Estar en la luna

Cuenta Hernán Casciari en "La luna, en retazos y liquidación": "Acaba de llegarme el título de propiedad de un terrenito que me compré en la Luna. Me costó 20 dólares -gastos de envío aparte- y lo pagué con tarjeta. Además del certificado con mi nombre grandote, me vino por correo una foto satelital de mi parcela. No sé si ustedes estarán viendo la Luna, pero si la tienen a mano dibujen en ella una cara imaginaria. Mi terrenito estaría sobre el ojo derecho. La región se llama Lago de los Sueños (Lacus Somniorum en latín) y está casi saliendo del Mar de la Serenidad, como quien va al Cráter Posidonius.
El acre que me compré no es gran cosa, también es verdad: haciendo cuentas descubrí que son apenas cuatro mil metros cuadrados. De todas maneras, el hombre que me vendió el terrenito dice que esta zona se está convirtiendo en una de las más deseadas, y me advirtió que me apurase porque se las estaban sacando de las manos. ¿Cómo no iba a hacerle caso a este señor, si es un visionario de la modernidad?"


Casciari entró en la página Lunar Embassy para hacerse con su parcela en la luna, un lugar en el que 600 millones de personas tenían puesta su mirada el 20 de junio de 1969, cuando Neil Armstrong se convertía en el primer hombre en pisarla.

Todos conocemos las palabras que pronunció Armstrong, su breve discurso dirigido a toda la humanidad. Pero nadie se percató de una frase. Una frase que pronunció y que es motivo de la siguiente leyenda urbana:

"Cuando el astronauta de la Misión Apollo, Neil Armstrong dio su primer paso en la luna, no solo pronunció la célebre frase “este es un pequeño paso para un hombre, pero es un paso gigante para la Humanidad”, sino que además intercambió algunas frases con los otros astronautas y el no menos célebre centro de control de la misión (en Houston, claro). Justo antes de aterrizar, pronunció una enigmática frase. Armostrong dijo: “Buena suerte, señor Gorsky” Mucha gente en la NASA pensó que se trataba de una frase dirigida a un hipotético rival soviético en la carrera espacial. No obstante, después de ser investigado, se descubrió que no había ningún señor Gorsky ni en el programa espacial americano ni en el ruso. A lo largo de los años, Armstrong fue preguntado muchas veces acerca de la frase “Buena suerte, señor Gorsky”, pero Armstrong simplemente sonreía. Únicamente hace tres años, el 5 de julio de 1995 en Tampa Bay, Florida, mientras respondía a las preguntas de los periodistas tras dar una conferencia, un reportero hizo la pregunta de 27 años de antigüedad a Armstrong. En esta ocasión, sí respondió. El señor Gorsky había muerto así que Neil Armstrong sintió que, finalmente podía contestar a la pregunta. Cuando era niño, estaba jugando al béisbol con un amigo en el jardín. Su amigo bateó una bola que fue a parar enfrente de la ventana del dormitorio de sus vecinos, el señor y la señora Gorsky. Justo cuando se agachaba para recoger la bola, el jovencito Neil Armstrong oyó a la señora Gorsky gritarle al señor Gorsky: “¡¡Sexo oral!! ¡¿Quieres sexo oral?! ¡Tendrás sexo oral cuando ese niño llegue a la luna!”

Tras el fallido intento de alunizaje del Apolo 13, en 1970, el interés por la carrera espacial y los viajes a la luna disminuyó. Y tras la expedición del Apolo 17 aparecieron varias teorías que afirmaban que La NASA había inventado todos los alunizajes en la luna.


Mario Benedetti se pregunta en un poema: "¿Por qué no hay más viajes a la luna?"

Cuando el bueno de armstrong dio aquellos pasos
todos registramos cómo se movía
tosco / pesado / en un suelo blancuzco
¿o era de piedra pómez? ¿quién se acuerda?

durante un rato estuvo cavilando
y la escafrandra o como se llamase
impedía que viéramos sus ojos
pero juraría que su mirada era
de pereza o abulia

algo debió explicar a su regreso
algo diferente al discurso de gloria 
que le ordenaron pronunciar eufórico
entre medallas flores vítores y guirnaldas

algo debió decir en privado a sus jefes
algo importante inesperado

verbigracia / cuando estaba allá arriba
caminando como un zoombie en la luna
mi general mi coronel pensé en ustedes
y se me ocurrió no sé por qué
que debía matarlos con urgencia
uno a uno / dos a dos / etcétera

o verbigracia dos / cuando andaba allá / heroico
pisando las feísimas arrugas del satélite
imaginé que así debía ser la muerte
es decir el paisaje de la muerte

o verbigracia tres / cuando estaba en selene
paseando por la nada como un imbécil
sentí el asco infinito de la ausencia del hombre
y me dije qué mierda estoy haciendo aquí

algo así debió haber confesado a sus jefes
con su estrenada voz de robot disidente
y quizá por eso los dueños del poder
postergaron sine die los viajes a la luna.


Propuesta de escritura

En esta ocasión la propuesta de escritura fue doble. En la sesión invitamos a escribir sobre lo que verdaderamente estaba pensando Neil Armstrong en el momento del alunizaje, antes de su discurso. 
Y como tarea para casa propusimos un texto en el que se contara un suceso inverosímil o extraño que estuviera ocurriendo en la tierra mientras el hombre ponía su pie en la luna.


Estos son los trabajos de algunos componentes del taller de escritura:

Monólogo de Neil Armstrong

Es curioso, nunca nadie apostó por mí. Desde pequeño he sido ninguneado y despreciado por todos. Hasta mi familia pensaba que no llegaría nunca a nada. Pues mira, al final sí que he llegado, y no solo he llegado a algo, sino que además he llegado lejos, muy lejos, más lejos que nadie. Ojalá pudiera reprochárselo en alto a todos ellos, pero no debo. Se espera que cuando hable para todo el mundo desde aquí diga algo serio, algo loable, insigne, algo que quede para el recuerdo como una cita histórica, no un simple “¡Qué os den a todos!”.
Lo que sé que no diré es la verdad. Sí, he llegado, pero ahora, como antes, estoy solo, y eso era lo que precisamente quería evitar. Tendré que guardármelo para mí, ni siquiera Aldrin me presta atención.


Mientras tanto, en la Tierra....

La única televisión de ese pequeño pueblo escondido en medio de la meseta emitía imágenes en blanco y negro acompañadas de un par de voces: una que nadie entendía, y otra que, segundos después de la primera, iba traduciendo a cristiano lo que decía para que la gente se enterase de qué estaba pasando. La gente, ese tumulto formado por labrancanes antiguos que mientras bebía sus chatos de vino picado elevaba una tercera voz, más alta que ninguna y tan ininteligible como la primera de todas.
―Eso que dicen es mentira, nadie puede llegar a la luna.
―Eso que dicen es verdad, los americanos son muy listos.
―Eso que dicen puede ser cualquier cosa.
―Eso que...

Los gritos y golpes sobre las mesas seguían, como si de una final de dominó se tratara, usando esta vez como fichas las creencias e incertidumbres de cada uno.

