Greguerías. Literatura en obleas

La sesión del martes pasado con el grupo C la dedicamos a Ramón Gómez de la Serna y a sus greguerías. Pero primero hablamos del ingrediente principal de una greguería, la metáfora.
El poeta Vicente Huidrobro señaló en la conferencia “Estética moderna” pronunciada en el año 1921 en el Ateneo de Madrid:

Aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica, que es la única que nos interesa. Uno es el lenguaje objetivo que sirve para nombrar las cosas del mundo sin sacarlas fuera de su calidad de inventario; el otro rompe esa norma convencional y en él las palabras pierden su representación estricta para adquirir otra más profunda y como rodeada de un aura luminosa que debe elevar al lector del plano habitual y envolverlo en una atmósfera encantada.
El poeta crea fuera del mundo que existe el que debiera existir. Yo tengo derecho a querer ver una flor que anda o un rebaño de ovejas atravesando el arco iris, y el que quiera negarme este derecho o limitar el campo de mis visiones debe ser considerado un simple inepto.

El dramaturgo y narrador Quico Cadaval es quizá quien mejor ha definido qué es una metáfora:

Recuerdo que un viaje a Grecia vi un camión de transportes con el rótulo “Methaphoras Manolis”, que significa “Transportes Manolo”. Ahí entendí que la metáfora es un medio de transporte para pasar de la realidad a la fantasía. Un camión, tal vez de mudanzas, que transporta nuestra realidad a otra parte.

Pero salgamos del bosque y volvamos de nuevo al Ateno de Madrid para escuchar a Huidobro:

El poeta hace cambiar de vida a las cosas de la Naturaleza, saca con su red todo aquello que se mueve en el caos de lo innombrado, tiende hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente rincones desconocidos, y todo ese mundo estalla en fantasmas inesperados.

Rafael Pérez Estada nos ofrece una explicación lírica de la metáfora. De este autor hablaremos la semana que viene en el taller:

AL LLEGAR A LA CASA vi un tigre caminar despacio y luminoso por el salón, entre los cristales de Bohemia y las cajas de porcelana Ming: «No es un tigre -se apresuró a decirme el mayordomo- ¡No lo mire, es sólo una metáfora, y los ojos de las metáforas contagian falsas emociones poéticas!

La greguería es la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento -como decía Ramón Gómez de la Serna quien las iba apuntando con tinta roja en un block de vendedor de comercio. Las greguerías, o gregues como las llamaba en la intimidad, “deben defenderse en conjunto –por eso deben ser muchas, que sean panorama no minusculería”, dice el propio Ramón.
Aprovechamos la ocasión para presentar el libro Flor de todo lo que queda, una antología de greguerías que nos encargó a Isabel Castaño y a mí la editorial Edelvives para su colección "Adarga".
El trabajo de Isabel Castaño es espléndido pues no se trata de una recopilación sin más, como en otros libros de greguerías, sino que las ha organizado por categorías temáticas, en forma de abecedario, y ha creado con todas ellas ficciones breves. El propio Gómez de la Serna afirmaba que las greguerías “deben defenderse en conjunto –por eso deben ser muchas–, que sean panorama no minusculería”,
El trabajo gráfico de Pablo Amargo, muy afín al universo de Gómez de la Serna, también es sorprendente.


Este es el texto que aparece en la contraportada del libro, o mejor aún, en la cuarta de cubierta, tal y como se define a este espacio en el lenguaje editorial:

Una noche, en mitad de un sueño, Ramón Gómez de la Serna lanzó todas sus papeles al aire y exclamó: “que los ordenen otros”. Este ejercicio de prestidigitación, digno de un autor que perfumó nuestro idioma con la nueva fragancia de las vanguardias, es el que Isabel Castaño y Raúl Vacas nos ofrecen en esta antología, donde las greguerías no solo están agrupadas por categorías temáticas sino tejidas entre sí para formar ficciones breves. 
Ramón, tildado de iconoclasta y blasfemo de las letras por algunos y de genio por la mayoría, vivió entre acontecimientos históricos de gran magnitud como el inicio de la I Guerra Mundial y la Guerra Civil española. Adscrito a la Generación de 1914 o Novecentismo, su principal legado son las greguerías. Hay quien señala que no se trata de un género como tal sino de la expresión natural y espontánea de su humor.
Las ilustraciones de Pablo Amargo, llenas de ingenio y poesía, completan un libro hecho para ver, oír, oler, tocar y gustar.

