Historias para reír. El humor en la escritura

La sesión del lunes, 23 de junio, la dedicamos a la risa. Y vaya que nos reímos. Dice David Safier que "El humor desconecta la razón y te permite ir directo, sin filtros, a la emoción". Así que reímos pero también nos emocionamos.
Tomamos como punto de partida el texto "Historias para reír" de Gianni Rodari (Gramática de la fantasía) que reproducimos aquí:

El niño que ve a la madre llevarse la cuchara a la oreja en lugar de a la boca, se ríe porque “la madre comete un error”: tan grande y no sabe siquiera usar la cuchara de la manera correcta, según las reglas. Esta “risa de superioridad” (vésase Il senso del comico nel fanciullo de Raffaele La Porta) se encuentra entre las primeras formas de risa de que el niño es capaz. Que la madre se haya equivocado adrede, no cambia las cosas: su gesto será siempre un gesto errado. Si la madre, después de hacer repetido dos o tres veces ese gesto, lao variase llevándose la cuchara al ojo, la “risa de superioridad” se reforzaría a través de una “risa de sorpresa”.

Estos mecanismo sencillísimos son muy conocidos por los inventores de “gags” cinematográficos. El psicólogo señalará más bien que incluso la “risa de superioridad” es un instrumento de conocimiento, basado como está en la oposición entre uso correcto y uso errado de la cuchara.

La posibilidad más sencilla es inventar historias cómicas nace del aprovechamiento del error. Las primeras historias será más gestuales que verbales. Papá se pone los zapatos en las manos. Se pone los zapatos en la cabeza. Quiere comer la sopa con el martillo… Ah, si el señor Monaldo Leoparti hubiese hecho un poco el payaso para uso y consumo de su pequeño hijo Giacomo, allá en su nativo pueblo de montaña: tal vez, de mayor, el poeta lo habría recompensado escribiendo una poesía sobre él. Y en cambio hay que llegar a Camilo Sbarbaro para ver en poesía a un padre en carne y hueso…

El pequeño Giacomo, en su silla, está dispuesto a comer su papilla. Se abre la puerta: entra su padre el conde, disfrazado de labrador, tocando el pífano y… bailando al saltarelo… Vaya, vaya, señor conde, no has aprendido nada…

De los gestos errados nacen las historias propiamente dichas, a las cuales proporcionan ejércitos enteros de personajes igualmente errados.

Un tío va al zapatero para que le haga un par de zapatos de manos. Es un hombre que camina con las manos. Con los pies come y toca el armonio. Es un hombre al revés. Habla al revés. Llama “pan” al agua y “caramelos de limón” a los supositorios de glicerina…

Un perro no sabe ladrar. Cree que le puede enseñar un gato, que, naturalmente le enseña a maullar. Va a ver a una vaca y aprende a mugir: ¡muuuuu!...

Un caballo quiere aprender a escribirá máquina. A golpes de cascos destroza varias docenas de máquinas de escribir. Deben hacerle una grande con una casa: escribe galopando sobre las teclas…

Hay que estar atentos a un aspecto particular de la “risa de superioridad”. S i no se la toma con pinzas, puede adoptar una función conservadora, aliarte al conformismo más chato y siniestro. Ahí está el origen de cierta “comicidad” reaccionaria que se ríe de lo nuevo, de lo insólito, del hombre que quiere volar como los pájaros, de las mujeres que quieren hacer política, de quien no piensa como los demás, no habla como los demás, como quieren las tradiciones y los reglamentos… Para que esa risa tenga una función positiva, es necesario que su dardos alcancen más bien a las ideas viejas, al temor de cambiar, a las mojigatería de la norma. En nuestras historias, los “personajes errados” del tipo anticonformista han de salir victoriosos. Su “desobediencia” a la naturaleza o a la norma debe premiarse. ¡Son los desobedientes los que llevan el mundo adelante!

Una variedad de “personajes errados” está representada por los nombres graciosos. “El señor Portapucheros vivía en un país llamado Cazuela”: en este caso, es el nombre mismo el que suscita la historia, en el momento en que el significado trivial del nombre común se amplifica o proyecta en el plano más noble de nombre propio, donde se instala como una jirafa en un coro de monjes cistercienses. Un personaje que se llame “Paripé”, por no ir más lejos, es seguramente más gracioso que otro que se llame Carlos. Al meno de entrada. Después se verá.