―Preguntémosle al cura, o al alcalde, que son los que tienen estudios. Ellos lo aclararán.
―No, habría que ir a despertarlos, y uno dirá que es asunto de Dios y el otro dirá que eso lo tiene que aclarar el Gobierno Civil.
―¿Qué hacemos entonces para resolver esto?
―Preguntémosle a quien de verdad tiene estudios y no cree en nada.

El tumulto de pronto calló. Solo quedaron como ruido de fondo las dos primeras voces y el leve tintineo que producía el maestro de escuela según removía la cucharilla en su achicoria para disolver los tres sobrecitos de azúcar que se había echado. Todas las caras del bar le miraban ahora a él, esperando que hablase y les resolviera su gran duda.

―Sabéis que ―dijo el maestro mientras comenzaba a limpiarse las gafas con patillas rotas― no me gusta meterme en vuestras discusiones, pero esta vez lo haré solo para daros una lección y que así dejéis de ir a misa los domingos a que os coman la cabeza. Seguidme.

Se puso en pie y salió a la plaza del pueblo. Todo el bar le seguía, a trompicones, chocándose entre ellos. Querían estar cerca del maestro para oírlo mejor, pero si les veían el cura o la guardia civil junto a él a lo mejor les empezaban a mirar mal, como siempre está este señor de gafas diciendo cosas de república, ateísmo y tal...
Siguieron andando un rato, hasta que salieron del pueblo y se detuvieron al comienzo de la trocha del carrapinar, uno de los pocos sitios que no tenían una vieja farola cerca.

―Bien ―comenzó a explicar el maestro―, aquí no hay farolas ni luces ni ventanas que nos impidan mirar al cielo y verlo en su esplendor. Tenemos además la suerte de que hoy hay cielo despejado y luna llena, así que mirad a ella y decidme: ¿veis que estén allí?
―Mmmm... ¿no?
―Pues eso, no creáis lo que no podáis ver o comprobar vosotros mismos. Buenas noches.

El maestro se volvió a terminar su ya fría achicoria mientras la gente se quedaba allí quieta, mirando en silencio al cielo, y preguntándose cómo podía haber gente tan lista por el mundo y alegrándose de que al menos unos de ellos estuviera en ese pueblo.

César Borreguero


Cavilaciones de un lunático

¡Maldita sea! Soy el primero en llegar hasta aquí y no sé si voy a poder andar o no. Ni siquiera sé si soy el primero o si me voy a encontrar una nave vikinga. De repente siento la cabeza como más pesado ¿Se me estará poniendo cara de vikingo? Tal vez sea que mi mujer se reencontró con su antiguo novio Olaf y ahora redescubren el nuevo satélite allá en mi lecho ante el televisor y riéndose a carcajadas por el casco que me regalaron. Todo son suposiciones. Sólo suposiciones. ¿Pero qué hace aquí este mar sin agua? ¿Y este dolor de cabeza qué se me ha puesto de tanto pensar? A lo mejor si me olvido del viejo Olaf y pienso lo que me dijo mi mujer la noche de bodas comprenderé que todo lo virgen es nuevo por lo que supone y no por lo que es. Como siempre más vale pájaro en mano que ciento volando.
¡Leches! Veo pajaritos volando.

Manuel Javier Palancares


21 julio 1969 el hombre pisa la luna

No sé qué hacía el 21 julio de 1969. 2 días antes había cumplido 14 años. 2 meses antes había abandonado el seminario (estuve tres años encerrado), porque se casaba mi hermano y no me daban permiso. Era un inquieto cachorrillo que abandonaba la infancia a marchas forzadas. Un soñador. Me encantaba imaginarme mil y una peripecias en la que yo siempre era protagonista. La realidad, revés tras revés, me iría poniendo los pies en la tierra.
Sí, recuerdo, por esa época, que mi padre -entonces tenía una gravera- me envió una semana a trabajar para sustituir a un empleado que tomaba las vacaciones. Me encargaba de vigilar la instalación para que todo funcionara correctamente, el horario que tenía era de 2 de la tarde a las 12 de la noche. Fue la lección que mi padre me quiso dar para que no abandonara los estudios. La aprendí.
Mientras acariciaba mi adolescencia había un tal Armstrong que daba un gran paso para la humanidad o eso nos han hecho creer (en los momentos que vivimos tampoco me extrañaría que fuera un montaje), el hombre pisó por primera vez la luna. Igual lo vi en el telediario, en blanco y negro, en casa ya teníamos tv –Invicta era la marca- pero en mi memoria solo quedan los recuerdos de que había estado 3 años encerrado en un seminario allá por la montaña cántabra y me reencontraba con una Salamanca que había dejado siendo un niño y a la que quería adaptarme con verdadera ansiedad. Encontré un amigo y una pandilla, y aunque no hubo ningún acontecimiento que me marcara especialmente, sí fue el comienzo de lo que ahora soy (lejos de fanatismos religiosos).
El caso es que a mí en esa época me encantaba estar en la luna, me hubiera emocionado acompañar a Armstrong para dar unos cuantos saltos que es como volar -impulso y al espacio- pero la realidad me devoraba con toda su magia y no siempre para bien. Pronto descubrí los libros de Karl May, sobre aventuras en el lejano oeste americano, disfrutaba enormemente, luego llegó la ciencia-ficción con Isaac Asimov, desde entonces la lectura siempre ha estado en mi vida y aunque ya no imagino historias fantásticas en las que soy el protagonista, sí me apasiona darme un paseo de vez en cuando por la luna.

Vicente M. Martín


Anoche tenía cerco la luna

Mi abuelo Bernabé, murió sin creer la noticia dada por la radio y vista por la TV, en blanco y negro, de que el hombre había pisado la luna. Como buen agricultor, que lo fue, tenía la costumbre diaria antes de acostarse, de salir al corral de su casa del pueblo, y contemplar la luna y las estrellas, de sentir el viento en la cara y el olor de la noche. Esta experiencia de toda una vida, este ritual monótono, le dio la certeza de pronosticar el tiempo para varios días.
Falleció de madrugada, y aquella noche recuerda su hijo, no salió al corral, se fue directamente a la cama, después de desear a todos "buenas noches".
Su hijo, también agricultor, heredero de las mismas costumbres, recuerda que aquella noche "tenía cerco la luna".

Luis Iglesias


Casia

Si le digo a usté que nací el 20 de julio de 1969, sabrá por qué me llamo Luna y no de cualquiera otra manera. Es este mio un nombre ridículo de raíz. Me lo puso mi madre en honor a mi madrina, la señà Benita. Según dicen los paisanos una bendita, una pobrecita que yo no conocí. Al poco de mi nacimiento se nos murió. Parece que la impresión del cohete la pudo. Que estaba buena del y que con esa noticia se le reventó el corazón. Yo, pa que le voy a engañá, yo no comulgo con ese parecer. Lo de la impresión del cohete digo. Pa mí, que la Benita tenía un algo callao que se la comía, que es lo que la mató. Claro que por coincidir su final con el alunizaje ese de la tele y ser ella, como parece ser que era, de un creer ligero y fantasioso...

Mire usté, decirse se dicen muchas cosas porque es lo facilón... Pero yo, pa mí... pa mí que los vecinos, unos cuantos vecinos, se sacaron al tablao esa historia, se la comieron con patatas y luego nos la dieron a comer a los demás, aunque yo, ya le digo, yo nunca comulgué con ese tole-tole, y menos aún con lo que me dijeron fue su bendición. Luna no es un nombre.

