Pájaros en la cabeza

La sesión del lunes, 1 de diciembre, la dedicamos a las aves, de ahí el título "Pájaros en la cabeza".
Hablamos de Pablo Neruda y su Arte de pájaros donde se incluyen los pajarintos y los pajarantes, extrañas aves estas últimas inventadas por el poeta.

Incluimos aquí el poema "Cabeza a pájaros" que dedica a su amigo Jean Marcenac, pintor, poeta, experto en vinos y traductor. Los amigos lo llamaban "Jeannot":

El caballero Marcenac
vino a verme al final del día
con más blancura en la cabeza
llena de pájaros aún.

Tiene palomas amarillas
adentro de su noble cráneo,
estas palomas le circulan
durmiendo en el anfiteatro
de su palomar cerebelo,
y luego el ibis escarlata
pasea sobre su frente
una ballesta ensangrentada.

Ay qué opulento privilegio!

Llevar perdices, codornices,
proteger faisanes vistosos
plumajes de oro que rehúyen
la terrenal cohetería,
pero además gorriones, aves
azules, alondras, canarios,
y carpinteros, pechirrrojos,
bulbules, diucas, ruiseñores.

Adentro de su clara cabeza
que el tiempo ha cubierto de luz
el caballero Marcenac
con su celeste pajarera
va por las calles. Y de pronto
la gente cree haber oído
súbitos cánticos salvajes
o trinos del amanecer,
pero como él no lo sabe
sigue su paso transeúnte
y por donde pasa lo siguen
pálidos ojos asustados.

El caballero Marcenac
ya se ha dormido en Saint Denis:
hay un gran silencio en su casa

porque reposa su cabeza.



También hablamos de Miguel Hernández y de cómo para consolar a su hermana Encarna por la muerte del canario que tenían en casa puso en el interior de la jaula un limón. Esta anécdota la cuenta en el poema "Exequias".
Después completamos entre todos un "avecedario de pájaros" y cada cual eligió un ave al que le gustaría parecerse. Y hubo quien escribió más de un trino o tuit enfundado en su nueva piel de pájaro y sin dejar de agitar las alas como Miguel Ángel Pérez, nuestro búho particular: #Tuitbúho: "Cuando tú duermes te observo, pero me mantengo al margen mientras no me busques en los días".

Propusimos dos tareas, a elegir:
a)  Escribir un texto sobre un pajarante (un pájaro inventado), a la manera de Pablo Neruda.

b)  Escribir una historia que comience así: “Érase una vez una niña con la cabeza llena de pájaros. Un día...”

Y estos son los trabajos de algunos de los participantes en el taller:


Finito

Pájaro, que vuelas entre las rejas,
rompe el silencio
donde tu cuerpo posa.
Canta a la mañana
en la jaula de tus días.
aletea tu plumaje
en el nido de la tarde
para colgar recuerdos a la vida.
Vive tus trinos
con la cabeza alborotada de amor.
Sueña en la cálida luz de la noche
junto a la finitud de las horas,
en los barrotes de tu estancia.

Sofía Montero


Un pájaro de cuentas

Dicen que antaño había,
no lejos de este lugar,
pájaro según me cuentan
“de cuentas” podría llamar.
Visitaba en primavera
las cornisas y el rosal,
apoyando sus patitas
comenzaba a sumar,
a sumar hilos y palos,
telas viejas sin dedal,
y a poco que se esmeraba,
nido, novia y nidal.
Con cuentas de dos por uno,
las cifras no hacía mal,
pues alero que veía
visitaba sin tardar
y al tiempo que conquistaba
casa, novia y nidal,
abandonaba en un vuelo
con promesas de regresar.
A cada nido una copla,
a cada novia un cantar,
al nidal la resta entera,
Pluma y pluma, no va más.
Este pájaro que cuentan
de cuentas sabía mal
y la paloma que creía
a cuco le fue a dar.
Un día que trinaba
“pajarita”, tan galán,
pico, pluma, pajarita,
la suma salió muy mal.
Al salir de cierto alero,
un halcón lo vio volar,
pues sabedor de sus cuentos
a su pía fue a celar.
Ni su lustre, ni gracejo,
ni sus cuentas de llevar,
ni dividendos, ni restos,
ni cuentos ya que contar.
Desplumado el cogote,
quebrialado el volar,
aquel “pájaro de cuentas”
poco habría de operar,
descompuesto y sin novia,
descubierto y sin rosal,
despedido de su alero,
ya no hay cuentas que cantar.

