Literatura y mitología

La sesión del día 4 de marzo la dedicamos a dos autores que incorporan elementos de la mitología y todo tipo de guiños a los clásicos en sus obras: Álvaro Cunqueiro y Antoni García Llorca.
Hablamos de El salvajede Antoni García Llorca, un libro sorprendente que tiene mucho que ver con la Odisea de Homero y que recibió el Premio de Literatura Juvenil Gran Angular en 2009. El jurado de dicho premio afirmó que "la novela fue seleccionada entre las más de 200 participantes por ser un libro que sabe mostrar con gran brillantez de lenguaje imágenes crudas sin perder la ternura”.

Con relación a Cunqueiro hicimos un recorrido por su estilo y por su obra y señalamos algunas de las características de su literatura, como la extraordinaria capacidad para humanizar a los grandes héroes de la literatura clásica y de la mitología y situarlos en su Galicia querida o su capacidad para evocar escenarios que, sin conocerlos de primera mano, se asemejan a los reales (como sucede con la Bretaña que recrea en Las crónicas del Sochantre).

“En la aspereza de la vida cotidiana, soñar es necesario” decía Cunqueiro. De modo que algunos tardaron muy poco en darle forma, por escrito, a sus sueños. Estas son las tareas propuestas:

Tarea 1
Álvaro Cunqueiro se propuso escribir un libro de memorias que contase la historia de un hombre pero no tal y como la había vivido sino como la había imaginado. Nunca escribió dicho libro pero sí pensó en el título "Ceniza en la manga de un viejo".
Tomamos como referencia este título y ponemos la mirada en un hombre viejo, él será el protagonista de nuestra historia. Y mucho mejor aún si ese viejo es un personaje de la mitología traído a nuestro entorno, a nuestra ciudad, a nuestro siglo, humanizado y desprovisto de su halo mítico. Tal vez Zeus o Vulcano, por poner un ejemplo, podrían ser ese viejo del que nos proponemos hablar.


Tarea 2
Escribimos un texto libre pero que trate de uno o varios personajes mitológicos revisados y puestos al día. ¿Quién sería hoy día Caronte o Hades? ¿Podríamos encontrarnos en el supermercado a Atenea? ¿Y si el arquitecto de nuestro edificio fuera Dédalo? ¿Qué ocurriría si nos encontráramos a Polifemo en el supermercado El Árbol?

Y estos son algunos trabajos de los participantes en el taller:


Restablecimiento del orden cósmico 

Eros, fuerza del amor universal, responsable de la creación y el orden en el cosmos, ha bajado a las fiestas de Chueca con plumas y plataforma. Sonríe viendo su victoria.

Elena Vicente 


EROS (Dios del Amor)

Fuego,
en el tronco de una historia,
ramifica mi yo,
despeinado por la hierba acurrucada del paisaje.
EROS,
perdido entre mis dedos,
duerme con el viento de un viejo atardecer.
La hierba alborotada
gime en el silencio de la noche,
junto al Dios del Amor,
en mi regazo,
entre mis sombras,
con la luz de un nuevo pensamiento.

Sofía Montero García


Dentro de un laberinto

Apretaron el timbre de la sucursal y al momento la luz verde apareció reflejada en el piloto. Entraron los dos, Teseo Martín Canijo, electricista jubilado y natural de Burguillos del Cerro y su esposa, Ariadna López Barragán, modistilla y ama de casa; natural de Villafranca de los Barros. Ambos se conocieron, hace ya ni se sabe en la Feria de ganado de Zafra, cuando las familias iban a la compraventa de animales para poder vivir. Ella se enamoró de él una tarde en que le vio subirse a una morucha vieja y hacer el pino sobre las astas del animal. Después vino el protocolo correspondiente: noviazgo, boda y trabajo a destajo hasta ver la jubilación. Los hijos no vinieron al mundo porque ella padecía endometriosis uterina, por lo que se tuvieron que contentar con dispensar su amor a varios sobrinos que vinieron al mundo.

