La sesión de esta semana la dedicamos a la muerte, una de las tres heridas de las que hablaba Miguel Hernández. Pero centramos su atención en la Literatura Infantil.
Leímos como preámbulo El pato y la muerte, un álbum ilustrado de Wolf Erlbruch que presenta una idea de la muerte de manera poética y sin caer en estereotipos o metáforas vagas. Este libro ha vuelto ha reeditarse en España con el título El pato, la muerte y el tulipán, alguien olvidó o le restó importancia al símbolo del tulipán en el título, cosa que no ocurrió en el resto de ediciones fuera de España donde si apareció en el título desde la primera edición. En su conferencia "Lavar antes de leer" Ana Garralón explica el posible significado de este último elemento: El símbolo en la literatura causa sin duda más dificultades en los lectores que cualquier otro recurso, no porque estemos hablando de algo exótico o difícil sino porque muchas veces se quedan como hechos verosímiles dentro del relato y nada más. A pesar de que estamos rodeados de símbolos: en la ropa o en la publicidad, los símbolos literarios expresan significados para los cuales no existen símbolos convencionales pues primero tenemos que reconocerlos y, segundo, descubrir qué significan. Pongamos un ejemplo. El cuento El pato y la muerte de Wolf Erlbruch, un libro álbum que la mayoría de los que estamos aquí sin duda conocemos, la historia del pato que encuentra la muerte se encuentra claramente definida y representada en las dos figuras protagonistas. Sin embargo, en el libro hay un tulipán (en cuya edición en español, por cierto, esa palabra ha sido suprimida del título). Si nos preguntamos qué pinta el tulipán y miramos un diccionario cualquiera de símbolos nos dirá que las flores, por su belleza, son símbolos de la fugacidad de la vida, se corona con ellos a los muertos, por su forma simbolizan el centro y, por consiguiente, son una imagen arquetípica del alma. Vemos entonces que en un libro sobre la muerte está representada ésta, la vida y el alma. Si nos fijamos con cuidado, vemos que el ilustrador tiene escenas donde el tulipán está decaído o bien vivo y, al final, cuando el pato ya descansa, tiene sobre su pecho el tulipán.
Mencionamos otros libro como Paraíso, Soy la muerte, Cuando la muerte vino a nuestra casa, Jack y la muerte, Una casa para el abuelo o Como todo lo que nace pero centramos nuestra atención en otros dos: Criando malvas y ¿Así es la muerte?
Criando malvas es un libro sobre la muerte ilustrado por Anke Kuhl nominado al Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil de Alemania en la categoría de No Ficción.
Es riguroso y divertido, y en el se aúnan las perspectivas cultural, antropológica y científica de la muerte. Son muy interesantes las entrevistas a profesionales vinculados de un modo a otro con el hecho de morir y aunque el libro no ofrezca respuestas para determinadas cuestiones -no las hay- nos ayuda a reflexionar sobre la muerte.
¿Así es la muerte? es otro magnífico libro sobre la muerte. Y aquí son los niños los que plantean sus preguntas. Los textos son de Ellen Duthie y Anna Juan Cantavella con la revisión experta de Xaviera Torres Joerges (bióloga) y Montse Colilles Codina (psicóloga). En la web de la editorial Wonder Ponder ellas mismas cuentan cómo surgió este libro: ¿Así es la muerte? surgió de un proyecto internacional en el que Wonder Ponder invitó a personas de entre 5 y 15 años a hacerse preguntas sobre la muerte en una serie de talleres diseñados específicamente para este propósito. De las más de mil preguntas recibidas desde países como España, México, Argentina, Finlandia o Francia, seleccionamos 38 que representaban la variedad y profundidad del interés de los niños y niñas por la muerte y cuestiones relacionadas.