Pilar Luengo


Erase una vez una niña con la cabeza llena de pájaros, un día salio de casa convencida de que era la reina Leticia, y que tenía multitud de tares reales que desarrollar a lo largo de la mañana.
Acudirían al Palacio Real embajadores de varios países a la recepción de las doce de la mañana, y ella aún no había pasado por la peluquería, ni la noche anterior había decido que vestido ponerse, se encontraba agobiada, y una vez mas volvió a pasar por su cabeza, la vida anterior de periodista, en la cual se movía con total libertad, como un jilguero y no ahora que parecía un pavo real.

Luis Iglesias


Manolita Frondosa

Erase una vez una niña con la cabeza llena de pájaros.
Un día conoció a Federica, una niña triste, una niña muy muy muy triste, una niña que cubría su cabeza con un gorro de lana gruesa, un gorro de lana muy muy muy gruesa. Un gorro que nunca nunca se quitaba. En la calle, hiciera el tiempo que hiciera lo llevaba, en el colegio, en clase, hiciera el tiempo que hiciera lo llevaba.

Manolita no entendía. Con esa indumentaria, no era posible que los millones de pajarillos que viven anidados en el cabello respiraran. A veces, cuando se quedaba sola en su cuarto escuchando el extraordinario piar que brotaba de su melena, pensaba en Federica, la niña triste. Tal vez, debajo de su gorro viviera algo raro, algo muy muy muy raro, algo que absurdamente la avergonzara o lo que es peor, tal vez debajo de ese gorro de lana ya no viviera nada.

Un invierno, poco después de que las plumas blancas que viven en las nubes cubrieran las calles, Federica desapareció.
La maestra dijo que estaba enferma, muy muy muy enferma y comenzó a explicar matemáticas. La pizarra se llenó de números que se sumaban y se restaban y se multiplicaban en un juego divertido, un juego muy muy muy divertido. Curiosamente todas las operaciones que Doña Pilar realizaba tenían el mismo resultado: Federica.

Ese día cuando Manolita salió del cole, su madre la esperaba.
Se había recogido el pelo en un moño alto, un moño muy muy muy alto, y en ese momento, encaramado en la cúspide, un precioso Ibis se asomaba. En los pelos, que rebeldes se burlaban de las horquillas, se columpiaban un gavilán y una urraca.
Su madre, nada más verla supo que algo pasaba.
La pequeña llevaba las trenzas bien hechas, pero no había ni un piquito, ni un ala que sobresaliera de ellas y las animara. Eran unas trenzas mustias, muy muy muy mustias. Eran unas trenzas apagadas.

Al llegar a casa, Manolita tenía fiebre, una fiebre muy muy muy alta.
Los pájaros que anidaban en sus rizos, asustados, muy muy muy asustados, tiritaban.
Esa noche, tres lechuzas y una grulla velaron su sueño.

Al ver que el amanecer llegaba, y Manolita no mejoraba, enviaron al loro Floro a buscar ayuda. Necesitaban una cabeza sana, una cabeza muy muy muy sana que supiera ver lo que ellos no veían porque las inmensas alas de un Cóndor les cegaban.
Floro no tuvo que volar muy lejos.
En la habitación contigua, a pesar de la desgracia, millones de ruiseñores cantaban y era su canto un trino fuerte y claro lleno de borboteos y silbidos alegres, muy muy muy alegres. Tanto que el propio Floro según los escuchaba notaba como los colores de sus plumas se reavivaban. Absorto como estaba nunca supo decir cómo ni en qué momento, un Ibis precioso se posó en el mechón donde él reposaba y desde el que escuchaba y contemplaba las maravillas que viven en una melena sana.
Sin dudarlo, parloteando como pudo, le contó al hermoso Ibis lo que a la pequeña Manolita le pasaba.