El buen humor y la galanura de Teseo para con los demás se había perdido con los años. Las vilezas le habían predispuesto a estar siempre en alerta. Esta vez, no iba a permitir la mala jugada que le habían hecho los de la Sucursal. Ariadna, jugando con un hilo sobre su dedo, intentaba calmar a su marido acariciándole la palma de las manos. El asentía con la cabeza como cuando los caballos de carreras están detrás de las puertas, nerviosos, dispuestos a salir a galopar sobre la hierba.

Preguntó a Socorro, la que siempre ponía al día su cartilla cuando acudía a la sucursal, indicándola la intención de rescatar el depósito de las participaciones preferentes que les había confiado. Había escuchado en televisión que podría tratarse de una estafa, puesto que no estaba cubierto por el Fondo de Garantía y ahora con la crisis, la rentabilidad que le ofrecían se esfumaba de un plumazo. El sistema financiero estaba bloqueado y las soluciones a los afectados podrían no verse ni a largo plazo. Señaló con su índice la mesa de su compañero Alberto; el responsable comercial de productos financieros. Teseo le espero, mientras recordaba las palmadas en la espalda y la vajilla que les regalaron aquella Navidad. Mientras se acercaba a la mesa le reconoció de inmediato. Aquel hombre dejó parte de sus ahorros de toda la vida por un producto que ni ellos sabían cómo venderlo, pero la codicia exacerbada de algunos poderes es implacable. Al fin y al cabo él era un simple eslabón más de una cadena infinita, donde su voz no tendría eco alguno. Pensó en darle varias opciones posibles, una de ellas, esperar a ver como procedían otras entidades ante el problema o vislumbrar una hipotética disposición extraordinaria por parte del Gobierno. Teseo escucho con atención los argumentos expuestos y al final un resuello desesperado vino a poner punto y final a la conversación. Sabía que su patrimonio y por consiguiente parte del trabajo de la familia estaba en manos de una empresa en la cual había confiado demasiado.

Mientras Ariadna le recuperaba con palabras y le devolvía a la vida, una masa corpulenta y con olor paso a su lado y le palmoteo la espalda. Cabizbajo aún de lo acontecido, subió la mirada y se encontró con el director de la sucursal que le recordó en voz alta que tenía al descubierto unos cuarenta euros de la cuenta de la Asociación y que debía de regularizarla. De inmediato, apartó enérgicamente la mano de su mujer y se fue hacía el director, que ya presentía sobre su cogote el hálito venenoso de Teseo. A continuación, el orden y el silencio de la sucursal se transformaron en una pista donde hombres y mujeres intentaban aplacar al hombre que sin vacilar saltaba y descendía de las mesas como un mozalbete. La corpulencia tiene también sus miserias y en uno de los virajes del Director en busca de la salida, el bolsillo se encariño con el cajón del archivo que dejo al descubierto unos paños menores repletos de caras de Bob Esponja, que Teseo inmediatamente asocio a los dulces del expositor de la panadería. En el suelo y vencido, mientras en derredor la gente trataba de mantener el orden, Teseo se arrodillo y cogiéndole por las solapas le espetó:

- ¡Ya estamos los dos al descubierto!, mañana prepárame lo poco que me queda para llevármelo a otro sito…

Mientras la policía entraba en la sucursal y se lo llevaban del brazo, algunas personas que esperaban la cola, dieron media vuelta y abrazaron a Ariadna, que desconsolada jugueteaba nerviosa con el hilo sobre su dedo.

José Luis Moreno Gutiérrez


Siempre hay ceniza en la manga de un viejo

Siempre hay ceniza en la manga de un viejo que fuma y que siempre ha fumado.
Siempre hay vida en los ojos de un viejo que vive y que siempre ha vivido.

Así era Zeus, el panadero del pueblo que siempre hizo pan, siempre fumó y siempre vivió.

