tamarindo. Es un árbol hermoso, pero no creo que aguantara las primeras heladas. También he pensado ser un tejo, este sí que aguanta las heladas. Viviría muchos años, pero nadie se arrimaría a mí salvo la muerte.
El coche de línea ha aparcado frente a mí. Los viajeros me observan tras los cristales y yo me veo reflejado en ellos, frondoso, alto, fuerte. Un joven dibuja a punta de navaja en mi corteza un impaciente corazón y escribe sobre él: “Pili y Lolo”. La piel me escuece y a ellos les pica el corazón. He dado sombra a las tertulias de mi abuelo con sus quintos. He cobijado de la lluvia a los niños con sus juegos.
“Me encanta ser el olmo de la plaza de mi pueblo”. He escondido amores prohibidos junto a mis raíces. He visto asesinar frente a mi tronco a don Francisco, el maestro de escuela. El que nos enseñó los nombres de las plantas. El que nos leía poesía junto al río. El que nos descubrió el secreto de la oruga convertida en bella mariposa. La noche que lo abatieron, varias de ellas salieron de los agujeros sangrientos de su pecho. Se posaron un instante en mis ramas y desaparecieron para siempre. He recibido los puñetazos de un joven, que con un morral a la espalda, ha regado la tierra con sus lágrimas de rabia. Ha gritado a la noche: “Te juró que algún día volveré y seremos felices”. Su promesa espera posada en mis ramas, como el búho que me visita cada noche. He disfrutado viendo parejas danzar al ritmo de pasodoble bajo las luces de colores. He sentido el calor del rostro del niño, con los ojos cerrados con fuerza y contar: “un, dos, tres, al escondite inglés…”
He decidido ser olmo. Aunque no empiece por “t”. Quiero seguir siendo el olmo de la plaza de mi pueblo. Solo pido que alguien escriba algo sobre mí antes de que “el carpintero me convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta”.

Tomás García Merino
Grupo B


EGLANTINA

Desde el principio consideré a las flores una necesidad,
lo mismo que el comer. MAY SARTON


Pensando en una planta que empezara con E, me vino a la cabeza eglantina, no sabía siquiera que fuera una flor. Cuando descubrí la identidad de mi intuición, sentí un sobresalto, era la pequeña rosa de las zarzas que en otoño se llenan de escaramujos.
Desde muy niña, yo miraba y acariciaba aquellas flores como un regalo del campo que nada tenía que ver con la vulgaridad de los geranios que veía en las ventanas del pueblo. Me emocionó especialmente que hubiera un zarzal de eglantinas junto a la cerca de un huerto de mi familia. Eran, sin saber su nombre, las delicadas flores de mi infancia de un blanco nacarado y una aureola de un rosa pálido indescriptible. Probé varias veces los arañazos del arbusto, al intentar coger alguna de esas rosas pequeñas y primitivas que, con sus espinas, me auguraban el dolor y la belleza en que consiste la vida.
Ahora siento que, a través de un hermoso nombre, he recuperado también las vivencias del otoño cogiendo escaramujos y haciendo collares.
Estoy segura de que, en civilizaciones remotas, como en la agreste Grecia, ya jugaban las muchachas con las eglantinas.

Emilia González
Grupo B


Rendición

Entre tú y yo media una guerra callada e insidiosa que ha llegado a ser despiadada. Mientras yo te he combatido hasta hoy con embestidas repentinas e improvisadas batallas, tú perseguías minúsculos avances casi imperceptibles pues sabías que el tiempo corriendo incesante era tu aliado. Aunque somos encarnizados enemigos nunca deseé tu muerte sino obtener una victoria incontestable que te dejara inerme y abatido.
Odiado Pino: Como una mina te dejaron plantado a solo unos palmos de mi huerta y al principio te vi tan desmedrado y frágil que no dudé en defenderte de las añagazas de la invasiva verdolaga o de la áspera acometida de los cardos. Hasta escatimé el agua a los surcos por aliviar tu sed en los rigores del estío.
Pero la varilla raquítica que eras porfió y dio en engrosar y escalar hacia el cielo, en desplegar tramposa sus raíces bajo la tierra y en disputar sales y soles a las ingenuas lechugas y a las presumidas berenjenas. “¡No!”, me dije y en ese instante declaré abiertas las hostilidades y decidí tornar todas mis atenciones en desapego.
Reconoce que siempre he sido un adversario noble que solo ha peleado con sus manos desnudas y, si acaso, una humilde podadera o una tosca sierra de carpintero. Únicamente me atreví a recortar tu sombra cuando palidecía el rojo de mis tomates o a talar una raíz traicionera si amenazaba estrangular las vides. Mientras tú, hipócrita, disparabas a mansalva tus agujas contra el sembrado o recrudecías el bombardeo de tus piñas vaciadas.
Hoy, extasiado ante tu porte soberbio, rozando con las manos la aspereza negra de tus escamas, he visto en el tronco el brillo cristalino de tu resina como si de lágrimas se tratara. ¿Acaso lloras? ¿Quizás te causé más daño del deseado? Me arrepiento ahora de tantas arremetidas inútiles, de tanta energía desperdiciada. ¡Sea!, pues, firmo mi derrota incondicional, me declaro vencido y despliego, humilde a tu pie, todo mi armamento. Me entrego sereno a tu capricho esperando, rendido e implorante, una misericordiosa clemencia seguramente inmerecida.

Pepe Lorenzo
Grupo B


La plantita de menta

Mi padre –que tenía raíces hortelanas– quiso que no faltase en mi jardín una plantita de menta. Con mucho esmero cavó un trocito de tierra al lado del muro y enterró un recipiente de plástico al que, seguidamente, trasplantó la pequeña mata que había traído de su huerto. Le pregunté el porqué del táper y me instruyó ampliamente –como era su costumbre– sobre la necesidad de impedir que las raíces se propagaran más allá de lo deseado. Es una herbácea –me dijo con autoridad–, que posee estolones subterráneos y superficiales que, a menudo, la convierten en invasivas.
¡Y qué razón tenía en lo de la embestida vegetal! El pequeño contenedor resistió un tiempo pero, al cabo de tres años, la hierbabuena había traspasado las barreras, conquistado nuevos espacios y se erigía en la dueña del territorio. También había alcanzado una altura de más de 50 cm y la colonización abarcaba prácticamente toda la superficie, cosa que contrarió enormemente a papá al poner de manifiesto su error de cálculo puesto que la medida no había sido eficaz.
No hice ningún drama de ello, al contrario, me gusta la menta. Utilizo sus hojas para mil recetas de cocina y para las infusiones. La tengo al alcance de mi mano, recién cogida, con todos sus efluvios y sus propiedades intactas. Cuando salgo al jardín sólo tengo agacharme un poco y mover los tallos para inundar el aire con su aroma. Otra ventaja es que, como no he tenido la suerte de que el césped haya querido arraigar en mis dominios –con todo el empeño que he puesto–, el color sus hojas me conforman y suplen el tapiz verde que yo anhelo. Y me huelen a papá.

Maxi Moreno
Grupo B


BELLADONA

Narcótico antiguo
de hechizos y encantamientos
pócimas y ungüentos.
Protagonista de rituales y alquimia,
de orgías y magia oscura.
Con efectos hipnóticos y anestésicos
también cosméticos.
Dilata pupilas,
sonroja a la piel,
pero si te pasas de dosis
también mortal es.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Con la L

Me toca hacer un relato de una flor que empiece con la letra L, pues mi nombre es Luis. Aquí empieza el problema, o la casualidad, porque mis apellidos empiezan por I y por S.

Ya está, voy a escribir sobre la flor de LIS. Y existe mucha documentación al respecto:

Símbolo de poder, soberanía, honor lealtad y pureza de cuerpo y alma.
Palabra de origen francés, significa lirio, se utiliza en los blasones y escudos de la realeza francesa.
Otros dicen que su origen es la flor de loto de Egipto.
Para otros es la alabarda, arma de hierro con tres puntas.
Utilizada en los mapas para señalar el norte.
En tatuajes, para representar la pureza y rectitud en el actuar.
Símbolo del movimiento scout.
Con su símbolo se marcaba a fuego a las prostitutas, ladronas y adúlteras.

Visto así... ¡Cualquiera se hace un tatuaje!

Luis Iglesias
Grupo B


Cactus, cactáceas, cardos

Solo se puede sobrevivir 40 millones de años con una aureola llena de espinas, y flores fucsia y púrpura en la corona. La saña y la belleza. La soledad que dan las espinas, y el robo de mi sexo por unas garras, o unas manos seducidas; por abejas mínimas, por aves de picos elongados, o por astutos colibrís u hormigas con afanes. Puedo ser dolor punzante, o escaso y divino fruto, para quien quiera aprehender demasiado de mí. Mis flores también son tan solitarias como hermafroditas, gineceo y androceo como uno; pequeñísimos mantos de simetría perfecta tienen sus pétalos. Todo, las espinas, flor y frutos resguardan la libertad de quien quiero ser: savia acuosa para la sed de quienes necesitan enfrentar el espejismo.
Soy originaria de América, eso ya lo sabes. Pero apreciada en todos los jardines soleados del mundo por mi resistencia: con poco sé vivir y brotar.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A

In taberna mori. Literatura y vino

Decía Scott Fitzgerald: "Bebo, porque cuando bebo ocurren cosas". Y eso es lo que ocurrió en la sesión del taller de escritura creativa del lunes pasado.
Hablamos de la relación entre la literatura y el vino, muy evidente en nuestro refranero y presente en numerosísimas obras desde El lazarillo de Tormes, la Celestina o Don Quijote de la Mancha hasta El don de la ebriedad de Claudio Rodríguez, un poeta cuyo hábitat era la taberna y que podría haber firmado ese fragmento del Carmina Burana que dice "meum est propositum in taberna mori". Siempre y cuando, eso sí, el vino fuese de Toro.
Hablamos del libro Vino et poesía, editado por José Luis Gallero y que cuenta con textos de Francisco de Quevedo, Nicanor Parra, Rubén Darío, los hermanos Machado, Floira Fuertres, Rosalía de Castro, Miguel Hernández, Olga Orozco, Claudio Rodríguez, Federico García Lorca, Pablo Neruda o Mari Ángeles Pérez López entre otros.




