Para gustos los colores

Ayer me puse rojo cuando un abuelo, entre risas, me contó un chiste verde. Yo no me reí. Tú eres un lila, me espetó y a punto estuvo de escupir también su dentadura. Me pone negro que alguien me insulte. Estuve a punto de sacarle los colores a ese viejo verde pero había demasiada gente junto al quiosco y no quise ponerle verde. Algunos comentaban los titulares de las portadas de la prensa rosa, otros se quejaban del amarillismo en algunos diarios. Hay quien se empeñaba en verlo todo negro o quien afirmaba que la vida es de color rosa. ¿No hay medias tintas? Los de sangre azul, comentaban, se ponen morados de punta en blanco con su dinero negro y otros sin blanca, con la cuenta en números rojos y verdes de envidia. Menudo marrón. Pero así es la vida y para gustos los colores. Menos mal que tenemos salud, que estamos como una rosa y que tenemos humor negro y amarillo.
Esta entrada aún está muy verde pero no todo es negro sobre blanco. ¿Quién dijo que escribir es un camino de rosas? Hay que tener materia gris y no es fácil dar en el blanco, sobre todo si uno tiene la negra o se queda en blanco.


Pues sí. Todo es de color, como dice la canción. O al menos del color con que se mira. Esta semana hablamos de colores. Jugamos como Rimbaud a ponerle color a las vocales, a practicar la sinestesia a buscar el color de nuestra infancia o el color con miramos el futuro.
Leímos, para abrir boca, las palabras que Lorenzo Saval firma -a modo de pórtico- en el monográfico de la Revista Litoral, una clara constatación de la amplia literatura que hay sobre este tema. Una paleta de textos e imágenes, organizados por colores, que para cualquier amante del arte resulta imprescindible. La revista incluye numerosas obras de arte en cada apartado de color. Si quieres explorar en qué obras predomina un color determinado puedes jugar con esta aplicación. 
Recomendamos los artículos "La paleta de colores en la literatura" y "El círculo cromático de la literatura". El primero recorre numerosas novelas en cuyo título se incorpora algún color. ¿Por qué "El manuscrito carmesí" tiene que ser de ese color y no azul? ¿Por qué tituló Doris Lessing su novela "El cuaderno dorado" y no "El cuaderno", a secas?  La literatura requiere especificidad para romper los arquetipos, nos dice. En el segundo encontramos un proyecto realizado por el estudio de diseño Dorothy: una recopilación de 300 libros colocados -de manera un tanto subjetiva- en un círculo cromático donde se pueden percibir los diferentes matices de color. ¿Qué diferencia al rojo de La letra escarlata del de Meridiano de sangre? Un curioso experimento.


Portada de la revista Litoral


En este asunto del color, a pesar de algunas evidencias científicas y del estudio del color desde distintas disciplinas todo es muy arbitrario y subjetivo pues son muchos los factores que influyen en la percepción que tenemos del color. El hecho cultural también es evidente. Pero nos gusta jugar y prueba de ello es también el proyecto "Firmas de color" de la artista británica Jaz Parkinson, donde demuestra que cada libro tiene su propio espectro de color. Lo cuenta Alejandro Gamero en "La piedra de Sísifo" donde firma el artículo "Como sería traducir un libro a colores". Todo un juego sinestésico.
Si alguien quiere profundizar en ese vínculo entre literatura y color puede asomarse a los trabajos "El color en la literatura del modernismo" de José Luis Bernal Muñoz y "Estudio del color verde en la obra de Lorca" de Lara Gómez Urquía.
Carlos del Amor hizo un reportaje en RTVE sobre el libro "El color del tiempo". En dicho libro la artista Marina Amaral y el historiador Dan Jones colorean las imágenes del pasado para narrar un historia del mundo contemporáneo. Algunos amantes del blanco y negro no han visto con buenos ojos esta idea. Y es que para gustos también el blanco y negro.
Hay en la revista Litoral hay un texto que firma Eva Díaz con el título "Magenta, el color de la guerra" donde se explica cómo este color nació en la batalla de Magenta, en Lombardía. Hasta ese momento había sido el fucsina. En el artículo "Magenta, un color de guerra para pintar la paz" tienes más información sobre este hecho.
En la literatura infantil y juvenil encontramos libros tan interesantes como "Pequeño azul y pequeño amarillo" de Leo Lionni (puedes disfrutarlo en este enlace) o "Caperucita Roja, Verde, Amarilla, Azul y Blanca" de Bruno Munari y Enrica agostinelli. En este último, Munari recrea el cuento clásico con cada uno de los colores del título. La caperucita amarilla será niña urbana y la azul, por citar solo dos, tendrá que cruzar el mar para llevarle una cestita con cosas azules a su abuela Celeste.
Los niños, como el ratón Frederick de Leo Lionni, recogen palabras y colores para pasar el invierno gris y la vida. Y todo lo comparten cuando no queda ya más provisión. La escritora Emily Roberts aprendió el color azul con su padre. Lo dice en verso en el poema "Mi padre me enseñó el color azul" publicado en el libro Parliament Hill, en el editorial Vaso Roto: 

Cuando mis padres eran pobres, y jóvenes, y felices,
heredaron (heredé) su primer árbol de Navidad.


Yo tenía
dos años
y aún no conocía
el color azul.

Hay un vídeo en VHS donde mi padre me pregunta
cuál es mi bola favorita.
Eran viejas. Prestadas. Con un brillo hortera de todo a cien
-aún no había chinos-,
abundaban rosas y amarillas.

Mi padre escogió la bola azul
en lo alto del árbol.
Era la única bola
azul.

Yo seguí su dedo y la señalé también,
sin saber aún su nombre.

-Azul, la bola azul.
-Azul –repetí.

Y supe que desde entonces
yo quería ser azul.


Dejamos aquí, por último, un poema de Eloy Sánchez Rosillo titulado "Colores". Coincidimos con él en que éstos, cada uno en la pureza de sí mismos, hacen más habitable el mundo:

Qué sería de mí sin el azul.
Mas no el azul del cielo,
ni el del Mediterráneo o del zafiro,
sino el azul tan sólo, ese color.

E igualmente diría
del amarillo, el blanco, el rojo, el verde.
También el negro es mío.
Y no me es necesario imaginarlos
en el amanecer, en la pradera
donde puso sus nieves el invierno,
en unos bellos labios de muchacha,
sobre la hierba que de marzo brota
en la más honda noche.

Los medito en su ser; a cada uno,
aislado en la pureza de sí mismo.
Los contemplo en abstracto, y me deleita
y me asombra el misterio
de que la forma llegue siempre al ojo
envuelta en el albur de los colores.

Después, como en un sueño, van mis manos
mezclándolos a todos.
combinando en mil modos su inocencia
con la fascinación de tanto hechizo
Y siento como nunca que por ellos
por ellos más que nada.
es habitable el mundo.

Ahora, con todos los colores en los bolsillos, o en la mirada, puedes disfrutar de un paseo por "La tierra vista desde el cielo" con las imágenes de Yann Arthus-Bertrand. Un libro que es un regalo para los sentidos. 


Propuesta de escritura

Elige un color. El que más te guste, el que te defina, el que te inspire. Haz un listado con las primeras diez palabras que vengan a tu mente relacionadas con ese color. Escribe un texto sobre el color elegido poniendo en juego dichas palabras.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Ayer, todo era azul

Por la mañana acudí a la estación de ferrocarril para sacar un billete de ida y vuelta a Valladolid, y la sorpresa empieza, por ser días azules, el precio era el 50% más barato.
El cielo estaba completamente azul claro, sin una nube que se viera en el horizonte, y enseguida me percato, que voy vestido de azul, camisa, pantalón, slip, calcetines, zapatos, corbata, chaqueta, bolígrafo, móvil, tarjeta crédito, tarjeta bonobús, tarjeta de sanidad.
No es posible tanta coincidencia, cuando vuelvo a casa por la noche, en la estantería del hall de la entrada, tengo cientos de búhos, mirándome todos con sus ojos azules, me dispongo a tomar un café y la encimera de la cocina era azul jaspeado, la botella de leche de pascual con su nombre en azul, los cojines del sofá eran azules, las zapatillas de estar en casa eran azules y sobre la cama estaba un pijama azul.
Ahora caigo, soy una gnomo.

Luis Iglesias
Grupo B


Lilas

Gumersindo I de Prompabalia fue el primer Gumersindo y el último rey de este recóndito país, situado entre las Montañas Mandusias y el mar de Carpaslán. La caída de la dinastía Almampénida fue un hecho singular, ejemplo paradigmático en los libros de Historia. Corría el año tricentésimo vigésimo cuarto desde que los almampénidas accedieron al poder, cuando tuvieron lugar los acontecimientos que precipitaron el final de su caudillaje sobre los prompabálidos. Sucedió que en aquel año, el Consejo de Ministros del reino decidió adquirir cinco barcos de guerra, con el fin de tener una flota con la que hacerse valer ante el resto de sus vecinos: los bandulianos del norte y los albarguenses del sur. Como la economía estaba relativamente saneada, había dinero para afrontar la inversión y todos los implicados se llevaron sus mordidas, los cinco navíos estuvieron disponibles en el plazo previsto. Una vez constituida la marina prompabaliana, faltaba dotarla de una bandera propia, que la distinguiera de otras armadas y lo hiciera con una enseña completamente diferente a todas las vistas hasta el momento. Para este fin el ministerio de marina contaba con sus asesores, el ministerio de arte con los suyos, el de comunicación con otros cuantos, el de presidencia con algunos más y el de asuntos sociales con consultores expertos, juntando entre todos estos organismos un total de cinco mil cuatrocientos veintitrés asesores, que tras arduas reflexiones decidieron que la bandera debía de ser de color lila, ya que no existía en el mundo otra con el mismo color ni tan original. Un barco de vela en el centro sería el emblema adecuado para esta bandera. Sin embargo, no consiguieron ponerse de acuerdo en el tono de color lila a emplear, existiendo dos tendencias opuestas al respecto: color lila tono malva y color lila tono amatista. Ante tal tesitura, habiendo razones de peso a favor de cada una de las dos posibilidades, se decidió hacer un referéndum para escoger la bandera más adecuada para la Real Marina de Prompabalia. A tal efecto se dispuso una dotación generosa para que los partidarios de una u otra opción pudieran hacer campaña en favor de su preferencia. Este fue el gran error cometido por el Consejo de Ministros, según la mayor parte de los historiadores y de los cronistas de la época.



Ante la perspectiva de conseguir subvenciones lo más abultadas posibles, los partidarios de la bandera malva iniciaron una agresiva campaña de captación de adeptos, mediante buzoneos, televisión, radio, redes sociales, eventos, conciertos, verbenas y anuncios de todo tipo, incluidas las camisetas de algún equipo de fútbol. Fue un éxito y los promotores se embolsaron suculentas cantidades de dinero. Pero los partidarios de la bandera amatista no se quedaron atrás en la captación de adeptos y por métodos parecidos también consiguieron suculentas cantidades de dinero. En esta situación, con el fin de engrosar los beneficios, ambos contendientes decidieron calentar sus campañas, hasta conseguir que los adeptos se convirtieran en afiliados y posteriormente en fieles de una de las nuevas doctrinas: “Con el malva, Pompabalia primero” y “El amatista hará nuevamente grande a Pompabalia”. Las campañas fueron otra vez grandes éxitos, hasta conseguir la polarización total de la población en dos bandos irreconciliables. Las manifestaciones detrás de cada una de las banderas derivaron en tumultos, luego en enfrentamientos y finalmente en auténticas batallas campales. Ni siquiera la dificultad para bastantes de los seguidores de distinguir el tono malva del tono amatista, lo que muchas veces les hacía mezclarse fortuitamente y provocar incidentes sangrientos, hizo que se calmaran los ánimos. Solo el nombre malva o amatista encrespaba a los seguidores y les ponía en pie de guerra. La división se extendió por toda Pompabalia, haciendo inútiles los llamamientos a la calma de toda la familia real de los Almampénidas. Incluso el ejército se escindió en dos facciones. También la Real Marina se dividió, con dos barcos de bandera malva y dos de bandera amatista, quedando fuera el quinto barco que se había hundido al chocar mientras su dotación discutía sobre el bando al que deberían unirse. El deterioro acabó en una guerra civil, que aprovecharon los bandulianos del norte y los albarguenses del sur para repartirse Pompabalia y enviar al destierro a Gumersindo I.

Manuel Medarde
Grupo A


Gris

Voy a escribir del Gris, versos mayores,
y mejor es empezar por declararlo:
No puedo adjetivar - podéis imaginarlo -
sólo con adjetivos de colores.

