De todos los deseos, uno

Comienza un nuevo año y muchos hacemos todo tipo de listas con buenos propósitos o deseos. Algunos de ellos se hacen realidad porque ponemos todo nuestro empeño pero otros suelen caer en saco roto.
En la primera sesión del año hablamos de propósitos y deseos. ¡Qué difícil resulta elegir un deseo entre muchos! Eso mismo es lo que le pasa al protagonista de esta historia de Quim Monzó titulada "La Micología":

Al rayar el alba, el setero sale de su casa con un bastón y una cesta. Toma la carretera y, un rato más tarde, un camino, hasta que llega a un pinar. De tanto en tanto se para. Aparta con el bastón la capa de pinocha seca y descubre níscalos. Se agacha, los recoge y los mete en la cesta. Sigue andando y, más allá, encuentra rebozuelos, oronjas y agáricos.
Con la cesta llena, empieza a desandar el camino. De golpe ve el sombrero redondeado, escarlata y jaspeado blanco, de la amanita muscaria. Para que nadie la coja le da un puntapié. En medio de la nube de polvo que la seta forma en el aire al desintegrarse, plop, aparece un gnomo con gorro verde, barba blanca y botas puntiagudas con cascabeles, flotando a medio metro del suelo.
Buenos días, buen hombre. Buenos días, buen hombre. Soy el gnomo de la suerte que nace en algunas amanitas cuando se desintegran. Eres un hombre afortunado. Sólo en una de cada cien mil amanitas hay un gnomo de la suerte. Formula un deseo y te lo concederé.
El setero lo mira despavorido.
Eso sólo pasa en los cuentos.
No -responde el gnomo-. También pasa en la realidad. Anda, formula un deseo y te lo concederé.
No me lo puedo creer.
Te lo creerás. Formula un deseo y verás como pidas lo que pidas, aunque parezca inmenso o inalcanzable, te lo concederé.
¿Cómo puedo pedirte algo si no consigo creer que haya gnomos que puedan concederme cualquier cosa que les pida?
Tienes ante ti un hombrecito de barba blanca, con gorro verde y botas con cascabeles en las puntas, flotando a medio metro del suelo, ¿y no te lo crees? Venga, formula un deseo.
Nunca se habría imaginado en una situación así. ¿Qué pedir? ¿Riquezas? ¿Mujeres? ¿Salud? ¿Felicidad? El gnomo le lee el pensamiento.
Pide cosas tangibles. Nada de abstracciones. Si quieres riquezas, pide tal cantidad de oro, o un palacio, o una empresa de tales y cuales características. Si quieres mujeres, di cuáles en concreto. Si luego lo que pides te hace o no realmente feliz, es cosa tuya.
El setero duda. ¿Cosas tangibles? ¿Un Range Rover? ¿Una mansión? ¿Un yate? ¿Una compañía aérea? ¿Elisabeth McGovern? ¿Kelly McGillis? ¿Debora Caprioglio? ¿El trono de un país de los Balcanes? El gnomo pone cara de impaciencia.
No puedo esperar eternamente. Antes no te lo he dicho porque pensaba que no tardarías tanto, pero tenías cinco minutos para decidirte. Ya han pasado tres.
Así pues, sólo le quedan dos. El setero empieza a inquietarse. Debe decidir qué quiere y debe decidirlo en seguida.
Quiero...
Ha dicho “quiero” sin saber todavía qué va a pedir, sólo para que el gnomo no se exaspere.
¿Qué quieres? Di.
Es que elegir así, a toda prisa, es una barbaridad. En una ocasión como ésta, tal vez única en la vida, hace falta tiempo para decidirse. No se puede pedir lo primero que a uno le pase por la cabeza.
Te queda un minuto y medio.
Quizás más que cosas, lo mejor sería pedir dinero: una cifra concreta. Mil billones de pesetas, por ejemplo. Con mil billones de pesetas podría tenerlo todo. ¿Y por qué no diez mil, o cien mil billones? O un trillón. No se decide por ninguna cifra porque, en realidad, en una situación como ésta, tan cargada de magia, pedir dinero le parece vulgar, poco sutil, nada ingenioso.
Un minuto.
La rapidez con que pasa el tiempo le impide razonar fríamente. Es injusto. ¿Y si pidiera poder?
Treinta segundos.
Cuanto más lo apremia el tiempo más le cuesta decidirse.
Quince segundos.
¿El trillón, entonces? ¿O un millón de trillones? ¿Y un trillón de trillones?
Cuatro segundos.
Renuncia definitivamente al dinero. Un deseo tan excepcional como éste debe ser más sofisticado, más inteligente.
Dos segundos. Di.
Quiero otro gnomo como tú.
Se acaba el tiempo. El gnomo se esfuma en el aire y de inmediato, plop, en el lugar exacto que ocupaba aparece otro gnomo, igualito que el anterior. Por un momento el buscador de setas duda de si es o no el mismo gnomo de antes, pero no debe de serlo porque repite la misma cantinela que el otro y si fuese el mismo, piensa, se la ahorraría:
Buenos días, buen hombre. Soy el gnomo de la suerte que nace de algunas amanitas cuando se desintegran. Eres un hombre afortunado. Sólo en una de cada cien mil amanitas hay un gnomo de la suerte. Formula un deseo y te lo concederé.
Han empezado a pasar los cinco nuevos minutos para decidir qué quiere. Sabe que si no le alcanzan le queda la posibilidad de pedir un nuevo gnomo igual a éste, pero eso no lo libra de la angustia. 

En Villar del Río, pueblo donde transcurre la película Bienvenido, Míster Marshall, de Luis García Berlanga, todos piden un deseo a los americanos. Transcribimos aquí el fragmento y reproducimos la lista de las cosas que pidieron algunos de los habitantes.

Todos tienen derecho a pedir una sola cosa. Y esto es tan difícil. Ustedes se imaginan. De todos los deseos, uno; de todas las cosas que se quieren o se necesitan, una. Sí, es muy difícil. ¿Cómo se puede saber lo que uno desea? De pronto uno descubre que necesita otra cosa, de que en vez del arado o el cabezal lo que le hace falta de verdad es un traje para bailar los domingos. Está uno trabajando la tierra durante veinte años y resulta que en el fondo lo que se quiere son unos prismáticos. Este es el momento de meditar sobre las peticiones. Ahora hay que soñar en tantas cosas que resulta difícil dormirse. Ahora ya están todos dormidos. Ahora es el momento para que todo lo que se ha sentido o deseado secretamente alguna vez salga de pronto.

