Yo soy la novela. Yo soy mis historias

La sesión del día 26 de enero la dedicamos a la novela. El título del taller “Yo soy la novela. Yo soy mis historias” lo tomamos de una frase de Fran Kafka. Ese era, de algún modo, el propósito fundamental de la sesión, saber si estamos hechos de las novelas que leemos o escribimos, si la ficción o la realidad que toman cuerpo en las páginas de un libro también forman parte de nuestra vida, de nuestra memoria, de nuestro tránsito por la realidad o la fantasía.
Cada participante llevó de la mano su novela de cabecera. Y hasta elegimos un fragmento representativo de cada una de ellas para compartirlo con los demás. Pero antes de presentar al resto del grupo nuestras lecturas analizamos y discutimos un interesante artículo de Vargas Llosa titulado "La muerte de la novela".


En dicho texto el escritor peruano reflexiona sobre un artículo de Eduardo Mendoza en el que certifica la muerte de la novela. Pero no se refiere a la novela fácil, la de "tumbona" o novela "light" sino a la novela de "sofá", esas grandes novelas que no solo entretienen sino que ponen a prueba nuestra capacidad de diálogo e interpretación, las que nos permiten conocer el mundo y conocernos a nosotros mismos, las que nos dejan un sabor intenso tras su lectura, las que exigen de un lector fiel y preparado.
Vargas Llosa no es tan pesimista como Eduardo Mendoza, aunque sí coincide con él en el análisis del estado actual de la novela. El escritor del futuro, según Llosa, se enfrenta a nuevos retos si lo que quiere es firmar una novela de "sofá".

Rayuela (Julio Cortázar), El planeta de los simios (Pierre Boulle), El lobo estepario (Hermann Hesse), Crimen y castigo (Fiódor Dostoievski), La sombra del viento (Carlos Ruiz Zafón), No mires debajo de la cama (Juan José Millás), San Manuel, bueno mártir (Miguel de Unamuno), El Principito (Antoine de Saint Exupéry), Oliver Twist (Charles Dickens) o Los viajes de Gulliver (Jonathan Swift) fueron algunas de las novelas seleccionadas por los participantes en el taller.

Propuesta de escritura:
Piensa en la novela que has elegido y trata de escribir un microrrelato o un poema que contenga su esencia o que resuma su argumento. Otra posibilidad es colarse dentro de la historia, como un personaje más, y plantear el trabajo de escritura desde ahí, tomando partido en el desarrollo de los acontecimientos.
También puedes escribir sobre alguno de los protagonistas o dialogar con ellos. Lo importante es que, al leer el texto, se reconozca la novela.

Estos son los trabajos enviados por alguno de los componentes del taller:


El trágico existir 

Sentimiento y razón
dialogan en su encuentro.
Mi corazón despierta
para soñar ideas.
Envuelta en la lucha
de mi mente y mi sentir,
el sí y el no
se anteponen en mi vida,
oscura tragedia
de la existencia del ser
que siente y piensa lo contrario
de una misma realidad.

Sofía Montero

(Texto inspirado en la novela "Del sentimiento trágico de la vida" de Miguel de Unamuno)


De viaje con Gulliver

En muchas ocasiones las cosas no son lo que parecen. Claro que no lo son…
Estoy en Lilliput. Las letras me trajeron. Mido quince centímetros. La arena es extremadamente fina. La playa inmensamente grande. Espero que llegue el sr. Lemuel Gulliver. Es un gigante descomunal (1,75 metros, ¡diosmío! Todo un rascacielos). Pronto estará aquí. Me lo ha dicho Jonathan Swift. Lo traerá un naufragio. Las olas lo lanzarán a la orilla. Perderá el sentido. Los liliputienses y yo le ataremos. Me meteré en su bolsillo, quiero vivir su aventura desde dentro. Conocer la intención de su viaje, conocer su verdadero argumento.
¿No me creéis? Os creo. Yo tampoco lo creería hace un momento. Es mentira os diría sin fruncir el entrecejo. Esa mentira no tiene fundamento, aunque si me pongo a pensar, lo lógico sería creerlo.
¿Qué es la mentira? Vivimos en el engaño con la naturalidad del hombre que se toma un café capuchino en la plaza de San Marcos de Venecia. Caliente, frio, templado, no son suposiciones, son temperaturas. Verdades que nos han enseñado, que hemos aceptado. Las mil historias que nos cuentan ¿qué es eso? Una confusión sin fin que sin dudar acepta el ser humano, una decadencia imposible de imaginar en el cuento más estrafalario. Pero no son suposiciones, son realidades. El aparato del televisor las narra, y con el café en la mano, se ingieren. Habría que vomitarlas, pero el humano es un acorazado. Esa realidad nos mece en la “tontuna” más profunda… estamos tontos, nos educan para ser tontos, para creer en los reyes magos que ni son magos ni reyes. Nos atamos a la fantasía que dicen veraz, nos encadenamos a los sueños que llaman noticias, dejamos que la ilusión de otros nos columpie… ¡somos tontos, tremendamente tontos!
¡Eh, tengo un wasap! Es Swift, desde el otro lado. Hay cambio de planes. Me pide que vaya a Brobdingnac. Creceré hasta los 15 metros (no sé si mis delicadas neuronas resistirán tanto ajetreo) ¡qué tontería más grande, como un hombre puede tener 15 metros!
Paso de un extremo a otro con toda facilidad, como si nada. Me sumerjo en una fantasmagoría sin extremos, puedo creerme rematadamente chiflado. No importa. Voy a ir al palacio de Brobdingnac, el rey está hablando con Gildrinch (Gulliver) le dirá lo que piensa de sus colegas no me lo quiero perder (seguro que no tiene desperdicio)… “No puedo por menos que colegir que el grueso de vuestros compatriotas es la raza de bichillos detestables más perniciosa que la naturaleza haya nunca permitido que se arrastre por la faz de la tierra”
Ahora me lo explico todo, Swift vivió de 1667 a 1745… ¿Qué pensaría si viviera actualmente? Claro que de aquellos polvos vienen estos lodos… ¿Qué hacemos nosotros? Lo digo… Mirarnos el ombligo. Somos como los habitantes de la isla “Laputa”. Nos quedamos abstraídos (ni una buena “ostia” venida desde Italia nos hace reaccionar) No hay que ser muy listo para darse cuenta. De seguir así, la humanidad solamente tiene una salida: La exterminación. ¿Que exagero? Ojalá. Pero ¡cuánta mierda hay que acumular hasta que el hedor nos despierte! ¡Ni nuestra propia mierda somos capaces de digerir ni de limpiar! En breve nuestra altísima tecnología oscurecerá el sol. La basura conquistará el espacio. El planeta azul perderá su color. La luna será un recuerdo…
Las cosas no son lo que parecen… claro que no son lo que parecen. Quizás todavía estamos a tiempo… ¡me gustaría soñar que sí!