Pero antes de tomarnos el primer trago de la tarde aprovechamos para brindar con uno de los muchos textos con los que le gusta brindar al escritor y narrador Ignacio Sanz, compilador de muchos brindis en nuestro idioma:

Vino vinin, de la copa copin,de la cantincopa.
El que no diga tres veces:
Vino vinin, de la copa copin,de la cantincopa,
no beberá ni una gota.
¿De donde eres?
De Villarramiel.
¿Vecino?
De Gibraltar
¿Donde tienes la casa?
En la plaza.
¡Caramba ! Junto a mi casa.
¿ La viña?
En la cuesta.
¡Caramba !, junto a la nuestra.
¿Cómo se llama tu mujer?
Marí­a.
¡Caramba !, como la mí­a.
¿Y tu hermana?
Ana.
¡Caramba!, como mi hermana.
Y cómo es que siendo de Villarramiel
vecino de Gibraltar; teniendo la casa en la plaza,
caramba junto a mi casa; y la viña en la cuesta,
caramba junto a la nuestra; y llamándose tu mujer Marí­a,
caramba como la mí­a, y tu hermana Ana,
caramba como mi hermana.
¿Por qué no nos conocí­amos?
Porque no bebí­amos.
Pues para que nos conozcamos, BEBAMOS.


El primer chato de vino nos lo sirvió Alberto Cortez con su poema "El vino":


 

Y después se sucedieron las rondas. Primero José Hierro con su soneto "Vino de crianza", después Manuel Martínez Remis con su texto "El vino" y finalmente Rafael Morales con un excepcional poema titulado "El vino":

Dejadme que repose aquí, en mi cuna
de roble o de cristal, estoy cansado.
Para llegar hasta donde he llegado
sudé de sol a sol, de luna a luna.
Robé la claridad sumido en una
raíz de sombra. ‘El robo que he robado’
lo hice oro y rubí, transfigurado
por la sabiduría y la Fortuna.
Terminé mi tarea. Ahora descansa
en la sombra mi cuerpo, en ella amansa
el hervor jovencísimo de antaño.
Pero los dioses nunca mueren, juro
que respiro. Y espero: estoy seguro
de mi resurrección al tercer año.


***

¿Tú sabes lo que es el vino ?
Compañero, es algo fundamental.
Alivio para el camino
y, a la vez, un amigo tan leal...
y enemigo tan cruel...
Ser extraño éste del vino
con su “duende” y con su “aquel”.
Yo he visto, sin comprender,
en muchos hombres borrachos
otra manera de ser...
¿Será que el vino es veneno? No, señor...
El vino, en sí, siempre es bueno.
El malo es el bebedor.
Es sangre de tierra, de esa gran amiga
que alienta lo mismo la flor que la ortiga
y que nos sostiene en la dura guerra
que es nacer un día, costumbre vacía,
y, también costumbre, es morirse un día.
El vino es un buen conjuro
para el dolor y el olvido.
Pena pura y vino puro,
mezcla que quita el sentido.
Pero, ¿el vino hace olvidar ?
Pero olvidar, ¿para qué ?
¿Para volver a empezar ?
El vino es hembra perdida,
noctámbula y desgarrada,
encuentro de madrugada...
Para novia, artificial
Para mujer, aburrida.
Para querida, ideal...
la soledad al final,
es el vino de querida.
Con el vino el sueño deja
de ser sueño siendo más.
Con el vino se despeja
el horizonte sombrío.
No existe el nunca, el jamás,
la derrota ni el hastío...
el vino es copla frustrada,
verso que no se escribió.
Pasión siempre recordada
porque acaso no existió.
Se hace un recuerdo... de nada.
Es un mundo diferente
de la angustia y del fracaso.
El “maná” de mucha gente.
Dios lo ha metido en un vaso
El vino nunca precisa
definición... ¿para qué ?
Es el vino... llanto... risa... ¡yo qué sé !
Al final, nada nos debe.
Nos da el triunfo, pasajero,
de ser como uno quisiera
y nunca ha podido ser...
Por eso, la verdadera
borrachera, compañero,
es la del hombre que bebe
y no le gusta beber...


***

El vino rojo encierra una gran rosa,
un demente clavel enardecido,
un palpitar de ensueños y de olvido
en la purpúrea entraña silenciosa.
Su roja soledad, su perezosa
materia sin contorno y sin sentido
es pulpa de esperanza y de gemido,
fruto caliente de locura hermosa.
La copa es una herida donde alienta
la sangre del olvido y la alegría
en una llama cálida y violenta.
Dame tus alas rojas, copa mía,
puebla mi corazón que se alimenta
de dolor de la vida cada día.


Comentamos algunas frases célebres sobre el vino y recomendamos la lectura de La cata, el breve relato de Roald Dahl, publicado en el New York Times y editado por Nórdica e ilustrado magníficamente por Iban Barrenetxea.




Propusimos dos tareas de escritura creativa (a elegir):

1. Escribir un texto de ficción donde abordar el misterio que plantea la siguiente noticia publicada en La Vanguardia ("Misterio sagrado: ¿Qué vino bebió Jesús durante la Última Cena"?

2. El genial Ramón Gómez de la Serna escribió "En el género epistolar no hay que olvidar la carta de los vinos". Así que decidimos escribir dos cartas, la que le escribiría el vino tinto al vino blanco y su consiguiente respuesta.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Rojo indescifrable

Marta y María habían sido avisadas por María la de Magdala, la amiga entrañable de Jesús. Tenía el pálpito de que las cosas se precipitaban en el destino del Maestro; estaba serio y ausente y , aunque Juan les había comentado lo de la invitación a cenar todos los discípulos con Cristo, la Magdalena sabía que aquella cena tenía un significado trascendental.
Le comentaron a Juan que las tres prepararían unas viandas dignas y llevarían un vino especial, y un pan blanco, como de harina celeste. Pondrían en ello todo el corazón.
El padre de Marta y María guardaba en su bodega un vino un tanto claro, pero la bebida de amor que imaginaban, había de ser de un rojo intenso como la sangre, perfumado , frutal y dulce, que atacara directamente al corazón y extasiara la mente. Como preparado por ángeles femeninos.
Marta se dispuso a buscar miel en casa de Esther, para agregarla al vino, tenía fama de floral y exquisita. Su hermana María exprimió mucho jugo de granadas
que también fue añadido y la Magdalena echó montones de pétalos de rosas oscuras, de las que maceraba para sus perfumes. Dejaron reposar aquel vino especial para que se tiñera de granate y adquiriera un sabor amoroso.
Pasados unos días, colaron la bebida y se la llevaron a Juan en jarras exquisitamente decoradas. Querían que, aunque fuera cena de hombres, su espíritu estuviera presente.

Emilia González
Grupo B


Greguerías del vino

El vino tinto presume de que su delirium tremens es sicodélico y el del blanco un pálido reflejo.

El vino blanco es políticamente correcto, y en vez de hablar de vino tinto prefiere el eufemismo de vino de color.

En las bodegas del Far West el vino blanco tiene la denominación “rostro pálido”, y el tinto, “piel roja”.

Bebía vino peleón, blanco y tinto, y se pegaban.

El vino peleón provoca grandes resaKOs.

Era un cava peleón y disparaba tapones.

Bebía vino de todos los colores y sus “pedos” eran arcoíris.

En la última cena los apóstoles vascos bebieron calizmocho.

Les gustó tanto a los apóstoles el vino de la última cena que pusieron una cruz en la barrica.

Se declaraba por carta de vinos, decantando su amor.

Aquel borracho decía que la que estaba alcoholizada era su sed.

A la salida de la taberna había una farola que era el tío vivo de los borrachos.

El poeta borracho escribe una beoda al vino.

Bebía para olvidar, pero nunca se olvidaba de beber.

Algunos borrachos van de incógnito a las reuniones de Abstemios Anónimos para reafirmarse en sus creencias.

Vino, bebió, vivió.

Era un bodeguero bebedor, y se le iba la vid en ello.

Suspendió en matemáticas, lo que con los años le llevó al alcoholismo porque nunca aprendió a tomar una copa de menos.

Aquella joven chapada a la antigua no bebía antes de las comidas, porque quería llegar virgen al maridaje.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


El vino que se bebió durante la Última Cena

Hay mucho escrito sobre la Última Cena, pero acerca del tipo de vino que se vivió en ella ni Mateo ni Marcos ni Lucas, especifican nada al respecto.
Decidí ponerme a investigar por mi cuenta.
Me metí en el programa "Swivel" dentro de la operación Caballo de Troya, y estuve a un "tris" de utilizar la máquina del tiempo. Al final no me apunté, pues no me aseguraron del todo el viaje de vuelta, Por no hablar de que no sabía el suficiente latín como para entenderme con los romanos de la época. Tampoco creo que me hubiesen dejado entrar a "oler" lo que se comía y bebía en aquella cena íntima.
Entonces opté por el "viaje astral". Aprendí a salir de mi cuerpo, observarme, viajar en el espacio, y volver a mi cuerpo a continuación. Un gurú de Chennai me enseñó a trasladarme en el tiempo con mi cuerpo astral, con lo que decidí viajar hasta el año 33 de nuestra era.
Una vez allí, me coloqué detrás y por encima de Jesús, pues ya dominaba el movimiento de mi cuerpo astral.
La comida consistía en cordero asado, dos tipos de hierbas, sal y ajo, pan ácimo y una salsa parduzca. Vamos, que se comieron un plato de cordero asado con ensalada para que nos entendamos.
Para beber tenían vino y agua, cada uno tenía un vaso, aunque el de Jesús era un poco más grande. Había un cuchillo de hueso para cortar el cordero, pero comían con las manos.
El vino era tinto, probablemente procedente de Galilea, de dónde era Jesús, pero como lo había comprado Judas Iscariote, podía proceder de los altos de Golán o de los montes de Judea, de dónde era una variedad llamada "Sansón" muy apreciada en la época.
Imposible saberlo, pues, aunque en todas las comidas se habla y se valora el vino que se está bebiendo, yo no entiendo ni una palabra de arameo.
Entonces el milagro sucedió. Jesús se dio la vuelta, miro hacia arriba, y me vio. Me miró y me dijo en perfecto castellano actual (por algo era el Hijo de Dios): este vino no es tan bueno como vuestro Vega Sicilia, es algo "peleón", y por eso lo han aguado, aromatizado, edulcorado y especiado, con lo que se deja beber; además tiene unos 10 grados, con lo que se puede beber en cantidad sin llegar a emborracharse.
Después de decirme esto, se dio la vuelta y continuó hablando en hebreo con sus discípulos.
Volví al presente y a mi cuerpo carnal, y heme aquí con esta preciosa y precisa información que os acabo de transmitir. Espero que a partir de ahora no quede ninguna duda al respecto.