Tras escuchar con atención, la garza se arrancó con su pico curvo una pluma blanca y otra dorada. Sobre la primera escribió con una letra clara, una letra muy muy muy clara: "Hay que quitar a la niña la garrapata negra que desde esta mañana lleva en su cuaderno de matemáticas. Si no lo hacéis, no tendrá mañana. En poco tiempo, ese ácaro parirá una inmensa camada de gatos. Treparán a su cama, se encaramarán a su almohada y devorarán todas sus nidadas. No le quedarán trinos. La niña perderá su frondosa corona de ramas. Sin pájaros su vida será una pizarra aburrida, una pizarra muy muy muy aburrida"

Con la medicina en una pluma, Floro regresó al cuarto donde la pequeña, sin saberlo, luchaba con una garrapata.
En cuanto las lechuzas leyeron lo que el hermoso Ibis les recomendaba, supieron que su sugerencia era acertada.
Llamaron a la garza ganadera que hacía tiempo intentaba dormir y no podía.
Le encomendaron la misión: buscar y destruir el parásito que se había instalado en un cuaderno de matemáticas, al huésped que devoraba uno a uno sus nidos y secaba una a una sus ramas.
Parecía una misión imposible, pero para la garceta, acostumbrada como estaba, resultó una tarea fácil, muy muy muy fácil. Cuando terminó se durmió sobre una pata, no sabía por qué, pero estaba cansada, muy muy muy cansada.

Como en un cruce de caminos, cuando el ave durmió, Manolita despertó.
Millones de ruiseñores cantaban en su almohada. Era su canto un trino fuerte y claro, lleno de borboteos y silbidos alegres, muy muy muy alegres. Tanto que según los escuchaba notaba como la savia circulaba por sus cabellos y como nuevos pichones anidaban en sus trenzas. Unas trenzas encendidas, muy muy muy encendidas. Unas trenzas lozanas.

Cuando llegó la mañana, desde la ventana vio que las plumas blancas que viven en las nubes, habían cubierto otra vez las calles. Todo era nieve.
Esa tarde, caminando sobre la alfombra blanca, fue a casa de Federica, la niña triste que estaba enferma, muy muy muy enferma.
Cuando las dejaron solas, colocó sobre su almohada un nido de mirlos, para que al abrirse le cantaran, y una pluma de águila, para que cuando Federica durmiera, barriera debajo de la cama. Los gatos temen a las águilas.

Una semana mas tarde, Federica volvió al colegio. De nuevo Nevaba
No llevaba gorro de lana y sobre su cabeza se veía como brotaban pequeñas ramas.

Ana Isabel Fariña


Avernino

Hace tiempo se descubrió una especie de ave y no precisamente del paraíso, el “Avernino” especie que según se ha podido comprobar posteriormente con datos fehacientes, es un ave de amplia distribución geográfica que no requiere condiciones especiales para sobrevivir, presenta como característica notable una voracidad insaciable en beneficio propio, omnívoro, se alimenta especialmente del esfuerzo y trabajo de los congéneres de su especie, así como de cualquier especie viviente, siempre trata de obtener el máximo beneficio propio, sin importarle el ecosistema y las consecuencias de su egoísta avidez. Lamentablemente esta especie no está incluida en la lista de la UICN de especies amenazadas.

