De par en par

La sesión del lunes, 23 de diciembre, la dedicamos a la mirada. De modo que abrimos de par en par las ventanas y nos dispusimos a tal fin, mirar. Y de paso aprovechamos para ventilar las palabras.
Hay quien mira por el puro placer de mirar, como José Martel en su haiku: en la ventana / sin propósito alguno / miro a lo lejos. ¿Mirará de este modo la muchacha en la ventana de Salvador Dalí?




Pero hay quién se asoma a la ventana para dejar entrar las alegrías o para que las penas se diluyan con el paisaje, tal y como sugieren Mario Benedetti y Olga Orozco en sus poemas:

Piedritas en la ventana

De vez en cuando la alegría 
tira piedritas contra mi ventana 
quiere avisarme que está ahí esperando 
pero me siento calmo 
casi diría ecuánime 
voy a guardar la angustia en un escondite 
y luego a tenderme cara al techo 
que es una posición gallarda y cómoda 
para filtrar noticias y creerlas 

quién sabe dónde quedan mis próximas huellas 
ni cuándo mi historia va a ser computada 
quién sabe qué consejos voy a inventar aún 
y qué atajo hallaré para no seguirlos 

está bien no jugaré al desahucio 
no tatuaré el recuerdo con olvidos 
mucho queda por decir y callar 
y también quedan uvas para llenar la boca 

está bien me doy por persuadido 
que la alegría no tire más piedritas 
abriré la ventana 
abriré la ventana.

Mario Benedetti 

Mujer en su ventana

Ella está sumergida en su ventana
contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora
como el mar en un cuadro,
y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en cualquier parte levantará su casa
sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche
-¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,
pero nadie lo ha visto, nadie sabe,
ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite,
el abismo final entre una mujer y un hombre.

Olga Orozco

Hablamos de Azorín, quien nos enseña a mirar desde lo alto de un monte en su texto "La ventanas", de Gloria Fuertes quien pasó su infancia deseando asomarse a dos ventanas pintadas en la fachada de su casa, unas ventanas que jamás existieron. Baudelaire nos descubrió que "quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada". Ramón López Velarde nos habla de recuerdos, el color de las flores en la ventana y el sonido de los pájaros. Henry James nos explica la analogía entre la pintura y la novela. El pintor y el novelista, afirma, pueden explicarse y sostenerse el uno al otro. La casa de la ficción, dirá James, tiene un millón de ventanas, de miradas. Gonzalo Rojas nos cuenta, en secreto, que la poesía es subversiva y que a pesar de los cerrojos se cuela por puertas y ventanas. Y Charles Simic, en su "El monstruo ama su laberinto" nos reveló su particular obsesión con las ventanas:

Quisiera escribir un libro que fuera una meditación sobre toda clase de ventanas. Ventanas de comercios, ventanas de monasterios, ventanas cegadas por la luna del sol en una calle de ventanas en penumbra, ventanas en las que se reflejan las nubes, ventanas imaginarias, ventanas de hotel, ventanas de una cárcel… ventanas por las que uno se asoma para mirar dentro o fuera. Ventanas que tienen la cualidad del arte religioso, etcétera.

Y vimos varios fragmentos del cortometraje Medianeras de Gustavo Taretto donde las ventanas se convierten en vías de escape que permiten que unos milagrosos rayos de luz iluminen la oscuridad en la que viven sus protagonistas:




Propusimos como tarea de escritura tres ejercicios para que cada cual decidiese cómo mirar y a través de dónde:

1. Fija tu vista sobre un edificio. Busca una ventana, ya sea cerrada o abierta, y escribe sobre lo que ves y lo que intuyes tras ella.
2. Prueba a escribir una historia interpretando de forma literal la expresión “tirar la casa por la ventana”.
3. Elige una ventana significativa (de barco, de submarino, de un castillo, de una cárcel...). Sitúate tras ella y cuenta lo que ves fuera.


Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller:


Golf del 91 aparcado

Desde el asiento del conductor divago con el coche parado. Miro pensativo hacia el aparcamiento. Me fijo en las personas que salen de la tienda. Pasa una familia arrastrando una gran bolsa, por la excitación de los niños imagino que es un televisor. Detrás de ellos veo a una pareja de jubilados que no han comprado nada. Al cabo de un tiempo dejan de salir personas de la tienda. Las luces de su interior se apagan y aparece un hombre. Sin dejar de fumar baja la trapa y se dirige a mi coche. Sin mirarme, abre la puerta del copiloto, se sienta y mirando al frente dice ¿nos vamos a casa ya?

Andrés Santos


Cristal de luz

Tiempos de silencio
despiertan mi voz,
que gime un nuevo encuentro
en la ventana del presente.
Iris de mi piel
pinta en su cristal
pedazos de sentimiento.
Sombras de paz
desbordan su interior
en el calor de la mañana.
Fuego de palabras
palpita en su entorno,
irrumpe el pensamiento,
cierra la ventana del recuerdo,
perdida en el espejo de un anochecer.