Y aquí tenéis una muestra de dos de las categorías temáticas: la P de "Profesiones" y la G de "Gastronomía":


P de profesiones
El creador guarda la llave de todos los ombligos.




I
En el fondo de los espejos hay un fotógrafo agazapado. • El rey cree que su calavera es de marfil y ningún cortesano se atreve a pronunciar la palabra «hueso». • «Hay oro en la luna», dijo el astrónomo, y comenzaron a subir como alpinistas los buscadores de oro. • El alpinista parece que tiene prisa en dar un recado a Dios. • Las monjas pasaban por el claustro como cerillas que se habían salido de la caja. • La mano que pide limosna muestra sin rubor las líneas de un destino aciago. • Usan melena el poeta, el músico, el pintor y el que da miguitas a los pájaros. • Al barrer la peluquería se mezclan todos los pelos caídos y se forma el gris verdaderamente humano.

II
Si vais a la felicidad llevad sombrilla. • La vendedora de violetas da el ramito como si nos condecorase. • La linterna del acomodador nos deja una mancha de luz en el traje. • El pianista tiene el piano lleno de papeles como si siempre estuviese en vísperas de examen. • Atacaba con tal furia las notas, que parecía tocar a cuatro manos. • La cantaora tiene voz de mujer adormecida que canta mientras la peinan. • Cuando la bailarina flamenca levanta los brazos, todos aprovecharíamos el momento para hacerle cosquillas. • El arco del violín cose, como aguja con hilo, notas y almas, almas y notas. • El amor es algo así como bordar juntos.

III
El fotógrafo nos coloca en la postura más difícil con la pretensión de que salgamos más naturales. • El gesto que hace la planchadora al acercarse la plancha a la mejilla tiene coquetería de mirarse en un espejo de mano. • La criada tiene un alma con música de acordeón. • La campesina no se pinta, pero enseña sus rojas encías al reír. • El campesino que lleva un conejo colgando de la mano lo lleva con la elegancia con que un inglés lleva un paraguas. • El jardinero invisible saca el reloj y sabe a qué hora en punto debe abrir tal flor o morir tal otra. • No tiene importancia que el cazador mate un pichón, sino que haya matado un vuelo. • ¿Qué vieron los locos para volverse locos?

IV
El hombre más seguro que hay sobre el mundo es ese que en la tarde cabalga lentamente sobre un burro. • El único que cambia de verdad la faz del planeta es el que ara modestamente el terruño. • El arador desentierra el tesoro pobre de la tierra, pero que al fin y al cabo es un tesoro. • Millonaria. Los alrededores del descote llenos de moscas de oro. • Cuando el que está arando encuentra un esqueleto parece que lo hace revivir. • Aquella mujer me miró como a un taxi desocupado. • Era una de esas mujeres peligrosísimas que nos toca la nariz con una flor. • Siete balas de rouge llevaba en la cartera para las distintas horas del día, desde el amanecer hasta la alta noche.

G de gastronomía
Lo más difícil de digerir en un banquete es la pata
de la mesa que nos ha tocado en suerte.





I
Hay mesas frías en las que lo único que tiene alguna gracia es el salero. • En el poema del menú siempre están tachados los mejores versos. • Hay especialistas en pedir el único plato que se ha acabado en el menú. • Entre el género epistolar no hay que olvidar la «carta de los vinos». • El vino blanco se olvida. El vino tinto se recuerda. • Vinos «gran reserva» quiere decir que no dirán a nadie cómo han sido mixtificados. • Me pusieron tantos cubiertos alrededor del plato, que esperé con atroz apetito la víctima de mi cirugía.

II
El que afila un cuchillo con otro en la comida del restaurante es como si se desafiase consigo mismo. • El pescado nace con el cuello abierto, como si estuviese preparado para que le degüelle el cuchillo del comilón. • El tono de las conversaciones del restaurante va subiendo hasta que parece hervir como una cazuela de mariscos. • El langostino huele a todo el mar. • Las ostras son de rústica peña por fuera, pero por dentro son de la más fina porcelana. • A la media botella de vino siempre le faltará la otra mitad.