Alfredo Domínguez


Xitlaloc el pájaro de la lluvia

Xitlaloc es alargado como la luz de una puerta casi cerrada.
Xitlaloc aparece volando siempre tras las primeras gotas, como notas de una hermosa melodía.
Xitlaloc cierra sus pequeños párpados y concentrado siente lo hermosa que es la vida; mientras grises brumas se ciernen sobre nuestras cabezas sin plumas.
Xitlaloc brilla como el Arco Iris en un prisma y refleja la efigie de quien le mira. Provocándole una agradable sensación de bienestar.
Xitlaloc fue creado por el dios de los charcos para mojar a los que no creen en sí mismos.
Xitlaloc es vago y por eso nunca canta ni acompaña, ni cuenta nada. Simplemente se mece al lado de los pocos humanos que caminan sin paraguas. Los persigue con otro ansia. Va deprisa y cuando le ven, se da la vuelta y se para.
Xitlaloc piensa mientras llueve que nadie le ve y cuando deja de hacerlo, que se hace visible y vulnerable. Entonces emite un leve gruñido de triunfo y, despacio, bailando, regresa hasta su casa.
Hasta nuevas lluvias no volverás a gozas de su compañía, a tenerlo tan cerca. Pero si alguna vez te pasa, cierra tu paraguas, nota como te envuelve una maravillosa calma; imita a un Xitlaloc, escucha el leve rumor del agua, siente como fueras un pájaro con un corazón tan bueno que prefieres no cantar ni contar nada.

Chema García


Helario Nébulo
(Vulgo Cencellero)

Nunca verás un Helario Nébulo. Si quieres verlo abrígate bien y agudiza la vista. Aún así, nunca estarás seguro de haberlo visto realmente. Es de hábitos nocturnos y, al contrario que la mayoría de sus congéneres, migra buscando el frío. Anda cerca de masas de agua en zonas de altas presiones, y alza el vuelo cuando cae la noche y la niebla. Entonces bate incansablemente sus alas, con el pico abierto, atrapando infatigable las nubes bajas. Y con cada potente batida de sus alas esparce pequeños cristales de hielo que cubren todo el espacio de su vuelo. No se han podido establecer sus rutas, pues su infatigable vuelo hace que al amanecer todo su territorio brille de blanco helado, sin rumbo definible.

Miguel Ángel Pérez


Pájaros en la cabeza
Érase una vez una niña con la cabeza llena de pájaros. Un día mientras se lavaba la cabeza se la escaparon todos los pájaros, menos uno, por el desagüe del lavabo. Casiveo, que así se llamaba el jilguero que había permanecido enredado entre los rizos de la niña era un empedernido estudioso de fenomenología aplicada. La verdad que el resto de las cosas le daba igual, a él solo le importaba su ciencia. No perdía ni un momento. Siempre se rodeaba de apuntes, revistas y su tablet de ultimísima generación, que se la había regalado el Águila Selosabetodo por haberle hecho un trabajo fenomenológico de impecable factura.

La niña tan solo había notado una leve sacudida cuando se lavaba la cabeza y luego una sensación de sentirse más ligera, más tranquila, más viva… todo se veía más claro, la vida giraba a su alrededor maravillosamente, las cosas estaban en el sitio que correspondía… su pensamiento era lineal, sin fisuras. No se explicaba lo que había pasado pero algo había pasado. Sin darle la menor importancia se arregló para asistir al colegio, lo hizo de forma perfecta y rápida, estiró la cama y recogió la habitación en un tiempo record, nunca había estado tan ordenada y limpia. Entendió que así había que hacerlo y así lo hizo. Rehízo los deberes y terminó los que le quedaban, todo con una rapidez impensable y con plena seguridad y perfección.

Cuando su madre la vio entrar en la cocina para desayunar se le cayó la jarra de la leche que llevaba y se le agrandaron los ojos como una moneda de dos euros. No era posible, esa niña no podía ser su niña, arreglada como jamás la había visto, una cara viva, despierta… no podía ser… no entendía nada, su niña siempre había sido un desastre con un millón de pájaros en la cabeza. Se sentó en una silla y la contempló y su boca se iba abriendo poco a poco. Con unos modales exquisitos la niña consumía su desayuno. Miró a su madre y no tuvo por menos que con toda delicadeza preguntarle si le ocurría algo. Pero a la madre no se le cerraba la boca y no dejaba de mirarla. La niña finalmente se levantó le preguntó a su madre si le podía ayudar en algo, la madre movió la cabeza negando mientras la miraba. La niña la dio dos besos y se despidió.