Vicente Martín


¿Se puede comprar el amor?

Hombre mayor, soltero, sin hijos, viviendo solo en la casa que fuera de sus padres; al cumplir 90 años, decide hacerse un regalo: " Acostarse con una adolescente, virgen, de catorce años". Rosa , dueña del burdel que siempre ha frecuentado, se la conseguiría.
514 mujeres llevaba anotadas durante estos años en las visitas a los prostíbulos de la zona.
Al llegar a la vejez, decide darse una última oportunidad, intentando conocer, alguna mujer mas pura, mas limpia, a la que dar, regalos, caprichos, o quién sabe si pudiera llegar a enamorarse. Ninguna mujer con las que estuvo, le había regalado una sonrisa.
En las primeras citas con Delgadina, siempre acudía con nocturnidad; todo muy despacio, ella permanecía en la cama, desnuda, y el se acurrucaba a su lado, y paso a paso y día tras día empezó a recorrer palmo a palmo su cuerpo. Pensaba que el sexo, era lo único que queda cuando no se puede amar de verdad.
Así, llegó a los 100 años, y cuando acudía a ver a Delgadina, Rosa le decía: "Esa pobre criatura está lela por ti".

(Texto inspirado en "Memoria de mis putas tristes" de Gabriel García Márquez)

Luis Iglesias


“Unas palabras me han disminuido. Me han menguado por dentro hasta hacerme amiga de moscas y gusanos. Busco piedras que den un significado a los últimos puntos de interrogación, y sólo encuentro acertijos y papeles en blanco. Un sabor ácido anuncia un vómito, y mi pequeñez estalla en la parte derecha de mi vientre, borrando una ofensa antigua y abriendo una ventana para tiempos nuevos.”
Clara sabe que es hora de llegar a la meta. Lo hace despacio, como sólo saben hacerlo los que visten cicatrices.
Allí una hembra de Mamut lleva 10000 años esperándola. Desde el día en el que perdió a su cachorro, amasa un lecho para la mujer que se calienta con hielo.

Elena Vicente


El comisario

Todas las comisarías son un concepto sólidamente borroso. Sus pilares son normas de granito que tensan una cuerda floja. Se construyen en las fronteras mas sutiles, en esa sucesión de puntos acotada, en ese rosario de hilos riguroso que perfilan "los delfines" para defender sus mesas y sus casas, sus jardines y sus lujosas ropas. Sus paredes son opacas: una argamasa opulenta que defiende con fervor la gloria y el oro, una mampostería pesada que protege, con celo, el baile de los elegidos frente al eco turbio del hambre y la calle, la desnudez y el invierno. Sus dependencias son estrechas y cuanto más tiempo las habitas, más y más se estrechan. Huelen a sudor y angustia. Huelen a meados viejos y orines nuevos. Huelen a miedo.
Nadie accede a sus lindes voluntariamente.
El día que Don Tomás, el hombre mas rico de la comarca, abrió sus puertas, ninguno de los que allí estaban, podía sospechar sus intenciones.
Tenía un aspecto pésimo. Sus ropas carecían del lustre habitual, sus zapatos estaban cubiertos de barro, su rostro reflejaba el estado febril de su ánimo.
Nada más verle, uno de los uniformados que velaban el cuartelillo, acudió en su auxilio. Otros dos, con la rapidez del rayo, recogieron de la mesa la baraja con la que estaban jugando. Por el suelo rodaron unos cuantos amarracos. Un cuarto, sin dudarlo, tras ajustar sus ropas, fue en busca de un mando.

El comisario jefe era un hombre alto y flaco, de unos 45 años.Tenía una mirada delgada llena de aristas, imposible de olvidar. Había conocido de cerca el lujo, una riqueza que no le pertenecía. Desde entonces procuraba filtrarse por sus puertas. Siempre creyó que sus manos le podían dar un brillo mayor que las de esos patanes sin conocimiento que, nadando en él, no sabían extraer su jugo. No soportaba la fealdad. Detestaba la ignorancia. Aborrecía la debilidad. Temía la pobreza. Era un hombre culto, un esteta. Sólo tenía un sueño, un mundo a su medida: la justa medida. Para conseguirlo, estaba dispuesto a hacer una hoguera muy grande, donde ardiera todo lo despreciable, y sobre su vacio, estrenar calles y parques donde todo fuera bello. Donde ninguna disonancia perturbara su reposo. Cuando la realidad le devolvía a su puesto de frontera -un puesto que se había ganado a pulso, arrimándose donde debía-, hacía lo que podía. Mucha era la basura que ya había eliminado.