Efectos cómicos, por medio de la sorpresa, se pueden extraer de la animación de las metáforas del lenguaje. Ya Víctor Skolovski señalaba que algunos relatos eróticos del Decamerón no son más que desarrollos de metáforas populares para definir hechos sexuales (“el diablo al infierno”, “el ruiseñor” y otros). En el lenguaje corriente, usamos muchas metáforas gastadas como viejos zapatos. Decimos que alguien cumple con lo que promete “a raja tabla”, y no nos produce ninguna sorpresa porque ya hemos usado u oído usar esa imagen miles de veces.

Para el niño puede ser nueva en una situación en que “rajar tablas” tenga su sentido literal de “cortar o partir leña”, por ejemplo:

Había una vez un individuo que hacía todo a raja tabla. Se sentaba a comer y partía la mesa en dos. Iba a buscar un diccionario a su librería y el estante, rajado, producía desmoronamientos de libros, libracos y enciclopedias…

(Y fijaos, que, por pura combinación, en “nonsense” adquiere el significado de una parábola sobre la guerra, que destruye a “raja tabla, sin hablar del dolor del corazón, que “se parte” en pedazos…)

Si por azar damos un puntapié a una piedra, decimos que “vemos las estrellas”: si no como astrónomos, sí al menos como hablantes. También esta expresión se presta a interesantes desarrollos.

Había una vez un rey al que le gustaba ver las estrellas. Le gustaba tanto que habría querido verlas también de día, pero ¿cómo hacer? El médico de la corte le aconseja un martillo. El rey hace la prueba de darse un martillazo en los pies y efectivamente “ve las estrellas” a pleno sol, pero el sistema no le gusta. Prefiera que sea el astrónomo de la corte el que se pegue el martillazo en el pie y describa las estrellas mientras las está viendo: -¡Ay!... Veo un cometa verde con una cola violeta… ¡Ay! Veo nuevas estrellas, van de tres en tres como los tres Reyes Magos… El astrónomo huye a un país lejano. El rey, tal vez inspirado por Massimo Bontempelli, decide seguir el curso de las estrellas: dará cada día la vuelta al mundo para vivir siempre de noche, con cielo estrellado. Su corte se establece en un jet…

El habla de todos los días y el vocabulario están llenos de metáforas que sólo esperan ser tomadas al pie de la letra y desarrolladas en una historia. Con más razón porque, al oído de los niños, incluso muchas palabras revelan aún intacta la metáfora originaria.

Un mecanismo muy productivo de historias cómicas es el de la inserción violenta de un personaje trivial en un contexto extraordinario para él (o, a la inversa, de un personaje extraordinario en un contexto trivial). Esto está presente en casi todos los procedimientos inventivos: del lado cómico se aprovecha la capacidad de “sorpresa”, el elemento de “desviación de la norma”.

La introducción de un cocodrilo parlante en un concurso televisivo es un ejemplo. Otro, muy conocido, es el chiste del caballo que entra en un bar y pide cerveza. (A continuación, el chiste se complica con efectos de otro calibre: el camarero que se asombra porque el caballo bebe la cerveza, se come la jarra pero tira el asa, “que es lo mejor•”, realiza una reducción al absurdo bastante más sutil. Pero eso no nos interesa en este momento.) Para ejercitarnos, pongamos en lugar del caballo una gallina y, en lugar del bar, una carnicería…

Una mañana, una gallina joven entra en la carnicería y pide un cochinillo de Segovia sin esperar que le toque la vez. Escándalo de la clientela: que maleducada, ya no hay respeto, a dónde iremos a parar, etc… Pero el dependiente de la carnicería atiende en seguida a la gallinita. En pocos segundos, el tiempo de pesar la compra, se enamora de ella. Le pide su mano a la clueca: se casa. Describid la fiesta de la boda, durante la cual la gallina se aparta un momento para ponerle un huevo fresco al marido…

(No es una historia antifeminista: es justamente lo contario, si sabéis inventarla).

