Esta semana dedicamos la sesión del taller de escritura creativa al sueño. El título lo tomamos prestado del lema que la Asociación La SAL eligió este año para su VI Salón del Libro Infantil y Juvenil: "Leer nos da sueños" que se celebra en la ciudad hasta mediados de enero.
Si quieres descargar la guía de lectura que han elaborado para niños y jóvenes sobre este tema puedes hacerlo en este enlace. Es muy recomendable.
Iniciamos nuestro repaso a la ficha de lectura con un poema de los "Antisalmos del que se acuesta", una serie de textos nadaístas que son parte del libro Antisalmos de Francisco Pino. En ellos el nuevo lenguaje que recrea el poeta sugiere la deformación fonética de las palabras en el transcurso del bostezo. La forma aquí responde a lo que señalaba Vicente Huidobro: "La forma debe surgir de la idea". Para la lectura y comprensión de estos poemas el autor ofrece una clave que nos ayuda a codificarlos.
4.
Siempre he soñado con pasar el invierno
en un árbol. No dentro, sino debajo.
Siempre he soñado con excavar una
madriguera en el bosque.
Con un techo de raíces.
Sería mi refugio.
Pondría una mesita de centro
y unos taburetes para mis amigos
King y Kong.
Y no me olvidaría de las velas.
Velas muy pequeñitas,
para ver bien sin deslumbrar
a las raíces. También me llevaría
lo necesario para pintar, algunos libros,
juguetes y algo de comer.
Siempre he soñado con mordisquear
un trozo de chocolate bajo tierra,
escuchando cómo cae la nieve.
5.
Siempre he soñado con tejer un jersey con las palabras de un poema.
Cada palabra sería un trozo de lana.
Un ovillo de palabras para mantenerse caliente.
Sería un poema con palabras muy sencillas.
Y, de vez en cuando, algunas más misteriosas. Palabras que pican.
Otras que no te dejan cerrar los ojos.
Sería un poema para ponerme justo antes de la noche.
Un poema que ya no me quitaría, mientras miro pasar las estrellas.
Podría ser un poema de amor, y entonces seríamos dos
los que nos meteríamos en él.
Siempre he soñado con compartir un jersey con alguien.
Otro libro que ocupó nuestros comentarios fue "El sueño dentro del sueño y otros poemas" de Ana Blandiana publicado en edición bilingüe por Visor. Puedes leer aquí algunos poemas, además del que te ofrecemos con el agua recién cambiada. Se titula "Un vaso con margaritas silvestres":
pero no encuentro el último escalón,
de vez en cuando doy un tropezón
que provoca que cruja la madera.
Y no me importa nada lo de fuera,
solo debo seguir la dirección
sin perder ni un minuto la atención
de esta absurda e insólita carrera.
Sé que solo es un sueño que me agobia,
que me llena de dudas la cabeza
y me deja una huella misteriosa.
Pues siento en mi interior la claustrofobia
de estar buscando a tientas la certeza
que me aligere el peso de esta losa.
Aurora Zarco
Grupo B
El sueño de la mesa y la silla
La niebla espesa y silenciosa lo cubría todo, en ese ambiente frío y húmedo me vi inmersa en la última matanza familiar, un ritual que era trabajo ,celebración, alegría y cansancio.
Mi abuela que era una matriarca al uso, estaba sentada en la única silla que había y mis primas y yo en los tajos de tres patas a los costados de la mesa choricera, testigo de todas las matanzas familiares durante muchos años que se convertía en la protagonista del evento. Allí se colocaron las tripas lavadas, la carne adobada picada y se hacían los chorizos, y nosotras los estábamos atando para luego colgarlos a curar. El humo, el olor, las voces, los cánticos, las risas, los chascarrillos, todo era parte de un jolgorio que parecía eterno.
Pero de repente, como ocurre en los sueños, las escenas se deshicieron en la niebla. Ya no había carne ni cuchillos, ni risas alrededor de la mesa. Me vi discutiendo con mis primas, con una vehemencia que me sorprendía. No peleábamos por la carne ni por los chorizos, sino por la herencia de la mesa y la silla. Aquellos objetos, tan sencillos y gastados, se habían convertido en símbolos de pertenencia, de memoria, de raíz.
Las discusiones eran tremendas, como si en ellas se jugara algo más que un mueble: se jugaba la continuidad de la infancia, la posesión de un recuerdo. Al final, incapaces de ponernos de acuerdo, decidimos echarlo a suertes. El azar, frío y cruel, me dejó sin la mesa y sin la silla.
Sentí entonces una pena inmensa, como si me arrancaran un pedazo de mi historia. La niebla se cerró aún más, y el frío me devolvió al presente. Desperté con el corazón encogido, sabiendo que aquel sueño no era solo un sueño: era la nostalgia disfrazada de disputa, la memoria reclamando su lugar en el tiempo.
Áfrika Gómez G.
Grupo A
Sueño con una hoja de afeitar
Hubo un tiempo
que luchaba por llegar a la meta.
Hoy, que no puedo volver
al punto de partida,
y ha sido tanto lo vivido,
solo me quedan los sueños
repartidos en noches desquiciadas,
desayunos llenos de resaca,
el sol a través de la ventana,
como una invitación a la esperanza
de un día envuelto en soledad.
sueño con puentes colgantes,
con áticos de edificios enormes,
desde donde puedo ver el mar.
Sueño con bañeras llenas de agua tibia,
donde sumerjo mi tristeza.
Sueño con una hoja de afeitar.
P.G.
Grupo C
Sueño con el diluvio universal
Noé, es considerado como el primer meteorólogo universal, ya que un año antes de que se produjera el famoso diluvio, se puso a construir un arca, donde poder cobijar una pareja de animales de cada especie.
Luis Iglesias
Grupo B
El diluvio universal
Camino por la calle y no para de llover. No llevo paraguas. No hace frío y el contacto con la lluvia me resulta agradable. Continúa lloviendo y no me he cruzado con nadie. La situación deja de ser grata y cada vez resulta menos satisfactoria. Camino sin saber hacia dónde, pues casi no se ve debido al espesor de la lluvia y que al caer en la cara empaña mis ojos. Continuó caminando completamente empapado. Terminan las calles, se acaba la ciudad y salgo a campo abierto. Cada vez llueve con más intensidad y me voy sintiendo molesto, incómodo, desapacible, hasta llegar a sentirme enojado. Me hago un sinfín de preguntas y de reproches, pero no llegó a saber cómo empezó todo. Cuando más ensimismado estaba, descubrí a lo cerca, (pues con tanta intensidad de lluvia no se podía ver a lo lejos) una puerta de grandes dimensiones que traspasé, y por lo menos en el interior ya no llovía.