Una pareja de mulas
Veinte sacos de abono para las patatas
Un reloj de pájaro
Un carro para enganchar la mula
Un clarinete
Una bicicleta de carreras (con timbre)
Un par de vacas lecheras
Una  mula
Un espejo grande
Una colcha bordada
Una máquina de coser
Chocolate
Un traje para bailar los domingos
Unos prismáticos
Unas pesas para hacer gimnasia
Un buen paraguas
Una nueva campana
Una trilladora
Unos mapas pedagógicos
Una motocicleta



Propuesta de escritura
Imagínate que eres un habitante de Villar del Río y como tal tienes derecho a pedirle algo a los americanos. Elige una de las cosas de la lista y cuenta -en forma de poema, cuento o microrrelato- el porqué de tu decisión.

Estos son los trabajos de algunos de los componentes del taller de escritura:


El paraguas de mis sueños

La tarde se hace gris.
El cielo se envuelve de recuerdos.
Gotas de hielo
bailan al ritmo de la vida.
Abro mi paraguas de cristal
que ilumina las miradas.
Blanco y azul navegan en su textura,
espejo de cielo barnizado de humedad.
Gota a gota se desliza
por la fría languidez de la tela.
Me acurruco en su interior
donde anidan mis sueños.
Envuelta en su escondite,
agoto la sed del pensamiento
para sentir mi piel
acariciada por su encanto.
El sol desliza sus rayos
sobre mi tez.
Cierro mi paraguas
con el deseo de vivir
nuevos sueños de lluvia junto a él.

Sofía Montero


Deseo una campana

-Para dar la vuelta y caer de pie
-Para que el badajo me diga cómo evitar el dolor de cabeza
-Para desear un burro al que ponérsela, y así desear una cuadra donde meterlo, y así desear una casa al lado, y desear que esta casa esté al lado de un camino, y desear que ese camino vaya ……
-Para regalarles las campanadas a los de Canal Sur.

Elena Vicente


Prismáticos

Con unos prismáticos se tiene la oportunidad de observar cosas que están lejos o muy lejos –lo normal en su uso- y cosas muy de cerca, propias de instrumentos que no penden de un cuello. Sólo hay que darles una vuelta y poner los ojos donde se deberían colocar correctamente para ver eso que deseamos a lo lejos, para meternos en un espacio estrecho y tubular donde el final limita el oxígeno y transfiere una nueva cosmovisión.
Con ese giro, la vista se adapta del más allá, lo inasible en muchos casos; como aquel cerro donde muere la nieve en primavera, al más acá, donde descubres que en la yema de tus dedos aparecen anillos que se cierran en círculos concéntricos hasta que desaparecen bajo tú piel.
Les subvertimos como a nuestra mente, pero con una limitación funcional, propia de artilugios aún imperfectos. Ya celebraríamos que semejantes aparatos pudieran reflejarnos las fechas donde sólo conmemorásemos las grandes efemérides, instantes de placer y felicidad consecutiva y sin final, como dicen los profetas de un reino que está por llegar; y que marcasen con destellos rojos las fechas donde saltar las miserias como hacen los rocines del National saltando las moles verdes de Ascot.
Si un gilipollas cualquiera, tal vez un americano nos atragantara a la cena que a la mañana siguiente se pondrían a la venta semejantes binoculares, con la salvedad de sólo un millón de unidades no cabría noche para que muchos afilasen sus cuchillos y los dejasen descansar sobre sus dientes, para salir a primera hora a matar a la madre si fuera preciso. Sólo, que al llegar algunos delante del escaparate llenos de sangre y con las vísceras sujetas al cinto, el americano les cerrase la puerta con un cartel bien visible donde dijese...
Españoles, no creáis en la Teletienda...

José Luis Moreno Gutiérrez


Ahorrad deseos

Podéis ahorrar mi deseo,
no logrará conformarme;
Regalos para qué quiero
si no me van a saciar.

Mil cosas ya he tenido
y ninguna me ha bastado,
sería tiempo perdido.
Si a pedir muchos ya sobran.

Yo sólo quiero unas brumas
donde mantenerme oculto.
Si acaso pase la luna
para acariciar mi rabia.

Miguel Ángel Pérez


A Través del espejo

Deseo un espejo grande. Es importante que sea grande, porque cada día estoy más gordo y más torpe. Quiero un espejo enorme con un marco labrado. Lo colocaré en algún lugar principal de la casa, aún no decidí si en el salón o el dormitorio. Y lo cruzaré. Atravesaré sin miedo el cristal para ver a qué mundo me lleva. Estoy cansado de este, me temo que cruzaré mucho esa puerta del reflejo.

Es probable que acabe que termine aburriéndome ese nuevo mundo como me ha ocurrido con éste. Entonces partiré el espejo. Habré de hacerlo con cuidado, como mucho en cuatro partes. Así tendré tres mundos más a los que ir; quizá cuatro, no está claro que el mundo original del espejo se mantenga en uno de sus pedazos. Es importante que no se parta en más trozos. No sólo serían demasiado pequeños como para acceder a sus mundos, además el espejo sería inútil para mirarse en él.

Miguel Ángel Pérez


Chocolate

Soy golosa, pediría kilos de chocolate, me haría como una fábrica de chocolate.
Para poder hacer miles de bizcochos, galletas de chocolate...
Engordaría, lo sé, luego, la endocrina me reñiría...
Un chocolate caliente en los meses de mucho frío, tomarlo en el salón de mi casa bajo la luz de la hoguera, con el libro favorito de las manos.
Chocolate para endulzar la vida y ponerle un poco de gusto a las recetas.
Chocolate, chocolate, chocolate...
Y esperarte antes de dar el último sorbo a mi taza caliente.

Iria Costa


Quiero una motocicleta
(con el depósito lleno de gasolina)

Para poder alejarme del pueblo y conocer otros lugares:
y fardar delante de las chicas.
y conocer el mar, que me han dicho tiene mucha agua y es salada.
y buscar algún trabajo en el que se gane mas dinero.
y cuando sea rico volver al pueblo a buscar a toda la familia y llevármela conmigo.
y.......