Los niños son muy rápidos en aprovechar este mecanismo. Suelen utilizarlo para “desacralizar” los distintos tipos de autoridad que están obligados a obedecer: hacen que el maestro vaya parar a una tribu de caníbales, a una jaula del zoológico, a un gallinero. Si el maestro es inteligente se divierte; si no lo es, pobrecito, se enfada mucho. Peor para él.

También es un mecanismo fácil de buscar y grato a los niños el del trastorno total y violento de la norma. Tenemos a un tal Pedrito (pero ya he hablado de él, desdoblándolo en Marco y en Mirco, en otro contexto) que, en lugar de tener miedo a los fantasmas y a los vampiros, los persigue, los maltrata, los tira al cubo de la basura.

En este caso, se exorciza el miedo a través de una “risa de agresividad” –bastante afín a las tartas de nata en plena cara, tan frecuentes en el cine mudo– y una “risa de crueldad”, para la que los niños están siempre dispuestos, pero que también presenta sus peligros (como cuando los niños se ríen de las deformidades físicas, atormentan a los gatos, les arrancan la cabeza a las moscas).

Nos han explicado los expertos que se ríe del hombre que cae porque no se comporta según la norma humana, sino según la de los bolos. De esta observación, tomándola al pie de la letra, extraemos el mecanismo de “cosificación”.

a) El tío de Roberto trabaja de perchero. Se coloca en el vestíbulo de un restaurante de lujo, con los brazos levantados: en los brazos los clientes cuelgan abrigos y sobreros; en los bolsillos ponen paraguas y bastones…

b) El señor Dagoberto desempeña el oficio de pupitre. Cuando el dueño de la fábrica hace su recorrido para inspeccionar las instalaciones, él camina a su lado y, si el dueño tiene que tomar algunas notas, se agacha para que escriba sobre su espalda…

La risa, inicialmente cruel, se va desplazando hacia una sensación de inquietud. La situación es cómica, pero injusta. Ríen, pero con tristeza. Ya hemos entrado en el territorio de la definición pirandelliana del humorismo y de sus matices. Y aquí hacemos un alto, para no complicar nuestro discurso.


Rodari nos ofrece una interesante propuesta de escritura: trabajar con las frases hechas e inventar historias tomando los ejemplos al pie de la letra.
Alonso Palacios, autor del libro La historia del hombre que hablaba por los codos y otros cuentos imposibles nos ofrece en forma de relatos esta propuesta de juego.



Para nuestra tarea elegimos uno o varios ejemplos del libro "De la letra al texto (Taller de escritura)" de José Calero Heras en el que propone frases hechas sobre distintas partes del cuerpo:

Ojos
-Poner los ojos en blanco
-Meter algo por los ojos
-Dormir con los ojos abiertos
-Comerse a alguien con los ojos
-Ser el ojo derecho de alguien
-Costar un ojo de la cara
-Tener a alguien entre ojos
-Tener buen ojo clínico
-Hacer la vista gorda
-Abrir a alguien los ojos
-Alegrársele a alguien los ojos
-Andarse con cien ojos
-Clavar los ojos en algo

Cabeza
-Ir cabeza abajo
-Tener la cabeza llena de pájaros
-Ser cabeza de turco
-No caber una cosa en la cabeza
-Ir con la cabeza bien alta
-Darse de cabeza contra la pared
-No levantar cabeza
-Perder la cabeza
-Ponerse la cabeza como un bombo
-Sentar la cabeza

Boca
-Hacer boca
-Tener muchas bocas que llenar
-Hacérsele la boca agua
-Meterse en la boca del lobo
-No decir esa boca es mía
-Quedarse con la boca abierta
-Quitarle a alguien algo de la boca
-Darse un punto en la boca

Pies
-Sacar los pies del plato
-Parar a alguien los pies
-Nacer de pie
-Estar atado de pies y manos
-Echar los pies por alto
-No dar pie con bola
-Andarse con pies de plomo
-Buscarle tres pies al gato
-Entrar con buen pie
-Levantarse con el pie derecho
-Saber de qué pie cojea
-Ir con los pies por delante
-Poner los pies en polvorosa