Puedes descargarte el cuadernillo "Mortal" (Propuestas vitales para pensar sobre asuntos mortales) con el que trabajaron previamente los niños. En él se plantean cuestiones como la presencia de la muerte en el habla cotidiana y en el refranero y se estimula a los niños para que, además de informarse, puedan ser creativos dibujando, haciéndose preguntas, entrevistando a un esqueleto y un vampiro o diseñando su propia fiesta de despedida.
Es riguroso y divertido, y en el se aúnan las perspectivas cultural, antropológica y científica de la muerte. Son muy interesantes las entrevistas a profesionales vinculados de un modo a otro con el hecho de morir y aunque el libro no ofrezca respuestas para determinadas cuestiones -no las hay- nos ayuda a reflexionar sobre la muerte.
¿Así es la muerte? es otro magnífico libro sobre la muerte. Y aquí son los niños los que plantean sus preguntas. Los textos son de Ellen Duthie y Anna Juan Cantavella con la revisión experta de Xaviera Torres Joerges (bióloga) y Montse Colilles Codina (psicóloga). En la web de la editorial Wonder Ponder ellas mismas cuentan cómo surgió este libro: ¿Así es la muerte? surgió de un proyecto internacional en el que Wonder Ponder invitó a personas de entre 5 y 15 años a hacerse preguntas sobre la muerte en una serie de talleres diseñados específicamente para este propósito. De las más de mil preguntas recibidas desde países como España, México, Argentina, Finlandia o Francia, seleccionamos 38 que representaban la variedad y profundidad del interés de los niños y niñas por la muerte y cuestiones relacionadas.
Puedes descargarte el cuadernillo "Mortal" (Propuestas vitales para pensar sobre asuntos mortales) con el que trabajaron previamente los niños. En él se plantean cuestiones como la presencia de la muerte en el habla cotidiana y en el refranero y se estimula a los niños para que, además de informarse, puedan ser creativos dibujando, haciéndose preguntas, entrevistando a un esqueleto y un vampiro o diseñando su propia fiesta de despedida.
Propuesta de escritura
En las guardas del libro ¿Así es la muerte? se recogen muchas de las preguntas que no fueron contestadas así como el nombre del niño o niña que planteó cada una.
¿Te animas a elegir una de ellas y escribir una carta con tu respuesta al niño o niña que formula tu pregunta?
¿Adónde van los muertos? Ian. 6 años.
¿Da miedo estar en una tumba? África. 6 años.
¿Los muertos tienen corazón? Aylin. 8 años.
¿Es interesante morir? León. 7 años. Lina 7 años.
¿Podría ver la luna si estuviese muerta? Paula. 6 años.
¿Se puede saber cuándo te vas a morir? Gael. 8 años.
¿Los muertos saben si hablas de ellos? Anónima. 9 años.
¿Por qué darle importancia a la muerte? Adrián. 13 años.
Cuando te mueres, ¿te acuerdas de las cosas? Anónima. 8 años.
¿Realmente existe un paraíso? ¿Yo entraría? Jóhann. 12 años.
¿Por qué debe existir algo después de la muerte? Adrián. 13 años
¿Qué se siente al estar muerto o muerta? Mikaela. 10 años.
¿Cuándo estás muerto echas de menos tu otra vida? María. 12 años
Querida Rosa:
Te he oído preguntar, con la curiosidad de tus 12 años, que a dónde van los muertos.
Si me tocara a mí responderte, empezaría por preguntarte si no estarás pensando en tu propia muerte y no te atreves a decirlo.
Si fuera así, no dejes que te quite mucho el sueño. Prepararse para ella es casi un oxímoron – discúlpame por hacerte mirar el diccionario – porque uno no puede prepararse para lo inexistente.
Te daré una máxima en forma de coplilla, para que no la temas. ¿Por qué no? Porque sencillamente, nunca vas a tener que enfrentarla:
“Si tú todavía estás, es que ella no ha venido. Cuando ella haya llegado, tú ya te habrás ido”.