III
Los violinistas de café reparten lonchas de jamón de violín. • Al servirnos una ración de jamón parece que nos sirven un bello crimen en lonchas. • En el vinagre está todo el mal humor del vino. • El que come patitas de cordero parece volver a cuando de niño se le caían todos los dientes de leche. • Hay una azulosidad en los huesos jóvenes de algunos animales que nos comemos que se ve que aún estaban llenos de ilusión. • El humillo de la botella de champaña recién descorchada es como el de la pistola de desafío recién disparada.

IV
Las rosquillas tienen una forma votiva, bíblica, antigua, ingenua, simpatiquísima, exquisita. • Hay unos tipos de restaurante que no miran a las mujeres de las otras mesas hasta la hora del cigarro y el café. • Elegía el puro como si eligiese una flauta en vez de un cigarro. • La única disculpa de que sea tan chica la taza de café es que preconiza la repetición: —¿Otra tacita? • Los que esperan que se vacíe una mesa en el restaurante lleno logran que nos atragantemos. • Lo más difícil de digerir en un banquete es la pata de la mesa que nos ha tocado en suerte.


Propuesta de escritura

Explicamos unas nociones sobre cómo crear una greguería. Y propusimos escribir algunas del tipo "A actúa sobre B". Un ejemplo de Ramón Gómez de la Serna: "La pulga hace guitarrista al perro"

Estos son algunos de los trabajos recibidos:


Greguerías

Diccionario es el banquillo donde esperan las palabras antes de salir a jugar un partido. 

Una mariposa es un verso que ha salido volando de un soneto titulado Primavera. 

El pitido del tren es la obertura de un concierto de adioses. 

El camello lleva en su espalda una representación de las dunas del desierto. 

El mar se pasa la vida diciendo hola.. hola.. hola…holaa. 

Los cuernos de los toros son los manillares de la Harley Davidson en la que Europa huyó de una vida aburrida junto a Zeus.

Aurora Martín
Grupo C


Las vidrieras tamizan la luz con arco iris.

Las cenefas rompen la monotonía.

La cafetera italiana eleva la esencia del café.

El pasapuré aleja los tropezones de la vida.

La radio ilumina el silencio con ondas invisibles.

El sonido del reloj delata los segundos.

Ana María Calvo
Grupo C

El envés

Esta semana volvimos a abrir las puertas del taller de escritura creativa. Ya había ganas después de un verano largo como un día finlandés. Intercambiamos besos y abrazos, recibimos a los nuevos alumnos con vivas y vítores y forramos los cuadernos con los mejores propósitos.
Tras una rueda de presentación entregamos la primera ficha con el título de "El envés", término con el que el escritor Álvaro Cunqueiro agrupó sus artículos publicados en El Faro de Vigo. En el trabajo "Álvaro Cunqueiro: la necesidad de informar sobre el envés de la actualidad" de Montse Mera Fernández se explica con detalle cual era el significado de Cunqueiro atribuía a esta palabra y su relación con la escritura y el modo de acercarse a la otra cara de las cosas.
Dice Cunqueiro: “Un mundo mágico es el haz del mundo, que nosotros, los pobres mortales, estamos contemplando por el envés. Mago es quien sabe leer el anverso por los hilos del reverso. En este sentido, los gallegos intentamos ser un poco magos.”


Propuesta de escritura

Tomamos prestada una de las tareas realizada con sus alumnos de Primaria por Kenneth Kock y recogida en el libro "Una hormiga es el principio de un nuevo universo". Nos sirvió para mirarnos por el haz y por el envés y reseñar las trasformaciones y cambios más significativos con el paso del tiempo. El texto de la niña Mercedes Mesen nos sirvió de inspiración:

Antes era

Antes era un escritorio pero ahora soy un lápiz
Antes era pelo pero ahora soy una cabeza
Antes era un pez pero ahora soy una niña
Antes era una persona pero ahora soy una hierba
Antes era el cielo pero ahora soy el suelo
Antes era una bailarina pero ahora soy una estatua
Antes era un cuadrado pero ahora soy un círculo
Antes era una rosa pero ahora soy una hoja
Antes era un niño pero ahora soy una mujer
Antes tenía un bebé pero ahora es un perro
Antes era una cuerda pero ahora salto
Ayer el señor Koch era un hombre pero ahora es un niño
Antes era una vaca pero ahora soy un caballo
Antes era un papel pero ahora estoy hecha de madera
Antes era grande pero ahora soy enorme

Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:

Antes era

Antes era un pájaro
Pero ahora soy una nube.