Si he de hablar del mar embravecido,
¿qué epíteto ponerle a tanto estruendo?
¿Creéis que pueda hacerme el estupendo
y decir que es un gris de mar teñido?

La ceniza es gris, gris ceniciento.
Sería un no-color, con añoranza
del fuego que alumbró por un momento
el nórdico abedul, que en su ígnea danza
perdió en la hoguera su gris sin un lamento.
Su sacrificio sería su enseñanza

Y los líquenes que al abedul se habían ceñido,
¿de qué color dirán ellos que son?
Quizá gris somnoliento, algo marrón,
algo pardos, como el bosque en que han crecido.

Las rocas grises de los acantilados
que sirven a los faros de pilares,
¿tienen el mismo gris que los sillares
en los muros graníticos tallados?

¿Qué gris muestra la tarde
cuando se ha desatado la tormenta?
¿Es un gris tembloroso, un gris cobarde?,
¿Acongojado, triste? Tal vez sienta
el temor de que en lo oscuro aguarde
una velada atribulada y lenta.

No quisiera escribir “labios de hastío”
aunque yo ya luzca el pelo cano.
El gris que escribió el poeta de su mano
no quiero manejarlo a mi albedrío

Ni tampoco quiero ser como aquel nota
del traje gris al que cantó Sabina.
Junto a su desmañada imagen quien camina,
no es otra que la áspera derrota.

Se me terminan ya los diez países
de color gris de los que, a hablar, me había comprometido.
Solo me quedan ya las nubes grises.
Y me alegro de haberlo compartido.
Solo te pido, s’il vous plaît, que no revises
la métrica algo ilegal que me ha salido.

Carlos Coca
Grupo A


Azul

se posó el azul
sobre las espigas de oro
de las tierras de Castilla.
Las praderas verdes
se llenaron de azul.
Los ríos, arrastraron su azul
al mar,
donde se juntó con el cielo
en la antesala de un mar
de nubes blancas.
Todo se lleno de azul,
las alas de los pájaros,
el amanecer, la noche,
tus ojos.

P.G.
Grupo C


El día que falleció mi padre, mi madre no se vistió de negro. Eligió para la ocasión un vestido violeta con mariposas.
¡Estaba tan bonita! Su pelo negro acariciaba sus hombros y sus ojos capturaban el color del vestido, parecían dos amatistas brillantes que yo no dejaba de mirar por si en algún momento estallaban y teñían de morado toda la habitación.
Ese día en ella todo era luz, se había pintado la sonrisa y, a pesar de las habladurías de las viejas del pueblo, nadie podía negar que estaba radiante.
Es la mujer más valiente que conozco. Siempre intentó ocultarme los moratones pero yo sabía que mi padre la molía a palos. Aguantó cada golpe con la fuerza de un titán y jamás salió de su boca ni una queja.
—Ya pasará la tormenta, Manuel, me repetía y me abrazaba hasta que me quedaba dormido. Sus brazos eran como un paraguas que protegían mi sueño e impedían que mi padre pudiera hacerme daño.
Nada más acabar el entierro me cogió en brazos y me dijo:
—Manuel, desde hoy para nosotros será siempre primavera y juro que en ese mismo instante percibí un suave olor de lilas y lavanda a pesar de que el viento cortante mordía la piel pues el invierno golpeaba mi cara con su furia de enero.

Color: Violeta.
Palabras: Mujer, amatista, lilas, mariposas, paraguas, tormenta, golpe, invierno, lavanda, moratón.


Aurora Zarco
Grupo B


Amarillo infancia

Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.

Miguel Hernández, “El rayo que no cesa” (1934–1935)


Una vez leí un estudio que decía que la mayoría de personas tiene por color favorito el azul porque es un color que nos recuerda a nuestra infancia[1], y yo me consideraba una de esas personas. Sin embargo, aunque no me retracto porque me gusta cualquier tonalidad de azul, con este relato trato de desmentir que no es mi favorito por el recuerdo de una infancia feliz. Para mí, el color de mi infancia es el amarillo. En esta serie de descripciones encontrarán los motivos. Pasen y lean.

***

Unas manos pequeñas, de unos cinco años, abren un estuche y sacan, de dos o tres veces, un puñado de ceras Plastidecor para esparcirlas sobre la mesa. Al lado, un folio en blanco, la hoja arrancada –o no– de un cuaderno Campus, o cualquier otra superficie sobre la que pintar.
La mano derecha, pequeña, va decidida a por una cera en concreto, por la que empieza a dibujar siempre, que casi no tiene punta. Eso hace que tenga que esperar a que su compañero se vuelva a sentar y la papelera quede libre para poder levantarse, con su sacapuntas rojo y su Plastidecor amarillo, para poder afilarlo.
Se vuelve a sentar, y comienza a dibujar, con tiento y en una esquina del folio, un cuarto de círculo amarillo que no representa otra cosa que al sol. El resto del espacio lo copan un cuadrado y un triángulo que forman una casa, un pequeño rectángulo que hace de chimenea y un garabato gris, de humo. Una especie de árbol al lado de la casa y varias líneas, hechas con un Plastidecor verde, que simulan hierba en el margen inferior del papel.

***

Unas manos pequeñas, de unos seis años, sostienen dos rebanadas de pan Bimbo entre las que habitan un par de quesitos del Caserío. Es la hora de la merienda, y en la tele –en la 2– están echando Arthur, una serie de dibujos, si lo piensas, un poco surrealista: un ratón hormiguero –no un oso– con un jersey amarillo, cuyo mejor amigo es un conejo y que tiene un perro como mascota. Las manos pequeñas vuelven a atender al bocadillo de queso mientras suena la cabecera (and I say hey!), y su dueña saborea uno de los quesitos atrapados entre las dos rebanadas de pan.

***

Un día de la madre, a principios de mayo, una mano pequeña, de unos seis años, está sostenida por la de su madre. Unos pies pequeños y unas piernas cortas tienen que caminar más rápido que sus acompañantes para seguir el ritmo. A pesar de que el cielo amenaza tormenta, la niña ha salido de casa de su abuela para “ir a ver la colza” que sembró su tío a principios de otoño. Un camino que no se le hace corto, pero tampoco largo, y que no sabe que recorrerá decenas de veces a lo largo de su vida. Al menos, una vez cada mes de mayo. Cuando llegan, después de haber recorrido demasiados pasos debido a su corta estatura, un pequeño dedo índice señala el campo cubierto de amarillo. Se asombra al ver la gran explanada de color que adorna un día tan gris.

***

Unas manos algo más grandes, de apenas unos diez años, sostienen la mochila intentando restar algo del peso que están cargando los hombros. Cuando termina de bajar las escaleras del colegio, casi echa a correr por la calle sorteando todo lo que encuentra por el camino: niños, adultos, mochilas y piedras que están fuera de lugar. Llega a casa y apenas son las dos y diez. Se sienta a comer, y su mano derecha sostiene la cuchara. Hoy hay cocido. Su sitio, frente a la tele. Su padre cambia de canal, para que ella pueda disfrutar durante el cocido de su ratito de ocio antes de empezar a hacer los deberes. Comienza la sintonía y ella se prepara para poner sus cinco sentidos en la tele para ver, en Antena 3, Los Simpson.

***

Los dedos de la misma mano, ahora con unos doce años, pasean entre la hierba hasta encontrar lo que estaban buscando. Una margarita. “Y ahora –comienza la voz de su mejor amiga– mira a ver si te quiere”. Y esa mano, de unos doce años, empieza a arrancar pétalos blancos y tirarlos al suelo al ritmo de “Me quiere, no me quiere”, hasta deshojar del todo la margarita y quedarse con un “No me quiere” en el último pétalo. En su mano izquierda, el cadáver de la margarita se corona con el polen amarillo del centro. De mayor aprenderá que no es polen, sino que ese centro amarillo de las margaritas no es más que un montón de pequeñas flores que se forman en círculo y se protegen por los pétalos blancos que hay alrededor.

María Ángeles García
Grupo A

[1] https://www.bbc.com/future/article/20220601-what-your-favourite-colour-says-about-you


Blanco
(ballena, fantasma, pureza, sudario, terror, ceguera, luz, novia, nieve, página).

La novia de Ahab persigue a la ballena blanca
sobre olas de espuma que mancillan su luto,
como gotas de sangre en un traje de nieve
convertido en sudario.
Pureza maltratada, ceguera de la luz,
se diría un fantasma navegando el terror
en el fondo abisal de la página en blanco.
La novia sumergida en los mares profundos
-la tierra es solo agua, el agua de la muerte,
corrientes despeñadas entre pálidos surcos -
con su piel marchitada de inocencia sin rumbo,
ahogada en un destino que dictaron espectros.
Océano sarcófago,
que en su centro maldito le reserva un sepulcro,
junto a un suicida insomne y su infierno blanco.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Presagio

A Juan siempre le había gustado el color azul, por su sencillez que podía cambiar del cobalto de la cúpula de la iglesia al turquesa del vestido que llevaba su prima Luisa el día del bautizo de su hermano pequeño, del índigo del amanecer al de los ojos zarcos de la hermana mayor de Paco.
Aquella mañana llevaba la camisa celeste que su madre le había planchado, sabía cuanto le gustaba. En la escalera se encontró con Felipe. ¡Qué bonito es el nuevo periquito que tienes en el patio! , le dijo. No es preciso repetir su color. El día se presentaba azulado, de esos en los que todo sucedía como esperaba.
Un aguamarina colgando del cuello de una desconocida, el cielo comenzaba a pintarse de añil, un coche marino, el guardapolvo del tendero, todo buenos augurios.
Tentó el paquete de panfletos que llevaba oculto bajo el anorak reversible que siempre mostraba la misma cara.
El encuentro era a las ocho en la escalinata de la Facultad de Ciencias. Se apeó del autobús con tiempo para dar un rodeo antes de la cita. Era una medida de precaución que nunca estaba de más.
A partir de ese momento sólo encontró grises, nubes en el cielo, el mar quedaba lejos y seguramente luciría ese tono plateado que tanto lo inquietaba.
Casi en la puerta, dos hombres trajeados salían de un coche y se abalanzaban sobre Virginia para introducirla en él. Trató de mantener la calma, debía presentarse en la cita de seguridad para dar cuenta de la detención. Dos grises llegados en una lechera blanquísima lo metieron dentro sin que pudiera zafarse.
Había interpretado mal las señales y ahora se encontraba dentro de un vehículo policial con las luces azules de la sirena apagadas.

Enrique Martínez
Grupo C


Mi color favorito

Es un color compuesto entre el rojo y el azul, con un ligero toque de verde.
Entre el rojo y el azul, más cercano al violeta, pero sin ser tan frío ni tan intenso. Combina la energía del rojo y la tranquilidad del azul, lo que le confiere un carácter tanto vigoroso como sereno.
Se le vincula con la sabiduría y la creatividad.
Siempre fue un color caro y difícil de obtener, por lo que se le asocia con la realeza, el poder, y la nobleza.
Lo vestían los emperadores romanos:” nos vestimos la púrpura”, decían señalando el color.
Lo citó Quevedo:” no es justo que la púrpura del rico se tiña con la sangre del pobre”.
A mí me recuerda algún atardecer; en las mejores puestas de sol está siempre presente.
También lo asocio a la madurez: El color de una ciruela madura.
El mangostán es una fruta púrpura por fuera y blanca por dentro.
Es un color que me envuelve, me protege, me abriga, y cada vez que lo utilizo en la pintura noto un sabor agridulce en la boca.

José Luis Fonseca
Grupo A


Haikus de rojo

“La vida es roja como el amor,
ardiente y fugaz”

Pablo Neruda


Luz del ocaso
rojo fuego en el cielo
sueños que se van.

Amapolas
bajo la primavera
danzan sin parar.

Fuego que nace
rugido de la tierra
volcán en llamas.

Herida abierta
sangre que no olvida
eco del dolor.

Susurros suaves
dos corazones laten
amor ahora.

Rojo en la vida
destello fulminante
latidos fuertes.

M Pilar Sánchez 
Grupo B


El marrón de la pana y el barro

En la pana de los campos,
la carretera de seda…
- ¡Caminante sin camino,
ya llega el pueblo, ya llega!


(…)

Juan Alcaide. Romances de la llanura.
De su libro “Llanura”, 1933.



