Donde nadie me llama

El lunes tocó sesión de cotilleo así que colocamos cada cual nuestro vaso entre oreja y pared y nos dispusimos a escuchar, sin más, las conversaciones ajenas.
El título de la sesión, "Donde nadie me llama", se lo debemos al poeta Fernando Beltrán quien tituló así su antología poética publicada en Hiperion. Cuenta Beltrán que de camino a la imprenta escuchó a una chica decirle a otra: "eso me pasa por meterme donde nadie me llama". El poeta, al oírla cayó en la cuenta de que ese tenía que ser el título para sus poemas pues la frase coincide con su manera de entender la literatura (meternos donde nadie nos llama).





Hablamos del proyecto "La gente anda diciendo", puesto en marcha por dos jóvenes argentinos, Tatiana Goldman y Ezequiel Mandelbaum quienes recogen a través de twitter, facebook e instagram numerosas frases y conversaciones escuchadas en el metro o en la calle.

Y compartimos algunos textos como el microrrelato "Conversaciones ajenas" de Yolanda Delgado Bautista, finalista del III Concurso de Microrrelatos de la Biblioteca Pública Municipal de Cuenca:

Desde muy niño siempre me ha gustado oír las conversaciones de otros. Cierto día acudí a la Casa de América. Se presentaba un libro de Augusto Monterroso titulado La vaca. Desde la tercera fila del anfiteatro me pareció adivinar a un escritor tímido, irónico, pero sin duda mofletudo. Tras una hora de palabrería, la sesión de tarde terminó con un aplauso caluroso, lo mínimo que se espera de un público que no paga entrada. Me quedé rezagado en mi silla, observando a la marabunta que se volcaba con y sobre el maestro, peleándose por conseguir un autógrafo “personalizado”. En medio de aquel tumulto, vi como una señora avanzaba dando cornadas a diestro y siniestro y no paró hasta que sus ojos bovinos se situaron frente al autor. Maestro —escuché que decía—.Cuánto me está gustando su relato del dinosaurio. ¡Ya voy por la mitad!

O el microrrelato de Rosa Fernández Díaz:

Su curiosidad es sorprendente desde bebé. Este año, en febrero, comenzó a caminar sin ayuda y se ha acostumbrado a pegar la oreja a las paredes para oír secretos. Todos los días, cuando cierran la puerta de su dormitorio por la noche, se levanta sigilosamente, postrándose para atrapar los susurros que resbalan sobre la alfombra del pasillo.
Ya es diciembre. Anoche, agazapado con la oreja pegada a la puerta, se apoderó del escurridizo secreto de la Navidad.
Nunca más volverá a dejar agua para los renos de San Nicolás ni para los camellos de los Tres Reyes Magos.

También hablamos de la película Paterson y del cortometraje de Manuel Jiménez titulado "Conversaciones ajenas"



Propuesta de escritura

Escribe un cuento, microrrelato o relato inspirado en una conversación ajena. Para ello tendrás que poner la oreja en las paredes de la casa o abrir bien los oídos en la calle, en la sala de espera del médico, o en el supermercado. 

......
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Cuatro historias oídas sin querer

Un vecino comentaba a otro el remedio que había tenido que tomar ante el ruido que armaban casi todas las noches la pareja que vivía encima de su piso y no le dejaban dormir.
Compró una cinta de casete en donde había grabado ruidos más fuertes que los de esta pareja y cuando empezaba el cachondeo lo ponía más fuerte y surtía efecto, les cortaba el festejo de raíz.

En el autobús dos chavales jovencitos de unos catorce años iban hablando de sus relaciones con las chicas de su edad. Fíjate el otro día toqué a fulanita abajo y no me dijo nada, pero al día siguiente la toqué arriba y me dio un tortazo. Yo, el otro día toqué a menganita arriba y no dijo nada, pero la toqué abajo y me dio un tortazo. Oyes, a las mujeres no hay quién las entienda.

Había una farmacia en el centro de Salamanca en donde la juventud acudía a comprar preservativos. La mayoría esperaban a que no hubiera clientes, porque les daba reparo el solicitarlos. Me contaron de un farmacéutico cachondo que cuando aparecía un joven a pedir su caja de preservativos y había gente, le decía en alto “De que tamaño L, M, XL, XXL” y se iban sin su caja de preservativos argumentando que eran un encargo.

Otra historia, que más parece un chiste, es de la inauguración del AVE de Madrid-Sevilla. Ese día iba una conocida modelo, para más señas sevillana, la cual había dado a luz recientemente, y llevaba su retoño en brazos. Cuando el AVE empezó el recorrido, se puso a dar el pecho a su niño, pero este no tenía apetito y no ponía interés en mamar, a lo que la citada modelo le decía al niño “Come que sino se lo doy a este señor”, pero ni con esas hacía caso el niño. Pasado un rato, el señor se levanta y se dirige al niño y le dice: “Majo, decídete, que me tenía que haber bajado en Córdoba y ya estamos llegando a Sevilla”.

