Esta entrada aún está muy verde pero no todo es negro sobre blanco. ¿Quién dijo que escribir es un camino de rosas? Hay que tener materia gris y no es fácil dar en el blanco, sobre todo si uno tiene la negra o se queda en blanco.
Pues sí. Todo es de color, como dice la canción. O al menos del color con que se mira. Esta semana hablamos de colores. Jugamos como Rimbaud a ponerle color a las vocales, a practicar la sinestesia a buscar el color de nuestra infancia o el color con miramos el futuro.
Leímos, para abrir boca, las palabras que Lorenzo Saval firma -a modo de pórtico- en el monográfico de la Revista Litoral, una clara constatación de la amplia literatura que hay sobre este tema. Una paleta de textos e imágenes, organizados por colores, que para cualquier amante del arte resulta imprescindible. La revista incluye numerosas obras de arte en cada apartado de color. Si quieres explorar en qué obras predomina un color determinado puedes jugar con esta aplicación.
Recomendamos los artículos "La paleta de colores en la literatura" y "El círculo cromático de la literatura". El primero recorre numerosas novelas en cuyo título se incorpora algún color. ¿Por qué "El manuscrito carmesí" tiene que ser de ese color y no azul? ¿Por qué tituló Doris Lessing su novela "El cuaderno dorado" y no "El cuaderno", a secas? La literatura requiere especificidad para romper los arquetipos, nos dice. En el segundo encontramos un proyecto realizado por el estudio de diseño Dorothy: una recopilación de 300 libros colocados -de manera un tanto subjetiva- en un círculo cromático donde se pueden percibir los diferentes matices de color. ¿Qué diferencia al rojo de La letra escarlata del de Meridiano de sangre? Un curioso experimento.
Portada de la revista Litoral
En este asunto del color, a pesar de algunas evidencias científicas y del estudio del color desde distintas disciplinas todo es muy arbitrario y subjetivo pues son muchos los factores que influyen en la percepción que tenemos del color. El hecho cultural también es evidente. Pero nos gusta jugar y prueba de ello es también el proyecto "Firmas de color" de la artista británica Jaz Parkinson, donde demuestra que cada libro tiene su propio espectro de color. Lo cuenta Alejandro Gamero en "La piedra de Sísifo" donde firma el artículo "Como sería traducir un libro a colores". Todo un juego sinestésico.
Si alguien quiere profundizar en ese vínculo entre literatura y color puede asomarse a los trabajos "El color en la literatura del modernismo" de José Luis Bernal Muñoz y "Estudio del color verde en la obra de Lorca" de Lara Gómez Urquía.
Carlos del Amor hizo un reportaje en RTVE sobre el libro "El color del tiempo". En dicho libro la artista Marina Amaral y el historiador Dan Jones colorean las imágenes del pasado para narrar un historia del mundo contemporáneo. Algunos amantes del blanco y negro no han visto con buenos ojos esta idea. Y es que para gustos también el blanco y negro.
Hay en la revista Litoral hay un texto que firma Eva Díaz con el título "Magenta, el color de la guerra" donde se explica cómo este color nació en la batalla de Magenta, en Lombardía. Hasta ese momento había sido el fucsina. En el artículo "Magenta, un color de guerra para pintar la paz" tienes más información sobre este hecho.
En la literatura infantil y juvenil encontramos libros tan interesantes como "Pequeño azul y pequeño amarillo" de Leo Lionni (puedes disfrutarlo en este enlace) o "Caperucita Roja, Verde, Amarilla, Azul y Blanca" de Bruno Munari y Enrica agostinelli. En este último, Munari recrea el cuento clásico con cada uno de los colores del título. La caperucita amarilla será niña urbana y la azul, por citar solo dos, tendrá que cruzar el mar para llevarle una cestita con cosas azules a su abuela Celeste.
Los niños, como el ratón Frederick de Leo Lionni, recogen palabras y colores para pasar el invierno gris y la vida. Y todo lo comparten cuando no queda ya más provisión. La escritora Emily Roberts aprendió el color azul con su padre. Lo dice en verso en el poema "Mi padre me enseñó el color azul" publicado en el libro Parliament Hill, en el editorial Vaso Roto:
Cuando mis padres eran pobres, y jóvenes, y felices,
heredaron (heredé) su primer árbol de Navidad.
Yo tenía
dos años
y aún no conocía
el color azul.
Hay un vídeo en VHS donde mi padre me pregunta
cuál es mi bola favorita.
Eran viejas. Prestadas. Con un brillo hortera de todo a cien
-aún no había chinos-,
abundaban rosas y amarillas.
Mi padre escogió la bola azul
en lo alto del árbol.
Era la única bola
azul.
Yo seguí su dedo y la señalé también,
sin saber aún su nombre.
-Azul, la bola azul.
-Azul –repetí.
Y supe que desde entonces
yo quería ser azul.
Dejamos aquí, por último, un poema de Eloy Sánchez Rosillo titulado "Colores". Coincidimos con él en que éstos, cada uno en la pureza de sí mismos, hacen más habitable el mundo:
Qué sería de mí sin el azul.
Mas no el azul del cielo,
ni el del Mediterráneo o del zafiro,
sino el azul tan sólo, ese color.
E igualmente diría
del amarillo, el blanco, el rojo, el verde.
También el negro es mío.
Y no me es necesario imaginarlos
en el amanecer, en la pradera
donde puso sus nieves el invierno,
en unos bellos labios de muchacha,
sobre la hierba que de marzo brota
en la más honda noche.
Los medito en su ser; a cada uno,
aislado en la pureza de sí mismo.
Los contemplo en abstracto, y me deleita
y me asombra el misterio
de que la forma llegue siempre al ojo
envuelta en el albur de los colores.
Después, como en un sueño, van mis manos
mezclándolos a todos.
combinando en mil modos su inocencia
con la fascinación de tanto hechizo
Y siento como nunca que por ellos
por ellos más que nada.
es habitable el mundo.
Ahora, con todos los colores en los bolsillos, o en la mirada, puedes disfrutar de un paseo por "La tierra vista desde el cielo" con las imágenes de Yann Arthus-Bertrand. Un libro que es un regalo para los sentidos.
Propuesta de escritura
Elige un color. El que más te guste, el que te defina, el que te inspire. Haz un listado con las primeras diez palabras que vengan a tu mente relacionadas con ese color. Escribe un texto sobre el color elegido poniendo en juego dichas palabras.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Ayer, todo era azul
Por la mañana acudí a la estación de ferrocarril para sacar un billete de ida y vuelta a Valladolid, y la sorpresa empieza, por ser días azules, el precio era el 50% más barato.
El cielo estaba completamente azul claro, sin una nube que se viera en el horizonte, y enseguida me percato, que voy vestido de azul, camisa, pantalón, slip, calcetines, zapatos, corbata, chaqueta, bolígrafo, móvil, tarjeta crédito, tarjeta bonobús, tarjeta de sanidad.
No es posible tanta coincidencia, cuando vuelvo a casa por la noche, en la estantería del hall de la entrada, tengo cientos de búhos, mirándome todos con sus ojos azules, me dispongo a tomar un café y la encimera de la cocina era azul jaspeado, la botella de leche de pascual con su nombre en azul, los cojines del sofá eran azules, las zapatillas de estar en casa eran azules y sobre la cama estaba un pijama azul.