Esta historia no ha ocurrido como voy a contarla, pero se parece en lo esencial a una que se vivió hace muchos años en una ciudad de La Mancha, de cuyo nombre bien me acuerdo, nací en ella.
El personaje que lleva el hilo de la trama no se llamaba Jerónimo, ni le llamaban Jeromo, pero hay que fingir que ese era su nombre. Tenía un apodo, como todos lo teníamos en los años sesenta y setenta. A mi familia se la conocía por el nombre de una ciudad a la que iba mucho mi bisabuelo, y a Jeromo, por la fuerza que tenía su estirpe, se le conocía como “tiragaleras”, porque se le consideraba capaz arrastrar ese carro inmenso con sus manos y apretando los riñones. Esta no es la historia de Jeromo Tiragaleras, pero se le da un aire.
Se dedicaba este hombre a labrar los campos de aquellos que los tenían o los habían heredado; araba, sembraba, aporcaba las cepas, podaba olivos, vendimiaba, cogía aceituna... Como le sobraba experiencia en esos trabajos, dirigía a otros. Dicho con propiedad, era el manijero que mandaba a un par de gañanes o más; y su azada era la primera que entraba en la tierra, su mula la primera que arreaba para clavar la reja en los campos y airearlos. Trabajaba muchos días con aquella mula de pelo terroso, guiñando sus ojos castaños para que no los quemase el sol, como tenía abrasada la piel de la cara y de las manos, casi del mismo color que sus viejos y pardos pantalones de pana, la pana de los campos.
Algunas tardes de sábado, aunque esta historia no es exacta, jugaba al truque con el herrero y con el señorito y su hermano, que una cosa es una cosa y la otra, otra. Se escuchaban en el patio o en el rincón de la chimenea, dependiendo del tiempo, carcajadas y grandes gritos, parecidos a estos:
- Envido…
- Que te lo has creído…
- Pues si te rajas, una más que vas a perder, ¡que te lo haces en los pantalones…!
- Ah, lo mismo tiene algo que decir mi compañero…
- Pues digo que yo ahora envido, pero ¡envido la falta y truco!
- ¡Joé con tu compañero!
- Quién se va ahora de vareta… ja, ja, jaaaa.
La mujer del señorito, que les llevaba muchas veces de comer morcillejas y queso, y vino el que querían, protestaba por las voces y el vocabulario soez y vulgar – que los señoritos usan estas palabras que Jeromo y el herrero ni conocían y su marido y su cuñado no solían pronunciar –, pero estaba satisfecha, y sonreían por lo bajo ella y la mujer del hermano del señorito. Tenían a sus hombres en casa y no por ahí quien sabe en qué andurriales.
Jeromo era un hombrón alto y de espalda encorvada y piernas abiertas en arco, magro de carnes y de piel oscura y agrietada, y es que el trabajo en el campo no perdona y deforma y tiñe los dedos y el cuerpo entero.
Vivía en una casa de planta baja unos cientos de metros más allá, hacia las afueras de la ciudad. Carmen, su mujer, era una señora de luto, como vestían muchas, que siempre falta alguien querido, bien plantada y de ojos castaños brillantes, morena y con la pobre elegancia que da la dignidad. Con ella hacía Jeromo la vida, hizo la vida hasta un día de verano.
El 1 de julio de 1979 una tormenta desbordó el arroyo de La Veguilla en Valdepeñas y se llevó la vida de veintidós personas en una riada atroz. La ciudad se tiñó de barro de un marrón rojizo, color del campo de esa tierra manchega, hasta más de dos metros de altura. Carmen, la mujer de Jeromo Tiragaleras fue una de las veintidós que dejó su vida arrastrada por otro más de los múltiples tonos de marrón que la habían acompañado desde siempre.
Pero lo advertí al principio, esta historia no ocurrió exactamente como la he contado: por lo pronto, los nombres de las personas no coinciden con los nombres de los personajes. Y, aunque todo lo demás se parece bastante a cómo fueron las cosas, podría parecer inventado.
Jeromo murió aquel 1 de julio, aunque siguió viviendo unos pocos años. Desde aquel día no volvimos a verle.

Juan Delgado
Grupo A


Verde

“Yo no me atrevo”, te dijo, vestido de verde sueño.Y fue verde la mentira, verdes las horas y el tiempo, verde cobarde y enfermo, verde la tarde marchita y verdes tus pensamientos, como tu uniforme verde, verde inmaduro, indiscreto, verde color maldito que te arrebató los sueños.
Con cuánta pasión se vive cuando se dice “te quiero” y qué negra negra negra es esta madurez insulsa sin programar huidas, sin vivirse en cada encuentro, levedad insoportable la de esta espera de muertos. ¡Ojalá volviera el verde y se llevara este negro!

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A


Azul

No tengo los ojos ni la sangre azul, y ni siquiera he sido un príncipe de ese color, pero he creído en el azul de los mares, los cielos y los horizontes. En lo del balón, más blanco que azulgrana, con infancia de veranos azules y algunos sueños que llevaban sobre las nubes el mismo color. De la poesía, Rubén Darío y el modernismo de su Azul. Hasta he escrito versos sobre azulejo, con serigrafía cobalto, turquesa, zafiro y algunas rimas de gaviotas y ultramar.

Azul es el viento que cruza la mar,
el velo que cubre la cima serena
de la calma que nos invita a soñar
en los espejos del cielo sobre la arena.

Azul es el crepitar eterno de la llama,
la sombra oscura de los silencios
en ese fuego que nunca apaga
la luz encendida de los misterios.

Azul es la vida que late en lo eterno,
canto del mundo en su vasto existir,
visillos de niebla, susurros del viento,
color del invierno en su frío sentir.

Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A


Consuetudinario naranja

La mochila naranja como estandarte.
Sigue caminando y se incorpora al tráfico soleado y tranquilo de las doce .
Su figura erguida recibe de forma consuetudianaria las campanadas del reloj.
Se dirige al Mercado Central.
Comprará un buen trozo de bonito para almorzar.
Ve su reflejo a la entrada.
Las puertas acristaladas -abatibles- le permitirán el acceso al recinto.
Observa aún más detenidamente ese reflejo.
Creo que no me vendría nada mal un buen descanso.
Presunción de inocencia.
¿Y eso cómo se come ?
Volvió a invadirle ese aturdimiento tan especial.
Y un reflujo amable le dio los buenos días.

Naranja, mochila, reloj, estandarte, figura, reflejo (¿reflujo ?) , descanso, aturdimiento, presunción, bonito (¡pez!). Palabras que derivaron inconscientemente al requerimiento del color naranja. Dudo si apareció reflejo o reflujo.

Ismael Marcos
Grupo B


Colores en el lienzo de otoño

Ven conmigo y contempla...
Este desierto de otoño, 
cuando el sol comienza a
ocultarse tras las dunas,
tiñendo el cielo de un vibrante mostaza.
Las espigas doradas se mecen suavemente 
susurrando secretos al viento 
como hojas secas que crujen bajo los pies, 
de quiénes nos aventuramos 
a caminar por su tapiz dorado. 
Cada paso es un eco de la calidez del día,
una sinfonía de colores y
texturas que llenan el aire.
Ven conmigo y contempla...
El atardecer, con su luz suave y cálida 
acariciándonos la piel, mientras un aroma sutil 
de tierra y hierbas secas se mezcla
con la frescura que anuncia la noche.
En el horizonte, las sombras 
de las montañas se alargan
dibujando formas que danzan al ritmo del crepúsculo.
Los colores del cielo estallan en un festival 
de sensaciones; el mostaza
de las nubes se funde con el oro del sol, 
y el paisaje se transforma en un lienzo de ensueño.
Es un momento en que el
tiempo se detiene, la vista,
el olfato y tacto se unen en
una experiencia única, 
dejando impreso en el corazón la belleza del instante.
 
Leonor Martín Merchán
Grupo A


Ámbar

Observo, desde mi ventana, corazones ocres, óvalos pardos, manos doradas, diamantes rubios, lágrimas rojizas que bailan su fragilidad sobre los árboles al ritmo del viento de otoño. Su ámbar, ocre, cobre reverberan para luego caer y tapizar la calle, los parterres del parque, junto a los bancos, la fuente y el columpio. Ese es su destino. Mañana ya quedarán menos formas y colores sobre las copas. La música de noviembre es la de la palpitante lluvia ámbar. Pienso: si mi perro se acostara sobre esa placentera cama de hojas, no podría distinguir su cuerpo. Él también es de los colores de este frío día de ocaso y espasmo. Y, si fuera también mi lecho, tampoco se distinguiría mi cuerpo en este día ventoso, que mi destino fuera también ámbar …

Ocaso. Las luces del atardecer también son del ámbar que avisa. Las nubes, cándidas, corren a prisa, se deslizan por ese blanco roto y grisáceo. Por un instante, el cielo se abre al sol y al azul y se vuelve, de nuevo, ámbar, dorado, almagre, bronce, rojo, rosáceo, anaranjado. Me admiro: ¡qué bien le sienta el arrebol al aire alto, alto! Las nubes coronan la llama. A veces, son de un gris amargo. Cambiantes, juegan con nuestra mirada que, si te dejas, se vuelve inevitablemente del color del crepúsculo sobre el valle. El horizonte es una resina sólida de millones de años, la tierra, los bosques de castaños y robles melados. Del color de tus ojos, de tu chaqueta de cuero, de mi pelo y vientre con veinte años, del color de la cerveza que tanto nos gusta, del color del té de jengibre y melisa, del color de la miel y la cera. Y aquella gema que traje de aquella playa del norte ya tan lejano, traslúcida, como el color del recuerdo y del ocaso que anuncia algo o quizá nada. Ámbar. El color del presentimiento es ámbar. 

Marisa Sánchez
Grupo C


Violetas

Su presencia embellece
los campos en primavera,
cubriendo con un manto malva
la dormida tierra.

Violeta es un color, un verso,
una fragancia, un destello
el sabor de un beso, la belleza
de un amor secreto.

En el firmamento aparece
al alba y al atardecer
dejando un halo delicado,
de elegancia y sencillez.

Surge tras la tormenta
como un puente de color,
entre gotas de lluvia
y tímidos rayos de sol.

Violetas, lilas y lavanda
hermosa monocromía
de múltiples tonos,
gamas y armonía.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Juego familiar

Con un cinco saco dos fichas amarillas. Mi cuñada pone el grito en el cielo. ¡Eres una suertuda!
Su cubilete azul escupe el dado. ¡Amarga derrota! Sigue sin poder salir.
Mi hermana roja agita el pañuelo cuando coloca a sus jugadoras en la pista.
Mientras, mi prima verde se sirve un té con limón para pasar el trago de la cárcel.
Consigo dos seises y un cinco. Suenan trompetas celestiales.
La azul ha podido salir de casa y situarse en el tablero. Hace el saludo al sol, en reconocimiento.
La roja, que ya salió hace dos turnos, se cree la selección y se hincha como un pollito por los puntos obtenidos.
La verde se levanta de la mesa para ir a hacer pis. Se aburre al no poder sacar las piezas mientras amarillas, azules y rojas avanzan por el tablero.
Las amarillas, brillantes como el oro, acosan a las rojas. Intentan comerse a las que están sueltas en el tablero, pero los dados no quieren ser sus cómplices.
Hermana roja se queda al acecho con una ficha delante y otra detrás de la casilla de salida de prima verde, con la esperanza de comérsela en cuanto salga.
Por detrás llega cuñada azul y se zampa la pieza roja desamparada entre dos seguros. Se pone loca de contento.
Verde ya ha salido y se encuentra con un despliegue de contrincantes entorno a su casa. ¡Difícil mantenerse ilesa!
Mato a mi prima. Cuento veinte. De rebote me como a mi cuñada y entro en la senda final.
Me odian. Sí. Lo sé. ¡Se ponen como locas!
Hermanas, primas y cuñada nos enzarzamos en una lucha sin cuartel para pasar la tarde entretenidas, pero sin perder de vista el verdadero juego.
Se trata de hacer encajar dados, fichas y cubiletes en el tablero de la familia.

Palabras relacionadas: Grito, pollito, limón, loco, pañuelo, oro, sol, trompeta, amargo, pis.
   

M. Maximina Moreno
Grupo B


El gran viaje

Soñado con anhelo, en un tren, rápido, cómodo, no pude recrear ni ver con demasiado detalle ni atención ,los paisajes herbales, ni el mar en el trayecto.
No obstante si pude averiguar la relación regia entre una misa, Paris y el color verde.