Ver a Tomás -su compañero de juegos- en ese estado, no le conmovió. Más aún, le resultó grato. Nunca había merecido lo que la vida le había regalado. Nunca había sido un hombre de verdad. Siempre había sido un piojo, un ser débil, un acomplejado. Ahora era un guiñapo. Esos continuos actos de generosidad que le habían caracterizado, lo demostraban. Ese hacer era un engaño. Un antídoto ante un poder que altera el sueño al que no nació con la condición natural de amo. Con ellos, no resolvía el problema del pan y el palacio. La única solución radicaba en el fuego. Ese fuego que vivía latente en sus pupilas y en su mano.

No obstante, cumpliendo con su papel, controlando su asco, se acercó al catre improvisado donde yacía postrado. La fiebre le consumía. Los temblores le tenían agotado. Su cuerpo era un sarmiento que se secaba con el ardor de un deseo no confesado. Deliraba.
Se agachó, disimulando una vez más su repulsa, tomó su mano. Al notar su contacto, Don Tomás, abrió los ojos. Sus verdades se cruzaron. Haciendo un esfuerzo titánico, alzó la voz. El susurro delirante dejó paso a una palabra clara: "Eres tú, comisario. Entonces he llegado" -y le apretó la mano-

"Mi tiempo se ha acabado, pero antes de morir quiero confesar mi villanía, y en la medida de lo posible, reponer mi daño. No quiero un confesor, no busco la absolución. Lo que quiero es que la ley sepa de mi bajeza. Quiero que dé publicidad a mis tropelías. Quiero que aún muerto, actúe. Quiero que con su acción depure mi tenebroso hacer equivocado."

Tras un breve silencio, prosiguió: "Soy un genocida. Soy un ladrón. También he violado. Mis actos son tan graves como impunes. Soy un Caín reincidente e indultado. He vivido en la abundancia. Sabía que millones de almas morían. Miré para otro lado. Me repetí lo que otros me repetían cada vez que mis ojos se esponjaban: no esta en mi mano. No hice nada. Su desgracia multiplicó mi hacienda. He coleccionado trapos con los que cubrir mis pasos, y joyas, con las que dar brillo a mi sombra. Alimenté mi placer con goces caducos, sabiendo que el hambre era una plaga perenne. Tengo palacios que nadie habita, y vergeles que nadie disfruta. Se que faltan casas. Se que escasea el agua. Quise purgar mi maldad con una caridad por mi mismo reglada. Pero la caridad no es remedio. Es alivio de un instante que se desvanece."

Un nuevo silencio, mas largo que el anterior, se apoderó del tabuco. De no ser por su estado, se diría que era una pausa buscada. Un posado.
Sin esperarlo, la palabra y la mano tomaron una vez mas fuerza: "Eres tú, comisario. Escuchame bien ¿me escuchas? quiero que toda la comarca sepa de mi bajeza. Que escupan sobre mi nombre y mi tumba. Esa será mi pena. También quiero que todos mis bienes se vendan y que su montante se reparta en partes iguales entre hombres iguales. Eso paliará algunos males. Mis hijos ya lo saben. No obstante, traigo conmigo, una declaración completa de cuanto he dicho. Si fuera ..."
Fue lo último que dijo.
Inmediatamente, el comisario le cerró los ojos y le cubrió el rostro.
Hizo salir a sus hombres arguyendo un dolor inmenso y la necesidad de compartir unos instantes con tan apreciable amigo. Les encargó buscar al médico y avisar a la familia.

Cuando se quedó solo, buscó la declaración de la que el moribundo le hablara. Fue fácil encontrarla. La quemó, la quemó con deleite. Ya redactaría él una mas sensata. Era su oportunidad. Los hijos de Don Tomás eran aun jóvenes, necesitaban un hombre, un superhombre que les guiara. Su padre había acudido a él. Todo había sido un delirio. Un delirio que encendería una hoguera y devolvería al mundo su medida: su justa medida.

(Texto inspirado en la novela "Crimen y Castigo" de Fiódor Dostoievski)

Ana Isabel Fariña


Niccoló

No quise regresar a la librería en tranvía. Lo hice corriendo, para ver si de esa manera conseguía dejar atrás mi mal humor. Mi respiración se aceleraba y mi desasosegado aliento se evaporaba formando parte de la niebla escapada de La Barceloneta. Cuando llegue a la puerta me di en las narices con el cartel de “cerrado”. Busque mi llave en el bolso de la trenca, pero fue en vano, la había olvidado. Durante unos minutos me entregue a la frialdad de la noche, quise pensar, pero no podía, quise sacar mis enfados de las entrañas apretando los puños, pero lo que corrieron fueron lagrimas. Me disponía a golpear en la puerta cuando esta se abrió y Fermín Romero de Torres salió a socorrerme.

-¡Señor Daniel! Pero… ¿Qué horas son estas? ¿Cómo viene usted? – pregunto Fermín con escoba en mano

Fermín hacía rato que había cerrado la librería pero todavía tenía puesta la bata azul de trabajar. Me hizo pasar a la trastienda y puso la cafetera al fuego.