Luis Iglesias
Grupo B


Conversaciones ajenas

Estoy estudiando auxiliar de enfermería en un centro privado Formaduero porque en Salamanca no me dejaron entrar en el Uribarri por puntuación más alta. Y tengo convalidadas 5 asignaturas comunes con atención sociosanitaria por eso puedo ir tanto a Salamanca.
Suspendí un parcial de anatomía de la cavidad bucal y al entregarle el examen (en confianza que ya conozco a todos los profesores aunque no me den y son majos): y el tema 4 anatomía y fisiología del diente Vero? me miró extrañada. Te refieres al tema 5 esta colgado en la plataforma, no no Vero el 4, siguió mirándome extrañada. Yo no insistí. Después del recreo me llama a mi compañera y a mi: Iria puedes venir? nos lleva a su despacho. Tenías razón -me dijo- no me di cuenta y cuando me lo dijiste luego caí pero creo que asi os beneficia no se lo digáis a los compañeros. Os viene bien este Jueves o el próximo Lunes? Accedí al lunes próximo que mi compi no tenía otro examen mas.

Iria Costa
Grupo B


Historia de un fracaso

Salgo de casa dispuesto a escuchar conversaciones ajenas, paseo por diversas calles, camino despacio, camino deprisa, agudizo el oído, y nada.
Llego a casa y subo las persianas, abro las ventanas del patio interior. Ningún vecino habla, no discuten; nada que llevarme al oído.
Acudo a un supermercado, en la cola de la compra de fiambres, apenas hay clientes, ninguno habla.
Voy a la panadería: ¡Qué bien!, hay cola. Intento escuchar, pero nadie dice nada.
Vuelvo a casa por otras calles, caminando despacio y con el "oído avizor". Nada.
Llevo dos días intentándolo y nada consigo. Creo que la gente cotillea con precaución y con seguridad sin dejarse atrapar.
Recuerdo hace muchos años en la asistencia a un congreso, al ir al comedor me quedé descolgado de mi grupo y me senté en una mesa donde había asientos libres, pero de la que yo no conocía a ninguno de ellos. Al comenzar la comida se pusieron a hablar animadamente entre ellos, y yo callado. Al cabo de un momento un compañero dejo de hablar y me preguntó: Nombre, lugar de trabajo, dónde me había formado, en qué hospital trabajaba... Al conocer a mi antiguo jefe de servicio, se presentaron amablemente, y entonces sí: se pusieron a "despellejar" a un compañero al que sabían que yo no conocía, ni tenía posibilidad de contarle nada de lo que allí se iba a hablar.
Cotillea, sí, pero con seguridad.

José Luis Fonseca
Grupo A


El modernismo

Julia cerró la puerta del despacho a las seis de la tarde. Sabía que a esa hora el Paseo de Gracia estaría completamente lleno de turistas y que habría que sortear a los numerosos grupos que llenaban las aceras y colapsaban los pasos de cebra. Tenía prisa por llegar a casa y todavía le quedaba un buen recorrido a pie y otro en el tren cercanías.

Frente al portal estaba el semáforo que regulaba la intersección entre la calle Consejo de Ciento y el Paseo. Nada más salir vio al grupo parado ante el paso de cebra que, entre braceos, mapas y discusiones estaba obstaculizando el espacio de los peatones. Al acercarse oyó la frase mágica

–Por mucho que digáis, yo no veo el modernismo por ninguna parte…

En ese mismo momento vio la manera de apartarlos de su camino y resuelta se dirigió a la persona que había pronunciado esas palabras

–Voy a entrometerme en su conversación, si me permiten –Dijo Julia-. Están justamente delante de él pero no lo ven porque miran hacia el lado equivocado. Pero si se dan la vuelta y miran hacia la acera de enfrente verán la Casa Batlló y la Casa Ametller, máximos exponentes del modernismo catalán situados en el Paseo de Gracia. Solo tienen que cruzar la calle…

–Disculpe, –interrumpió el interlocutor- no buscamos los edificios históricos, de hecho acabamos de visitarlos, nos ha pillado en medio de una controversia sobre nuestros hijos, que se nos presentan como modernos y avanzados, pero que en la realidad son tan retrógrados como nuestros padres. De ahí que no veamos el modernismo por ninguna parte…

Julia se limitó a excusarse y a seguir su camino muerta de risa y de vergüenza a partes iguales.

Maxi Moreno
Grupo B


Autobús a Madrid

Un movimiento brusco de su respaldo le despierta: alguien ha ocupado los asientos detrás de él. Somnoliento mira la ventana llena de campos de cereales con unos lejanos árboles junto al curso de un río. Un taco proferido en voz alta acaba de despertarlo.

–¡Joder! –Escucha exclamar al hombre sentado tras él­–. ¡Si no le doy leña no suelta dónde tenía la pasta!

–Ya me habían dado las joyas. No sé si era necesario –duda la mujer que le acompaña.

–¿Y qué quieres, que se lo quede todo el gilipollas de tu hermano? –responde él enojado.

–¡Es verdad! Ese mamón lleva toda la vida chupando del bote.

Luis se hunde en el asiento tratando de fundirse con él y desaparecer. No quiere oír una palabra más, no quiere que sepan que les está oyendo.

–¿Cuánta pasta tenían? –quiere saber el hombre.

–Tres mil quinientos euros. ¿Para qué tendrían tanto dinero en casa los muy cabrones?

–Tu padre nunca se fio de los bancos…

–¡Pues por listo se ha quedado bien jodido! –Se ríe ella y, sin transición, se pregunta–: ¿Será grave la herida de la cabeza?