Corazón
-Hacer de tripas corazón
-Ser bando (o duro) de corazón
-Partírsele el corazón
-Darle a uno un brinco el corazón
-Clavársele una espina en el corazón
-Llevar el corazón en la mano
-No caber el corazón en el pecho
-Salir una cosa del corazón
-Tener el corazón en su sitio
-Ser todo corazón
-Traer el corazón en la boca

Lengua
-No tener pelos en la lengua
-Tener algo en la punta de la lengua
-Irse de la lengua
-Hacerse lenguas de algo
-Llevar la lengua fuera
-Morderse la lengua
-Sacar la lengua a alguien
-Tirarle a alguien de la lengua

Y estos son los trabajos de algunos de los participantes en el taller


De ilusión también se vive

¡Oh! Me rompí la rodilla… comentaba la niña que quería ser futbolista. Nunca llegaré a meterla… el gol… la pata… el balón… espero en medio-campo y me lanzo a la falta sin barrera, las chicas… otra ilusión..
La moneda lanzada al cielo me indica con entusiasmo que empieza el otro equipo… pííí… ¡calla pito! -No entro en el vestuario, me espero me espero con mi rodilla tiesa.
- Una escayola…¡qué veo! –una pared, no aún no hemos perdido el norte
Busco en mi cabeza un pensamiento que me haga entender… una novedad
¡Soy yo! La chica del equipo colorado… hemos ganado. ¿qué ha sido?: Apuntarse en la liga y meter gol.

María Teresa Mendoza


Decían que tenía la cabeza bien amueblada. Un día se le metió la vecina por los ojos y se instaló en ella.
Cogió una goma de borrar y la pasó por la mente. Cuando estuvo blanca pidió ser muro de expresión.
En el momento en que iba a decir "euro" le quitó la palabra de la boca y se la metió en el bolsillo.
Eran una panda de voraces alimañas. Al final, el líder siempre le comía el coco a los demás.
La sacó a bailar. Sabía que cojeaba pero no de qué pie, para poder compensar.
Iba con los pies por delante, siempre miraba para ambos lados antes de dar el paso definitivo, por si soltaban la piñata y le golpeaba en la cara.
No le cabía el corazón en el pecho por que se lo trasplantaron de un cerdo grande. Tenía la caja torácica abierta con una derivación externa, de esta modo, la sangre se calentaba directamente con energía solar. Por la noche se hacía una bola en la cama.
Se mordió la lengua y se tragó sus propias palabras. Nunca más pudo ni hablar ni comer pero murió con el reconocimiento de todos.
Cuando se levantaban y se dirigían a la granja se encontraban con las bocas ya abiertas esperándoles. Las llenaban bien las cerraban con cremallera y volvían cuando la ósmosis había actuado.

Antonia Oliva


Instrucciones para calentarle a alguien la cabeza

Coloque al individuo cerca de sí, cerca, bien cerca. Con lengua templada rumoree palabras tibias hasta que estas vayan adquiriendo la temperatura adecuada. Una vez preparado el baño María introduzca paños de algodón; extraer antes de que se hagan paños calientes.
Mirando de soslayo al individuo, inclinando el torso como fisgón sin querer ser visto, se van alternando: palabra de lo que dijo el que quiso decir, que no malo, pero hizo daño; paño tibio y paño ardiente; sospechas de lo que posiblemente nunca llegó a ser pero pudo haberlo sido y por lo tanto será probable que sea; paño ardiente con paño de calor seco; lo que me dijiste que harías y nunca llegaste a hacer por mí que tantas veces te pedí y dale tú nada; paño recalentado y paño que una vez se perdió a la par que la cabeza y que luego encontraste en aquel rincón olvidado con señales de otro tiempo que mira que te ponías pesado; paño de ya te lo dije si me hubieras hecho caso…
Cuando el turbante cubra la totalidad del colmo de nuestro individuo, abrirle los ojos a la verdad con hojilla hervida en el mismo baño María.

Pilar Luengo

Entrar con buen pie

Nada más poner los pies en Polvorosa, descubrió que ella se había marchado dos días antes con la cabeza muy alta y el corazón en la mano.