José Luis Fonseca
Grupo A


Cartas de vinos

Amiga botella de Blanco, te cuento:

El hombre me cogió con fuerza del cuello y me llevó al dormitorio. Detrás y muy pegadita venía la mujer con una copa en la mano. Estaba yo a medias pero todo indicaba que me vaciarían rápido entre los dos antes de ponerse a lo suyo. Ambos bebían de la misma copa, que el vino siembra poesía en los corazones, como dejó dicho un ilustre. Y, bueno, me vaciaron, sí, pero yo era la segunda ya; se habían trasegado otra enterita a la mesa y no dejan de ser 14,5 grados, Gran Reserva 2006, no es por presumir. No podía terminar bien aquello… y no terminó. Fue un gatillazo tremendo, pobre hombre; dicen que los vinos estimulamos el deseo y dificultamos la función.

Te escribo para que te vayas preparando porque el próximo fin de semana la pareja tendrá la cena en “tu” casa, que no había caído yo en la cuenta de que él a la rubia la llamaba Patri, o sea, ella era “tu” Patricia, qué cosas tiene la vida, ¿eh? Menuda se puso de alabanciosa con las cualidades del vino blanco: que si con nosotros, o sea con los tintos, pasa lo que pasa, y que no estaba ella dispuesta a un nuevo fin de semana en castidad. Escríbeme y me cuentas.

Confío salgan las cosas ahí mejor que por estos lugares.

Un abrazo.

***

Amiga botellita de Tinto:

Aquí fue todo un éxito, y eso que hubo momento en que la cosa amenazaba ruina lo mismo que ahí la semana pasada. Pero “mi” Patricia como tú dices no debía estar muy segura y había preparado un plan B. Una vez más se demuestra que mujer prevenida vale por dos, me parece que hay un refrán de los humanos que dice eso. La cena había sido abundante; yo hacía la tercera botella y andaba ya menos que mediada. Para mayoría de la gente los 12 grados son más llevaderos que los presuntuosos 14,5 de tu alcurnia, y si a eso añadimos que al bebernos fresquito pasamos mejor…

El caso es que otro gatillazo monumental del hombre. Pero todo tiene remedio, Patricia lo llevó al cuarto de invitados para que durmiese la mona sin molestar y ni corta ni perezosa, llamó a su amor, a su verdadero amor, que más vale lo bueno conocido. Enseguida llegó Marigel, dispuesta; Marigel es rubia también y de gráciles dones, y aquello fue una noche para enmarcar. Claro que lo primero fue que me apuraron en plan brindis, despacito y paladeando, pero hasta la última gota.

Me vino a la memoria lo que pregonaba el clásico: que donde no hay vino no hay amor. Yo voy de acuerdo con ello, pero añadiría por mi cuenta que el vino es para saberlo beber, y que tanto da vino tinto/tinta/tinte, como blanco/blanca/blanque, ya ves qué decires tan tontos han traído los tiempos.

Mis mejores deseos, colegui.

Otro abrazo para ti.

Pascual Martín
Grupo B


La última cena

Simón era la persona en que confiaba Jesús para elegir el lugar donde reunir a todos los apóstoles cada vez que tenía algo importante que comunicarles.
Esta vez, el día señalado fue el 1 de abril del año 33 a.C,, a las ocho de la tarde; el lugar, el Monasterio de Santa María delle Gracie en Milán.
El menú, sencillo: a base de parota, jaroset, salsa de pescado, panes sin levadura, aceitunas con hisopo, hierbas amargas, pistachos y pasta de nuez; y tres jarras de vino tinto de origen persa, uva syrah de 14º grados.
Simón y Bartolomé se acordaban de la cena anterior cuando Jesús, después del primer vino, se metió con Pedro, acusándolo de que le negaría tres veces.
En esta ocasión ya estaban atentos y ocurrió lo mismo: al primer sorbo del vino, no se sabe si por tener aún el estómago vacío o por qué, pero dijo: “Uno de los aquí presentes me traicionará”. Antes de que siguiera metiéndose con otros apóstoles, Simón le cambió la jarra por una de agua, y así pudieron terminar la cena felizmente.

Luis Iglesias
Grupo B


El Di-vino

El Hijo del Hombre (como a Él le gustaba que le llamaran) sabía que aquella cena no sería una más. Vertió su vino cosechero en las copas de sus discípulos con la misma generosidad que poco tiempo después lo haría su sangre por las calles de Judea. Su Grandeza Crística no le impidió, encarnado como hombre, cuidar de las cepas herencia de sus abuelos maternos, con tanto mimo como lo hacía de todos. Juan el Bautista y María Magdalena le arropaban en un segundo plano desde su diestra, atisbando un halo de profunda tristeza en su rostro. Quizá fuesen los efluvios de su caldo di-vino o el eclipse lunar, pero sobre el mantel de hilo, entre las migas de pan ázimo, quedaron desnudas verdades como la traición de Judas o la negación de Pedro. Aun así, en solemnidad, Jesús quiso hacer su último brindis con sus hermanos y esposa, a modo de ofrenda a Dios. Alzó el cáliz, un cuenco de ónix tallado por el rabí Nicodemo, invitándoles a beber de él su exquisito vino, convirtiéndose desde ese mismo instante, en su propia sangre sellando una alianza nueva y eterna entre los hombres y la Divinidad.

Carmen Pedrero Robles
Grupo A


DON JUAN TINTORRO

¡Cuál gritan esos claretes!
Pero, ¡mal rayo me parta
si en concluyendo la carta
no los convierto en sorbetes!
“En bodega de Rivera

del Duero, la capital
del tinto mejor que hubiera,
a fecha de tal y tal.
Mi querido primo Blanco:
¿Qué me cuentas, qué tal vas?
Te escribo desde un estanco
cubilejo del lagar,
antes de que me introduzcan
en botella de cristal
y que luego me conduzcan
donde me han de etiquetar.
Supongo que habrás oído,
pues se ha dado a conocer,
de lo que hubo acaecido,
en la boda de Don Guido,
el famoso canciller,
con la dama Cunegunda,
quien siendo prima segunda,
le aventajaba en alcurnia
dos peldaños si no tres.
Estuve yo allí presente,
como invitado de honor,
en lugar tan preferente
que siquiera a un presidente
le pondría un diligente
en posición superior.
Pues no en vano estaba yo
con todos los comensales,
fueran nobles de caudales
o vulgo de lo peor.
Con todos yo departía
y a todos yo les gustaba
y cada cual me quería
más y más según pasaba,
cual balsámico granate,
de la jarra a su gaznate,
sin cesar en su porfía.
En poco más de una hora
se hizo una gran alegría,
notorio que cosa mía,
y apunte que corrobora
el notario que allí había.
Mas llegó la algarabía
al punto de ebullición.
¡Perdición!
Ya sabes que en ese punto
tú y yo tenemos el don
de enredar cualquier asunto
hasta la transmutación.
Asenté, pues, mis reales
sobre las mesas corridas
y empecé a hacer en las vidas
de las gentes cosas tales
como darlas por perdidas
o trocarlas animales.
Abrió mi llave maestra
la caja de los amores.
Para botón una muestra:
Un infeliz cojitranco
arrancó un ramo de flores
Y le juró amor eterno
a una vieja que en un banco,
sujetada con un perno,
disfrutaba mis sabores.
Y como dijo que sí,
habiendo más de un testigo,
dio el cura su bendición
en medio del frenesí,
quedándose él como un higo
y la vieja en conmoción.
De suerte que aquella boda,
al unírsele tal coda,
no fue una sino dos.
¡María, madre de Dios!
Al punto me fui a otro lado,
donde un conde susceptible
le irritaba lo indecible
a un marqués malencarado.
Al ser cuestión de linaje
lo que allí se debatía,
y rayaba en el ultraje,
me entregué yo por mi cuenta
a su boca en demasía,
por ver en qué pararía
tanto lustre y tanta afrenta.
Y después de mucho herirse
con insultos poco tiernos,
como “sois un hijoputa”,
y “vos hijo de unos cuernos”,
convinieron en batirse
con espadas en un duelo,
que terminó con el conde
ensartado allá por donde
te mandan derecho al cielo.
Finiquitado aquel lance
me fijé en un usurero,
que le contaba en romance
a quien tuviera a su alcance
historias de su dinero,
presumiendo sin un pero
y con el ánima en trance.
Parecióme, pues, el caso,
que le diese una lección,
aconsejando a un bribón,
¡bendita fue mi elección!
que se acercara al payaso
del dinero, pues acaso
pudiera cambiar de arcón.
Acercóse el bribonzuelo
poniendo cara de tonto
y el avaro, por lo pronto,
ya picó el primer anzuelo,
pues el otro le mostraba
dinero que se apostaba
aparentando ser lelo.
En menos que canta un gallo
apareció una baraja,
y en menos que truena el rayo
el bribón dejó su sayo,
su tontuna y su caraja
y desplumó al papagayo.
Fuime de allí alborozado,
sintiendo el deber cumplido,
y anduve luego empinado,
trasegado, compartido,
efluviándome hasta el techo
y sacando buen provecho
como buen entrometido.
Mas no todo quedó en eso,
que aún me queda lo mejor.
Escucha con estupor
y no distraigas el seso.
En medio de aquella fiesta
Me fijé en el canciller,
y aunque su facha era enhiesta,
su mirada era indigesta
y un mal rondaba su ser.
Parecía preocupado
y miraba a Cunegunda
como quien busca la hora
de soltarle tremebunda
noticia desgarradora.
“Este lo que necesita
es que haga migas conmigo”
Pensé yo.
Y al punto me di en jarrita,
en jarra y jarrón de amigo
hasta que habló.
“Mi queridísima esposa,
—le dijo palideciendo
y con un hilo de voz—
has de saber una cosa,
que es un secreto tremendo
que concierne a vos y a nos”.
“Hablad pronto, esposo mío
—y cuanto más lo miraba
más la pobre se asustaba
viendo la cara del tío—“.
“En el año veintisiete,
combatiendo en La Goleta,
un negro con un machete
me rebanó la trompeta.
Y veréis ahora en la alcoba
que nada hay ya que se yerga
pues donde antes hubo verga
hay el palo de una escoba”.
Se echó hacia atrás Cunegunda
con la faz desencajada,
y de impresión tan profunda
cayó al cabo desmayada.
Mas no acabó la mujer
con los huesos en el suelo
porque estaba el sumiller
de guardia del canciller,
quien pudo cogerla al vuelo,
no dejándola caer.
Despertóse Cunegunda,
y aún estaba entre los brazos
del sumiller, que era un moro,
notando en aquellos lazos
que ella era dama fecunda
y él más dotado que un toro.
Bastóles una mirada
de discreto entendimiento,
y quedó predestinada
a bajar de madrugada
donde fuese su aposento.
Acabóse así el jolgorio,
despidióse todo el mundo,
pasaron al dormitorio
Cunegunda y Cunegundo
y hasta allí llegó el casorio,
que concluyó de seguido
endilgándole ella a Guido
seis vasos de un servidor,
que soy vino del mejor
si hay que embotar el sentido
o hay que dormir a un señor.
Así pues, si en nueve meses
te entrara por el oído
que un hijo del rubio Guido
es más marrón que las nueces
dalo por cierto con creces,
que es normal que así haya sido.
Y con esto me despido,
expresándote el deseo
que mejor desea un vino:
que le beban bien servido,
que le beban guapo o feo,
que le beban de camino,
en la taberna o la seo
que le beban con jaleo,
que le beban del pitorro,
del porrón o de la fuente
del botijo o por el morro.
Te saluda cordialmente
tu primo Don Juan Tintorro.