–¡Nooo! –Le quita importancia el otro–. Las cejas que son muy escandalosas con la sangre. Más me acojoné yo cuando agarraste a tu madre por el cuello. Parecía que iba a darle un ataque al corazón.

Luis no alcanza a escuchar la respuesta, pero ya está tan asustado que saca el teléfono para llamar a la policía. Se detiene al pensar en la posibilidad de ser descubierto. “Sin embargo, algo debo hacer”, está pensando en el momento en que el autobús se detiene.

–¡Arévalo! Cinco minutos de parada.

Se decide de inmediato: se apeará y llamará a la Guardia Civil una vez que el autocar haya partido. Se levanta y, antes de coger la mochila del portaequipajes, echa una mirada de soslayo a la pareja. Contra lo esperado tienen un aspecto normal, nada amenazador, incluso pacífico. Sostiene cada uno un rimero de folios.

–A mí no me resultan creíbles estas frases –dice la mujer señalando el papel con el dedo–. Hay que hablarlo con el director antes del estreno.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Santa Elena

Hace algunos años trabajé como profesor en un colegio de Barcelona, impartiendo la asignatura de Ciencias Sociales a alumnos de 8º de EGB. Les había puesto un examen de un solo tema del libro, el tema de «Napoleón». El examen constaba de 5 preguntas largas a desarrollar y 5 cortas, conformadas por una o dos palabras, que debían responder con una frase. Una de las preguntas cortas era: «Santa Elena».

Volvía a casa en el metro cuando una conversación ajena me llamó la atención e hizo que, de repente, me fuese imposible no prestar interés.

—¿Qué tal te fue el examen de Napoleón? —preguntó alguien. Perfectamente audible para mí, en medio del ruido ocasionado por el convoy.
—Yo creo que muy bien —respondió una voz que identifiqué de inmediato como David, uno de mis alumnos—. Cinco preguntas largas y 5 cortas. Las cortas me las sabía súper bien.
—¿Qué preguntas cortas fueron esas? —quiso saber el primero.
—¡Uy! Sólo me acuerdo de la última. Santa Elena.
—¿Santa Elena?
—Sí, hombre. Santa Elena. O era la mujer de Napoleón o una batalla donde se perdió todo. No sé. Yo he contestado eso.

La respuesta de David me arrancó una sonrisa. Estaba claro que tenía una duda sobre la pregunta y para asegurar los 0.5 puntos había escrito las dos respuestas que él consideraba acertadas.

—¡Serás animal! —le espetó el amigo— ¿Cómo va a ser una santa la esposa de Napoleón?
—Pues que pille la segunda respuesta —afirmó con desmesurado aplomo.
—¡Ay, hijo! —intervino la señora que estaba sentada junto a ellos—. Santa Elena es la isla donde desterraron a Napoleón después de perder la batalla de Waterloo.
—Ja, ja, ja —rió el amigo—. La batalla donde se perdió todo, como el aprobado que tú también has perdido.

Jaume Castejón
Grupo B


La información

Todos los días, nueve de la mañana, se me puede ver sentada a la barra en el Novilunio, soportales de la Plaza Mayor; no hay desayunos con mayor encanto en la ciudad. A lo mejor conviene decir que llevo así un montón de años. Venga, dicho queda y vale. Pero conste, si creyese que al relato le convenía que yo confesara mi edad, tampoco me importaría reconocer los ochenta y tres.

Nueve y cinco y llega quien yo me sé. Ocupa el lugar a mi derecha, entre servidora y su amigo, que está un poco más allá y que se tiene leídos de cabo a rabo los periódicos locales y algún otro nacional. Al recién llegado le sirven los camareros como a mí, sin pedir. El otro comienza entonces a contar lo que ha leído. De política mayormente, que no quería decirlo yo, pero en fin. El que habla debe ser del Departamento de Prensa o así; por si acaso le pongo las mayúsculas. La información la da libre de paja, pero sin que falte lo esencial. Muy bien, así me entero yo, que a una el oído le funciona (con ayuda de los audífonos, pero eso no quita). Lo que hago no es pecado, creo yo; venial si acaso. Lo grave sería escuchar en plan Villarejo y grabarlo, pero las palabras que viajan por el aire son de todos. Diez minutos más o menos y se marchan los dos. Y me marcho yo.

Me dirijo a casita, donde aguarda Klaus. Me gusta ir a pie, a servidora las piernas le responden gracias a Dios. A Klaus no deben faltarle las noticias del diario, qué haría él, pobre, sin mí. Por el camino me organizo las neuronas pues a él le gusta que se lo exponga ordenadamente, por temas; lo esencial primero, luego lo que pudiéramos llamar secundario. Es muy suyo Klaus.

Abriré la puerta y, como siempre: «Soy yo, Klaus, mi vida». Vendrá él a recibirme, impaciente por saber. Ahí mismo empiezo a explicarme en condiciones; que no ahorro detalles, me refiero. Pasamos por la cocina yo sin dejar mi parla, él calladito. Recojo su desayuno y nos vamos los dos para el salón, al diván, donde sigo con la información mientras él despacha su vasito de leche con galletas. En silencio pero sin perder ripio, disfrutando lo que oye.

Él lo quiere así, y para mí eso basta. Sin lo que yo le cuento él no sabría desayunar en condiciones; está hecho a ello como estoy hecha yo a escuchar a los dos del Novilunio. Dice la gente que los gatos son independientes, que ellos hacen su vida y punto. Tonterías; no veas lo mimoso que se ovilla Klaus sobre mis piernas al terminar, mientras yo cojo el mando y pongo Tele 5.