Luis Iglesias


Un clarinete

Pues no se. Yo quiero un instrumento para poder entrar en la banda de música del pueblo, pero no tengo ni idea de como tocarlo y ademas mi padre siempre me dijo que era algo duro de oido.
Quiero un clarinete, y desfilar al lado del alcalde, el médico y el cura del pueblo.
Me pondré el traje de los domingos; que solo lo uso en contadas ocasiones. Y me rasuraré muy bien la cara para que todos los del pueblo me vean elegante.
Un abrazo,

Carmen Alonso


Pues yo unos prismáticos

Ambrosio tenía los ojos cansados. Últimamente no dormía bien. Sólo él sabía el porqué. Cuando el hermano de la Lola le vio en el bar, sólo, callado, con el vaso vacío, la botella al lado, acodado en la barra, no pudo por menos que preguntarle.
-Ambrosio, ¿qué te pasa, hombre, te se ve cansao?
-Quiá… no me hables. No he pegao ojo en toa la noche. Ese puto deseo me come er seso.
-Pero hombre no será pa tanto.
-A las mujeres no se pué pedir ¿verdá? Yo… es que quiero a la María. La María... Ya sé que no es pa mí, pero la quiero... ya ves tú... si es que con tenerla cerca me vale... si hubiera algo... algo que me la acercara... que yo si pueo la rondo, pero es que ella... ¿que tendré? ... no me digas que na, que algo tie que ser, porque si no de qué, que la María en cuanto me ve llegar se va corriendo y entonces... entonces yo la pierdo y solo me quedo solo, solo con su recuerdo y er desvelo, er desvelo deste deseo... deste jodío deseo...
-Mujeres...
Se sirvieron un chato, y tras apurarlo de una vez, el hermano de la Lola, recordó, y tal como lo hizo, habló.
- Unos prismáticos.
-¿Qué has dicho?...
-Que pidas unos prismáticos… No, si además de bobo va a ser que estás sordo.
No hizo falta más
-Eso es... Unos prismáticos, unos prismáticos... ¡Fantástico! Me la acercarán. Podré verla desde mi cuarto. Casi tocala. ¿Sabes? Por la noche siempre veo la ventana de su cuarto iluminá… ese aparato me la acercará, me la acercará mucho… ¡cómo no lo habré pensao antes! Gracias Tito, ven que te voy a dar un beso.
-Aléjate, ni te se ocurra… ¡serás bujarrón! Lo que ties que hacer es ir a la casa del tío Rufino y pedirle la mano de la María.
-Pues sí, en eso pensaba… me sale el tío Rufino con la escopeta y no paro de correr hasta Villamepierdo. Me conformo con los prismáticos.
-Sí claro, primero la miras con los prismáticos y luego…
-Tito, a ver qué dices que te pierdes…
-No te enfades, hombre, que era una broma.
-No, si yo nunca me enfado. Enfadarse es de débiles. Me voy al ayuntamiento pa apuntarme.
Ambrosio apuró su último vino y salió deprisa hacia el ayuntamiento. Allí es donde estaba la cola para apuntarse a la lista de los deseos. Él iba a conseguir el suyo.

Vicente Martín


Ella y el otoño

Subió la pequeña loma de la colina y se paró un instante al llegar a la cima para recuperar el aliento. Su mirada recorrió el pueblo. Pequeño, marrón y ordenado. Ella señala su casa, junto al ayuntamiento y luego la de él, al otro lado de la plaza. Le sonríe con aquella expresión cristalina que le hacía estremecerse, mientras traza con el dedo la larga calle que lleva de la Plaza a la maciza y austera iglesia. Señala la pequeña casa que había junto a ella y siente cómo sus labios se acercan a su oído para susurrarle “la nuestra”, bajito y con amor, como si fuera un magnífico deseo que había que guardar en secreto. Sus ojos se empañaron.

Le dio la espalda y volvió su vista al mundo que se extendía al otro lado de las colinas que cercaban el pueblo. Había subido muchas veces hasta ese lugar durante aquel año. Ahora solo lo hacía para recordarla. Se había imaginado echando a andar, sin nada. Él, tierra bajo sus pies, cielo sobre su cabeza y el mundo- no el suyo, otro- paseando junto a él.

Andar lejos. Lejos de la lluvia que mojaba sus labios, igual que sus besos; lejos de la niebla que acariciaba su rostro, igual que su aliento; lejos del olor de los membrillos, igual que el olor de su piel; lejos de las hojas doradas del hayedo, igual que el dorado de su pelo; lejos de la luna brillando sobre la escarcha, igual que sobre su blanco pecho; lejos, en definitiva de aquel noviembre que sabía a ella. Pero había temido que la distancia que pudiera alcanzar, por sus propios medios, no fuera la suficiente como para que aquella dichosa estación dejara de oler a ella.

Sin embargo, hacía unos días que le habían dicho que podría pedir una cosa, lo que más deseara. Inmediatamente pensó en ella; pero estaba fuera del alcance humano y dudaba que ninguna entidad divina se la trajera de vuelta. Por eso, no había dudado a la hora de pedir una motocicleta, negra como su luto. El alcalde había sonreído y le había indicado al siguiente vecino que se acercara.

Volvió a mirar el pueblo, la iglesia, su cementerio. La sal le quemaba en los ojos y el amargor le corrompía el alma. Tendría que ir a despedirse de ella. En la segunda fila, el tercer nicho de la derecha. Lo llevaba grabado en el corazón a fuego. Después se marcharía y no pararía hasta que las hojas marchitas de aquel mes de escarchas dejaran de brillar como ella.

Él aún ignoraba que el otoño no tenía la culpa de sus recuerdos.

Leticia Vicente


Una biricleta de Carreras con tirimbre.

