El río que se secaba los jueves

La sesión del lunes pasado la dedicamos al humor y al absurdo en la literatura. Tomamos como referencia dos libros: Historia del hombre que hablaba por los codos y otros cuentos imposibles de Alonso Palacios y El río que se secaba los jueves y otros cuentos imposibles de Víctor González.

Si abrimos el primero nos encontraremos con un repertorio de cuentos mínimos hechos a partir de frases hechas. En el texto de la contracubierta del libro leemos:

A partir de expresiones del habla corriente, como hablar por los codos, tener la cabeza llena de pájaros o estar mas sordo que una tapia, Alonso Palacios ha creado un valioso conjunto de relatos cortos cargados del humor y muy imaginativos. Junto a los textos, las inconfundibles y artísticas ilustraciones de Miguel Calatayud convierten este libro en una auténtica joya.

El propio autor habla de sus historias en el siguiente vídeo.
Y aquí podemos escuchar a Alonso Palacios leyendo el cuento  "La historia de una mujer que dormía a pierna suelta".



Con relación al libro "El río que se secaba los jueves y otros cuentos imposibles" hay que decir que estamos de enhorabuena. La editorial Kalandraka lo ha reeditado en otro formato pero con las ilustraciones de Pablo Amargo.

Recuperamos aquí el prólogo de la primera edición del libro, en Anaya, de la que se ocupó Samuel Alonso Omeñaca. Comienza con una cita de G. K. Chesterton que señala el curso del libro: “Mientras veamos un árbol como un objeto obvio, creado natural y razonablemente para servirle de alimento a las jirafas, no podemos maravillarnos ante él.”:

El río que se secaba los jueves (y otros cuentos imposibles) es un libro que contiene historias increíbles. En sus páginas encontramos una mujer que tiene seis pares de orejas, un árbol infinito o una gallina bebedora de cerveza. Estos son algunos ejemplos de las sorpresas que el libro nos depara, y cuyo conjunto conforma este original catálogo de caprichos literarios.

Leer a Víctor González es llegar a sentir que la vida puede mirarse y escribirse desde el humor. Un humor que a su vez contiene la ironía, la inteligencia, la imaginación, y todo ello, de manera medida, exacta, precisa. Y mientras intento definir qué caracteriza estos cuentos, descubro que la letra que define a Víctor González es la “i”. Consulto el diccionario para cerciorarme, y este me lo confirma: inclasificable, ilimitable, ilustre, imberbe, impactante, impertérrito, imprevisible, iconoclasta, impresionista, impúdico, imprescindible, inagotable, inapelable, inasible, inaudito, incisivo, incólume, increíble, independiente, interruptor –perdón, esto no– inimitable, sí.

Víctor González construye su universo literario partiendo de la cuentística tradicional, del cancionero popular, e incluso de aquellas noticias absurdas que tantas veces recoge la prensa local. De igual modo puede aparecer la China milenaria, como escenario de uno de estos cuentos, que puede surgir la Grecia clásica, o los personajes de la literatura universal. Con todos estos ingrediente, el autor compone un variado mosaico de historias en clave de parodia, ironía, nonsense, etc.

Y si a Víctor González le adjudicamos la “i” minúscula, a Pablo Amargo, el ilustrador, le otorgamos el punto que la acompaña. Sus composiciones aportarían lo que nombramos al referirnos a un buen guiso cuando decimos “está en su punto”. Incluso podríamos adjetivarlo: el punto filosófico, el punto fuerte, un punto y aparte, el punto crítico… En todas estas ilustraciones, Pablo Amargo construye un imaginario paralelo, en el que recrea mediante metáforas, hipérboles y sinécdoques los textos del autor. Un universo tan sugerente como eficaz, contrapunto equilibrado del literario.

Amigo lector, ningún texto “existe” mientras no lo completa una mirada que lo hace propio, la tuya es única y diferente a todas las demás, y en ese itinerario yo no puedo acompañarte. Camina por estas páginas con la sola brújula de tu intuición. Suerte.





Y completamos este post con uno de los cuentos de libro: "Los reyes godos y la mnemotecnia".