Olía raro y hacía calorcito. Caminé a tientas y me recosté entre pajas. Había mantas con las que pude secarme y taparme y me quedé dormido. Para dormir utilicé la técnica de subir escaleras con la inspiración, bajar escaleras con la espiración y sentarme un instante antes de comenzar a subir inspirando.
Me despertaron unos ruidos que identifiqué como rugidos de grandes felinos.
Me sacaron a empujones dos jóvenes que decían ser hijos de un tal Noé. Me subieron a cubierta y me arrojaron por la borda, murmurando entre ellos que aquel lugar no era para mí, que yo no había sido ninguno de los “elegidos”.
Al caer al agua que lo cubría todo, ya no había tierra, con el golpe me desperté. Esta vez sí me desperté y me alegré de que todo hubiese sido un sueño.
La noche tenía colmillos
Primero era un crujido de ramas secas, lento y deliberado, proveniente de los arbustos que bordeaban el camino de entrada. Me levanté, sintiendo esa pesadez típica de los sueños en los que tus piernas parecen hechas de plomo y cada movimiento requiere un esfuerzo titánico. Entorné los ojos hacia la oscuridad.
De las sombras emergió una silueta. Al principio pensé que era un lobo, por el tamaño, pero al acercarse a la franja de luz del porche vi que era un perro, pero no un perro cualquiera. Era una bestia inmensa, un mestizo de pelaje apelmazado, sucio, lleno de cicatrices y calvas en la piel. Sus ojos no reflejaban la luz; eran dos pozos negros fijos en mí.
—¡Vete! —intenté gritar, pero mi voz salió ahogada, como un susurro rasposo. El animal no ladró; simplemente tensó los músculos y, con una velocidad antinatural, se abalanzó sobre mí.
El impacto fue brutal. Sentí el golpe de su pecho contra el mío, un choque seco que me sacó el aire de los pulmones y me derribó de espaldas contra la madera del suelo. El dolor fue vívido, demasiado real para un sueño. Sentí las astillas del suelo clavándose en mis codos.
La pelea fue sucia y desesperada. El perro estaba encima de mí, una masa de músculo caliente y olor a podredumbre y tierra mojada. Pude sentir su aliento rancio golpeándome la cara mientras sus fauces buscaban mi garganta. Por instinto levanté el antebrazo izquierdo justo a tiempo.
Sentí la presión de su boca cerrándose sobre mi brazo. No sentí dolor agudo, sino una presión inmensa, como si una prensa hidráulica me estuviera triturando el hueso. En el sueño, el pánico se mezcló con una furia primitiva. No era miedo a morir; era una necesidad violenta de sobrevivir en mi propia casa.
Con la mano derecha libre, busqué a tientas algo, lo que fuera. Mis dedos rozaron una piedra suelta del borde del porche. La agarré con fuerza, sintiendo sus aristas frías y cortantes. Comencé a golpear, varios golpes sobre el animal. El perro gruñó con un sonido gutural que vibró en mi propio pecho, pero no me soltó.
Al contrario, sacudió la cabeza con violencia, tirando de mi brazo atrapado y arrastrándome unos centímetros por el suelo. Sentí como si mi hombro se dislocara con un chasquido repugnante.
—¡Suéltame! —grité, esta vez con voz clara, rompiendo la mudez del sueño. Me impulsé con las piernas, pateando frenéticamente contra su vientre. Sentía sus costillas bajo mis botas, duras y rígidas. En un momento de lucidez, dejé de golpear el pecho y con la piedra le di varias veces en el hocico.
El impacto fue certero. El perro aulló con un sonido agudo y humano que me heló la sangre y aflojó la mandíbula. Aproveché esos segundos de libertad para arrastrarme hacia atrás y poder liberarme del todo de él.
El perro se recuperó de mis golpes y al fin salió corriendo hacia el descampado. En ese instante fue cuando me desperté. Me reincorporé en mi cama poco a poco y tomé una bocanada de aire, ahogado. Estaba en mi cama, en mi casa, con las sábanas empapadas del sudor de este terrible sueño, de una pelea tan dantesca con un animal al que siempre he tenido mucho cariño.
Fernando Nieto
Sueño que estoy comiendo pejerreyes
¡Qué lata! Llevo varios días que ando como un zombi. Ayer dormí tres horas, no más. Y hoy se presenta otra noche horrorosa, pues no consigo conciliar el sueño. La doctora me recomendó que tratara de relajarme, no te achaquís por eso -me dijo; en esas situaciones tenés que hacer una respiración más profunda e imaginar lugares tranquilos y apacibles, ¿cachai? Me concentro con todos mis sentidos en ello, mi cerebro empieza a viajar a mi infancia en Chile junto al mar… Sí, me parece que ya lo estoy consiguiendo… Amanece un día luminoso, espléndido, con un sol radiante que se aleja del horizonte, cuyos rayos alcanzan desde primera hora a los acantilados rocosos donde estoy en pie. Frente a las vastas aguas que baten sus espumas, contemplo el mar que se abre ante mí. Solo se oyen los graznidos de las gaviotas argénteas. Veo las comisuras de mi amarillo pico y extiendo mis alas para secar mi negro plumaje en el tibio ambiente del día que comienza. Miro a un lado y otro y descubro las miradas verdes de otros cormoranes. Decido remontar el río Chiloé en busca de comida. Bato las alas enérgicamente y me elevo a ras del agua, voy remontando con facilidad el curso del río. Sueño que vuelo, es cachán, me invade una sensación de placidez. Descubro varias barcas de pescadores y algunas garzas reales en las orillas. Voy surcando el aire sin apenas esfuerzo, no me canso, y me asusto deslumbrado por el brillo azul metálico de un martín pescador que cruza delante de mi sombra. ¡Vaya huevón, casi se choca! Me poso en un viejo tronco que asoma en el río para reponer fuerzas. Desde lo alto de esta atalaya diviso un plateado banco de peces con los que llenar el buche. Nadan sincronizadamente y me lanzo a por ellos propulsado por mis palmeadas patas. Sueño que buceo y puedo comer hasta tener la guata llena. Son matungos, mis favoritos, por fin puedo hartarme de ellos. Sueño que estoy comiendo pejerreyes.
También hablamos de La sueñera de Ana María Shúa, un libro de microrrelatos que transita lo onírico, lo absurdo, lo fantástico. Dejamos aquí dos píldoras para abrir boca:
1.