Óscar Martín
Grupo A


Cartas de Vinos

En esta tarde de junio que tiñe de rosa el cielo, dora las piedras antiguas y deposita una pátina de azul ultramar sobre los árboles, después de un día de anteverano que adormece el espíritu y deja al cuerpo abandonarse a las sensaciones que se derraman generosamente por el ambiente, sentado en la balaustrada del molino centenario desde la que contemplo los rayos de sol filtrarse entre los chopos y los arcos del puente romano, después de habernos decidido por un plato de jamón de bellota y otro de queso curado, cuando presiento que todo está en su sitio y nada puede sorprenderme, el metre me acerca la “Cartas de Vinos”.

No es el librillo alargado con varias hojas de una lista interminable de denominaciones y precios de todo tipo, las tapas de imitación a cuero y grabado en letras de oro “Carta de vinos”. Se trata de un curioso libro, cuidadosamente encuadernado, con sobres de carta en lugar de hojas, conteniendo una misiva cada uno. En la contraportada puedo leer “Escoge una carta de un sobre con el color del vino del que quieras enamorarte”. Me quedo perplejo, gratamente atraído por esa propuesta que no voy a rechazar, quizá no solo encuentre la respuesta al mejor maridaje de un caldo con los mejores productos de nuestra tierra, a lo mejor puedo encontrar el mejor maridaje de mi persona con el mensaje escrito en una misiva. Decido probar suerte con un sobre rojo intenso, de color sangre pasión, anuncio de sabores fuertes y recios. Abro la carta y leo:

- “Eres inteligente, me has escogido a mí, el más imperial, el más belicoso de los caldos. Yo nací en tierra de emperadores y fueron mis padres los más sabios de los doctos del reino hace siglos desaparecido. Yo regué las celebraciones de grandes batallas, dando hermandad a los guerreros que iba a morir y llevando al delirio a los vencedores. No soy vino para débiles, ni para mentes exquisitas, me gusta regar los paladares de la gente ruda, decidida y sin la debilidad de la sensiblería. Bébeme si quieres sensaciones fuertes y subirás al altar de los escogidos, degustarás el sabor del triunfo, serás más hombre y vivirás a tope. Mi color está más próximo al del infierno y mi sabor al de un volcán en erupción. No seas torpe, bebiéndome te realizarás y tendrás………… “

He decidido que este no es mi vino. Ni el ambiente, ni mi carácter, ni mi forma de ver el mundo encajan con el mensaje de esta carta, que me resulta en exceso pretenciosa, cargada de autosuficiencia vacía, de tópicos belicistas, cercano a un anuncio de otras épocas, un vino para hombres-hombres. ¡Que se los beban ellos y sus criadores!. Devuelvo la carta a su sobre y sigo hojeando el libro, con un cierto regusto acre intenso en la boca

Después de este encontronazo me decanto por un sobre de color pajizo brillante, que al abrirlo exhala olores a frutas maduras.

- “Mi estimado amigo, te escribo esta carta como una declaración de amor. Quiero ofrecerme a ti con mi carga de perfumes embriagadores. He nacido en un huerto florido y he crecido con el cariño derramado por mis carísimos cuidadores, que me han elaborado con cepas celosamente seleccionadas. Soy suave y dulce, lo que me ha granjeado las preferencias de personas sensibles y almas delicadas. Espero que te sumerjas en toda la belleza que encierro y disfrutes de todas mis virtudes. He alegrado los brindis de la alta sociedad, las cenas a base de caviar, canapés y aperitivos gourmet. Si quieres glamour, escógeme, si quieres soñar con lechos blandos, música envolvente y ambiente selecto, escógeme, soy tu compañero perfecto, ya que…..”

¡Vaya plasta! Este vino será perfecto, pero me parece que su perfección es una poesía de adolescente inmaduro, seguro que su sabor es de ese dulce empalagoso que tarde días en disiparse de tu boca y años en borrarse de tu mente.

Estoy pensando en desistir cuando otro sobre rosado con destellos violeta llama mi atención. Abro la carta y un olor a frambuesa y grosella me llega lenta e insistentemente. Ya solo este aroma me anima y decido leer el mensaje contenido en su interior.

- “Hola ¿Cómo te va?. Te has cruzado en mi camino, pero no busques en mí nada especial, no soy perfecto, ni tengo espíritu, ni soy profundo, ni mi olor es esencia del bosque, ni mi color es trasparente y cristalino. Solo soy un vino rosado, que ha acompañado a muchos sin importancia como tú, pero que han podido gozar de mi compañerismo solos o en compañía. He animado las tardes de algunos tristes, he acompañado el desenfreno de algunos valientes, he sido derramado en copas de cristal fino, he resbalado por cuerpos de mujer o de hombre, he regado relaciones satisfactorias y reposadas y relaciones tempestuosas, he asistido a las alegrías y las penas de muchos seres anónimos, a los que he dado……”

Miro a mi pareja, sonrío y pido al metre una botella de vino rosado.

Manuel Medarde
Grupo A


CARTA ENTRE VINOS

Querido primo Tinto:

Como convinimos, te recuerdo que esta próxima la fecha de reunión familiar, para festejar
el taitantos milenario de los abuelos Parra y Pipo.
En vista de los frecuentes desencuentros que acontecen, generalmente después de los
postres y antes del baile, creo que es el momento de analizar cuales son, en nuestra
opinión, los puntos de fricción entre nuestras dos principales ramas , para tratar de limar
asperezas, con vistas a la obtención de un normal desarrollo del evento.
Para ello, sería conveniente que tus hermanos del sur, vinieran un poco rebajados de su
prepotente militancia colorista, su orgullo gluco-osado y del abuso ostensible de su
graduación. En definitiva que fueran menos peleones..
Este es el tipo de actitudes que nos hace aparecer a todos, a ojos de la sociedad, como si
crearamos hooligans de las despedidas de soltería.
Por otra parte, si pudiéramos controlar la manida costumbre de los cambios de color
dependiendo del alimento a ingerir, creo que evitaríamos en gran medida, los sudores fríos,
los rostros albeos y la dispersión emocional que esto produce en nuestros ocasionales
catadores.
No en toda ocasión tiene que resultar mejor el mestizaje y tanto tropezar en las mismas
piedras, parece cosa de tontos.
A la espera de poderte abrazar en persona, recibe un afectuoso saludo de tu primo

Tony LeBlanc.



Querido primo Tony: 

Agradezco la mesura y corrección que destilas en tu carta. Como tu bien dices tanto tropiezo es cosa de tontos, no de Tintos.
Pero creo que tu misiva adolece de un punto apreciativo fundamental, el de el libre albedrío.
No somos nosotros los que fomentamos la creencia de que las fiestas cuanto más coloridas
mejor.
Nosotros no engañamos a la parroquia, trampeando con el adictivo azúcar, para que el
efecto final sea de barco a la deriva. Tenemos nuestro propio dulzor.
Tampoco inyectamos gases carbónicos a los nuestros, ya hemos observado lo que hace
esa vergüenza para vuestra familia que llamáis Champán.
¿Cómo nos hace aparecer eso a los ojos de la sociedad en tu opinión ? Querido primo.
O prefieres que te envie el último número de la revista de la ACECONBESP (Asociación de
Cerebros Contra las Bebidas Espirituosas) y la visión que sobre nuestro primo tienen.
¿No es acaso mejor la graduación? que al igual que el algodón, no engaña
No puedo obviar el tema de vuestras campañas publicitarias.
Ese jugueteo entre bebidas carbonatadas y diosas olímpicas cuasi vestidas de dorados
ropajes. Ese maridaje entre alcohol y sensualidad. ¿Cómo crees que se pueden sentir
nuestras varietales femeninas al ser tan groseramente manipuladas?
¡A qué extremos habéis llegado en vuestra infiltración ideológica en La nouvelle cuisine!,
Fomentando el hecho de que las almejas u otros bivalvos se rieguen solo con vino blanco
¿Qué mensaje dais con esto a las futuras generaciones?
Respecto al mestizaje, nuestros abuelos ya nos han advertido largamente sobre sus efectos
y no seré yo quien ponga en disputa dicho consejo.
Espero que podamos vernos antes y rebajar las antedichas áreas de fricción.
A la espera de hacerlo en persona, recibe un fuerte abrazo de tu primo.