Desde la ventana vio cómo se alejaba en dirección al colegio, cuando la dejó de ver fue corriendo a su habitación… “dios mío” exclamó al ver el cuarto perfectamente recogido y ordenado. Al mirar el lavabo limpísimo distinguió junto al desagüe una pequeña pluma de pardal…

Vicente M. Martín


Clara y el Avestruz

Érase una vez una niña con la cabeza llena de pájaros. Un día se olvidó uno de ellos en el parque. Ocurrió aquella tarde de diciembre, aquella en la que parecía que las ventanas del Norte se hubieran quedado abiertas por un instante y comenzó a soplar a través de ellas un viento fuerte y frío que obligó a Clara y a todos los niños que allí jugaban a salir corriendo asustados hacia sus casas. Tal vez, la mano del invierno quería apoderarse de todos aquellos alegres pequeños y alimentarse con ellos, con sus risas, por eso fue que en unos minutos no quedó nadie en la calle. Unos llevaban la bicicleta, otros llevaban la comba para saltar, en cambio Clara, llevaba la cabeza llena de pájaros que canturreaban al tiempo que ella saltaba alegre mientras entonaba las canciones infantiles que su abuela Ana le cantaba cada noche. Todo quedó en silencio. Las risas infantiles apagaron sus luces y el parque se durmió dejando paso a la que sería la noche más fría del invierno.
Nada más entrar en casa, Clara puso las manos sobre su cabeza intentando contar los pájaros que anidan sobre ella. Sus pequeños dedos estaban tan fríos que apenas tenían la suficiente sensibilidad como para darse cuenta de que Truz, el más pequeño de ellos no estaba. Todo fue distinto a otros días, el viento hacía estremecer los cristales de las pequeñas ventanas sin persiana. Cerraron con llave la puerta de la calle y cenaron más temprano que otras noches, anticipando también la hora de acostarse.
Clara se metió en la cama acompañada de sus pájaros, que parecían estar más arrimados unos a otros casi formando un gorro de dormir entre ellos. Las plumas de Paloma, la más coqueta, caían sobre la frente de Clara, asemejando un pequeño flequillo blanco que hacía resaltar la tez sonrosada de la pequeña. Pero un frío sobrecogedor invadió los sueños de Clara aquella noche, y por más que subía las mantas hasta sus ojos, arrimaba la almohada sobre su cuello y apretaba sus manos bajo el pijama, seguía sintiendo un escalofrío rondar por su cabeza, algo así como el pequeño orificio de un hormiguero por donde parecen estar soplando las dos mil seiscientas cuarenta y dos hormigas que lo habitan, a la vez. Escogió el mejor de sus pensamientos, y al sentir sobre sus pies el calor de su gata Catalina, consiguió dormirse, no sin evitar tener extraños sueños que la llevaban hasta las llanuras de un lugar desconocido aún para ella, aquel lugar del que más tarde descubriría su nombre.