Para poder dormirme, cuento ovejitas. Las ocho primeras saltan ordenadamente por encima del cerco. Las dos siguientes se atropellan, dándose topetazos. La número once salta más alto de lo debido y baja planeando. A continuación saltan cinco vacas, dos de ellas voladoras. Las sigue un ciervo y después otro. Detrás de los ciervos viene corriendo un lobo. Por un momento la cuenta vuelve a regularizarse: un ciervo, un lobo, un ciervo, un lobo. Una desgracia: el lobo número treinta y dos me descubre por el olfato. Inicio rápidamente la cuenta regresiva. Cuando llegue a uno, ¿logrará despertarme la última oveja?
6
En la selva del insomnio no es necesario internarse. Crece a mi alrededor. No hay bestias más feroces que los grillos. En un claro, creo divisar el sueño. Me acerco lentamente, acallando, para no despertarlo, el rumor de mis pasos. Sin embargo, cuando recojo la red, está vacía. Para volver a encontrar la pista tengo muchos recursos: enumerar los árboles del bosque, olvidarlos, concentrarme en el curso de las aguas de un río, tomar café con leche (varias tazas), recordar hacia atrás o hacia adelante. Entretanto, por un momento, me distraigo, y el sueño se arroja sobre mí. Me duermo tan feliz que no recuerdo ya quién era el cazador y quién la presa.
No podía faltar en este breve catálogo de libros sobre el sueño Murdo. El libro de los sueños de Alex Cousseau y Éva Offredo publicado por Librooks. También ofrecemos aquí varios ejemplos de lo que sueña este entrañable yeti:
1.
Para poder dormirme, cuento ovejitas. Las ocho primeras saltan ordenadamente por encima del cerco. Las dos siguientes se atropellan, dándose topetazos. La número once salta más alto de lo debido y baja planeando. A continuación saltan cinco vacas, dos de ellas voladoras. Las sigue un ciervo y después otro. Detrás de los ciervos viene corriendo un lobo. Por un momento la cuenta vuelve a regularizarse: un ciervo, un lobo, un ciervo, un lobo. Una desgracia: el lobo número treinta y dos me descubre por el olfato. Inicio rápidamente la cuenta regresiva. Cuando llegue a uno, ¿logrará despertarme la última oveja?
6
En la selva del insomnio no es necesario internarse. Crece a mi alrededor. No hay bestias más feroces que los grillos. En un claro, creo divisar el sueño. Me acerco lentamente, acallando, para no despertarlo, el rumor de mis pasos. Sin embargo, cuando recojo la red, está vacía. Para volver a encontrar la pista tengo muchos recursos: enumerar los árboles del bosque, olvidarlos, concentrarme en el curso de las aguas de un río, tomar café con leche (varias tazas), recordar hacia atrás o hacia adelante. Entretanto, por un momento, me distraigo, y el sueño se arroja sobre mí. Me duermo tan feliz que no recuerdo ya quién era el cazador y quién la presa.
4.
Siempre he soñado con pasar el invierno
en un árbol. No dentro, sino debajo.
Siempre he soñado con excavar una
madriguera en el bosque.
Con un techo de raíces.
Sería mi refugio.
Pondría una mesita de centro
y unos taburetes para mis amigos
King y Kong.
Y no me olvidaría de las velas.
Velas muy pequeñitas,
para ver bien sin deslumbrar
a las raíces. También me llevaría
lo necesario para pintar, algunos libros,
juguetes y algo de comer.
Siempre he soñado con mordisquear
un trozo de chocolate bajo tierra,
escuchando cómo cae la nieve.
5.
Siempre he soñado con tejer un jersey con las palabras de un poema.
Cada palabra sería un trozo de lana.
Un ovillo de palabras para mantenerse caliente.
Sería un poema con palabras muy sencillas.
Y, de vez en cuando, algunas más misteriosas. Palabras que pican.
Otras que no te dejan cerrar los ojos.
Sería un poema para ponerme justo antes de la noche.
Un poema que ya no me quitaría, mientras miro pasar las estrellas.
Podría ser un poema de amor, y entonces seríamos dos
los que nos meteríamos en él.
Siempre he soñado con compartir un jersey con alguien.
Otro libro que ocupó nuestros comentarios fue "El sueño dentro del sueño y otros poemas" de Ana Blandiana publicado en edición bilingüe por Visor. Puedes leer aquí algunos poemas, además del que te ofrecemos con el agua recién cambiada. Se titula "Un vaso con margaritas silvestres":
Un vaso con margaritas silvestres
Sobre la mesa blanca
En la que escribo
Más libre de lo que soy;
Alrededor,
Un seductor olor a heno
Que conduce al sueño
Del que quizás gotee
Una palabra;
Dulce cielo en el ocaso,
Tan dulce como los rebaños
Que regresaban antaño.
Amor por todo lo que fue,
Por todo lo que va a desaparecer,
Amor sin sentido,
Amor sin límites…
La sombra de los álamos,
Rejas cercando el campo,
Margaritas silvestres
En un vaso.
Sobre la mesa blanca
En la que escribo
Más libre de lo que soy;
Alrededor,
Un seductor olor a heno
Que conduce al sueño
Del que quizás gotee
Una palabra;
Dulce cielo en el ocaso,
Tan dulce como los rebaños
Que regresaban antaño.
Amor por todo lo que fue,
Por todo lo que va a desaparecer,
Amor sin sentido,
Amor sin límites…
La sombra de los álamos,
Rejas cercando el campo,
Margaritas silvestres
En un vaso.
Y nos recreamos, por último, en Los sueños de Helena de Eduardo Galeano, un libro magníficamente editado por "Libros del zorro rojo" e ilustrado por Isidro Ferrer. Dice el autor en el prólogo: «Helena me humilla cada mañana, a la hora del desayuno, contándome sus sueños prodigiosos. Ella entra en la noche como en un cine, y cada noche un sueño nuevo la espera. Mientras ella cuenta, yo bebo mi café en silencio. Más me vale callar. Los pocos sueños míos que consigo recordar son de una bochornosa estupidez. Para vengarme, escribo los sueños que ella vuela.». Cerramos esta entrada y echamos la trapa a los sueños con dos muestras de dicho libro:
El país de los sueños
Era un inmenso campamento al aire libre.
De las galeras de los magos brotaban lechugas cantoras y ajíes luminosos y por todas partes había gente ofreciendo sueños en canje. Había quien quería cambiar un sueño de viajes por un sueño de amores, y había quien ofrecía un sueño para reír en trueque por un sueño para llorar un llanto bien gustoso.