- Alcalde… Yo pido una biricleta con tirimbre para recortar mi distancia a los vecinos. Saldría a primera hora para no perder horas de luz. Primero atrocharía por el prao de “La Puri” para con el clareo del alba ver su ropa recién tendía poco antes de irse a ordeñar. La interior de encaje, la exterior de franela y los calzones de su marío a medio almidonar. Y para la iglesia con la imagen inventada de “La Puri” en paños menores bien metía en la sesera, no para purgar ni para expiar cuentas con “El Altísimo” sino para despertar al dormilón del cura con mi timbre recién engrasao. Clin clin clin, clin clin clin…
- Ay qué feliz sería, Alcalde. Viendo reflejao en el pilón del pueblo mi cara de velocidad bajando por la Calle Ancha y esquivando la fuente en el último momento con un derrape delante del boticario. Cómo me agrada enfadarlo, y que mueva lo estirao de su bigote antes de abrir la fermacia.
- Y al “Tío Chulipa”, el pregonero. Mientras se limpia las lagañas, le robaría la trompetilla al descuido. Le imitaría dando un Bando en nombre vuestro, del propio Alcalde, sólo que diría una mentirijilla y que todos los vecinos se acerquen al Ayuntamiento a buscar ya no sólo un deseo sino unos buenos cuartos a repartir entre todos puesto que Hacienda se habría equivocado y el menistro habría decidido repartir el sobrante justo que era de todos. Ahora paz y después Gloria (y si puede ser… mejor la del “Un Dos Tres…” que la de Villaescusa es mu buena panadera pero ya no está pa muchos trotes. Ya sé que sólo se puede pedir un deseo Alcalde… pero por si las moscas.)
- Mi biricleta vendría a ser verde como el campo y azul como el cielo, para pasar inadvertida entre las mulas pardas y las vacas lecheras de color tirolés. Ya me veo como los ceclistas con gorra de visera para arriba y pantalón corto con cara de sufremiento (más por el frío y andar sin perneras) que no porque suba las cuestas y me pare arriba a tomar un caldo como hizo Bahamontes en el “Tuor de Francia”. Y sé que se escribe así porque tengo una prima en la capital que le plancha las camisas a Matías Prats el de la arradio y me ha dicho que soy un inorante y que no es “Tur” sino “Tour” de Francia.
- Desde que tengo uso de razón siembro y recojo patatas, y me encantan los mesmos paisajes que veo desde el tractor con la luz y los pájaros de fondo. Pero mi John Deere, que también es americano con su ciervo verde, traga mucho y no tengo yo jornal para darle más gasoil. Mientras que mi biricleta de motor de garbanzos llega hasta donde me den las piernas y como sólo tengo cuarenta primaveras aún tengo corvejones para llegar por lo menos hasta el mar que no sé por dónde cae pero al que pienso meter un poco las ruedas haciendo sonar mi timbre clin, clin, clin. Clin clin clin.
- Ay Madre, ojalá no te llevara la pidemia de Gripe que hubo y pudieras ver a tu zagal con una buena moza que conoceré en mis viajes en biricleta. Allá por el mes de octubre que no hay que hacer ná con las patatas y podré ir aquí a Turcia a ver esas muchachas a las que sorprenderé con mis historias de viajes en biricleta y con el sonido del tirimbre clin, clin, clin. Clin, clin, clin.

Chema García


Unas pesas para hacer gimnasia

Esta historia me la cuenta mi abuelo infinidad de veces. Solo tengo que hacer una pequeña mención sobre ella y me dice:
-¡Cuando yo tenía tu edad….! – y ya no hay quien le pare. – Si la memoria no me falla, lo que te cuento sucedió a principios de los 60.
La vida en mi pueblo era humilde. Los paisanos no hacían otra cosa que trabajar la tierra y cuidar el ganado los siete días de la semana, menos el Domingo por la tarde que se iba a misa. Parecía que el tiempo se había quedado estancado. La vida transcurría sumida en una profunda tranquilidad, hasta que un día de finales de Septiembre llego al pueblo un circo de americanos.
-¡Abuelo! ¿Estás seguro que eran americanos?
-¡Si, si! Porque pronunciaban muy mal la erre….Y no me interrumpas más…Y como te iba diciendo….Los artistas del circo debían de sentirse en mi pueblo como en su casa, porque se quedaron una larga temporada. De todos los números, el que más me gustaba era el hombre forzudo. Me apasionaban todos los artilugios que usaba para demostrar su fuerza: barras de hierro que doblaba como trozos de mantequilla, pesas de todos los pesos, cuerdas adaptadas para mover carros con los dientes…En cuanto tenía tiempo libre, daba vueltas y vueltas entre las camionetas y la carpa del circo. Pronto, me hice amigo del hombre forzudo, el cual estaba complacido conmigo porque le enseñe el pueblo en su estado puro y natural.
La estancia del circo llego a su fin. Las camionetas se disponían a marchar del pueblo y me despedí del hombre forzudo que me dijo:
-De todos los instrumentos que tengo, pídeme uno, que te le regalo.
-Y le pedí unas pesas para hacer gimnasia. Pesaban mucho. Le dije que me las dejara en la panera, entre costales de trigo. Yo las miraba, daba vueltas alrededor de ellas, intentaba levantarlas… pero no podía.
Mi padre, me mando ir a cuidar las cabras y mientras lo hacía, no dejaba de pensar que haría con las pesas de hacer gimnasia. Estas pesas no eran ni más ni menos que una barra de acero, cuyos extremos terminaban en un disco de hierro puro… ¡Dios mío y como pesaban! Entonces tuve una idea…En lo que me hacia mayor y podía con ellas, se las alquilaría a los mozos para que se hiciesen forzudos. Podrían hacerlo en la panera, los Domingos después de misa. Les cobraría dos reales por dos horas. Ahorraría y pronto tendría para compra otras pesas .A buen ritmo, no tardaría en construir en la panera un gimnasio y ganaría muchos reales. ¡Ah! Y cuando fuese mayor….
-¡Practicarías halterofilia!
-¡Que no hijo, que no! ¡Te he dicho montones de veces que cuando fuese mayor seria forzudo! Y no me pares mas que ya falta poco para que termine la historia. Como te iba diciendo…Con las ideas claras de lo que iba a hacer, después de cerrar las cabras en la majá, fui corriendo a la panera para poner en marcha mi plan…pero al llegar, ¡cuál fue mi sorpresa! Las pesas de hacer gimnasia habían desaparecido. Pregunte a la única persona que podía saber algo…¡mi padre! Y fue muy rotundo conmigo diciéndome:
- ¡Ah! ¿Esa cosa que tenías guardada en la panera? La desmonte. La barra de acero la utilizare en las tierras para hacer palanca sobre los pedruscos que me estorben según aro y los sacare a las lindes. Los hierros redondos de las puntas de la barra, los he fundido y he hecho rejas para el arao de las mulas.
-¡Fundidos! Le grite a mi padre, dándome cuenta de que lo que había pensado hacer con las pesas de gimnasia era lo más parecido al cuento de la lechera.
Y si quiero ver a mi abuelo enfurruscado conmigo solo tengo que decirle:
- ¡Abuelo! Pues…Cuéntame ahora el cuento de la lechera.