Pascual Martín
Grupo presencial


Las Gacetas

Las llamaban Las Gacetas. Se enteraban de todos los mal llamados secretos del pueblo, porque aprovechaban cualquier chisme para montar una historia con la que alimentar su enorme aburrimiento.
A falta de otra actividad, habían habilitado el desván de la casa como salita de escucha y visión. Actuaban detrás de una pequeña ventana cuyos visillos se mimetizaban con el ocre de la pared. Las ventanas de abajo solían estar cerradas, como si no estuvieran.
Aquella tarde, pasaba por la calle una guapa pareja de conocidos, se trataba de dos amigos, Cësar y Dori, que, casi todos los días, se acercaban a casa de Carmen, para ensayar con un grupo musical en la cochera . Carmen era novia de César.
Al pasar la pareja, las narices no pequeñas de las Gacetas se introdujeron entre los visillos. César ahogó una risita al notar el movimiento sutil y la fruición con la que los apéndices nasales veían y escuchaban. Se le ocurrió satisfacer aquella ansiedad y dijo: “Dori, a ver cómo se lo decimos a tus padres”. La chica comprendió y contestó con voz casi bisbiseante, pero clara: “Si, ya son tres meses”… Ja ja ja, rieron tapándose la boca con las manos, no bien hubieron pasado el ámbito del escrutinio.
Esta vez, sin poder evitarlo, movió violentamente los visillos al correrlos la Gaceta Uno, (llamémosla así por ser más vieja) exclamando ¡Sinvergüenzas!
La Gaceta Dos espetó violenta: “Si ya te decía yo que engaña a la Carmen con esa, y además embarazada, la muy pelandusca, ya lo has oído, mañana voy a casa de la Carmen a decírselo a su madre”. Gaceta Uno dijo, con un placer cercano al orgasmo: “ Hemos sido muy discretas, pero esto pasa de castaña oscuro, venga Dios y lo vea, ya veremos mañana, a ver si los pilla la misma Carmen in fragrantis“.
La venganza de aquellas dos gatas viejas sería terrible, la verdad ante todo.
¿De qué se vengaban las Gacetas?

Emilia González
Grupo B


Debajo del reloj

Sucedió un día muy caluroso de agosto. Paseaba relajada, sin rumbo fijo, buscando la sombra y haciendo planes sobre lo que hacer en mi día libre, cuando las risas y algarabía de un grupo de jóvenes franceses captó toda mi atención.
Me rebasaron y siguieron calle abajo riendo y hablando, desenfadados. No sé lo que me impulsó a seguirles. Quizá, fue la alegría que transmitían o simplemente que en ese momento, no tenía nada que hacer.
Al llegar a la Alamedilla se despidieron unos de otros diciendo:
-A las siete debajo del reloj.
Esa frase me llenó de curiosidad y en ese momento tuve la certeza de que estaría, a esa hora, merodeando por la Plaza Mayor.
Puntuales a su cita y con libreta y bolígrafo, en mano comenzaron a tomar notas sobre la arquitectura de la emblemática y más hermosa Plaza de España, comentando la calidez de la piedra y el color dorado que adquiría con el sol.
Uno del grupo no entendía por qué en la base, la piedra era de granito gris. Otro de ellos le respondió que pasa lo mismo con las tartas, en las cuales se pone una base dura para que no se desmoronen los demás ingredientes. Todos parecieron estar de acuerdo con la respuesta y rieron al mismo tiempo.
Con mi curiosidad satisfecha, decidí sentarme a tomar un helado en una terracita, mientras ellos se alejaban diciendo que irían al huerto de Calixto y Melibea, en busca de una sombra y de bellas vistas. 
Marché para casa, mirando los edificios, que tenían en su base piedra de granito y encontré unos cuantos. Desde entonces, hago las tartas con una base mucho más compacta.

Marian Pérez Benito
Grupo B


Ese día…

Había quedado con Ana, como siempre llegó con retraso, su costumbre de andar a cámara lenta no era otra que para enterarse de qué iban hablando los de su alrededor y, si era algo que considerase interesante, ¡me podía preparar! Es verdad que merecía la pena observar, en este caso oír, la necesidad de comunicación, de que nos oigan que tienen las personas ¡aunque a veces!, prefiero no transcribir algunas de esas conversaciones, Ana solía pasarse. Pero ese día…

En su portal, en el segundo, hay un taller de costura y, una academia, clases de inglés y matemáticas, el trasiego en la escalera continuo. Aquel día, como todos, las chicas del taller a su tarea: coser, cantar, chismorrear, la gente no dejaba de entrar y salir. De pronto Carmen dio el aviso, cuidado con lo que habláis que los de enfrente hoy están pendientes de nosotras, “que si cosemos, que si no cosemos, que si se canta, que si no se canta, que si entra gente, que si no entra gente”, pues esto lo arreglo rápido, voy a hablar con ellos, a quejarme. Ana coincidió con ella y se dispuso a acompañarla, saboreaba lo que podía pasar, aun sin saber de qué iba la cosa. Cuando Carmen contó al profe el motivo de su visita, su carcajada sonó en el vecindario, Ana quedó muy sorprendida y más cuando la justificación que le dio a Carmen por el motivo de su queja fue un “señorita estamos en clase de trigonometría, nada más lejos de entrometernos en sus quehaceres”. Cuando me lo contó Ana, nos reímos tanto, que en aquella ocasión sí justifiqué su obsesión por enterarse de lo ajeno. No podíamos menos de repetir, seno, coseno, tangente, cotangente, secante, cosecante, que nos llevaron a nuestros años de Instituto.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Espías tecnológicos