Los reyes godos dieron mucho la lata a los estudiantes españoles de los años de 1950. Esto es verídico.
Por alguna extraña razón que nunca ha logrado descubrirse, tal vez porque no se ha investigado en serio, a los muchachos de entonces les resultaba extraordinariamente difícil recordarlos todos.
Por suerte ya no se obliga a nadie a saberse la lista entera de memoria, pero si se hiciera, no dudamos de que los chicos de hoy no tendrían ningún problema. Los actuales métodos de enseñanza acompañados de audiovisuales y trabajos de campo, y las modernas técnicas de estudio, harían que les resultara muy fácil.
Doy aquí la lista completa para aquellos que no la conozcan y, a continuación, algunas notas y trucos mnemotécnicos que sin duda serán de gran ayuda a los interesados en aprendérsela. Puede haberlos.
Los Reyes:
Ataúlfo, Sigerico, Walia, Teodoredo, Turismundo, Teodorico, Eurico, Alarico II, Gesaleico, Teodorico el Amalo, Amalarico, Teudis, Teudisclo, Agila, Atanagildo, Liuva I, Leovigildo, Recaredo, Liuva II, Witerico, Gundemaro, Sisebuto, Recaredo II, Suintila, Sisenando, Chintila, Tulga, Chindasvinto, Recesvinto, Wamba, Ervigio, Égica, Witiza y Rodrigo.
Cómo memorizarlos:
Ataúlfo. Este es fácil porque es el primero. Si no consigue aprendérselo de memoria, desista de intentarlo con el resto.
El segundo fue Sigerico, que también es fácil, en este caso por tres razones. Una: asesinó a Ataúlfo. Dos: ordenó degollar a sus seis hijos. Tres: duró siete días en el trono.
Le siguió Walia. Para aprenderse el nombre de este, una buena forma es echar mano de la conocida canción satírica: “Walia mató a Sigerico, ay qué dolor, qué dolor, qué pena”.
El cuarto, el quinto y el sexto, aprovechando que empiezan por “T”, se aprenden juntos con una musiquilla: Teo-do-re-do-Tu-ris-min-do-Teo-do-ri-co. Así se le quedan grabados a cualquiera en un plis-plas. Sobre todo Turismundo, que parece una agencia de viajes.
Al sexto, Teodorico, le sucedió su hermano Eurico que, al igual que Sigerico, se hizo con el trono mediante el asesinato, un sistema de reconocida eficacia al que estos reyes fueron muy aficionados. Es fácil recordar a Eurico porque casi parece un apócope de Teodorico.
Un pareado nos ayudará a memorizar el octavo: Tuvo un hijo Eurico que se llamó Alarico: Voilá.
El noveno es Gesaleico. Era hijo ilegítimo de Alarico. Por suerte, fue elegido rey en lugar del hijo legítimo, Amalarico. Si Amalarico hubiese sido coronado en ese momento en lugar de Gesaleico, nos hubiera complicado mucho las cosas ya que irían seguidos Teodorico, Eurico, Alarico, Amalarico y otro Teodorico. O sea un lío monumental. Sería mucho más difícil de memorizar.
Por suerte no fue así.
A Gesaleico le siguen otro Teodorico (el Amalo) y Amalarico. Esta pareja también tiene su regla mnemotécnica: las tres primeras sílabas del nombre del segundo son las mismas que las del sobrenombre del primero (Amala-Amalo). Además, como usted, que es un lector agudo, ya habrá adivinado, Amalarico es el hijo legítimo de Alarico del que ya hemos hablado más arriba.
Los dos siguientes también hay que aprenderlos juntos: Teudis y Teudisclo. El de nombre más largo tuvo un reinado muy corto; solo seis meses. Sin embargo, en tan breve período consiguió beneficiarse a todas las esposas de los nobles del reino, a consecuencia de lo cual estos lo mataron al alimón durante una fiesta.
Después viene Atanagildo y ojo al dato: fue el primero de esta pandilla que murió en la cama tranquilamente, de muerte natural.
Le siguieron Liuva y su hermano Leovigildo. Este último es difícil de olvidar porque inventó la Hacienda Pública y los impuestos.
Recaredo ocupa el puesto 18 de la lista. Si no ha oído nunca hablar de este rey es que la enseñanza ha empeorado mucho en los últimos años.
Para acordarse de él puede utilizar el siguiente truco: imagíneselo (con corona y todo) llevando a toda prisa un mandado de Leovigildo, su predecesor, a Liuva II, el siguiente rey. Una vez que tenga dicha imagen bien grabada en la memoria no podrá olvidar su nombre. Este es un truco mnemotécnico clásico.
Como ya hemos apuntado, a Recaredo le siguió su hijo Liuva II.
Puesto que ya ha memorizado usted un Liuva I en el puesto 16, no tendrá ningún problema en hacer lo mismo con este en el 19. Puede ayudarle lo siguiente: reinó 19 meses. 19-19, ¿lo coge?
Otro trío: Witerico, Gundemaro, Sisebuto. Reconozco que estos no son fáciles de aprender, pero en algún momento habrá que hincar los codos. Ande, trabaje algo, que se lo estoy dando todo hecho. Un consejo: no ponga estos nombres a sus hijos.
El vigesimosegundo fue Recaredo II. Utilice el mismo truco que con el primer Recaredo y con los Liuva. Este Recaredo, el segundo, está en el puesto 22, así que la regla sale sola: 22-II.
Le siguió Suintila, un hombre más listo que muchos de sus predecesores ya que abdicó en Sisenando antes de que este lo hiciera matar. N oes que este rey tuviera dotes proféticas, sino que se había leído la historia.
Sisenando, y ya estamos acabando, era íntimo amigo de Isidoro de Sevilla. Apréndase la coplilla.
El vigesimoquinto fue Chintila. Este rey tiene un nombre tan absurdo que es imposible que se le olvide. Al igual que el de su hijo y sucesor: Tulga.
Los tres siguientes son facilísimos. No doy ninguna regla porque los conoce todo el mundo: Chindasvinto, Recesvinto y Wamba.
A continuación vinieron Ervigio y Égica. Estos dos se los tiene que aprender por las bravas. No hay otra forma.
Égica fue un tipo muy hábil que hizo acuñar moneda con la leyenda “Égica Rey-Witiza Rey”. Una jugada muy inteligente pues Witiza era su hijo. Como la cosa ya estaba hecha, efectivamente quedó así, y le sucedió Witiza. Algo parecido a lo que hacen los constructores hoy en día con las obras ilegales.
El trigesimocuarto y último fue Rodrigo. Supongo que no necesitará ninguna regla para este; seguro que conoce a alguien que se llama así. Y si no, acuérdese del Cid.
En fin, ya está. Después de Rodrigo vendría el moro Muza, pero esa ya es otra historia…
Como ve ha sido fácil. Ya se sabe usted la lista entera. Ahora, sorprenda a sus amigos en las fiestas, y recítela también en orden inverso.






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Propuesta de escritura:
La tarea prevista para esa sesión nos la sirve en bandeja el propio autor. Se trata de hacer una redacción sobre una vaca, pero no una vaca cualquiera. Es importante seguir los consejos que Víctor González nos ofrece en su cuento "La vaca". Nuestra vaca tiene que parecerse a la que propone el autor. He aquí el cuento:


Lo de la vaca siempre ha dado mucho juego. Y también, ¿por qué no decirlo?, muchos quebraderos de cabeza, sobre todo a los niños. Es un tema amplio y difícil, pero, nadie sabe por qué, los maestros insisten en seguir poniéndolo en las redacciones.

El caso es que ante la vaca los chavales, y los no tan chavales, por lo general se quedan en blanco. Así salen después las redacciones que salen… En fin.

Si cae la vaca, un buen truco es hablar de una vaca concreta. Por ejemplo, se puede empezar la redacción así: “Mariola era una vaca muy especial…” Y, después, ya se va entrando en detalles y se sigue escribiendo sobre Mariola tranquilamente.

Este método tiene dos ventajas. Por una parte, introduce de lleno al lector en el tema y por otra, al atribuirle una personalidad propia a la vaca, la hace más atractiva.

A fin de cuentas, uno siempre se siente más cerca de algo si lo conoce.

Además, una vez que la vaca tiene nombre es mucho más fácil hablar de ella. En realidad, ni las cosas ni las personas ni los animales existen hasta que tienen nombres.

Otra forma de resolver la papeleta es buscando un enfoque inusual, más interesante y novedoso. Manolo Rivas utilizó este método en Un millón de vacas y le salió muy bien. Nadie se lo esperaba. En lugar de hablar de una sola vaca habló de un millón, y todo el mundo quedó epatado. Fue un éxito. Incluso le dieron el Premio Nacional de Literatura por eso.

La verdad es que ya había habido algunos precedentes. Rabelais, sin ir más lejos, tuvo 17.913 vacas lecheras y no se dio tanto bombo. Eso sí, hay que reconocer que Manolo le ganó por puntos.

A través de un interesantísimo libro de Jesús Mosterín, Vivan los animales, me entero de que la famosa escritora Astrid Lindgren logró que el Parlamento sueco aprobara una ley garantizando el derecho de las vacas a salir a pasear fuera del establo, al menos una vez al día. Este también podría ser un punto de partida interesante.

Pero, así y todo, estas estratagemas no garantizan totalmente el éxito. Alberto García Pallón, un niño sevillano de doce años, escribió en cierta ocasión una interesantísima y bien documentada redacción sobre la vaca marina (Trichechus manatus), pero su profesor era un envidioso y le puso un cero. Marinita Fernández, una niña natural de La Puebla del Caramiñal, también hizo un excelente trabajo de redacción sobre la vaca. En él, la chiquilla describía con detalle, entre otras curiosidades, la impresionante presencia física de la directora del colegio y por este motivo fue expulsada del centro.

En cualquier caso y aunque cada maestrillo tiene su librillo, para que sirva de guía en el futuro, damos, a continuación, algunas nociones básicas sobre la vaca, que pueden resultar útiles al lector si algún día le ponen este tema en una redacción.

Primer punto, hay tres clases de vacas: rojas, negras y moteadas. Es muy importante saber esto. Básico. Las antiguas clasificaciones por razas, holandesa, frisona, montañesa, etc., están obsoletas.

Las vacas rojas son vacas matutinas, y las negras, vespertinas, esto lo explica muy bien Mircea Eliade a cuya obra remito a quien quiera ampliar datos.

Las vacas rojas suelen despertarse muy temprano y lo primero que hacen por la mañana, antes de nada, es arreglar la casa. Después, se van a pastar. Las vacas negras, en cambio, son muy difíciles de ver.

Sorprendentemente, la leche de ambas es idéntica: blanca.