Esta casa era suya de ella.

Cuando me casé con el Benito -otro bendito como su madre de él- y me vine a ella como es de ley, pa vivir con él, supe de primeras lo que tenía que hacer. La casa si es bien mirà, es demasiao grande pa mí y pa él. Vaya que usté lo ve, que aquí caben bien a gusto otros tantos de miles de mí, de él, o de mí y de él a la vez.

Le puedo asegurar a usté, que no exagero la nota si le digo que de siempre, quise que esta casa fuera lo que hoy es. Una mosca blanca bien grande. Un nido sin puertas ni duelos. Un hogar pal Benito y pa mí, y un hogar, un hogar también pa un peregrino como usté.

Los vecinos, mis vecinos, no lo entienden bien.

El pueblo ya lo sabe usté -que ni tonto ni sordo es-, el pueblo es como tos los pueblos, como el pueblo de usté; y pasa lo que pasa en los pueblos, como en el pueblo de usté, que no es otra cosa que un llegar y un estar hasta faltar. Pero también hay mucho peregrino ¿sabe usté? mucho peregrino como usté.

Hay noches quel Benito, mi Benito, me pregunta muy serio, asín como se pone él, y si el pan, y si el pan estuviera en otra casa Luna, si el pan estuviera en otra casa ¿que? Siempre le digo lo mismo. Nos darían de comer Benito, nos darían de comer. Y así sería ¿no cree usté?

Y hablando de comer ¿no tiene hambre usté? El puchero aún está tierno pero mire, mire bien que a su ladito ¿los ve? esos higos de la cesta son recogiditos de ayer y saben dulces, dulces como la misma miel. Coja, coja, que si están ahí, es paque alguien los coma. No los vamos a dejar perder. ¡Vamos! Páseme un puñao cojona, y coja, coja también usté. Son miel ¿A que si? Son de ayer

¿Sabe usté? Yo aquí estoy bien. Siempre que estoy aquí, estoy bien. ¿Y usté? ¿Esta bien usté?

Lástima tenga que marcharme, es muy agradable hablar con usté, pero usté quédese, quédese si quiere usté ¿podría decirme qué hora es? ¡Jesús, qué tarde es!

Hoy es mi cumpleaños, ¿sabe usté? Como es mi cumpleaños vendrá mucha gente a comer. Usté si quiere también. Sobre las tres. Vendrán sobre las tres. Tengo que hacer una tarta, un enorme pastel y poner mi nombre en él. Ese nombre ridículo del que le hablara hace un momento a usté. Luna...

Digan lo que digan los que dicen lo que dicen yo no comulgo con él. Luna no me parece a mí nombre ¿me entiende usté?

Que... ¿como le diría yo a usté? Engaña el pan quien olvida que ese nombre fue un simple entrar de rondón a un juego. Un dar aguamanos. Un estar en flor. Un estar de más por estar a la bandera. Si lo sé, el nombre como nombre, bien precioso que es. Pero el por qué, el por qué de ese bonito nombre... ¿lo entiende usté? ¿me entiende usté?

Dice el mi Benito que siendo como soy de ver sin cepos, aquí mis razones son de pie. Que no es rendir la espada, reconocer que un nombre no es nada. Y que a unas malas, en ese nada, mejor Luna que "Nasa", o que Casia -que me pudo tocar por el día-, o que Filomena, que muy a su pesar, era el nombre de mi madre y de mi abuela materna; o que Selene, que por nacer dos días más después de mí, y por no querer la tía Engracia, repetir la suerte sin robar la color a su bebé, la mentó con ese nombre. Nombre que sin quitar ni poner, es el mismo ¿sabe usté? El mismo pero en antiguo o en no se qué. Ya ve usté.

No me vaya a entender mal usté, que es muy fácil confundir gorra con porra, que yo lo sé. Que no es que con ésto que le hablo, con ésto que le estoy hablando a usté, pretenda yo desmerecer. Que ese día, día del manto fue. Cruzar el espacio... ¡Menudo asunto debe ser!

Lo que digo yo, lo único que yo digo a mi Benito igual que a usté es que no sé a cuento de qué hay que poner los ojos tan lejos en habiendo cerca tantísimo que ver. Y que si hay que hacerlo, que bien se yo que a veces hay que hacer del cielo cebolla para salir de mantillas, a cuento de qué me tiene que bautizar ese enredo... Casia prefiero siendo mucho más feo. ¿Lo entiende usté? ¿Me entiende usté?

Un siete de diciembre, yo lo recuerdo bien, una de las ovejas que cría la señá Sebastiana, tuvo un cordero. Era azul, tenía dos cabezas y no se murió al poco tiempo. Que se murió de viejo. Pos ya ve usté, ningún zagal de los de que le conocieron se llamó cordero o "mureco" que era el nombre del "pordigio" que otros decían engendro.

¿Ve usté? Yo me doy en pensar en ello y vuelvo lo de abajo arriba, y por mucho que me estruje ... me regreso, con los brazos cruzaos me regreso.

Yo fui a la escuela ¿sabe usté? Cuando tuve que ir fui a la escuela. Asín tenía que ser. Pos fíjese bien usté, que si eramos 22 en clase, siete eramos Lunas, dos eran Selenes y una, una no recuerdo bien, era lo mismo pero en latín o en francés..., terminaba en te... Se lo repito, Casia prefiero siendo mucho más feo. ¿Lo entiende usté? ¿Me entiende usté?

¿Sabe usté? Es muy agradable hablar con usté. ¿Podría decirme de nuevo que hora es? ¡Jesús, que tarde es! Y el pastel sin hacer. ¿Quiere ayudarme usté? No tardaremos , en lo que el puchero se termina de hacer. Después comeremos, lo que haya pa comer entre los que estemos. Será divertido. Otro juego.

¿Sabe qué estoy pensando? Estoy pensando que... cuando terminemos de hacer el pastel, pondremos con letras bien grandes Casia por cima de él. Hay que tenerse fuerte. ¿No cree usté? Claro que también digo... ¿Cree usté que lo entenderá alguien? ¿Qué opinará el mi Benito? ¿Qué opina usté?

¡Vamos! ¡venga! ... Tenemos que hacer un pastel. ¿Cuántos seremos? No sé. Eso es algo que nunca sé. Pero muévase, ¿no ve? muévase que entre lunas se nos llega la hora de comer.

Ana Isabel Fariña


Silencios de luna

La luna queda preñada
por un gran amanecer.
Acurrucada en el cielo
me muestra su linda tez.
Despierta en su blanco manto
me deslizo entre su piel.
Se encarna en mi ser humano
bañada por mi pincel.
Caricias de su hermosura
navegan entre mi ser,
de un mundo, cristal del tiempo,
en un blanco atardecer.
No necesito soñarla,
me basta su anochecer.