Nicolás Hernández


El deseo de Fermín

Yo deseo unos mapas pedagógicos para señalar con el dedo uno a uno todos los países. ¡Ay Venezuela! dónde se fue mi tío y no ha vuelto. Ver los ríos correr, y eso, y las montañas más altas y más bajas. Verlas todas toditas. Aprender nombres de lugares dónde viven otras gentes y animales y también personas que conducen coches grandes como en Norteamérica y van muy estirados y hablan en inglés, y así.
Ver el mar Mediterráneo. ¡Uy si lo pudiera ver de verdad! con las olas de tres metros y al fondo lleno llenito de barcos enormes con gente que se marcha a otros mundos y dicen adiós con la mano y los de vela pequeños. Lo he visto en un cuadro y es así, con mucha gente que se baña en las aguas del Mediterráneo.
Y ver la China tan grande llena de chinos amarillos con los ojos hacia atrás como los de las huchas de las Misiones y otros negritos con el pelo de caracola por que cogen muchas para escuchar el mar y llamarse entre ellos como si fuera el cuerno de los pregones. También a los esquimales que viven entre alpacas de hielo bien acurrucaícos sin pasar ni gota de frío por que deshacen las focas y beben el aceite hasta que no les queda más que el pellejo para hacer albarcas.
Hay más agua que tierra aunque lo que más hay, de todo, es cielo que es el universo pero las estrellas no vienen en los mapas o ¿a lo mejor sí? ¡Ay madre mía, un mapa de estrellas! ¡Eso es lo más grande!
No deseo los de política por que cada uno coge lo que quiere y hoy está así y mañana asao pero los de montañas y ríos sí, esos son los que más me encantan.
Hay un río de la vida que es más ancho que el pueblo enterito con tortugas de doscientos años o más y peces de colores que darían para medio pueblo cada uno y montañas que echan fuego por la boca y por los ojos y montañas como si fueran la tapadera del mundo y rascacielos de luces y mares en calma helados hacia abajo y millones, que digo, billones de islas del tesoro y también hay un imán en el centro que hace girar y países con sol y lluvia muy fuerte a la vez que arrastra todo, hasta las casas, con los relámpagos de noche y...

Antonia Oliva


El reloj de cuco

Seguro que en el pueblo se ríen de mí.
Un reloj de pájaro no es deseo para un hombre. Menos para un hombre que es padre, padre y pobre. El pan, la ropa, el cobijo... Eso si. Eso son afanes responsables. Pero ¿qué es todo cuando el corazón esta seco? Bozales.
Yo no quiero que mis pequeños, si sobreviven, callen. No quiero que su existencia se aje entre lodazales donde la vida no se comparte, barros viejos donde la azada tropieza con el llanto de una tierra que se entrega, y cuando se abre, deja al aire un ejército de cobardes valientes o valientes cobardes. No quiero un cabezal que me arrastre y les arrastre a un deambular sordo como el del alcalde. No quiero que se traben con unos zapatos nuevos y que sus pies caminen siempre firmes. No quiero que sus pasos olviden que ellos son su propio baile. No quiero que el miedo les calce. No quiero que por comer se vistan de faralaes. Ni que envuelvan su viaje con oscuros vestidos talares, ni que se afanen en rutinarios ritos donde consagrar obleas, estandartes siempre letales. No quiero que se sometan, que digan sé sino saben. Ni que la botica les regale parches, remedios a una ceguera que abandera nuevos combates. No quiero que mis pequeños, si sobreviven, siendo hermanos, se maten.
Por eso quiero un reloj . Un reloj que cante las horas, no un verdugo que las marque.
Lo colocaré en la cocina, allí donde todo se fragua, allí donde todo nace.
Ha de ser un reloj de madera, de una madera especial, de una madera que no se inflame con las arengas de dos o cuatro patanes que alimentan diferencias entre árboles iguales. Una madera que si se astilla rebrota sin que el dolor la horade, una madera sin termitas: sin ansias de dichas, sin salmos de pesares. Una madera serena. Una madera que no se ancle: siempre fuerte, siempre grácil. Una madera suave que con delicadeza se talle. Una madera ligera que desnude su estructura para dibujar un nido, una casa pequeñita donde reside un ave. Tendrá una puerta muy grande, para que cuando el cuco se asome, y regale su canción al aire, no quede rincón alguno en el pueblo y en mi sangre que desoiga su trino alegre, su gorjeo imperturbable.
Quiero un reloj de pájaro, un nido fresco donde reside un ave. Un cuclillo libre que sabe, y que porque sabe, cuando el día es fresco gorjea, y cuando la noche se cierra también lo hace, y es su melodía un pan que con sencillez se comparte, y una azada que cuando la tierra se entrega y generosa se abre, la viste de surcos fértiles donde las semillas maduran con el ritmo de un baile, una danza desnuda donde germinan infinitos compases, y un cabezal que me arrastre y les arrastre a cobijarse en las alas de un minúsculo instante.
Seguro que en el pueblo se ríen de mí.
Un reloj de pájaro no es deseo para un hombre. Menos para un hombre que es padre, padre y pobre. Pero desde que lo pedí en la plaza, tengo la cara encendida y la mirada más clara y siento en el pecho un calor, un calor inexplicable, una calidez suave, como cuando siendo crío, fuera día o fuera noche, tuviera o no tuviera hambre, me tumbaba en el tejado y soñaba que era un ave.

Ana Isabel Fariña


Piano de cola mágico

Estoy ante un piano de cola, grande, antiguo, con sonido potente y limpio. Mis dedos se deslizan sobre él sin que yo piense en las notas que tengo que tocar, solo en la pieza que deseo interpretar.
Es una maravilla! Mis manos se mueven a toda velocidad, oigo la melodía, los acordes, el piano suena como si lo tocara un gran concertista! Pero soy yo, sin hacer ningún esfuerzo.
Ahora estoy en el salón de mi casa, y de repente, no sé cómo, he llegado a una gran sala de conciertos, abarrotada de público.
Termino de interpretar el lago de cómo y llueven los aplausos.
Suena el despertador.