Pilar Luengo


Sentar la cabeza

Animado Cabezón vive con su madre desde hace 40 años. En toda su vida ha dado un palo al agua. Es más, nunca se ha bañado ni en la piscina ni en el río ni en el mar. Solo se ducha en su casa.
Animado se toma la vida según viene, a diario llega a las 7 de la mañana después de visitar todos los tugurios habidos y por haber. Su madre siempre le repite lo mismo: “Animado, hijo, deberías ir pensando en sentar la cabeza”.
El caso es que de tanto oírselo a su madre, a la que adoraba (no es de extrañar porque lo trataba como a un niño y le hacía todo, hasta la cama) y también porque llevaba notando que la chicas ya no le hacían tanto caso. El otro día una le llamó “carcamal”.
Animado le estaba dando vueltas a la cabeza: “Igual sería bueno que fuera sentando la cabeza, se me está pasando la vida y ya he probado casi todo”.
Por fin se decidió, esa noche no saldría y mañana temprano iría de compras. Había estado buscando por internet las mueblerías especializadas en “sentar la cabeza”, le había llamado la atención una que se llamaba “Mueblería cabeza fría y bien amueblada” situada en la Av. Las sandalias perdidas, 34. Allí iría.
A la mañana siguiente sobre las 9, Animado todo acicalado se dirige a la av. las sandalias perdidas, despacio, sin prisa, aspirando el frescor matinal, fijándose en los escaparates y en la gente que se cruzaba a su lado. No recordaba haber paseado nunca a esas horas.
Llegó a la tienda y entró.
-Buenos días, puedo atenderle?
-Hola, sí, mira, quería ver qué muebles tenéis para sentar la cabeza.
-Sí, acompáñeme, precisamente ayer nos llegaron de fábrica los últimos modelos… Este es un sofá con asiento ergonómico adaptable el 99% y especial para cabezas desmadradas y difíciles.
-¿Qué precio tiene?
-Son cuatro mil euros, incluye el transporte y dos cursos intensivos de asentamiento total y definitivo con orejas incluidas.
-¡Me gusta! No hablemos más, me lo quedo.
Dos días después Animado tenía la cabeza perfectamente sentada, orejas incluidas, su madre, incrédula, lo miraba, lo miraba, lo miraba…