Sofía Montero



20 de julio de 1969

Cuando el hombre llegó a la luna, todos sus habitantes salieron a recibirles. Sherezade a la cabeza, en el medio un elefante volador, un sirena muda, un pulpo cojo y una tortuga veloz, a la cola una nube de humo que no sabia si era verde como el cielo, azul como la hierba fresca o marrón como el patio donde bailaba un balón. Le ofrecieron lo mejor que tenían. Le mostraron lo mas hermoso que poseían. Nadie les vio. Y es que para ver un sueño hay que ser un soñador.

Ana Isabel Fariña


Querido Mr Armstrong :

El año que usted posó su pie izquierdo (que no es la mejor forma de entrar) en el satélite lunar, la gente en la Tierra hacía su cotidiana vida, con sus avatares, sus penas y sus alegrías, deteniéndose un instante de aquel 21 de julio de 1969 para observar admirados y en parte desconfiados lo que hacían usted y sus acompañantes allí arriba, al sur del mar de la Tranquilidad.
Por aquel mismo año, el 12 de enero , comenzaba su andadura un grupo de rock que compondrian posteriormente un tema muy apropiado para su excursión lunar, el stairsway to heaven de los Led Zeppelin.
Aquí en España, un pequeño país al sur de Europa, que no se si avistara desde ahí arriba, andábamos a tortas con los marroquís.
El día 15 de ese mismo mes, los soviéticos habían comenzado la particular carrera hacia la luna con el envío de la nave Soyuz 5; mientras en Praga, Jon Palach, se prendía fuego en protesta contra los dirigentes soviéticos.
El 20 de enero eligen en su país a Richard Nixon como presidente, mientras que en mi pequeño país, el día 24, un señor bajito y con voz de pito, declaraba la ley Marcial, cerrando la universidad y arrestando a 300 estudiantes.
El día 30, otros melenudos, llevaban a cabo su última actuación sobre el tejado de su discográfica Apple; eran los famosos Beatles, cuya música habrá llegado hasta "su" luna.
El 3 de febrero, nombran jefe de la eOLP a Yaser Arafat, un personaje importante en el devenir de un pequeño territorio que nadie quiere reconocer aquí en la Tierra, y que desconozco si usted lo hará desde ahí arriba.
El 9 de febrero tiene lugar el primer vuelo del "Jumbo",si no tan relevante como su nave especial, si importante para el futuro de los vuelos comerciales.
El día 13, en Munich, se realiza el primer trasplante de corazón en Alemania, descartándose que rescataran el cadáver de Hitler para dicho experimento.
Volviendo a mi pequeño país, el 22 de febrero veinticinco mil mineros se declaraban en huelga, a la vez que se celebraba el 30°aniversario de la muerte de un famoso poeta español, Antonio Machado, que al igual que de los dos lados de la luna, el escribió sobre las dos Españas .
Volviendo al espacio exterior,, meses antes de tu aterrizaje a la órbita lunar, el 24 de febrero se mandó la Sonda Marinor con destino a Marte.
Ya en marzo, el día 17, tiene lugar el nombramiento de la primera mujer ministra(para esa fecha cosas de otra galaxia) en Israel; un territorio que sus compatriotas reconocen a lo lejos mucho más facil que el de Palestina. Desconozco si desde la luna sucede igual.
El dia 18 sus compatriotas llevan a cabo un bombardeo secreto en Camboya, lo que marcaría el inicio del conflicto bélico en el sureste asiático.
El día 25 de ese mes, uno de los peludos que fechas antes se había subido al tejado de Apple, John Lennon, se casa en Gibraltar con Yoko Ono, se supone que hasta arriba de "diamonds" para llevar a cabo tal hazaña.
Siguiendo con la carrera espacial, el 16 de mayo, una sonda soviética choca contra Venus, y el día 18 tiene lugar el lanzamiento del Apolo X, como previo ensayo a su llegada a la luna.
En junio, en España, cerrabamos fronteras con Gibraltar, demasiado tarde ya para John Lennon...
Mientras en el país vecino elegían democráticamente, palabra que no era peyorativa por entonces en España, a su presidente Georges Pompidu.
El 28 de junio, tiene lugar en New York una redada en un bar gay, de transexuales y homosexuales, cuando intentaban al igual que usted llegar a su particular luna.
El mes de julio contemplaba la continuación de la carrera espacial, con los sovieticos con su sonda lunar Luna 15, y los estadounidenses el Apolo XI,pisando suelo lunar el 21 de ese mismo mes, con usted y sus compañeros a bordo de la nave, lo que supondría según sus palabras textuales:" un gran paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad".
Después de tal hazaña, el año siguió su curso. En su país se sucedían las continuas protestas por la guerra de Vietnam, en especial por esos hippies melenudos que celebraban el festival de
Woodstock tres días de agosto.
El 21 de noviembre, se establece la primera conexión de internet entre la universidades de Stanford y Ucla, también un gran avance tecnológico.
Mientras en mi país, en esta Espana nuestra, el señor bajito y con voz de pito, nombra su sucesor a un principe, que aunque sin ser el de Bequelar, nos lo seguimos comiendo aún tan ricamente.
No se si habiendo conocido tales sucesos terrestres, , aún, y desde ahí arriba, al contemplar el planeta, le viene a la cabeza la canción de su hermano Louis, what a wonderful world; o simplemente le desea a su antiguo vecino un: " that you enjoy Mr. Gorsky ".

Jose Ramón Cifuentes García


Alunizaje

En el momento en que el hombre llegaba a la luna acá un hombre moría loco de amor por una cabra.
No podía soportar el hecho de no poder compartir su vida con Cabra y se suicidó. Cometió el suicidio delante de ella para que no pensara que la abandonaba por que no deseaba verla si no que lo hacía por pura desesperación.
Cabra empezó a mover el cuerpo del Hombre con el hocico para despertarlo, balaba y lo lamía. Al cabo de unos minutos, dobló primero las patas delanteras luego las trasera y se recostó sobre él. Esta escena permaneció así hasta que la Policía los encontró.
Al ver gente, Cabra estiró las extremidades torpemente por el entumecimiento provocado por la inmovilidad de varias horas y se separó del cuerpo aunque mantuvo una distancia razonable hasta el lugar dónde desempeñaba su tarea la policía que le permitió observar como levantaban el cadáver. Mientras ella balaba cada vez más fuerte.
Fue en el preciso momento en que el hombre puso un pie en la luna cuando Cabra elevó los ojos al firmamento unos breves instantes y a continuación entró en el redil con el resto de sus congéneres.

Antonia Oliva

Pasillo o ventanilla

La sesión del lunes 10 de marzo la dedicamos al tren, un medio de locomoción sobre el que han puesto su mirada directores de cine, artistas plásticos, músicos y escritores.
Hace años RENFE convocó un certamen de haikus sobre el tren y al año siguiente la convocatoria tenía que ver con el microrrelato. Hubo muchos trabajos en ambas ediciones del concurso.
Otra apuesta creativa sobre el tren es el certamen "Antonio Machado" que la Red de Ferrocarriles Españoles convoca anualmente. Este prestigioso premio tiene dos modalidades: poesía y cuento.