Antes era lluvia
pero ahora soy un árbol.

Antes era un duende
pero ahora soy un cuento.

Antes era un sueño
pero ahora soy la noche.

Antes era una estrella
pero ahora soy la luz.

Antes era el camino
pero ahora soy un laberinto.

Antes era un niño
pero ahora soy un mago.

Antes era un poeta
pero ahora soy una canción.

P.G.
Grupo C


Crecer

Antes era feliz, pero ahora sé que nunca lo fui.
Entonces, quizá, antes era una ingenua pero ahora ya no. Y si eso es lo que ocurre cuando creces, pues qué mal, ¿no?
Digamos que antes la vida era fácil, pero cada vez se va complicando más. Como cuando pasas de nivel en un videojuego, que el siguiente es más difícil porque tienes que aprender a manejar un nuevo poder, pulsar nuevos botones del mando y controlar si corres más rápido o más despacio para que no te pille el monstruo, pero para tampoco caerte por el precipicio.
Hay cosas que antes adoraba y ahora odio, ¿en eso consiste crecer? E igual, hay cosas que antes odiaba y ahora me encantan, como las verduras, que de pequeña siempre las dejaba en el borde del plato. Definitivamente, eso sí es crecer.
No tengo muy claro si este texto dice mucho de mí o si, al contrario, dice demasiado poco. Quién sabe. Creo que antes me gustaba ser un libro abierto, pero ahora cada vez me voy ce enigmática y no hablo de lo que antes adoraba, ni hablo de por qué era feliz.
Es que antes no era feliz, solo creía que lo era. Ahora sé que nunca lo he sido del todo, aunque unas veces he estado más cerca que otras. Supongo que eso nos ocurre a todos, ¿no?
Creo que la felicidad es algo instantáneo. Una cerveza en una terraza con mis amigas un jueves por la tarde, pero de repente alguien saca el tema de esa amiga que antes lo era pero ya no y toda la felicidad se esfuma. Esa alegría cuando tu jefe te ingresa la nómina pero que se volatiliza cuando tienes que pagar el alquiler y, tal como ha venido, el dinero se va. Y así con todo.
Quizá, hace años, cuando pensaba que era feliz, era porque no le daba valor a las cosas negativas que ocurrían a mi alrededor. Ahora, en cambio, tienen más valor que lo positivo.
Definitivamente, lo único bueno de crecer es empezar a comer verduras.

MAGF
Grupo A


Yo antes…

Yo antes era un lápiz; ahora, mis pasos intentan borrar los garabatos que dejó mi infancia en los adoquines del tiempo.
Yo antes era una peonza; ahora me hundo en mi sillón y contemplo, en silencio, cómo gira el mundo sin mí.
Yo antes era soldado; ahora marcho por calles vacías, suplicando que las balas aprendan a callar.
Yo antes corría bajo la lluvia; ahora la observo caer tras los cristales, como si cada gota llevara un recuerdo que ya no me pertenece.
Yo antes era un soñador; ahora apenas distingo los fragmentos de lo que anoche fui.
Yo antes guardaba secretos poemas de amor; ahora, el silencio me los devuelve uno a uno, como hojas secas en otoño.
Yo antes trasnochaba persiguiendo la felicidad; ahora desvelo mis noches pensando que mi hija ha encontrado lo que yo tanto busqué.
Yo antes tenía amigos; ahora sólo me rodean vecinos con nombres que no recuerdo.
Yo antes escribía poesía; ahora, con letra bailarina, trato de poner un punto final a mi testamento.
Yo antes perseguía el futuro; ahora camino despacio, como quien regresa de un viaje que nunca emprendió.
Yo antes era feliz; ahora… simplemente existo.

Tomás García Merino
Grupo B


Antes y Ahora

Antes jugaba al fútbol
Ahora juego al futbolín

Antes montaba en bicicleta.
Ahora monto en bicicleta estática.

Antes me bañaba en el río.
Ahora me baño en casa.

Antes protestaba mucho.
Ahora me conformo con todo.

Antes bebía agua.
Ahora bebo mosto.

Antes me gustaba la poesía
Ahora me gustan las hamburguesas.

Antes era un niño feliz
Ahora soy filósofo.

Antes era simpatizante del Real Madrid.
Ahora soy socio de Unionistas.