Y si lo que te preocupa no es enfrentar la muerte, sino dejar atrás la vida, te aconsejo que leas un cuento de un tal Borges. Lo tituló “El inmortal”. Es cortito, no te abrumes.
Si lo haces, te alegrará descubrir lo reconfortante que resulta la idea de que no hemos de vivir para siempre. Que eso sí que sería una condena.
Pero voy a dejar de suponerle intenciones a tu pregunta de a dónde van los muertos, y ceñirme a ella, que se me va el santo al cielo.
La respuesta es muy sencilla si la asimilas a esta otra: ¿A dónde va la luz de una bombilla cuando la apagas?
Pues a ningún sitio. Simplemente, ¡bum!, ¡adiós!, desaparece.
Los átomos de los elementos que nos componen – repasa en tu manual de Ciencias de la naturaleza lo del hidrógeno, el carbono, y los demás – sí que se quedan: ellos son la bombilla.
Pero la luz ….
Debo decirte, que existen respuestas alternativas a esta tan sencilla que te he dado, y que, como seguro que sabes, hay muchísima gente que opta por ellas.
Creo que lo hacen porque no son capaces de soportar lo efímero de sus existencias y entonces van, y para darse ánimos, se imaginan futuros en los que sus almas, al morir sus cuerpos, llegan a Paraísos, Nirvanas, Walhallas, Infiernos y Campos Elíseos, de todas clases.
Yo les entiendo y, en cierta manera, les envidio. No es fácil afrontar la precariedad y la incertidumbre de nuestras vidas.
Y es más cómodo mentalmente. Decide tú, cariño.
En las guardas del libro ¿Así es la muerte? se recogen muchas de las preguntas que no fueron contestadas así como el nombre del niño o niña que planteó cada una.
¿Te animas a elegir una de ellas y escribir una carta con tu respuesta al niño o niña que formula tu pregunta?
¿Adónde van los muertos? Ian. 6 años.
¿Da miedo estar en una tumba? África. 6 años.
¿Los muertos tienen corazón? Aylin. 8 años.
¿Es interesante morir? León. 7 años. Lina 7 años.
¿Podría ver la luna si estuviese muerta? Paula. 6 años.
¿Se puede saber cuándo te vas a morir? Gael. 8 años.
¿Los muertos saben si hablas de ellos? Anónima. 9 años.
¿Por qué darle importancia a la muerte? Adrián. 13 años.
Cuando te mueres, ¿te acuerdas de las cosas? Anónima. 8 años.
¿Realmente existe un paraíso? ¿Yo entraría? Jóhann. 12 años.
¿Por qué debe existir algo después de la muerte? Adrián. 13 años
¿Qué se siente al estar muerto o muerta? Mikaela. 10 años.
¿Cuándo estás muerto echas de menos tu otra vida? María. 12 años
Te dejamos aquí una muestra (pincha en la imagen para ampliar)
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Querida Rosa:
Te he oído preguntar, con la curiosidad de tus 12 años, que a dónde van los muertos.
Si me tocara a mí responderte, empezaría por preguntarte si no estarás pensando en tu propia muerte y no te atreves a decirlo.
Si fuera así, no dejes que te quite mucho el sueño. Prepararse para ella es casi un oxímoron – discúlpame por hacerte mirar el diccionario – porque uno no puede prepararse para lo inexistente.
Te daré una máxima en forma de coplilla, para que no la temas. ¿Por qué no? Porque sencillamente, nunca vas a tener que enfrentarla:
“Si tú todavía estás, es que ella no ha venido. Cuando ella haya llegado, tú ya te habrás ido”.
Y si lo que te preocupa no es enfrentar la muerte, sino dejar atrás la vida, te aconsejo que leas un cuento de un tal Borges. Lo tituló “El inmortal”. Es cortito, no te abrumes.
Si lo haces, te alegrará descubrir lo reconfortante que resulta la idea de que no hemos de vivir para siempre. Que eso sí que sería una condena.