Las vacas moteadas son escasas. Una moteada famosa fue la vaca Shabala, propiedad de un tal Vasishtha, que era sabio, la trataba como a su propia esposa e incluso compartían el lecho. No es un caso único, pues también el adivino tesalio Melampo se casó con una vaca moteada y tuvo hijos con ella. Y el rey Egwaldr de Escandinavia amaba tanto a su vaca moteada que dejó ordenado que a su muerte los enterraran juntos.

Segundo punto: si se alimenta a una vaca desde pequeña, bien sea roja, negra o moteada, con zumo de higos, se pone muy robusta.

Tercer punto: ciertas cosas no deben mencionarse nunca en una redacción sobre la vaca, pues los profesores y tribunales raras veces las admiten como válidas. Por ejemplo, no hay que hablar de la vaca Lupita por famosa que sea; sin embargo, no hay ningún problema en citar a la vaca que saltó sobre la luna. Esta está bien vista.

Cuarto punto: es conveniente incluir en la redacción alguna nota erudita. Para ello, sugerimos documentarse en la interesantísima obra Verdadera e General Historia de la Vaca del Chaco, escrita por el lugarteniente de Pizarro y posteriormente granjero, Antonio Altamirano. Esta bellísima crónica es una fuente de conocimientos inagotable sobre la vaca en América. Si el lector encuentra alguna edición de este libro, le ruego encarecidamente que me lo comunique cuanto antes.

Quinto y último punto: no está permitido, de ninguna manera, describir a una vaca diciendo que tiene el tamaño de una vaca, aunque esto sea exacto.




Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Mariola

“Mariola era una vaca muy especial”. Todos conocemos alguna persona especial; bueno, pues como esa persona, pero en vaca. Mariola hubiera podido llegar a Ministra de Agricultura, Pesca y Alimentación... si hubiera tenido carné del partido y hubiese sabido hablar; aunque no está muy claro que esto último sea condición sine qua non. De cualquier modo, el cupo de sexo no masculino parece ser que estaba cubierto.

Mariola, decíamos, era una vaca muy especial. Un día se le cayó al amo un folio cuando pasaba por delante del comedero y ella lo recogió. Ser especial Mariola quiere decir por ejemplo que sabía leer. Así que se lo leyó enterito con muchísima atención y al día siguiente ya recitaba entera (para sus adentros, claro) la lista de los reyes godos: Ataúlfo, Sigerico, Walia... hasta terminar con Witiza y Rodrigo, pero sin faltarle ninguno de los del medio, que es lo bueno. Treinta y cinco en total, las vacas son de mucho rumiar.

El amo de la vaca era un chico espabilado. Baste decir que no dejaba lunes sin acudir al taller de la bibli, sala de Fondo Local (de ahí el papelito), y le salían ya unos textos la mar de majos. Y como era tan espabilado, enseguida cayó en la cuenta de que Mariola no merecía estar en la nave y se la llevó a casa con él.

El amo, además de pasarle el periódico cuando él había terminado, la dejaba estar en el salón y ver a su lado la tele. Era él quien seleccionaba los canales, eso sí. Un día que jugaban el Barça y el Madrid, se sentaron los dos ante el televisor, el amo con palomitas y Mariola con un pequeño montoncito de alfalfa, que es lo que más le gustaba para picar. Gol del Madrid y el amo levantó los brazos gritando desaforado su contento. Qué cosas los humanos, se dijo Mariola, pero le hizo coro con un mugido soberbio y el amo en agradecimiento le palmeó las ancas, le dio un besito en el cuerno derecho y le incrementó el montoncito de alfalfa. Mariola bien se fijó, el balón había entrado por entre los tres palos blancos. Nuevo gol —aquello era otro gol, sin duda, se dijo Mariola que aprendía deprisa— y soltó un mugido más potente aún que el anterior. La expresión del amo sin embargo era muy otra de la que se le vio cuando el gol primero.

Al descanso el amo, fruncido el ceño, se llevó a Mariola a la nave con las demás vacas. “Maldita culé”, se le oyó rezongar cuando se retiraba.

Siempre acaba pagando el pato quien menos culpa tiene porque... vale que Mariola no se hubiera fijado en que la portería era la contraria, y encima gol en fuera de juego clarísimo que no pitó el árbitro. Pero ¿y el amo los reyes godos? ¿se sabe el amo los reyes godos? ¿a que no?

Pues eso.

Pascual Martín
Grupo B


El origen insospechado de la famosa canción

Hace años tuve la gran suerte, gracias a una recomendación de mi tío el arzobispo, de acceder a los archivos secretos del Vaticano.
No sabía por dónde empezar, cientos de pasillos y miles de pliegos, papiros y pergaminos.
Me interno en la historia de Roma, siglo primero antes de Cristo y encuentro: Cicerón, historia de una canción. Aquel título llamó mi atención y comencé a leer los pergaminos con fruición.
Resulta que Marco Tulio tenia un finca en Italia con árboles frutales y ganado. Entre sesión y sesión del Senado pasaba temporadas en su finca que era labrada por varios esclavos
El se sentaba a la sombra de un melocotonero y escribía sus discursos, pero cuando escribía " quousque tandem Catilina adbutare patientia mea", pasó a su lado una vaca moteada que era su favorita, pues le proporcionaba leche fresca todas las mañanas. Deja los discursos y le compone unos versos en latín como rezan a continuación:

Habeo una vaca lactante,
non est vacam cualiqumque,
ambulabat per praderam.
mata moscam cum rabonem.

Tolón , tolón.

Lo de tolón tolón lo añadió al final, debido al ruido del cencerro que llevaba colgado al cuello, para que los esclavos supiesen en todo momento por donde andaba, pues la vaquita en cuestión, se llamaba Asunción, y era un poco pendón.
La cuestión es que Cicerón habló con su amigo Dídimo, quien compuso la música de la canción que todos hemos cantado alguna vez.
A partir de ahora, gracias a mi investigación en los archivos secretos, cada vez que cantemos aquello de " no es una vaca cualquiera", recordaremos a nuestra amiga Asunción la vaca pinta de Cicerón.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


La vaca

La vaca flaca es una vaca muy orgullosa de su familia. Un día, mientras pastaba en el prado junto a sus congéneres presumía ante ellas.
-- ¡ Han elegido a mi hijo para toro de lidia ! -- les decía al tiempo que levantaba su testuz para dar más notoriedad a su alusión.
Algunas vacas, las más envidiosas, las que solo habían parido terneros para carne obviaban el comentario y seguían pastando en el prado con indiferencia.
Muy al contrario, su amiga más íntima, la que siempre iba con ella a abrevar al arroyo si se interesó por el magnifico futuro que le aguardaba al hijo de la vaca flaca.
--¿ Y cuando debuta? -- le pregunta su amiga con sumo interés
-- El domingo que viene, en la plaza principal -- le responde jactanciosa
-- ¿ Y volverá pronto? --
-- Al día siguiente, en el primer tren de a mañana -- asevera sin reparos la vaca flaca.
La mañana del lunes la pradera estaba abarrotada de vacas, todas esperaban con impaciencia la llegada triunfal del hijo de la vaca flaca. Al atardecer, el toro todavía no ha regresado.
Hoy se cumplen treinta días de la partida del toro que fue elegido para la lidia; pero esta tarde tampoco ha venido. Esa es la razón por la que cada vez que pasa un tren todas las vacas se quedan mirando con expectación.

Eugenio Madrid
Grupo A


La vaca negra

La misión secreta estaba a punto de iniciarse. Manolito, Juana y Javier sincronizaron sus relojes. A las doce en punto de aquella noche sin luna, ataviados con pasamontañas y jerseys negros, con el rostro tiznado de betún azabache, salieron del todoterreno sin hacer ruido. A toda prisa se dirigieron a la pradera donde, supuestamente, dormitaban las vacas negras, tan difíciles de ver.