Ahora caigo, soy una gnomo.
Luis Iglesias
Grupo B
Lilas
Gumersindo I de Prompabalia fue el primer Gumersindo y el último rey de este recóndito país, situado entre las Montañas Mandusias y el mar de Carpaslán. La caída de la dinastía Almampénida fue un hecho singular, ejemplo paradigmático en los libros de Historia. Corría el año tricentésimo vigésimo cuarto desde que los almampénidas accedieron al poder, cuando tuvieron lugar los acontecimientos que precipitaron el final de su caudillaje sobre los prompabálidos. Sucedió que en aquel año, el Consejo de Ministros del reino decidió adquirir cinco barcos de guerra, con el fin de tener una flota con la que hacerse valer ante el resto de sus vecinos: los bandulianos del norte y los albarguenses del sur. Como la economía estaba relativamente saneada, había dinero para afrontar la inversión y todos los implicados se llevaron sus mordidas, los cinco navíos estuvieron disponibles en el plazo previsto. Una vez constituida la marina prompabaliana, faltaba dotarla de una bandera propia, que la distinguiera de otras armadas y lo hiciera con una enseña completamente diferente a todas las vistas hasta el momento. Para este fin el ministerio de marina contaba con sus asesores, el ministerio de arte con los suyos, el de comunicación con otros cuantos, el de presidencia con algunos más y el de asuntos sociales con consultores expertos, juntando entre todos estos organismos un total de cinco mil cuatrocientos veintitrés asesores, que tras arduas reflexiones decidieron que la bandera debía de ser de color lila, ya que no existía en el mundo otra con el mismo color ni tan original. Un barco de vela en el centro sería el emblema adecuado para esta bandera. Sin embargo, no consiguieron ponerse de acuerdo en el tono de color lila a emplear, existiendo dos tendencias opuestas al respecto: color lila tono malva y color lila tono amatista. Ante tal tesitura, habiendo razones de peso a favor de cada una de las dos posibilidades, se decidió hacer un referéndum para escoger la bandera más adecuada para la Real Marina de Prompabalia. A tal efecto se dispuso una dotación generosa para que los partidarios de una u otra opción pudieran hacer campaña en favor de su preferencia. Este fue el gran error cometido por el Consejo de Ministros, según la mayor parte de los historiadores y de los cronistas de la época.
Ante la perspectiva de conseguir subvenciones lo más abultadas posibles, los partidarios de la bandera malva iniciaron una agresiva campaña de captación de adeptos, mediante buzoneos, televisión, radio, redes sociales, eventos, conciertos, verbenas y anuncios de todo tipo, incluidas las camisetas de algún equipo de fútbol. Fue un éxito y los promotores se embolsaron suculentas cantidades de dinero. Pero los partidarios de la bandera amatista no se quedaron atrás en la captación de adeptos y por métodos parecidos también consiguieron suculentas cantidades de dinero. En esta situación, con el fin de engrosar los beneficios, ambos contendientes decidieron calentar sus campañas, hasta conseguir que los adeptos se convirtieran en afiliados y posteriormente en fieles de una de las nuevas doctrinas: “Con el malva, Pompabalia primero” y “El amatista hará nuevamente grande a Pompabalia”. Las campañas fueron otra vez grandes éxitos, hasta conseguir la polarización total de la población en dos bandos irreconciliables. Las manifestaciones detrás de cada una de las banderas derivaron en tumultos, luego en enfrentamientos y finalmente en auténticas batallas campales. Ni siquiera la dificultad para bastantes de los seguidores de distinguir el tono malva del tono amatista, lo que muchas veces les hacía mezclarse fortuitamente y provocar incidentes sangrientos, hizo que se calmaran los ánimos. Solo el nombre malva o amatista encrespaba a los seguidores y les ponía en pie de guerra. La división se extendió por toda Pompabalia, haciendo inútiles los llamamientos a la calma de toda la familia real de los Almampénidas. Incluso el ejército se escindió en dos facciones. También la Real Marina se dividió, con dos barcos de bandera malva y dos de bandera amatista, quedando fuera el quinto barco que se había hundido al chocar mientras su dotación discutía sobre el bando al que deberían unirse. El deterioro acabó en una guerra civil, que aprovecharon los bandulianos del norte y los albarguenses del sur para repartirse Pompabalia y enviar al destierro a Gumersindo I.
Manuel Medarde
Grupo A
Gris
Voy a escribir del Gris, versos mayores,
y mejor es empezar por declararlo:
No puedo adjetivar - podéis imaginarlo -
sólo con adjetivos de colores.
Si he de hablar del mar embravecido,
¿qué epíteto ponerle a tanto estruendo?
¿Creéis que pueda hacerme el estupendo
y decir que es un gris de mar teñido?
La ceniza es gris, gris ceniciento.
Sería un no-color, con añoranza
del fuego que alumbró por un momento
el nórdico abedul, que en su ígnea danza
perdió en la hoguera su gris sin un lamento.
Su sacrificio sería su enseñanza
Y los líquenes que al abedul se habían ceñido,
¿de qué color dirán ellos que son?
Quizá gris somnoliento, algo marrón,
algo pardos, como el bosque en que han crecido.
Las rocas grises de los acantilados
que sirven a los faros de pilares,
¿tienen el mismo gris que los sillares
en los muros graníticos tallados?
¿Qué gris muestra la tarde
cuando se ha desatado la tormenta?
¿Es un gris tembloroso, un gris cobarde?,
¿Acongojado, triste? Tal vez sienta
el temor de que en lo oscuro aguarde
una velada atribulada y lenta.
No quisiera escribir “labios de hastío”
aunque yo ya luzca el pelo cano.
El gris que escribió el poeta de su mano
no quiero manejarlo a mi albedrío
Ni tampoco quiero ser como aquel nota
del traje gris al que cantó Sabina.
Junto a su desmañada imagen quien camina,
no es otra que la áspera derrota.
Se me terminan ya los diez países
de color gris de los que, a hablar, me había comprometido.
Solo me quedan ya las nubes grises.
Y me alegro de haberlo compartido.
Solo te pido, s’il vous plaît, que no revises
la métrica algo ilegal que me ha salido.
Carlos Coca
Grupo A
Azul
se posó el azul
sobre las espigas de oro
de las tierras de Castilla.
Las praderas verdes
se llenaron de azul.
Los ríos, arrastraron su azul
al mar,
donde se juntó con el cielo
en la antesala de un mar
de nubes blancas.
Todo se lleno de azul,
las alas de los pájaros,
el amanecer, la noche,
tus ojos.
P.G.
Grupo C
El día que falleció mi padre, mi madre no se vistió de negro. Eligió para la ocasión un vestido violeta con mariposas.
¡Estaba tan bonita! Su pelo negro acariciaba sus hombros y sus ojos capturaban el color del vestido, parecían dos amatistas brillantes que yo no dejaba de mirar por si en algún momento estallaban y teñían de morado toda la habitación.
Ese día en ella todo era luz, se había pintado la sonrisa y, a pesar de las habladurías de las viejas del pueblo, nadie podía negar que estaba radiante.
Es la mujer más valiente que conozco. Siempre intentó ocultarme los moratones pero yo sabía que mi padre la molía a palos. Aguantó cada golpe con la fuerza de un titán y jamás salió de su boca ni una queja.