Pero voy a dejar de suponerle intenciones a tu pregunta de a dónde van los muertos, y ceñirme a ella, que se me va el santo al cielo.
La respuesta es muy sencilla si la asimilas a esta otra: ¿A dónde va la luz de una bombilla cuando la apagas?
Pues a ningún sitio. Simplemente, ¡bum!, ¡adiós!, desaparece.
Los átomos de los elementos que nos componen – repasa en tu manual de Ciencias de la naturaleza lo del hidrógeno, el carbono, y los demás – sí que se quedan: ellos son la bombilla.
Pero la luz ….
Debo decirte, que existen respuestas alternativas a esta tan sencilla que te he dado, y que, como seguro que sabes, hay muchísima gente que opta por ellas.
Creo que lo hacen porque no son capaces de soportar lo efímero de sus existencias y entonces van, y para darse ánimos, se imaginan futuros en los que sus almas, al morir sus cuerpos, llegan a Paraísos, Nirvanas, Walhallas, Infiernos y Campos Elíseos, de todas clases.
Yo les entiendo y, en cierta manera, les envidio. No es fácil afrontar la precariedad y la incertidumbre de nuestras vidas.
Y es más cómodo mentalmente. Decide tú, cariño.
Carlos Coca
Grupo A
El niño curioso
Hace unos días, estando sentado en un banco del parque de los Jesuitas, se acercó un niño de unos 8 años y me preguntó a bocajarro: puede uno saber cuándo se va a morir.
Cerré el cuaderno en el que estaba escribiendo, le miré con detenimiento y le contesté: en tu caso no. Nadie sabe ni puede saber cuándo te vas a morir.
En vez de marcharse, el niño se sentó a mi lado y me miró con cara de querer saber más. Parece que la respuesta tan escueta y tajante no le había dejado satisfecho.
Dejé el cuaderno y la pluma apoyados en el banco, le miré fijamente a los ojos y le dije: te diré que en algunas ocasiones y en ciertas circunstancias se puede llegar a saber, siempre con cierto margen de error, cuando algunas personas se van a morir.
Los más fáciles de adivinar son los que están ya muy malitos, los que llamamos “terminales”, entonces avisamos a las familias de que su pariente está a punto de fallecer, y casi siempre acertamos, digo casi siempre, pues en una ocasión le dijimos a los familiares de una señora que estaba a punto de fallecer. Ellos decidieron llevársela a morir a su casa para que estuviese rodeada de sus seres queridos en el último momento. ¡Pues bien!, ¡nos equivocamos! La señora en cuestión estuvo volviendo al hospital “vivita y coleando” por su propio pie, durante varios años consecutivos, para recordarnos nuestro error, del cual, por supuesto, aunque avergonzados, todos nos alegramos.
A las personas que padecen una enfermedad grave, también podemos hacer un pronóstico de vida, diciéndoles, más o menos, cuánto tiempo les queda en este mundo; aunque en estos casos los fallos son más frecuentes, pues te puedes equivocar en meses o incluso en años. Por lo que hacer pronósticos de vida es muy arriesgado.
Cuando terminé de hablar, le miré, y con una sonrisa de satisfacción se levantó y se fue caminando. Yo retomé mis escritos, Teniendo la sensación de que había estado hablando con “el principito”.
José Luis Fonseca
Grupo A
Grupo A
El niño curioso
Hace unos días, estando sentado en un banco del parque de los Jesuitas, se acercó un niño de unos 8 años y me preguntó a bocajarro: puede uno saber cuándo se va a morir.
Cerré el cuaderno en el que estaba escribiendo, le miré con detenimiento y le contesté: en tu caso no. Nadie sabe ni puede saber cuándo te vas a morir.
En vez de marcharse, el niño se sentó a mi lado y me miró con cara de querer saber más. Parece que la respuesta tan escueta y tajante no le había dejado satisfecho.