Un señor andaba por ahí buscando los pedacitos de su sueño, desbaratado por alguien que se lo había llevado por delante: el doliente iba recogiendo los pedacitos, y los pegaba, y con ellos intentaba hacer un estandarte de colores que era bastante mamarracho.
El aguatero de los sueños llevaba agua a quienes sentían sed mientras dormían. Llevaba el agua a la espalda, en una vasija, y la brindaba en altas copas.
Sobre una torre había una mujer, de túnica blanca, peinándose la cabellera, que le llegaba a los pies. El peine desprendía sueños, con todos sus personajes, sueños que salían del pelo y se iban al aire.
Te pido que me sueñes
Aquella noche hacían cola los sueños, queriendo ser soñados.
Helena no podía soñarlos a todos, no había caso, no había manera.
Uno de los sueños, desconocido, se recomendaba:
-Suéñeme, que le conviene. Suéñeme, que le va a gustar.
También hacían la cola unos cuantos sueños nuevos jamás soñados, pero entre ellos Helena reconocía al intruso de siempre, ese bobo, ese pesado, y a otros sueños que decían ser nuevos pero eran viejos conocidos de sus noches de volanderías y navegaciones.
Propuesta de escritura
Sueño que soy una mata de cardo
Sueño que soy una mata de cardo
en monte castellano crezco erguido
donde no asoma el mundano ruido,
la brisa huelo, la quietud amaso.
En este reino de Morfeo, soy quien quiero,
rudo es mi abrigo, seguro me siento.
Si respeto no traes, mis pinchos te ofrezco.
Sin forzadas sonrisas, en mudo silencio.
El momento saboreo, el despertar retraso,
mullidos abejorros aleteando disfruto,
que mi malva corona cortejan
y con sinfonías de mariposas disputan.
En la mañana cristalina más musas atraigo,
maduras granas despuntan mientras me peinan
y con dulces melodías saldan cuentas,
qué bellos jilgueros, cómo me embelesan.
Retumba el horizonte,
chirría el grillo
el reino de la vigilia me arrastra.
Me aferro. Irme no quiero.
Suelto todas mis anclas,
pero no hay manera.
Yo quiero ser una mata de cardo,
que hasta muerto permanezco altivo.
Max Ferlam
Grupo B
Sueño
Sueño con pajarillos voladores. Yo voy con ellos, volando también. Hacemos carreras y cabriolas sobre un precioso campo verde, y río feliz mientras el viento me alborota el pelo y el alma. De pronto ¡tac! Noto un golpe en la cabeza. Me giro, más extrañado que dolorido, pero solo veo a mis pajarillos, revoloteando a mi alrededor. Uno de ellos se acerca jovial pero, sin previo aviso, ¡tac! me suelta otro picotazo, ¿A qué ha venido eso? Empiezo a alejarme lentamente de la bandada, receloso, pero me siguen y, cada poco rato ¡tac! picotazo. El ritmo empieza a incrementar ¡tac! ¡tac! ¡tac! Trato de huir, pero el aire se ha vuelto denso y apenas puedo avanzar. La bandada me rodea, picoteándome ya de manera totalmente desquiciada ¡tactactactactac! Sobrepasado, pierdo el equilibrio y empiezo a caer (¿tan alto estaba?), más y más rápido, hasta que llega el impacto… que es sorprendentemente mullido. Estoy en mi cama. Era un sueño. De pronto ¡tac! Me incorporo sobresaltado para descubrir a mi hermano mayor estirando el brazo desde su cama, dándome con la zapatilla porque estoy -según él- “respirando fuerte”.
Me vuelvo a dormir. Sueño que voy arrastrando un cadáver. Se parece bastante a mi hermano.
Alfonso Jiménez
Grupo B
Soñar
Soñé que construía un ataúd con mis manos,
de madera Palo Rosa,
forrado en su interior con seda blanca.
Mientras lo hacía pensaba en ti,
para darle forma y cuidado a tu ausencia.
Tú te sentabas sonriente en el centro,
como si de una canoa se tratase,
sereno, mirándome sin prisa.
Cada tabla era un recuerdo compartido,
cada clavo una palabra que no supe decir a tiempo,
y que ahora alarga el silencio entre nosotros.
Me pongo mi mejor traje de noche
y me preparo para compartir contigo el viaje.
Remaremos juntos, hacia la otra orilla,
donde el dolor ya no pesa
y la memoria no duele.
Al despertar comprendo
que no te estoy despidiendo,
que sigo aprendiendo a vivir con el espacio que dejaste.
El lugar de mis sueños,
aún permite encontrarnos.
Espérame, Amor,
la cita es cada noche.
E.R.A
Grupo B
Sueño con un aviso luminoso
Una gran flecha de neón
me señala el camino:
cambio de sentido, salida
a la realidad.
Sonámbulo, giro el volante firmemente
hacia el otro lado,
pero el coche me ignora
y sigue la dirección de la flecha.
Estará dormido, pienso,
debe de ser una IA defectuosa,
quizá sueña que es libre.
Yo le grito desaforado, le digo que pare,
doy golpes al volante como si estuviera poseído
por una pesadilla,
grito:
cuando me pase por el concesionario
me van a oír, no pienso pagar
ninguna letra más.
Mientras, el coche autónomo sigue por una carretera
en medio de un bosque cerrado y tenebroso.
En una curva, inesperadamente,
aparece una mujer desnuda haciendo gestos con las manos,
la reconozco, es la mujer de mi vida,
y me está diciendo adiós.
Ahora toca la travesía del desierto,
el coche circula por caminos de tierra,
no hay nada en un horizonte inalcanzable
que me rodea con su cola de escorpión,
aquí y allá alguna planta suculenta,
verde,
con sus depósitos de agua y gasolina sin plomo,
95 octanos.
El cielo es el límite del viaje,
debe de ser que la máquina es ecológica
y funciona con energía solar.
El aviso luminoso, ahora,
señala el área de servicio; gasolinera,
restaurante y un gigantesco toro negro,
como una enorme postal de carretera.
Ya he visto mucho mundo, pienso,
vamos a tomarnos un descanso,
el poema está escrito, me digo,
y cierro los ojos con fuerza, para despertarme.
Pero el coche inteligente
me sigue soñando,
y está claro que no se dirige
al concesionario,
-quizá a la materia oscura-,
porque no quiere que rellene
ninguna hoja de reclamación.
Sin duda, tiene miedo a morir.