Arrastrándose por el suelo embarrado, fueron acercándose hasta el pequeño roble que había en el centro del prado, pues habían leído que las vacas negras se refugiaban bajo los árboles para sentirse protegidas mientras dormían. Cada uno se acercaba por un lado distinto para cubrir mejor el terreno. A las doce y cuarto, el momento acordado, encendieron las linternas de luz negra, apuntando hacia el roble.

Por un instante pudo verse la vaca negra, fluorescente por efecto de la luz negra de las linternas, pero asustada corrió a esconderse hacia el límite lejano del prado, seguramente donde dormitaban otras de su especie. Manolito, Juana y Javier saltaron y se abrazaron mientras reían y proferían gritos de alegría, satisfechos porque la misión había sido un éxito y habían logrado ver una de las misteriosas vacas negras.

Jaume Castejón
Grupo B


La vaca mirando desde el tren

Aquella mañana de julio, cuando subí al tren que me llevaría a Santander, sentí de nuevo la misma sensación: cuando arrancó parecía que estaba inmóvil y era el otro tren el que retrocedía. Había sacado billete junto a la ventanilla, así podría disfrutar del paisaje. Aunque, a veces (hasta que empieza a verse la montaña palentina) prefiero mirar dentro y jugar a observar discretamente a los otros viajeros, imaginar en qué piensan, de dónde vienen, quién les esperará en la estación, hasta perderme en mis cosas.

Al rato me sorprendí al contemplar los campos verdes, y ahí estaban las vacas viendo pasar el tren, estupefactas, inmóviles, indiferentes. Seguro que no era la primera vez: según Leopoldo Alas, la primera vez que su vaca Cordera lo vio se volvió loca. Me pregunté qué pensarían ellas al ver pasar el tren, y llegando a Reinosa no podía imaginar que esa duda la iba a resolver en breve, porque en esa parada se subió al vagón una de ellas, que tenía billete junto a mí y se presentó como "Vaquita".

Me contó que estaba cansada de verlo pasar todos los días a la misma hora,imaginándose cómo sería por dentro, ardiendo en deseos de subirse a él. Por eso, cuando su novio "Vaquito" le invitó a un espectáculo en la plaza de toros de Santander en el que participaba esa tarde, no desaprovechó la oportunidad. A él le hacía ilusión que estuviera allí para apoyarle, por eso se había puesto sus mejores galas y tenía una entrada reservada en la barrera. Estaba un poco nerviosa, y no dejaba de mirar por la ventanilla a sus compañeras, sorprendiéndose al ver cómo tenían la misma actitud impasible.

Por fin llegamos a nuestro destino, la estación de Santander. Allí nos despedimos, le deseé que lo pasara muy bien y que su novio tuviese mucha suerte. En las noticias de la noche comprobé que así había sido, cuando escuché que el quinto toro de la tarde, de 510 kilos y llamado "Vaquito" había sido indultado en la plaza de toros de Cuatro Caminos de Santander.

África Gómez
Grupo A


La vaca Lola

Dicen que los niños nacen con un pan debajo del brazo. Tópicos. Matilde, mi pequeña, lo que trajo al nacer fue un cántaro alto y estrecho de cuello largo con dos asas. Estaba en su garganta. Es un “ánfora minoica” dijo la matrona y nos mandó a casa.
Mis tetas, ya de natural enormes, habían adquirido durante el embarazo un tamaño asombroso.
Treinta y seis horas después del parto, como era de esperar, reventaron.
Verlas manar era como contemplar la caída del Niágara. A pesar de ello, resultaron insuficientes. Matilde con dos chupetazos las dejaba secas. Quería más. El generoso sistema de producción del que me había dotado la naturaleza no era capaz de cubrir tanta demanda. La criatura lloraba.
Tuvimos que buscar una nodriza.
A la oferta contestaron una cabra, una oveja y una vaca. Las tres certificadas con la más alta calidad. Cualquiera de ellas podía acreditar desde el Naturland hasta la norma ISO 9009:2022.
La selección se hizo sola.
La cabra, un animal espléndido, se excluyó a si misma. Tenía una oferta paralela. Le tiraba más el monte.
Dolly, la oveja, un ejemplar fantástico, cinco minutos después de iniciar la entrevista se excusó. El instituto Roslin de Edimburgo la había localizado a través de las redes de Linkedin. Querían clonarla. Y lo hicieron.
Finalmente quien se convirtió en nodriza fue Lola, la vaca.
Tenía unas ubres majestuosas y conocía muuuuuuchas nanas.
Su pareja era un toro que lidiaba con las letras por placer. Con un cuerno escribía ensayos del tipo “Cómo torear a un torero” o “Cómo ganar a un ganadero”; con el otro, sólo le salían poemarios “Sueño de una hoja de encina”, “Un suelo vacío de bellotas”, “Siempre la madre hierba”. Solo los topos de nariz estrellada los devoraban
Tuvimos que hacer obra en casa. Poca cosa. Tirar algún tabique, cambiar las puertas por arcos de medio punto, remodelar el baño y poner un ascensor de carga. Lo más difícil fue encontrar un inodoro del tamaño de sus nalgas y las tuberías adecuadas. ¡Es todo tan estándar!
Mereció la pena. Gracias a Lola, Matilde pudo llenar su ánfora. El llanto cesó.
No sé si alguno de vosotros ha visto en algún documental a un bebé de humano mamar de una vaca. Es un caramelo delicioso. Si no lo habéis hecho, en YouTube hay varios. Mi favorito es el que colgaron hace dos meses. Os dejo la dirección hptt://blog de mascotas.country. Le falta algo de nitidez, pero su realizador, Claude Bourgelat, capta en pocas imágenes la esencia del momento.
Esta mañana me dijo la ginecóloga que estoy preñada de nuevo. Por la forma del ombligo, deduce que de un niño. Espero que esta vez traiga, tal y como se afirma, un pan debajo del brazo, y que no sea ni muy grande, ni muy duro.
Matilde ya tiene dos años. Ojalá, ella y su hermano hagan buenas migas.
Con Lola mantengo contacto casi a diario. El móvil quita mucho pero también da algo.
Ahora reside en una mansión rodeada de pastos, muy cerca de París. Innovation Enterprice S.A., una empresa especializada en energías renovables, la contrató poco después del destete de mi niña. Parece ser que el metano de sus pedos es de excelente calidad. Está pensando en mudarse a California. Una clínica estética demanda sus servicios por la misma razón. “Antiage Living” creo que se llama. Duda. Su pareja es feliz en L`lsle-Adam. Le gusta rumiar rodeado del aliento de Hugo, Proust, Balzac, Zola, Flaubert y tantos otros. Además, asegura que allí hay muchos topos de nariz estrellada.
Esta misma noche le escribiré un correo. Hay ciertos temas que no me gusta tratar por whatsapp. Yo Tampoco quiero que se vaya. Tengo la sensación de que Francia está a una manzana de camino.
Soy egoísta. Cuando el pequeño nazca, durante una temporada, la cuna de Matilde se llenará de moscas. Sería bueno que Lola con su hermosa cola me ayudara a espantarlas.
Somos amigas. No puedo presionarla. Pero os juro que rezaré al buen Apis para que no se vaya.