Luis Iglesias 
Grupo B


¿Todo cambia o no?

Antes tenía salud.
Ahora tengo enfermedades.

Antes tenía juventud.
Ahora tengo experiencia.

Antes me llevaban al pediatra.
Ahora voy al Geriatra.

Antes me lo creía todo.
Ahora no me creo nada.

Antes tenía un futuro.
Ahora tengo un pasado.

Antes veía los colores.
Ahora los siento.

Antes tenía proyectos a largo plazo.
Ahora los tengo a corto.

Antes era ágil.
Ahora soy torpe.

Antes lo recordaba todo.
Ahora no me acuerdo de casi nada.

Antes me gustaba pedalear.
Ahora ni lo intento.

Antes era ignorante.
Ahora sigo siéndolo.

Antes tenía momentos felices.
Ahora lo sigo teniendo.

Antes tenía amigos.
Todavía los mantengo.

Antes disfrutaba escuchando buena música.
Ahora lo sigo haciendo.

Antes disfrutaba con una buena comida.
Ahora lo sigo disfrutando.

Antes disfrutaba En buena compañía y con buena conversación.
Ahora lo sigo haciendo.

Antes me veía joven.
Ahora me veo viejo., aunque solo si me miro en el espejo.

José Luis Fonseca
Grupo A


Antes era antes

Antes era rubia y ahora luzco canas
Antes era inquieta y ahora vivo en calma
Antes era cobarde y ahora tengo arrojo
Antes era arrogante y ahora soy humilde
Antes era guerrera y ahora tengo paz
Antes era activa y ahora perezosa
Antes era guapa y ahora no me ven
Antes era antes y ahora es ahora
Antes era carne y ahora soy ceniza.

M. Maximina Moreno
Grupo B


Antes era… pero ahora

Antes era un gusano,
pero ahora soy una mariposa.

Antes era un supositorio,
pero ahora soy un cohete espacial.

Antes era un donnadie,
pero ahora soy un influencer.

Antes era una nube,
pero ahora soy un río.

Antes era un faraón,
pero ahora soy una momia.

Antes era la moda,
pero ahora soy vintage.

Antes era un ratón,
pero ahora soy un chip en tu cerebro.

Antes era un coche,
pero ahora soy una chatarra en un desguace.

Antes era un ovillo,
pero ahora soy un jersey de lana.

Antes era una semilla,
pero ahora soy un bosque.

Antes era unos gramos de pólvora,
pero ahora soy unos fuegos artificiales.

Antes era una esmeralda,
pero ahora soy un colibrí.

Antes era un vigilante de obras,
pero ahora soy un escalador de ochomiles.

Antes era un objeto de deseo,
pero ahora soy un objeto de deshecho.

Antes era un pato, una nutria, un castor, una gallina…
pero ahora soy un ornitorrinco.

Antes era un gourmet,
pero ahora soy Hannibal Lecter.

Antes era el Lobo Feroz,
pero ahora soy Caperucita Roja.

Antes era un prohombre,
pero ahora soy una estatua.

Antes era palabras sueltas,
pero ahora soy una poesía.

Antes era alguien que no sabía como empezar,
pero ahora soy alguien que no sabe como acabar.

Manuel Medarde
Grupo A


Despedida

Antes era el centro de tu mundo, pero ahora soy una isla perdida en el océano.
Antes era el mismo aire que respirabas, pero ahora me sientes como el viento que golpea tus postigos.
Antes era el agua mansa con la que tus pies jugaban, pero ahora me ves como un charco resecado por el sol.
Antes era la roca en que se afirmaban tus cimientos y ahora crees que no soy más que una miserable piedra en tu zapato.
Pero no me importa, ya no estoy triste porque
Antes era una alfombra bajo tus pies y ahora me veo como una bandera que flamea al viento.
Antes era un jilguero preso en tu pecho, pero ahora vuelo libre como una gaviota.
Antes era un murmullo tenue, pero ahora soy un rugido vigoroso.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Antes era, ahora soy

Te sentía fuerte, orgulloso y casi eterno,

pero...eso era antes, cuando el tiempo pertenecía al pasado, y ahora, ahora tu mirada infinita y vulnerable, se vuelve temblor y niñez.

Antes, al atardecer regresabas, mecido por los vientos de la cantera. Ahora tu marcha lenta de pasos cansados se alejan entre arrugas como surcos del ocaso.