Sofía Montero


La ventana de una cárcel

Solo quedan cinco años para que mis pies puedan andar por el espacio yermo que hoy mis ojos recorren desde mi hogar.
Contemplo desde mi ventana, en el segundo piso del penal, un camino asfaltado que atraviesa la nada y que lleva a una olvidada carretera comarcal. Allá en el horizonte se puede ver, de vez en cuando, el paso de unos coches de los que no se distinguen sus colores.
Mi ventana no se abre. Permanece cerrada. Cuando me vaya otros verán el mismo paisaje sombrío desde ella y quizás puedan ver como me pierdo en el horizonte en un coche.

Óscar Fernández


Titanic. Ventana 103. Camarote 25
12.30 PM

Comienza a hacer frío y en la oscuridad de la noche y la tranquilidad del mar, el reflejo de la luna, ilumina el mar que hasta hace poco se encontraba en penumbra.
Abro la ventana y miro el horizonte, enciendo el cigarro, y noto como el Océano Atlántico se extiende a nuestros pies.
Doy el aviso cuando un enorme bloque de hielo aparece delante de nosotros: ¡Iceberg por proa!
Sin embargo, ya es demasiado tarde para esquivarlo.

Iria Costa


Ventanas de pueblo

Los que hemos nacido y crecido en un pueblo estamos convencidos que las ventanas de las casas de los pueblos son más divertidas que las que existen en la ciudades.
En la ciudad, cuando te asomas a la ventana del piso donde vives, ves la gente andando deprisa y como mas pequeña, al final solo te asomas cuando quieres saber el tiempo que hace o para correr la cortina y que no te vea el vecino del piso de enfrente.
En el pueblo, recuerdo que todo era diferente, por la noche las ventanas estaban cerradas y bajadas las persianas y por el día se abrían para ver pasar la gente.
Por la ventana sentías el latir diario del pueblo, el ruido de los tractores, los obreros camino del campo, los niños a la escuela, los vendedores por las calles ofreciendo sus productos, las mujeres con el serillo a la compra. Era un bullir de gente, ir y volver de las tareas diarias. Por la tarde mi madre se sentaba en la camilla con vistas a la calle y allí cosía, leía o charlaba con alguna vecina que había pasado a verla.
Mi ventana era distinta, no quería vistas, bajaba la persiana a medias, corría las cortinas y aprovechaba para hacer los deberes del instituto. Pero mi ventana tenía oídos, allí acudían a media tarde dos vecinas de mi edad, se sentaban en el pollo de la ventana y se contaban sus conquistas amorosas de la semana, y claro yo no me concentraba, aunque estaba convencido de que sabían que yo estaba detrás de esas cortinas y que estaba escuchando todo lo que ellas yo creo que fantaseaban.
Hoy, la ventana con vistas y la ventana con oídos a la calle están cerradas y sus persianas bajadas.

Luis Iglesias


La ventana algebraica (de un estudiante en exámenes)

Qué es la vida, sino un conjunto de ventanas por asomarse, un espacio infinito por descubrir, la mejor orquesta por disfrutar.
Qué es mi vida, sino un director que dirige al subconjunto de ventanas que aparecen ante mi, convirtiendo entonces el espacio infinito en finito, y siendo yo quien lo reduce a subespacio del subespacio a través de la renuncia, quedando exclusivamente el subconjunto de ventanas por las que me asomé, me asomo, y me asomaré.
Cuál es mi renuncia, sino el subconjunto restante del subespacio fruto de mi decisión, las ventanas que el director puso tentándome y por las cuales instalé un nunca.
Mi orquesta inició mi melodía hace no tanto pero queda tanto por tocar...
La libertad de mi mirada determina los acordes de la misma, mi espacio vital, convirtiendo en infinito lo que se convierte en finito.

Arturo Carrasco


Al otro lado del cristal

Miraba por aquella ventana día y noche. Era mi divertimento y a decir verdad, mi única razón de ser: estudiar la cotidianidad desde lejos.
Me solapaba a esas vidas, que transcurrían al otro lado, como si fueran mías: la madre hacendosa y el padre preocupado, la hija creciendo demasiado deprisa mientras el hijo no parecía madurar nunca.
Ellos no percibían mi observación constante. Al principio me extrañó, llegando incluso a ofenderme, su forma de ignorar mi presencia, hasta que fui consciente de la razón de su ceguera: yo no era más que un fantasma tras el cristal.