—Ya pasará la tormenta, Manuel, me repetía y me abrazaba hasta que me quedaba dormido. Sus brazos eran como un paraguas que protegían mi sueño e impedían que mi padre pudiera hacerme daño.
Nada más acabar el entierro me cogió en brazos y me dijo:
—Manuel, desde hoy para nosotros será siempre primavera y juro que en ese mismo instante percibí un suave olor de lilas y lavanda a pesar de que el viento cortante mordía la piel pues el invierno golpeaba mi cara con su furia de enero.
Color: Violeta.
Palabras: Mujer, amatista, lilas, mariposas, paraguas, tormenta, golpe, invierno, lavanda, moratón.
Aurora Zarco
Grupo A
Azul
se posó el azul
sobre las espigas de oro
de las tierras de Castilla.
Las praderas verdes
se llenaron de azul.
Los ríos, arrastraron su azul
al mar,
donde se juntó con el cielo
en la antesala de un mar
de nubes blancas.
Todo se lleno de azul,
las alas de los pájaros,
el amanecer, la noche,
tus ojos.
P.G.
Grupo C
El día que falleció mi padre, mi madre no se vistió de negro. Eligió para la ocasión un vestido violeta con mariposas.
¡Estaba tan bonita! Su pelo negro acariciaba sus hombros y sus ojos capturaban el color del vestido, parecían dos amatistas brillantes que yo no dejaba de mirar por si en algún momento estallaban y teñían de morado toda la habitación.
Ese día en ella todo era luz, se había pintado la sonrisa y, a pesar de las habladurías de las viejas del pueblo, nadie podía negar que estaba radiante.
Es la mujer más valiente que conozco. Siempre intentó ocultarme los moratones pero yo sabía que mi padre la molía a palos. Aguantó cada golpe con la fuerza de un titán y jamás salió de su boca ni una queja.
—Ya pasará la tormenta, Manuel, me repetía y me abrazaba hasta que me quedaba dormido. Sus brazos eran como un paraguas que protegían mi sueño e impedían que mi padre pudiera hacerme daño.
Nada más acabar el entierro me cogió en brazos y me dijo:
—Manuel, desde hoy para nosotros será siempre primavera y juro que en ese mismo instante percibí un suave olor de lilas y lavanda a pesar de que el viento cortante mordía la piel pues el invierno golpeaba mi cara con su furia de enero.
Color: Violeta.
Palabras: Mujer, amatista, lilas, mariposas, paraguas, tormenta, golpe, invierno, lavanda, moratón.
Aurora Zarco
Grupo B
Amarillo infancia
Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.
Miguel Hernández, “El rayo que no cesa” (1934–1935)
Una vez leí un estudio que decía que la mayoría de personas tiene por color favorito el azul porque es un color que nos recuerda a nuestra infancia[1], y yo me consideraba una de esas personas. Sin embargo, aunque no me retracto porque me gusta cualquier tonalidad de azul, con este relato trato de desmentir que no es mi favorito por el recuerdo de una infancia feliz. Para mí, el color de mi infancia es el amarillo. En esta serie de descripciones encontrarán los motivos. Pasen y lean.
***
Unas manos pequeñas, de unos cinco años, abren un estuche y sacan, de dos o tres veces, un puñado de ceras Plastidecor para esparcirlas sobre la mesa. Al lado, un folio en blanco, la hoja arrancada –o no– de un cuaderno Campus, o cualquier otra superficie sobre la que pintar.
La mano derecha, pequeña, va decidida a por una cera en concreto, por la que empieza a dibujar siempre, que casi no tiene punta. Eso hace que tenga que esperar a que su compañero se vuelva a sentar y la papelera quede libre para poder levantarse, con su sacapuntas rojo y su Plastidecor amarillo, para poder afilarlo.
Se vuelve a sentar, y comienza a dibujar, con tiento y en una esquina del folio, un cuarto de círculo amarillo que no representa otra cosa que al sol. El resto del espacio lo copan un cuadrado y un triángulo que forman una casa, un pequeño rectángulo que hace de chimenea y un garabato gris, de humo. Una especie de árbol al lado de la casa y varias líneas, hechas con un Plastidecor verde, que simulan hierba en el margen inferior del papel.
***
Unas manos pequeñas, de unos seis años, sostienen dos rebanadas de pan Bimbo entre las que habitan un par de quesitos del Caserío. Es la hora de la merienda, y en la tele –en la 2– están echando Arthur, una serie de dibujos, si lo piensas, un poco surrealista: un ratón hormiguero –no un oso– con un jersey amarillo, cuyo mejor amigo es un conejo y que tiene un perro como mascota. Las manos pequeñas vuelven a atender al bocadillo de queso mientras suena la cabecera (and I say hey!), y su dueña saborea uno de los quesitos atrapados entre las dos rebanadas de pan.
***
Un día de la madre, a principios de mayo, una mano pequeña, de unos seis años, está sostenida por la de su madre. Unos pies pequeños y unas piernas cortas tienen que caminar más rápido que sus acompañantes para seguir el ritmo. A pesar de que el cielo amenaza tormenta, la niña ha salido de casa de su abuela para “ir a ver la colza” que sembró su tío a principios de otoño. Un camino que no se le hace corto, pero tampoco largo, y que no sabe que recorrerá decenas de veces a lo largo de su vida. Al menos, una vez cada mes de mayo. Cuando llegan, después de haber recorrido demasiados pasos debido a su corta estatura, un pequeño dedo índice señala el campo cubierto de amarillo. Se asombra al ver la gran explanada de color que adorna un día tan gris.
***
Unas manos algo más grandes, de apenas unos diez años, sostienen la mochila intentando restar algo del peso que están cargando los hombros. Cuando termina de bajar las escaleras del colegio, casi echa a correr por la calle sorteando todo lo que encuentra por el camino: niños, adultos, mochilas y piedras que están fuera de lugar. Llega a casa y apenas son las dos y diez. Se sienta a comer, y su mano derecha sostiene la cuchara. Hoy hay cocido. Su sitio, frente a la tele. Su padre cambia de canal, para que ella pueda disfrutar durante el cocido de su ratito de ocio antes de empezar a hacer los deberes. Comienza la sintonía y ella se prepara para poner sus cinco sentidos en la tele para ver, en Antena 3, Los Simpson.
***
Los dedos de la misma mano, ahora con unos doce años, pasean entre la hierba hasta encontrar lo que estaban buscando. Una margarita. “Y ahora –comienza la voz de su mejor amiga– mira a ver si te quiere”. Y esa mano, de unos doce años, empieza a arrancar pétalos blancos y tirarlos al suelo al ritmo de “Me quiere, no me quiere”, hasta deshojar del todo la margarita y quedarse con un “No me quiere” en el último pétalo. En su mano izquierda, el cadáver de la margarita se corona con el polen amarillo del centro. De mayor aprenderá que no es polen, sino que ese centro amarillo de las margaritas no es más que un montón de pequeñas flores que se forman en círculo y se protegen por los pétalos blancos que hay alrededor.
María Ángeles García
Grupo A
[1] https://www.bbc.com/future/article/20220601-what-your-favourite-colour-says-about-you
Blanco
(ballena, fantasma, pureza, sudario, terror, ceguera, luz, novia, nieve, página).