De sus infinitos amores, le quedaron al menos siete hijos. Todos bastardos. Todos curiosamente criados al abrigo del horno donde trabajaba.
Consideraba Zeus que la culpa de cuanto le había sucedido en la vida, se escondía en el nombre; en su nombre, en el nombre que sus pomposos progenitores le regalaron: Zeus….
Si se hubiese llamado Tomás –como el cura-, a lo sumo, hubiera sido incrédulo; pero así…. ¡qué podía hacer!...
“Es por el nombre” –repetía- cuando algún paisano le recriminaba su proceder.
“Ha sido el nombre” –insistía- cuando alguna de las mozas, amadas por él, depositaba a la puerta de su tahona, una canastilla; donde envuelto en mantillas de lana, dormía el fruto de su ardor sin freno.
Hasta el día de su muerte, estuvo convencido de un hecho. Las palabras son las responsables de todo. Ellas hacen a las personas y a las cosas lo que son.
Por eso; a sus hijos, procuró darles nombres sin evocación trascendente. Era lo mínimo que podía hacer por ellos.
A la primera la llamó Margarita, al segundo Segundo; a los gemelos Frutos y Frondoso; a la quinta Rosa, a la sexta Rocío y al pequeño, que llegó en la edad tardía, Silvestre Benjamín.
¡Querido Zeus!
Personalmente, jamás se planteó si el cachorro que berreaba en el umbral de su casa era o no era suyo. Fueron siete como podrían haber sido mil siete. Las razones de su ciega aceptación eran dos, las dos tan inocentes como todo lo que hacía; y se las exponía con franqueza a cualquiera que le preguntara:
- Una: Los indicios. Existían indicios más que razonables de que realmente lo fuera.
- Dos: Las probabilidades. Si no lo era, lo podría haber sido. De hecho, cualquier retoño –afirmaba con aplomo y sin pretensión alguna-, cualquier retoño podría haber sido suyo, dado que cualquier manceba podría haber sido su amada. Eran todas, tan exquisitamente bellas, que yacer con una u otra, resultaba –en su caso- una cuestión más azarosa que volitiva. Él, las hubiera cortejado a todas. Él, las hubiera vestido a todas de harina y besos. ¡Maldito Nombre!
Verle pasear por el pueblo con su prole fue durante años cosa de no perderse.
Verles juntos repartiendo el pan, fue durante años, cosa de buscar, no sólo por conformar entre todos una estampa pintoresca, sino también, y sobre todo, por el pan.
El pan de Zeus era el mejor pan del mundo.
Cuando se le preguntaba cuál era el secreto de su aroma, de su sabor, de su textura; Zeus siempre contestaba: “Amor. Solo Amor. Mucho Amor”
A día de hoy, por extraño que parezca, estoy convencida de que decía la verdad.
Zeus amaba lo que hacía.

Amasaba la harina con el mismo mimo con el que se acaricia al ser que se idolatra. Media el agua necesaria con idéntico esmero. No había en su hacer ni más ni menos levadura; ni más ni menos sal, que la que demandaba cada hogaza. Hogaza que siempre crecía única en su horno de leña, adquiriendo tamaños y formas tan caprichosas, tan exquisitas, tan variadas; que resultaba imposible resistir la tentación de querer no una; ¡todas!

¡Querido Zeus!

En los muchos años que le regaló la vida, nunca permitió que alguna se quemara; jamás dejó una a medio hacer y en ningún momento las preparó con la desgana propia del hacer por obligación o de la rutina vacua.
El día que se supo su muerte; todo el pueblo lloró.
“Amar es un arma que desarma” afirmó mi tio Tomás en la homilia de despedida.
Cuando el cortejo le acompañó al camposanto, toda su familia le arropaba.
Cuando el cortejo regresó del camposanto, todo el pueblo arropaba a la familia.
Como no podía ser de otra forma, cortejo y familia nos reunimos tras el sepelio alrededor de la cocina de Zeus. Allí, compartimos durante horas, durante muchas horas, dolor y recuerdos; mucho dolor y muchos recuerdos; vino y pastas, mucho vino y muchas pastas.