Leticia Vicente


Insatisfacción

Nada más comprarnos la casa, decidimos que los muebles no nos gustaban y vaciamos la casa de mobiliario. Los de la mudanza tuvieron que usar una grúa para sacar el sofá y los armarios por el balcón, no salían por la puerta.
Después, nos dimos cuenta de que tanto tabique era un error y contratamos obreros para que vaciaran la casa de paredes. Ellos tendieron un tobogán desde la ventana hasta el contenedor, que se fue tragando los cascotes.
Cuando ya no quedaban muros que tirar, nos vimos disconformes con el suelo y les pedimos que lo quitaran. Las losetas rotas desaparecieron siguiendo el camino de los cascotes.
Mirando el espacio que ha quedado, nos hemos dado cuenta de que no queda qué habitar y da igual porque, últimamente, al mirarnos es evidente que no nos gusta el otro para esta casa.

Leticia Vicente 



La ventana de la Casa de las Conchas
La rodean unas conchas: piedras desgastadas que se miran hacia dentro y notan su dura piel hecha de masa bien compacta, esculpidas con dedos fuertes de labrador de playas y sueños:
La ventana de la casa de las conchas contempla libros, se extasía con la poesía, se mece con las historias formadas de palabras que lamentan al tiempo inaplazable aguijoneado por la blancura de sabana ajada de las páginas, tiembla con las pisadas tímidas que hojean tomos que confunden deseos, arrastran ansiedades, esperan encontrar la paz que el aire de otoño les aplaza.
La ventana de la casa de las conchas se asoma a la Clerecía, una iglesia a la que se le escapan las oraciones que patinan por las escaleras y se enredan en los pies de los turistas afanados en fotografiar el tiempo caduco: arte hecho piedra, belleza de raíces perdidas en la tierra, derrotadas por silencios y manos desaparecidas en fosas sin memoria.
La ventana de la casa de las conchas se envuelve con la niebla de noviembre, con el frío de las miradas que las huellas del pasado dejan clavadas en la acera de enfrente, con las sombras que escalan las paredes areniscas iluminadas por los brillos de la noche de farolas forjadas con moderna simetría.
La ventana de la casa de las conchas deja asomarme a su hueco, permite que la ventana de mi corazón se abra y aspire la poesía, las palabras perdidas que una y otra vez suben y bajan las escaleras de madera crujiente: buscan al atrapador de palabras que las junte para crear historias, para vaciar el peso de la vida en hermosas imágenes que den paz y también alegría.

M. Venttini


Ventana
No se aventan los destinos
ni se enmarca al alma
en un cuadro sin vistas.

Los paisajes son letras que flotan entre rayos
ilusiones encintas te buscan como a esferas.

Salto a tus adentros
bajo un cristal enrejado de aire,
observo como fraguas entre palios de ladrillo.

Mi ventana se abre a tu volcán
sin párpados de ceniza.

Mis manos amasan una voz sin rostro,
un árbol eterno de coral en paz.

La raíz llueve palíndromos de barro
entre el sóleo de un edificio
donde la soledad se corona sin descanso.

Son necesarios los pájaros,
sus vuelos emergen de las cortinas
hebras de una humana tela
en la que simplemente
se ame a todo el mundo.

Chema García


por la ventana
entran rayos de sol
por la mañana

Ramón Sánchez Rodríguez


Un día, una ventana, un sueño...
Miro a través del cristal de la ventana. Llueve. Finas gotas de agua caen y, cual fruta madura, se precipitan en el espacio hasta el suelo. Abandonan el seno materno, quizá con pena, por perder su estancia, o con la alegría de correr una aventura. De sentirse libres. Su madre, la nube, quizá se desgarre en dolor, por cada gota que alumbre. O sienta la pena infinita del adiós definitivo. Luego, al comprobar la perfección de su obra, se sienta plenamente feliz y realizada.
Las gotas, en su veloz carrera, se alargan y parecen joyas que caen del firmamento. Pequeños objetos rutilantes, desprendidos de alguna estrella. Arte misterioso del mejor orfebre, que las pule en delicadas perlas. Todas alargadas y distintas. Todas de la misma materia y distinto colorido. Todas perfectas.
El espectáculo es grandioso. Un viento suave, parece acunarlas. Luego, balanceándose, acaban rompiéndose en el suelo, produciendo un sonido acorde, rítmico, armonioso..., como una nana.
Sigue la lluvia mojando la tierra. La rítmica melodía, es preludio sinfónico de la maravillosa canción que escribe la naturaleza. Su belleza me eleva a un mundo irreal, onírico.
La lluvia continúa. Su impacto sobre el suelo, sigue creando armonía. Desde la estancia, contemplo una higuera. Las gotas, al golpear sus hojas –ya ajadas por el tiempo-, producen un sonido más grave. Pero la melodía sigue. Los acordes, producen un sonido armonioso, sinfónico, solemne. Ningún instrumento desafina y, todos, magistralmente interpretados, obedecen fielmente a la batuta del director.
La lluvia arrecia. Sobre mí, en el techo de la estancia, se produce como un repiqueteo. Pequeños y numerosos instrumentos de percusión que, encajando perfectamente en la partitura, se suman a la orquesta.
Mi espíritu se sublima. Mi mente, queda en éxtasis. El aislamiento me lleva a creerme en una gran sala donde, como espectador, disfruto en solitario del concierto. Nada distrae mi atención. Me entrego por completo a escuchar la sinfonía. A deleitarme de la belleza de sus acordes.
La tarde, pasa. La oscuridad, aumenta. Fue, si, una tarde de invierno:

Tardes cortas del invierno frío,
breves de luz, de sombra eterna,
de fantasmas, copas y taberna,
nostálgicos recuerdos del estío.