La novia de Ahab persigue a la ballena blanca
sobre olas de espuma que mancillan su luto,
como gotas de sangre en un traje de nieve
convertido en sudario.
Pureza maltratada, ceguera de la luz,
se diría un fantasma navegando el terror
en el fondo abisal de la página en blanco.
La novia sumergida en los mares profundos
-la tierra es solo agua, el agua de la muerte,
corrientes despeñadas entre pálidos surcos -
con su piel marchitada de inocencia sin rumbo,
ahogada en un destino que dictaron espectros.
Océano sarcófago,
que en su centro maldito le reserva un sepulcro,
junto a un suicida insomne y su infierno blanco.
Ignacio Aparicio
Grupo A
(ballena, fantasma, pureza, sudario, terror, ceguera, luz, novia, nieve, página).
La novia de Ahab persigue a la ballena blanca
sobre olas de espuma que mancillan su luto,
como gotas de sangre en un traje de nieve
convertido en sudario.
Pureza maltratada, ceguera de la luz,
se diría un fantasma navegando el terror
en el fondo abisal de la página en blanco.
La novia sumergida en los mares profundos
-la tierra es solo agua, el agua de la muerte,
corrientes despeñadas entre pálidos surcos -
con su piel marchitada de inocencia sin rumbo,
ahogada en un destino que dictaron espectros.
Océano sarcófago,
que en su centro maldito le reserva un sepulcro,
junto a un suicida insomne y su infierno blanco.
Ignacio Aparicio
Grupo A
Presagio
A Juan siempre le había gustado el color azul, por su sencillez que podía cambiar del cobalto de la cúpula de la iglesia al turquesa del vestido que llevaba su prima Luisa el día del bautizo de su hermano pequeño, del índigo del amanecer al de los ojos zarcos de la hermana mayor de Paco.
Aquella mañana llevaba la camisa celeste que su madre le había planchado, sabía cuanto le gustaba. En la escalera se encontró con Felipe. ¡Qué bonito es el nuevo periquito que tienes en el patio! , le dijo. No es preciso repetir su color. El día se presentaba azulado, de esos en los que todo sucedía como esperaba.
Un aguamarina colgando del cuello de una desconocida, el cielo comenzaba a pintarse de añil, un coche marino, el guardapolvo del tendero, todo buenos augurios.
Tentó el paquete de panfletos que llevaba oculto bajo el anorak reversible que siempre mostraba la misma cara.
El encuentro era a las ocho en la escalinata de la Facultad de Ciencias. Se apeó del autobús con tiempo para dar un rodeo antes de la cita. Era una medida de precaución que nunca estaba de más.
A partir de ese momento sólo encontró grises, nubes en el cielo, el mar quedaba lejos y seguramente luciría ese tono plateado que tanto lo inquietaba.
Casi en la puerta, dos hombres trajeados salían de un coche y se abalanzaban sobre Virginia para introducirla en él. Trató de mantener la calma, debía presentarse en la cita de seguridad para dar cuenta de la detención. Dos grises llegados en una lechera blanquísima lo metieron dentro sin que pudiera zafarse.
Había interpretado mal las señales y ahora se encontraba dentro de un vehículo policial con las luces azules de la sirena apagadas.
Enrique Martínez
Grupo C
Grupo C
Mi color favorito
Es un color compuesto entre el rojo y el azul, con un ligero toque de verde.
Entre el rojo y el azul, más cercano al violeta, pero sin ser tan frío ni tan intenso. Combina la energía del rojo y la tranquilidad del azul, lo que le confiere un carácter tanto vigoroso como sereno.
Se le vincula con la sabiduría y la creatividad.
Siempre fue un color caro y difícil de obtener, por lo que se le asocia con la realeza, el poder, y la nobleza.
Lo vestían los emperadores romanos:” nos vestimos la púrpura”, decían señalando el color.
Lo citó Quevedo:” no es justo que la púrpura del rico se tiña con la sangre del pobre”.
A mí me recuerda algún atardecer; en las mejores puestas de sol está siempre presente.
También lo asocio a la madurez: El color de una ciruela madura.
El mangostán es una fruta púrpura por fuera y blanca por dentro.
Es un color que me envuelve, me protege, me abriga, y cada vez que lo utilizo en la pintura noto un sabor agridulce en la boca.
José Luis Fonseca
Grupo A
Haikus de rojo
“La vida es roja como el amor,
ardiente y fugaz”
Pablo Neruda
Luz del ocaso
rojo fuego en el cielo
sueños que se van.
Amapolas
bajo la primavera
danzan sin parar.
Fuego que nace
rugido de la tierra
volcán en llamas.
Herida abierta
sangre que no olvida
eco del dolor.
Susurros suaves
dos corazones laten
amor ahora.
Rojo en la vida
destello fulminante
latidos fuertes.
M Pilar Sánchez
Grupo B
El marrón de la pana y el barro
En la pana de los campos,
la carretera de seda…
- ¡Caminante sin camino,
ya llega el pueblo, ya llega!
(…)
Juan Alcaide. Romances de la llanura.
De su libro “Llanura”, 1933.
Esta historia no ha ocurrido como voy a contarla, pero se parece en lo esencial a una que se vivió hace muchos años en una ciudad de La Mancha, de cuyo nombre bien me acuerdo, nací en ella.
El personaje que lleva el hilo de la trama no se llamaba Jerónimo, ni le llamaban Jeromo, pero hay que fingir que ese era su nombre. Tenía un apodo, como todos lo teníamos en los años sesenta y setenta. A mi familia se la conocía por el nombre de una ciudad a la que iba mucho mi bisabuelo, y a Jeromo, por la fuerza que tenía su estirpe, se le conocía como “tiragaleras”, porque se le consideraba capaz arrastrar ese carro inmenso con sus manos y apretando los riñones. Esta no es la historia de Jeromo Tiragaleras, pero se le da un aire.
Se dedicaba este hombre a labrar los campos de aquellos que los tenían o los habían heredado; araba, sembraba, aporcaba las cepas, podaba olivos, vendimiaba, cogía aceituna... Como le sobraba experiencia en esos trabajos, dirigía a otros. Dicho con propiedad, era el manijero que mandaba a un par de gañanes o más; y su azada era la primera que entraba en la tierra, su mula la primera que arreaba para clavar la reja en los campos y airearlos. Trabajaba muchos días con aquella mula de pelo terroso, guiñando sus ojos castaños para que no los quemase el sol, como tenía abrasada la piel de la cara y de las manos, casi del mismo color que sus viejos y pardos pantalones de pana, la pana de los campos.
Algunas tardes de sábado, aunque esta historia no es exacta, jugaba al truque con el herrero y con el señorito y su hermano, que una cosa es una cosa y la otra, otra. Se escuchaban en el patio o en el rincón de la chimenea, dependiendo del tiempo, carcajadas y grandes gritos, parecidos a estos:
- Envido…
- Que te lo has creído…
- Pues si te rajas, una más que vas a perder, ¡que te lo haces en los pantalones…!
- Ah, lo mismo tiene algo que decir mi compañero…
- Pues digo que yo ahora envido, pero ¡envido la falta y truco!
- ¡Joé con tu compañero!
- Quién se va ahora de vareta… ja, ja, jaaaa.