Ana Isabel Fariña
Grupo B


Redacción: La vaca

Y siguiendo la costumbre, ¿de dónde venía? ¿Sería que a Rousseau se le ocurrió decir que para los niños, conocer y hablar de las vacas no les iba a contaminar ni corromper, y eso todos los aspirantes a maestros lo habían leído? Aquella maestra también mandó hacer una redacción sobre la vaca. Y por si era verdad, que por ella no quedara, preparó bien el tema. Conocieron a La vaca llorona, La vaca estudiosa, La vaca ciega… unos rieron por su musicalidad, ritmo y humor, pero con la vaca ciega hubo que hacer una reflexión. Se completó con una clase de ciencias. La vaca, animal vertebrado, mamífero y rumiante.

Y al día siguiente recogió los cuadernos y ¡hala! a corregir Esperaba pasar un buen rato estaba acostumbrada a sus ocurrencias y originalidades.

“A mí no me gustan las vacas, son un fastidio, por su culpa no puedo ir a jugar a la era, tengo que ayudara mi padre, que anda con la ciática y me toca llevarlas y traerlas al prao. Además me toca recoger esas plastas que echan, que no me extraña estando todo el día comiendo, ¡bueno! ¿será verdad eso de que lo tragan y lo vuelven a la boca?, no entiendo por qué. Cuando lleno el cubo lo llevo a la linde del huerto, que dicen que es muy buena para que crezcan las patatas y toda la siembra. La Rubia anda algo coja, como me he acordado de la ciega me he acercado a ella, la he cogido la pata y he visto que tenía clavado un guijarro. Me miró que parecía que me daba las gracias. Hoy casi me ha gustado no poder ir a la era.”

Resulta que Pedro, no es tan brutote como le gusta aparentar, le ha ablandado una vaca. Tengo que aclararle un par de cosas.

“Mi tío Higinio es el carnicero del pueblo. Es el único que me puede ayudar, tengo que ir a hablar con él. ¡Eso de que las vacas tienen cuatro estómagos…! Pues tengo que verlos y sobre todo el libro. Si esto es verdad, como lo ha dicho la maestra, será. Ya sé lo que haré, le pido al tío que me regale el libro de las vacas, que yo creo que nadie lo pedirá ¿A quién le interesa lo que diga una vaca?, si lo dijeran las Campos o la Esteban, habría cola para pedirlo. Pero yo estoy muy intrigada. ¿Qué escribirán o leerán? porque digo yo que si las han hecho con un libro para algo será. Estoy muy contenta porque voy a tener una colección de libros. Tengo que decir a la Maestra que me enseñe a leerlos, que ella sabe mucho de las vacas, seguro que ahí ha aprendido esas poesías tan bonitas”.

Prohibido decir que me gustan los callos.

“ He oído a mi padre decir que el toro ha montado a la Canela, cuando era más chica no sabía que era eso, ahora sí. Me he alegrado por ella, por haber sido la elegida, porque va a ser madre y, ella es mi vaca preferida. No sé qué tiene de especial, pero es distinta a las otras. Algunas tardes me quedo en el prado, me llevo el cuaderno de las tareas y la merienda, me recuesto en el álamo que hay junto al arrollo que está en la linde y la Canela en cuanto me ve viene junto a mí. Unas veces se tumba a mi lado, y nos ponemos a parlar, yo hablo, ella bien me escucha, se lo noto por la cara que pone, me dice sí o no moviendo la cabeza, a veces arruga el morro y cómo me mira, cuando es algo divertido le brillan mucho lo ojos, es como si por las noches, cuando las pasa en el prado le cayera polvo de estrellas en ellos. Otras veces chapoteamos juntas en el arroyo, las ranas y pececillos nos acompañan. Por eso cuando me he enterado que está preñada me he alegrado tanto. Tengo que hacerle muchas preguntas, pero no sé si entenderé las respuestas, ahora a esperar los 283 días que me ha dicho mi padre”.

Durante los meses de espera le preguntaré por su vaca Canela, intentaré ayudarla con sus preguntas.

Con estas muestras Victor G. se habrá enterado de por qué los maestros mandan redacciones sobre las vacas. Ni los chicos de la escuela, ni los de Raúl se quedan en blanco si se les motiva.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


La vaca

Ganas, optimismo, anhelo, fuerza, ilusión, fe, ánimo, confianza; bueno, y cielo, estrellas. Ya está, diez palabras, esa es la propuesta; diez palabras para trazar la historia de una emigración y un exilio. Lo que se deja señalado no debería faltar nunca en la maleta de quien deja su patria; sin eso podía resultarle dura en exceso la prueba.

—Qué, Marito, esta noche no habrás llorado, ¿eh?

—No... bueno, un poco. Pero no creas, me dormí enseguida.

—Anda, tonto —la mano de Carmeli, apretó la mía como ella sabe hacerlo.

Carmeli tiene la mano suave como el terciopelo. Carmeli es mayor, ella dice que tiene catorce años, pero yo creo que son más, hay niños que han dicho lo de los catorce para que los dejaran subir al barco.

—Es que yo... —intenté argumentarle—. Me da mucha pena, estamos muy lejos. ¿Cuantos días llevamos ya de viaje?

—A ver, mira... nueve desde que zarpamos de Burdeos; entonces, diecinueve desde que salimos de Barcelona en tren.

—Pues fíjate.

—¿Y eso qué tiene, Marito? El Mexique es un barco precioso. Y ya verás Morelia. Estamos llegando a Veracruz; hoy, o mañana a más tardar. Verás qué bien nos reciben.

—Si, como en Cuba, que no nos dejaron bajar del barco.

—Eso es otra cosa, bonito. Es que tú eres muy niño, ¿cuántos años dijiste, seis? A los seis años hay cosas que no se entienden del todo, ya verás cuando crezcas.

—Es que yo, Carmeli, me acuerdo mucho de los de casa, de mi mamá sobre todo. Yo quiero estar allí, aunque vengan los aviones y tiren bombas.

—Todos nos acordamos de nuestros padres, pero estamos aquí por nuestro bien. Tú síguete acordándote de mamá, ¿qué te dijo en la despedida?

—No sé, no me acuerdo... «Mi niño», eso me dijo, sí; y me besó arriba del pelo, en la cabeza. Pero yo es que me siento muy solo. Aunque te tengo a ti, que me quieres mucho, que lo sé. A veces, ¿sabes?, me duele como aquí, en esta parte, donde el corazón.

—Ya, si lo entiendo, Marito, no llores; los hombres no deben llorar. Yo no lloro, ya ves, y soy mujer. Tú piensa en mamá. Y en papá, que él te quiere igual. ¿Qué te dijo él cuando os despedíais? ¿Lo mismo?

—No, él no es de besar. Él anda con sus cosas de no sé qué. Me dijo algo así como... a ver si me acuerdo... Sí, dijo: «Tienes que ser valiente, hijo. Tú cuando lleguéis, has de saludar fuerte, que se te oiga bien. Pero mucho cuidado no vayas a olvidarte; con el puño en alto, ¿eh?». ¿Tú crees, Carmeli?

Todavía no había comenzado lo peor.