Dejé el cuaderno y la pluma apoyados en el banco, le miré fijamente a los ojos y le dije: te diré que en algunas ocasiones y en ciertas circunstancias se puede llegar a saber, siempre con cierto margen de error, cuando algunas personas se van a morir.
Los más fáciles de adivinar son los que están ya muy malitos, los que llamamos “terminales”, entonces avisamos a las familias de que su pariente está a punto de fallecer, y casi siempre acertamos, digo casi siempre, pues en una ocasión le dijimos a los familiares de una señora que estaba a punto de fallecer. Ellos decidieron llevársela a morir a su casa para que estuviese rodeada de sus seres queridos en el último momento. ¡Pues bien!, ¡nos equivocamos! La señora en cuestión estuvo volviendo al hospital “vivita y coleando” por su propio pie, durante varios años consecutivos, para recordarnos nuestro error, del cual, por supuesto, aunque avergonzados, todos nos alegramos.
A las personas que padecen una enfermedad grave, también podemos hacer un pronóstico de vida, diciéndoles, más o menos, cuánto tiempo les queda en este mundo; aunque en estos casos los fallos son más frecuentes, pues te puedes equivocar en meses o incluso en años. Por lo que hacer pronósticos de vida es muy arriesgado.
Cuando terminé de hablar, le miré, y con una sonrisa de satisfacción se levantó y se fue caminando. Yo retomé mis escritos, Teniendo la sensación de que había estado hablando con “el principito”.
José Luis Fonseca
Grupo A
Un día cualquiera
Te diré que lo más interesante de la existencia es vivir, la vida tiene un principio, a ti te habrán dicho, que llegaste , que te quieren y desean que seas buena, generosa y feliz, irás cumpliendo tu camino, y ese camino tiene como todos los recorridos, principio y fin.
En ese andar, tendrás piedras, ríos, montes y todo habrá que sortear con ayuda de tus padres y amigos.
Un día que no sabemos nadie cuando será, el camino se acaba, entonces decimos que morimos, no nos dejan seguir, porque lo importante ya lo hemos recorrido, hemos amado, reído, llorado, disfrutado, ayudado a los que queremos en el camino ese que hemos empezado un día .
Te puedes imaginar un camino que no acaba?
Siempre queremos llegar a algún lugar, pues ese lugar es y ocurre cuando morimos,
Ocurre siempre, y siempre tenemos que pensar que llega, con alivio a veces, otras cuando no queremos pero es tan verdadero como el nacimiento.
No sé si respondo a tu pregunta, pero mi intención ha sido contestarte.
Espero haberte aclarado algo.
Carmen Lazcano
Grupo B
La muerte entra en crisis
La muerte consultó la agenda del día, comprobó que la guadaña estuviera bien afilada y preparó concienzudamente todo el material necesario para llevar a cabo el trabajo encomendado. La jornada transcurrió sin incidencias, cumpliendo puntualmente con las defunciones previstas en el lugar y hora señaladas. Era la rutina de siempre, de hacía miles de años. A punto de declinar la tarde, cuando faltaba poco para finalizar y darle paso a su compañera del turno de noche, llegó a la casa en la que debía encargarse de dieciséis personas simultáneamente. Sorprendentemente, la casa estaba vacía, no había nadie. Todos se habían ido a un concierto de Julio Iglesias. Hecha un manojo de huesos, llevó a cabo su labor: abrió todas las llaves de paso, esperó cinco minutos hasta que el ambiente se cargó de gas, encendió un infernillo eléctrico y abandonó el lugar a través de una magnífica explosión. Atrás quedaba un montón de escombros ardiendo y ningún fallecido.