Antes, tu mirada cristalina de mares en reposo prometía sueños y futuros. Ahora, el gris ocaso de tus ojos lloran vacíos de vidas y lamentos.

Antes abrazabas razones, ahora suspiras confusión y desvarío.

Eran tiempos de escucha, acuerdos y verdades, pero, eso era antes. Ahora ya no, ahora, un hilo de voces inconexas se entrecruzan y abrazan como un niño, la vela de tus sueños.

Antes eras padre, ahora eres mi hijo.

Antes me dolían mis heridas y rasguños, que tú lamias fuerte y poderoso. Ahora cuando tu mente sangra en pedazos, déjame amarte en silencio como antes.

Antes era yo, ahora no sé vivir para serlo.

Antes de que sea tarde... déjame besar tus ojos, padre.

GuADAlupe
Grupo C


Antes era un jardín lleno de flores
pero ahora no luce mi color,
antes era de fuego mi interior
y ahora el frío provoca mis temblores

Antes era la musa de escritores
pero ahora no tengo resplandor,
antes era el remedio del dolor
pero ahora soy causa de temores.

Antes era un satélite encendido
pero ahora soy polvo en suspensión
que pone un tono gris en mi mirada.

Antes era lunera mi apellido
pero ahora no cantan la canción
y me siento vacía y olvidada.

Aurora Zarco
Grupo B


Abro Los descalzos, de Irazoki, por una página al azar y leo:

Sin cerezas
¿Era un hombre
el viento que acumulaba
hojas secas
sobre las lápidas?

Uno que ha pasado del envés al haz, o, propiamente dicho, del reverso al verso.
Yo planto pinos enanos en mi jardín por cada uno de mis muertos. Ahí están las raíces de mis pinos, y con ellas, sus nombres. Al revés, claro. Al pasar del derecho al revés, se les da la vuelta el nombre.
Acnalb, Arimlede, Ailito, Legna, Noñip. Acnalb es el nombre más imposible, porque imposible debió ser su muerte. Noñip mantiene su espíritu perruno y le añade un toque infantil que nunca tuvo.
Ay, el verso y el anverso. Allí estáis, en un mundo al que no pertenezco, igual que las letras solo pertenecen a una de las caras del folio.
Por ahora estoy en esta cara de la vida. Pero a veces, solo a veces, me gustaría pasearme por el filo de hoja, despacito, como una malabarista, y asomarme levemente al envés para poder llamaros por vuestros nombres: Blanca, Edelmira, Otilia, Ángel, y, por supuesto, Piñón.

Elena Vicente
Grupo C


Siempre es ahora

Yo era antes un niño asustado,
perdido a la intemperie de un camino
lleno de encrucijadas sin destino,
laberinto de sombras deslumbrado.

Yo era antes un joven angustiado,
un torpe y solitario peregrino,
sin fe para lo humano o lo divino,
sin lugar en un mundo desolado.

Ahora sé que no sé, y eso ya es algo,
de mi verdad pequeña soy testigo,
y que al sentirme yo, no estoy perdido.

Que mis actos revelan lo que valgo
aunque a veces desmientan lo que digo,
y que no seré nada, si hoy he sido.

Ignacio Aparicio
Grupo A


El antes y el ahora

Antes era otra persona pero ahora he cambiado.
Antes era una obligación ahora soy una afición.
Antes era una alumna pero ahora soy aprendiz.
Antes era una chica de polígono industrial pero ahora soy una prisma de la vida.
En fin, antes era una revolucionaria pero ahora soy un cero a la izquierda.

Araceli Sebastián
Grupo C


Antes y Ahora

Antes era campo baldío,
ahora soy humedad de trébol
jungla de colores

antes era Agnus Dei
iglesia católica,
ahora soy espíritu y canto de paloma

antes era triste lluvia de charco fría,
ahora también lloro
pero soy lluvia que germina

antes era niña sola del desamor querida,
ahora soy yo la que abrazo
a esa niña y sus heridas

antes era viento nacedor de sueños,
ahora quiero ser árbol
en mi otra vida.