Mi vida transcurre entre aeropuertos del país y a veces del extranjero, hoy estoy en el de Barajas son las 15,30h del jueves 28 de diciembre de 2019, mi vuelo a Barcelona estaba programado para las 17h.y ha sufrido un retraso de 40min. Estos tiempos muertos los suelo aprovechar para poner al día mi agenda, pero al ser final de año ya la tengo cerrada, y he decidido entretenerme con algunas aplicaciones del móvil que apenas utilizo.
Curiosamente observo a la gente de mi alrededor operando con sus teléfonos de diferentes maneras, recuerdo que tengo una aplicación llamada Siri y decido investigarla. Me conecto los auriculares para tener un poco de intimidad, y leo las instrucciones.
Al leerlas compruebo que Siri tiene la particularidad de permitirnos estar conectados y sin mover un dedo poder hacer llamadas o enviar mensajes cuando vamos hablando, paseando o si tenemos las manos ocupadas. Incluso puede leernos los mensajes que recibimos a través de los AirPods, buscar un restaurante, reservar mesa, localizar la música favorita, escuchar las últimas noticias e infinidad de actividades. Todo ello transmitiéndole órdenes orales que pueden ser escuchadas por cualquier persona que esté a nuestro alrededor.
También, y es importante hacer la advertencia, en algunos casos puede realizar una activación no intencionada al pronunciar cualquier comando o el nombre de uno de los contactos de la agenda y provocar situaciones incómodas.
Me interrumpe un nuevo aviso de mi vuelo, otros 30min.de retraso, y como estoy bastante saturado de información decido acercarme hasta una cafetería.
Pido un café, me siento en una mesa y observo a un paisano que está en la mesa de al lado sin auriculares, interactuando con una tal Alexa, que aparenta gran similitud con lo que acabo de leer de Siri.
Afino mi oído y le escucho decir: ¨Alexa, avisa a mi mujer y dile que me recoja el chofer en el aeropuerto sobre las 19 horas porque llegaré con dos turistas y cenaremos en casa¨:.
Alexa contesta: ¨Ya está avisada tu mujer que vas con dos terroristas y el chofer te recogerá en el aeropuerto¨.
El paisano nervioso empezó a decir:¨Alexa que no son terroristas, que son turistas¨.
Y Alexa: ¨Entendido, que vas con dos terroristas¨. Desesperado, perdió la paciencia y llegó a enfadarse muchísimo con el móvil gritándole sin parar.
La escucha me pareció de lo más surrealista y me fui sin parar de reír en dirección a la puerta de embarque, no había recorrido 4 metros cuando me quedé paralizado por la presencia de varios policías que en un minuto acordonaron la zona, comenzaron a pedirnos la documentación y nos interrogaron.
El camarero sólo había escuchado de Alexa que el paisano iba con dos terroristas y había dado la voz de alarma a la seguridad del aeropuerto. 

Áfrika Gómez G.
Grupo A


Escucha y vencerás

Dicen que la curiosidad mató al gato. No dudo de que quien inventó este dicho, refrán o proverbio tuviera fundados motivos para concebir esta sentencia. Pero hay ocasiones en la vida en que no se puede pasar por alto un poco de bellaquería, pues nunca se sabe si en un momento dado nos puede ser rentable.
Me encontraba en un probador de unos grandes almacenes quitándome y poniéndome las prendas oportunas, tomándome mi tiempo, pues las mujeres somos muy exigentes en esta tarea tan sumamente trascendental, cuando escuché una conversación del probador contiguo al que yo ocupaba.

– ¡Madre mía, Lola, vaya pedrusco llevas en el dedo, y es bueno! Por lo menos diez de los grandes. Menudo ojo tengo yo para distinguir lo auténtico de lo vulgar.
– ¿Te gusta? Me lo ha regalado Antonio. ¿A que es precioso?
–Ya lo creo. Es un escándalo. Yo no me atrevería a salir a la calle con ese lucero. Vaya nivel el de tu chico. Me dejas flipada. No sabía yo…
–Si me prometes no decírselo a nadie, te cuento un secreto.
–Vale, cuenta con ello. Soy una tumba.
–Le han tocado dos millones en la lotería de Navidad.
– ¡Zambomba! ¡No es verdad. Te estás quedando conmigo!
–Sí, te prometo que es cierto. Pero lo lleva muy en secreto. Ya sabes. El dinero es muy goloso. Los parientes, sus circunstancias, su… Chisssss. Las paredes oyen.