Teresa Sanz


Un traje para bailar los domingos

Ocupaba cada domingo la tercera silla a la derecha en el salón social. Los pies juntitos embutidos en unos zapatos acartonados por los pasos perdidos en las calles del pueblo, las manos inquietas sobre las piernas en un acto inconsciente de acopio de bolitas que le iba robando a la vieja falda, la espalda erguida, el rostro tenso, la sonrisa recién planchada.

Patro celebraba cada domingo el mismo ritual mientras sus ojos saltaban entre los pies de los bailarines y dejaba que las notas del orquestín se perdieran bobaliconas en la cintura de Marisa. Siempre tenía suerte, los muchachos se la rifaban; pero claro, con ese cuerpo de abrazo y esas caderas, según ellos, de miel…

Patro, sin embargo, no tenía gracia, aguardaba sentadita a la espera de un milagro mientras en la máquina de Hortensia se cosería el traje que encargaría para el baile de los domingos. El revuelo de la inminente llegada de los americanos había despertado en ella los anhelos que solo desvelaba a la cama. Por la noche hasta conciliar el sueño acariciaba sus brazos, mientras jugaba a soñar que unas manos masculinas rozaban vergonzosas su cintura tratando de adivinar el fuego y la hechura de esa hembra tan callada.

El pueblo se movía esos días como el hormiguero en la antesala del invierno. La noticia que pocos días antes había llegado con los portavoces del delegado del gobierno los tenía en una actividad desasosegada, pero alegre. ¡Los americanos! ¡Venían los americanos! Villar del Río tendría el honor de recibir tan insigne visita. El despliegue de preparativos sin tino corría a la vez que en la escuela recitaban las fronteras de tan tamaño pueblo, sumaban porcentajes de producción y crecían los absurdos de esos extravagantes y riquísimos nativos a los que llamaban “yanquis”. Su poder era tal que las cabezas de los paisanos comenzaron a llenarse de fantasías estrafalarias, y así nació la idea de los deseos. Cada vecino podría solicitar un deseo que los americanos prestos concederían una vez llegaran al pueblo y vieran las bondades de sus gentes. Los americanos podían darlo todo. Alcalde, maestra, cura y boticario se encargaron de dar forma al acto y el martes por la mañana alzaron la veda de peticiones.

Un deseo. Un solo deseo. No había ninguna duda, Patro sabía lo que necesitaba. Así que cuando tuvo que aguardar su turno en la larga fila, amarró bien su deseo y lo fue diseñando con la cadencia que los deseos de los demás desfilaban ante la comitiva: un traje para bailar los domingos.

Un traje nuevo y su apresto, la tiesura moderando los primeros movimientos al andar, la arruga todavía no producida, el olor a entretela y a dedal aún en el tejido…Un traje para los domingos, para ver si el Marciano por fin la sacaba a bailar, para desdoblar la pinza de la cintura en la aspereza de las manos de Paco, para perder el segundo botón en el tres del pasodoble y olé. Un traje nuevo para bailar los domingos mientras la tarde se consume entre las bolitas y las pelusas abandonadas al borde de la tercera silla según se entra a la derecha.

Unos puestos más atrás, el Dionisio rumiaba su anhelo sin lograr ordenar los pensamientos: necesitaba un par de mulas, quizá la motocicleta…no, un… arado, o… el cabezal. Cuando llegó el momento de pronunciarse apenas un balbuceo salió de su boca y ante la insistencia crispada del alcalde que exigía una sola petición y rápida, Dionisio sacó valor y puso sobre la mesa su deseo: un traje pa bailar los domingos.

Por fin, un día de sol inmaculado los americanos llegaron, pero no se detuvieron. Pasaron fugaces sin reparar en los habitantes del pueblo, ni en las calles engalanadas; indiferentes en sus descapotables levantando una polvareda que cegó los anhelos y los sueños, el traje para bailar los domingos, las manos en la cintura, los visos de una felicidad. Ninguno imaginó la posibilidad de que el deseo quedara mudo en un simple patrón con las puntadas solo señaladas.

Tras el fragor de esos días, regresaron a la mudez de las calles, a los mulos con el cabezal viejo y al polvo del cerro, a las caminatas sin motocicleta, a la campana desafinada de la iglesia, al rosario sin coro, al correo sin remitente desconocido, a los domingos con baile y sin pareja.

Los domingos. Y el traje.

Dos semanas después de la decepcionante e infructuosa visita de los americanos, Patro ocupó como cada domingo la tercera silla según se entra a la derecha del salón social, alisó su falda como si de una tela recién estrenada se tratara, acomodó su postura y extendió la sonrisa planchada más blanca que nunca, con un gesto coqueto pasó la mano por el cabello que esa tarde había decidido recoger en un gracioso moñete y se dispuso al ritual de amasar bolitas entre los dedos dejándolas resbalar entre las yemas; los bailarines dejaban a sus pies las pisadas rítmicas del chachachá. Crecía el ánimo a medida que las parejas cambiaban los pasos, los tropiezos se interpretaban con una comicidad casi infantil. En la esquina de siempre el Dionisio apuraba la limonada y musitaba en sordina un ¡malditaseasuestampa! al tiempo que la rabia le hacía mella en el pantalón de pana y la impotencia le impedía hacer lo que las manos le rogaban. ¡Me cagüen to!, si los americanos hubieran cumplido… pero los mechones que la Patro se había dejado sobre las orejas y la gracia del moño, y los dedos finos entreteniendo el vacío, y … ¡malditaseamiestampa!

Dionisio no pudo controlar las manos, dejó la limonada en el suelo y fue extendiéndolas hacia la silla de Patro que apenas tuvo tiempo de colocar las últimas pelusillas al borde de la silla. Con las manos rudas en la cintura y el calor de los cuerpos aproximándose en los compases del baile, Patro sintió una sensación de descosido en la pinza de la falda y hasta le pareció que no era tan torpe.