Tras dos días de baja por depresión, la muerte acudió nuevamente al trabajo, comprobando que el primer encargo era visitar a dieciséis pasajeros de una barca de recreo ¡los que se habían escapado de la muerte en la casa incendiada tres días antes! Con toda meticulosidad se acercó a la barca, alteró ligeramente su rumbo y la hizo colisionar con una afilada roca a ras de agua. El hundimiento se produjo en cuestión de segundos y la barca vacía se fue al fondo. Allí solamente estaba el piloto, que se salvó gracias a su experiencia, pero no había fallecido ninguno de los pasajeros. Todos ellos habían preferido quedarse a tomar unos vermús en un chiringuito, en lugar de completar la visita turística por los bellos parajes de la costa.
Esta vez fueron cinco días de baja los que necesitó la muerte para recuperarse de su depresión. Una vez restablecida la confianza en sí misma, volvió al trabajo. La muerte abordó su jornada laboral con energías renovadas y una amplia sonrisa de las temibles mandíbulas de su calavera. Las dieciséis personas de la casa y de la barca de recreo aparecían nuevamente en la lista, para ser enviadas a su último viaje a la hora de la siesta. La muerte sonrió para sus esqueléticos adentros ¡No podían escaparse! Los dieciséis estaban en una casa inundable a las afueras de un pueblo veraniego, en una zona aislada que no representaba un peligro para otras almas. Para la muerte, preparar una gota fría en el barranco adecuado era cosa sencilla. Así lo ejecutó y las aguas inundaron las dos plantas habitables de la casa sin dejar la más mínima posibilidad de escapatoria a los ocupantes. Pero no había ocupantes. Estos habían preferido quedarse a echar unas partidas, de mus ellos y de rummy ellas, en un bar en lo alto del pueblo, donde habían dado buena cuenta de una generosa paella.
La muerte no pudo soportar tres fallos consecutivos en su meticuloso trabajo y solicitó una baja definitiva a su superiora inmediata. Esta, consciente de que perdería una trabajadora diligente, la llamó para interesarse por sus motivos e intentar convencerla para que continuara en su puesto de trabajo, ya que cada vez era más difícil encontrar personal cualificado para llevarlo a cabo.
—¡Es que no puedo soportar tres fracasos consecutivos con el mismo grupo de personas!— exclamó la muerte angustiada.
—No es lo habitual— respondió la supervisora.
—¿Quiénes son? ¿Por qué no consigo acabar con ellos?— interpeló la muerte.
—Son un grupo de jubilados españoles. Es una especie con una vitalidad a prueba de bombas.
Manuel Medarde
Grupo A
Hablar de la muerte
A mí, me gusta hablar poco de la muerte. Pero hace unos años nos ocurrió algo inesperado que nos hizo pensar, en que la muerte está presente en la vida.
Una mañana bajé a comprar el periódico, y en el kiosco estaban hablando de que había fallecido por la noche una persona del barrio, dando todas las características, lugar donde vivía, nombre, profesión, edad, etc etc. Todos los detalles me llevaron a una persona conocida, con la cual tenía cierta relación de amistad. Nos enteramos de la iglesia y la hora del entierro, y allí acudimos cuando ya había empezado la misa, pues era en otro barrio distinto, y a la otra punta de la ciudad y tardamos en localizar la iglesia.
Una vez dentro de la iglesia, ya nos extrañó no ver a nadie de nuestro barrio; esperamos a la salida del féretro, y tampoco, la viuda no era la mujer del que creíamos fallecido y los familiares, eran totalmente desconocidos.
Acto seguido, nos fuimos dando un paseo por el centro de la ciudad, comentando el error cometido. Como por casualidad, nos encontramos con la persona que habíamos dado por fallecido y su mujer, que también habían salido a dar un paseo. Nos echamos a reír nada más verlos, y les comentamos lo que nos había ocurrido. Hoy día, cuando alguna vez les veo, con una mueca y una ligera sonrisa, no puedo por menos que alegrarme.
Luis Iglesias
Grupo B
¿Dónde van los muertos?