¡Vaya suerte la tía! Me dije amarilla de envidia. Y fue la voz profética del destino la que me llevó a ver, no sé, si el pedrusco o la cara de su dueña, pero lo cierto, es que esperé a que saliera del probador para coincidir con la afortunada. Nada más verla me dio un vahído. ¿De sorpresa, o han sido los brillos del lucero? me pregunté. Una vez recuperé mi posición en la trinchera, le hice una foto con mi móvil. Era ella, la muy…
Lo que sucedió después sería un poco largo de contar. Solo diré, que a punto de firmar mi divorcio, lo sopesé y tomé la resolución de anularlo. Y con mis artes de mujer más sofisticadas, me camelé al que hoy hubiera sido mi ex.
Hoy aquel pedrusco lo llevo yo en mi dedo anular, con el nombre de Antonio grabado en su interior: Escucha y vencerás

Pepita Sánchez
Grupo B


Solo un poco de fiebre

Esta mañana, cuando salía de casa, escuché pasos que bajaban por la escalera y cuando ya había cerrado la puerta, dos de mis vecinas estaban hablando cerca del ascensor. Antes de saber si una de ellas subía o bajaba, me detuve unos instantes, porque la escalera no es muy ancha y paraevitar que llamen a mi perro cuando bajamos las escaleras. No es un buen momento para llamarlo, pero me canso de repetirlo, con resultados poco satisfactorios.
Mientras esperaba, una de las frases que decían mis vecinas me dio que pensar. Solo un poco de fiebre…….. Hace un año no hubiera significado lo mismo que hoy. Quizá una gripe, un catarro, una infección, cualquier problema de su bebé. La otra palabra que pude distinguir claramente fue marzo. Con esta información, puedo especular que el dichoso virus anda por mi portal. No es cuestión de estigmatizar a nadie, ni tampoco de asustase. Eso ya lo sufrí en marzo cuando uno de mis vecinos me dijo sin contemplaciones que lo tenía, por teléfono, eso sí.
Habrá que seguir con las precauciones y nada más.

Teresa Sanz
Grupo B


“Tenías que haber venido a mi casa a comer”

La frase, que vale de título, se la dice una chica a su novio, hallándose en ese momento ambos abrazaditos junto a la estatua de Francisco de Vitoria que hay cerca de la iglesia de San Esteban. Como ya no pude escuchar lo que él le respondió, se me ocurren varias respuestas:

—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—¿Y aguantar allí a tu madre?
Poco me quieres, mujer.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—Y después de haber comido
y de haber bebido bien,
me imagino, como tú,
lo que vendría después.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
Mas esto respondió él,
sintiendo herido su ego:
—Te conozco, qué marrón,
tú quieres saber si friego
o soy hombre Cromañón.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—Con comerte con los ojos
ya tengo mucho placer.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—Más que una reconvención,
me lo tomo como un órdago:
esta zagala me quiere
conquistar por el estómago.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—Pues pídemelo mañana,
y allí me presentaré;
que habiendo buena comida
mucho lo disfrutaré.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—¿Sin estar comprometidos?
hubiéramos menester
una buena carabina
y hasta un notario, pardiez.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—¡Te juro que no he podido!
La engañaba el muy bandido,
que tenía “otro querer”
bastante más divertido.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
Pero él pensó, compungido:
para comer tu cocido,
tan soso y tan mal servido,
mejor no comparecer.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—¿Y si vienes tú a la mía?
—le preguntó, enrojeciendo—
La nevera está vacía,
y aunque la cama está fría
la dejaremos ardiendo.
—Tenías que haber venido
a mi casa, a comer…
—Y después a merendar,
—contestó el chico, rendido,
para añadir de seguido—:
por no decir que a cenar…
—¡y luego, de madrugada,
siempre acaba igual la historia!
Tronó la voz de la estatua
de Francisco de Vitoria.

En fin, se me ocurren muchas más, pero como creo que no voy a dar con lo que en verdad le respondió, si es que le respondió algo, lo dejaremos aquí.

Óscar Martín
Grupo A


Cotilleo

Soy una gran cotilla, me he dado cuenta ahora que tengo que escribir sobre ello.
Siempre me ha gustado leer biografías pero no para saber sus virtudes sino para saber sus sentimientos y sus vidas privadas. Pero como venimos a aprender, en la última cena que tuvimos y estando criticando algunos personajes alguien dijo “Que importa lo que hicieran lo importante fue lo que nos legaron”.

Josefa Redondo
Grupo A


Cotilleando a dos mafiosos universitarios.

Siempre acabo en el bar de Derecho la tarde, con un café con leche de almendra riquísimo. Hoy veo que están en la mesa de al lado el famoso “Dúo Dinámico” de la representación estudiantil. A sus veinte años ponen decanos a su antojo, gracias a sus nulos escrúpulos manejando a otros compañeros. Ellos a mí no me conocen. Afortunado soy. Pongo la oreja a propósito. No es que sea curioso, es que la conversación promete ser entretenida. A Montero se le ve nervioso. Lleva un portafolios con el logo del Consejo Social. Siempre presumiendo de ser el único estudiante que está dentro, aunque es sabido a quien le debe eso.