Ramón Sánchez Rodríguez


Una ventana "triste"

Pedro, toda su vida había trabajado en el campo en un pueblo de Castilla.
Cuando enviudó, decidió quedarse a vivir solo en su casa del pueblo donde tenía todos sus amigos y familiares.
Pasaron algunos años y una hija que residía en Madrid, viendo que los inviernos eran cada vez mas crudos y apenas vivía gente en el pueblo, le convenció y se lo llevó con ella.
Pero Pedro estaba triste, ese año empezó hacer mucho frío, el ruido de los coches y la contaminación existente, le mantenían en casa la mayor parte del día asomado a la ventana.
Un buen día le dijo a su hija que había decidido volverse al pueblo, que todos los días estaba continuamente viendo pasar por la ventana coches fúnebres camino del cementerio y que a este paso le tocaba pronto, y que en el pueblo solo se morían 3 o 4 personas al año, y allí seguro que viviría mas tiempo.

Luis Iglesias


Torpe destino

Los submarinos no tienen ventanas. Sólo el del capitán Nemo la tiene. No les hacen falta, pues su papel de destrucción es casi ciego. El torpedo no mira a quienes mata, el barco que se hunde, la gente que se ahoga o se quema en el combustible ardiente. El submarino no es miserable por no tener ventanas sino porque su posibilidad de visión periscópica es traicionera, despiadada y sucia.
Un ventanal como el de Nemo podría disuadirle de su torpe destino.

Dionisio Alonso


Un lobo y mil mariposas

Hoy, más que nunca, es fácil tirar la casa por la ventana.
Los hogares ya no tienen chimenea. Las cocinas carecen de chapa. No hay fuego.
Las comidas se han convertido en una procesión apresurada y silenciosa. El ritmo lo marcan microondas y cucharas, tenedores y friegaplatos, cuchillos y postres sin palabras.
Lechos y sofás, camastros y butacas, yacijas, divanes y mecedoras, han adquirido la condición de aras. Altares donde cada morador inmola su sangre a una pantalla negra. Un plasma que los bendice con ventanas arteras. La fuerza de su gravedad es inmensa.
Sin más cimientos que el bulbo de los infinitos chats que la sostienen, el silencio de los cuartos es mas ruidoso que nunca. No hay paz en su reserva, la reserva no es calma.
La vivienda es un nido de larvas agusanadas. Tejen un capullo virtual. Una celda sin puerta ni oquedades. Morgana es la garrapata que devora sus alas. Es insaciable.
El campo agoniza entre hambre y pena. Las flores se ofrecen, su aroma se pierde. Verdes y frondosos, los árboles están desnudos: no hay columpios en sus ramas, ni escaleras en su tronco. Nadie quiere coronar su copa. Su sombra -refugio de confidencias, sudor, recuerdos y prohibiciones- se oxida. Montañas, ríos, desiertos, estepas y glaciares languidecen. Una imagen minúscula los secuestra. Su captor la exhibe con el aire laureado de un gran macedonio. Sus pares: "Atilas" y "Tamerlanes" de gigantes disecados, reconocen el trofeo. Por un instante, aplauden. ¡Pobres coleccionistas de momentos muertos, de estampas embalsamadas, de siluetas sin sangre! Ninguno abrazó su aire.
En la ciudad, "El fuego de San Antonio", infecta calles, oficinas, talleres y bares. Millones de peregrinos se miran sin verse, hablan sin mirarse, en la distancia se tocan, en la cercania no se sienten. Su antorcha está en una pequeña superficie de cristal líquido que a intervalos regulares, se enciende. La cadena es débil Morgana se rie. El "culebrón" crece. Quedan pocas mariposas.
Hoy, más que nunca, es fácil tirar la casa por la ventana. Sólo hay que sellar sus troneras. Cerrar sus infinitas pestañas. Arrancar el bulbo. Permitir que el lobo sople y el smartphone caiga. Sus paredes son de paja.