-¡Por Dios! Si está usted compungido. ¡Siéntese, siéntese! – ordeno Fermín, arrimándome una silla y continuo hablando. – Le dije que aprovechase la visita al “Cementerio de los Libros Olvidados”, para darle “caña” a la señorita Beatriz Aguilar y culminar su conquista. Pero, yo no le dije que tardase tanto. Menos mal que su padre está de viaje, de lo contrario, por desatender la librería, de una bronca y un castigo no le libra ni Dios. Su padre cogió un tren de cercanías en la estación de Francia y se fue a Badalona a rescatar una colección de libros de Cien Figuras Españolas. Por lo visto, al señor Sempere le llego un soplo de que a un payés se la habían dejado en herencia y este se disponía a “chiscarlos”. Seguro que consigue los libros a buen precio…. ¡Pero, cuente… cuente!

Balbuceando comencé a hablar:

- Seguí sus instrucciones al pie de la letra e invite a Bea a visitar” El Cementerio de los Libros Olvidados” y mostrarla donde está guardada la novela”La Sombra del Viento” de Julián Carax. Nada más de terminar de comer, pase por su casa a recogerla y se me antojó ir andando para aprovechar los débiles rayos de Sol del mediodía. Iba por la rambla más ancho que alto agarrado de la mano de Bea. Sentía que mi corazón se aceleraba cada vez que ella me miraba y me sonreía. Auguraba buena tarde. Entre diálogos recortados y risita, dejamos atrás la Raval y antes de que yo quisiera, llegamos a la calle Arco de Teatro, donde se encontraba incrustado el viejo edificio del “Cementerio de los Libros Olvidados”. Estábamos en el portón de la entrada y me disponía a dar los tres golpecitos de rigor con el picaporte del diablillo, cuando vino de la calle un joven de nuestra edad y sonriendo se metió con nosotros bajo la penumbra del arco.

-¡Beatriz! ¿Eres tú? – pregunto el recién llegado.
- Bea, soltó mi mano, rápida, sin vacilaciones.
-¡Niccoló! – susurro Bea. Y su rostro se quedo como si hubiese visto un fantasma y la hubiese dado un amago de infarto. – Niccoló. -- Temblando y con lagrimas en los ojos, se abrazo a él.
-¿Niccoló? – interrumpió Fermín.
-¡Nicolau en catalán!
-¡Y Nicolás en mi tierra! ¡No te jode!

Mire a Fermín con desdén.

-¡Por favor Fermín! Me deje seguir… En ese momento pensé… ¡Tierra trágame!...Yo…yo…
- Usted estaba más celoso y más dolido que un macho cabrío en plena berrea. Pero, siga…siga, que le vendrá bien desahogarse.
- Niccoló, nos aseguro de que pasaba por aquella calle de casualidad, que le había parecido ver a Bea y se había acercado para cerciorarse. Tras una presentación fría por mi parte, Bea no tuvo otra idea mejor que invitarle a que entrase con nosotros al Cementerio de los Libros Olvidados. Di tres golpecitos con el picaporte de diablillo. Como siempre el cerrojo hizo un ruido ensordecedor. No tardo mucho tiempo en salir a recibirnos Isaac Monfort. Le transmití saludos de su hija Nuria, le presente a mis amigos, nos miro de arriba a bojo e hizo caso omiso.
- Ni es antes del amanecer, ni es después del anochecer. Vienen ustedes a una hora buena y prudente. –dijo Isaac.
- Al momento de entrar, Isaac me dio un candil por si se hacía tarde y la poca luz que entraba de la calle terminase por extinguirse… Estábamos ante el laberinto de estanterías repletas de tomos. Había muy poca gente en busca de libros. Comencé a orientarme por donde me parecía que tenía guardada la novela de Julián Carax “La Sombra del Viento” y sin darme cuenta me separe de mis dos acompañantes. Todavía no había encontrado el libro, gire la cabeza y bajo las sombras que proyectaba las gigantescas estanterías, me pareció ver como Bea y Niccoló hablaban muy pegados, se abrazaban y se fundían en un beso que parecía no tener fin. Me asegure…y ¡sí! Eran ellos. La carcoma de los celos me corroía las entrañas y con los puños cerrados me acerque a ellos.

Fermín vio que estaba muy alterado y salió al quite ofreciéndome una taza de café humeante.

-¡Tómese este café! Que solo el aroma es capaz de levantarle el ánimo a cien muertos en la noche de Todos Los Santos, y… ¿no le pegaría usted?

Apreté la taza entre mis manos frías y aun temblando, conteste a Fermín.