Montero: Tenemos un problema, Carlos
Carlos: Dime, ¿respecto al acuerdo?
M: Sí, Acción se echa para atrás. La gente de Estévez ha presionado a Rubén
C: ¿Ninguna enmienda?
M: Ninguna
Carlos: Si no hay acuerdo que se olviden de la presidencia de la Junta.
M: No sé si con eso se echarán para atrás.
C: Si ponemos a alguien de Ahora verás tú que dicen. Ni Estévez ni Rubén pueden con eso.
Bien. Hablaré con el Rojo, pero ya sabes lo que nos detestamos mutuamente
M: Tienes razón. Hablaré con Ruth, ella siempre lo ha manejado bien. El amor es lo que tiene, je je.
C: Con los votos de Ahora, ASE y nosotros no llegamos. Tendré que mover hilos, para que tanto Luis y Carmen, los “independientes” de Biología nos apoyen. Si quieren seguir en la nube que tienen en sus departamentos tendrán que tragar. Que mi tío sea el director tiene sus ventajas, aunque no me hace ninguna gracia tirar de familia.
M: De acuerdo, entonces me conecto con Zoom a la vez que con los de ASE y Ahora. No se fusionan para tener más presupuesto. Son lo mismito.
C: Te dejo, llama a Ruth. Dile que es preferible que Carmelo, el pringao de su novio, no sepa nada. Lo del Rojo se iría para atrás.
M: OK. Te escribo mañana por la tarde. Hay que darse prisa. Tenemos tres días justos para registras las enmiendas. A veces pienso que deberíamos de cambiar de secretaria. Lourdes es lenta y redacta de pena.
C: Sigue siendo sobrina del Rector, déjala ahí
M: OK. Estamos en contacto. Hasta otro rato. ¿Tienes para pagar el café?
C: Si, invito yo. Bueno, invita la Universidad, porque esto lo meto en dietas.
M: Ciao
C: Adeu
Se van. Veo como el famoso Carlos paga con tarjeta algo más de diez euros. Sí, sí, café. Bien que le da al Ribera y al ibérico este tío.

En fin, tendré que darme prisa para llegar al piso. Creo que Carmelo, mi compañero de piso esperaba hoy a Ruth. En fin, la gente que mafiosea no debería mantener conversaciones comprometidas en cualquier cafetería. Me temo que se va a armar por esto de “no escuchar conversaciones ajenas.

Javi Martín
Grupo A


Soy sordomudo

Cuando era pequeño, una infección en mis oídos me dejó con menos del 3% de mi capacidad auditiva, nada digno de lástima. Yo ya sabia hablar, emitía sonidos, así que el adaptarme a mi nueva situación no me supuso un gran esfuerzo. Con el lenguaje de signos y un poco de logopedia he podido comunicarme y defenderme perfectamente en la vida. Lejos de ser una desgracia (como decía mi madre) fui otorgado con un don que ciertamente me sería muy útil. Gracias a mi destreza leyendo los labios de los demás no hay conversación que se me resista, por muy bajito que intente hablar alguien mientras pueda mirar yo siempre entiendo sus palabras. Es un regalo de compensación que me permite en todo momento dominar todo lo que acontece a mi alrededor. Soy, en definitiva, un ser afortunado.
Con esta peculiaridad he aprendido a conocer a la gente más que nadie. De ahí y de mi curiosidad, empecé a convertirme en un cotilla profesional, Al principio solo era un juego, luego me di cuenta de que empezaba a convertirme en un gran conocedor de las relaciones sociales, hablamos de amor, hablamos de los demás, hablamos de nosotros mismos, confesamos intimidades… mi espionaje termina cuando uno de los hablantes comenta “ese hombre nos está mirando” entonces, me levanto y me voy.
He sido partícipe de las conversaciones más sorprendentes, interesantes, anodinas, falsas… Es así como poco a poco me decidí a adquirir una rutina de conocimiento captando conversaciones ajenas cada día que apuntaba en mis libretas.
He sentido en las personas cada uno de los 7 pecados capitales, y también un puñado de virtudes (que también hay que decirlo) mientras no suceda a mis espaldas.
Un estudio más concienzudo de la naturaleza interior del ser humano me llevó a ver en la cara de las personas su estado de ánimo, y hasta sus pensamientos, también he visto las razones más bizarras, las más inhumanas y las más crueles. Harto de toda esa injusticia, decidí por fin formar parte activa de esta realidad.
Ahora me dedico a hacer justicia. Cuando llego a mi casa redacto una carta anónima, a veces, a la Policía, a veces a Hacienda, a veces a Asuntos Sociales, ahora me dedico a eso. Soy el sordomudo justiciero, o también podríais llamarme el mayor chivato profesional de todos los tiempos.

Esther Yubero
Grupo A


El Puente de los Suspiros

- No cierres la boca ahora, por favor, serán sólo tres minutos- dijo apretándome aquel molde metálico impregnado de una sustancia viscosa y azul sobre mis dientes, los preliminares de lo que sería mi nuevo puente..
- Hoy podemos vernos. Lola no está- le susurró a su ayudante quien rompió el silencio con un profundo suspiro...Una indiscreción que no hubiese trascendido si, Casanova, mi recién estrenado dentista, no fuese el "ejemplar" marido de mi jefa.

Carmen Pedrero Robles
Grupo A


Recodos

Hoy ojeé tu libreta de anotaciones: libro de tres columnas, película El Lector, dos llaves de arresto, una canilla de poceta, dos de lavamanos…, el teléfono de Mariela Barrios (¿quién será Mariela Barrios?). Quise saber de ti. Hace tiempo que convivimos y no sé casi nada de ti. Siempre estoy muy ocupado.