Yo, que no tuve más remedio que ir con mi tío Tomás, pude comprobar en ese largo rato de comunión, que la locura que todos habíamos achacado a Zeus durante su exuberante vida; no era tal. Las palabras hacían a las personas y a las cosas lo que eran.
Las pruebas estaban bien a la vista.
Ante la multitud que no cesaba de acudir, Margarita, su hija mayor, indecisa, no sabía si llorar a placer su pena –que era muy grande-; o contenerse, y sonreír, y animar a la gente que se acercaba triste, muy triste, a mostrarle sus sentidas condolencias.
Segundo, desde la sombra, la auxiliaba; y de vez en cuando la decía “sonríe” y de vez en cuando la decía “llora”. Y si Margarita, aturdida, se liaba en los decires, o tardaba en los callares; tomaba su puesto y conversaba generoso con el lugareño que había acudido a consolarles.
En medio; los gemelos, Frutos y Frondoso; sobreponiéndose al infinito pesar que les embargaba, cosechaban las loas de sus paisanos. Célebres por el éxito de su cadena de restaurantes en varias capitales y el estreno de su último programa de cocina en la tele, su presencia, su presencia de famosos; hacía olvidar a muchos,-momentáneamente al menos-, el aciago por qué del encuentro.
Por su parte, Rosa; su bella Rosa, la intocable Rosa; con su bonito vestido asalmonado, su romántico aroma femenino, y sus afilados aguijones afilados; en su máximo esplendor; sin darse cuenta, destrozada; destrozaba a cuantos tenían el atrevimiento de acercarse y acompañarla en el sentimiento.
Menos mal que pegadita a ella, estaba Rocío. En ella recalaban todos los quebrados por punción, y ésta, con sus preciosos ojos -siempre húmedos-, y su maravillosa voz de membrillo -siempre fresca-, en un suspiro, con un suspiro, les recomponía, y conseguía, sin esfuerzo alguno, que olvidaran la reciente noche que una espina, o un millón, les habían provocado .
Del Benjamín, mi esposo, poco puedo contarte. No estuvo.
Apareció una mes después de conocer la noticia, más asilvestrado que nunca, repitiendo a diestro y siniestro que quería cambiar, que quería ser panadero. Que le llamáramos Honorato. Ya se le pasó.
Te cuento todo esto, porque estoy muerta de miedo. Mañana me ingresan en el hospital para parir a mis dos hijuelos. Por lo visto, no quieren salir.
Sé que son dos niñas.
Me repito que todo irá bien. Sé que todo irá bien
Pero, necesito un nombre. Dos nombres. Y tienen que ser….

¡Querido Zeus! No hay nombres intrascendentes. Todas las palabras cumplen siempre su destino.
El día de mi boda, mientras todos bailaban; Zeus, el mismo del que te hablo, me dijo “Miranda, soy viejo; siempre hay cenizas en la manga de un viejo. Las mías, las acumuló mi nombre. Me hubiera gustado llamarme Andrés y ser simplemente un hombre. Un hombre sin cenizas”.
Cuanto más se acerca el momento del parto, más recuerdo ese momento, esas palabras. Yo también quiero que mis pequeñas vivan y mueran ajenas al sabor de la ceniza en sus prendas. Por eso, busco un nombre; dos nombres. Y los tengo que encontrar antes de mañana.
En ese momento rompió aguas.

Horas después berreaban Venus y Minerva. Dos nombres que su madre consideraba el mismo nombre; al haber observado ella en repetidas ocasiones, que Amor y Sabiduría eran dos palabras que cuando se escribían bien tenían las mismas letras y cuando se pronunciaban adecuadamente, idéntico sonido. Todo el pueblo porfió que tenían los ojos de su abuelo Zeus y mientras lo hacían, Miranda sonreía satisfecha. Ya no tenía miedo. Sabía que si tenían sus ojos –por mucho que el viejo panadero le hubiera dicho un día, en una fiesta- sus mangas serían viejas, estarían ajadas, serían muy viejas y estarían muy ajadas; pero jamás habría ceniza en ellas (a lo sumo la del tabaco).