Ignacio Aparicio
Grupo A
Sueños
Era una tarde de domingo
puedo decirte, por ejemplo, que ayer soñé contigo.
Íbamos alegres caminando de la mano;
era una tarde blanca y azul, alegre de verano.
La brisa, de un mar caprichoso, jugaba con tu pelo,
yo, en la comisura de tus labios con mis dedos.
Un golpe de mar nos sorprendió de lejos,
empapados de amor y sal, nos despertó del sueño.
P.G.
Grupo C
Sueño que voy bajando una escalera
No puedo recordar cuándo la subí. Pienso que todo lo que baja, es porque antes ha subido, ¿O es que todo lo que sube baja?.. No lo tengo claro.
¿Por qué demonios no hay barandilla? No sé cómo voy a seguir bajando. No me fío. Esto es peligroso. Un tropezón y ¡ adiós para siempre!
Quiero parar y no puedo. Mi cabeza me dice que suba, que esta escalera no lleva a ninguna parte, pero mis pies no me obedecen y siguen bajando. He perdido el control sobre mis pies. ¡Hala, lo que faltaba!
En un último intento, a la desesperada, me tiro de la cama:¡CATAPÚM!
Me enredo con el nórdico.Por lo menos he caido en blando.Por fín me despierto: Estoy a salvo.
Decididamente prefiero soñar con pajaritos voladores y si son de colores, mucho mejor.
M.L. Fidalgo
Grupo C
Tomamos como referencia el poema "Sueños" de Nicanor Parra para elegir como título un verso y desarrollarlo en el cuerpo del texto.
Sueño con una mesa y una silla
Sueño que me doy vuelta en automóvil
Sueño que estoy filmando una película
Sueño con una bomba de bencina
Sueño que soy un turista de lujo
Sueño que estoy colgando de una cruz
Sueño que estoy comiendo pejerreyes
Sueño que voy atravesando un puente
Sueño con un aviso luminoso
Sueño con una dama de bigotes
Sueño que voy bajando una escalera
Sueño que le doy cuerda a una vitrola
Sueño que se me rompen los anteojos
Sueño que estoy haciendo un ataúd
Sueño con el sistema planetario
Sueño con una hoja de afeitar
Sueño que estoy luchando con un perro
Sueño que estoy matando una serpiente
Sueño con pajarillos voladores
Sueño que voy arrastrando un cadáver
Sueño que me condenan a la horca
Sueño con el diluvio universal
Sueño que soy una mata de cardo.
Sueño también que se me cae el pelo.
Sueño que arrastro un cadáver
Sueño que arrastro un cadáver. Está envuelto en una manta de felpa. La calzada está empedrada. Por el reflejo del pavimento intuyo que ha llovido, pero no lo recuerdo. Es de noche. Miro hacia los lados. No veo a nadie. El corazón se agita. Agarro los pies con ambas manos y tiro con fuerza. No se mueve, parece que está anclado al adoquinado. La angustia se apodera de mi ser mientras examino los alrededores. Nadie. No tardará en aparecer alguien. Intento desplazarlo suavemente. Se mueve. Una sensación extraña me inunda. Es vértigo. El cuerpo sigue anclado a la calzada. Es la ciudad la que se mueve. Aprecio cómo se desplazan los edificios a través del rabillo del ojo. Respiro agitado. Tiro con fuerza del cadáver. No se mueve. Inspiro hondo. Arrastro suave y de nuevo las edificaciones, los árboles, las farolas avanzan, pero el adoquinado no cambia.
Llego a un cruce de calles. Tengo que actuar con rapidez. Estoy expuesto. Me siento observado. Intento relajarme. Lo remolco hacia una zona de arboleda al sur, pero, me adentro en el corazón de la ciudad. Paro y reflexiono. Tengo que cambiar de sentido. Suavemente lo agarro y me dirijo hacia lo más bullicioso de la ciudad. En un parpadeo estoy a las afueras.
La zona está oscura. Conecto la linterna del teléfono móvil. Se hace de día de repente. Me asusto. Me van a descubrir. Apago el foco de luz. La noche vuelve. Mi corazón cabalga al galope. Oigo unas voces. Parece un grupo de estudiantes. Me agacho para que no me vean. El griterío se acerca. Caminan en mi dirección. Me va a dar un ataque de pánico. Se me ocurre una idea descabellada. Me levanto y agito los brazos. Suenan sirenas. Los jóvenes se alejan persiguiendo el sonido.
Pero ¿quién es este cadáver? ¿Por qué me siento responsable? No tengo recuerdos. No se aprecian signos de violencia, no entiendo qué ha pasado. ¿Lo he matado yo? ¿Cómo? ¿Cuándo? Me acerco, despejo la manta. Es un hombre corpulento. Viste unos pantalones vaqueros y una sudadera de color negro. Tiene una marca en la barbilla. Esa marca me resulta familiar. No puede ser.
Despierto agitado. Era una pesadilla. Una sensación de ridículo me inunda. Era una estúpida pesadilla. Intento alcanzar el teléfono móvil para ver qué hora es. No puedo moverme. El colchón está muy duro. Es irregular. Siento la espalda mojada. De repente, alguien me agarra por los pies e intenta arrastrarme. Con desesperación me agarro como puedo al firme.
Max Ferlam
Grupo B
Sueño con una mesa y una silla
Sueño que me doy vuelta en automóvil
Sueño que estoy filmando una película
Sueño con una bomba de bencina
Sueño que soy un turista de lujo
Sueño que estoy colgando de una cruz
Sueño que estoy comiendo pejerreyes
Sueño que voy atravesando un puente
Sueño con un aviso luminoso
Sueño con una dama de bigotes
Sueño que voy bajando una escalera
Sueño que le doy cuerda a una vitrola
Sueño que se me rompen los anteojos
Sueño que estoy haciendo un ataúd
Sueño con el sistema planetario
Sueño con una hoja de afeitar
Sueño que estoy luchando con un perro
Sueño que estoy matando una serpiente
Sueño con pajarillos voladores
Sueño que voy arrastrando un cadáver
Sueño que me condenan a la horca
Sueño con el diluvio universal
Sueño que soy una mata de cardo.