Vicente M. Martín


Eulalia y la pepita enquistada

Aquella noche estaba a punto de concluir mi cuarto año de residencia. Todo había pasado como pasa todo, muy rápido. Los amigos -ajenos a ese mundillo- solían preguntarme por ella. Yo, si no me pillaban demasiado cansada, acostumbraba contarles alguna anécdota, pero últimamente tras hacerlo, mi boca ponía fin al tema afirmando con un convencimiento absoluto que en puerta había visto de todo, desde lo más grave a lo más trivial.
Me gustaba lo que hacía. Me gustaba más de lo que jamás hubiera imaginado.
En todo ese tiempo había aprendido muchas cosas, una de ellas -tal vez la que menos esperaba descubrir- era que el miedo a la enfermedad es una enfermedad silente que abarrota los hospitales, que en muchas ocasiones quienes les visitan buscan en su suelo una tierra santa, una promesa de vida eterna; y en sus "sacerdotes", en los que trabajamos alli, una bendición poderosa, un talismán capaz de conjurar todo mal, incluido aquel que no se nombra porque atemoriza demasiado o se desconoce.
Aquella noche deberia de haber sido una más, pero sucedió lo que sucedió.
La expresión diagnóstica "irse de la lengua" cobró vida delante de mí. Dejó de ser una curiosidad académica, un mito, una leyenda, para pasar a aconvertirse en una realidad. Una verdad más allá de los manuales. Ojalá hubiera vivido toda mi vida en la ignorancia.
Eran casi las cinco de la mañana. No recuerdo el estado de la luna -no la pude ver-, mi turno de guardia había terminado hacía tiempo, pero esa mañana, esa tarde, esa noche las urgencias se reproducían en la sala de espera como las canas. Arrancabas una del asiento o del pasillo donde se amontonaban y en su lugar, en cuanto te girabas, había siete. Si alguna vez se han quitado una cana sabrán lo que quiero decir.
Cuando fue su turno, la joven Eulalia entró en el consultorio número dos. "Llevaba la lengua fuera", muy fuera. Era una lengua larga y gorda, impropia de un humano, una lengua que a intervalos rítmicos, cada vez mas seguidos -como contracciones de parto- volvía a su estado natural y a su posición habitual dentro la boca. Solo en esos momentos se podía dialogar con ella. Su voz era un susurro algo pastoso apenas audible. Se la veía agotada.
Por lo que pudimos entender entre unos y otros, esa misma mañana, al despertar notó que "tenía algo en la punta de la lengua", le extrañó, no quiso darle importancia, pero la sensación era tan intensa que apenas podía centrarse en nada de lo que hacía. Se lo comentó a su marido. Éste, sin levantar la vista de la pantalla, le contestó que podía ser un pelo. ¡Un pelo! Se enfadó con él. Hacía tiempo que su cuerpo no tenía vello de ningún tipo, ni dentro ni fuera. Sesiones y sesiones de laser habían conseguido el milagro. Ella "no tenia pelos en la lengua". No podía tenerlos. Había acabado con ellos. Él lo sabía. Cómo podía decir... ¡Malditos "Appel"! le poseían... era sus amantes, unas amantes caprichosas, incorpóreas, capaces de hacerle creer que le daban todo, cuando no eran más que garrapatas que le devoraban.
Le hubiera dicho por milésima vez... pero no podía... no... algo en ella no iba bien. Decidió acudir al centro de salud y no dejó que la acompañara. Que se quedara con sus manzanas, que se las comiera, que las compartiera con todos esos invitados invisibles que hacía tiempo habían colocado su bandera en todas las habitaciones de la casa.
Hacía frio, al menos ella tenía frio. Tiritando, se dirigió a la boca del metro.
A pesar de ser consciente de que si en algún momento la lengua se le escapaba de la boca sin poder controlarla -como ya le habia sucedido en alguna ocasión- su aspecto podría llamar la atención, le pareció demasiada soberbia suponer que alguna mirada reposara en ella. Día a día se juntaban tantas cosas y tantos sujetos extraños en esos compartimentos, que uno más solo podía confundirse con la masa.
El centro asistencial que le correspondía distaba cuatro paradas de su domicilio. Arropada con su desesperación y sus razonamientos no le pareció tanto...
Tres minutos después de tomar asiento en el vagón, "llevaba la lengua fuera" y un mocoso, un pelirrojo de apenas tres años, jugaba con ella. "Tirarle de la lengua" -que finalmente se habia desbocado y que ya poseía un tamaño al menos dos veces superior al que cualquiera esta acostumbrado a ver- era su entretenimiento. Tiraba de ella como si fuera el badajo de una campana y mientras lo hacia, repetía "tolón, tolón... tolón, tolón..." y la movía acompasadamente de un lado a otro de la cara. Con esa masa taponando su boca, se sintió indefensa. Procuraba agarrar sus manos y alejarlas de ella, pero el pequeño, en lugar de interpretar ese gesto como una indicación de ¡basta!, lo incorporaba a su juego y entre las manos de la joven Eulalia y su lengua de hipopótamo cubriendo la mitad de su rostro, reía y no paraba.
Como millones de personas, la madre del crio, aprovechando el trayecto medio leía, medio dormitaba. Acostumbrada a todo, al principio no prestó demasiada atención a lo que sucedia. Cuando el escándalo subió de tono, se giró. No supo que hacer. Agarró al niño, se excusó, le regañó y le regañó y le regañó y le regañó y se excusó hasta que se bajó -algo asustada- en la primera parada. El niño -del que tiraba con fuerza- lloraba, él quería seguir jugando con la mujer campana. La madre le explicaba que con gente como esa, con los locos, nunca se trata.
Tras ellos, la infeliz, consciente de que allí le resultaría imposible pasar desapercibida, también se apeaba.
En cuanto le sacudió el aire frio, la lengua se plegó y volvió a su morada húmeda.
Con la mano alzada, como en las peliculas americanas, paró un taxi. En un pañuelo de papel le escribió al conductor la dirección del lugar donde deseaba llegar y se engurruñó en el asiento. Desgraciadamente para ella, la calefacción estaba puesta.
El taxista, un joven lleno de piercings, con la cara completamente tatuada, convencido de que el paquete que llevaba en el asiento de atrás, era una loca con ganas de jugar a "sacar la lengua a alguien" correspondió a sus gestos con una imitación de los mismos visible a través del retrovisor interior. Eulalia se sintió burlada y le ordenó que parara antes de llegar al destino indicado. Hizo el resto del trayecto a pie, a ratos con la lengua fuera, a ratos con la lengua en su casa. Más de un transeúnte la increpó.
La joven estaba en el infierno y solo esperaba llegar a algún lugar donde alguien la rescatara.
No fue así.
Tras horas de espera y pruebas exhaustivas, los resultados no indicaron nada. Todo estaba bien. Y sin embargo, apesar de esa salud tan clara, esa lengua crecía y crecía y crecía sin que nadie pudiera contenerla. Sobrepasó la barbilla, llegó a la cintura, cubrió sus rodillas... la última vez que la vimos entera, era una serpiente enorme que se arrastraba por la sala. La joven era una figurita minúscula, una hormiga pariendo un dragón del que nadie de los que estabamos allí sabía nada.
Poco despues del amanecer, reventó.Un rio de sangre, una catarata inundó el consultorio. Al abrir la puerta para no morir ahogados en ese líquido rojo y tibio, se extendió por los pasillos.
Recuerdo que la enfermera, incapaz de hacerle un torniquete, mientras nadaba en su sangre le gritaba: "¡Muérdase la lengua! ¡muérdase la lengua muy fuerte Eulalia!"...
Fue inútil.
Cuando todo terminó, en el consultorio numero dos no quedaban restos de "la mujer campana". En el suelo, solo habia una manzana mordida.
El doctor Seltsam, experto en enfermedades raras, afirmó que era eso lo que la joven debia de haber notado en la punta de su lengua esa mañana. Que posiblemente comenzara siendo una simple pepita enquistada, una pepita que con el calor y la humedad... En definitiva, que la joven Eulalia "Se había ido de la lengua" igual que otros se habían ido del vientre o de la boca cuando habían tenido por ejemplo una mala malaria.
Cuarenta días después, todo estaba limpio, sin embargo el olor, ese olor tan peculiar que tiene la sangre, aún te sacudía la nariz y los recuerdos.
Su marido se enteró del suceso por internet cuando tonteaba con alguna de sus máquinas.
Yo no he vuelto a entrar en el consultorio número dos, no puedo, pero dicen los que trabajan allí, que en ocasiones, cuando el calor arrecia y la humedad es elevada, se escucha con claridad la risa de un niño y el eco de una campana.