CLU
Grupo B


Amarillo

Ha llegado el verano. Otra vez, como cada año. El esplendoroso y radiante sol no desaparece hasta que pasan las diez. Eso hace que el calor tarde aún más en disiparse. Aunque la noche no mejora el asunto. Las noches veraniegas sustituyen la arena del desierto por vapor de petróleo. Sus efluvios tóxicos se adentran en las casas, acompañándose de algún que otro mosquito para animar el sueño y cargarlo de actividad.
Por la mañana, una caminata por el paseo marítimo te ayuda a calmar las quince picaduras con las que has amanecido. La humedad hace que tu sedoso cuerpo se embadurne con una buena capa de miel. La ropa, empapada como si hubiera pasado por un mal centrifugado, se adhiere a tu piel como el papel mojado en un retrete. Mientras luchas contra la pesadez del ambiente te vas cruzando con chorreosos corredores que muestran sus ridículos torsos como canarios henchidos.
Te detienes en un chiringuito para recuperar algún que otro electrolito que se ha evaporado por el camino y te plantan un vaso de agua con más huellas dactilares que el escenario de un crimen. Sobre la superficie del agua flota una triste rodaja de limón. Parece un náufrago deshidratado y chamuscado por el ardiente sol. De alguna forma, logra expulsar su último estertor, haciendo que el agua luzca como una micción de mediodía. Decides dejar el vaso intacto y reanudas la marcha buscando otro lugar en el que hidratarte. Terminas comprando una botella de agua en un chino. Te clavan 4€ por 0,33 cl., pero al menos está fresquita y no parece que vaya a producirte diarrea.
Volviendo al paseo reparas en unas nubes lejanas, tan oscuras, que parecen haber absorbido el petróleo nocturno. Poco a poco van cubriéndolo todo. Cuando tu corteza prefrontal decide que la idea más sensata es guarecerse en un bar, te encuentras con que todos están a rebosar. Parecen píxeles apiñados en una pantalla OLED.
En cuestión de segundo la repentina tormenta lo agita todo a su paso. Cargada de furiosa electricidad, lanza rayos y truenos como si no hubiera un mañana. El mar, asustado por la inesperada visita, se revuelve con una energía atroz. Te alejas del paseo marítimo y callejeas tratando de llegar lo antes posible a casa. La pegajosidad de tu cuerpo ha desaparecido; ahora sientes que escapas de una piscina en la que te han tirado los matones de clase.
Accedes al portal de tu casa y la lluvia se detiene de inmediato. El ratito que tardas en subir hasta el 4º piso por las escaleras es suficiente para que al abrir la puerta unos potentes rayos de sol atraviesen tu retina. Te deslumbran y durante unos segundos los fosfenos enturbian tu visión. Cuando el centelleo desaparece, te quitas las deportivas y esperas la bronca de tu madre por empapar el parqué.

Lucía Sabater
Grupo A


La niña de la trenza de espiga y el cocodrilo de los ojos amarillos

El grito asustó al cocodrilo de los ojos amarillos. Y la niña de la trenza de espiga, cuanto más gritaba, más se asustaba.
Ella buscaba refugio entre los girasoles y él en cualquier charco, aunque fuese uno formado por la lluvia amarilla, caída esa misma tarde.
Los rayos de sol abrasaban sus cabecitas…
La niña de la trenza de espiga huía porque no quería ponerse la fea gorra amarilla de su hermano y el cocodrilo de los ojos amarillos se había despistado de su familia, siguiendo el zumbido de las alegres abejas que saltaban de girasol en girasol.
¡Le había pisado la cola! ¿y encima era ella la que gritaba? No entendía a los suaves y tiernos humanos.
Sus tres párpados caían una y otra vez sobre los ojos amarillos, lo que a la niña de la trenza de espiga le hacía gritar más fuerte todavía.
Ante tanto alboroto, se acercó un pastor chino que estaba cuidando a sus ovejas amarillas. La niña de la trenza de espiga y el cocodrilo de los ojos amarillos estaban tan perdidos como asustados.
Los sentó a los dos sobre una alpaca de paja y compartiendo con ellos su bocadillo de pechuga rebozada, trató de explicarles lo importante que era no separarse de sus papás cuando estaban lejos de casa. Seguro estarían muy preocupados.
El pastor chino que era muy listo, enseguida supo que hacer y devolvió felices a la niña de la trenza de espiga y al cocodrilo de los ojos amarillos a sus familias.
Y colorín colorado este cuento amarillo se ha acabado.

Color: Amarillo
Palabras: Cocodrilo de los ojos amarillos, grito, espiga, girasoles, lluvia amarilla, rayo de sol, gorra amarilla, abejas, chino, alpaca de paja, pechuga rebozada.

Eva Hernández
Grupo A


Hablando con el pasado

Mi querido Virîdis:
Aquí estoy, después de muchos años de ausencia, cuando los campos brotan, siguiendo la vereda de subida, a esta colina de tiempos ocultos y secretos guardados.
Aquí me encuentro, sentada como un diamante pulido por los años, apaleada por esa esperanza que nunca fue.
Mi viejo verde y testarudo, en el que te habías convertido, según me dijeron.
Aquí regreso, cuando el destino me devuelve a mis entrañas y tú, ya habías cabalgado al trote, por los campos y entre difuminadas sendas de brumas y llovizna, al otro lado del camino.
Y ahora, te veo en un nombre y una fecha, junto a unas flores de ramas marchitas, que fueron vida para ser tristeza, que fueron miradas para ser abrazos.
Tú, te quedaste y sufriste.
Yo, marché en tiempos de esperanza, y regreso con esta maldita artrosis que me mata.
Siento la mentira del olvido y tu carcajada bajo el castaño con forma de "V" y de "A".
Aquí reposas como el sueño que te vio marchar.
Ahora, bajaré despacio.
Siempre tuya

Aurora

GuADAlupe
Grupo C


Solo soy VIOLETA

Bostezó al mismo tiempo que sus ojos de un MARRÓN intenso comenzaban a abrirse.
Había tenido una pesadilla GRIS, intentó recordar unos instantes, sin una explicación razonable y descubrió el color NARANJA en su zozobra. ¿Tendría algo que ver con Donald Trump y Elon Musk? ¿Tenía algo q ver con un planeta AZUL en manos NEGRAS de quienes deciden que el mundo es un lugar para pocos? Dudó unos segundos y decidió arrancar sus BLANCAS piernas de entre las sábanas multicolores y casi transparentes que arropaban sus solitarias noches. Determinó en cuestión de segundos que sería un día completo, enterraría las malas vibraciones nocturnas y saldría a batirse con ese pesimismo mañanero, fruto de sus desasosiegos trasnochadores.
Recordó que hacía unos días, al "destapar" ese buzón latoso y viejo, que apenas nadie abría ya, exhibió un completo abanico de panfletos anunciando la inauguración de un nuevo centro-ventas de colores, al mismo tiempo que dedujo cómo todos sus vecinos, depositaban en la hendidura de su casillero, los anuncios que ya no requerían su atención.
Se vistió con esa falda dibujada de margaritas AMARILLAS y fondo VERDE, se puso sus zapatos color MOSTAZA y antes de cerrar la puerta, agarró el bolso vintage ROSA y cadena DORADA.
El día se apreciaba plomizo, casi amenazante, pero ella no se dio por aludida, levantó el mentón desafiante al cielo y se volvió a repetir una vez más que ese día le pertenecía únicamente a ella. Ojeó uno de los muchos papeles que habían depositado en su buzón y se sorprendió de la pequeña entrada que tenía el nuevo establecimiento. Penetró en su puerta traslúcida y se abrió un arco-iris mágico de color. Allí estaban colores primarios, secundarios, complementarios, suplementarios…cada mostrador de su color se hacía corresponder con un dependiente acorde con su matiz de tinte; a la derecha estaba el NEGRO triste, opaco, oscuro; a la izquierda un resplandeciente BLANCO, luminoso, despejado; de frente los básicos: AMARILLO, ROJO y AZUL sonrientes y risueños. Erguida y sintiéndose observada, caminó hacia los mostradores centrales donde pausadamente sugirió que buscaba el color VIOLETA para adaptarlo a su nueva vida. La dependienta, esbelta y elegante, le propuso amablemente, que quizá debería cambiar de color, ya que el VIOLETA, que no es básico, requiere cierta dedicación de tonalidad al mezclar AZUL y ROSA, a la vez que este último necesita el complemento del ROJO y BLANCO para su creación, pero ella, que dicho sea de paso se llama VIOLETA, observó maliciosamente su aclaración profesional y en tono seco le comunicó que no estaba decidida a que otra opinión, por muy profesional que fuera, modificara su decisión.
La chica esbelta y elegante, colocó una cajita de cristal violeta en su mano. Perdone señora, ¿Por qué violeta? Mi vida es esto querida, ROJO pasión, BLANCO firmeza y cuando lo decido AZUL frio o AZUL serenidad.

Elena Domínguez
Grupo C


Para gustos los colores. "Todo depende del cristal (color) con que se mira"

“Y es que, en el mundo traidor,
Nada hay verdad, ni mentira,
Todo es según el color
Del cristal con que se mira”

Ramón de Campoamor


Los colores en el arte, en la literatura; los colores en el campo: todo depende del cristal, del color con que se mira. La infancia marcada por el campo, sin colores; o, ¿si había colores?
Era marrón el otoño cuando la tierra, dura y cansada, duerme tranquila después de arrancarle los frutos que, con tanto amor, ha engendrado en el último año. Reposa y espera los cuidados que harán posible el próximo ciclo del trigo: será abierta, penetrada por el arado, de forma suave si la lluvia ha sido generosa y la ha empapado, o violenta si el cielo se ha negado a regarla con el agua milagrosa.
Todo parece marrón en estos campos, solo veteado por las grises lindes que separan las besanas. Ese marrón tan intenso, volteado, sembrado, abonado, dará paso en poco tiempo, antes del inicio del invierno, a un verde preciso, precioso, que concentra toda la esperanza de la cosecha que vendrá.
Esta tierra, que ahora soporta el frio y el hielo forzoso para que el fruto se haga fuerte, es generosa como la madre y se volverá fértil convirtiendo el campo en un verde eterno, en un mar que abarca hasta la línea del infinito; el mar en el que navegan los hombres que cuidan su tierra dándole puntualmente el alimento que necesita
Rojo. Cientos y cientos de amapolas que tiñen de valiente rojo los largos prados que meses después, en el verano, serán las eras del calor y de la trilla. Rojo intenso de la sangre que los humildes labradores se dejan cuando las hoces les rasgan los dedos, mientras limpian de malas hierbas su futura cosecha.
Amarillo que trae la primavera y lo extiende finamente sobre las fincas ahora desiguales en los tonos de color: la paleta de colores con la que el sol ha pintado estos campos no tenía el mismo amarillo para todas. Amarillo ya dorado cuando se acerca el verano y el campo se llena de espigas que bailan al son del viento. Ese viento suave, transparente, que trae historias de los confines del mundo. Campos dorados, refugio de amantes de ocasión, trigos y espigas que acogen sus caricias en un ardiente tálamo abierto a las estrellas.
Azul redondo del cielo que se abre y deja pasar el sol, la inmensa luz del verano que llega empujado por el cálido final de la primavera.
Blanco. Margaritas blancas en los prados; nenúfares que crecen en las charcas, repletas de agua y de color, como si hubiera nieve en primavera.
Blanco despreciable de las camisas blancas que usan los amos los domingos en la misa, y se junta allí con el blanco del hábito del cura que adoctrina y amedranta a los labradores para que no salgan del redil.
Negro odioso de los espesos nubarrones. Nubes negras que amenazan y traen tormentas poderosas con rayos infinitos, piedras que caen del cielo, compuertas abiertas en el firmamento, ríos de agua que todo lo arrastran y matan de un zarpazo la esperanza de todo un año, la ilusión de la buena cosecha.
Morado. En las eras ya nacen las vivarachas quitameriendas con su color morado y anuncian el fin del verano, la llegada lenta, poco a poco, del otoño.
Más tarde, todo vuelve a empezar: la fuerza del marrón para engendrar nueva cosecha; la esperanza del verde; la valentía del rojo; el crecimiento y la armonía del amarillo y del dorado; la confianza del azul en el buen cielo; el miedo y amenaza del blanco y del negro y por fin, todo ha terminado con la llegada del morado.

G.R.A.
Grupo C

Madre no hay más que una

¡La madre que me parió! dijo uno de los participantes en el taller de escritura creativa al terminar la clase. Y no es para menos pues dedicamos la sesión a las madres y su presencia en la literatura.
Comentamos a este respecto el relato "Estos días azules" de Irene Reyes-Noguerol, perteneciente al libro Alcaravea. La autora le presta su voz a Ana Ruiz, madre de Antonio Machado, para recorrer a través de su memoria algunos momentos importantes en la vida de la familia. Un relato espléndido, lleno de poesía y trufado de guiños biográficos y con un uso del lenguaje y de la narración impecables.