Sueño también que se me cae el pelo.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora;
Sueño que arrastro un cadáver
Sueño que arrastro un cadáver. Está envuelto en una manta de felpa. La calzada está empedrada. Por el reflejo del pavimento intuyo que ha llovido, pero no lo recuerdo. Es de noche. Miro hacia los lados. No veo a nadie. El corazón se agita. Agarro los pies con ambas manos y tiro con fuerza. No se mueve, parece que está anclado al adoquinado. La angustia se apodera de mi ser mientras examino los alrededores. Nadie. No tardará en aparecer alguien. Intento desplazarlo suavemente. Se mueve. Una sensación extraña me inunda. Es vértigo. El cuerpo sigue anclado a la calzada. Es la ciudad la que se mueve. Aprecio cómo se desplazan los edificios a través del rabillo del ojo. Respiro agitado. Tiro con fuerza del cadáver. No se mueve. Inspiro hondo. Arrastro suave y de nuevo las edificaciones, los árboles, las farolas avanzan, pero el adoquinado no cambia.
Llego a un cruce de calles. Tengo que actuar con rapidez. Estoy expuesto. Me siento observado. Intento relajarme. Lo remolco hacia una zona de arboleda al sur, pero, me adentro en el corazón de la ciudad. Paro y reflexiono. Tengo que cambiar de sentido. Suavemente lo agarro y me dirijo hacia lo más bullicioso de la ciudad. En un parpadeo estoy a las afueras.
La zona está oscura. Conecto la linterna del teléfono móvil. Se hace de día de repente. Me asusto. Me van a descubrir. Apago el foco de luz. La noche vuelve. Mi corazón cabalga al galope. Oigo unas voces. Parece un grupo de estudiantes. Me agacho para que no me vean. El griterío se acerca. Caminan en mi dirección. Me va a dar un ataque de pánico. Se me ocurre una idea descabellada. Me levanto y agito los brazos. Suenan sirenas. Los jóvenes se alejan persiguiendo el sonido.
Pero ¿quién es este cadáver? ¿Por qué me siento responsable? No tengo recuerdos. No se aprecian signos de violencia, no entiendo qué ha pasado. ¿Lo he matado yo? ¿Cómo? ¿Cuándo? Me acerco, despejo la manta. Es un hombre corpulento. Viste unos pantalones vaqueros y una sudadera de color negro. Tiene una marca en la barbilla. Esa marca me resulta familiar. No puede ser.
Despierto agitado. Era una pesadilla. Una sensación de ridículo me inunda. Era una estúpida pesadilla. Intento alcanzar el teléfono móvil para ver qué hora es. No puedo moverme. El colchón está muy duro. Es irregular. Siento la espalda mojada. De repente, alguien me agarra por los pies e intenta arrastrarme. Con desesperación me agarro como puedo al firme.
Max Ferlam
Grupo B
Sueño que soy una mata de cardo
Sueño que soy una mata de cardo
en monte castellano crezco erguido
donde no asoma el mundano ruido,
la brisa huelo, la quietud amaso.
En este reino de Morfeo, soy quien quiero,
rudo es mi abrigo, seguro me siento.
Si respeto no traes, mis pinchos te ofrezco.
Sin forzadas sonrisas, en mudo silencio.
El momento saboreo, el despertar retraso,
mullidos abejorros aleteando disfruto,
que mi malva corona cortejan
y con sinfonías de mariposas disputan.
En la mañana cristalina más musas atraigo,
maduras granas despuntan mientras me peinan
y con dulces melodías saldan cuentas,
qué bellos jilgueros, cómo me embelesan.
Retumba el horizonte,
chirría el grillo
el reino de la vigilia me arrastra.
Me aferro. Irme no quiero.
Suelto todas mis anclas,
pero no hay manera.
Yo quiero ser una mata de cardo,
que hasta muerto permanezco altivo.
Max Ferlam
Grupo B
Sueño
Sueño con pajarillos voladores. Yo voy con ellos, volando también. Hacemos carreras y cabriolas sobre un precioso campo verde, y río feliz mientras el viento me alborota el pelo y el alma. De pronto ¡tac! Noto un golpe en la cabeza. Me giro, más extrañado que dolorido, pero solo veo a mis pajarillos, revoloteando a mi alrededor. Uno de ellos se acerca jovial pero, sin previo aviso, ¡tac! me suelta otro picotazo, ¿A qué ha venido eso? Empiezo a alejarme lentamente de la bandada, receloso, pero me siguen y, cada poco rato ¡tac! picotazo. El ritmo empieza a incrementar ¡tac! ¡tac! ¡tac! Trato de huir, pero el aire se ha vuelto denso y apenas puedo avanzar. La bandada me rodea, picoteándome ya de manera totalmente desquiciada ¡tactactactactac! Sobrepasado, pierdo el equilibrio y empiezo a caer (¿tan alto estaba?), más y más rápido, hasta que llega el impacto… que es sorprendentemente mullido. Estoy en mi cama. Era un sueño. De pronto ¡tac! Me incorporo sobresaltado para descubrir a mi hermano mayor estirando el brazo desde su cama, dándome con la zapatilla porque estoy -según él- “respirando fuerte”.
Me vuelvo a dormir. Sueño que voy arrastrando un cadáver. Se parece bastante a mi hermano.
Alfonso Jiménez
Grupo B
Soñar
Soñé que construía un ataúd con mis manos,
de madera Palo Rosa,
forrado en su interior con seda blanca.
Mientras lo hacía pensaba en ti,
para darle forma y cuidado a tu ausencia.
Tú te sentabas sonriente en el centro,
como si de una canoa se tratase,
sereno, mirándome sin prisa.
Cada tabla era un recuerdo compartido,
cada clavo una palabra que no supe decir a tiempo,
y que ahora alarga el silencio entre nosotros.
Me pongo mi mejor traje de noche
y me preparo para compartir contigo el viaje.
Remaremos juntos, hacia la otra orilla,
donde el dolor ya no pesa
y la memoria no duele.
Al despertar comprendo
que no te estoy despidiendo,
que sigo aprendiendo a vivir con el espacio que dejaste.
El lugar de mis sueños,
aún permite encontrarnos.
Espérame, Amor,
la cita es cada noche.
E.R.A
Grupo B
Sueño con un aviso luminoso
Una gran flecha de neón
me señala el camino:
cambio de sentido, salida
a la realidad.
Sonámbulo, giro el volante firmemente
hacia el otro lado,
pero el coche me ignora
y sigue la dirección de la flecha.
Estará dormido, pienso,
debe de ser una IA defectuosa,
quizá sueña que es libre.
Yo le grito desaforado, le digo que pare,
doy golpes al volante como si estuviera poseído
por una pesadilla,
grito:
cuando me pase por el concesionario
me van a oír, no pienso pagar
ninguna letra más.
Mientras, el coche autónomo sigue por una carretera
en medio de un bosque cerrado y tenebroso.