El panadero
Ana Isabel Fariña


El viejo Poseidon-is

Amanecía en Itaca-i, población de 682 habitantes, a 320 kilómetros al oeste de Atenas-u, (importante ciudad a orillas del mar Abierto, de 1,5 millones de habitantes). Itaca-i está rodeada de frondosos bosques de pinos, robles y castaños centenarios. El lugar ideal para encontrar paz y disfrutar de la naturaleza.
El viejo Poseidon-is despertaba.
-¡Qué extraño…, he dormido de un tirón, no me duele nada, me encuentro bien! ¡Vaya día precioso para un paseo por el bosque!
Poseidon-is, de 70 años, llevaba 10 años sin trabajar; durante 35 años fue jefe adjunto de control presupuestario para una multinacional de seguros y reaseguros (nunca le gustó su trabajo). Al jubilarse había vendido el piso de la ciudad y junto con unos ahorros de Vulcani-a (su esposa desde hacía 42 años) y suyos, habían adquirido una casa con un jardín en Itaca-i. En el jardín se había preparado un cobertizo que poco a poco iba mejorando y en el que guardaba todas sus cosas. Porque a Poseidon-is le gustaba la química y era un verdadero apasionado de la alquimia; en su pequeño ordenador guardaba toda la información que había conseguido encontrar, lo que le hacía un verdadero experto. El jardín estaba completamente repleto de plantas aromáticas y medicinales: romero, lavanda, tomillo, mejorana, albahaca…
Tenían una hija, Venusi-a, estaba soltera, trabajaba de encargada en un centro comercial de Atenas-u. Poseidon-is y Vulcani-a iban de vez en cuando a visitarla y pasaban algunas temporadas con ella. Entonces Poseidon-is disfrutaba con sus largos paseos a orillas del mar Abierto. No sabía por qué… pero el mar ejercía sobre él una atracción inexplicable. En uno de aquellos interminables paseos, en los que se adentraba por los acantilados más recónditos, había encontrado una extraña alga de color morado… enseguida le había llamado la atención, con mucho cuidado la recogió y guardó en una bolsa de plástico que solía llevar en su mochila.
Cuando llegó a Itaca-i, preparó un recipiente para secarla. Antes había sacado unas fotos para ver si podía identificarla por internet. Hasta el momento no tenía noticias ni de la clase ni de la especie… La dejó que secara. En una de las cocciones que solía realizar de vez en cuando, para experimentar, le echó un poco del alga seca; aquello se puso de todos los colores… para terminar en un dorado brillante… Poseidon-is quedó maravillado.
-¡Guau... esto sí que es una pócima mágica!... Lorio, ahora te toca a ti.
Lorio era el conejo de indias que siempre probaba todas las experimentaciones, el pobre ya estaba para pocas. Transcurridos unos días pudo comprobar que Lorio había cambiado, saltaba y corría por toda la jaula… en su mirada se le notaba vida.
-¡Es increíble, no puede ser! -No se resistió… Tomó un pequeño trago -¡Qué rico está, sabe a chocolate con caramelo! Esto lo tiene que probar Aquiles-is…
Aquiles-is era el compañero inseparable de Poseidon-is desde que llegó a Itaca-i, pero llevaba seis meses que ya no salía de casa, afectado por un mal en los pulmones que no le permitía dar ni un paso. Poseidon-is le iba a ver 3 días a la semana.
-Eso te pasa por haber fumado -le decía.
Ayer le había llevado en un frasco muy pequeño su poción de alga morada.
-¿Qué es esto, parece oro líquido?- le había dicho.
-Es mi último experimento… y a Lorio le ha sentado de maravilla.
-Bueno, total para lo que me queda.
-Ya estamos lloriqueando… te queda lo que tú quieras que te quede…
Hoy Poseidon-is se encontraba de maravilla, había dormido de un tirón y se estaba preparando el desayuno. Había sonado el timbre, Vulcani-a había abierto. Aquiles-i apareció en la puerta de la cocina.
-¡Aquiles-i!, tú por aquí… -Poseidon-is no salía de su asombro.
-¡Vamos… vamos! que hace un día maravilloso y tenemos que aprovecharlo.
-¿Cómo estás?...
-No me ves… ¡de maravilla!... esa alga tuya es milagrosa.
-Ya veo…
Aquiles-is y Poseidon-is se adentraron en el bosque centenario de castaños correteando y bromeando como dos niños.

Vicente M. Martín


The Ares Job

Escupí la sangre que me llenaba la boca para poder hablar.
- Dime al menos como te llamas. Un hombre merece saber quién acaba con su vida.
- Rodolfo Ares Santos Mendoza. ¿Contento?
- ¿Quién te manda? ¿Escobar?
- No hermano, no me manda nadie, voy por mi cuenta.
- ¿Eres consciente que esto desencadenará una guerra?
- ¡Claro pendejo!. Por eso lo hago, yo vivo de esto.
Una detonación fue lo último que oí en mi vida.