La mujer del señorito, que les llevaba muchas veces de comer morcillejas y queso, y vino el que querían, protestaba por las voces y el vocabulario soez y vulgar – que los señoritos usan estas palabras que Jeromo y el herrero ni conocían y su marido y su cuñado no solían pronunciar –, pero estaba satisfecha, y sonreían por lo bajo ella y la mujer del hermano del señorito. Tenían a sus hombres en casa y no por ahí quien sabe en qué andurriales.
Jeromo era un hombrón alto y de espalda encorvada y piernas abiertas en arco, magro de carnes y de piel oscura y agrietada, y es que el trabajo en el campo no perdona y deforma y tiñe los dedos y el cuerpo entero.
Vivía en una casa de planta baja unos cientos de metros más allá, hacia las afueras de la ciudad. Carmen, su mujer, era una señora de luto, como vestían muchas, que siempre falta alguien querido, bien plantada y de ojos castaños brillantes, morena y con la pobre elegancia que da la dignidad. Con ella hacía Jeromo la vida, hizo la vida hasta un día de verano.
El 1 de julio de 1979 una tormenta desbordó el arroyo de La Veguilla en Valdepeñas y se llevó la vida de veintidós personas en una riada atroz. La ciudad se tiñó de barro de un marrón rojizo, color del campo de esa tierra manchega, hasta más de dos metros de altura. Carmen, la mujer de Jeromo Tiragaleras fue una de las veintidós que dejó su vida arrastrada por otro más de los múltiples tonos de marrón que la habían acompañado desde siempre.
Pero lo advertí al principio, esta historia no ocurrió exactamente como la he contado: por lo pronto, los nombres de las personas no coinciden con los nombres de los personajes. Y, aunque todo lo demás se parece bastante a cómo fueron las cosas, podría parecer inventado.
Jeromo murió aquel 1 de julio, aunque siguió viviendo unos pocos años. Desde aquel día no volvimos a verle.
Juan Delgado
Grupo A
Grupo A
Verde
“Yo no me atrevo”, te dijo, vestido de verde sueño.Y fue verde la mentira, verdes las horas y el tiempo, verde cobarde y enfermo, verde la tarde marchita y verdes tus pensamientos, como tu uniforme verde, verde inmaduro, indiscreto, verde color maldito que te arrebató los sueños.
Con cuánta pasión se vive cuando se dice “te quiero” y qué negra negra negra es esta madurez insulsa sin programar huidas, sin vivirse en cada encuentro, levedad insoportable la de esta espera de muertos. ¡Ojalá volviera el verde y se llevara este negro!
Pilar Sánchez Barbero
Grupo A
Azul
No tengo los ojos ni la sangre azul, y ni siquiera he sido un príncipe de ese color, pero he creído en el azul de los mares, los cielos y los horizontes. En lo del balón, más blanco que azulgrana, con infancia de veranos azules y algunos sueños que llevaban sobre las nubes el mismo color. De la poesía, Rubén Darío y el modernismo de su Azul. Hasta he escrito versos sobre azulejo, con serigrafía cobalto, turquesa, zafiro y algunas rimas de gaviotas y ultramar.
Azul es el viento que cruza la mar,
el velo que cubre la cima serena
de la calma que nos invita a soñar
en los espejos del cielo sobre la arena.
Azul es el crepitar eterno de la llama,
la sombra oscura de los silencios
en ese fuego que nunca apaga
la luz encendida de los misterios.
Azul es la vida que late en lo eterno,
canto del mundo en su vasto existir,
visillos de niebla, susurros del viento,
color del invierno en su frío sentir.
Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A
Consuetudinario naranja
La mochila naranja como estandarte.
Sigue caminando y se incorpora al tráfico soleado y tranquilo de las doce .
Su figura erguida recibe de forma consuetudianaria las campanadas del reloj.
Se dirige al Mercado Central.
Comprará un buen trozo de bonito para almorzar.
Ve su reflejo a la entrada.
Las puertas acristaladas -abatibles- le permitirán el acceso al recinto.
Observa aún más detenidamente ese reflejo.
Creo que no me vendría nada mal un buen descanso.
Presunción de inocencia.
¿Y eso cómo se come ?
Volvió a invadirle ese aturdimiento tan especial.
Y un reflujo amable le dio los buenos días.
Naranja, mochila, reloj, estandarte, figura, reflejo (¿reflujo ?) , descanso, aturdimiento, presunción, bonito (¡pez!). Palabras que derivaron inconscientemente al requerimiento del color naranja. Dudo si apareció reflejo o reflujo.
Ismael Marcos
Grupo B
Ven conmigo y contempla...
Este desierto de otoño,
cuando el sol comienza a
ocultarse tras las dunas,
tiñendo el cielo de un vibrante mostaza.
ocultarse tras las dunas,
tiñendo el cielo de un vibrante mostaza.
Las espigas doradas se mecen suavemente
susurrando secretos al viento
como hojas secas que crujen bajo los pies,
de quiénes nos aventuramos
a caminar por su tapiz dorado.
Cada paso es un eco de la calidez del día,
una sinfonía de colores y
texturas que llenan el aire.
Ven conmigo y contempla...
El atardecer, con su luz suave y cálida
una sinfonía de colores y
texturas que llenan el aire.
Ven conmigo y contempla...
El atardecer, con su luz suave y cálida
acariciándonos la piel, mientras un aroma sutil
de tierra y hierbas secas se mezcla
con la frescura que anuncia la noche.
con la frescura que anuncia la noche.
En el horizonte, las sombras
de las montañas se alargan
dibujando formas que danzan al ritmo del crepúsculo.
Los colores del cielo estallan en un festival
dibujando formas que danzan al ritmo del crepúsculo.
Los colores del cielo estallan en un festival
de sensaciones; el mostaza
de las nubes se funde con el oro del sol,
de las nubes se funde con el oro del sol,
y el paisaje se transforma en un lienzo de ensueño.
Es un momento en que el
tiempo se detiene, la vista,
el olfato y tacto se unen en
una experiencia única,
Es un momento en que el
tiempo se detiene, la vista,
el olfato y tacto se unen en
una experiencia única,
dejando impreso en el corazón la belleza del instante.
Leonor Martín Merchán
Grupo A
Ámbar
Observo, desde mi ventana, corazones ocres, óvalos pardos, manos doradas, diamantes rubios, lágrimas rojizas que bailan su fragilidad sobre los árboles al ritmo del viento de otoño. Su ámbar, ocre, cobre reverberan para luego caer y tapizar la calle, los parterres del parque, junto a los bancos, la fuente y el columpio. Ese es su destino. Mañana ya quedarán menos formas y colores sobre las copas. La música de noviembre es la de la palpitante lluvia ámbar. Pienso: si mi perro se acostara sobre esa placentera cama de hojas, no podría distinguir su cuerpo. Él también es de los colores de este frío día de ocaso y espasmo. Y, si fuera también mi lecho, tampoco se distinguiría mi cuerpo en este día ventoso, que mi destino fuera también ámbar …
Ocaso. Las luces del atardecer también son del ámbar que avisa. Las nubes, cándidas, corren a prisa, se deslizan por ese blanco roto y grisáceo. Por un instante, el cielo se abre al sol y al azul y se vuelve, de nuevo, ámbar, dorado, almagre, bronce, rojo, rosáceo, anaranjado. Me admiro: ¡qué bien le sienta el arrebol al aire alto, alto! Las nubes coronan la llama. A veces, son de un gris amargo. Cambiantes, juegan con nuestra mirada que, si te dejas, se vuelve inevitablemente del color del crepúsculo sobre el valle. El horizonte es una resina sólida de millones de años, la tierra, los bosques de castaños y robles melados. Del color de tus ojos, de tu chaqueta de cuero, de mi pelo y vientre con veinte años, del color de la cerveza que tanto nos gusta, del color del té de jengibre y melisa, del color de la miel y la cera. Y aquella gema que traje de aquella playa del norte ya tan lejano, traslúcida, como el color del recuerdo y del ocaso que anuncia algo o quizá nada. Ámbar. El color del presentimiento es ámbar.