Ana Isabel Fariña


La señora María

Después de una noche muy larga y estrecha, la señora María supo que cuando la enfermedad avanza el tiempo se dilata y el espacio se encoge. Asi que cuando el sol llamó a los restos de la ventana que había en su cuarto, ella llamó, desde los números colosales de su teléfono de dos semanas, a Doménicus, su hijo de 45 años.
Domi era un hombretón de extremidades largas y espalda estrecha. Un bambú oscurito de piel, pelo y ojos. La nariz generosa, las orejas agudas, la boca roma. Era igual que su padre, e igual que él, adoraba a su madre. Cuando los doctores lo informaron de la situación, se desmayó.
Decidió mudarse a su casa, pero María no lo dejó. "La muerte -le dijo mientras se quitaba el abrigo- siempre llega. Es algo natural. El río no debe arremolinarse en torno a esa ridícula piedrecita. Hay que fluir sea cual sea el cauce". Tuvo que aceptarlo. María necesitaba paz.
Vivir en el piso de abajo le consoló.
No obstante, obsesionado con la idea de que no estuviera nunca sola, gastó gran parte de sus ahorros en adquirir la tele más grande con la imagen más clara. Contrató cientos de miles o miles de cientos de canales. Remodeló la disposición del dormitorio materno y la instaló.
Era un aparato soberbio.
Como la habitación sólo disponía de una pared plana, la de la fachada, ese fue su destino. Esta vez, fue ella quien cedió. Sacrificó parte de la luz natural por colocar esa cortina negra. Domi necesitaba paz. Era como su padre. Lo adoraba
Por eso, esa mañana, después de esa noche apretada donde el reloj media los minutos con el diapasón de un perezoso, le costó coger el auricular y marcar su número. Quería una cosa: recuperar su ventana. La de verdad. Esa por donde el mundo entraba en silencio y por donde ella salía sin abandonar la butaca o la cama. Los invitados que su pequeño había instalado en la pared, hablaban mucho, enredaban y se enredaban, pero a ella no le decían nada. "Mucho ruido y poca sustancia". Esa era la letanía con la que desde que compartían su alcoba, pulsando un botón rojo, los callaba.
Domi subió en pijama. Pegada a sus pantalones iba Aurora, la benjamina. Era como su abuela. Verlas juntas siempre conseguía que el bambú se esponjara.
Después de tomarle el pulso, la tensión y la temperatura, el hombretón se convenció de que realmente, lo que decía María era cierto, no pasaba nada.
En la cocina, entre galletas, magdalenas, restos de bizcocho y tostadas, la madre, como siempre, con pocas palabras, expuso el por qué de la llamada.
Esa misma tarde la cama estaba donde y como Maria quería. Cerca de los ojos de su casa. Sin cortinas, con las pestañas bien altas. A sus pies, en el ángulo más luminoso, la butaca. La estancia se llenó. Entraban historias que borraban las paredes y salían memorias que jugaban con el tiempo.
Tres meses después, la muerte llamó a su ventana, pero no la encontró.

Ana Isabel Fariña


La vidriera del bardal

Una ventana dispuesta en una pared formada por unos veinte pequeños bloques de piedras, no más, en una explanada en lo alto del bosque.
Antes la ocupaba una vidriera con un bardal y cuatro rejas y se encontraba situada en la fachada del pórtico principal. Existía otra ventana transparente y mucho mayor en lo alto que confería al interior un ambiente luminoso.
El primer punto que cedió fue el tejado después las inclemencias se apoderaron del interior de la estancia y fueron minando la construcción.
Ahora es un mirador desde el que se pueden observar el río y las vides salteadas en terrazas que albergan el buen vino de la ribera.

Antonia Oliva


El museo Dalí

Voy paseando por la calle , me fijo que la ventana esta abierta , me pica la curiosidad .
Se me ocurre entrar en el museo Dalí , cuando entro en el museo veo todo lleno de policías , al lado de las ventanas , les pregunto a los policías que es lo que ha pasado , ellos me dicen que han desaparecido los cuadros , me hago una pregunta que ha pasado con los cuadros , como han podido desaparecer...

David Álvarez


El derrumbe

El desamor se les había filtrado en aquella casa y nunca supieron por cuál resquicio. Durante meses habían intentado recordar por qué alguna vez se amaron… Es lo que tiene la decepción, va borrando selectivamente las razones y solo deja las excusas. Pero, pese a las riñas, el aburrimiento, el hastío es difícil decir adiós, porque es difícil renunciar a las promesas, aceptar el fracaso del bello e ingenuo propósito del amor.

Los ecos de la reciente pelea, la definitiva, vibraban aún en el aire. Las palabras afiladas, los gestos desconsiderados y el inapelable portazo que él dio al salir habían estremecido la casa desde sus cimientos. No quiso asomarse a la vidriera para no verlo salir de su vida y con toda la desgana de su tristeza buscó la ropa para empacarla. Sin embargo, cuando tuvo al frente la maleta abierta, como un féretro donde enterraría lo que había sido su vida, se detuvo. Sonrió con una tímida risita desquiciada y en lugar de echar la ropa dentro de la valija, la lanzó por la ventana. Las prendas ondularon en el aire movido de la tarde y se esparcieron en un desorden de colores. Embelesada por aquella visión fue en busca de las cartas de amor y las fotografías; las tiró también, con actitud maniática, como quien regala al mundo lo que ya no le hace falta. Luego, buscó las escasas joyas y los perfumes, las almohadas, los tapetes, las cucharas y los libros, todo, todo salió despedido por la ventana llevándose consigo los usos cotidianos y las anécdotas.