Estaba en una larga fila de un banco y escuché a dos mujeres conversar: una hacía las gestiones, la otra solo la acompañaba. Eso me parecía ridículo. Qué se puede hablar con una amiga en una fila, en un lugar público, y para qué. Yo sé que tú también lo haces. Te envidio: vas a tu trabajo, después haces las tediosas colas en otros bancos; al hacer las compras en el supermercado, en la panadería, en la ferretería, para poner gasolina; hablas con tus amigas; y al llegar a casa cocinas el almuerzo de ese día y el del día siguiente; simultáneamente lavas la ropa, limpias la sala, la cocina y los cuartos. Yo, en cambio, después de este gran esfuerzo de ir a un banco, voy a tomarme una cerveza; hablo un poco de política con los que están en la licorería, y luego me voy a casa a cenar, la cena que tú también preparaste. Veo la TV. Me duermo. A veces hago el amor contigo...Hay diferencias entre nosotros.

Revisé la gaveta de tu mesa de noche: el Alpram estaba junto a una barra de chocolate oscuro. No sabía que te gustara el cacao amargo… Recordé que aquellas mujeres en la cola del banco hablaban de los hombres, de sus maridos: “Yo quisiera que él algún día llegara y me preguntara ¿qué estás haciendo mi amor? y que me echara una mano sin que yo le dijera nada, y que me diera a probar un dulce que compró en el camino a casa, pensando en mí.…” (la amiga reía a carcajadas) “…Tú si eres ingenua mija…” “Al menos trabaja como un burro, ¿no?”… “Sí, pero no le dan ganas ni de tirar porque llega muy cansado…y a mí me encanta que me soben, aunque esté agotada,” (reían de nuevo). Te confieso que no pude entender si ellas bromeaban o decían la verdad. Me aturdió verme reflejado en la imagen burda de un hombre cualquiera, un obrero, un carguero, un médico o ingeniero. Pero mucho más sorprendente fue concebirte como ellas, insatisfechas, pero aparentando el buen humor… ¿Por qué estarás tomando un ansiolítico otra vez?

En la mañana cuando te bañabas vi que tenías una libreta nueva al lado de tu cama. La portada era de papel reciclado. Tenía incrustaciones de flores y hojas de eucalipto. Ese objeto tenía algo especial. Dudé abrirla. La tomé en mis manos, temblaba. Cuando levanté la tapa, en ese instante saliste del baño. Me puse de espaldas y fingí estar buscando el bolígrafo que estaba al lado de la libreta. Logré ver al vuelo que tenías escrito un nombre masculino, y al lado un teléfono: Miguel Ángel, Alejandro o Marcelino…No sé …(¿Quién será ese extraño?) . Me acerqué a ti, quise hacerte el amor después de tu ducha. Te gustó el abordaje, pero no quisiste seguir…Tenías muchas cosas que hacer, me dijiste.

Me encuentro en la profundidad de un agua densa. Me siento tranquilo, confiado de que mi vida es cálida, inocua. Me reconforta la languidez, la constancia. No presiento los cambios, solo me inundan. También los sonidos rítmicos y una voz continua que se convierte en letanía. Aunque estoy acostumbrado a un vaivén, de repente me invade un deseo de soltar la postura, buscar un acomodo distinto. Luego se inicia un fuerte latido en las paredes de ese regazo que acelera mi sangre. Me quedo muy quieto mientras que todo a mi alrededor empieza a convulsionar. Luego se detiene. Y después sigue una y otra vez. Finalmente me vence la intranquilidad. Algo me dice que debo ir a otro lugar, que ya no es seguro estar allí: conquisto mi cuerpo, me erijo esforzándome, y con la maña de un primitivo, me introduzco por recodos estrechos, cavernarios. Soy expulsado violentamente. Y sin darme cuenta llego a los brazos de una mujer…Fue el sueño que tuve después de que te fuiste de la casa.

Carmen Elena Ochoa 
Grupo A


Parejas cenantes

Estoy cenando con mi mejor amiga en un pequeño restaurante del centro, riendo y conversando animadamente. En la mesa de al lado se sienta una pareja. Piden la cena, y mientras esperan, ella se observa muy concentrada las manos y él pasea la mirada por el local. Solo se han hablado para elegir los entrantes a compartir. Nosotras nos miramos y sonreímos asintiendo con la cabeza. Nuestros vecinos de mesa es un tipo de pareja que mi amiga muy acertadamente ha bautizado como ¨parejas cenantes¨, que son las que se dedican básicamente a cenar, sin ningún tipo de comunicación ni conversación entre ellas. Mi amiga tiene que atender una llamada y yo me distraigo observándolos. Ya les han servido la cena y toda su atención esta puesta en comer sin levantar la mirada del plato, no tienen nada que decirse. Él bebe a sorbos cortos el vino y ella lo mira con una mueca de desagrado, seguro que cuando se conocieron era algo que le encantaba de él. Llega el camarero para cambiarles de plato y ella hace un intento de coqueteo que él ni se digna a mirar. Cuando el camarero se va cruzan miradas y en ellas solo veo desidia, sin ningún tipo de sentimientos. Mi amiga vuelve y yo dejo de observarlos porque siento que estoy siendo testigo de una conversación sin palabras demasiado intima.

Beatriz Gorjón
Grupo A

4 comentarios:

  1. Luis, yo fui una de las víctimas de aquel perverso farmacéutico. Ahora muchas risas, pero entonces qué sofoco.

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  2. Enhorabuena a Pascual y a Emilia. Os han quedado dos relatos redondos.

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  3. Bien Carmen, breve, conciso y sorprendente.

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