Ilustración de Bernardo Carvalho. Del libro Corazón de madre, Libros del Zorro Rojo

Recomendamos los artículos "Una madre enbusca de autor" de Andrés Felipe Solano publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, "La figura dela madre en la Literatura" de Luis Fernández en El Correo Gallego, "Ni santas niperfectas: la madre en la literatura" de José Miguel López-Astilleros en la revista Culturamas, "Al menos enla literatura, madre hay más que una" de Eva Orué en Infolibre y "Las madrespor dentro, en la literatura y en la vida" de Laura Freixas en La Vanguardia

Repasamos algunas de las grandes canciones dedicadas a la madre y elaboramos nuestra particular play list. Dejamos por aquí un botón de muestra, el poema "Todas las madres del mundo" de Miguel Hernández en la voz de Silvia Pérez Cruz. Una delicia.

Todas las madres del mundo,
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.

Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.


***

El último verso que escribió Antonio Machado y que su amigo Corpus Barga encontró en el gabán del poeta le sirve a Irene para enmarcar su relato. La primera partes, "Estos días azules..." le sirve de título y la segunda, "...y este sol de la infancia" de colofón. Infancia y presente resumidos en un verso.
El soneto que sigue y que escribí hace unos años también se enmarca entre esa infancia en la que aprendemos las palabras caligrafiando en la cartilla la frase "Mi mamá me mima" y el homenaje casi póstumo en los últimos días de la enfermedad, un tautograma con la letra eme.

Memento mori
Mi mamá me mima 

Míreme, madre, marque mansamente 
mis manos; meza mi melancolía 
marítima, mi mal, mi melodía; 
muela mi mejor mies, mulla mi mente. 

Mañana morirá modestamente, 
merecerá mi miel, mi mediodía, 
murmurarán mentiras, madre mía, 
madurarán mis miedos mudamente. 

Mímeme, madre, maternal, mundana, 
modele mi memoria misteriosa, 
manuscriba mi mar, mi marejada. 

Muerda, mujer, mi mágica manzana, 
macere mis manías, minuciosa, 
moldee mi mentón, mi madrugada.

Raúl Vacas


Propuesta de escritura

Escribe un texto ya sea un poema, una carta, un relato o un microrrelato sobre la madre. Procura rehuir el lugar común y calibrar la dosis de azúcar en el texto.




Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


¡Ay mis madres!

Memorias de una “trad wife”
Mi abuela tenía razón en todo.

Bebé caníbal
Mamo a mi mamá.

Oftalmólogo
Tienes los mismos ojos que tu madre, me dicen. Qué me van a contar, si yo me los trasplanté.

Poliamor
Mi padre se acuesta con cualquiera, y mi mamá también. Yo sólo me acuesto con los dos.

Como mamá y papá
Mi hermana y yo nos llevábamos a matar.

Amor filial
Mantengo, fija en el recuerdo, la imagen de mi madre antes de que en su rostro aparecieran las primeras arrugas. Y, cuando se me desdibuja un poco, voy al congelador.

Súper Mamá
Mi madre me llevó a un internado de monjas desde mi más tierna infancia. A pesar de los rigores propios de esos centros no puedo quejarme, en general me trataban bien, y nunca me sentí abandonada. Mi mamá quería tenerme cerca y protegerme, el orfanato de las monjas era la mejor opción, sobre todo siendo ella la madre superiora.

Muerte sólo hay una
Yo morí dos veces cuando mi hijo me mató.

Edipo en serie
Siempre he querido acostarme con las madres de todas mis novias, pero los padres se interponían entre nosotros.

El cuento de la madraza
Espejo, espejito mágico, ¿hay alguien más bella que mi hija?

Ignacio Aparicio
Grupo A


Desayuno con bizcochos

—¿Quieres otro bizcocho?
La nieve se acumula, sin prisa, en el alféizar de la ventana. El fuego chisporrotea en el hogar. El crío abraza con sus débiles dedos la taza caliente de porcelana y levanta la cabeza. Tiene la boca manchada de delicioso chocolate. Con mirada mohína dice: «Sí, mamá».
La mujer se muerde el labio y traga, con tristeza, un amargo reproche. Sus ojos se humedecen. Con un leve temblor en la barbilla, alarga el brazo para acercar al muchacho el desportillado plato con los bizcochos.
—Puedes coger dos —le dice con una cariñosa sonrisa. Los golpes suenan en la puerta abierta—. Acaba y no te olvides de limpiarte los morros. Ya viene a buscarte.
—Perdone, señora Marce. ¿Miguelito está…?
—Sí. Está aquí. Tranquilícese. Está terminando de desayunar.
—¡Lo siento! ¡Cada día lo mismo! —se queja el padre—. No acaba de superar la pérdida de su madre. Usted perdone las molestias.

Tomás García Merino
Grupo B


Matricidio y llanto

Nombre masculino. Acción de matar a la propia madre. DRAE

Eras la que generaba el misterio, rebosante de cosas ocultas que esperaban ser descubiertas. De sorpresas que cada uno de nosotros iba a ser el primero en hallar.
Cosas impredecibles nos sucederían al explorarte. El horizonte que, como la felicidad, se aleja cuando lo tratas de alcanzar, nos permitía soñar con lo que estaba más allá.
Ahora nos cuentan que a la montaña más alta del planeta se llega en helicóptero. La Amazonia arde, los Polos se derriten. Se acabó la aventura.
¿Qué hemos hecho con los sueños, Pachamama?
Estabas siempre limpia, sin basuras, sin contaminación.
Si algo destartalaba el equilibrio te encargabas de que los ríos reabsorbieran la suciedad, el viento barría el polvo, la lluvia lavaba el paisaje. Ya no te da para tanto.
Si hoy sales de la autovía para encontrar una esquina arbolada donde comerte el bocadillo que traes, no encontrarás un rincón sin papeles, sin latas, sin obras sin acabar, sin restos de algo.
Te hemos vuelto sucia, embarrada de lodo y escorias.
¿Cómo quererte así?
¿Cómo hemos caído tan bajo, Cibeles?
Eras superior a nosotros: conformabas un orden ajeno a la humanidad y la ponías en su sitio con tu enormidad y tus enigmas. Eras como una lección de humildad permanente. Eras Gea. Una madre de enjundia en la que refugiarse de la banalidad de la vida y de los vaivenes de lo cotidiano.
Marcabas el frío del invierno y el calor del verano y nos ofrecías una regularidad que nosotros traducíamos en tranquilidad. Y esa capacidad tuya de ordenar nos daba, además, la oportunidad de cobijarnos tras de ti.
En última instancia siempre vencías con tu firmeza. Ya no. Tu fuerza ya no nos protege. Hemos calentado las estaciones y contaminado la atmósfera. Y no sentimos ya la callada aceptación de tu poder sino el miedo a que nos fulmines.
¿Qué idiotez estamos cometiendo, jugando a aprendices de brujo, madre?
Nada parece estorbarnos en el afán de perseguir nuestra locura de falso progreso hacia la nada.
Aunque a fuer de ser sincero he de confesar que, si te imagino, te imagino riéndote.
Porque en realidad, a ti te da lo mismo.
En realidad, el llanto es por nosotros. Tu seguirás tu rumbo cuando hayamos acabado de suicidarnos. 

Carlos Coca
Grupo A


Carta a mi madre

Querida madre:
Tu hijo te recuerda con cariño, se siente querido y está agradecido por aquellos años que vivimos juntos.
No recuerdo cuándo nací, ni tampoco los años de lactancia; con dos años me contabas que salíais las madres al patio y gritabais nuestros nombres, los de los niños de mi edad que jugábamos alegremente, íbamos corriendo a vuestro lado, nos dabais la teta durante un rato, y después seguíamos con nuestros juegos.
El primer recuerdo real que tengo es el del día que me llevaste a la escuela, ya con cuatro años, y no me quise quedar con aquella maestra “tan fea y mayor”. Al día siguiente me llevó mi padre, y me convenció dándome unos azotes en el culo.
Me vestías a tu gusto, yo nunca decidí que prendas de ropa me iba a poner. Me peinabas a flequillo de pequeño, y a raya desde el día de mi primera comunión.
Me educaste con las comidas, haciéndome comer todo lo que tenía en el plato. Me decías que tirar el pan era un pecado; si se nos caía un trozo al suelo, había que limpiarlo, besarlo, y después comerlo.
Cuando hacía trastadas me perseguías con la zapatilla, y si no me alcanzabas, me la arrojabas con gran habilidad y precisión; pero nunca me dolió, nunca me dolieron tus azotes y zapatillazos, me pegabas “flojito” para no hacerme mucho daño.
Recuerdo el día que me enseñaste a dibujar. Yo habitualmente calcaba todos los dibujos que debía realizar para los deberes de la escuela. Un día me dijiste: ¿por qué no los dibujas? no sé contesté, es mucho más fácil calcarlos y te quedan perfectos; entonces cogiste una lámina que tenía impreso un loro, papel y lápiz y te pusiste dibujar delante de mí; después de terminarlo me dijiste: ahora tú; entonces cogí papel y el mismo lápiz y lo dibujé. Me quedó muy bien, incluso mejor que el tuyo, eso fue lo que me dijiste. En ese mismo momento me di cuenta de que sabía dibujar.
Me enseñaste a ahorrar; me repetías una frase aprendida de tu madre, mi abuela, que decía: “si dinero quieres que nunca te falte, lo primero que tengas nunca lo gastes”. El dinero en tus manos daba mucho de sí, recorrías con la vecina todas las tiendas de Salamanca, te sabías los precios de todos los productos y siempre comprabas bueno y barato.
Y me protegías, vaya si lo hacías. Como estuviese estudiando, había un silencio sepulcral en toda la casa, no consentías que ni siquiera hubiese un susurro en mi cercanía que llegase a molestarme lo más mínimo.
Qué bien se vivía a tu lado, siempre querido, protegido, bien comido y bien vestido y con frecuentes caricias que al hacerme mayor me llegaban a molestar, y que ahora añoro.
Cómo presumías de hijo cuando te paseabas con el abrigo que te compré. Estabas deseando encontrarte con alguien para decirle que tu hijo te había comprado este abrigo con el primer sueldo que ganó, cómo te había prometido cuando era joven y que lo había cumplido al final.
Me enseñaste a ser obediente. Aún recuerdo una de tus frases favoritas: “el mayor pecado que puede cometer un hijo es desobedecer a sus padres”.
Y a nadie me volverá a llamar el “rey de la casa” y tampoco habrá quien me espere levantada a las 5:00 h de la mañana cuando volvía de juerga en mi época universitaria.
No quiero entristecerme con los recuerdos.
Me despido con un fuerte abrazo que espero te llegue de alguna forma.
Tu hijo que siempre te quiso.

Dirección: Séptimo Cielo. Rincón de Madres.

José Luis Fonseca
Grupo A


Madre

Roca de leche,
en jardín de plata.
Ahonda en el pecho,
en la boca estalla.
Late el nombre,
y te besa el alma.

Las madres no son infalibles, pero tienen que parecerlo.
No lo saben todo, aun así, saben jugar a todos los juegos. Y si las pillas en renuncio, sin ni siquiera inmutarse, te dicen que cambiaron las reglas del juego.
Son fuertes y no siempre amables, aunque una sonrisa suya derretiría tu trozo de cielo. Con sus brazos ganan batallas, en sus brazos se pasan todos los duelos.
Ser madre es un oficio a tiempo completo, no hay festivos ni vacaciones. El salario se cobra en especie… para con ellas cocinar el mejor alimento: en un puchero amor y paciencia con una buena cantidad de besos. Una pizca grande de sal y picardía. Tres medidas de constancia; de alegría, dos tercios. Azúcar, en su justa medida, no conviene almibarar en exceso.

Eva Hernández
Grupo A


En las noches negras

en los días oscuros, cuando la luna
solo alumbraba para algunos,
tú veías la otra cara,
la de la estrechez, la del miedo
a decir lo que pensabas.
Dejaste atrás tus sueños de niña
para comenzar una vida prematura
con el nacimiento de tu primera hija.
Tardes de costura,
domingos en la iglesia,
esperas eternas, entre hortensias
y magnolias
preferidas a las rosas.
Aunque el alma doliera,
siempre con la sonrisa a flor de piel,
disfrutaste a tu manera
de las travesuras de tu segundo hijo;
también de sus primeros poemas
que te tocaban el corazón
aunque no lo dijeras.
Sufriste en silencio su larga ausencia,
aceptaste con resignación
el exilio voluntario de la fría meseta
al mar, a otra tierra más azul,
menos dura, menos negra.
Pasó el tiempo, de manos de la vida
el destino me devolvió a ti, madre,
para disfrutarte convertida en niña
mirando el lado bueno
de la cara de la luna.