Ana Isabel Fariña


Ser todo corazón

Llevo el corazón en la mano
con mi cabeza a pájaros.
Me quedo con la boca abierta
haciendo de tripas corazón
para entrar con buen pie.
Se me parte el corazón,
pierdo la cabeza
sacando mis pies del plato,
sin tener pelos en la lengua.
Pongo los ojos en blanco,
sueño despierto
que nazco de pie
y no cabe mi corazón en el pecho.
Termino en la boca del lobo,
donde todo es corazón,
con la cabeza bien alta
y los pies en polvorosa.

Sofía Montero García

1 comentario:

  1. Teresa: De ilusión también se vive hasta que vuelves la esquina y te das un porrazo con la cruda realidad, entonces sale un chichón en la cabeza o en el alma, que tarda en pasar… también es una opción. Bien por tu tarea.

    Antonia: Todas tus frases me han hecho sonreír, que es de lo que se trataba. Fenomenal.

    Pilar: Genial… ja…ja. Espero que nunca me calientes la cabeza, al menos como tan magistralmente la describes en especial lo de la parte final: los ojos y la hojilla…. ¡uhuuuuuu! El de los pies en Polvorosa también me gusta.

    Ana: Terminado el curso, indiscutible número 1, este texto no me ha dejado ninguna gana de risa… con tu maestría descriptiva… es muy malo irse de la lengua, pero qué muy malo… A tus escritos, Ana.

    Sofía: Un buen mix de frases hechas genialmente distribuidas. Bien

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