Chema Madoz

En 1990 Francisco Umbral ganó la edición XIV del premio de narraciones breves "Antonio Machado" con el texto “Tatuaje”, una espléndida y poética evocación del tren.
Benjamín Prado ganó en la modalidad de poesía, en el año 2004, con el texto “Ecosistema”:

ECOSISTEMA

En las gasolineras
se funden los glaciares.
El humo de las fábricas busca ataúdes blancos.
Quien tala el abedul
detiene un río.
Yo miraba
los bosques
desde un tren.
El cáncer
es la sombra
de las selvas quemadas.
Los poemas de Lorca crecen en los naranjos.
Los desiertos
empiezan en las peleterías.
El tren
dejaba atrás
marismas
y humedales;
dejaba
atrás
el salto
de los zorros
y el martín-pescador.
Los detergentes
llenan de azufre las manzanas.
En las niñas que lloran dentro de los quirófanos
se oye el grito del urogallo herido.
El tren
cruzaba
campos
de maíz,
subía
a la montaña,
lejos,
lejos del hombre
que inmiscuye un puñal en cada espiga,
lejos de su aire análogo al veneno,
sus nubes de nitrógeno,
sus hornos de carbón.
El tren
y la langosta
que se fragua
a sí misma
en la espesura;
el tren
junto al limón
que abre
la oscuridad
con dedos amarillos;
la caracola llena de pagodas torcidas;
el ciervo
reclutado
al azafrán.
Pasaba el tren,
hermosa cordillera instantánea,
horizonte mecánico,
dragón oscuro de los manantiales.
Pasó el tren y quedó ilesa la vida.

Benjamín Prado Rodríguez

Pero también hablamos de muchos otros textos sobre el tren como el poema de Manuel Díaz Luis o la parodia que yo mismo hice sobre el soneto XI de Garcilaso de la Vega:

En todas las estaciones

En todas las estaciones
hay una monja y un viaje,
una salita de espera
donde se cuentan los males
de todos los Hospitales,
un corro de plañideras.
A un lado, pero por fuera,
un banco descolorido,
un vagabundo dormido,
un borracho por los suelos
y mil y mil desconsuelos,
alborozos, risas, llantos,
alegrías, desencantos,
qué más, me cago en la mar:
un niñito impertinente
y una moza gorda ardiente
despidiendo a un militar.
Un joven aventurero,
un aprendiz de torero,
una puta y un gatito
y el príncipe de Estambul
que va vestido de azul
con una gorra y un pito.
En los ojos duele el hierro
gris y negro de la tarde,
duele el amor en los brazos
y el corazón en la carne
dentro del pecho se enciende
como una hoguera la sangre.
Y esperando en el andén
a que salga ya tu tren
aquí estoy sin equipaje.
En todas las estaciones
hay una monja y un viaje.

Manuel Díaz Luis


AVE
(versión del soneto XI de Garcilaso de la Vega)

Hermosas ninfas que, en el tren dormidas,
en sueños suspiráis enamoradas
y en clase preferente acomodadas
imagináis pasajes de otras vidas;

desamores de vueltas y de idas
sin rumbo, ni transbordos, ni paradas,
atrás las pertenencias mal halladas
en las consignas de las despedidas;

dejadme un rato imaginar besando
vuestros labios, llorar y consolarme
en el final de un túnel, ya deseando

reclinar mi triste asiento y entregarme
al vaivén de este tren -ahora volando-
o aguardar mi destino y despertarme.

Raúl Vacas

Hablamos, por último, de la magnífica novela de Gonzalo Hidalgo Bayal “Paradoja del interventor”, un libro asombroso que con un lenguaje exquisito nos pone en contacto con el destino inesperado de un anciano que pierde el tren tras bajarse en una de las paradas para rellenar en la cantina su botella de agua. Desde ese momento el protagonista de la historia recorre a tientas una ciudad sin nombre donde conocerá a una serie de personajes que le pondrán en contacto con su yo más desconocido.



La tarea propuesta durante la sesión fue escribir varios haikus. A la mitad de los componentes del taller –sentados en ventanilla– les tocó poner la vista en el exterior del tren. El resto de compañeros escribió sus haikus con relación al interior del tren.
Para casa propusimos un textos libre (poema, microrrelato o relato breve) sobre el tren.

Estos son los trabajos presentados por algunos de los componentes del taller de escritura:


El tren

Tren
tris
tras
tres
tren
Un adiós desde el andén
sonidos repetidos
recuerdos olvidados
raíces traviesas
traviesas atravesadas
en paralelo

Tren
tris

Desde el andén
¿Por qué me dejas en este apeadero?
solo
sueños en humo
sueños en hierro

Tras
tren
solo en el andén
cielos violetas
campos morados
ruedo entre piedras
perdido

Tris
tren

¡No me rendiré!

mastico las hojas caídas con lamentos adheridos
me ahogo con mis suspiros
sangro con mis delirios

Tren
tren
tris
cerrojos sin abrir
penas sin lágrimas
ojos perdidos mezclados con la arena de una playa

Tren
Tris
Tren

Próxima estación
CEMENTERIO MUNICIPAL….

Vicente M. Martín


Última parada

Hacía un día de perros y no veía la hora de que llegara el maldito tren que le devolvería a casa. Subió apresurado y se sentó en el primer departamento en que halló hueco. Se quito la gabardina y la gorra y más tranquilo, tomó asiento. Una vez acomodado hizo un breve recorrido visual por sus acompañantes: Una señora mayor que miraba alternativamente con recelo a todos los pasajeros mientras asía con firmeza su bolso. Una chica joven, y siendo francos bastante guapa, que bajaba la mirada apenas se encontraba con otra. Un maduro gordinflón que debiera pagar dos billetes, pues ocupaba dos puestos. Y un tipo más o menos de su misma edad, que no se había quitado el abrigo, pese a que no hacía frío en el vagón, y un sombrero tapándole la cara, seguramente tratando de dormir un poco.
El tren abandonó aquella infernal estación y continuó su rumbo con intenso y constante traqueteo. Tras recorrer sus buenos kilómetros de llanura, alcanzó las montañas y comenzó el juego de luz y oscuridad de los túneles. En el tercero de ellos, un súbito estruendo. Al salir del túnel, la anciana, que dejó caer el bolso, la hermosa joven y el obeso, miraban horrorizados e inmóviles el orificio en su frente y la sangre que manaba pulsante.
Simultáneamente, a muchos kilómetros de allí, una chica recibía una carta sin remitente. La abrió y la leyó:
“Aún no me conoces, pero pronto seré el hombre de tu vida. Ya nadie nos lo impide”

Desde dentro:
Sin cambiar paso,
con suave traqueteo
acuna a un niño.

Paso de tren
va estirando las luces
tras el cristal.

Desde fuera:
Pifiar inquieto,
diligencia de acero
anuncia marcha.

Un caracol
recorre dos traviesas
por cada tren.