-No hizo falta. En cuanto llegue, Niccoló desapareció por el laberinto de columnas de libros polvorientos.
-¡Claro, claro! Este chico comprendió que dos está bien y que tres es multitud. – aventuro Fermín. - ¿Y Bea?
-Bea era toda ella angustia. Me cogió de las manos y como si quisiera darme una explicación, comenzó a hablarme sin dejar de mirarme los ojos.
- (Fue hace más de dos años. Mi padre tenía que hacer un curso militar en Italia sobre las técnicas y estrategias de las batallas de Napoleón Bonaparte. No me preguntes ¿por qué? En Italia y no en Francia. Le tenía que hacer en un cuartel militar en la región de La Toscana, en concreto en la provincia de Livorno. En un pueblecito pesquero mi padre alquilo una casita, donde la familia Aguilar pasaríamos todo el verano del 50. Mi madre, mi hermano Tomas y yo, pasábamos mucho tiempo en una pequeña cala, tomando el Sol y disfrutando del mar. Tomas conoció a Niccoló en una competición improvisada de natación que hicieron en la cala. Niccoló nadaba como un pez y Tomas se rindió a su habilidad. Al terminar, me lo presento. Me llamo la atención su cabello negro y sus ojos aceitunados. Los dos teníamos 15 años. Niccoló hablaba español con un acento italiano que a mí me resultaba atractivo. Se lo había enseñado su padre que era maestro rural de la zona. Como también le había inculcado la literatura y la escritura. Cuando me quise dar cuenta pasaba más tiempo con Niccoló, que con mi familia. Paseábamos por la playa. Me hablaba de una novela que estaba escribiendo. Se recreaba contándome el planteamiento; del nudo me hablaba poco y el desenlace… no le mencionaba nunca. Escribía poesía inspirado en su Mediterráneo amado. Me enseño a nadar bajo el agua para estudiar los pececitos de colores y después, sacarles el jugo poético. Pronto, comenzó a dedicarme multitud de poemas; comparando mi belleza con el azul del mar y con horizontes en calma. Poco a poco los días iban pasando a golpe de versos que susurraba en mis oídos cuando nuestros primeros besos se bronceaban al unisonó. Cuando nuestros cuerpos semidesnudos temblaba sobre la arena cálida de la playa. El verano llego a su fin y la despedida fue angustiosa. Angustia que delataba que me había enamorado de él hasta lo más profundo de mi corazón y de mi ser. El primer día de estar en Barcelona, ya comencé a echarle en falta. Tomas me daba ánimos, pero de nada serbia, porque hasta el respirar me dolía. Solo sus cartas cargadas de sufrimiento en la distancia, de amor puro y poesía desgarrada, me decía que aquello no había sido un sueño, que era real y levantaban mi ánimo. Pero a partir del verano pasado dejo de escribirme. Creí morirme. Le escribí montañas de cartas pidiéndole explicaciones, pero no contestaba…y ahora… aparece de la nada…)

-¡Pues, si que le ha salido un rival de peso pesado! – refunfuño Fermín. - ¿Y usted que hizo, que dijo?
- Yo no hice ni dije nada. Me quede bloqueado. Yo solo sentía que la estaba perdiendo. Cuando Bea me contaba su historia, habíamos ido caminado por pasillos y plataformas repletas de libros. Fuimos a parar justo en frente de la estantería que estaba guardada la novela de “La Sombra del Viento” y disimulando mi enfado la dije ¡Hay tienes a mi amigo ficticio Julián Carax!
-¿Me le puedo llevar?
-¡No! – dije rotundo. - Tendrás que escoger otro.
-Cuando Bea estaba ojeando “La Sombra del Viento”, apareció Niccoló muy sonriente La rodeo con sus brazos por la cintura .Bea me devolvió el libro y en lo que le guardaba en su sitio…, volvieron a desaparecer. Se estaba haciendo tarde. Las pocas personas que deambulaban por el laberinto comenzaban a marcharse. Encendí el candil y les busque. Después de vagar por pasillo y corredores repletos de tomos, polvo y telarañas, me encontré a Bea. Estaba sola, perdida, desmoronada, a punto de llorar, y con un libro polvoriento pegado al pecho y sin título en la portada.
- Íbamos caminando despacio, hablado… nos paramos porque yo elegí este libro y en lo que me di media vuelta para cogerlo… ¡Niccoló desapareció! – dijo Bea afligida.
- Le buscamos durante mucho tiempo, incluso a voces le llamamos por su nombre, pero Niccoló no aparecía. Ya estábamos solos en “El Cementerio de los Libros Olvidados” Yo ya estaba cansado y enfadado de aquella situación y decidí marcharme. Bea me siguió a regañadientes sin despegar el libro de su pecho. En la puerta preguntamos a Isaac Monfort si había visto salir a nuestro acompáñate, para hacerle recordar le dijimos como era Niccoló y nos aseguro que ni le había visto entrar y menos, salir. Se había hecho de noche. La niebla comenzó a bajar haciendo remolinos ámbar alrededor de las farolas. En mitad de la calle, la discusión fue monumental por todo lo sucedido y me culpaba a mí de perder a Niccoló. Bea no quiso regresar conmigo y cogió un taxi. Yo vine corriendo, esquivando coches y peatones, echando chispas hasta que usted me abrió la puerta…

Fermín estaba boquiabierto; postura que cambiaba a sorbitos de café. Entonces sonó el teléfono. Fermín contesto. Enarco las cejas y sus ojos de aguilucho brillaron.

- La damisela se rinde a sus pies. ¡Es Bea! – dijo Fermín a la par que me extendía el teléfono quedando el cable tenso.

La escuche varios minutos, sin decir nada, con el auricular pegado a la oreja. El cable seguía tenso, más tenso que nunca, como si se fuese a romper y Fermín comenzó a impacientarse.

-¿Me quiere decir lo que pasa? Que se ha quedado usted como las vacas al tren.

Con valor y haciendo fuerza, despegue el teléfono de la cara y se lo entregue a Fermín. De un trago, apure la taza de café y temblando comencé a hablar.

-Bea me ha dicho que al llegar a casa se encontró que había recibido una carta de Italia, con remite del padre de Niccoló, y decía:

Mi querida Beatriz.

Decidí dejar pasar el tiempo antes de darte esta noticia.
El verano pasado Niccoló apareció ahogado en la playa de la cala.

Dejo escrita una nota:

(Quiero abandonarme al horizonte de tus ojos)

Niccoló

Fermín Romero de Torres se quedo como una calcomanía petrificada.

- Y eso no es todo Fermín. También me ha dicho que el libro que había cogido en “El Cementerio de los Libros Olvidados” y que no tenía titulo en la portada, al abrirlo se había encontrado que estaba escrito en la primera página:

"La sombra de la toscana" de Niccoló Ramanetti Costa. Texto inspirado en "La sombra del viento" de Carlos Ruiz Zafón.