I.D.
Grupo C


Antes era

Antes era… Antes, antes era, antes fui tantas cosas.
Era tu ojos, tu risa, tu deseo. Era tu sueño, tu espera, tu ansias. Algoritmo de tus fantasías, sospecha, suspicacia de tus enemigos. Tus canas plateadas revueltas entre tus sábanas, antes era.
Era, antes era, tu delirio alcoholizado, ese sueño que mirabas entre los reflejos de los cubos de hielo de tu vaso de cristal cortado, rebosante de whisky añejo, entibiándose entre tus dedos.
Antes era ese deseo al despertar tus mañanas, al aclarar la luz de tus días, fría y silenciosa. Era ese pensamiento lejano, más allá de los mares, más allá de los montes, los llanos y las fronteras.
Antes era.
Antes era tu hambre, tu hambre. Antes era.
Pero ahora, ahora soy esta reivindicación de la nada, del poder vacío, de la soledad. Mujer enpoderada, libre; ombligo del mundo. Ombligo que se mira a sí mismo, que se celebra a solas sus cumpleaños con rosas y champagne.
Recuerdos, pasado, letras y silencio.
Antes era, pero ahora soy…Ya lo ves cariño…

Esperanza García
Grupo A


Antes era una joya deslumbrante, ahora soy una baratija sin valor.
Antes soñaba imposibles, ahora duermo realidades.
Antes era una liebre, ahora soy una tortuga.
Antes pintaba paredes, ahora embadurno hojas.
Antes era una hormiga, ahora soy una cigarra.
Antes escribía un poco, ahora ni en sueños garabateo.
Antes era una currita espabilada, ahora envejezco en silencio.
Antes vivía con ganas, ahora vegeto.
Antes era la Maga, ahora soy un esperpento.
Antes sonreía, ahora lagrimeo.
Antes tenía un amante, ahora, sin él, muero.

JB
Grupo C


Antes era funcionario pero ahora soy jubilado.

Antes era un caracol, pero ahora soy una liebre. Antes era un avestruz, pero ahora soy un correcaminos. Antes era un conejo, pero ahora soy un coyote. Antes era un ratón, pero ahora soy un perro. Antes era un lobo pero ahora soy la abuela de Blancanieves. Antes era un príncipe azul, ahora soy una manzana roja. Antes era un sicómoro, pero ahora soy una tomatera. Antes era un pitufo, pero ahora hoy una inspectora de Hacienda. Antes era un peligroso hipopótamo, pero ahora soy un lindo gatito. Antes era un bosque respetable, ahora soy la maldita Warner con acciones de Disney.

Antes era un celta britano, pero ahora soy un ciudadano romano. Antes era un salvaje germano pero ahora soy amigo romano. Antes era un imperio, pero ahora soy el after de todos los barbaros. Antes yo. Bizancio era un villorrio, pero ahora soy la capital de los restos del Imperio en Oriente. Antes era una ciudad, pero ahora soy una ruina. Antes era la capital más pagana, pero ahora soy la sede de la Cristiandad.

Antes era un estudiante de derecho, pero ahora soy empleado en Mercadona. Antes era un estudiante de Medicina, ahora soy fotocopiador a tiempo parcial. Antes era un estudiante de Periodismo con un pendiente en la oreja, ahora soy un ¿feliz? poeta-. Antes era dueño de un bar, ahora soy barrendero. Antes era ingeniero ahora soy un parado profesional.

Antes era oruga, pero ahora soy mariposa. Antes era mariposa pero ahora soy escritora en un taller donde lo que antes eran piedras de cantera ahoran son bivalvos de papel.

Javi Martín
Grupo A


Antes y ahora

Antes era un nido, pero ahora soy un abrigo de pana.
Antes era un libro de cuentos, pero ahora soy un calendario.
Antes era un correcaminos, pero ahora soy un caracol.
Antes era un paraguas de floripondios, pero ahora soy una sombrilla.
Antes era una orquídea, pero ahora soy un geranio.
Antes era un cofre, pero ahora soy una cesta con asas.
Antes era una sardina, pero ahora soy una sirena.
Antes era la segunda o la tercera, pero ahora soy la primera.