Casi al mismo ritmo de la orquesta los vasos de la barra se entrechocaban componiendo la banda sonora de la tarde de domingo y unas pelusillas de color verdeazulado se iban colando en los pisotones que el Dionisio trataba de ocultar en el chunda chunda del pasodoble.

Pilar Luengo


Una máquina para coser sueños

A veces, en medio de la noche, cuando creo que todos duermen y los sueños se despiertan, recupero mi vieja máquina de coser sueños …

En el umbral de la mañana oí tu voz en el momento de entrar en él.
Un susurro cálido atravesó el patio de los geranios que rezumaban su perfume
aquel primer día de abril: Gitanillas y pelargonios adornaban la ventana en cuyo interior desperté.
Tus manos transportaban el más frágil amanecer
rompiéndose en mil pedazos al instante en que salía el sol,
regalándome rayos dorados,
cálidos guiños que ruborizaron mis aún adormecidas mejillas,
ofreciéndome tus silencios envueltos en
la blanca tela de los sueños.

Y comencé a coser la primavera dentro de tu mirada
con mi vieja máquina de coser sueños,
pétalos de margaritas bordados en tus cejas con hilos de color blanco y amarillo.
Y en tu boca, labios de color verde pradera
donde únicamente encuentro los besos con sabor a campo.
Doble pespunte une
tus sueños a los míos, mientras recorremos el camino que nos lleva al límite:
El acantilado. El lugar donde nuestro viaje se termina,
donde nos sentamos a observar la inmensidad de lo imposible
mientras deseo coser el horizonte, cielo y mar, para convertirlo en la sábana de mis sueños.

Tina Martín Mora


Queridos Reyes Magos:

Acaba de empezar un nuevo año y el pasado he sido muy, muy buena (de verdad; os lo juro). Por eso, creo que me merezco que no me defraudéis con lo que quiero pedir este año.
Llevo tiempo deseando esta cosita, pero, entre que no me porto del todo bien y siempre he tenido otras cosas más necesarias que pedir, nunca os lo he puesto en la carta de rigor.
Sin embargo, este año no voy a pensar en nada ni en nadie más que en mí. Éste, el 2015, será única y exclusivamente para una servidora; o no, ya veremos.
Pues ahí va; deseo, deseo, deseo, deseo…. Unos prismáticos panorámicos ¡Cómo que “para qué”! Quitad esa cara de póquer que os lo explico.
Pues…, para ver el mundo desde otra perspectiva.

- para ver las cosas alegres cuando estoy triste y viceversa.
- para darme cuenta de que la gente es rica cuando, en realidad, es pobre y a la inversa.
- para observarme hablando cuando no me decido a abrir la boca y, contrariamente, callar cuando digo más cosas de las debidas.
- para contemplar a las personas que están lejos y al revés; alejarme de las que están cerca.
- para admirar la luna y las estrellas cuando el sol está fuera y al contrario.
- y, por último, pero no menos importante, para curiosear cautelosamente en la vida de los demás y decidirme a contar sus historias y que, al mismo tiempo, ellos me elijan a mí para contarlas.

Toñi Martín del Rey

12 comentarios:

  1. Aprovecho este foro que al perecer leéis más de los que escribir para pedir disculpas por llegar tan tarde. Lo odio, pero el viaje, el infernal tráfico de Salamanca, el sueño... si encima he de hacer algún recado ya llego a horas indecentes. Yo intento cada semana llegar a la hora, por respeto. Aunque no lo consiga.
    Y dicho esto al lío.

    SOFÍA:
    Hermoso poema. Lo único que a mi me dejas con el sabor de que ya tienes ese paraguas, no de que lo desees.

    ELENA:
    Me gusta mucho como vas haciendo crecer ese deseo. Lo del burro, eso sí, no sé si no será maltrato animal ¿no te vale un cencerrito o un cascabel?. Y a mi tráeme una uvas como las de Canal Sur, que al menos tendrán algo que contar, las del resto son todos los años iguales.

    JOSÉ LUIS:
    Veo como un giro temático a mitad del texto. A mi personalmente me gusta más la primera parte, pero lo digo convencido de que a varios compañeros de taller seguro que le gusta más la segunda. Me gusta como lo llevaste y por supuesto, no podías elegir otro deseo.

    Salud.

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  2. y 2.
    IRIA:
    Una buena idea que creo que necesita más trabajo, que puedes sacarle más. Lo de más contenido la última frase. y ¿"libro de las manos"? mejor en ¿no?

    LUIS:
    Me gusta ese final que da a entender que se eterniza lo que haría con ella, lo cual refuerza la idea de deseo. Y me gusta el subtítulo, aporta.

    CARMEN ALONSO:
    Creo que aprovechas muy bien el clarinete para hablarnos realmente del postureo.

    VICENTE:
    Tiene mérito como te trabajas un lenguaje "de pueblo" para una conversación cargada de razones. Y llega.

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  3. Sofía:
    No está nada mal,“un paraguas de cristal que ilumina las miradas”.
    “Envuelta en su escondite,
    agoto la sed del pensamiento
    para sentir mi piel
    acariciada por su encanto.”
    Entrañable tu paraguas. Muy bien.

    Elena:
    Muy versátil la campana de tus deseos. No creo que los americanos gasten de esas campanas. Me da que sus campanas tienen los badajos muy grandes y no precisamente dicen cómo evitar los dolores de cabeza, más bien los provocan… je…je. Me gusta tu texto, breve, irónico. Gracias Elena por dejar disfrutar de tu texto.

    José Luis:
    “Con ese giro, la vista se adapta del más allá, lo inasible en muchos casos (como aquel cerro donde muere la nieve en primavera) al más acá, donde descubres que en la yema de tus dedos aparecen anillos que se cierran en círculos concéntricos hasta que desaparecen bajo tu piel.”
    Me parece precioso, José Luis. Perfecto, gracias.

    Miguel Angel:
    Si tú no te quieres, no esperes que te quieran los demás. Desea, desea, desea el mundo entero y déjate atrapar por su magia no por su rabia. Disfruta de lo que tienes y de lo que deseas, y sé tú mismo (lo decían los filósofos griegos que sabían mucho…)
    Muy bien tus trabajos Miguel Angel, pero se nota cierto pesimismo vital… ¡no jodas, tío!
    Esta vida es “pura VIDA”, solo tienes que pararte a contemplar un simple “pajarillo”… ¡hay magia, auténtica y pura magia! No desperdicies los pequeños placeres que regala la vida. Gracias Miguel Ángel por tus comentarios y trabajos. ¡Quiérete, ¡joder!!