P.G.
Grupo C


Los 90 de mi madre

Querida madre:

Tus 4 hijos estamos muy contentos de poder celebrar contigo y con toda la familia un día tan especial. Al final hemos podido estar todos, como queríamos.
Nos diste la vida y nos la has llenado de recuerdos en todas las épocas.
¡Qué guerra te dimos de pequeños! Tantos y tan seguidos! Cuando nos portábamos mal salían de tu boca palabras que no olvidaremos y con las que nos hemos reído mucho después: cafres, herejes, bestiajos, potros sin domar y pielgos.
La seguridad que nos dabas cuando estabas con nosotros es una sensación difícil de olvidar. Cuando nos poníamos malos por la noche nos íbamos a vuestra cama y entre papá y tú, con ese calorcito, parecía que nada malo nos podía alcanzar.
Cuando volvíamos del cole nos preparabas la merienda y siempre nos decías que primero había que hacer los deberes y luego jugar.
Aunque no pudieras ayudarnos a resolver problemas o a aprender lecciones de historia, tu presencia y la forma en que nos organizabas el tiempo nos venía igual de bien.
Has sido una adelantada a tu tiempo. Te hemos oído decir más de una vez que si volvieras a nacer trabajarías fuera de casa y te sacarías el carnet de conducir. También en alguna época te gustaba que la gente fumara, pero eso ahora está mal visto, así que no hemos dicho nada……..
Papá y tú insistíais mucho en que estudiáramos y tú nos decías a las chicas que trabajáramos siempre fuera de casa, que era mucho más lucido.
Los dos nos educasteis en el valor del esfuerzo y siempre hemos tenido presente el sacrificio que hacíais para que nosotros saliéramos adelante.
Con tu ejemplo hemos aprendido a ser agradecidos. Siempre recuerdas a quien te hizo bien, a quien te acompañó en un momento difícil o a quien te dio un buen consejo.
Ojalá seamos tan hospitalarios como tú. En tu casa siempre hay un café, comida o cena para quien llegue sin avisar. Preparas con cariño las visitas y siempre te encargas de que quien vaya a tu casa tenga lo que más le gusta o de llevárselo si eres tú la visitante.
Eres generosa en todos los sentidos.
Es difícil que seamos tan sociables como tú. Hablas hasta con las piedras. Esto tiene tanto de bueno como de malo, porque cuando vamos por Ávila contigo, hacemos más paradas que un via crucis.
Quien te conoce pregunta por ti, te ganas el aprecio de la gente. Hasta aquellos más retraídos, menos amables se transforman cuando te ven o preguntan por ti.
Tus comidas merecen un capítulo aparte, que no podíamos pasar por alto.
¡qué rico todo! Las croquetas, las albóndigas, la tortilla de patata, los torreznos, las patatas revolconnas……….. ¡ esos cocidos para 10, aunque en casa solo estáis 2!
En una ocasión los gemelos de pequeños, cuando vivían en Perú te pedían sopa del cocido para desayunar, del olor tan rico que había en toda la casa.
A veces podríamos confeccionar el menú de un restaurante con la comida que hay: lentejas para2, judías verdes para uno, etc y esas patatas fritas de madre que te vamos quitando de la sartén antes de servirlas.
Tan ricas como las comidas no saben lo que contienen los túper y las sorpresas que nos pones cuando nos vamos: trozos de chocolate, dulces, etc.
Todas tus comidas tienen un ingrediente muy especial, que es el cariño y eso siempre se nota.
Este es un momento de celebración y no queremos que os pongáis tristes al recordar a nuestro padre y cómo vivimos juntos su enfermedad y su pérdida, tan rápida. Eso nos ha hecho darnos cuenta del valor del tiempo que pasamos contigo.
Con la edad que tienes tienes una vitalidad envidiable. ¡no paras! Cuidas a todos los que tienes alrededor, te mantienes al tanto de nuestros asuntos y no sabemos muy bien si la preocupación por los demás es lo que tira de ti para seguir adelante.
Todavía sigues mandando mucho. a pesar de que todos pasamos los 50. Seguro que hubieras sido una buena jefa. A veces nos pides que enviemos whatsapp unos a otros y solo te falta dictarlos.
En la finca también andas siempre cavilando qué se puede hacer en tal o cual seto, cortar, regar y todo lo demás. También eres la primera que te pones a hacer lo que sea, hasta el punto de que a veces tenemos que pararte.
Es inevitable que tengas achaques por la edad, pero nunca te quejas y cuando lo haces, hay que echar a correr, porque ya has aguantado todo lo que podías.
Tienes una memoria envidiable: no olvidas una cita médica, te sabes un montón de números de teléfono y no hace mucho te aprendiste el número de tu D. N. I.
Eres capaz de unir a muchas personas a tu alrededor. En este caso, nada más decir que queríamos hacerte esta fiesta, todo el mundo se apuntó rápidamente.
Gracias a todos por estar aquí.
Gracias madre por darnos la vida, por enseñarnos tanto y estar a nuestro lado.
¡por muchos años más contigo!

Este texto lo escribí para la celebración del cumpleaños de mi madre cuando cumplió 90 años, el 29/10/2022. Su contenido está plenamente vigente hoy.
Su regalo fue reunir a todos sus hijos, nietos, sobrinos y hermanos en una comida. Nos juntamos 40. Después sus sobrinos le regalaron una sesión a cargo del narrador Guti, que nos deleitó con sus historias de viejas.
Todos tenemos un recuerdo maravilloso de ese día.

Teresa Sanz
Grupo B


¿Cuántas madres hay?

“Te voy a comprar un anillo cuando te den el sobre con tu primera nómina. Así lo recordarás siempre”, “Ven a comer este viernes con nosotros. Ya empezó La Cuaresma, pondré potaje y esas empanadillas de natillas que tanto te gustan”. Y me hizo un jersey de lana imitando a mi favorito, me abrió una cartilla para ir metiendo el dinero de la hucha y se puso en la pulsera una medalla de oro con mi nombre y la fecha de mi nacimiento. Años más tarde, cuando le anuncié que ella iba a ser abuela, lo primero que se le ocurrió decirme fue que “ya era hora”.
En mi niñez, el Día de la Madre se celebraba el 8 de diciembre. Mi padre solía comprarme una postal de la Inmaculada para felicitarla, un sobre de los que había que mojar con la lengua para cerrarlo y un sello con la cara de Franco. Me hacía en ella renglones a lapicero para que no me torciera. Al final se le olvidaba borrarlos… y todas las veces me dictaba lo mismo. Ella, al leerla, entre lágrimas de las buenas, me decía emocionada algún "me gusta" y, cuando terminaba de llorar, con la tarjeta pegada a su pecho, no tardaba en añadirle "mucho, mucho...".
Yo no tenía ni Facebook ni Wasap donde hacer público que la quería. Ni falta que me hacía. Las únicas “redes sociales” que había en mi infancia para proclamar ese mensaje a los cuatro vientos eran los discos solicitados, que ya se encargaba Manolo Escobar de ponerle voz y guitarra al asunto. Las colonias con acento francés existirían, pero mi madre ni las conocía ni las necesitó. Le bastaba para oler bien con un frasco grande de litro que tenía guardado en un rincón del aparador. Además, mi padre, seguramente, ni siquiera llegó a saber dónde estaba París.
Todo esto me sucedió en aquel tiempo en el que las fotografías atraparon la luz en blanco y negro, había camillas con azufrador y faldillas al brasero… y lo más importante: madre solo había una. Ahora está de moda lo de tener varias, y en algunos casos hasta ninguna. Ni postales hay apenas sobre las que trazar sus renglones con lapicero. Es más cómodo escribir pulsando sobre el teclado, pero sigo añorando el olor a nata de las gomas, las pinturas Alpino, los lapiceros y la utilidad de la regla de madera. Mi mamá me mimaba.

Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A


Zafarrancho de limpieza

Nos tuvimos que marchar. De nada valieron nuestras quejas, ni las declaraciones de familiares y vecinos. Ninguno se detuvo a escucharnos con atención, a nosotros, las supuestas víctimas.
«La burocracia es lenta, pero una vez que se pone en marcha, resulta imparable», sentenció Don Mateo, el maestro, enseñando las palmas de las manos en un gesto de impotencia. Mamá nos pedía que confiáramos en la cordura de las autoridades, pero nosotros percibíamos sus recelos. «Todo se va a arreglar. Nadie va a separarnos jamás», decía en un débil susurro mientras nos abrazaba contra su pecho.
También salimos en la televisión mostrando nuestro aspecto más saludable, las ropas bien aseadas, la mochila pertrechada de reluciente material escolar y hasta enseñamos nuestras orejas completamente normales.
De nada sirvió. Un luminoso día de abril unos oscuros funcionarios y varios policías uniformados se presentaron ante la reja de la casa. Como cada sábado, mamá había emprendido su zafarrancho de limpieza, antes había hecho la colada y nos había dado nuestro baño semanal. Dos alguaciles se acercaron al tendal donde, entre sábanas y toallas resplandecientes, mi hermana y yo nos secábamos al sol. Su gesto de terror nos permitió adivinar que, el que tuviéramos las orejas sujetas a la cuerda por unas enormes pinzas, les parecía una espantosa tortura. Pataleamos y protestamos mientras nos descolgaban, y redoblamos las protestas cuando vimos a los agentes sacar de casa a mamá con las manos esposadas.
Nunca hemos vuelto a estar tan limpios, ni tan felices.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Madre con hijos

Ella se desperezó lentamente, remolona después de un prolongado sueño, que se había visto interrumpido por un vigoroso rayo de sol. Ya era el momento de ponerse en marcha y disfrutar de aquella brillante mañana de primavera. Hacía un buen rato que los dos mellizos no dejaban de manifestar su intranquilidad, de querer salir a corretear al aire libre. Antes de comenzar el paseo estiró su magnífico cuerpo, entonó los músculos, se aseó rápida y eficazmente, comprobó que todo estaba en orden y, con un leve empujón, animó a sus hijos a salir fuera. No hizo falta indicárselo dos veces, ambos salieron corriendo a pesar de su corta edad y al poco tiempo estaban revolcándose en la nieve. —¡Qué distintos son!— pensó al verlos desde la entrada. Efectivamente, a pesar de tener la misma edad, uno era más rollizo y pesado que el otro, una criatura vital y agitada, que no paraba de moverse de un lado para otro. Al verlos así, entretenidos en su pequeño mundo, decidió que era su momento para comer algo e ir reponiendo sus consumidas fuerzas. Había sido demasiado tiempo sin comer y ahora necesitaba estar en forma para atender a sus hijos. Le bastaría con un alimento vegetal y los huevos y la miel que tenía bien localizados, para conseguir un buen aporte energético que le permitiera afrontar el día con garantía. Sin quitarle el ojo a los hijos se dispuso a injerir estos alimentos saludables, aunque la tarea no era fácil, ya que aquellos no paraban de corretear, en ocasiones los perdía de vista, especialmente al más pequeño, y no había forma de desentenderse completamente de ellos para comer con un poco de tranquilidad. —La maternidad no es una tarea fácil, me esperan unos meses complicados, especialmente con el pequeño revoltoso— imaginó por un momento. No había acabado de aparecer esta idea en su cabeza, cuando un llamada lastimera llegó hasta ella. Un gruñido apremiante emitido por un hijo en apuros. Salió corriendo del lugar donde estaba intentando encontrar cierta tranquilidad para comer. El hijo mayor se encontraba angustiado, en el borde de un terraplén, caminando inquieto para un lado y para otro, mirando hacia una ladera nevada de fuerte pendiente. La madre comprendió al instante que el hijo pequeño debía estar en la ladera, metido en algún embrollo, y era el que emitía aquellas lastimeras llamadas que le habían hecho abandonar su placentera comida. Efectivamente, el pequeño se encontraba a mitad de la cuesta, intentando desesperadamente subir, mientras sus esfuerzos le hacían deslizarse hacia abajo, hacia la parte más pronunciada, que acababa en un cortado de varias decenas de metros de altura. La madre se agobió con la situación e intentó acudir directamente en ayuda del hijo, pero adentrarse directamente en la ladera le hacía deslizarse peligrosamente hacia el precipicio. El pequeño clamaba, cada vez más angustiado, inquieto porque su madre no acudía a ayudarle, como solía ocurrir siempre que lo necesitaba. El hermano mayor también comenzó a lamentarse, haciendo que la situación de la madre fuese empeorando por momentos. Todo parecía precipitarse, pero en algún momento ella tomó una decisión valiente: abandonar la ladera, subir a la parte superior y llamar a su hijo desde allí, lo que implicaba abandonar a los dos pequeños a su suerte y confiar en que las fuerzas y la habilidad del menor fueran las adecuadas para remontar hasta ella. Fueron unos minutos de gran zozobra, los hijos clamando inútilmente por la presencia de una madre a la que habían perdido de vista y la madre desesperada por la integridad de unos hijos, a los que había cuidado desde que nacieron completamente desvalidos. Al llegar al alto, el hijo mayor pudo abandonar su posición y acercarse a la madre, que sintió un gran alivio por él. A su vez, el hijo menor, el inquieto y agitado, pudo descansar por un rato, acompañado y apaciguado por la presencia de su madre. Poco a poco se rehízo y lentamente empezó a subir por la ladera, con algún resbalón que otro pero avanzando hacia arriba. Habría pasado media hora desde el inicio de la alarma cuando finalmente se reunieron los tres. No hubo palabras de reproche y todos habían aprendido una lección que no olvidarían el resto de sus vidas. Pasado el susto, la osa y los dos oseznos emprendieron nuevamente el camino para continuar con aquel primer paseo primaveral.