Teresa Sanz
Grupo B


Una vaca especial

Felipe era un granjero enamorado de sus animales, tenía 29 cabras,65 conejos.mas de 100 gallinas 5 gallos,6 cerdos, 10 vacas Rojas y 1 negra,que llamaba SALTARINA,esta era una vaca especial.las demás se alimentaban con lo que es normal en una granja. Pero SALTARINA, siempre se alejaba y FELIPE tenía que ir a esa lugar favorito para ella,unos cercanos viñedos que siempre fueron de su familia.Ella se alimentaba de zumo de higos y racimos de uvas.Puede que fuera por su alimentación o ALGO diferente a lo normal y habitual, pero SALTARINA cuando era ordeñada, daba vino,de excelente calidad. Era muy conocida por la zona, y para FELIPE paso a ser la vaca más valorada y protegida. El veterinario quería que fuera montada por un buen semental de zona Alpina, pero el dueño protector no se lo permitía.SALTARINA,solo era montada por un novillo joven que él se encargaba de emborrachar previamente.Un grupo de investigadores biólogos y veterinarios están muy interesados en estudiar a esta vaca especial.

Pepa Agustín
Grupo B


CLEM

Se llamaba Sabina y no sabía mugir. Pastar y dormir era su vida. Además de, cada mañana, ser ordeñada por Paquito, el hijo de Paco, su dueño (y de otras 14 vacas).

Paquito era un tipo afable, muy simpático, con una sonrisa que le llenaba el rostro. Durante la tarea, siempre cantaba o tarareaba las canciones de sus grupos favoritos, destacando “Héroes del Silencio”1, como buen maño que era. – Sabi, algún día mugirás, y eso me hará tan, tan, feliz – en ocasiones le decía al despedirse. – “He oído que la noche es toda magia. Y que un duende te invita a soñar” – se alejaba cantando. – “Si las estrellas te iluminan. Oh, y te sirven de guía. Te sientes tan fuerte que piensas que nadie te puede tocar.”

Entre sus compañeras vacas se encontraban Marga y Rita, podría decirse sus dos mejores amigas. Pasaban horas y horas chismorreando sobre asuntos vacunos, y otros menesteres, lo que ocurría en la granja, y alguna de las cosas que pasaban fuera de ésta. Y diréis, “¿cómo una vaca que no es capaz de mugir pasa horas cotilleando con dos grandes mugidoras?”, pues bien, Sabina se comunicaba perfectamente utilizando gestos faciales, todos los músculos que formaban su cara, junto a sus ojos y a su enorme lengua, eran capaces de combinarse y dar forma a cualquier cosa que ella quisiera dar a entender a sus interlocutoras. Y no sólo se comunicaba para cotillear, era incluso capaz de inventar historias, relatos elaborados con su riquísima imaginación.

- Si fueses humana serías una gran escritora – le decía Rita.

- Pero no es humana, – sentenciaba Marga - ¿has visto alguna vez un animal que escribiese? Que haga lo que se supone que tiene que hacer como vaca. Si se esfuerza, tal vez hasta logre mugir. Mírame a mí, si fuese humana, sería una gran tonadillera, pero soy vaca, y sólo vosotras sois capaces de apreciar mi voz.

“Yo me esfuerzo, sólo que soy incapaz” comunicaba ella de la forma que sabía. Pero ese día no dijo nada, sin comprender por qué, pensó en “la noche mágica” y “el duende que te invita a soñar”. Se convenció de que saldría de la granja, encontraría a ese duende y él le regalaría el don de mugir. Y dio la noche, y así hizo.

Avanzaba temerosa, pues el mundo exterior era algo aterrador para ella, no por nada, pero lo desconocido siempre da miedo, a la mayoría de los seres. Sabina era como la mayoría.

- ¿Qué haces sola por aquí? – Un ser negro, alado y pequeñito, parecía ser quien había dicho esas palabras. Sus ojos grandes, como platos, la miraban inquisitivamente.

“¿Eres el duende?” preguntó Sabina moviendo su cara, gesticulando.

- ¡Eres muda! ¡Una vaca muda! ¡Sola, y avanzando por la noche! – Bueno, “Vaca Muda”, desconozco qué quieres decirme. Soy Edgar. “Edgar el cuervo” me llaman por estos lares. Si tú quieres puedo acompañarte un rato. Nadie conoce como yo esta zona, y la verdad me aburro. No tengo nada mejor que hacer – argumentó Edgar. – Además, con tu impedimento fonético, requeriré tiempo para descubrir tu historia. Y si quiero llamarme escritor, debo procurar saciar mi curiosidad, y tú, amiga mía, me la has despertado. Así qué… ¿te acompaño?

“Sí” asintió Sabina con su cabeza de vaca. A la vez que pensaba lo equivocadas que estaban en la granja, pues sí había animales escritores, y seguramente habría cantantes.

Volvería mugiendo, haría sonreír a Paquito, y abriría los ojos de sus amigas. Edgar sería un buen acompañante, en la oscura noche, en su búsqueda del duende.

- Bueno “Vaca Muda”, no quiero seguir llamándote “Vaca Muda”. Te voy a llamar Clem, espero te guste. Mira, Clem, yo no descifro tu forma de comunicarte, pero sé de alguien que tal vez pueda ayudarnos.

“El duende. Tal vez conoce al duende”, pensó Sabina.

- Por cierto, busco la respuesta a una adivinanza. Tú, aunque la sepas, ojalá la sepas, no serás capaz de comunicármela. Pero aun así quiero planteártela. Y ahí la tienes: “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?” Extraña, ¿verdad? Mi tío abuelo Lewis nos lo planteó, creo que ni él sabía la solución. Nos dijo “tenéis una semana para decírmelo”. Pero pasó la semana y él… se esfumó, ya no estaba. Se había ido. Desapareció de nuestras vidas. En fin, dramas familiares. Cosas de cuervos. Clem, clem, clem. Me caes bien, Clem.

Así avanzaron, mientras, la noche se fue extinguiendo y dejó nacer a un nuevo día. El día fue agotándose (al igual que ellos), y apareció una nueva noche. Entonces, durmieron. Al día siguiente llegaron a ver al ser más sabio de la zona, el “alguien que podría ayudarles”. No pudo. Desconocía las intenciones de Sabina.

- ¡Pero si no es tan difícil! – dijo Edgar – Mira, cuando hace esto – empezó a hacer una mueca con su negra cara – quiere decir… ¡Oh, cielos! ¡Clem! ¡Soy capaz de… ! ¡Puedo leerte! – gritó - ¡Sé lo que quieres!

Los ojos de Sabina brillaban esperanzados. Y comenzó a gesticular.

- Te llamas Sabina, y eres incapaz de mugir. ¡Clem, voy a ayudarte! – Sabina siguió gesticulando. – Te voy a seguir llamando Clem, te pega más. Mira, no conozco ningún duende, pero sé de un hombre que quizás logre ayudarte. Se llama Sigmund2. Vive lejos. En un lugar llamado Viena. – Se quedó pensativo, y tras un pequeño instante - Por cierto, ¿te acuerdas de la adivinanza? ¿Sabes la solución?

Sabina sonrió. “A Viena” - sentenció.

- En realidad no esperaba que la supieses. – el cuervecito parecía desilusionado.

“Amigo” – los ojos de Sabina miraban a Edgar agradecidos.

- ¡Clem! Sí… ¡A Viena! – gritó el cuervo, exultante.

La historia es muchísimo más larga. Incluso más larga que los 2117 km que separan Zaragoza de Viena; pasando por Barcelona, Marsella, Génova y Venecia.

Así pues, cortando y cosiendo el argumento, trasladémosnos directamente a Viena, donde llegaron a ver a Sigmund. Y Sigmund al igual que aquel ser sabio, en los bosques de Aragón, fue incapaz de ayudarles.

- ¡Lo siento, Clem! Tiene que existir alguien que te pueda ayudar. ¡Encontraremos a alguien!

“Tranquilo. Estoy bien. Tal vez debamos volver a casa.”