Nicolás Hernández


El mundo de los fantasmas

Víctor llevaba una vida de lo más habitual. Hasta que comenzó a ver fantasmas. No de esos traslúcidos y brillantes, fantasmas de verdad. Salió corriendo. Corrió y corrió como si no hubiera mañana. Realmente estaba convencido de que no había mañana. Pero los fantasmas le alcanzaron. Y los fantasmas le querían y le entendían. Ahora Víctor vive en su mundo. Y brilla.

(Textos inspirado en la novela "El bolígrafo de gel verde" de Eloy Moreno)

Miguel Ángel Pérez


Los últimos pensamientos de Úrsula

Años después mientras esperaba que la muerte acudiera a liberarla, las ráfagas de recuerdos de toda su descendencia que acudían a su mente, aún lúcida, eran la mejor dosis de endorfinas que Úrsula podía obtener, ya que otros calmantes no se encontraban disponibles.

Los nacimientos de Arcadio y Aureliano, enteros, sin rizomas ni ningún otro apéndice extraño fueron el preludio de los años en que el pueblo creció y se desarrolló poniendo cada uno de los, al principio, pocos pobladores su simiente y su esfuerzo diario, igual que los Buendía.

En la época de la peste del sueño, su marido, Aurelio y Visitación habían logrado salvarla mediante sesiones continuas de insomnio, turnándose entre sí para no permitirle dar ni una cabezada hasta los diez días y diez noches que, según los apuntes de Melquíades, eran necesarios para erradicar la peste de la tristeza. José Arcadio Buendía dijo que si este método había terminado con una peste podría servir para curar la plaga del sueño también.

A Melquíades lo había traído el río en una barca cargada de gitanos acompañando a una Virgen y ambos, Melquíades y La Virgen quedarían ligados al pueblo para siempre, Melquíades por sus enseñanzas y la Virgen por que nada más llegar a Macondo había comenzado a hacer milagros, con lo cual José Arcadio Buendía opinó que la necesitaban por que era un pueblo que había nacido al acecho de las desgracias.

El día en que llegaron los gitanos se estaba colocando en Macondo la campana de la torre y quisieron que fuera alguien del circo el que se encaramara y ejecutara el primer toque de campana, con tan mala suerte que al trapecista le quedó un pie enganchado a la cuerda y quedó colgado boca abajo como un pelele mientras la campana sonaba con estruendo y la barca de la Virgen de los Gitanos, atraída por el repicar, encallaba en la orilla. Todo el pueblo se precipitó hacia la iglesia, que a su vez daba al río, tras el sonar de las campanas y todo Macondo vio como la cuerda se iba estirando y hacía descender el cuerpo con suavidad hasta que el Trapecista tocó el empedrado con sus manos. Mientras los gitanos tiraban de la misma cuerda para arrastrar a la Virgen hacia el colgado.

Úrsula escuchó, como en su ensoñación, la pequeña campanita de la puerta y reconoció al trasluz la corpulencia de Arcadio José quien después de juntar y besar las manos de su bisabuela le cerró también los ojos y permitió que descansara en paz, al marcharse con la certeza de que su hijo más fiel estaba vivo.

(Texto inspirado en la novel "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez)

Antonia Oliva


Fragmento de No mires debajo de la cama

A las once llegó el pie fantasma, colgando de una pierna que, desde la rodilla, era espectral también. La manga del pantalón flotaba en torno a ella y aunque no respetaba su contorno, a veces parecía dibujarlo fugazmente.
-Me ha venido Dios a ver con esta amputación -dijo su dueño abandonando las muletas de al lado-. He conseguido la inutilidad total y una indemnización por tratarse de un accidente de trabajo. Podré dedicarme a lo que me gusta.
-¿Y qué es lo que le gusta? -preguntó Vicente comprobando la temperatura de la solución?
-Los gasterópodos -afirmó su vecino sin apartar los ojos de la vitrina donde estaban expuestos los pies-. Si un día llego a tener una colección de caracoles comparable a la suya de pies, me sentiré feliz.
El callista colocó la palangana con la solución en el suelo y su vecino se remangó la pernera del pantalón antes de meter en ella el pie fantasma.
-¡Qué alivio!- dijo.
-Es que he introducido cinc en la solución -informó Vicente-, tiene un efecto anestésico que permanece después del baño.

Juan José Millás

Continuación...

Sin embargo, el zapato del pie del hombre con la pierna amputada pensó que a él le gustaría tener una colección de cordones.
Cordones de diferentes tamaños para poder hacerse grandes lazadas y crear lazos con otros zapatos. O dos nudos si son cortos, para los días d mucha prisa.
Cordones de muchos colores y ponerse cada dia unos y jugar a encontrar otros zapatos que los llevara del mismo color y poder entablar relaciones de trios ya que me había quedado viudo en el accidente.
Cordones redondos, para deslizarse suavemente por los agujeros de su zapato.
Cordones planos, para hacer cosquillas en el empeine.
Cordones de distintos tejidos. De seda, para grandes fiestas. Aquel día en la fiesta de Mari Pili, habiamos bebido cava y bailabamos con unos zapatos rojos de tacón finísimo. Entablamos una conversación muy amena y a partir de esa fiesta seguimos viendonos durante varios años, hasta que la dueña se mudó a otra ciudad.
De esparto, para las caminatas por el campo. Aquellos viejos cordones que quedaron enredados en los juncos mientras contemplabamos a lo lejos las sandalias de goma que llevaba aquella chica con la que él se encontraba a escondidas y se bañaban en esa charca de agua transparente.
De nylón, para caminar por la ciudad, son los mas seguros. Se les da doble lazada para que no se deshagan y no tengas que parar en mitad de la calle, con lo que siempre es un peligro de que alguien tropiece con uno.