P Tinto

Anónimo


EL PROTAGONISTA OCULTO O EN DESAGRAVIO DE JUDAS

Estoy en esa difuminada tierra de nadie, en ese estado de duermevela donde los sueños son una prolongación de los sentidos .
Mi cerebro a bordo de una interminable montaña rusa de imágenes. El rostro de Athanassios, mi par en la iglesia Copta, con sus largas grebas al viento contemplando los cascos de las botellas ingeridas. Los dos cantando a grito pelado delante de la residencia del Mufti de Jerusalém. La bella policía que se acerca insinuante y me derriba a la par que me pone unas esposas. Los gritos obscenos de Athanassios advirtiendo de su estatus diplomático. La confiscación de nuestras bebidas. La salida del calabozo, negociada por un irritado señor de sombrero violeta y los sonrientes rostros de los oficiales que me escoltan amablemente hasta el avión. 
Ese gran tubo con alas, que agitado de forma inmisericorde por fuertes turbulencias, me mantendrá despierto y al borde del vómito…. definitivamente, despierto. 
Lo comprendo en el instante en que atenaza mi estómago la desagradable pastosidad del exceso, mezclada con la sensación del semi fracaso de mi misión y la desazón por las molestias causadas a mis superiores por el infausto y báquico incidente, amén de sus posibles consecuencias. 
Recordé el momento en que S.E.R. el Cardenal Frascatti, Prefecto de la Congregación de Asuntos Orientales, me designó para la “ sigilosa y delicada misión”, de la cual volvía en aquel atestado y zarandeado vehículo. 
Poco antes de aterrizar en Fiumicino, fantaseé con la posibilidad de dejar las explicaciones para el día siguiente e irme directamente a unas termas y posterior masaje, a sudar la embotadora resaca, pero mi rutina interior del sentido del deber, me corto aquel conato epicúreo. 
Mejor sería dar cuenta de mis pesquisas y, pasados mis actuales malestares, volver a mis investigaciones sobre la vida familiar.d N. Sr. J.C. de las que fui abruptamente apartado por S.E.R y por las que (si todo iba según el guión) podría ser nombrado obispo de la antigua Asturica Augusta.
Me esperaba un chauffeur enviado por la Congregación que a través del congestionado tráfico de la ruidosa Roma, me llevo directamente al Vaticano, no sin antes informarme de algunos chismes recientes de índole estrictamente doméstica, excepción hecha, de la próxima intervención de juanetes del Santo Padre. 
S.E.R el Cardenal, no me hizo esperar demasiado y tuvo la humorada de ofrecerme un aperitivo quinado, cuya sola mención angustió mi estómago 
-¿ Y bien? inquirió el Cardenal. A la vista de que el E.S, no ha iluminado sus pasos, espero que al menos lo haya hecho con su encargo... 
-Puesss...no del todo, Su Eminencia( preferí ser diplomático) El estado actual de la investigación sobre las varietales existentes en la zona de Jerusalén hace dos mil años, no esta muy avanzada. 
-De ciento veinte variedades autóctonas supervivientes de aquella época,( prosegui) solo veinte son aptas a efectos de este caso y de ellas , se han decantado por tan solo cinco para su procesamiento y venta. 
S.E.R. agitó una campanilla y apareció una Sor a la que rogó, me trajera una tisana de ortiga y hierbabuena( bendita sagacidad de S.E.R) y una vez trasegado el primer vaso, Su Eminencia con un gesto me indico que prosiguiera. 
-La Gremison Winery, es la única que utiliza frutos autóctonos, criados en el valle que hay entre Belén y Jerusalén que son las ciudades que marcaron el nacimiento y muerte de N, SR. J.C (y proseguí) 
-Variedades com Dobouki, Jandalí, Hamdani y sobre todo Baladí( a esta última Eminencia debo mi actual estado). Se tratan de caldos densos, untuosos , de alta graduación, es seguro que alguno de estos, fué el utilizado en La ultima Cena. 
Son de tal contundencia y te dejan el ánima en tal estado que,(si me permite Su Eminencia), no es asunto baladí el libarlos a juzgar por las reacciones y efectos de su ingesta en mi persona y eso teniendo en cuenta su esmerada elaboración actual. 
-En época de Nuestro Sr, los endulzaban con miel , aderezaban con picantes e incluso los ahumaban, si me permite Su eminencia, ese brebaje sometido a dichas prácticas, no es de extrañar que contribuyera al enfrentamiento entre N.Sr y el apostol Judas Iscariote y el posterior y equivocado comportamiento de este. 
Su Eminencia quedó boquiabierto ante lo novedoso de mi aserto y reaccionando con presteza,tras una corta admonición, sobre la perniciosa influencia del alcohol en la labor evangelizadora, alargó su mano para recibir mi ósculo y al tiempo que me dirigía una bendición, dio por terminado el relato.

SEQUENTIA ET EXITUS: Una semana después, recibí una misiva de parte de S.E.R, en la que me encomendaba a la advocación de Santa Bibiana(protectora de los alcohólicos), me agradecia los servicios prestados y me enviaba de párroco a Mexico, al Estado de Coahuila, Diócesis de Torreón, parroquia de San Judas. 
Agradecí en lo más intrincado de mi corazón, a Su Eminencia Frascatti su encomienda y le perdone de antemano por si hubiere incurrido en inclemencia. 
Tome como positivo el hecho de que en aquel lugar olvidaría todo lo que tuviese que ver con la vid.
Pero al llegar a la parroquia quedé atónito por el hecho de que el sacristán titular de ella, era una persona inusualmente blanca. 
¡Era un sacristán albinoooo! 
Y acepté, con cristiana resignación, el recado punitivo y de poder de la curia y en particular de S.E.R , al que Dios Nuestro Señor, espero llame pronto a su seno.

Níspero

Escaparates. Mirar con detalle

Ayer nos fuimos de escaparates. Llevamos tanto tiempo mirando a las pantallas y encerrados en casa que decidimos salir de tiendas y desahogar la vista.
El origen de la palabra "escaparate" hay que buscarlo en el neerlandés, en la palabra schaprede (alacena, armario) que se compone de la voz schapp o "estante" y reden o "preparar".
Esta palabra nace vinculada a lo doméstico, a esas vitrinas de los armarios donde se guardaba la cubertería de plata (quien la tuviere) o la loza buena o a una especie de bandejas donde se mostraban o exhibían los objetos. Ese es el uso que le da Miguel de Cervantes a dicha palabra en Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El concepto de escaparate irá evolucionando con el tiempo y en 1880 comienza la historia del escaparatismo moderno con el uso del vidrio en los escaparates de las tiendas de Nueva York. El concepto de tienda moderna llega a España con el siglo XX y tuvo tanto éxito que comienza a acuñarse la expresión "ir de escaparates".



La tienda de juguetes, de Thomas_Kenningt

Transcribimos un artículo titulado "La novela de los escaparates" publicado en el Diario de Mallorca y del que desconocemos la autoría  pero que nos ha resultado muy interesante:

Palma, como cualquier otra ciudad, consiste en sus escaparates. El escaparate no sólo nos sirve para contemplar los objetos que en él se exponen, sino para quedarse obnubilado o en estado de meditación transitoria. El escaparate es poca cosa sin sus hermosas y descalzas escaparatistas. Me encanta verlas arreglar con mimo y ternura esos lugares expuestos a la curiosidad del transeúnte, siempre tan proclive al ensueño peripatético. La ciudad se expresa mediante sus escaparates. Hay algunos paupérrimos y desangelados, un poco sórdidos para la mirada del paseante, que lo que busca es, precisamente, ser seducido. Sin embargo, también tienen su encanto, aunque sea por defecto. Los hay suntuosos, barrocos, confusos como una novela oceánica y estereoscópica. Entonces, es menester que el caminante se detenga durante unos minutos para descifrar ese texto expuesto ante sus ojos. Los hay minimalistas, casi japoneses, como si fueran haikus, concisos, de una pureza asombrosa. Y es, entonces, cuando aparece la poeta del escaparate con sus cuidados y con todo su aprendizaje de lo bello para ponerlo en práctica. Los escaparates, no lo olvidemos, son el retrovisor de los peatones. Sin darnos la vuelta, hemos visto a personas conocidas cruzando la calle o mirando, embelesados como nosotros, ese mismo escaparate o, quién sabe, esa escaparatista descalza. Los escaparates, tampoco lo olvidemos, también son los espejos en los que contemplamos nuestros rostros vivaces o apesadumbrados. El curioso espejo a través del cual nos vemos mirar sin tapujos. A veces, he entrado en una tienda sólo con la intención de departir unos momentos con la escaparatista, aunque la excusa haya sido el precio de unos zapatos o de una camisa. Las escaparatistas suelen hablar en voz baja, una voz que acaricia el oído y eso, tras soportar el fragor de los automóviles, supone un descanso para el espíritu un tanto ajetreado a causa del ruido. La ciudad es una novela extensa que se compone de muchos párrafos que son los escaparates. Los capítulos los escriben los propios transeúntes, nunca los alcaldes o los concejales, por mucho que se empeñen en subrayarnos o, aún peor, en apostrofarnos. El pie descalzo de la escaparatista lo habría explotado como se merece el fetichismo de Buñuel. Menos humana, aunque no por ello menos bella, la maniquí también se merece un canto o una buena glosa. Admiramos su perfecta impavidez y esa ropa que tan bien le sienta. Gracias a los escaparates nos enteramos de las nuevas tendencias. Sombrererías, estancos, cafeterías, pastelerías, librerías, zapaterías, peluquerías (no hay que perderse los rápidos tijeretazos de los barberos y los afeitados a los clientes de toda la vida), galerías de arte (no hay que perderse las expresiones faciales que adoptan los visitantes, de asombro o indiferencia. Dejaremos para otro día sus comentarios en voz baja), farmacias (albricias, un nuevo crecepelo), tiendas de ropa interior femenina (de momento, es difícil acceder sin ser detenido a los probadores), tiendas de discos (Oh no, Mick Jagger y Keith Richards disfrazados de Papa Nöel), y un sinfín de párrafos de esa novela que siempre es una ciudad bien o mal escrita. Ese es otro tema. Y, por supuesto, el silencio gatuno de las escaparatistas cuya misión es una de las más dignas: la de embellecer el rostro de la ciudad.

En el taller hablamos de los escaparates del barrio rojo de Amsterdam, de Magila Gorila, una mascota que vivió muchos años tras el escaparate de la tienda de animales del Señor Peebles y que aguardaba a un comprador comiendo bananas. Mencionamos también las canciones "De cartón piedra" de Joan Manuel Serrat, "El escaparate" de Alejandro Sanz y "Extraños en el escaparate" de Miguel Ríos. Y cómo olvidar la canción de Golpes Bajos titulada "Fiesta de los maniquíes".
Hablamos también del papel de las redes sociales convertidas en nuestros propios escaparates, tal y como señala José Ovejero en su cuento "Escaparates". Y comentamos esta moda nórdica de cocinar tras una cristalera en los restaurantes o mostrar cuanto ocurre al otro lado del cristal como en las barberías y los gimnasios. 