Miguel Ángel Pérez


Carlitos = Polifemo

Tanto en la mitología griega como en la vida diaria, a veces se encuentran algunas similitudes. Cuentan que Polifemo, un ciclope de gran tamaño y dotado de un solo ojo, se enamoró de Galatea, la cual “bebía los vientos” por Aci, hjo del Dios del Pan. Poseidón, padre de Polifemo, al darse cuenta de la desgracia de su hijo y dado que tenía poderes ilimitados, decidió cambiar a su hijo de pais, de siglo, de nombre y de imagen, apareciendo como por arte de magía en el siglo XXI, en Madrid, con el nombre de Carlitos: 20 años de edad, una estatura de 1,80 m y ojos azules, tercer hijo de un matrimonio de la capital.

El secreto era que solo el sabía que, de los dos ojos que tenía colocados en la cara, solo veía con uno, como un buen ciclope.

El carácter de Carlitos, un poco introvertido, le hizo ser un gran aficionado al cine, donde se sentía más realizado. De hecho, tenía por norma ser el primero en acudir todos los martes, día del espectador, al Cine Rex. Esta semana, la película era "Espartaco”.

Ya tenía comprobado que el mejor sitio era en mitad del anfiteatro, donde percibía el sonido envolvente de todos los altavoces. Una vez sentado, siempre en la misma butaca, comenzó a llegar gente, ocupando todos los asientos del cine menos la butaca situada a su derecha.

Se apagaron las luces y, cuando ya estaba empezando el NODO, vió como se iban levantando los espectadores de su fila, abriendo paso a una señorita alta, rubia y con una abrigo de pieles en las manos, la cual se sentó en la única butaca libre que estaba a su lado.

Al poco de estar sentada, dicha señorita se levanta y, acercándose a Carlitos, le susurra unas palabras que no olvidará en su vida:"Perdone, ¿me puede echar un ojo al abrigo? ¡tengo necesidad de ir al lavabo!". A lo que Carlitos responde todo apenado: "Señorita, lo siento, pero si hago lo que usted me dice y le echo un ojo al abrigo ¡no podré ver la película!. El final de lo que ocurrió lo contaré otro día.


Vulcano= Paco el Herrero

El nombre de Vulcano me ha hecho recordar con nostalgia a mi abuelo Paco. Paco “el herrero”, como lo llamaban en el pueblo. Tenía una fragua cerca de la casa donde vivía con su familia. Su vida según pude ir oyendo y viendo, no fue fácil. Pronto se quedó sin padres y siendo el mayor de los cuatro hermanos, dos hombres y dos mujeres, los sacó adelante con mucho trabajo y sacrificio.

En el pueblo era muy apreciado, hablaba poco, trabajaba mucho y hacía todos los favores que le solicitaban. De los cinco hijos que tuvo, solo dos mujeres lograron sobrevivir, el resto por enfermedades que hoy se curan sin problemas, falleció.

En la fragua hacía todo lo relacionado con el hierro: rejas, ventanas, carretillos, cerraduras con llave, etc, Siendo ya mayor ideó una máquina limpiadora de trigo y cebada, usando un juego de poleas y una manivela, por lo que le consideraban un artista en todos los pueblos de los alrededores.

"¡Tu abuelo es demasiado!", esta frase la oía decir a mucha gente.

Me acuerdo de verle vestido con una capa típica salmantina y un bastón hecho por él mismo que, en realidad, al abrirlo era una espada. Era muy cariñoso con sus nietos.

Cuando por la edad tuvo que dejar de trabajar, y con ayuda de unos ahorrillos que había conseguido, se unió a mi otro abuelo, pues eran de la misma edad, este de profesión agricultor, y montaron un negocio de gallinas ponedoras. El negocio montado con toda ilusión fracasó, pues las gallinas se empezaron a morir y tuvieron que dejarlo.

Volvieron a coincidir los dos abuelos en varias ocasiones en casa de mis padres, pues es sabido que, entonces, no tenían pensión alguna y una vez que daban todo lo poco que tenían a los hijos, estos les atendían hasta que Dios se los quería llevar.

Podría contar mil anécdotas, pero esto para otro día.