Ámbar
Observo, desde mi ventana, corazones ocres, óvalos pardos, manos doradas, diamantes rubios, lágrimas rojizas que bailan su fragilidad sobre los árboles al ritmo del viento de otoño. Su ámbar, ocre, cobre reverberan para luego caer y tapizar la calle, los parterres del parque, junto a los bancos, la fuente y el columpio. Ese es su destino. Mañana ya quedarán menos formas y colores sobre las copas. La música de noviembre es la de la palpitante lluvia ámbar. Pienso: si mi perro se acostara sobre esa placentera cama de hojas, no podría distinguir su cuerpo. Él también es de los colores de este frío día de ocaso y espasmo. Y, si fuera también mi lecho, tampoco se distinguiría mi cuerpo en este día ventoso, que mi destino fuera también ámbar …
Ocaso. Las luces del atardecer también son del ámbar que avisa. Las nubes, cándidas, corren a prisa, se deslizan por ese blanco roto y grisáceo. Por un instante, el cielo se abre al sol y al azul y se vuelve, de nuevo, ámbar, dorado, almagre, bronce, rojo, rosáceo, anaranjado. Me admiro: ¡qué bien le sienta el arrebol al aire alto, alto! Las nubes coronan la llama. A veces, son de un gris amargo. Cambiantes, juegan con nuestra mirada que, si te dejas, se vuelve inevitablemente del color del crepúsculo sobre el valle. El horizonte es una resina sólida de millones de años, la tierra, los bosques de castaños y robles melados. Del color de tus ojos, de tu chaqueta de cuero, de mi pelo y vientre con veinte años, del color de la cerveza que tanto nos gusta, del color del té de jengibre y melisa, del color de la miel y la cera. Y aquella gema que traje de aquella playa del norte ya tan lejano, traslúcida, como el color del recuerdo y del ocaso que anuncia algo o quizá nada. Ámbar. El color del presentimiento es ámbar.
Marisa Sánchez
Grupo C
Violetas
Su presencia embellece
los campos en primavera,
cubriendo con un manto malva
la dormida tierra.
Violeta es un color, un verso,
una fragancia, un destello
el sabor de un beso, la belleza
de un amor secreto.
En el firmamento aparece
al alba y al atardecer
dejando un halo delicado,
de elegancia y sencillez.
Surge tras la tormenta
como un puente de color,
entre gotas de lluvia
y tímidos rayos de sol.
Violetas, lilas y lavanda
hermosa monocromía
de múltiples tonos,
gamas y armonía.
Marian Pérez Benito
Grupo C
Violetas
Su presencia embellece
los campos en primavera,
cubriendo con un manto malva
la dormida tierra.
Violeta es un color, un verso,
una fragancia, un destello
el sabor de un beso, la belleza
de un amor secreto.
En el firmamento aparece
al alba y al atardecer
dejando un halo delicado,
de elegancia y sencillez.
Surge tras la tormenta
como un puente de color,
entre gotas de lluvia
y tímidos rayos de sol.
Violetas, lilas y lavanda
hermosa monocromía
de múltiples tonos,
gamas y armonía.
Marian Pérez Benito
Grupo A
Juego familiar
Con un cinco saco dos fichas amarillas. Mi cuñada pone el grito en el cielo. ¡Eres una suertuda!
Su cubilete azul escupe el dado. ¡Amarga derrota! Sigue sin poder salir.
Mi hermana roja agita el pañuelo cuando coloca a sus jugadoras en la pista.
Mientras, mi prima verde se sirve un té con limón para pasar el trago de la cárcel.
Consigo dos seises y un cinco. Suenan trompetas celestiales.
La azul ha podido salir de casa y situarse en el tablero. Hace el saludo al sol, en reconocimiento.
La roja, que ya salió hace dos turnos, se cree la selección y se hincha como un pollito por los puntos obtenidos.
La verde se levanta de la mesa para ir a hacer pis. Se aburre al no poder sacar las piezas mientras amarillas, azules y rojas avanzan por el tablero.
Las amarillas, brillantes como el oro, acosan a las rojas. Intentan comerse a las que están sueltas en el tablero, pero los dados no quieren ser sus cómplices.
Hermana roja se queda al acecho con una ficha delante y otra detrás de la casilla de salida de prima verde, con la esperanza de comérsela en cuanto salga.
Por detrás llega cuñada azul y se zampa la pieza roja desamparada entre dos seguros. Se pone loca de contento.
Verde ya ha salido y se encuentra con un despliegue de contrincantes entorno a su casa. ¡Difícil mantenerse ilesa!
Mato a mi prima. Cuento veinte. De rebote me como a mi cuñada y entro en la senda final.
Me odian. Sí. Lo sé. ¡Se ponen como locas!
Hermanas, primas y cuñada nos enzarzamos en una lucha sin cuartel para pasar la tarde entretenidas, pero sin perder de vista el verdadero juego.
Se trata de hacer encajar dados, fichas y cubiletes en el tablero de la familia.
M. Maximina Moreno
Grupo B
El gran viaje
Soñado con anhelo, en un tren, rápido, cómodo, no pude recrear ni ver con demasiado detalle ni atención ,los paisajes herbales, ni el mar en el trayecto.
No obstante si pude averiguar la relación regia entre una misa, Paris y el color verde.
CLU
Grupo B
Amarillo
Ha llegado el verano. Otra vez, como cada año. El esplendoroso y radiante sol no desaparece hasta que pasan las diez. Eso hace que el calor tarde aún más en disiparse. Aunque la noche no mejora el asunto. Las noches veraniegas sustituyen la arena del desierto por vapor de petróleo. Sus efluvios tóxicos se adentran en las casas, acompañándose de algún que otro mosquito para animar el sueño y cargarlo de actividad.
Por la mañana, una caminata por el paseo marítimo te ayuda a calmar las quince picaduras con las que has amanecido. La humedad hace que tu sedoso cuerpo se embadurne con una buena capa de miel. La ropa, empapada como si hubiera pasado por un mal centrifugado, se adhiere a tu piel como el papel mojado en un retrete. Mientras luchas contra la pesadez del ambiente te vas cruzando con chorreosos corredores que muestran sus ridículos torsos como canarios henchidos.
Te detienes en un chiringuito para recuperar algún que otro electrolito que se ha evaporado por el camino y te plantan un vaso de agua con más huellas dactilares que el escenario de un crimen. Sobre la superficie del agua flota una triste rodaja de limón. Parece un náufrago deshidratado y chamuscado por el ardiente sol. De alguna forma, logra expulsar su último estertor, haciendo que el agua luzca como una micción de mediodía. Decides dejar el vaso intacto y reanudas la marcha buscando otro lugar en el que hidratarte. Terminas comprando una botella de agua en un chino. Te clavan 4€ por 0,33 cl., pero al menos está fresquita y no parece que vaya a producirte diarrea.