La mañana amaneció cubierta de un manto blanco. La abuela Ana despertó a Clara con un tono extremadamente alegre, con la voz cantarina que la hacía diferente del resto de las abuelas. Clara se despertó sobresaltada. Bajó las escaleras tan rápido como pudo, llevando a sus pájaros enredados en su larga y rubia melena aún sin peinar. Miró a través de los cristales de la ventana de la cocina desde donde contempló la larga sábana blanca que la Reina del invierno había extendido sobre las calles, casas y parques. Estaba alborotada, alegre, hasta que encontró su propia mirada en el reflejo del cristal donde observó con gran disgusto la ausencia de Truz. No buscó en la cocina, ni en la cama, ni en ningún otro lugar de la casa. Supo en aquel momento el significado del escalofrío en su cabeza y salió al parque en su búsqueda. Gritó su nombre por las calles, atravesó la plaza hasta llegar al puente donde a veces, duermen algunos pájaros que los adultos desechan de sus cabezas y dejan que se conviertan en pájaros abandonados, a la espera de que algún soñador les recoja. Tampoco allí. Ni en la cabeza de la maestra, ni en la de Antonia la del quiosco, ni en la de Fernando el zapatero, cada uno llevaba sobre su cabeza sus propios pájaros.
Los días se sucedían sin novedad sobre Truz. Clara continuaba teniendo extraños sueños que cada noche la desvelaban. Lugares desconocidos, donde ella jugaba feliz. Hasta que un día se lo comentó a su abuela Ana mientras comían. Ésta se sorprendió y buscó en uno de los treinta y dos libros que tenía en la estantería de la habitación pequeña, en un libro de la interpretación de los sueños de niñas que tienen pájaros en la cabeza. Pero sólo encontró un pequeño texto que, supuso, nada tenía que ver y que Clara lo anotó en el cuaderno donde todo lo apuntaba:
“Del lejano Oriente llegaron hasta África, donde se quedaron para perpetuar su especie y vivir en la planicie que les dio la libertad, recorriendo kilómetros para, con su gran impulso, intentar alzar el vuelo una y otra vez…”
Historias de princesas, canciones y romances… cada noche la abuela Ana intentaba llenar el vacío de Clara. Ni la codorniz, ni el jilguero, ni el loro, ni el mochuelo… Abuela, háblame de África, le pedía cada noche sin entender el por qué. Y la abuela Ana buscaba en sus libros y le hablaba de las verdes planicies de África, de Tanzania y Kenia. Las noches del invierno transcurrían para Clara escuchando las aventuras africanas. Conoció un lugar llamado Serengueti, aquel lugar por donde pasa el mayor espectáculo natural del mundo: la migración de millones de herbívoros, y se quedaba dormida cada noche junto a la chimenea mientras sus pájaros asomaban entre sus trenzas cubriendo el pequeño cuerpo de Clara con sus plumas para abrigarla una vez más, al tiempo que su abuela Ana le improvisaba alguna canción.
Clara soñaba con Truz cada noche. Ahora le imaginaba corriendo por aquellas lejanas tierras africanas acompañado de jirafas, antílopes, rinocerontes, elefantes, leones y de tantas especies de aves que le protegerían. Sólo así conseguía sentirse tranquila hasta conciliar el sueño.
-¿Tú crees que volverá algún día conmigo, abuela?
- Es posible, Clara. África está en tus ojos. Sólo tienes que desearlo como ya lo estás haciendo.