Miguel Ángel Pérez


En el andén                                                                                                                                                       
Es bonito entender un tren. Bonito, bonito como la alegría.  Y subir a él,  montar en él, cantar, bailar, llorar en él... Eso es lo más bonito de todo. Más incluso que entenderlo.
Hay quien nunca ha montado en tren. Nunca. Pero nunca, nunca. Poder pudieron. ¡Claro que pudieron! pudieron como todos. Pero no lo hicieron.
¿Sabéis que es nunca?
Nunca es el día del juicio. Eternamente jamás. Eso es, un adverbio. Un jamás por jamás. Una pesadilla.    Le veían. Le veían y le entendían. Callaban los pensamientos y le entendían.  "Sube" "monta" les decía.
Entonces ellos... ellos le contestaban "tengo miedo", "dame tiempo".                                                             Antes de que terminaran, se había ido.
Era el tren, su tren y se marchaba ¡Qué dolor! Poco después volvía ¡que tormento! Se marchaba y volvía.  Como hoy. Como ahora. Como siempre. Y otra vez el dolor, ¡ese horrible dolor! y el tormento ¡ese terrible tormento!. Cada vez mucho mas grande. Cada vez mucho peor...
Os diré una cosa, el tiempo no es antídoto del miedo. El tiempo no es nada.
Es bonito entender un tren. Bonito, bonito como la alegría...
Hay quien nunca ha montado en tren...
Hay quien se quedó en el andén ... entendiendo... buscando tiempos, borrando miedos. Consumiéndose...
Sólo tenían que subir
Sólo sub...
"Pi.....................pi
¿Oís?... Se fue... Otra vez se fue.
Duele.
Hay cosas tan hermosas, tan sencillas, que asustan al entendimiento. ¿No creéis? 

* * *

La señora Manuela era una mujer muy alta y muy mayor. Tan mayor o mas que mi abuela Matilde; pero, infinitamente mas alta. Cuando en casa los ancianos comentaban que con la edad los cuerpos se reducían,  yo jamás pensaba en mi abuela; pensaba en la señora Manuela. Tenía que haber sido una giganta. No encontraba otra explicación. Su marido era también un hombre grande, aunque a su lado no lo parecía. Tan delgado. Tan silencioso... Nunca le vi andar recto.   Cuando caminaba era como el cayado en el que se apoyaba, un pie recto y fino que se plegaba sobre si mismo buscando el suelo con la cabeza. Su sola silueta, siempre decapitada, me sobresaltaba. Era ferroviario. "Toda su vida en las vías." Eso es lo que nos decía su mujer a mis hermanas y a mi, cada vez que mis padres nos dejaban en su casa a la hora de la merienda, de un dia -no recuerdo cual-, a la semana.
Una tarde, cuando mi padre llamó a su puerta, abrió él.  La mujer estaba en cama. Una jaqueca terrible, una migraña,  la tenía postrada. Recuerdo que mi padre se ofreció a asistirla -era médico-; y por supuesto a alejarnos de su morada. Tres pequeñas no podían hacer mas que agravar su dolencia.
Don Francisco, el ferroviario, le indicó que no hacia falta. Su mujer, -afirmó-, en esos momentos atravesaba un pequeño túnel. En breve estaría recuperada. En realidad, si él -mi padre- y nosotras no poníamos objeciones, él mismo podría darnos la merienda y conducirnos hasta que Manuelina se levantara. Fue la primera vez que le oí hablar.
Mi padre accedió.  Nosotras no dijimos nada.
Nunca he conocido el vínculo exacto que unía a mis padres con esta pareja para que ante un argumento tan débil y una propuesta tan extraña nos dejaran en sus manos sin pensar que aquello podía ser un delirio, una locura que terminara en drama.
Algo asustadas, agarradas muy fuerte de la mano, le seguimos a la cocina. No había tarta, ni galletas, ni siquiera estaban sobre la mesa los ingredientes para cocinarlas. No olía a chocolate. No había refrescos. No había fruta. No había nada.
Con el cayado, Don Francisco nos indicó que nos sentáramos, y despacito, muy muy despacito, sin decir nada, se dirigió a otra sala.  Había tanto silencio...
La pequeña Eva se apretaba a mí,  yo a mi hermana Jana, ella..., ella con la mano que le quedaba libre, a la banca corredera de madera donde estábamos sentadas. La banca que tanto nos gustaba. Desde ella podíamos acceder a una mesa inmensa, una mesa de giganta donde nada era seguro y donde todo resultaba posible. Era una mesa de madera fantástica. Una mesa que esa tarde parecía que se apretaba a nosotras asustada.
Cuando regresó,  traía, mejor dicho, arrastraba una maleta de ruedas. Era enorme. Con un cuidado exquisito, sin rozar ni dañar nada, sin que el aire lo sintiera, la  aparcó en la cocina. Estaba serio como siempre, pero en su cara se intuía una sonrisa parecida a la de mi primo Carlitos cuando preparaba una trastada.
"Ábrela" le dijo a Jana, y Jana la abrió.
No sé cómo traducir con palabras la sorpresa que nos causó ver lo que se escondía en la barriga de aquel fajo de tela dura. Cientos, miles, millones de sombreros la llenaban. Don Francisco no pronunció palabra, no hizo falta. Eran nuestros. En un nada, toda la mesa se llenó de gorros, bonetes, boinas, chisteras, sombrerillos, chichoneras, incluso pamelas... El susto se convirtió en fiesta. Las manos, ya no se anclaban a lugar alguno; flotaban entre colores, buceaban entre tesoros y cuando pescaban alguno, lo hacían rotar por todas las cabezas incluida la del marido de la señora Manuela que veía como al llegar a él,  uno a uno caian al suelo con la misma gracia que el niño que se desliza por un tobogán. 

Dos pitidos largos, uno  corto y otro nuevamente largo detuvieron nuestro juego.
Con los hongos calados hasta la nariz, nos giramos hacia el lugar del que había brotado el sonido. Al principio no veíamos, la corona del bombin era ancha y el ala frontal, la visera, nos cubría media cara. No teníamos ojos. Cuando los recuperamos supimos. Don Francisco tenía un silbato en la mano. Era de plata, recto como el pie de su cayado y tenia una cabeza circular hueca, una anilla fabricada con el mismo material, que lo remataba.
A sus pies, junto a la maleta saqueada, había tres mochilas. Eran azules y estaban decoradas con hojas de encina. Un poco mas alejado había un macuto, un petate azul con letras grandes y rojas. Debajo de ellas, se distinguían dos bellotas.
Esta vez no fue Jana quien las abrió,  al menos no fue ella sola quien lo hizo. Las tres saltamos al suelo. Ya sabéis,  la curiosidad...
El botín, en esta ocasión, se comía.  Se comía y se bebía.
Es curioso recordar como para nosotras esas apariciones eran normales. En ningún momento nos cuestionamos que pasaba, las cosas simplemente pasaban y de la misma forma en que hacía un instante nos agarrábamos asustadas, poco después, de ese miedo no quedaba nada. Absolutamente nada.