Y aportamos algunos textos que reflejan la fascinación que despiertan los escaparates como el cuento de Ana María Matute "El escaparate de la pastelería":

El niño pequeño, de los pies descalzos y sucios, soñaba todas las noches que entraba dentro del escaparate. Tras el cristal había tartas de manzana, guindas rojas y salsa de caramelo, que brillaba. Aquel niño pequeño iba siempre seguido de un perro descolorido, delgado. Un perro de perfil.
Una noche, el niño se levantó con los ojos extrañamente abiertos. Los ojos de aquel niño estaban barnizados de almíbar, y su boca tenía dientecillos agudos, ansiosos. Llegó al escaparate y apoyó la frente en el cristal, que estaba frío. Sintió gran desolación en las palmas de las manos. Todo estaba apagado, y nada veía. Pero aquel niño sonámbulo volvió a su choza con las redondas pupilas, de color de miel y azúcar tostado, muy abiertas. El sol llegó, grande, y el niño lo vio entrar. No podía cerrar los ojos y suspiraba. En aquel momento una señora caritativa asomó la cabeza por la puerta. Traía un cazo lleno de garbanzos que le habían sobrado.
-Yo no tengo hambre . Yo no tengo hambre- dijo el niño . Y la señora caritativa , escandalizada , se fue a contarlo a todo el mundo. "Yo no tengo hambre", repitió el niño, interminablemente.
El flaco perrillo se marchó de allí, con el corazón oprimido. Volvió , trayendo en la boca un trozo de escarcha , que brillaba al sol como un gran caramelo. El niño lo chupó durante toda la mañana, sin que se fundiera en su boca fría , con toda la nostalgia.

También comentamos el articuento de Juan José Millás titulado "Quizá no salga nunca":

¿Qué le pasa al maniquí? ¿Se ha vuelto loco y está tirando la ropa del escaparate? En realidad son manifestantes saqueando una tienda en Barcelona durante la pasada huelga general.
Quizá el hábito no haga al monje, pero es evidente que el escaparate hace al maniquí. Un maniquí es lo que parece el chico que vemos al otro lado del cristal. Observen su postura, sus proporciones, su vestimenta… Sabemos que es un joven de carne y hueso por lo que decía el pie de foto y porque parece el responsable del vuelo de los pantalones vaqueros, también extrañamente detenidos en el aire. ¿No deberían haber salido movidos, desenfocados, borrosos? Pues no, ya ven, se aprecian sus costuras, sus etiquetas, su color… El movimiento está representado por quienes esperan, alborozados, la caída de las prendas que se llevarán a casa sin pagar. Quizá, piensa uno, no caigan nunca, quizá el chaval no salga jamás del interior del escaparate.
El escaparate es, por definición, “el otro lado”. Si se pudieran calcular las horas que el que suscribe ha pasado con la cara pegada al cristal de un escaparate, el resultado nos asombraría. De haber empleado ese tiempo en estudiar, podría ser notario. Los escaparates de las pastelerías, de las jugueterías, de las librerías… Los escaparates de las tiendas de confección, donde reinaban mujeres indiferentes, de mirada perdida. Los escaparates de las tiendas del sexo, de las ferreterías, de los ordenadores portátiles. Los de los grandes almacenes, los de las tiendas de ultramarinos, los de las agencias de viajes. Los escaparates pertenecían a una dimensión paralela a la realidad. Jamás se nos ocurrió que se pudiera entrar en ellos sin devenir en un maniquí. Es lo que le ha ocurrido al chico de la foto.

Dejamos aquí, por último, el artículo "En la feria" publicado por Antonio Muñoz Molina en el suplemento Babelia de El País en mayo de 2010:

En mi ciudad, en los escaparates de las papelerías, solía quedarme mirando las cubiertas de unos pocos libros que permanecían meses en el mismo lugar invariable, entre cuadernos, pisapapeles, álbumes de comunión, estuches de lápices de coles. en algunos de aquellos escaparates los colores de las portadas se habían ido amortiguando según pasaba el tiempo. en un solo puesto de la feria de Madrid había tantos libros que uno podía estarse horas enteras mirando sin haberlos visto todos. No recuerdo si vi a algún escritor, aunque no creo que hubiera reconocido a ninguno. Los escritores a los que yo leía –Julio Verne, Dumas, Gustavo Adolfo Bécquer- llevaban muertos mucho tiempo, de modo que tal vez no acababa de imaginarme que la literatura fuese un oficio que alguien pudiera ejercer el tiempo presente. Yo a veces me imaginaba escritor, pero menos por vocación que por fantasía caprichosa, igual que me imaginaba astronauta o corresponsal de guerra o naufrago en una isla desierta. Como un niño solo en el edificio entero de una juguetería, me maree entre los libros, el calor y la gente, mirando precios, contando el poco dinero que llevaba, con mucha cautela, porque me habían advertido que Madrid era una ciudad llena de carteristas. Absurdamente me acabé comprando el Martín Fierro y una historia de la Mafia. Volvía tan tarde a la pensión que mis abuelos ya temían que me hubiera perdido, que me hubiera pasado algo en aquella ciudad que, en el fondo, nos daba tanto miedo.

Tarea de escritura

Lee la siguiente noticia "Una mujer de 87 años se queda atrapada en una tienda por la noche: "Salí al escaparate y enseguida me sacaron" . Escribe un poema, un microrrelato o un cuento inspirados en esta historia de escaparate.



Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


El escaparte

La Sra. Teresa —¡por fin!— se decidió a salir de casa. Necesitaba comprar dos macetas para hacer el cambio de dos tiestos que se le habían quedado pequeños. El tener 87 años le había hecho ser más precavida y miedosa, apenas salía a pasear y la compra de alimentación la pedía por teléfono o se la llevaba una vecina. Pero se la había metido en la cabeza que la compra de las macetas las haría ella, porque su vecina Manoli, la del 4ºA, le habló de la apertura de un gran Bazar Chino al lado de su casa.
Una tarde decidió acudir al bazar. Nada más entrar preguntó al chino de la entrada dónde se encontraban las macetas, este no sé si la entendió o no, pero la mandó al fondo del todo. Mientras llegaba se iba parando por todo lo que veía, por lo que se entretuvo más de lo esperado... Y en esto se apagaron las luces y nadie se percató que la Sra. Teresa se había quedado encerrada.
Al estar todo oscuro, empezó a andar despacio, chocando contra las estanterías, hasta que divisó algo de luz y, a trancas y barrancas, consiguió llegar hasta allí; divisó un escenario lleno de maniquíes, desde donde veía la calle y las personas que estaban paseando.
Empezó a aporrear con las dos macetas los cristales blindados del escaparate y una pareja que la vio llamó a la policía. Estos enseguida se lo comunicaron a los dueños del bazar, la pudieron sacar y llevar a su casa.
La Sra. Teresa, al día siguiente, se presentó de nuevo en el bazar a pagar las macetas, pero los dueños no se las cobraron.

Luis Iglesias
Grupo B


ENCERRADA 

Como ella suponía, era del escaparate aquella luz que algo alumbraba al final del largo pasillo. Había logrado asomar a él tras recorrer en total oscuridad los tramos más cortos del rincón. Una imprudencia el haber entrado al servicio sin avisar, sabiendo como sabía que faltaban dos minutos para las nueve. Se ve que hoy el chino del bazar tenía prisa y cerró sin más a la hora en punto. 

Marcela, ochenta y siete años de buen ver, es viuda como corresponde a su edad, pero en absoluto miedosa. Claro que, a cualquiera impresiona recorrer en tiniebla la estrechez de senderos formados por estanterías atiborradas de los más impensables utensilios. Lo importante es que al fin había logrado salir a la luz. Expectación al otro lado de la luna, en la acera. Una chica rubia y pelo caído se soltó del brazo de su pareja y marcó en el móvil. En apenas tres minutos se presentó el coche de policía. Una pareja de agentes jóvenes, bien plantados, guapos a rabiar, cómo puede una tener cabeza —se extraña Marcela— para tales averiguaciones en momentos así. 

No tardó en llegar el chino, que tras abrir la puerta entró para dar la luz. Se deshizo en disculpas el señor Li. Todo resuelto. La noche estaba fría y empezó a desaparecer la gente de la acera. Pero Marcela estaba en sus cosas y se puso a bucear en el bolso. 

—¡Ay!, perdone —indicó al agente; al más guapo quizá, que fácil no era diferenciar—, el monedero, me falta el monedero, seguro que lo he dejado caer en el servicio; espere un momento que voy… 

«Por favor, señora, deje usted que para eso estamos nosotros». Finezas de policía. «Pues muchas gracias, muy amable». Y cuando él ya se adentraba en la tienda: «Por favor, mire usted también en el de caballeros, que con el nerviosismo…». 

Era el más guapo de la pareja, ya se dijo, pero guapos eran los dos, también se dijo. Al poco el agente volvió con el ladrón esposado, Marcela no sabía cómo eran unas esposas de policía. Y que del monedero, nada. 

—Tendremos que registrar, señora; cualquiera sabe dónde lo haya podido esconder. 
—No, deje usted —se disculpó Marcela—, si lo tenía en un rincón del bolso y no me di cuenta, qué tonta se pone una, me tendrá que perdonar. 

Al ladrón se lo llevó el segundo coche del 091. 

La pareja del primero, todo amabilidad, se empeñó en llevarla a casa: «Por favor, señora, las horas que son, permítanos». A ver cómo ella se lo contaba luego a Conchi la nieta pequeña. Y a ver si se lo creía, la gente piensa que las abuelas ya no reciben cortesías de la vida. 

Fue a la puerta de casa ya cuando habló el otro, el más callado de los policías: 

—Si me permite señora, lo del monedero… 
—Ya, ya, si me dije: eso no cuela, Marcela. Que encima rima y todo, ya ve usted. Pero es que si lo cuento tal y como fue de verdad, lo mismo luego todo se vuelven mareos de testificar y declaraciones y mandangas, y una tiene los años que tiene, ustedes se hacen cargo, ¿verdad? Es que estaba yo en el servicio; en el de mujeres, claro, cuando todo se quedó a oscuras, y empecé a oler a humo de tabaco, y al otro lado alguien tosió y me dije, digo: cuidao Marcela que esto no puede ser más que un ladrón, no sé si me explico. Y se me ocurrió lo del monedero y… Pero eso no es faltar a la ley, ¿verdá ustedes?

Pascual Martín 
Grupo B 


CUENTOS CHINOS A JUICIO

Antes de comenzar el interrogatorio, el Juez elevó con el dedo índice sus espejuelos, acomodándolos al nacimiento de la nariz, y se quedó mirando al acusado con tal intensidad que pareciera que fuese su intención extraerle las respuestas mediante un encendido ejercicio de hipnosis. Y cuando al cabo lo intuyó bien macerado, comenzó con él.

—Señor Lin Chun, ¿cuánto tiempo lleva usted regentando su negocio?

El señor Lin Chun, con la mirada atrapada en la telaraña tejida sobre los cristales de los espejuelos, respiró profundamente antes de lanzarse a contestar.