- Bueno… y si antes escuchamos un poquito de música. Dicen que hay un grupo de músicos de Bremen3 que está de paso por Viena.

Así conocieron a un burro, a un perro, a un gato y a un gallo, que juntos hacían una música muy bella. Y los siguieron, ciudad tras ciudad, durante un tiempo.

El cuervo y la vaca comenzaron a escribir letras. Parece ser que las canciones más exitosas de “Los Cuatro de Bremen” fueron creadas en colaboración con ellos.

Edgar nunca supo cómo resolver la adivinanza, pero se convirtió en el escritor más famoso de la zona. Planteando y resolviendo sus propias adivinanzas, se expandió en otros géneros, siempre con brillante resultado. “Nunca más. Reflexiones de un cuervo” – su obra más importante acaparó casi tantos premios como elogios.

Sabina, ahora todo el mundo la llamaba Clem, nunca logró mugir, pero logró que su “voz” sonara fuerte por el mundo. Y sabía que, a una distancia considerable, un hombre llamado Paquito, cantaba y tarareaba letras que ella había ideado. Era una vaca feliz.


1. Héroes del Silencio. Grupo de rock español radicado en Zaragoza. Su período de actividad va desde 1984 a 1996.

2. Sigmund Freud. (1856-1939). Médico neurólogo austriaco, padre del psicoanálisis.

3. Los Cuatro de Bremen. En la colección de cuentos de los Hermanos Grimm, es el número 27. Jakob Grimm, su escritor (1785-1863).

Nota del Autor. Se recomienda al lector hacer un pequeño esfuerzo e imaginar (ya está dando por válido el concepto “animal parlante”) un mundo diferente al nuestro, evidentemente, en el que estos personajes fueron coetáneos, incluso reales (si fuese necesario). Todo sea por la felicidad de Clem.


Diego Rico Suárez

Grupo A


Algoritmo de la vaca

Para redactar el algoritmo de la vaca debe definir de qué tipo de vaca se trata. Si es una vaca real, imaginaria o entera. Si es desnatada, no comprenderá nada y no podrá ejecutar el programa.

Asegúrese de poner fin a cada instrucción. No vaya a ser que el animal se confunda por la falta de límites y le cuelgue el procesador. Es mejor tener los procesadores en tierra firme.

Si es un código de vaca blanca puede relajarse, pero las vacas de sombrero negro sufren de voyerismo y es mejor tenerlas vigiladas. Una vez, una vaca negra ingresó en todas las cuentas de los ganaderos de Salamanca y trasfirió los fondos a una asociación de anarquistas veganos, que aún siguen discutiendo en asamblea qué harán con esas ganancias inesperada. No se puede reclamar el dinero porque los desfalcos realizados por vacunos no están contemplados en la ley.

Determine el número de núcleos en el que va a correr su vaca. Pueden correr varias vacas en paralelo si tiene múltiples núcleos, pero tenga cuidado si su máquina es “dual core”, no disponen de espacio suficiente y sólo aceptan una vaca a la vez. No podrá visualizar ni escuchar listas de video, ni actualizar su muro mientras la vaca esté corriendo.

Si es una vaca rayada, recuerde poner los dos puntos después de cada línea. Si es una vaca sólida, podrá ejecutarla en cualquier sistema.

Si ha entendido el procedimiento, entonces, proceda a redactar el algoritmo de su vaca, sino, vuelva al inicio. FIN

Silvana Revollar
Grupo B


CRISTETA, LA VACA ZEN

Me llamo Cristeta y soy una vaca.
Podrían haberme llamado Margarita como esa vaca de Castilla y León, o Paca como esa que siempre ha sido tan famosa. Pero no, me pusieron por nombre Cristeta quizá en honor a mi condición de vaca lechera -como bien sabéis, la ubre en estos casos cobra especial relevancia-.
Eso debieron pensar ellos, que yo iba a ser lechera así, de por vida… Nada les llevó a imaginar que sería una vaca distinta o, dicho en otros términos, rarita. “Única y especial”, como diría algún escritor de autoayuda.

Para empezar, soy una vaca ilustrada. Sé leer y, como veis, también sé escribir. No porque mi dueño me enseñara, no, sino porque a su hija que siempre fue una niña fantasiosa que bien podría ser catalogada también como rara, se le ocurrió pensar que yo aprendería a hacerlo y todas las tardes, cuando su padre le ordenaba ordeñarme, aprovechaba para leerme historias.

En atención a su atención hacia mí que no había cesado desde que, aún siendo ternera, me daba la leche en polvo, cuando me apartaron de la teta de mi madre, y después se quedaba conmigo un buen rato haciéndome compañía acariciándome y mirando mis ojos tristes; yo la escuchaba sin entender nada pero sin decir ni mú. Hasta que un buen día, tuvo la genial idea de contarme la primera historia de vacas. ¡Vacas a mí! Nada me motivó tanto para querer saber leer como escuchar aquellas historias sobre algunas de las chicas de mi especie. De ese modo, podría saber de ellas aún cuando mi amiga no estuviera a mi lado.
He de decir, que no llegué a dar leche merengada como aquella vaca tan salada, tolón, tolón. A mí me dio por pensar, tachín, tachán y, exclamar ¡eureka! como cierta gallina clueca, sólo fue cuestión de pasar por algunas buenas rumiaciones.

Y pensé y pensé… Y pensé que por cada cinco lúdicos minutos que propiciaba el robusto toro dispuesto a solazarse con cualquier vaca a tono que campara por los verdes prados que frecuentábamos; yo tenía que pasar por nueve meses de preñez, por un parto y por un dolor de tetas inimaginable a veces, gracias a los embites del ternerillo, pobre hijo mío, producto de aquel divertimento; por la pena que me provocaba el separarme de éste un poco más tarde y, pasar desde ese momento a ser blanco de los toqueteos tetiles de cuantos se encargaban de ordeñarme. Esto por no contar lo mal que me sentaba que, cuando más a gusto estaba rumiando debajo de un árbol, era cuando lo tenía que dejar para acudir al establo a ser literalmente exprimida.

Y leí y leí y rumié y rumié hasta ir dando forma al modo en que podría librarme de aquel destino aciago. He de admitir, que el hecho de estar muchas horas también al aire libre, y en soledad cuando quería rumiar a mi bola, me facilitó mucho las cosas.

Habida cuenta de lo desagradable que le resultaban a mi dueño los pedos de las vacas, y a sabiendas de que algunas hierbas producían más gases que otras, las empecé a coger gustillo. ¡Qué placer sentía yo cuando, cada vez que iba a ordeñarme, le obsequiaba con un metanoso "pun" de los míos y él juraba y perjuraba!
Si a esto añado que tenía que hacer más ejercicio para buscarlas y que eran menos propicias para favorecer la producción de leche, ni que decir tiene que perdí peso y volumen ubril y con ello puntos para permanecer en la granja. Mi dueño empezó a pensar en darme el finiquito. Esto podía ser para mí una oportunidad si lograba evadirme cuando me sacaran de allí para ser vendida. Pero asimismo, si no lo lograba, podría suponer mi condena de muerte a descarga vil. ¡Algo había de hacer al respecto!

Gracias a mi perfecta y completa visión panorámica, un día mientras estaban rumiando esta y otras hierbas, pude divisar detrás de mí, al otro lado de la valla, un hermoso toro que parecía mirarme con atención. Me levanté y me acerqué a él confiada a sabiendas de que no estaba en época de correr peligro.
Se llamaba Rosendo y tenía una muy particular manera de vivir. Sin saber muy bien por qué, le conté lo que me ocurría. ¡Bendito momento, porque acto seguido con un berrido me señaló una salida por un sitio por donde la valla estaba rota!