    Iria:
    Qué rico el chocolate. También me encanta el chocolate. Tu texto me ha dejado un sabor dulce, yo diría que de chocolate con leche en una tarde de invierno cuando el sol perezoso y sin fuerza se despide de la fría tarde. Bien, Iria.

    Luis:
    Siempre tan pisando la tierra dura y fría, pero sensible a sus huellas. Muy bien Luis.

    Carmen Alonso:
    Y quiere un clarinete, pero qué majete. Y no sabe tocarlo. Solo lo quiere para figurar. Bien, los deseos son los deseos. Pues nada, clarinete para ese paisano tan majete. Deseo concedido. Muy bien Carmen.

    Leticia:
    Precioso texto para estrenarse en el taller. Tierno, dulce, nostálgico, triste… pero bello, muy bello. Enhorabuena Leticia. Muchas gracias por compartir tu texto. Bienvenida.
    “Andar lejos. Lejos de la lluvia que mojaba sus labios, igual que sus besos; lejos de la niebla que acariciaba su rostro, igual que su aliento; lejos del olor de los membrillos, igual que el olor de su piel; lejos de las hojas doradas del hayedo, igual que el dorado de su pelo; lejos de la luna brillando sobre la escarcha, igual que sobre su blanco pecho; lejos, en definitiva de aquel noviembre que sabía a ella.”
    ¡Delicioso!

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    1. Tiene que haber momento para todo Vicente, en la escritura y en la vida. Son los dos primeros que salieron, algunos han salido más humorísticos, más positivos...
      Gracias.

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    2. Vicente M. Martín19 de enero de 2015, 14:20

      Tas confundio el que comenta es Venttini.

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  4. Magníficos todos los trabajos, ( me encanta leerlos y releerlos ), pero quiero animar a Elena por su vuelta, y a Leticia que me ha sorprendido gratamente, espero muchos mas .......

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  5. Chema:
    Simpática tu biricleta clin clin clin. Desenfadado, entrañable tu texto. Magnífico Chema.
    “Mientras que mi biricleta de motor de garbanzos llega hasta donde me den las piernas y como sólo tengo cuarenta primaveras aún tengo corvejones para llegar por lo menos hasta el mar que no sé por dónde cae pero al que pienso meter un poco las ruedas haciendo sonar mi timbre clin, clin, clin. Clin clin clin.”

    Nicolás:
    Progresa usted adecuadamente. Me gusta tu historia, también simpática como la de Chema y desenfadada. Bien llevada y bien narrada. Enhorabuena Nico.

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  6. Antonia:
    Pero qué sencillo y bonito es explicar el mundo. Me gusta.
    “Hay un río de la vida que es más ancho que el pueblo enterito con tortugas de doscientos años o más y peces de colores que darían para medio pueblo cada uno y montañas que echan fuego por la boca y por los ojos y montañas como si fueran la tapadera del mundo y rascacielos de luces y mares en calma helados hacia abajo y millones, que digo, billones de islas del tesoro y también hay un imán en el centro que hace girar y países con sol y lluvia muy fuerte a la vez que arrastra todo, hasta las casas, con los relámpagos de noche y...”
    Encantador, Antonia.

    Ana:
    Qué tierno y dulce dices las cosas… Soy tu fan, lo sabes… si es que no tengo más remedio.
    “Quiero un reloj de pájaro, un nido fresco donde reside un ave. Un cuclillo libre que sabe, y que porque sabe, cuando el día es fresco gorjea, y cuando la noche se cierra también lo hace, y es su melodía un pan que con sencillez se comparte, y una azada que cuando la tierra se entrega y generosa se abre, la viste de surcos fértiles donde las semillas maduran con el ritmo de un baile, una danza desnuda donde germinan infinitos compases, y un cabezal que me arrastre y les arrastre a cobijarse en las alas de un minúsculo instante.”
    Tiene ritmo y una frescura poética que hace rendirse a las palabras. Extraordinaria Ana.

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  7. Teresa:
    “No dejes nunca de soñar porque en sueños es libre el hombre”… decía nuestro amigo Whitman. Pues eso… Bonito tu sueño Teresa. Muy bien y gracias.

    Pilar:
    ¡Vaya regalito nos has dejado! Tan bonito como el contar estos días con tu presencia. Cualquier cosa que pudiera decir de tu texto me quedaría corto… valga un magnífico. Se nota que has puesto todo el cariño para dejarnos un buen recuerdo de una excelente profesional de la palabra… Gracias, muchas gracias. ¡Que te vaya bonito, amiga!

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  8. Tina:
    "Doble pespunte une
    tus sueños a los míos, mientras recorremos el camino que nos lleva al límite:
    El acantilado. El lugar donde nuestro viaje se termina,
    donde nos sentamos a observar la inmensidad de lo imposible
    mientras deseo coser el horizonte, cielo y mar, para convertirlo en la sábana de mis sueños."
    Maravillosa tu máquina de coser sueños...
    Mucha ternura Tina.
    Maravillosa. Gracias.

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  9. LETICIA:
    Un texto potente, conmovedor. Y con un cierre redondo.

    CHEMA:
    Un texto muy simpático y que despierta la sensibilidad por el personaje.

    NICOLAS:
    Ciertamente si es a su modo un cuento de la lechera. Cada día se te ve más suelto con las letras.

    ANTONIA:
    Me ha sorprendido verte un texto tan largo. Tiene algunas imágenes preciosas.

    ANA ISABEL:
    Gran deseo, precioso texto en forma y fondo. Se te ha colado un "sino" que va separado, para que lo corrijas en la versión guardada de tu texto.

    TERESA:
    La realidad son los sueños, sin duda.

    PILAR:
    Un texto delicioso. Ahora que no nos oye nadie, no sabes cuánta empatía me despierta tu Patro y cómo la entiendo.

    TINA:
    Las dos primeras líneas me enamoran.

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  10. Tina:
    "Y en tu boca, labios de color verde pradera
    donde únicamente encuentro los besos con sabor a campo"
    ¿... a mestranzo quizás?
    Muy bonito, me gusta.

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