—Catolce años, Señolía.
—Y en todo este tiempo, ¿ha tenido algún problema con la Justicia?
—No, Señolía.
—Bien. ¿Desde cuándo conocía usted a la señora Gertrudis?
—Desde hace casi cuatlo años, Señolía.
—¿Y cómo la conoció?
—Ella se quedó un día encel-lada en el bazal. Al día siguiente, ablí la tienda y cuando ya llevaba dos holas tlabajando un cliente me avisó de que había una señola muy mayol dolmida en el escapalate.
—¿Y usted qué hizo entonces?
—Dejé que siguiela dulmiendo.
—¿Y por qué hizo tal cosa?
—La señola dolmía muy plácidamente, Señolía, y se había puesto una almohada que yo vendo, y una manta que yo vendo, y un antifaz que yo vendo, y unas zapatillas que yo vendo. Y en las dos holas que yo tlabajal antes de que me avisalan, yo vendí muchas almohadas y muchas mantas y muchas zapatillas y muchos antifaces—respondió Lin Chun sin poder evitar que se le iluminara la cara.
—Ya —asintió el juez con la cabeza—. O sea, que usted vio que se estaba forrando a costa de que la señora le hiciera las veces de maniquí. Bien, ¿y qué pasó cuando la señora se despertó?
—La señola me pidió agua y también quelía il al baño.
—Absténgase, por favor, de detalles sin importancia y vaya al grano.
—La señola me dijo que ela de Bilbao y que estaba de paso con una exculsión a Fátima. Me pidió que llamala a una agencia de viajes pala que la fuelan a buscal. Pelo yo le dije: “señola, yo no llamo agencia, yo quielo hacel tlato con usted. Usted hace de maniquí en mi escapalate y yo le pago bien. Yo le pago diez eulos la hola”. Entonces la señola me dijo que le palecía bien, polque no tenía familia y tenía muchas deudas que no sabía cómo pagal. Pelo me pidió que avisala a la paloquia Nuestla Señola de Alánzazu, de Bilbao, y que les dijela que estaba bien pelo que no iba a volvel.
—Y desde entonces trabajó para usted haciendo de maniquí en su escaparate…
—Sí, Señolía.
—¿Cuántas horas permanecía en su escaparate cada día?
—De nueve de la mañana a doce de la noche, Señolía, que es el mismo holalio que hago yo.
—Y cuando terminaba su jornada, se iba a su casa, supongo…
—No, Señolía. La señola Geltudis no tenía casa y pol las noches se quedaba en un cualto pequeño que hay en el bazal y que yo le conveltí en apaltamento.
—¿Le cobraba alquiler? —avanzó la cabeza el juez hacia el acusado.
—No, Señolía… Bueno, sí… pelo muy poco alquilel.

El juez, en aquel punto, retiró la vista del acusado para ir a fijarla en el atestado policial, dedicándose durante unos largos segundos a leer una página del mismo.

—Ha dicho usted —prosiguió al fin— que no ha tenido nunca problemas con la justicia, pero en el atestado policial se hace constar que durante una temporada tuvo problemas vecinales que incluso en alguna ocasión terminaron con la presencia de la policía local a las puertas de su negocio. ¿A qué se debieron esos problemas?
—Eso fue polque a los vecinos no les gustaba el nuevo tlabajo que empezó a hacel la señola Geltudis.
—¿A qué trabajo se refiere?
—Un día, Señolía, le mendé a la señola Geltudis que se pusiela unas medias y un picaldías y se vendielon muchas medias y muchos picaldías ese día. Pelo pol la noche llegalon unos jubilados holandeses y me dijelon que quelían fol-lal con la señola. Yo le plegunté a la señola Geltudis y ella me dijo que sí, que pol cien eulos cada uno ella fol-lalía en el apaltamento. Entonces todos los fines de semana llegaban muchos jubilados holandeses, muchos, muchos, pala fol-lal con la señola y a los vecinos no gustal polque decían que ela un velgüenza.
—¿Y usted qué hizo?
—Yo cambié el nomble del bazal, de “Bazal Lin Chun” a “Bazal Balio Lojo de Amsteldam”.
—¿Y no le daba a usted vergüenza lo que hacía la señora Gertrudis en su bazar?
—No, Señolía. Los holandeses me complaban mucho génelo antes de malchalse. Mucho suvenil, mucho.
—Bien —se removió sobre su sillón el juez antes de proseguir—. Ahora cuénteme cuándo y cómo se murió la señora Gertrudis.
—De un golpe de calol, Señolía. Se quedó dolmida un domingo de julio en el escapalate y se estlopeó el aile acondicionado. Como no pasaba nadie pol la calle, nadie me dijo nada, polque yo estaba dentlo de la tienda y no la podía vel.
—¿Y qué hizo usted cuando vio que estaba muerta?
—Llamé a mi amigo Xin Ping pala que la disecala.
—¿Y no se le ocurrió pensar que disecar a la señora Gertrudis podría ser un delito? —por primera vez pareció encorajinarse el juez.
—No, Señolía. En algunos lugales de China es costumble disecal abuelos.
—Pero supongo que esa costumbre será una forma de honrarlos y sin embargo usted la disecó para seguir usándola como maniquí.
—Pelo es que la señola Geltudis no ela mi abuela, Señolía —trató de defenderse el señor Lin Chun.
—Ya, es evidente —le miró el juez con acrimonia. Y después de cerrar los ojos y de aspirar una bocanada de aire, se dirigió al abogado de la defensa—: señor letrado, puede iniciar su interrogatorio cuando guste.

Óscar Martín
Grupo A


LIBERAD A WILLY

Yo soy un experto escaparatista. No poseo ningún título que lo acredite, ni tengo edad para obtenerlo. Por no tener no tengo ni la E.G.B., me falta un año. Las idas y venidas desde mi casa al colegio, recorriendo la calle mayor, me ha permitido adquirir los conocimientos necesarios para poder afirmar, con total rotundidad, que soy el mejor “T.E.T.M.P.” (Técnico escaparatista en tiendas de mi pueblo).

No es por dármelas de listo, pero creo que soy uno de los más eminentes en este campo. Como ejemplo de mis cualidades puedo destacar que en algunos escaparates no necesito ni abrir los ojos para adivinar los que hay tras sus cristales. Me coloco frente al escaparate de “Confitería Castaño” con los ojos cerrados, respiro hondo por la nariz y adivino los productos que hay en sus expositores: “una bandeja de milhojas, dos de pezuñas y otra más de bambas de nata”. Nunca fallo.

Conseguir esta habilidad me ha supuesto más de un castigo. Quedarme hipnotizado frente a los escaparates me hace perder la noción del tiempo. En algunas ocasiones llego tarde a “los salesianos”, otras me presento en casa cuando mis padres ya han terminado de comer. Pero conseguir ser el mejor escaparatista requiere de un esfuerzo, “… la fama cuesta”.

Me he pasado las horas muertas con mi cara pegada al apático cristal de una frutería, tratando de descubrir entre las cajas de tomates y los sacos de castañas, al “astronauta”. Desde que leí en lo alto del escaparate: “Ni en la tierra, ni en la luna, como Frutería Peña, ninguna” lo he buscado en cada escondrijo. Cuando mi hermana me descubrió de esa guisa y le conté lo que estaba haciendo, no pudo contener las carcajadas: “eso es solo un eslogan, aquí no hay astronautas, ni en la luna fruterías. ¡Anda qué no estás tú mal!”, no era capaz de dejar de troncharse.

Aprendí literatura pegando la frente al frío cristal del escaparate de “Librería Rial”. Conocí las nuevas ondas musicales observando las originales fundas de los vinilos más actuales en “Radio Velasco”. Cargué mis noches de sueños frente a la luna de “Ferretería Arias”, el escaparate más visitado por los niños en épocas navideñas, magníficos juguetes reclamaban nuestra atención tras el cristal. Repasaba uno a uno para ver cuál elegir e incluirlo en la carta a los Reyes Magos. Viví peligrosas aventuras, en lejanas selvas salvajes, en compañía del enorme gorila que me miraba con ojos tristes a través del cristal de “Calzados El Campeón”.

Pero donde pude hacer público mi destreza como experto escaparatista, fue frente al gran escaparate del comercio de moda, tejidos y confecciones “La Esfera”. Ocurrió una mañana que caminaba hacia el colegio, era temprano y todavía estaba medio dormido. Pasé de largo, pero algo llamó mi atención. Sabía de memoria el número de maniquís que allí habitaban, conocía los modelos que lucían cada uno. Volví sobre mis pasos y me quedé atónito. Ese maniquí no debía estar allí. Di un respingo cuando el maniquí pegó su cara junto al cristal. Era un maniquí mayor, como una abuela, vestía como una abuela, rompía la armonía con el resto de sus compañeras que lucían faldas estampadas con alegres colores, camisas vaporosas refrescantes para el verano que se acercaba. La abuela me miraba fijamente y movía la boca, pude leer sus labios: “Sácame de aquí”. Corrí como un loco hasta “La Corredera”, le expliqué a un agente del orden lo que acababa de presenciar. Con una leve sonrisa me mostró su incredulidad. No aguantó mucho mi insistencia y no le quedó más remedio que acompañarme hasta el lugar de los hechos. Allí nos quedamos los dos paralizados, callados, observando al maniquí abuela sentado en una silla de atrezo con su bolso sobre las rodillas, inmóvil, con la mirada perdida al infinito. El policía me miró con cara de enfado, golpeé sobre el cristal para que la abuela se moviese. Se levantó de la silla y se acercó hacia mí, tras el frío cristal pronunció un “gracias” silencioso.

Al final del día estaba agotado, no paraba de contar una y otra vez la misma historia, como gracias a mí, rescataron a la abuela que se había quedado atrapada en el escaparate de un comercio de moda. Primero hablé para el periódico “Béjar en Madrid”, luego para Radio Nacional, hasta querían sacarme por la tele.

Esa noche soñé que era un pez “payaso” nadando dentro de un enorme acuario, los niños aplastaban sus narices contra el cristal para llamar mi atención, yo aleteaba graciosamente, me acercaba a sus rostros y sonreían. Entre el público vi a la abuela que esa mañana estaba al otro lado del escaparate.

Tomás García Merino
Grupo B


Alguien se movía en el escaparate.

Entró, tropezó, cayó.
Perdió el conocimiento.
Al cabo de unas horas, despertó y la tienda estaba a oscuras. Habían cerrado.
A oscuras, a tientas, a gatas, consiguió llegar hasta el escaparate.
Gracias a la luz de la calle se puso de pie al lado de un maniquí, y permaneció a la espera.
Una pareja de curiosos se paró a contemplar el escaparate. Entonces, solo entonces ella se movió, ella comenzó a mover las manos, a hacer muecas y gestos con la cara, y a mover la cadera. Comenzó a bailar el twist.
Consiguió llamar la atención de los espectadores.
Consiguió que la rescataran.