Salí y me fui con él porque sin saber por qué sentía en su compañía un calorcillo delicioso en mi nariz y sin pretenderlo, mis orejas se movían contentas.

Estuvimos varios días vagando, mugiéndonos nuestras alegrías y penas, respirando a veces con los ojos cerrados el maravillosamente aromatizado aire de los campos. Por si no lo sabéis, una vaca con los ojos cerrados hace leche concentrada. Pues bien, de tanto cerrarlos, a mí se me concentró tanto la leche que dejé de producirla. Gran bendición. Además de la alegría por vida tan reposada en compañía de aquel gentil toro, pude de una vez por todas decir adiós al dolor de tetas.

Un día, le conté a mi amigo las ansias que sentía por conocer nuevas tierras y él que eran un bovino avispado que había oído muchas historias, mugiéndome seriamente, me dio una gran pista: -Cristeta, si vivieras en La India serías sagrada y si lo hicieras en Inglaterra estarías loca.

Ni que decir tiene, que ante esta disyuntiva no necesité rumiar mucho para decidirme por Asia,. De modo que me despedí de mi amigo con un sentido mugido de “adiós con el corazón” y, días después, embarqué rumbo a La India. Describir aquí cómo lo logré sería arduo y seguramente no querríais conocer algunos detalles, así que no lo haré. Tampoco describiré como acabé en un monasterio budista en Bodh Gaya. Este monasterio está rodeado por campos indescriptibles de deliciosas hierbas y el “jefe”, tiene prohibido por ley molestar a una vaca seca como yo.

Si bien al principio me acordaba de mi amigo el toro y deseaba a veces que hubiera podido conocer este paraíso, al cabo del tiempo, gracias a los consejos que el jefe monje da a los “monaguillos” sobre el apego, y a los relajados ratos que paso a la sombra de algún ficus rumiando incluso sin “rumiar”, huelga decir que me he convertido en una feliz vaca zen.

Mercedes González
Grupo A


La vaca de Avelino

Romualda, que así llamaba Avelino a su vaca preferida, era una vaca normal, negra con pintas blancas. Todos los años renovaba su cabaña de 20 vacas, compraba o vendía alguna, pero Romualda era intocable. A los que intentaban comprársela, les decía que era la vaca que ponía orden en el corral y eso que nunca la oyó decir ni mu.

Luis Iglesias
Grupo B


Una vaca diez

Dicen mis amigos, y aquellos que aseguran quererme bien, que soy algo excéntrica porque me he comprado una vaca. Y yo les digo que de ningún modo el que tenga una vaca en mi casa, excede en nada a que mi vecina tenga una docena de gatos. Si ellos, los que se interesan por mi bienestar, supieran lo relajante que resulta cruzarse en el portal de la casa con los gatos maullando y la vaca mugiendo, comprenderían. Es un compendio de sonidos tan bien orquestado, que ya no sabes si es la vaca la maullante, o los gatos los mugientes. Por mi parte, considero este modo de expresión algo así como un canto gregoriano. Tanto es así, que los vecinos prefieren escucharla con la puerta de sus viviendas cerrada a cal y canto para disfrutarla mejor. Cierto, que un día bajó un vecino diciendo que estaba hasta los mismísimos conyones de berridos disonantes que lastimaban su sensibilidad auditiva. Bien sé yo, que no fue a mala fe, mi Rubi le arreó un pisotón que rebotaron por el losetaje del portal los metatarsos, cuneiformes y falanges al son de lamentos y ayes del accidentado. Menos mal que eran gatos, que si llegan a ser perros, se los hubieran merendado sin la venia de su amo.

Hace un año de este frugal suceso, y va para larga la recuperación del pie. Desde aquel día, el interfecto no ha vuelto a decir ni mu.

Mi vaca es de color rojo escarlata. Diurna de condición como el diamante del día, y es un amor. Lo mismo da clase de solfeo a los gatos, que borda los paños para la iglesia, que recita a Pope, y además, se sabe de corrido la última edición de la R.A.E. Y no digamos, si hablamos de escribir, más que el Tostado. Vamos, lo que se dice, una vaca del renacimiento, o una polímata, que viene a ser ídem. También es madrugadora, hacendosa, sociable y sin malicia consciente. En los últimos meses se me ha afiliado al partido animalista para abogar por la causa que afecta a sus congéneres y vean, vean que labia la suya.

Amigas, hermanas, compañeras:

Nos hemos reunido en este coso taurino, escenario que de hecho, nos va como anillo a la nariz bobina, para manifestarnos y reivindicar nuestros derechos como criaturas que no solo comen y defecan, que es en lo único que se fija la humanidad cuando invade nuestro territorio, sino que también sienten. Y no es de recibo, que ya sobrepasada la linde del segundo milenio, se siga practicando el mismo método de marcación a las vacas que en, digamos, la prehistoria. ¡Estamos infravaloradas! ¡Nadie se ocupa de nuestros derechos! ¡Que los tenemos! ¡Es hora de alzar la voz! ¡Que se nos oiga! ¿Dónde está la Protectora de Animales que no aboga por nuestra causa? Somos ejecutadas en masa para alimento de nuestros verdugos, y ¿qué obtenemos a cambio? ¡Nada! ¡Un hierro candente en el trasero! Repito, tenemos que reivindicar nuestros derechos y los de nuestra futura prole para que cambie el sistema y se nos dé un trato digno. Solo pedimos que nos miren como a seres que sienten, y en lugar de aplicarnos el hierro candente, utilicen el nitrógeno líquido, cosa que hacen con los caballos. A esto, compañeras, se le llama ¡discriminación! Somos tan merecedoras como los equinos de este método indoloro. Que no se engañe el ejecutivo. Tenemos ya rumiadas más de un millón de firmas que avalan nuestros derechos, derechos por los cuales lucharemos hasta nuestro último aliento” Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los “cómos”.


¡Esta es mi Rubi!.

Un año ya que me abandonó. La convencieron para que cambiara de chaqueta y mediara con sus hermanas a la hora de aplicarles la quemazón del hierro. Ahora tiene un chalet en Lanzarote, una casa en Madrid y un yate en el Ibiza Magna. Está muuuu bien pagada.

Pepita Sánchez
Grupo B


Tener una vaca

Desde pequeña, siempre quise tener una vaca. 
Era mi gran pasión. Pedía siempre lo mismo como regalo de cumpleaños, por Reyes, así... y nunca me la traían.
Hasta que un día apareció en el prado enfrente de mi casa, la vaca.
Que ilusión me llevé, hasta lloré y todo.
Descubrí para mi gran sorpresa que era una vaca roja.
Así fue, por la mañana antes de irme a currar, la vaca amanecía, ordenaba la casa y se iba a pastar y bebía del agua limpia cercana del arroyo. 
Nunca le di zumo de higos, ni hablé en el trabajo de la vaca.
Lo comenté con mi mejor amigo quien me dio sus consejos y me ayudó. 
Tenía un pequeño huerto al lado del prado donde la había soltado y crecía mucha maleza alrededor, gracias a la vaca, dejé de tener tantos problemas. 

Realmente, estaba encantada de tener una vaca en casa. 

Iria Costa
Grupo B

1 comentario:

  1. No había visto esto. ¡Es fantástico! Un superabrazo a todos/as, humanos y vacas. Víctor.

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