Luis Iglesias


Neptuno en la pescadería

Son las cuatro de la tarde y el joven Neptuno no ha podido pegar ojo durante la hora de la siesta. ¿El motivo? Han abierto una nueva pescadería en el barrio.
Neptuno siempre amó el mar y a todas sus criaturas. De niño vivía en un pueblecito de la costa de Valencia, y todas las tardes salía a pescar con su padre Saturnino. Él fue quien le enseñó a amar y respetar el océano, y a tomar de él sólo lo necesario para alimentarse, sin dañarlo.
Lamentablemente, por motivos de trabajo, se tuvieron que trasladar a Salamanca, donde rehicieron su vida en torno a la agricultura y la ganadería.
Pero Neptuno nunca dejó de interesarse por el mar y la pesca, y siempre que tenía la oportunidad se pasaba por las pescaderías del mercado central. Sus conocimientos eran extraordinarios e inagotables. Podía reconocer cualquier pescado de sólo un vistazo, identificando su clase, especie y procedencia. No sólo diferenciaba el fresco del congelado, sino que sabía el número exacto de horas que llevaba fuera del agua con solo olerlo. Y en sus ojos era capaz de ver si el animal venía del mar o de una piscifactoría.
Es por ello que la noticia de tener una pescadería nueva al lado de casa le mantenía tan excitado.
En cuanto dieron las cinco, Neptuno partió raudo y veloz hasta encontrarse frente al impecable escaparate del nuevo establecimiento. Un letrero brillante anunciaba “Pescadería El Javi”.
Toda la ilusión con que Neptuno había entrado en el lugar, se fue poco a poco esfumando, según observaba el género… casi todos los productos eran congelados, y muchos de los rótulos inducían a engaño. Pronto vio como el pescadero intentaba estafar a una ingenua clienta, vendiéndole pescado congelado como si fuera fresco.
Esto provocó que una chispa de ira saltase dentro de Neptuno. Y es que éste era bien conocido entre su familia y amigos por su mal temperamento… Incluso sus hermanos Plutón y Júpiter, a pesar de su fuerte carácter, le temían. Solían llamarle “Poseidón”, aludiendo a que parecía poseído durante sus ataques de furia.
Neptuno observó la escena con los músculos en tensión pero sin decir nada. Cuando la ilusa clienta abandonó el local y el tendero se dirigió hacia él, no pudo más que dirigirle una desafiante mirada.
-¿Puedo ayudarle en algo?- dijo el pescadero.
-Sin duda. Me gustaría saber por qué este letrero dice “Emperador”, cuando se trata de Pez Espada.
El tendero desplegó la más amplia de sus sonrisas mientras contestaba:
-Pero señor, ¿no sabe que se trata de dos nombres distintos para el mismo animal?
La llama de la cólera prendió una mecha dentro de Neptuno, augurando una ineludible explosión. Si el pescadero hubiera conocido a su vecino, sin duda habría sabido identificar el temblor premonitorio de su párpado derecho y habría rectificado hasta el confín de su pensamiento para evitar la hecatombe que se iba a producir. Pero no, no le conocía.
Neptuno rompió en un súbito y colérico grito, agitando sus brazos amenazantes.
-¿A mí me va a decir un simple pescadero inútil que el Emperador y el Pez Espada son los mismo?
Su voz, profunda y atronadora resonó en todo el local, haciendo vibrar los cristales y los frascos de las estanterías.
-¿A mí, que he surcado los mares, que sé dónde desova el salmón y dónde se esconde el Akame?
Los gritos continuaron durante treinta interminables minutos, haciendo correr el pánico en la calle y provocando una inaudita sacudida de atunes, bacalaos, lubinas y langostas, que se agitaban entre el hielo como si estuvieran vivos. Al fin llegó la policía para llevarse a Neptuno. Éste les miró con incredulidad. ¿Por qué no se preocuparían de condenar a estafadores como ese pescadero, el lugar de perseguirle siempre a él? Ya sabía lo que iba a suceder ahora. Una nueva sarta de sesiones con el psiquiatra. Estupendo.