José Luis Fonseca
Grupo A


¿La última aventura?

¡Qué rápida se me había pasado la tarde!, bueno, la tarde no, ¡qué pronto estaba llegando la noche!, aunque tampoco, solo eran las seis, pero ya había que dar la luz. Y se me había hecho tan corta porque la había pasado muy entretenida, había sacado la caja de las fotos, esas fotos ya amarillentas, no las que estaban en álbumes, quise sacar esa caja, “Fábrica a vapor de carne de membrillo y caramelos. Viuda de Justo Estrada. Puente Genil”, maravilla de caja, yo lo que andaba era escarbando en lo más profundo, sentía añoranza, nostalgia, quería rememorar los recuerdos como si me quisiera despedir de ellos, tengo tantos que no me va a dar tiempo a recordar todos y sabía que allí iba a encontrar muchos, algunos ya olvidados. Y sí, vi, volví a vivir a sentirme aquella niña ¡con qué ternura mecía entre sus brazos a su muñeca!, esa muñeca que al fin me trajeron los Reyes Magos, esa que cada día iba a ver al escaparate de la juguetería, con la que hablaba a través del cristal, las de mi comunión, las, las…

Había que cerrarla, ya era el momento de dejar el pasado, volver a la realidad y, mi realidad era salir a dar un paseo “tienes que salir todos los días”, esa era la cantinela. La tarde era fría, había que abrigarse, imprescindible el gorro, no venía mal la mascarilla, se me venía el recuerdo de tapabocas, ¡cuántas palabras también se van quedando en el olvido!, aprovechaba para tomar un chocolate calentito, ver escaparates, los de las librerías me atraían, títulos y portadas sugerentes de los que ya había leído alguna crítica, algunas tardes no resistía y entraba, una suerte que hubiera sillas, me pasaba un buen rato hasta que me decidía, más de un día me han tenían que dar un aviso, el toque de queda. Seguían llamándome los escaparates de las pastelerías no podía resistirme ante un petisú, y están las tiendas de los chinos que tiraban de mí, no tenía que comprar nada, pero siempre picaba, allí se encontraba de todo, recorrer esos pasillos era como como meterse en un laberinto lleno de olores y colores. Y aquella tarde, de repente, al silencio que había se unió la oscuridad, me sobresaltó, parpadeé, tuve la sensación de entrar en un túnel, cuando abrí los ojos la luz de emergencia me dio la claridad de ser consciente de lo que había pasado: Llegó la hora, las ocho, Chen muy cumplidor, cerró su negocio. Tranqui, me dije, a estas alturas de tu vida ya no puedes asustarte por nada, solo tenía que pensar, recordé que muy cerca de donde estaba había visto linternas y junto a ellas pilas, llené el bolso y bolsillos de ellas, tranquilamente me dirigí a la entrada, sentada en un taburete, previamente había cogido una botella de agua, respiraciones profundas y un buen trago y dispuesta para poner las linternas en marcha, las distribuí por los pasillos y volví a la zona del escaparate, quise ver desde allí la reacción de la gente, ella les saludaba y algunos sonreían y también agitaban su mano, pero seguían impasibles, no había ninguna reacción, todos iban con prisa, nadie adivinaba su realidad, recordó aquella película, La cabina, la indiferencia de la gente. Empezó a tener frío, no había cobertura, pero sí podía hacer llamadas de emergencia, marcó el 112, le costó mucho hacerse entender, que creyesen su situación, las llamadas que recibían estaban relacionadas con el COVID.

Luego vino la segunda parte, su familia, sus vecinos y amistades, comentarios para todos los gustos, la entrevista en el periódico, la tele. Se queda con el comentario de uno de sus nietos: has vivido algo con lo que ya no contabas, eres única. Y yo pensaba ¿será mi última aventura?

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Una noche en el escaparate

Merche tenía 85 años y había sobrevivido al Covid. Sin embargo, la pandemia de la soledad le había hecho acostumbrarse al ensimismamiento.
Tenía muchos meses sin poder curucutear la tienda de los chinos. Como los mercaderes de antes, pensaba, esos hombres y mujeres tan particulares, de pocos gestos, vendían miles de objetos que la cautivaban.
Esa tarde Merche ya no se debía a las restricciones, tenía todo el tiempo del mundo para tocar, revisar, probar y buscarle utilidad a las inutilidades que se vendían a lo largo de los pasillos. En un cesto con ruedas fue apartando todo lo que quería llevarse a casa; después del aislamiento pandémico había sentido que estaba desprovista de cosas, y mucho más.
De repente se apagaron las luces. Pensó que era solo una falla temporal. Esperó. Y esperó. Tenía todo el tiempo del mundo. Sus ojos llenos de cataratas no lograban adaptarse a tanta oscuridad. Comenzó a apretar los botones de su móvil, lo encendió y logró caminar arrastrando su cesta con la mano izquierda, pasillo afuera. Como si se tratara de un relato sobre la búsqueda de la luz al final del túnel vio la lumbre que venía de la calle y así encontró el escaparate. Dejó su cesta a un lado y se paró frente a la vitrina para que todos los transeúntes la vieran y buscaran ayuda. Muchos pensaron que era un maniquí, porque Merche estaba tan tranquila y feliz con su compra que solo pensaba en esperar lo que fuera necesario para pagarle al dueño. Tenía todo el tiempo del mundo, y ahora estaba provista de lo necesario.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Detrás del escaparate

Estaba rodeada de cubos, rastrillos, gafas y tubos de buceo, flotadores y balones de playa, pero no había niños, ni turistas al sol, ni arena, ni mar. Sorprendida, porque un pequeño despiste la había llevado hasta ese lugar desconocido. Buscando el agua salada y las olas, dobló una esquina y se encontró rodeada de tiestos, macetas, aros para colgarlas, tierra desinsectada, enanitos de jardín y artilugios diversos para huertos y balcones, pero no había flores, ni jardineros, ni señoras o señores cuidando las macetas. Intrigada, pensó que se había olvidado regar las plantas y dar de comer al gato, aunque dándole vueltas, también pensó que no tenía ni gato ni plantas.
Admirada por la cantidad de cosas diversas que iba descubriendo, continuó por un pasillo repleto de sartenes, cazuelas, platos, vasos, loza, cubiertos y otros utensilios de cocina… pero no había cocineros, ni comida, ni estaba la mesa puesta, ni había comensales. Le extrañaba, porque pensaba que había entrado en un restaurante, pero entonces reparó en unas estanterías llenas de cuadernos, carpetas, bolígrafos, lapiceros, algunos libros y más cosas que le hicieron reflexionar sobre lo raros que eran ahora los restaurantes, sería cosa de la que llamaban “Nouvellecuisine”, aunque le pareció una idea interesante.
Ya se había entretenido mucho tiempo cuando reparó que la luz había desaparecido, pero acostumbrada a vivir en penumbra, en parte por no gastar y en parte por haber conocido las épocas en que el suministro de electricidad sufría fluctuaciones y casi desaparecía, no le había dado mucha importancia. Cansada de deambular por aquel abigarrado mundo, sintió la necesidad de irse a dormir, para lo que tuvo la suerte de encontrar una sección de colchones y colchonetas, justo al lado de dos filas contiguas debatas de estar en casa y camisones. Sin pensarlo dos veces se desvistió, se puso cómoda y después de dar un último paseo, durante el que tuvo la suerte de encontrar un aseo, se acostó y se quedó profundamente dormida, aunque un poco extrañada porque no acababa de reconocer los lugares en que había pasado la tarde ni de haber encontrado su cama de siempre con embozo bordado.
A la mañana siguiente se despertó con el sonido de las campanas, por lo que dedujo que debía ser domingo. Como últimamente no iba mucho a misa porque los bancos le resultaban ya muy incómodos y seguía la ceremonia con dificultad, sobre todo porque su oído iba dejando bastante que desear, decidió quedarse descansando y seguir explorando, ya que había descubierto toda una serie de hileras con cantidad de vestidos de colores, zapatos de todo tipo, ropa de abrigo, ropa de verano, todo un batiburrillo que le había resultado especialmente atractivo. Se probó algunas prendas y se divirtió mirándose en un espejo. Como estaba sola, se atrevió a ponerse colorete y pintarse los labios con los productos que acababa de localizar un poco más allá. Entonces fue cuando encontró la gran ventana que daba a una calle por la que pasaba gente endomingada, jóvenes y no tan jóvenes corriendo, paseantes muy diversos, unos con mascota y otros sin mascota, lo que la distrajo durante un buen rato en el que nadie reparó que entre los maniquíes había uno de señora mayor muy arreglada, que miraba fijamente, pero que encajaba perfectamente en aquella ventana variopinta abierta al exterior. Como era un espectáculo que conocía por las muchas horas que pasaba a diario viendo pasar gente por la calle, pensó que era más divertido seguir investigando lo que había en el interior de ese nuevo mundo.
Pasó un día de aventura recorriendo lugares insospechados que la llevaron desde una pared llena de herramientas, donde recordó a su marido, un manitas que había fallecido hacía tanto tiempo que casi se había olvidado de él y al que volvió a rememorar con cariño, hasta un apartado lleno de juegos, algunos de nueva factura y otros como los tradicionales de toda la vida: el parchís, la oca, el ajedrez, el dominó,… hasta una lotería con las bolas y la esfera de alambre donde se introducían. Todo el día estuvo merodeando por aquel nuevo mundo. Para comer no encontró ningún puesto de bocadillos, ningún sitio donde comprar fruta u otras vituallas, pero pudo localizar golosinas y dulces con los que mitigar el hambre que tuvo en algún momento.
Al final del día se percató de que no había visto a nadie, pero que las emociones que fue experimentando la habían mantenido distraída y la habían cansado lo suficiente como para irse a dormir a su nueva habitación. Después de un día de descubrimientos se quedó dormida profundamente.
Se despertó sobresaltada porque alguien tiraba de la manta que tan cálidamente la había abrigado durante la noche. Todavía se sobresaltó más cuando vio a un chino, parecido a los de las películas de su juventud, y luego a una china y otro chino más y una niña china. ¿Había viajado al Extremo Oriente? ¿Dónde estaba y que hacía allí? Afortunadamente el susto no duró mucho tiempo. Una voz ligeramente conocida, pero que no acababa de distinguir perteneciente a un hombre de mediana edad que se dirigía a ella cariñosamente, le preguntaba:
-¿Pero dónde te habías metido mamá? ¿No te das cuenta de que hemos estado dos días sin saber nada de ti?

Manuel Medarde
Grupo A