En uno de mis viajes a la isla, me acompañaba mi nieta Alba, para pasar unos días con su prima India.
Alba, un año y medio mayor que India, diez años. Todas las mañanas después del desayuno, antes de salir de paseo al parque, escribían sobre lo que habían hecho el día anterior.
Un día me sorprendieron al preguntarme por la abuelita que ellas no tuvieron la suerte de conocer.
—!Abu!, ¿A donde fue la abuelita?
— La abuelita no se fue del todo. Físicamente no está con nosotros, pero su alma nos acompaña siempre y desde algún lugar nos ve y nos protege.
Todos, algún día tendremos que decir adiós, ya que somos como un río, que desde que nace, recorre su camino, a veces, plácido, a veces, sinuoso, hasta que sus aguas se juntan en el mar, para no morir nunca.
Cuando vayáis al mar, pensad en la abuelita. Lo más seguro es que cuando lo
hagáis ella os esté mirando.
P.G.
Grupo C
Yo no sabía
que te irías tan pronto.
Nos quedó pendiente
una conversación,
un último beso,
una noche intensa de amor,
un secreto, para vivir con él,
para vivir en él.
Soltar ese torrente de lágrimas
que me inundan por dentro,
como olas incontroladas
en la tempestad desatada
de una noche en alta mar.
Soy, desde que tú te has ido,
un barco a la deriva,
perdido entre la vida y la muerte
rodeado de algas.
Veo tu rostro iluminado,
inalcanzable, en otro puerto lejano,
a la espera de mi último viaje.
P.G.
Grupo C
Noche poblada
de luciérnagas
que alumbran los caminos
del olvido.
Voy más allá del sueño
y me pregunto
si es que existo,
o aún no he vuelto
del silencio donde vivo.
Un vivir sin encontrarme,
perdido en los espejos
de mi infancia,
en el ruido de las aguas
que no vuelven,
y cobran su existencia
en el océano.
P.G.
Grupo C
¿Dónde van los muertos?
En uno de mis viajes a la isla, me acompañaba mi nieta Alba, para pasar unos días con su prima India.
Alba, un año y medio mayor que India, diez años. Todas las mañanas después del desayuno, antes de salir de paseo al parque, escribían sobre lo que habían hecho el día anterior.
Un día me sorprendieron al preguntarme por la abuelita que ellas no tuvieron la suerte de conocer.
—!Abu!, ¿A donde fue la abuelita?
— La abuelita no se fue del todo. Físicamente no está con nosotros, pero su alma nos acompaña siempre y desde algún lugar nos ve y nos protege.
Todos, algún día tendremos que decir adiós, ya que somos como un río, que desde que nace, recorre su camino, a veces, plácido, a veces, sinuoso, hasta que sus aguas se juntan en el mar, para no morir nunca.
Cuando vayáis al mar, pensad en la abuelita. Lo más seguro es que cuando lo
hagáis ella os esté mirando.
P.G.
Grupo C
Yo no sabía
que te irías tan pronto.
Nos quedó pendiente
una conversación,
un último beso,
una noche intensa de amor,
un secreto, para vivir con él,
para vivir en él.
Soltar ese torrente de lágrimas
que me inundan por dentro,
como olas incontroladas
en la tempestad desatada
de una noche en alta mar.
Soy, desde que tú te has ido,
un barco a la deriva,
perdido entre la vida y la muerte
rodeado de algas.
Veo tu rostro iluminado,
inalcanzable, en otro puerto lejano,
a la espera de mi último viaje.
P.G.
Grupo C
Noche poblada
de luciérnagas
que alumbran los caminos
del olvido.
Voy más allá del sueño
y me pregunto
si es que existo,
o aún no he vuelto
del silencio donde vivo.
Un vivir sin encontrarme,
perdido en los espejos
de mi infancia,
en el ruido de las aguas
que no vuelven,
y cobran su existencia
en el océano.
P.G.
Grupo C