Alicia Alonso


El Tuno Caronte

Caronte estudia Traducción e Interpretación en Salamanca y procede de Galicia. Tiene 30 años, de estatura más bien corta pero con unos ojos tan vivos que hablan y absorben todo lo que ven y lo que no ven lo intuyen, como nieto de Meiga que es. Hubiera sido un buen estudiante si no le hubiera ido tanto la farra.
Superadas las duras pruebas de ingreso, físicas, hepáticas, noctámbulas y de afinamiento entró en la Tuna Universitaria cuyo espíritu absorbía y devolvía aumentado pero, ocurrió un hecho que hizo alterar su viveza.
Había conocido a Tormes, el Barquero del Río, de numerosas juergas que allí se celebraron y llegaron a trabar una gran amistad. Un día de tormenta, misteriosamente, un rayo destrozó el barco y Tormes falleció abrasado. Los Tunos acudieron a tocar al funeral del Río y Caronte infundió a sus canciones un tono siniestro que quedaría adherido a él para siempre.
Dieron en considerarlo el Tuno de los funerales y dicen que las tétricas melodías que araña a su laúd ayudan a descansar a los muertos.

Antonia Oliva


Los viajes de Ulises

Penélope nunca había perdido la esperanza de acabar un día el libro que escribía y reescribía sentada contra el cerezo de flores blancas, en lo alto de la colina.
Cada primavera volvía con la convicción íntima de que un día las flores volverían a recobrar el color rosa de hacía unos años.
De muy pequeños Ulises y Penélope se habían dado al pie de ese mismo árbol su primer beso, fresco y suave como la piel de las ranas que se deslizaban entre sus manos a orillas del río que murmuraba secretos, y desde ese instante los pétalos blancos se habían vuelto rosas.
En las ramas quedaron suspendidas las promesas que se hicieron entonces.
El viento, lancinante, amenazante, se había llevado a Ulises y su familia, por una noche fría, y sólo quedó de él la estampa de la estrella amarilla cubierta de polvo y arena delante del portal de su casa.
Fue aquel día que Penélope empezó a escribir. Y desde entonces no dejó de hacerlo. Pero no podía resignarse a poner un capítulo final, no le convencía ninguno, cada día hacía y deshacía el hilo de la trama.
Fueron días de silencio, de miedo, de tristeza sin fondo.
«Hay guerras que a veces no se ganan», pensaba los días en que el sol se ponía su traje gris.
Los besos de Ulises debajo del árbol los había cambiado por los brazos de Vicente, más tarde había intentado olvidarlos con los labios de Cirilio en los pasillos descoloridos de la universidad, pero le habían dejado un sabor agrio y sin futuro.
Un día la luz de las estrellas blancas de la bandera azul, blanca y roja, bailando en el cielo sin manchas le habían devuelto la esperanza.
Era el mes de mayo, vestida de sus vaqueros oscuros y su camisa de florecitas rojas, se acomodó contra el árbol con su pluma y su libreta azul. Al llegar le había llamado la atención el tamaño de las cerezas aún verdes claras, « este año tienen un aspecto de frambuesas », pensó.
El día era claro y dulce. Mientras dejaba mariposear sus pensamientos le llegó a la boca el sabor de una cereza que acababa de liberar su jugo. Levantó la cabeza y presenció maravillada como se coloreaban las cerezas antes de color verde.
Fue tan repentina la sensación de placidez que sin proponérselo empezó a andar en dirección del pueblo. El instante se hizo eterno y bello. Sólo se oían sus pasos en el pavimento Se quedó parada. Ulises estaba sentado en el patio, bajo la bóveda florecida, delante de su casa.
Se le veía cambiado, sus ojos verdes claros habían perdido la inocencia. A través de ellos lo podía leer todo.
Le habían pervertido el alma, maltratado los ideales, quebrantado a veces el ánimo.
Pero seguían firmes el recuerdo y los sueños de antaño.
Penélope se acercó, le sonrió, y sin decir nada le cogió de la mano.
Empezaron a andar lentamente por el camino, bajo el sol de la mañana.
Era por fin la hora de cerrar el capítulo.

Sara Pérez

1 comentario:

  1. Destacar (es mucho para comentarlo todo)el final de Carlitos = Polifemo, un giro espectacular y un final abierto.

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