Paró.

Tomó aire.

Afuera empezaba a formarse un paisaje de desastre. Se enardeció.

Entonces, con toda la fuerza de su rabia arrojó los muebles, la cama en la que durmieron y se desearon. El espejo del baño, que presenció las rutinas matinales y las carantoñas de recién casados, se hizo añicos como su vida, y las esquirlas filosas y temibles fueron la metáfora perfecta de su drama. Nunca se imaginó que la abertura por la que se fugara su vida sería tan grande.

Cuando ya no quedaron objetos, en medio de su turbación, arrancó un cascarón de pintura que se desprendió como papel colgante; el bello decorado se descorrió sin resistencia y dejó a la vista el rústico trasfondo. Pudo ver un ladrillo flojo que tentó sus travesuras y lo zafó de su sitio; la solidez del adobe la estimuló y lo lanzó con rebeldía de manifestante. Libre de una de sus piezas el muro se desequilibró y una grieta recorrió la estructura. No se alarmó. La fragilidad del armazón facilitaba su labor. Usó sus manos como martillo, como taladro, como cincel, y demolió incansable para que nada quedara en pie. Su mundo se estremeció con augurio de cataclismo. Atajó al vuelo los aleros del techo; las baldosas, azulejos y vigas fueron proyectiles disparados con puntería de experto.

De pronto, se enfrentó al vacío. Había conseguido deshacerse de todo. Y en ese momento se dio cuenta de que aún quedaba la ventana, flotando en suspenso, umbral entre la nada y el caos. Al principio no supo muy bien qué hacer con ella. No puede arrojarse una ventana a través de sí misma. Así que la cruzó, la cerró y después la descolgó como si de un cuadro se tratase. Decidió llevarla consigo: en su nueva vida sería imprescindible tener una casa. Y toda casa necesita sus ventanas.

Maritza García Toro


La casa por la ventana

Tiré sus cosas por la ventana.
Me di cuenta de que yo era una más de sus pertenencias,
Me tiré la última.

Lourdes Hernández


De par en par

Las ventanas son los ojos de las casas; como ellos las hay : grandes, pequeñas,redondas, rasgadas, algunas casi ciegas…Otras son gruesas, finas, arqueadas..todo un catálogo de ojos..Y si nos fijamos, vemos qué coquetas son algunas: bien pintadas, impecables, con sus tolditos de rayas bien alineadas, y sus macetas coloridas sobre el alféizar mientras que otras aparecen con “legañas”: desaliñadas, llenas de polvo..Las hay muy viejitas, desvencijadas, con los cristales opacos por la suciedad y algunas, sin “ojos”, los han perdido por distintos avatares..Imagino que sus moradores deben parecerse un poco a ellas.¡.Si pudiera asomarme a su interior! Seguro que en el piso de ventanas coquetas, vive alguien alegre, optimista, lleno de ilusiones, mientras que las desaliñadas las ocupan personas tristes, desilusionadas o viejecitas que ya no se preocupan por esos detalles.
Sí, las ventanas son los ojos de las casas, estoy convencida..Y quienes las habitan miran a través de ellas con diferentes miradas: no es lo mismo asomarte a una ventana sombría, dando a un patio interior o a un muro ¡ qué tristeza! que hacerlo a una soleada desde la que puedas contemplar un amplio y bello panorama que te incita a soñar. Y qué decir, se me ocurre, de las ventanas-ojos de la cárcel, desde las que sus moradores sueñan poderlas contemplar un día desde el otro lado…

Rosa Celia González


El balcón

Lucía contaba con un fin de semana largo para disfrutar con Juan. Había llegado de su ciudad de trabajo hacía apenas unas horas y ya había quedado en verse con su novio en el paseo arbolado que se encontraba en el centro de la ciudad. Ella se presentó, como siempre, antes de la hora. Sabía que él llegaría tarde, también como siempre. Así que decidió sentarse en un banco a esperarlo y disfrutar de aquella tarde soleada en la ciudad que la había visto nacer. ¡Ahora pasaba tan poco tiempo allí! Sacó un libro de su bolso. Cuando lo abría por la señal en que lo había abandonado la última vez, un reflejo fugaz le rozó la cara y se vio obligada a mirar hacia el lugar del cual procedía. El destello lo producía el reflejo del sol al tocar el cristal de la puerta de un balcón que se abría. Pertenecía a un edificio modernista de varios pisos que se hallaba enfrente de ella. El inmueble lo había visto infinitas veces y nunca se había fijado con tanto interés en él. Pero hoy parecía distinto. El color de su piedra dorada, como todos en esa ciudad, le hizo pensar en una postal de época.