Al otro extremo del pueblo, un pequeño corral de gallinas había recibido la llegada de un nuevo habitante. Fue la tarde en la que las ventanas del Norte parecían haberse quedado abiertas por un instante y comenzó a soplar a través de ellas un viento fuerte y frío que obligó a las gallinas y a sus polluelos a entrar rápidos a sus nidales. Casi cuando la noche comenzaba a llegar, asomó por un pequeño espacio que quedaba entre la puerta y la pared, el pico curioso de un ser que nunca antes habían conocido. Parecía estar perdido y muy, muy triste. Tan sólo sabía pronunciar una palabra que repetía incesantemente a dos tonos: “Cla-ra,Cla-ra,Cla-ra”. Y allí, entre las gallinas del corral del señor Antonio, consiguió encontrar el calor que la noche le había quitado. A la mañana siguiente, la Reina del invierno había extendido su sábana blanca sobre el ancho prado, incluida la entrada del corral, los caminos, los tejados, las montañas del alrededor. Así pues, un nuevo habitante permanecería durante muchos, muchos, muchos días entre las gallinas.



La lumbre ardió todo el invierno. Las plumas de los pájaros de Clara se iban cayendo, ella las guardaba todas en el interior del cojín donde dormía la siesta su gata Catalina. Unas nuevas plumas aparecían ahora sobre los negros azulados brillantes lomos de la golondrina, verdes las del loro, amarillas las del jilguero,… presumía Clara sobre su cabeza de un extraordinario gorro multicolor. La primavera comenzaba a dar sus primeros pasos, a pronunciar sus primeros bostezos. Los árboles cubrían sus ramas con sus mejores galas y el olor de la pradera se colaba por entre las ventanas que, por fin, empezaban a abrirse de par en par.
Y… llegó un sonido desde no muy lejos. Casi podía pensar que desde el corral del señor Antonio, al otro lado del puente, una palabra repetida continuamente a dos tonos: Cla-ra, Clar-ra, Cla-ra.
Clara salió a la puerta de su casa. Atravesó la calle que va a dar a la plaza, se dirigió hacia el quiosco donde compró una bolsa de chucherías para ella y otra de maíz para esparcirlo sobre el puente donde a veces, duermen algunos pájaros que los adultos desechan de sus cabezas y dejan que se conviertan en pájaros abandonados, a la espera de que algún soñador les recoja.
Esta vez, sintió un leve escalofrío por todo su cuerpo. Todos sus pájaros volaron desde su cabeza y se posaron en las ramas del manzano que comenzaba a florecer. No entendía qué estaba ocurriendo. Giró la vista a su derecha con cierta inquietud, pues una gran sombra se le acercaba.
Al tiempo que arreglaba sus largas y rubias trenzas que los pájaros revolvieron, un sonido familiar acariciaba sus oídos. Dio la vuelta emocionada y allí, frente a ella, encontró unos ojos enooooormes dentro de una mirada que reconoció nada más verle. Su cuerpo había crecido enooooooormemente… ¡Era Truz!. Ahora era más alto que ella. Era como había imaginado que ocurriría, lo había deseado tanto: ¡HABÍA REGRESADO DESDE ÁFRICA.!
Todos los pájaros volvieron a posarse sobre su preciosa cabeza, adornando con sus colores aún más la alegría de Clara. Todos excepto Truz, por supuesto, que, con la ayuda de los demás, subió a Clara sobre sus lomos llevándola por todas las calles, los caminos, escuchando sus canciones y sus risas sin igual, salpicando todo el alrededor con su felicidad.
Aquella noche, Clara le relató entusiasmada a su abuela Ana el momento en que se encontró con Truz. Mientras los colores de los pájaros que llevaba en la cabeza asomaban por las ventanas de sus ojos, le contó el momento en que vio cómo se alejaba en el horizonte la manada de jirafas, elefantes, ñus y un centenar de diferentes aves que acompañaron a Truz, antes de regresar de nuevo a África, a Tanzania en concreto, el lugar donde había pasado el largo invierno.
Los brazos de Ana se abrieron para Clara, donde cayó vencida por el sueño. Un sombrero multicolor de pájaros de plumas brillantes cubrían su pequeña cabeza, protegiendo sus sueños una noche más. Las plumas del pavo real habían crecido y ahora se deslizaban sobre la espalda de la niña, tal como una capa Real que sólo una pequeña princesa como Clara podía llevar. A su lado, su ahora más inseparable que nunca amigo Truz, el avestruz, permanecía con los ojos muy abiertos cerca de ella, contemplando el movimiento oscilante del rabo de la gata Catalina cerca de la chimenea todavía encendida, a punto de dormirse sobre un cómodo cojín hecho de los mejores sueños de Clara.

Tina Martín Mora


El pisacalles

Cuando nadie va caminando, por la calle, aparece él, en la oscuridad de la noche.
Aunque cuando llueve siempre se refugia en algún viejo portal.
Se va comiendo los restos de los gusanitos que dejan los niños en el parque.
O los frutos que caen de los árboles.
Se da algún chapuzón en el río que encuentre más cercano...
He decidido investigarlo a fondo por las noches cuando todos en casa duermen.
Es la única manera de averiguar como es en realidad.
Ya que muchas veces viene a verme, al pie de mi cama, tras largas horas sin poder dormir.