Manuel Medarde
Grupo A


Cogidas de la mano

Mamá me cogió de la mano y me acompañó al colegio. Las dos íbamos temerosas de qué nos iba a pasar, a ella por dejarme y a mí por quedarme en aquel lugar desconocido, sin su omnipresencia. Ambas superamos ese primer día de alejamiento mutuo sin traumas ni consecuencias.
Otro día, más adelante, cogió de nuevo mi mano y me llevó al médico. Acudíamos a aquella consulta impoluta, donde todos vestían de blanco, para que me curasen de una grave enfermedad. Fuimos durante unos meses hasta que salimos de allí ilesas.
En otras muchas ocasiones me condujo por los diferentes vericuetos de la vida sin soltar mi mano. Tantas, que la memoria me falla. Y en todas salimos victoriosas.
Ahora paseamos un ratito todos los días por delante de casa, acera arriba y abajo, y soy yo quien la tomo de la mano. Así, imitando su gesto, intercambiamos nuestros roles. Y ella sabe que voy a escoltarla en su tramo final, que, esta vez sí tendrá un desenlace fatal para las dos.

M. Maximina Moreno
Grupo B


Haikus sobre la madre

Ojos vigilan
sabiduría en su voz,
abrigo eterno.

Susurros suaves
su abrazo es un refugio
calor sincero.

Hogar seguro
el timón que nos guía
paz que cobija.

Tus manos cuidan
fortaleza de calma
ríe mi madre.

M. Pilar Sánchez
Grupo B


Cómo no odiarla, cómo no quererla

Nuestra madre es alta, elegante y distinguida; también, la misma que es todo eso, es una persona difícil, hay quien dice que inaguantable. Naturalmente, no para nosotros, que la queremos y la conocemos como es, aunque es verdad que no sé qué piensa papá de todo esto.
Trato de explicarme: mi madre es una persona muy atractiva, una abogada cuya reputación le permite cobrar minutas sustanciosas, que viste con elegancia y pulcritud ropas no demasiado caras, aunque lo parecen; y así es ella: no demasiado valiosa, aunque lo parezca; lo curioso es que nadie lo diría, nadie excepto nosotros, sus hijos. Y me he ido por las ramas: mamá es dueña de una mirada dual, a veces la más dulce, al rato acerada y lacerante, y pasa de una a otra sin estados intermedios. Sus pocos amigos, que los tiene muy fieles, lo son porque les interesan sus opiniones, que, en general, son de una ecuanimidad molesta y sorprendente. Opiniones sorprendentemente molestas también cuando se trata de su familia; del mismo modo, actos asombrosamente incómodos para con su cónyuge y progenie. Uno espera de su madre que defienda a su gente, sobre todo a nosotros, sus hijos, en aquellas situaciones en que cualquier otra madre apoya con su subjetividad a su prole. Hasta los animales lo hacen. Bueno, esa creo que es la clave de todo el asunto: mi madre es la menos animal de todas las personas que conozco, su razón impera sobre toda emoción posible, aunque no acierta casi nunca con lo que nosotros diríamos, haríamos u opinaríamos. Y eso no significa que no sea brillante cuando dice, hace u opina. En ese sentido, es difícil, hay quien dice que inaguantable, como ya dije.
Con un par de ejemplos se me entenderá mejor. El primero es muy claro, porque se trató de cómo puso en evidencia a mi hermana mayor en una situación aparentemente cotidiana. Llovía fuerte sobre los cristales del ventanal y estábamos estudiando en la mesa grande de la biblioteca con un par de amigas de Maitane, que es como se llama la mayor de todos los hermanos. Estudia Derecho, creo yo que para emular a nuestra madre, aunque mi hermana es dulce y amable y no creo que esas virtudes le vayan a ayudar mucho en su profesión. Bueno, pues esa tarde lluviosa precisamente es la que eligió mamá para pedirme que saliese a comprarle la prensa, que se le había olvidado y ahora estaba ocupada con un caso importante. Las amigas de Maitane levantaron la vista de sus libros y apuntes y la miraron con lo que yo interpreté como sorpresa e incomprensión por lo que me pedía mamá. Cuando iba a levantarme de la silla para obedecer su encargo, mi hermana dejó sus apuntes y dijo que iría ella, que tenía la ropa más adecuada que la mía para la lluvia. La respuesta de mamá fue: «Tú seguro que me traes el periódico equivocado o una revista de modas, deja que sea Íñigo el que se encargue, que al menos no tiene preferencias opuestas a las mías». Y volvió a su despacho con la mirada más amable de que era capaz. Era para odiarla, pero…
El segundo ejemplo: otro día, papá me reprendía, con razón, porque esa tarde había pasado mucho tiempo, él juzgó que demasiado, con Aitor, mi mejor amigo, jugando un videojuego que había traído a mi equipo, que dice que es mejor que el suyo. Yo escuchaba a papá con la mirada baja y asintiendo a sus razonamientos, porque papá regaña con rigor y también con cariño, y trata de que aprendas algo de cada situación. Entonces llegó mamá. Al verme con gesto serio y asintiendo con la cabeza gacha a lo que papá decía, en lugar de preguntar qué estaba pasando, se dirigió a nuestro padre y pude escuchar que le decía en voz baja y firme que el trato que me estaba dando era vejatorio y humillante, que era preferible hablar con voz calmada y no agresiva y que sentía vergüenza del espectáculo que acababa de presenciar. Papá no respondió, aunque se intercambiaron miradas que preludiaban posteriores monólogos entre ellos. Inmediatamente después vino mamá a mi lado, me miró con una sonrisa y me dijo: «Íñigo, recoge esos bártulos de tu cuarto, vete a casa de Aitor con ellos y, cuando regreses, ven a verme, que tenemos que hablar». Ante tan articulado discurso, ejecuté todo tal como me había sido ordenado.
Me presenté ante mamá, que me hizo sentar en la mesa de su despacho, se reclinó en su sillón de trabajo, me miró como si fuese un cliente y me dijo: «Creo que papá tenía razón en lo que te decía. Aprende de él siempre». Confieso que al principio no comprendí nada de lo que había pasado, pero… vi a mamá preciosa con el pelo largo y moreno enmarcando sus ojos verdes y su sonrisa cautivadora al suave contraluz de las ventanas detrás de ella. Es tan hermosa… Cómo no quererla.

Juan Delgado
Grupo A


Implacable

La historia … … de , con, para , desde … mi madre,
dista mucho de tópicos almibarados o tenaces.
Por supuestísimo que me querría mucho.
Cero dudas.
Demasiado.
Exageradamente supongo.
De esa guisa habrá sido la ‘anulación de parte de mi esencia’.
Sin ella saberlo, por supuesto.
Sin ella quererlo, por supuesto.
-¡Cuidado que te vas a caer !-
-No te metas en líos.
-Mejor te quedas en casa.
Ya harás esa excursión cuando seas mayor….
Ya tendrás tiempo.
El miedo por bandera.
¡Todos los miedos!
Pobrecilla.
Ese miedo que taladra y se queda en tu subconsciente
y en tu consciente y en tus músculos y en tus huesos y en ‘tó’.
Esos miedos.
Lo mejor es que en esos últimos
o penúltimos instantes definitivos conseguí, por fin,
darle el abrazo que nunca pude y el beso que nunca se dejó….
Hoy he puesto una par de velas en la Iglesia
que ella frecuentaba para San Antonio, su gran devoción.

Ismael Marcos
Grupo B


Madre

Tú diáfana mirada
siento ingrávida en mi mente
y en mi pecho un torrente
del amor que se me inflama.

De cadencias amalgama
sobre este papel inerte
quisiera hoy convencerte
lo que mi alma desgrana.

Alegoría exponente,
musa, timón, maraña,
en el capullo de seda
donde reflejo mi alma.

Quisiera yo componerte
cómo hija de tus entrañas
madre, los bellos versos
que un día peinen tus canas.

De tu vientre soy el fruto
que con tu sangre regaras
y con tus pechos amantes
mi cuerpo alimentaras.

De tus ojos el espejo
madre, donde miraras
esos, los tibios surcos
que el tiempo marque en tu cara.

Para engañarte, madre,
para llamarte "guapa"
y no sintieras el peso
de los años que se marchan.

Quisiera ser lo posible
de lo que tú no alcanzaras
para cubrir tus quimeras,
madre, y te saciaras.

Quisiera ser de tu cuerpo
los pies donde descansaras
después de los años yertos,
un cuerpo frágil, de nácar.

Para ayudarte, madre,
como tú a mí me ayudarás!
Pena que tú a enseñarme...
y yo a ti, cuando te marchas.


Más, no te asuste la muerte,
!madre! si nos separa,
que al Dios que nos unió un día
le he de pedir en plegarias
!que me reencarne en tu vientre,
madre, donde te vayas!

Extraído de mi poemario Despertares

Leonor Martín Merchán
Grupo A


Premonición

Recordaba mi padre, que el día antes de que mi madre nos dejara, le dijo: !Luis, coge ropa y haz la maleta, te tienes que ir con los hijos!.

Luis Iglesias
Grupo B


A mi madre...

El primer mimo en mi cara
lo dibujaron sus manos
y su arrullo cariñoso
apaciguó mil y un llantos,
aguantó mi rebeldía
con la paciencia de un santo
y guió con su destreza
todos mis primeros pasos.

Ella me prestó sus alas
para que volara alto
y me regaló la vida
sin pedirme nada a cambio.

Quiero disfrutar su risa
todavía muchos años,
cobijarme de los miedos
en el hueco de sus brazos
y sentir que estoy en casa
cuando la tengo a mi lado.

Mi refugio en las tormentas,
mi espejo, mi cielo claro,
déjame que te devuelva
todo lo que tú me has dado.
Deja que sean mis ojos
los que te sirvan de faro
y que le regalen luz
a los tuyos ya cansados
para que sientas, mamá,
lo que yo sentía antaño
y sepas como yo supe
que conmigo estás a salvo.

Aurora Zarco
Grupo B


Madre

Quiero pensar en ti y encontrarte en algún lugar.
Casi la mitad de mis días te echan de menos;
tantas añoranzas violetas extrañan tus manos
que no volví a recordar jamás caricias como aquellas.

Tú, que amabas más que nadie,
sujetabas nuestro mundo recién creado.
Eras como una tarde transparente y plana,
silenciosa y dócil.

Y sin embargo, no llego a ti, estoy perdida.
Extiendo mi mano y solo encuentro tu recuerdo;
rescato tan solo unos instantes

y la niebla envuelve tu figura.
¿Cómo es posible que tus ausencias me acerquen tanto a ti,
que tu despedida sangre rabia e ira?
¿Cómo puedo vivir sin ti?
Quizá como tú lo hiciste, con brío y garra.

Elena Domínguez
Grupo C


Madre

Madre mía,
universo de amor
y origen de vida.

De tu vientre nacieron
la esperanza, la calidez
y el cobijo.

De tu regazo
el consuelo, las caricias
y el cariño.

De tu pecho,
el más generoso
alimento.

De tu alma,
la ternura
y el sentimiento.

De tu corazón,
el más profundo
anhelo.