De uno de sus balcones, pues no había ventanas en toda la fachada, salió una mujer ataviada con un vestido negro, elegante y triste al mismo tiempo. Un vestido entallado que estilizaba su figura. Su busto erguido y abundante se alzaba hacia arriba, mientras una cintura de avispa dejaba adivinar un corsé apretado hasta evitar casi su respiración. A partir de las caderas, anchas, voluptuosas, la tela iba ensanchándose levemente y se dejaba caer hasta llegar al suelo. El pelo, recogido sobre la cabeza en un sencillo moño, con clase, hacía su gesto altivo. Su atuendo, la tez pálida y la mirada triste de esa mujer, hicieron que Lucía se fijara en ella. Sin duda se había escapado de otro tiempo.

La mujer miraba con intensidad y Lucía percibió cómo unas lágrimas le rodaban por las mejillas. Quizás dominada por la tristeza que le producían éstas, la joven, sin quererlo, también empezó a llorar. Notó como otras lágrimas rodaban por su cara en dirección a su boca.

En ese momento, alguien le tapó los ojos por detrás y la besó en el cuello. Ella se volteó hacia atrás embobada y escuchó la disculpa de él: “Siento haber llegado tarde, pero he perdido el autobús”. Inmediatamente él le preguntó: Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?

Entonces Lucía volvió su mirada en dirección al lugar donde había visto a la mujer y ya no encontró a nadie. Vio cómo se cerraba la puerta del balcón y una sombra desaparecía hacia el interior. Se limpió las lágrimas con las manos y preguntó a Juan.

- ¿Quién vive en esa casa?
- ¿En cuál? ¿En ese edificio de ricos?
- Sí, en el segundo.
- ¿En el segundo? Pero si ya sabes que lleva cerrada un siglo. ¿No recuerdas la historia?
- ¿Qué historia?
- Pero, ¿qué te pasa?
- Nada, pero cuéntame qué pasó.
- Me preocupas, ¿sabes? Parece ser que, antaño, la vivienda la heredó la hija de un gran empresario y se allí se fue a vivir con su jovencísimo marido Éste apareció asesinado una mañana y no lograron adivinar quién fue el verdugo ni los motivos del crimen. Ella se volvió loca por la pérdida y la trasladaron a un manicomio donde murió unos años más tarde.

Se produjo un silencio incómodo y Juan añadió:

- ¿Por qué lo preguntas? Si esa historia la conoces de siempre. Hemos hablado tantas veces de ella. Si hasta me has dicho que, si fueras millonaria, te gustaría comprar la casa vacía.
- Sí, tienes razón. Por un momento creí que estaba habitada. Bueno, ¿qué hacemos? ¿Tomamos un café?
- Sí, claro. Pero no me has dado ni un beso.

Mientras se fundían en un largo beso, ella, distraída, no quitaba ojo del balcón que la había conmocionado unos minutos antes. Sólo era capaz de pensar en la mujer que había visto asomada en él.

Toñi Martín del Rey

6 comentarios:

  1. Andrés:

    “Detrás de ellos veo a una pareja de jubilados que no han comprado nada.”
    Está claro, no les llega la pensión ¡fijo!
    Estás sentando en el coche mirando por la ventana “di vagando” y un paisano se introduce en tu coche… ¿no lo esperabas?... ¿se te fue el santo al cielo y perdiste memoria o el que “di vagaba” era el paisano y te confundió? Bien Andrés.

    Sofía:
    “Fuego de palabras
    palpita en su entorno,
    irrumpe el pensamiento,
    cierra la ventana del recuerdo,
    perdida en el espejo de un anochecer.”
    Las palabras siempre en continuo incendio dejando cenizas en la ventana que el aire se encarga de esparcir en el espejo perdido de la noche. Bien Sofía.

    Oscar:
    “Contemplo desde mi ventana, en el segundo piso del penal, un camino asfaltado que atraviesa la nada y que lleva a una olvidada carretera comarcal.”
    Sueños de una libertad perdida que una ventana se ocupa de alimentar, la nada asfaltada, carretera olvidada, coches sin colores, deseos junto los zapatos debajo del catre dispuestos a correr… Bien Oscar.

    Iria:
    “Doy el aviso cuando un enorme bloque de hielo aparece delante de nosotros: ¡Iceberg por proa!
    Sin embargo, ya es demasiado tarde para esquivarlo.”
    ¿Seguro que gritaste fuerte? Yo creo que no te oyeron… ¡No fumes, es malo para la salud!
    Bien Iria.

    Luis:
    “Hoy, la ventana con vistas y la ventana con oídos a la calle están cerradas y sus persianas bajadas.”
    Una lágrima ha calado las faldillas de la camilla que junto a la ventana, tras los visillos, miran la calle Larga de tu pueblo ahora repleta de nostalgia… pero todavía se escucha el repicar de las campanas y queda la magia y fantasía en hondos pozos que ocultan pasadizos secretos por descubrir y muchas historias que contar. Bien Luis.