Carmen Alonso


De cómo me encontré a Oliver Twist y cómo hablamos de nuestras reflexiones. 

- Acércate- al fondo de la calle oscura y triste se dibujaba una figura.
La voz me parecía de un niño poco mayor que mi hermano.
Iba vestido con ropas viejas y una boina.
- No tengas miedo- me dijo- no hago daño. Me llamo Oliver Twist, eres...
- ¡¡¡No puedes ser Oliver Twist!!!- dije- debo estar soñando.
- No es un sueño- dijo él- me habían dicho que una chica me estaba buscando, pero no me sé tu nombre...
Empezó a llover, en un día triste y gris de Londres.
- Me llamo Iria- le dije- querido Oliver.
- Un nombre precioso, sin duda- dijo Oliver- y por estas tierras poco común. ¿Te apetece tomar un té?
Se acercó a mí y me miró.
- Cae la noche- me dijo Oliver- y las calles no son seguras y menos para una chica tan guapa como tú.
- Gracias Oliver- dije- y encantada de cruzarme contigo.
Así fue tomamos el té, hablamos durante largo rato y ya se nos hizo tarde.
Alquilé una habitación en un hotel para los dos y cenamos allí y todo.
Desperté y no podía creerme estar con Oliver Twist.

Iria Costa


Las magnolias significan perseverancia, en el lenguaje de las flores

Nada más llegar a Wandernburgo en aquel viejo tílburi, supe que aquel podía ser el final de mi viaje. Un largo viaje que emprendí mucho tiempo atrás, siempre con la seguridad de querer continuar mi camino en el momento en que notara el impulso de irme. Nada, anteriormente, me retuvo allí adonde fui.

Apenas una pequeña maleta comprendía el equipaje que completaba toda mi vida. Unos cuántos libros, algo de ropa y mi juego de plumas con las que me ganaba la vida como traductor. Todo eso era el patrimonio de mi estancia en la vida. Para mí, la esencia de la vida siempre estuvo compuesta por descubrir lugares desconocidos y ver cómo eran, pero Wandernburgo me ofreció algo más.

Los primeros días consistieron en recorrer sus calles y plazas. Así fue como conocí al organillero que tocaba en la plaza de San Nicolás. Largos ratos pasé frente a él escuchando las melodías que brotaban de su viejo organillo, mientras su viejo perro dormitaba a sus pies. Conocí sus pequeñas inquietudes, que no eran muchas más que las mías, algo así como contemplar la vida desde el punto de vista de la armonía que puede ofrecer el día que nace, con las interrupciones necesarias como comer y encontrar un buen amigo con el que conversar sobre todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Fue de su sencillez de la que aprendí ciertas cosas que visten de belleza la vida. Aún parece que escucho su música cuando atravieso la calle Ojival al encuentro con el viento que se arremolina a mis pies, produciéndome ciertos escalofríos. Así fue como comprendí que la mejor manera de devolver al aire todo lo que nos da es, sin duda, a través de la música.

De pronto, en mis largas tardes de paseos por la ciudad, frente a ésta, me encuentro con mi reflejo en el río. El Nulte, lugar que frecuento durante aquellas largas tardes de la primavera que tanto tardó en llegar. El color de los árboles que crecen a lo largo de sus orillas, el sonido del agua en su recorrido mientras salta por las piedras que aparecen desafiantes frente a él.

La soledad fue, sin duda, una gran aliada durante gran parte de mi vida, y nunca dudé que a través de ella fue como me conocí a mí mismo, hasta que conocí a Sophie. Todo cambió en mí aquella tarde en que mis manos sujetaron las alas de la golondrina que daban forma al aldabón con el que llamé a su puerta. Largas tardes de tertulias junto a ella, su padre y sus amigos, debatiendo sobre filosofía, actualidad, política. Pero ya los temas a debatir se convertían en segundos planos. Era Sophie quien con la frescura que baña a la mañana, dibujaba en mí una sensación de no querer separarme jamás de aquel lugar, de Wandernburgo. Así fue como comprendí que la belleza de un lugar la hace las personas que allí están. Lo supe en el momento en que me preguntó de dónde sale la belleza, Hans. ”Querida Sophie, la belleza sale de la fugacidad y la alegría. La belleza sale del temblor del puente que comunica las cosquillas con la verdad. Cuando tiembla ese puente, es señal de que algo importante está cruzándolo. Te oigo los pasos. Tiembla el puente.”

Tal vez, aquellos días de mi vida fueron los más felices.

Quién sabe si continuaré en Wandernburgo o, al igual que en otras ocasiones, continúe mi camino queriendo encontrar nuevas experiencias. Siempre haré caso al viento. “El viento sabe, alisa el mapa, corre por todas partes y siempre es forastero, se acerca, toma forma, dibuja un cinturón en torno a Wandernburgo, se deja caer, planea sobre los tejados, desnuda chimeneas, despierta farolas, araña muros, se desliza silbando, revuelve la nieve, se posa en los umbrales, llama a las puertas…”

El viento llamó a mi puerta una mañana, …


(Texto inspirado en la novela "El viajero del siglo", de Andrés Neuman)

Tina Martín Mora

8 comentarios:

  1. Sofía:
    “Sentimiento y razón
    dialogan en su encuentro.”
    Los sentimientos siempre dialogando con la razón… de vez en cuando hay que dejar que los sentimientos monologuen… ¡es un decir!
    Grande Unamuno. Fenomenal Sofía. Gracias.

    Vicente:
    Poco a poco, ahora solo hace falta que te entiendan… Sigue intentando.