Volviendo al paseo reparas en unas nubes lejanas, tan oscuras, que parecen haber absorbido el petróleo nocturno. Poco a poco van cubriéndolo todo. Cuando tu corteza prefrontal decide que la idea más sensata es guarecerse en un bar, te encuentras con que todos están a rebosar. Parecen píxeles apiñados en una pantalla OLED.
En cuestión de segundo la repentina tormenta lo agita todo a su paso. Cargada de furiosa electricidad, lanza rayos y truenos como si no hubiera un mañana. El mar, asustado por la inesperada visita, se revuelve con una energía atroz. Te alejas del paseo marítimo y callejeas tratando de llegar lo antes posible a casa. La pegajosidad de tu cuerpo ha desaparecido; ahora sientes que escapas de una piscina en la que te han tirado los matones de clase.
Accedes al portal de tu casa y la lluvia se detiene de inmediato. El ratito que tardas en subir hasta el 4º piso por las escaleras es suficiente para que al abrir la puerta unos potentes rayos de sol atraviesen tu retina. Te deslumbran y durante unos segundos los fosfenos enturbian tu visión. Cuando el centelleo desaparece, te quitas las deportivas y esperas la bronca de tu madre por empapar el parqué.
Lucía Sabater
Grupo A
La niña de la trenza de espiga y el cocodrilo de los ojos amarillos
El grito asustó al cocodrilo de los ojos amarillos. Y la niña de la trenza de espiga, cuanto más gritaba, más se asustaba.
Ella buscaba refugio entre los girasoles y él en cualquier charco, aunque fuese uno formado por la lluvia amarilla, caída esa misma tarde.
Los rayos de sol abrasaban sus cabecitas…
La niña de la trenza de espiga huía porque no quería ponerse la fea gorra amarilla de su hermano y el cocodrilo de los ojos amarillos se había despistado de su familia, siguiendo el zumbido de las alegres abejas que saltaban de girasol en girasol.
¡Le había pisado la cola! ¿y encima era ella la que gritaba? No entendía a los suaves y tiernos humanos.
Sus tres párpados caían una y otra vez sobre los ojos amarillos, lo que a la niña de la trenza de espiga le hacía gritar más fuerte todavía.
Ante tanto alboroto, se acercó un pastor chino que estaba cuidando a sus ovejas amarillas. La niña de la trenza de espiga y el cocodrilo de los ojos amarillos estaban tan perdidos como asustados.
Los sentó a los dos sobre una alpaca de paja y compartiendo con ellos su bocadillo de pechuga rebozada, trató de explicarles lo importante que era no separarse de sus papás cuando estaban lejos de casa. Seguro estarían muy preocupados.
El pastor chino que era muy listo, enseguida supo que hacer y devolvió felices a la niña de la trenza de espiga y al cocodrilo de los ojos amarillos a sus familias.
Y colorín colorado este cuento amarillo se ha acabado.
Color: Amarillo
Palabras: Cocodrilo de los ojos amarillos, grito, espiga, girasoles, lluvia amarilla, rayo de sol, gorra amarilla, abejas, chino, alpaca de paja, pechuga rebozada.
Eva Hernández
Grupo A
Hablando con el pasado
Mi querido Virîdis:
Aquí estoy, después de muchos años de ausencia, cuando los campos brotan, siguiendo la vereda de subida, a esta colina de tiempos ocultos y secretos guardados.
Aquí me encuentro, sentada como un diamante pulido por los años, apaleada por esa esperanza que nunca fue.
Mi viejo verde y testarudo, en el que te habías convertido, según me dijeron.
Aquí regreso, cuando el destino me devuelve a mis entrañas y tú, ya habías cabalgado al trote, por los campos y entre difuminadas sendas de brumas y llovizna, al otro lado del camino.
Y ahora, te veo en un nombre y una fecha, junto a unas flores de ramas marchitas, que fueron vida para ser tristeza, que fueron miradas para ser abrazos.
Tú, te quedaste y sufriste.
Yo, marché en tiempos de esperanza, y regreso con esta maldita artrosis que me mata.
Siento la mentira del olvido y tu carcajada bajo el castaño con forma de "V" y de "A".
Aquí reposas como el sueño que te vio marchar.
Ahora, bajaré despacio.
Siempre tuya
Aurora
GuADAlupe
Grupo C
Solo soy VIOLETA
Bostezó al mismo tiempo que sus ojos de un MARRÓN intenso comenzaban a abrirse.
Había tenido una pesadilla GRIS, intentó recordar unos instantes, sin una explicación razonable y descubrió el color NARANJA en su zozobra. ¿Tendría algo que ver con Donald Trump y Elon Musk? ¿Tenía algo q ver con un planeta AZUL en manos NEGRAS de quienes deciden que el mundo es un lugar para pocos? Dudó unos segundos y decidió arrancar sus BLANCAS piernas de entre las sábanas multicolores y casi transparentes que arropaban sus solitarias noches. Determinó en cuestión de segundos que sería un día completo, enterraría las malas vibraciones nocturnas y saldría a batirse con ese pesimismo mañanero, fruto de sus desasosiegos trasnochadores.
Recordó que hacía unos días, al "destapar" ese buzón latoso y viejo, que apenas nadie abría ya, exhibió un completo abanico de panfletos anunciando la inauguración de un nuevo centro-ventas de colores, al mismo tiempo que dedujo cómo todos sus vecinos, depositaban en la hendidura de su casillero, los anuncios que ya no requerían su atención.
Se vistió con esa falda dibujada de margaritas AMARILLAS y fondo VERDE, se puso sus zapatos color MOSTAZA y antes de cerrar la puerta, agarró el bolso vintage ROSA y cadena DORADA.
El día se apreciaba plomizo, casi amenazante, pero ella no se dio por aludida, levantó el mentón desafiante al cielo y se volvió a repetir una vez más que ese día le pertenecía únicamente a ella. Ojeó uno de los muchos papeles que habían depositado en su buzón y se sorprendió de la pequeña entrada que tenía el nuevo establecimiento. Penetró en su puerta traslúcida y se abrió un arco-iris mágico de color. Allí estaban colores primarios, secundarios, complementarios, suplementarios…cada mostrador de su color se hacía corresponder con un dependiente acorde con su matiz de tinte; a la derecha estaba el NEGRO triste, opaco, oscuro; a la izquierda un resplandeciente BLANCO, luminoso, despejado; de frente los básicos: AMARILLO, ROJO y AZUL sonrientes y risueños. Erguida y sintiéndose observada, caminó hacia los mostradores centrales donde pausadamente sugirió que buscaba el color VIOLETA para adaptarlo a su nueva vida. La dependienta, esbelta y elegante, le propuso amablemente, que quizá debería cambiar de color, ya que el VIOLETA, que no es básico, requiere cierta dedicación de tonalidad al mezclar AZUL y ROSA, a la vez que este último necesita el complemento del ROJO y BLANCO para su creación, pero ella, que dicho sea de paso se llama VIOLETA, observó maliciosamente su aclaración profesional y en tono seco le comunicó que no estaba decidida a que otra opinión, por muy profesional que fuera, modificara su decisión.