En una curva, inesperadamente,
aparece una mujer desnuda haciendo gestos con las manos,
la reconozco, es la mujer de mi vida,
y me está diciendo adiós.
Ahora toca la travesía del desierto,
el coche circula por caminos de tierra,
no hay nada en un horizonte inalcanzable
que me rodea con su cola de escorpión,
aquí y allá alguna planta suculenta,
verde,
con sus depósitos de agua y gasolina sin plomo,
95 octanos.
El cielo es el límite del viaje,
debe de ser que la máquina es ecológica
y funciona con energía solar.
El aviso luminoso, ahora,
señala el área de servicio; gasolinera,
restaurante y un gigantesco toro negro,
como una enorme postal de carretera.
Ya he visto mucho mundo, pienso,
vamos a tomarnos un descanso,
el poema está escrito, me digo,
y cierro los ojos con fuerza, para despertarme.
Pero el coche inteligente
me sigue soñando,
y está claro que no se dirige
al concesionario,
-quizá a la materia oscura-,
porque no quiere que rellene
ninguna hoja de reclamación.
Sin duda, tiene miedo a morir.
Ignacio Aparicio
Grupo A
Sueños
Era una tarde de domingo
puedo decirte, por ejemplo, que ayer soñé contigo.
Íbamos alegres caminando de la mano;
era una tarde blanca y azul, alegre de verano.
La brisa, de un mar caprichoso, jugaba con tu pelo,
yo, en la comisura de tus labios con mis dedos.
Un golpe de mar nos sorprendió de lejos,
empapados de amor y sal, nos despertó del sueño.
P.G.
Grupo C
Sueño que voy bajando una escalera
No puedo recordar cuándo la subí. Pienso que todo lo que baja, es porque antes ha subido, ¿O es que todo lo que sube baja?.. No lo tengo claro.
¿Por qué demonios no hay barandilla? No sé cómo voy a seguir bajando. No me fío. Esto es peligroso. Un tropezón y ¡ adiós para siempre!
Quiero parar y no puedo. Mi cabeza me dice que suba, que esta escalera no lleva a ninguna parte, pero mis pies no me obedecen y siguen bajando. He perdido el control sobre mis pies. ¡Hala, lo que faltaba!
En un último intento, a la desesperada, me tiro de la cama:¡CATAPÚM!
Me enredo con el nórdico.Por lo menos he caido en blando.Por fín me despierto: Estoy a salvo.
Decididamente prefiero soñar con pajaritos voladores y si son de colores, mucho mejor.
M.L. Fidalgo
Grupo C
Espiral
Sueño que estoy bajando una escalera,pero no encuentro el último escalón,
de vez en cuando doy un tropezón
que provoca que cruja la madera.
Y no me importa nada lo de fuera,
solo debo seguir la dirección
sin perder ni un minuto la atención
de esta absurda e insólita carrera.
Sé que solo es un sueño que me agobia,
que me llena de dudas la cabeza
y me deja una huella misteriosa.
Pues siento en mi interior la claustrofobia
de estar buscando a tientas la certeza
que me aligere el peso de esta losa.
Aurora Zarco
Grupo B
El sueño de la mesa y la silla
La niebla espesa y silenciosa lo cubría todo, en ese ambiente frío y húmedo me vi inmersa en la última matanza familiar, un ritual que era trabajo ,celebración, alegría y cansancio.
Mi abuela que era una matriarca al uso, estaba sentada en la única silla que había y mis primas y yo en los tajos de tres patas a los costados de la mesa choricera, testigo de todas las matanzas familiares durante muchos años que se convertía en la protagonista del evento. Allí se colocaron las tripas lavadas, la carne adobada picada y se hacían los chorizos, y nosotras los estábamos atando para luego colgarlos a curar. El humo, el olor, las voces, los cánticos, las risas, los chascarrillos, todo era parte de un jolgorio que parecía eterno.
Pero de repente, como ocurre en los sueños, las escenas se deshicieron en la niebla. Ya no había carne ni cuchillos, ni risas alrededor de la mesa. Me vi discutiendo con mis primas, con una vehemencia que me sorprendía. No peleábamos por la carne ni por los chorizos, sino por la herencia de la mesa y la silla. Aquellos objetos, tan sencillos y gastados, se habían convertido en símbolos de pertenencia, de memoria, de raíz.
Las discusiones eran tremendas, como si en ellas se jugara algo más que un mueble: se jugaba la continuidad de la infancia, la posesión de un recuerdo. Al final, incapaces de ponernos de acuerdo, decidimos echarlo a suertes. El azar, frío y cruel, me dejó sin la mesa y sin la silla.
Sentí entonces una pena inmensa, como si me arrancaran un pedazo de mi historia. La niebla se cerró aún más, y el frío me devolvió al presente. Desperté con el corazón encogido, sabiendo que aquel sueño no era solo un sueño: era la nostalgia disfrazada de disputa, la memoria reclamando su lugar en el tiempo.
Áfrika Gómez G.
Grupo A
Sueño con una hoja de afeitar
Hubo un tiempo
que luchaba por llegar a la meta.
Hoy, que no puedo volver
al punto de partida,
y ha sido tanto lo vivido,
solo me quedan los sueños
repartidos en noches desquiciadas,
desayunos llenos de resaca,
el sol a través de la ventana,
como una invitación a la esperanza
de un día envuelto en soledad.
sueño con puentes colgantes,
con áticos de edificios enormes,
desde donde puedo ver el mar.
Sueño con bañeras llenas de agua tibia,
donde sumerjo mi tristeza.
Sueño con una hoja de afeitar.
P.G.
Grupo C
Sueño con el diluvio universal
Noé, es considerado como el primer meteorólogo universal, ya que un año antes de que se produjera el famoso diluvio, se puso a construir un arca, donde poder cobijar una pareja de animales de cada especie.
Luis Iglesias
Grupo B
El diluvio universal
Camino por la calle y no para de llover. No llevo paraguas. No hace frío y el contacto con la lluvia me resulta agradable. Continúa lloviendo y no me he cruzado con nadie. La situación deja de ser grata y cada vez resulta menos satisfactoria. Camino sin saber hacia dónde, pues casi no se ve debido al espesor de la lluvia y que al caer en la cara empaña mis ojos. Continuó caminando completamente empapado. Terminan las calles, se acaba la ciudad y salgo a campo abierto. Cada vez llueve con más intensidad y me voy sintiendo molesto, incómodo, desapacible, hasta llegar a sentirme enojado. Me hago un sinfín de preguntas y de reproches, pero no llegó a saber cómo empezó todo. Cuando más ensimismado estaba, descubrí a lo cerca, (pues con tanta intensidad de lluvia no se podía ver a lo lejos) una puerta de grandes dimensiones que traspasé, y por lo menos en el interior ya no llovía.