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  2. Arturo:
    “Qué es la vida, sino un conjunto de ventanas por asomarse, un espacio infinito por descubrir, la mejor orquesta por disfrutar.”
    Sí señor, sobresaliente en ingenio. Subscribo totalmente tu frase, pero a veces se debe tener cuidado porque hay quien se empeña en tirar piedras a las ventanas. Sin duda la sinfonía de la vida es para degustarla. Bien Arturo.

    Leticia:
    “mi única razón de ser: estudiar la cotidianidad desde lejos.”
    “yo no era más que un fantasma tras el cristal.”
    Profunda, muy profunda. Somos demasiado espectadores de la vida, en ocasiones nos olvidamos que “somos protagonistas de nuestra propia historia”… “no permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas”.
    Insatisfacción:
    “Mirando el espacio que ha quedado, nos hemos dado cuenta de que no queda qué habitar y da igual porque, últimamente, al mirarnos es evidente que no nos gusta el otro para esta casa.”
    Y a veces ni nosotros mismos nos gustamos para habitar nada y también nos tiramos por la ventana. Bravo, Leticia.

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  3. Chema:
    “La raíz llueve palíndromos de barro
    entre el sóleo de un edificio
    donde la soledad se corona sin descanso.”
    “Son necesarios los pájaros,
    sus vuelos emergen de las cortinas
    hebras de una humana tela
    en la que simplemente
    se ame a todo el mundo.”
    Mucha poesía. Palabras que al pasar dejan una estela del color de la lavanda. Bien Chema.

    Ramón:
    “por la ventana
    entran rayos de sol
    por la mañana”
    por la noche
    los de la luna llena
    y uno de una estrella.
    “La rítmica melodía, es preludio sinfónico de la maravillosa canción que escribe la naturaleza. Su belleza me eleva a un mundo irreal, onírico.”
    No apareces mucho en el blog, pero cuando lo haces dejas la muestra de tu arte. Bien Ramón.

    Luis:
    “Pedro, toda su vida había trabajado en el campo en un pueblo de Castilla.”
    El tiempo pasa, la sociedad cambia a velocidades de vértigo… muchos recuerdos y más quedan en el camino pisados por la civilización, empeñada en no sé qué cosa que llama progreso… ¿Para quién?... es triste amigo Luis. Bien.

    Dionisio:
    “Un ventanal como el de Nemo podría disuadirle de su torpe destino.”
    Nos falta fantasía, nos sobra tecnología destructora. El otoño está nostálgico este año. Bien Dionisio.

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  4. Ana:
    “Altares donde cada morador inmola su sangre a una pantalla negra. Un plasma que los bendice con ventanas arteras.”
    “Entraban historias que borraban las paredes y salían memorias que jugaban con el tiempo.
    Tres meses después, la muerte llamó a su ventana, pero no la encontró.”
    Colección de imágenes magistrales que tejen historias en la que cada palabra cumple una misión, deja una intención… magia, fantasía, ternura, nostalgia… todo un cóctel literario para paladear en una cálida tarde otoñal. Genial.

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  5. Antonia:
    “Ahora es un mirador desde el que se pueden observar el río y las vides salteadas en terrazas que albergan el buen vino de la ribera.”
    No hay ventana con mayor belleza que la de la naturaleza. Bien Antonia.

    David:
    “me hago una pregunta que ha pasado con los cuadros”
    Muy fácil David, se han ido por la ventana que estaba abierta… seguro que andan dándose un baño por la playa de Figueres. Bien.

    Maritza:
    “No puede arrojarse una ventana a través de sí misma. Así que la cruzó, la cerró y después la descolgó como si de un cuadro se tratase. Decidió llevarla consigo: en su nueva vida sería imprescindible tener una casa. Y toda casa necesita sus ventanas.”
    Correctísimo tu texto, mucho nivel. En muchas ocasiones se hace necesario terminar con todo y empezar de nuevo con la sola compañía de la ventana de nosotros mismos. Muy bien.

    Lourdes:
    “Tiré sus cosas por la ventana.
    Me di cuenta de que yo era una más de sus pertenencias,
    Me tiré la última.”
    Nadie debe pertenecer a nadie… solo nos pertenecemos a nosotros mismos. Seguro que había un buen colchón esperando abajo y mucho aire por respirar. Muy bien Lourdes.

    Rosa Celia:
    “Sí, las ventanas son los ojos de las casas, estoy convencida… Y quienes las habitan miran a través de ellas con diferentes mirada”
    Estoy de acuerdo que las casas son quiénes las habitan y las ventanas son sus ojos, cuando duermen bajan las persianas y corren las cortinas. Bien Rosa.

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  6. M. Venttini, muchas gracias por tus comentarios. Yo estoy en mora de hacer algunos, pero como suelo extenderme, algún día lo haré verbalmente o agruparé mis impresiones. Saludos

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