La chica esbelta y elegante, colocó una cajita de cristal violeta en su mano. Perdone señora, ¿Por qué violeta? Mi vida es esto querida, ROJO pasión, BLANCO firmeza y cuando lo decido AZUL frio o AZUL serenidad.
Elena Domínguez
Grupo C
Para gustos los colores. "Todo depende del cristal (color) con que se mira"
“Y es que, en el mundo traidor,
Nada hay verdad, ni mentira,
Todo es según el color
Del cristal con que se mira”
Ramón de Campoamor
Los colores en el arte, en la literatura; los colores en el campo: todo depende del cristal, del color con que se mira. La infancia marcada por el campo, sin colores; o, ¿si había colores?
Era marrón el otoño cuando la tierra, dura y cansada, duerme tranquila después de arrancarle los frutos que, con tanto amor, ha engendrado en el último año. Reposa y espera los cuidados que harán posible el próximo ciclo del trigo: será abierta, penetrada por el arado, de forma suave si la lluvia ha sido generosa y la ha empapado, o violenta si el cielo se ha negado a regarla con el agua milagrosa.
Todo parece marrón en estos campos, solo veteado por las grises lindes que separan las besanas. Ese marrón tan intenso, volteado, sembrado, abonado, dará paso en poco tiempo, antes del inicio del invierno, a un verde preciso, precioso, que concentra toda la esperanza de la cosecha que vendrá.
Esta tierra, que ahora soporta el frio y el hielo forzoso para que el fruto se haga fuerte, es generosa como la madre y se volverá fértil convirtiendo el campo en un verde eterno, en un mar que abarca hasta la línea del infinito; el mar en el que navegan los hombres que cuidan su tierra dándole puntualmente el alimento que necesita
Rojo. Cientos y cientos de amapolas que tiñen de valiente rojo los largos prados que meses después, en el verano, serán las eras del calor y de la trilla. Rojo intenso de la sangre que los humildes labradores se dejan cuando las hoces les rasgan los dedos, mientras limpian de malas hierbas su futura cosecha.
Amarillo que trae la primavera y lo extiende finamente sobre las fincas ahora desiguales en los tonos de color: la paleta de colores con la que el sol ha pintado estos campos no tenía el mismo amarillo para todas. Amarillo ya dorado cuando se acerca el verano y el campo se llena de espigas que bailan al son del viento. Ese viento suave, transparente, que trae historias de los confines del mundo. Campos dorados, refugio de amantes de ocasión, trigos y espigas que acogen sus caricias en un ardiente tálamo abierto a las estrellas.
Azul redondo del cielo que se abre y deja pasar el sol, la inmensa luz del verano que llega empujado por el cálido final de la primavera.
Blanco. Margaritas blancas en los prados; nenúfares que crecen en las charcas, repletas de agua y de color, como si hubiera nieve en primavera.
Blanco despreciable de las camisas blancas que usan los amos los domingos en la misa, y se junta allí con el blanco del hábito del cura que adoctrina y amedranta a los labradores para que no salgan del redil.
Negro odioso de los espesos nubarrones. Nubes negras que amenazan y traen tormentas poderosas con rayos infinitos, piedras que caen del cielo, compuertas abiertas en el firmamento, ríos de agua que todo lo arrastran y matan de un zarpazo la esperanza de todo un año, la ilusión de la buena cosecha.
Morado. En las eras ya nacen las vivarachas quitameriendas con su color morado y anuncian el fin del verano, la llegada lenta, poco a poco, del otoño.
Más tarde, todo vuelve a empezar: la fuerza del marrón para engendrar nueva cosecha; la esperanza del verde; la valentía del rojo; el crecimiento y la armonía del amarillo y del dorado; la confianza del azul en el buen cielo; el miedo y amenaza del blanco y del negro y por fin, todo ha terminado con la llegada del morado.
G.R.A.
Grupo C
Nada hay verdad, ni mentira,
Todo es según el color
Del cristal con que se mira”
Ramón de Campoamor
Los colores en el arte, en la literatura; los colores en el campo: todo depende del cristal, del color con que se mira. La infancia marcada por el campo, sin colores; o, ¿si había colores?
Era marrón el otoño cuando la tierra, dura y cansada, duerme tranquila después de arrancarle los frutos que, con tanto amor, ha engendrado en el último año. Reposa y espera los cuidados que harán posible el próximo ciclo del trigo: será abierta, penetrada por el arado, de forma suave si la lluvia ha sido generosa y la ha empapado, o violenta si el cielo se ha negado a regarla con el agua milagrosa.
Todo parece marrón en estos campos, solo veteado por las grises lindes que separan las besanas. Ese marrón tan intenso, volteado, sembrado, abonado, dará paso en poco tiempo, antes del inicio del invierno, a un verde preciso, precioso, que concentra toda la esperanza de la cosecha que vendrá.
Esta tierra, que ahora soporta el frio y el hielo forzoso para que el fruto se haga fuerte, es generosa como la madre y se volverá fértil convirtiendo el campo en un verde eterno, en un mar que abarca hasta la línea del infinito; el mar en el que navegan los hombres que cuidan su tierra dándole puntualmente el alimento que necesita
Rojo. Cientos y cientos de amapolas que tiñen de valiente rojo los largos prados que meses después, en el verano, serán las eras del calor y de la trilla. Rojo intenso de la sangre que los humildes labradores se dejan cuando las hoces les rasgan los dedos, mientras limpian de malas hierbas su futura cosecha.
Amarillo que trae la primavera y lo extiende finamente sobre las fincas ahora desiguales en los tonos de color: la paleta de colores con la que el sol ha pintado estos campos no tenía el mismo amarillo para todas. Amarillo ya dorado cuando se acerca el verano y el campo se llena de espigas que bailan al son del viento. Ese viento suave, transparente, que trae historias de los confines del mundo. Campos dorados, refugio de amantes de ocasión, trigos y espigas que acogen sus caricias en un ardiente tálamo abierto a las estrellas.
Azul redondo del cielo que se abre y deja pasar el sol, la inmensa luz del verano que llega empujado por el cálido final de la primavera.
Blanco. Margaritas blancas en los prados; nenúfares que crecen en las charcas, repletas de agua y de color, como si hubiera nieve en primavera.
Blanco despreciable de las camisas blancas que usan los amos los domingos en la misa, y se junta allí con el blanco del hábito del cura que adoctrina y amedranta a los labradores para que no salgan del redil.
Negro odioso de los espesos nubarrones. Nubes negras que amenazan y traen tormentas poderosas con rayos infinitos, piedras que caen del cielo, compuertas abiertas en el firmamento, ríos de agua que todo lo arrastran y matan de un zarpazo la esperanza de todo un año, la ilusión de la buena cosecha.
Morado. En las eras ya nacen las vivarachas quitameriendas con su color morado y anuncian el fin del verano, la llegada lenta, poco a poco, del otoño.
Más tarde, todo vuelve a empezar: la fuerza del marrón para engendrar nueva cosecha; la esperanza del verde; la valentía del rojo; el crecimiento y la armonía del amarillo y del dorado; la confianza del azul en el buen cielo; el miedo y amenaza del blanco y del negro y por fin, todo ha terminado con la llegada del morado.
G.R.A.
Grupo C