Olía raro y hacía calorcito. Caminé a tientas y me recosté entre pajas. Había mantas con las que pude secarme y taparme y me quedé dormido. Para dormir utilicé la técnica de subir escaleras con la inspiración, bajar escaleras con la espiración y sentarme un instante antes de comenzar a subir inspirando.
Me despertaron unos ruidos que identifiqué como rugidos de grandes felinos.
Me sacaron a empujones dos jóvenes que decían ser hijos de un tal Noé. Me subieron a cubierta y me arrojaron por la borda, murmurando entre ellos que aquel lugar no era para mí, que yo no había sido ninguno de los “elegidos”.
Al caer al agua que lo cubría todo, ya no había tierra, con el golpe me desperté. Esta vez sí me desperté y me alegré de que todo hubiese sido un sueño.
José Luis Fonseca
Grupo A
La noche tenía colmillos
Primero era un crujido de ramas secas, lento y deliberado, proveniente de los arbustos que bordeaban el camino de entrada. Me levanté, sintiendo esa pesadez típica de los sueños en los que tus piernas parecen hechas de plomo y cada movimiento requiere un esfuerzo titánico. Entorné los ojos hacia la oscuridad.
De las sombras emergió una silueta. Al principio pensé que era un lobo, por el tamaño, pero al acercarse a la franja de luz del porche vi que era un perro, pero no un perro cualquiera. Era una bestia inmensa, un mestizo de pelaje apelmazado, sucio, lleno de cicatrices y calvas en la piel. Sus ojos no reflejaban la luz; eran dos pozos negros fijos en mí.
—¡Vete! —intenté gritar, pero mi voz salió ahogada, como un susurro rasposo. El animal no ladró; simplemente tensó los músculos y, con una velocidad antinatural, se abalanzó sobre mí.
El impacto fue brutal. Sentí el golpe de su pecho contra el mío, un choque seco que me sacó el aire de los pulmones y me derribó de espaldas contra la madera del suelo. El dolor fue vívido, demasiado real para un sueño. Sentí las astillas del suelo clavándose en mis codos.
La pelea fue sucia y desesperada. El perro estaba encima de mí, una masa de músculo caliente y olor a podredumbre y tierra mojada. Pude sentir su aliento rancio golpeándome la cara mientras sus fauces buscaban mi garganta. Por instinto levanté el antebrazo izquierdo justo a tiempo.
Sentí la presión de su boca cerrándose sobre mi brazo. No sentí dolor agudo, sino una presión inmensa, como si una prensa hidráulica me estuviera triturando el hueso. En el sueño, el pánico se mezcló con una furia primitiva. No era miedo a morir; era una necesidad violenta de sobrevivir en mi propia casa.
Con la mano derecha libre, busqué a tientas algo, lo que fuera. Mis dedos rozaron una piedra suelta del borde del porche. La agarré con fuerza, sintiendo sus aristas frías y cortantes. Comencé a golpear, varios golpes sobre el animal. El perro gruñó con un sonido gutural que vibró en mi propio pecho, pero no me soltó.
Al contrario, sacudió la cabeza con violencia, tirando de mi brazo atrapado y arrastrándome unos centímetros por el suelo. Sentí como si mi hombro se dislocara con un chasquido repugnante.
—¡Suéltame! —grité, esta vez con voz clara, rompiendo la mudez del sueño. Me impulsé con las piernas, pateando frenéticamente contra su vientre. Sentía sus costillas bajo mis botas, duras y rígidas. En un momento de lucidez, dejé de golpear el pecho y con la piedra le di varias veces en el hocico.
El impacto fue certero. El perro aulló con un sonido agudo y humano que me heló la sangre y aflojó la mandíbula. Aproveché esos segundos de libertad para arrastrarme hacia atrás y poder liberarme del todo de él.
El perro se recuperó de mis golpes y al fin salió corriendo hacia el descampado. En ese instante fue cuando me desperté. Me reincorporé en mi cama poco a poco y tomé una bocanada de aire, ahogado. Estaba en mi cama, en mi casa, con las sábanas empapadas del sudor de este terrible sueño, de una pelea tan dantesca con un animal al que siempre he tenido mucho cariño.
Fernando Nieto
Grupo A
Sueño que estoy comiendo pejerreyes
¡Qué lata! Llevo varios días que ando como un zombi. Ayer dormí tres horas, no más. Y hoy se presenta otra noche horrorosa, pues no consigo conciliar el sueño. La doctora me recomendó que tratara de relajarme, no te achaquís por eso -me dijo; en esas situaciones tenés que hacer una respiración más profunda e imaginar lugares tranquilos y apacibles, ¿cachai? Me concentro con todos mis sentidos en ello, mi cerebro empieza a viajar a mi infancia en Chile junto al mar… Sí, me parece que ya lo estoy consiguiendo… Amanece un día luminoso, espléndido, con un sol radiante que se aleja del horizonte, cuyos rayos alcanzan desde primera hora a los acantilados rocosos donde estoy en pie. Frente a las vastas aguas que baten sus espumas, contemplo el mar que se abre ante mí. Solo se oyen los graznidos de las gaviotas argénteas. Veo las comisuras de mi amarillo pico y extiendo mis alas para secar mi negro plumaje en el tibio ambiente del día que comienza. Miro a un lado y otro y descubro las miradas verdes de otros cormoranes. Decido remontar el río Chiloé en busca de comida. Bato las alas enérgicamente y me elevo a ras del agua, voy remontando con facilidad el curso del río. Sueño que vuelo, es cachán, me invade una sensación de placidez. Descubro varias barcas de pescadores y algunas garzas reales en las orillas. Voy surcando el aire sin apenas esfuerzo, no me canso, y me asusto deslumbrado por el brillo azul metálico de un martín pescador que cruza delante de mi sombra. ¡Vaya huevón, casi se choca! Me poso en un viejo tronco que asoma en el río para reponer fuerzas. Desde lo alto de esta atalaya diviso un plateado banco de peces con los que llenar el buche. Nadan sincronizadamente y me lanzo a por ellos propulsado por mis palmeadas patas. Sueño que buceo y puedo comer hasta tener la guata llena. Son matungos, mis favoritos, por fin puedo hartarme de ellos. Sueño que estoy comiendo pejerreyes.
Jesús García Espinosa
Grupo A
Grupo A

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