Iria Costa


La niña con demasiados pájaros en la cabeza
Erase una vez una niña con la cabeza llena de pájaros. Un día se despertó con un terrible dolor de cabeza. Mientras desayunaba, unos cuantos gorriones salieron de entre su pelo a por las migajas. Al peinarse, un mirlo salió al pincharle el cepillo. Un águila escapó mientras se vestía, formando un gran revuelo en la habitación hasta que acertó con la ventana abierta. Mientras caminaba hacia la escuela, con cada saltito liberaba una golondrina.

Así fue pasando el día, perdiendo pájaros y cediendo el dolor de cabeza. Al final del día, se encontraba muy feliz, con sólo un pequeño jilguero, su pájaro favorito, cantando en su cabeza.

Miguel Ángel Pérez

7 comentarios:

  1. Sofía:
    A finito se le alborota la cabeza de amor con su trino fino. Bonito finito. Bien Sofía.

    Pilar:
    ¡Qué alegría Pilar! Cómo iluminas el blog con tu pájaro de “cuentas”.
    “Visitaba en primavera
    las cornisas y el rosal,
    apoyando sus patitas
    comenzaba a sumar,
    a sumar hilos y palos,
    telas viejas sin dedal,
    y a poco que se esmeraba,
    nido, novia y nidal.” Huauhuauhuauhuahu! Desplegando tus mágicas hechuras de alumna aventajada del taller de escritura creativa de la casa de las conchas… ¡Hay mucho “pajarraco” por ahí al que no le salen las cuentas… je…je. Perfecta Pilar, perfecta. Te debo un beso o mejor tres… Hasta prontito.

    Luis:
    Muy Real ese micro de la niña con pájaros en la cabeza… pero qué muy real. Bien Luis.

    Ana:
    Fantástica, fabulosa, impecable…
    “La pizarra se llenó de números que se sumaban y se restaban y se multiplicaban en un juego divertido, un juego muy muy muy divertido. Curiosamente todas las operaciones que Doña Pilar realizaba tenían el mismo resultado: Federica.”
    Con gracia, con ironía, con estilo, con ternura, sensibilidad, poesía, pura poesía... Ana eres una magnífica escritora… ¡me encantas!

    Alfredo:
    Genial tu avernino… ¿Cuándo se abre la veda de caza de este “pajarrino”? Aunque no me gusta la caza me llevaría una enorme escopeta cargada de perdigones de solidaridad y amor para abatirlos a base de educación y reeducación y o cambian o al patatal… Muy bien Alfredo.

    Chema García:
    “Xitlaloc fue creado por el dios de los charcos para mojar a los que no creen en sí mismos.”
    Precioso Chema, me gusta tu pájaro. Genial.

    Miguel Ángel:
    Dominio absoluto del micro. Muy bien
    “Y con cada potente batida de sus alas esparce pequeños cristales de hielo que cubren todo el espacio de su vuelo. No se han podido establecer sus rutas, pues su infatigable vuelo hace que al amanecer todo su territorio brille de blanco helado, sin rumbo definible.” Para mi gusto muy conseguido… pero, bueno, no te lo creas mucho… je…je

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    1. Si tuviese el dominio no necesitaría ir al taller y estaría en las librerías, pero agradezco tus generosas palabras.

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    3. La gente no te entiende. No tienen ni puta idea de escribir y son unos ignorantes.Ni caso cuanto más pases de ellos mejor escritor serás.

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    4. Gracias a Venttini por sus comentarios semanales

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  2. Decía también (esto debió tragárselo) que muchas gracias por dejarme leer vuestros textos y que es un placer ver a Pilar por aquí.

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  3. Tina:
    Muy logrado tu texto, bien trabajado, me gusta. Vas ganando puntos para ser alumna aventajada. Muy bien.

    Iria:
    Sencillito y bien.

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