De las noches de desvelos
la callada sinfonía
de nanas, lágrimas,
y besos.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Entré en aquella habitación sin saber que sería la última vez que lo haría. En un sillón situado cerca de la ventana estaba sentada mi madre. Había una mesa con un florero lleno de crisantemos. Eran grandes y flemáticos, como animales mitológicos sumidos en un estado de introspección. Los rayos del sol propios de una tarde otoñal se filtraban con timidez. Bajo aquella luz, su aspecto lucía extrañamente radiante. Tenía los ojos hundidos, su piel había empalidecido y sus labios ofrecían una mueca grotesca. Sus brazos descansaban sobre el reposabrazos del sillón. Tardé un rato en reparar en el bote que había a mis pies. Me agaché y lo miré fijamente. No sentí nada. Absolutamente nada. Desde aquella perspectiva observé aquel maniquí que, hasta hacía unas horas, había ejercido de madre. La luz de la habitación se fue diluyendo silenciosamente. Mis ojos trataron de luchar contra la oscuridad inútilmente. Cuando el último fulgor se despidió de nosotras, fui consciente de todo lo que habría deseado expresarle.
Nunca logré entenderla; nunca comprendí aquella terrible enfermedad que la asediaba.
Ahora era tarde. 

Lucía Sabater
Grupo A


Madre no hay más que una

La madre estaba encantada con la visita de su hija. Hacía una semana que no se pasaba por allí, y la echaba de menos.
—¿Quieres una tortillita para cenar?— le dijo mientras hacía el gesto de colocarle un mechón de pelo que le caía sobre la frente.
—Esta vida que lleváis tan ajetreada no os da tiempo para nada, pero hay que cuidarse. Tienes que comer un poco más, estás demasiado delgada y la cena también es importante. No te muevas, que te la preparo en un momento. Por cierto—siguió con su perorata—, te he guardado en el frigorífico un taper con cocido y otro con sopa de pescado, llévatelo a casa que tu nunca tienes tiempo para hacer comida como Dios manda—. De nada servía negarse. La madre ya lo tenía decidido y mientras cuajaba la tortilla iba empaquetando en bolsas los recipientes que esperaban en la nevera la llegada de la única destinataria, la misma de siempre.
Ella se había resignado a aceptar todos los cuidados de su madre. Los agradecía aunque la irritaban. A veces le habían hecho perder los estribos pero, con el tiempo, había llegado al convencimiento de que la mejor actitud era no llevarle la contraria y, mucho menos, despreciar sus desvelos. Finalmente salía ganando desde muchos puntos de vista: en economía, en comodidad, en calidad de vida… en casi todo, excepto en libertad.
—Nena —le dijo—, voy a buscarte una peluquería cerca de tu casa para que vayas a arreglarte el pelo. ¡Con lo bonito que lo tienes y lo llevas hecho unos zorros!
—Mamá, no te pases —le contestó de forma airada mientras le lanzaba una mirada asesina—. Recuerda que soy mayor de edad y que hace muchos años que soy independiente. No necesito que me busques peluquera.
—Hija, no me mires así —insistió la madre—. Si no te lo digo yo, ¿quién te lo va a decir? Recuerda que madre no hay más que una.
—No lo olvido, mamá. No me das ocasión para olvidarlo—replicó.
Y mentalmente repitió, como si se tratara de un mantra: madre no hay más que una, gracias a Dios.

Maxi Moreno
Grupo B


Aprender a ser hija

Llorar, cuando en el horizonte, el camino recorrido, se confunde, con el infinito de un presente incierto y un futuro inexistente.

Reflejo tus ojos de perfil,
velada mirada,
grises que fuero negros,
blancos que fueron grises.
Madre, quiero sentir,
entre tus raíces,
el susurro de tu fortaleza.
Cuando un día me hiciste libre,
y entre tus suspiros volé,
abrazo sin reproches,
y miradas sin culpa.
Y ahora, paseas voluntad,
abrazas olvido,
añoras recuerdos,
y sonrisas de nostalgia.
Ahora, en este instante,
necesito tu calma, tu sosiego
y la dicha de tu orgullo.
Mi tristeza lucha contra mi duda,
replica mi desvarío.
No sé dejarte marchar,
ni soplar las alas de tu universo.
Que el tiempo hable,
mientras yo sueño.
Mírame ternura,
dame la mano,
es el comienzo.

GuADAlupe
Grupo C


Madre

Deja esta noche,
por última vez,
la luz encendida de mi cuarto,
madre.
Acaríciame el pelo.
Bésame en la frente.
Cuéntame el cuento de Juan Pimiento.
Cántame una nana, nanita, ea.
Acúname en tus brazos.
Quítame las penas.
Arráncame los miedos.
Vísteme de príncipe.
Vístete de reina.
Bájame del cielo la estrella más brillante.
Regálame esa nube que mece el viento.
Reclina tu cabeza aquí,
junto a mi almohada.
Susúrrame al oído historias de tu infancia,
sueños de joven,
amores de siempre.
Desde hace días,
una sombra
ronda esta casa,
madre.
Una sombra que me busca,
una sombra que me llama.
Tápame los oídos,
que no quiero oírla.
Cúbreme los ojos,
que no quiero verla.
Se llevó al abuelo,
se llevó a la abuela,
se llevó a papá,
te llevó con ella.
No quiero que se acerque.
No quiero que me mire.
No quiero que me hable.
No quiero que me bese.
Acércate tú a mí.
Mírame tú a los ojos.
Háblame tú al oído.
Bésame tú en los labios y,
si te vas,
deja esta noche,
por última vez,
la luz encendida de mi cuarto,
madre.

José Manuel Romero
Grupo C


—!Abuela! ¿Dónde está mi mamá?
—Mi princesita, ¿cómo te cuento que mamá
se ha ido?
Bebió agua del arroyo y desapareció.
—¿el agua estaba encantada?
¿Se la llevó un hada, acaso un duende?
Yo quiero estar con ella, iré a buscarla.
La niña bebió agua del arroyo
y no volvió.

P.G.
Grupo C


El desvelo

Apenas ni un ruido hago en la escalera,
mi madre en el salón, está dormida,
contrasta algo mi cara divertida,
con su cabeza caída, algo ladera.

Tras haber sucumbido ante la espera.
ella habría preferido estar ardida
disipar sus temores por mi vida,
y endosarme su crítica certera.

Despierta, me ve, y su cara se altera
¿ Dónde te has metido una noche entera?,
dice con enfado y voz altanera.
¿Dormiré tranquila antes de que muera?

Fui a por tu desayuno a la churrera…
se calma y dice, como si cediera,
coge arroz con leche, está en la nevera.

Calgari
Grupo A


Madre

Madre, usté canda la puerta y esconde la llave en el alda.
Se estira las medias y se ajusta las ligas.
Mira al cielo, se santigua y me coje la mano,
y andamos deprisa y todo comienza.

Madre, yo sé que no es Santa Bárbara,
que es usté quien apacigua las tormentas y espanta los nublaos,
recitando viejas aleluyas.
Que es usté quien ahuyenta los demonios
quién bendice la cosecha y conjura las verrugas.

Cuando extiende en el río sábanas blancas y las pone a solear en la hierba
usté lava las penas y sacude los miedos.
Cuando se alargan los días, la tierra se orea y merendamos más tarde
yo sé que es usté quien aleja el frío.
Que ha ordenado el mundo, repartiendo tareas desde su mandil.

A tientas, busca mi espalda, me rasca el alma y me alumbra en la oscuridad.
Me quita la fiebre al tocar mi frente
Me limpia el sudor y me quita legañas.
Y con agua me alivia el dolor de barriga

Usté quien nos hace medrar cuando nos saca el dobladillo de las faldas.
Ensancha las costuras echando remiendos, cubriendo vacíos,
y zurciendo agujeros en el calcañal.

Usté enciende el fuego del mundo, atizando la lumbre y limpiando cenizas.
Escalda los miedos, sofríe el silencio preparando el almuerzo
y en el puchero pone nuestras penas a ablandar.
Amasando, macerando, batiendo el hambre con brío,
nos sirve consuelos en platos de barro.
Bendice la mesa repartiendo el pan.

Escardando, haciendo surcos, cultivando remedios de plantas.
Regando las flores para nuestras tumbas.

Ustè da su brazo a torcer, se baja del burro, se casa y se embarca los martes.
y es para ustè la perra gorda, La tierra y la sal.

Aurora Martín
Grupo C


Riega que te riega

Hay personas de las que contarías tantas cosas que es difícil por dónde empezar o si lo miras de otra forma, es facilísimo porque cuentes lo que cuentes son únicas e irrepetibles. Para mí, como para cualquier hija, mi madre es una de ellas.
Para mi madre lo más importante es la familia, por eso siempre está planeando quedadas familiares alrededor de una mesa. Aunque siempre deseó trabajar fuera de casa, nunca se decidió y se ha arrepentido siempre porque ser ama de casa, dice, es muy aburrido. Aun así mi padre siempre la llamaba “la telefonista”, como si de su profesión se tratara. Cuando llegaba a casa siempre preguntaba ¿dónde está la telefonista? y así la seguimos llamando de forma cariñosa. Siempre le gustó mucho hablar por teléfono, pero realmente cuando se entregó a la pseudoprofesión fue cuando apareció la tarifa plana. Ahí la veías a mi madre siempre pegada a un teléfono, hablando con hijos, primos, hermanos, vecinos, amigas, compañías telefónicas… Había familiares que la llamaban para saber noticias de otros familiares lejanos o no tan lejanos porque ella siempre los tenía al día. Así ha creado un ambiente de matriarcado, no sólo con nosotros, sus hijos, sino con los demás familiares. Es la decana de la familia con sus 94 años y ha sabido mantener informados a todos sobre todos.
La premisa de mi madre es que la familia no se elige y nos tenemos que aguantar con la que nos toca, aunque no nos guste. Esta afición por el contacto familiar es debido a su segunda pseudoprofesión que es la de regadora. La familia, dice, es como una planta, si no la riegas, se pierde. Por eso ella siempre, riega que te riega.

Illiberris
Grupo C


Madre

Tus recuerdos de infancia,
siempre repetidos
La pérdida, la ausencia de tu madre.
La escuela donde aprendiste,
un libro de premio a tu constancia
“Las perlas de la niñez”
Sólo pobreza en tu casa,
¿y el libro?
Se perdió.
La ilusión en tu corazón: ser Maestra, enseñar
No pudo ser, sólo trabajo, trabajo en el campo.
A cambio te casaste con un labrador
Atada al campo y a la tierra te quedaste.
Luego los hijos: “tenéis que estudiar para ser algo más que nosotros”
Los baúles vacíos cada octubre
Y el frío silencio de la casa cada invierno.
Siempre orgullosa de los tuyos
Cerca del final, entre lucidez y desvarío, hablabas de estudiar.
La patria de cada uno es la niñez
Volviste a la infancia
y al final de tu vida
unos meses en un internado.

G.R.A.
Grupo C

La madre

Habitaba la madre una cueva aparte del chozo de sus hijos. El padre proveedor salía a cazar y volvía cansado y circunspecto a la chabola, tomaba una taza de té caliente entre las manos y se mantenía ajeno y pensativo.

Niños huérfanos de padres vivos.
Abandono.
Dolor.
Ausencia.

La madre moraba en su guarida subterránea. A pesar de ser una gruta húmeda ella se sentía reconfortada una vez reavivaba el fuego y encendía pequeñas lámparas por los rincones.
Por la mañana llegaba la madre a la chabola cuando ya todos se habían ido. Procuraba poner cierto orden y abastecía la casa de algunos alimentos que ella misma recolectaba y cocinaba. Allí, junto al fuego, cada día dejaba un puchero con sopa.
Luego salía y los días de frío vagaba por el bosque y los de sol se embadurnaba de barro y permanecía tumbada, quieta y meditativa junto a la orilla del río hasta que su segunda piel comenzaba a agrietarse. Después se bañaba realizando su ritual de limpieza, con unas matas secas frotaba su corteza y con piedras doradas suavizaba su piel.
Más tarde volvía a la gruta donde se enredaba en telas blancas y en sus obsesiones y pasaba el resto del día ajena a los suyos.
A la atardecida amasaba sus pensamientos y ponía el pan al horno, después cocinaba a fuego lento la sopa que llevaría para sus huérfanos al día siguiente.
Al anochecer emitía gritos extraños: cucú, cucú, cucú.

LA DESPEDIDA
Cuando la madre cuco murió no hubo despedida. Se posaron los hijos en su rama mudos y asombrados.
- Secarral de emociones donde ya no quedan lágrimas-.
Luego algunos volaron y tejieron sus nidos.

LOS COLORES
Los nidos de los hijos cuco fueron de dos tipos: los tejidos con ocres y marrones y los otros, los ajenos.
Los polluelos ocres cuando pasaban de carninas a pelobueno, se arrancaban sus plumas. Los otros, los ajenos lucían plumajes ocres y grises radiantes.
Cucú.

AroNbanda
Grupo B