Sonó el silbato. Esta vez fue un solo pitido.... un pitido largo y afilado.
Igual que antes, su sonido nos detuvo. Miramos al ferroviario. Con el macuto colgado a la  espalda y su paso lento se dirigía a la puerta. Se marchaba. Como pudimos, guardamos lo que quedaba de los bocadillos, las patatas, los chocolates, las chucherías y las botellitas de agua en las bolsas bordadas con hojas de encina. Al no colocarlas bien, no cerraban. Medio abiertas nos las colgamos a la espalda como había hecho él y nos entregamos a su sombra curva y decapitada. Una sombra que a golpe de silbato inició un viaje sinuoso por la escalera de la casa.
No hubo mas que una parada: el desván abuhardillado
Cómo os diría para que os hicierais una idea....
Allí,  en lo que parecía el final del trayecto, descubrimos que lo que podría haber sido un trastero era una lámina de un cuento fuera de un cuento moldeada y pintada  con el esmero que solo nace del cariño. Miraras donde miraras era precioso. Montañas, valles, lagos, océanos, incluso desiertos se conjugaban perfectamente. Personas y animales diminutos salpicaban sus espacios de una forma tal vez azarosa pero acertada. El conjunto era un paraíso.  Un paraíso de verdad. No faltaba ni el mas mínimo detalle. Nada. Había hasta coches y carreteras, y aeropuertos chiquititos con sus aviones minúsculos y veleros y ciclistas solitarios y tractores y trenes... Sobretodo trenes. Porque Don Francisco, ya os lo he dicho, Don Francisco era ferroviario.
Los trenes a simple vista no se veían bien, es cierto. Las estaciones ocultas, el paisaje, los paisajes... los camuflaban. Pero una vez que mirabas, les veías.  Eran nueve. Nueve trenes de colores, largos como los cuellos de las jirafas. Nueve trenes que cuando llegamos dormían en sus vías.
En el primer apeadero, había una consigna. En ella, Don Francisco depositó su petate, nosotras las mochilas. "Un maquinista viaja sin carga" nos dijo. Como podéis imaginar , en aquel momento no entendimos nada, pero como podéis seguir imaginando, no nos importó.
Poco antes de que un nuevo pitido nos permitiera iniciar el viaje,  del macuto salieron tres sombreros de copa cuadrada y un ala frontal casi tan profunda como su corona. Uno para cada una. "Ahora sois jefes de tren" -dijo el ferroviario-. "Y ya que habéis sido coronadas, completare vuestro atuendo haciendo os entrega de un cetro". Metió una vez mas la mano en el macuto y de él sacó un pincel, una batuta y una varita. Tres "bastones de mando" que repartió con orden pero sin orden. A Jana le tocó el pincel, a la pequeña Eva la varita, a mi como ya habréis deducido, la batuta.

Dos pitidos largos, uno  corto y otro nuevamente largo iniciaron nuestro juego. Despertamos a los trenes.
Al principio, todo era difícil. Nos daba miedo circular en sentido contrario, huíamos de las vías de retorno, nos negábamos a invertir el sentido de la marcha, los túneles nos aterrorizaban y los  cambios de nivel nos sobrecogían de tal forma que, al concluir la maniobra nos parecía imposible seguir vivas. Solo queríamos circular por la que llamábamos  nuestra vía -que siempre era la vía mas cercana-. A lo sumo nos planteábamos eludir pequeños  obstáculos. Superarlos nos hacía sentir muy poderosas. Nuestro ideal era el trayecto lineal que se dibujaba al amparo de un decorado bonito. De hecho, contemplábamos el decorado como si fuera nuestro. Imposible suponer en aquel momento que también fuéramos decorado.

El inesperado sonido de una campana hizo que nos giráramos hacia el apeadero de entrada. Allí estaba la señora Manuela. Nos llamaba. Tras estacionar adecuadamente nuestro tren, encendidas como estábamos, emocionadas, acudimos a su reclamo. Teníamos muchas cosas que contarle. Mientras lo hacíamos,  ella nos repartía porciones de fruta fresca y galletas de avellana, nuestras favoritas. Hablábamos las tres a la vez, que si un  tren siempre se paraba, que si una montaña estaba muy alta, que si la  boca del túnel era negra, que si la locomotora verde...
Fue Eva, la pequeña Eva, quien al pronunciar la palabra túnel recordó que cuando llegamos a su casa, Don Francisco había dicho a nuestro padre que en esos momentos ella atravesaba uno y que en lo que lo hacia,  él mismo nos daría la merienda y nos conduciría hasta que lo salvara. Por eso, como hacen los pequeños, de repente, le preguntó "¿da miedo?"
La señora Manuela la sentó sobre sus rodillas, y mientras le colocaba la gorrita contestó, "un túnel no es nada cuando llevas la gorra adecuada y el bastón que te corresponde" "Tú tienes mucha suerte, tienes una varita, eres maga, cuando la boca de la montaña te trague, solo tendrás que tener valor para usar tu magia" "y tu Jana, tu también eres muy afortunada, tienes un pincel para pintar sobre las vías del color que mas te guste hojas de ruta cortas, largas, barrocas o abstractas." "Y tu María,  tienes una batuta. Es tuya. Con ella puedes llenar de notas dulces la vía mas árida,  y de compases alegres el trayecto mas triste" "las tres, las tres podéis ser trenes maravillosos si no perdéis la gorra o abandonáis el cetro en cualquiera de las estaciones donde las agujas se cambian." "Todos nacemos en un andén". "En el andén de una estación vacía". "Crear, dibujar, componer recorridos es cosa de cada tren". "Las vías siempre responden". "Su hierro se forja siempre en la corona de una gorra y el corazón de un cetro". "El tren, la vía y el paisaje son una misma cosa"

Dos pitidos largos, uno corto y otro nuevamente largo nos devolvieron al juego.
Ella también jugó.  Su gorra era una gorra floja de algodón tintada en azul marino con visera de charol. Tenía dos bastones, un banderín y un farol.
El manejo que tenía de los trenes, de los nueve, demostraba que no era la primera vez que jugaba. Las tres queríamos imitarla y no solo por la dificultad de las maniobras que ejecutaba, sino porque era evidente que según las realizaba el color del tren que guiaba, la forma de su locomotora, la textura de su chapa, el número de vagones... todo cambiaba. Hasta el paisaje por donde circulaba se modificaba. A golpe de banderín y farol todo renacía, todo se trasformaba.
Sin saber muy bien cómo,  ni por qué, Jana comenzó a pintar trayectos diferentes con su pincel. Eran rutas cada vez mas difíciles, los trenes las dibujaban. Eva, la pequeña Eva, imitándola, calándose bien la gorra, con su varita consiguió que algunas locomotoras volaran; y yo... yo con mi batuta pude escribir sobre la partitura por donde circulaban los vagones, cientos, miles y millones de notas que los trenes obedientes entonaban.