    Luis:
    Te creces por momentos… fantástico.
    “Ninguna mujer con las que estuvo, le había regalado una sonrisa.” Poquitas cosas más hermosas que el regalo de una sonrisa de mujer a la que se aprecia…
    Grande Gabriel García Marquez. Fantástico Luis. Gracias.

    Elena:
    “Lo hace despacio, como sólo saben hacerlo los que visten cicatrices.”
    Precioso…
    Grande Clara. Hermoso, muy hermoso. Gracias

    Ana:
    Creas tu texto con el cuidado de un orfebre y nos regalas una joya tallada en oro de pureza inigualable… Sublime Ana.
    Muy grande Dostoievski y muy grande usted.
    “Todas las comisarías son un concepto sólidamente borroso”
    “Huelen a meados viejos y orines nuevos. Huelen a miedo.”
    “Esos continuos actos de generosidad que le habían caracterizado, lo demostraban. Ese hacer era un engaño. Un antídoto ante un poder que altera el sueño al que no nació con la condición natural de amo.”
    “Su cuerpo era un sarmiento que se secaba con el ardor de un deseo no confesado. Deliraba.”
    “He vivido en la abundancia. Sabía que millones de almas morían. Miré para otro lado. Me repetí lo que otros me repetían cada vez que mis ojos se esponjaban: no está en mi mano. No hice nada.”
    “Quise purgar mi maldad con una caridad por mí mismo reglada. Pero la caridad no es remedio. Es alivio de un instante que se desvanece."
    Sobran comentarios. Muchas gracias.

    Nicolás:
    Si tuviera sombrero me lo quitaría… me quito mi cuero cabelludo, compañero Nicolás. Cada semana asombras más… en “naa” tenemos el libro en la “Sala fondo local” Muy bien todo, no me desgasto más… Me ha “enganchao” y me ha gustado. Gracias.

    Miguel Angel:
    Los micros están muy bien… pero a veces se queda uno con hambre y hace falta comer más porque si no se pierde fuerza y no se rinde… Hay que currarlo más… más.
    No conozco al autor ni a la obra, tomo nota. Muchas gracias. (Ah, que soy Venttini... no te confundas y no me gusta que me digan V.)

    Antonia:
    Excelente texto, perfectamente realizado.
    “A Melquíades lo había traído el río en una barca cargada de gitanos acompañando a una Virgen y ambos, Melquíades y La Virgen quedarían ligados al pueblo para siempre, Melquíades por sus enseñanzas y la Virgen porque nada más llegar a Macondo había comenzado a hacer milagros, con lo cual José Arcadio Buendía opinó que la necesitaban porque era un pueblo que había nacido al acecho de las desgracias.”
    Muy grande García Márquez y muy grande tú Antonia. Muchas gracias.


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  2. Carmen Alonso:
    “De esparto, para las caminatas por el campo. Aquellos viejos cordones que quedaron enredados en los juncos mientras contemplábamos a lo lejos las sandalias de goma que llevaba aquella chica con la que él se encontraba a escondidas y se bañaban en esa charca de agua transparente.”
    Genial amiga Carmen… este taller está tomando un nivel envidiable.
    Grande Juan José Millás y grande tú. Gracias

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  3. Iria:
    Qué sueño más bonito y tierno. Gracias Iria.

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  4. SOFÍA:
    No sé que decirte, la verdad. No conozco la novela tampoco.

    VICENTE:
    Un texto frenético. No he leído la novela, no sé si el texto es así. Puedes decirle a la otra V que no sé escribir largo.
    PD: La frase "¿No me creéis? Os creo" me encanta.

    LUIS:
    Por variar no lo he leído. Un texto casi telegráfico.

    ELENA:
    Un texto desgarradoramente poético.

    ANA ISABEL:
    No he leído (ni creo que lea) la novela, pero intuyo que refleja bien su espíritu, porque has elaborado un texto mucho más contenido de lo que suele ser tu estilo.

    NICOLÁS:
    El tono de Fermín muy logrado. El resto me despista un poco la relación con la novela.

    OLIVA:
    Más soltando tus letras, cada día sacas un par de lineas más. Me da vergüenza pero aún no leí la novela. eso sí, esa pienso leerla.

    CARMEN:
    Un texto original. Desconozco la novela.

    IRIA:
    Cuidado con los amores platónicos. Tengo entendido que la novela es algo más pesimista que tu texto.

    Salud.

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    1. MIGUEL ÁNGEL: me has echo reir, como siempre. Fenómeno.

      Gracias, Marcé.

      Un saludo a todos.

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  5. Mil gracias por lo que me toca, pero es una burda copia de Irazoki, ya quisiera yo. El de Rayuela, please, que me muero por saber que tiene que decir Horacio Oliveira, en este tiempo boludo que vivimos. Me comprometo a responder en gíglico. Elena

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  7. Tina:
    Tu texto destila ternura todo, todo, todo… Magnífico trabajo. Grande Andrés Newman, grande Tina Martín. Muchas gracias…
    “Así fue como comprendí que la mejor manera de devolver al aire todo lo que nos da es, sin duda, a través de la música.”
    “Todo cambió en mí aquella tarde en que mis manos sujetaron las alas de la golondrina que daban forma al aldabón con el que llamé a su puerta.”
    “…la belleza de un lugar la hace las personas que allí están.”
    ”Querida Sophie, la belleza sale de la fugacidad y la alegría. La belleza sale del temblor del puente que comunica las cosquillas con la verdad. Cuando tiembla ese puente, es señal de que algo importante está cruzándolo. Te oigo los pasos. Tiembla el puente.”
    “El viento llamó a mi puerta una mañana, …”

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