Cuando sonó el timbre de la puerta, ninguna de nosotras quería bajar del desván. Ninguna quería regresar a casa. Solo la promesa del retorno consiguió que lo hiciéramos. Antes de irnos, mientras nos ponia los abrigos y mi padre y Don Francisco conversaban, la señora Manuela nos regaló la mochila azul con hojas de encina, la gorrita y el cetro.
Nunca volvimos a subir al desván.
Un cambio de agujas repentino obligó a mis padres a mudarse de estación y de casa.
Recuerdo aquello  como un drama.
La mañana que fuimos a despedirnos llevábamos las gorras puestas.
La señora Manuela y Don Francisco nos esperaban. Habían hecho una tarta de chocolate con forma de tren y galletas de avellana. A mi padre le encantaron las galletas. A mi madre la tarta.
Cuando nos íbamos,  mientras nos besaba, la señora Manuela nos repetía: "Todos nacemos en el andén de una estación vacía. Podéis ser tren o mercancía. La diferencia está en un cetro y una gorra."
Han pasado muchos años desde que ésto que os cuento sucediera. Hoy ya me veis, soy un tren viejo. Puedo aseguraros que no he perdido mi gorra y he usado mi batuta.  He sido tren. He sido sido batuta. He sido vía. He sido paisaje. No  siempre fue fácil. Hoy no es fácil.  La boca oscura de la montaña me muerde. Una parte de mi se quedó en la estación de la que no se vuelve. Mi melodía es lúgubre. Mi locomotora negra. El paisaje es un réquiem constante. Por eso, en cuanto me dejéis, en cuanto esto se acabe y bajéis de mi vagón y os vayáis a casa... yo también bajaré. Bajaré a la estación con vosotros. Me dirigiré a la consigna y dejaré en ella mi mochila. "Un maquinista viaja sin carga". Después me comeré una galleta de avellana. Estoy segura de que sólo con eso, volveré a nacer. "Todos nacemos en un andén". "En el andén de una estación vacía". Eso es lo que me dijo la señora Manuela. La giganta. Lo que no me dijo es que nacer es un verbo que se conjuga siempre en presente y a distintas velocidades. Eso lo aprendí cuando me hice ferroviaria. "Toda mi vida en las vías".

Ana Isabel Fariña


El último viaje

Se despertó con la voz monocorde del alta voz anunciando el cierre de las puertas del tren. Había pasado más de una hora desde que se había puesto en marcha. Bajo el cielo ensuciado de la ciudad reponiéndose de sus sueños se había despedido de ella, con un beso resentido por la mala noche que habían pasado barajando las opciones que les quedaban, para intentar reanudar sus hilos. Juntar sus destinos. Poner un punto final a sus cartas entrecruzadas. El paso doloroso de cada día, cada hora, cada minuto. Las estaciones. Los aeropuertos. Las autopistas. Las conversaciones telefónicas. Todos los paliativos que usaban entonces para acortar el tiempo, la distancia, engañar sus vidas suspendidas a la espera de un concentrado de felicidad.
Otra vez estaba solo. Una pequeña vida viajando a través de los campos verdes, de los bosques espesos, de las llanuras interminables, de las casas esparcidas entre ríos y caminos, entre millones de pequeñas vidas, que como él, se deslizaban de un punto a otro del planeta.
El campanario de una iglesia sucedía a otro campanario de otra iglesia. Como cada vez que recorría ese trayecto se preguntaba en qué día del año salía el sol en esas tierras mojadas. A qué recurrían las almas vivientes del lugar para secar sus lágrimas y sus heridas abiertas. Le quedaba hora y media hasta el transbordo en la capital, entre el bullicio, las prisas, las caras despintadas de la multitud de transeúntes a la espera de otro vagón, otro enganche para seguir con sus destinos. Aún le quedaba tiempo, pero el tren y los minutos corrían sin detenerse. Sabía que al final del trayecto debería de haber tomado su decisión.
Dejó desfilar ante sus ojos, unos instantes, el río de sus pesadumbres, y mientras una mujer trataba desesperadamente de callar los gritos de su hijo en unos asientos más adelante, quiso dejar de pensar. Acunado por el tamboreo incesante de la máquina se durmió otra vez.
Fue el hambre que le despertó, o el movimiento de los pasajeros que iban recogiendo sus pertenencias. O las dos cosas quizás. El caso era que se veían los primeros edificios descoloridos de los suburbios de la ciudad y en pocos minutos tendrían que abandonar el tren. En la estación le daría tiempo comer un bocadillo de jamón y mantequilla, comprar una revista y tomar un café, antes de localizar el andén y el tren que le transportaría hacia su destino. Nunca le habían gustado esos transbordos. Se sentía en la efervescencia repentina completamente desubicado, fuera de lugar. Odiaba a esos títeres, anónimos e impersonales, que agredían el transcurro de su vida. Odiaba su indiferencia, odiaba sus trajes grises que se perdían en las paredes grises de sus vidas grises. ¿Y si no fuera él más que uno entre ellos ?
Dejó atrás la sensación desagradable y mientras se alejaba la serpiente desarticulada del andén y emprendía su viaje hacia el sur, la cabeza apoyada en la ventana, no le quedó otra salida que la de volver a sus herencias y confrontarse a sus dilemas. Ya sólo quedaban tres horas. No había nadie en el asiento de al lado y pudo estirarse del todo y ponerse cómodo. Había poco ruido en el vagón, los viajantes iban adormilados en sus asientos y después de enseñarle al revisor su billete en regla empezó a sentirse más relajado. La manta nubosa mostraba señales de debilidad, algunos trocitos de cielo azul se hacían espacio. Le invadían unos deseos cada vez más potentes de correr. El sólo tenía la respuesta y eso le daba una infinidad de posibilidades. Respiraba más hondo.
El horizonte le apareció como posible camino. Allí, a lo lejos, estaba la otra frontera, la que, desde siempre había cruzado y vuelto a cruzar, una y otra vez, de un lado para otro. La solución, quizás, fuese cambiar el punto de partida. Establecerlo del otro lado. Cambiar las perspectivas. Los papeles.
La locomotora seguía su paso y seguía abriendo el camino. En la llanura despuntaban las primeras colinas, pronto los montes crecieron y llenaron el espacio las montañas dominadoras y protectoras. Recortaban con extrema precisión el cielo despejado, resplandeciente de azul y sol.
La luz, deslumbrante, terminó de convencerle.
Se sintió aliviado, se sintió libre, se sintió posible.
Cuando llegó a la estación recogió su mochila desgastada, bajó del tren, pisó el suelo con firmeza y echó a andar hacia su casa.
Lo primero que hizo al entrar fue marcar el número de teléfono de ella. No estaba. En el contestador dejó un mensaje : ‘Estoy bien. Me voy’.

Sara Pérez


Viajo con el tiempo

Colores de una luz
pasean en la piel de un nuevo encuentro.
El tren se desliza ante mi voz.
Mastico en su interior minutos de la mente.
Viajo con mis labios un tiempo que se apaga,
pausa de un nuevo despertar:
retorno sin palabras,
imagen congelada
en el camino del tiempo.

Sofía Montero García


Tren del desaliento

Un día de sol
tomé un tren de lejanía a cualquier parte
Nada en el horizonte
el cuerpo en stand-by
la vista sin acomodar, parpadeo
con la cabeza apoyada en el cristal
Un universo paralelo
del que unos minutos atrás
era dolorosamente consciente
Áridos campos fuera….

Fotografías

El tren se abre paso por el desfiladero
Lo veo por el cristal al doblar la curva
Unos árboles vencidos por el viento
Una pared inclinada
Fotografío ese momento

Viñas y monjes
La ribera del río
Los monasterios

El tren de madera se para
Salimos para observar
Allá en la distancia,
un elfo camina hacia la cascada
El viento agita sus ropajes
Suena música clásica

La atracción

El maquinista del tren conoce el mundo entero por que existe solo una vía que discurre por todos los países. El tren va despacito y los visitantes se suben a él en marcha y se apean cuando quiere. Se saluda al maquinista y es obligatorio contarle como te llamas de dónde procedes y adónde vas. El maquinista acumula historias y dice que todos los que subimos al tren nos parecemos, siempre con la mochila de melancolía encima.

Antonia Oliva