M.L.Fidalgo
Grupo C


Metamorfosis

Antes era futuro, ahora soy pasado.
Antes era eco, ahora soy voz.
Antes era destino, ahora soy camino.
Antes era río, ahora un lago tranquilo.
Antes era montaña, ahora soy cascada.
Antes era muralla, ahora soy ventana.
Antes era noche, ahora soy alborada.
Antes era semilla, ahora soy espiga.
Antes era arcilla, ahora soy barro
y barro seré,
hasta que me cubran de mármol
adornado con crisantemos blancos.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Ahora

Antes era soñadora
Ahora cumplo sueños
Antes era miedosa
ahora a veces doy miedo
Antes firmaba la paz
Ahora soy combativa
Antes era prometedora
Ahora ya “ no prometo nada”
Antes me daba hostias
Ahora soy yo la hostia
Antes tenía pájaros en la cabeza
Ahora los llamo por su nombre
Antes era un tormento
Ahora soy más de extasis
Antes yo era una joven con futuro
Ahora no tengo edad pero tengo presente
Ahora que sé lo que significa el tiempo
ya no lo pierdo como Antes

AMF
Grupo C


Antes era... pero ahora

Antes era burbuja pero ahora soy pompa de jabón… sigo tan efímera.
Antes era “palabras a borbotones” pero ahora soy un “saquito de letras”. Agitar antes de usar.
Antes era llanura pero ahora soy montaña. ¿O tal vez sea al revés…? Meditarlo en la orilla.
Ahora soy metro pero antes era transportador. Salirse de la regla para bailar de ángulo en ángulo. (Retomar).
Antes era Caperucita pero ahora soy el bosque… lo importante es seguir en el cuento.

Eva Hernández
Grupo A


Antes era

Antes era un océano pero ahora soy un mar de dudas
Antes era un soñador pero ahora tengo pesadillas
Antes era todo amor pero ahora tengo muchos dolores
Antes era un halcón pero ahora soy un topo
Antes era gordo pero ahora también
Antes era todo ilusión pero ahora soy espejos rotos
Antes era una vida sin fin pero ahora cuento los días
Antes era una gran coraza pero ahora soy corazón
Antes era fuego pero ahora solo quedan brasas
Antes caminaba con la luna pero ahora me gusta más el sol
Antes era de gatos pero ahora amo a los perros
Antes no tenía miedos pero ahora no tengo donde meterlos
Antes creía pero ahora no sé
Antes no era yo pero ahora no seré
Antes era antes pero ahora, ahora ya es antes
Antes es un pasado infinito pero ahora era un diminuto momento que se esfumó.
Antes este texto era muy breve pero ahora quizá es muy extenso

Máximo Fernández
Grupo B


El envés de la vida

Hija mía, ha pasado mucho tiempo desde que nos dejaste, y mi cara llena de arrugas reflejan mi dolor. Es aquí, en este lado de tu sepultura que visito cada día, donde ha encontrado sentido mi existencia. Hemos hablado mucho, -bueno siempre yo-. Pero con tu silencio, has apaciguado mis reproches, consolado mis lamentaciones y reforzado mi fe perdida. Me das las fuerzas que necesito para ahuyentar de mi mente el deseo apremiante de estar ahí contigo, en ese lado

Hoy mi niña, -le dijo con voz temblorosa-, tengo algo importante que contarte. Mi ausencia de estos días tiene una explicación. ¿Recuerdas los extraños temblores que he sufrido estos últimos meses? Siempre te dije que no te preocupases, que eran la consecuencia del frio que sentía por la humedad de este lugar. Pero lo que nunca te conté, es que sin saber el motivo, comenzaba a sentir mucho miedo, y un torbellino de oscuridad me rodeaba y me ahogaba hasta hacerme perder el conocimiento. Para mí lo importante era que al despertarme seguía aquí contigo. El último mareo me sucedió estando con papá y muy asustado llamó a los de urgencias.

Hija, tranquila que me encuentro bien. Me han diagnosticado pequeños infartos. Es posible, según ellos, que sean producidos por estrés, y lo relacionan con la emoción que me produce visitarte. Pero mi corazón ya late al ritmo normal, y tú eres mi medicina.

Te quito las flores secas de estos días que no he venido y te dejo esta rosa roja de tela, que ayer hice para ti.

Besó la lápida y sin volver la vista atrás se fue. Pero hoy por primera vez al alejarse sintió su despedida”

Mari Nieves García García
Grupo C


El eco susurrante de la nada

Antes de ser siquiera una intención,
o el designio de un ardiente desvarío
por el que amantes, siguiendo su albedrío,
me arrastraron a la vida en su pasión.

Pude ser estribillo de canción,
una escarcha amamantada de rocío,
la calima polvorienta del estío
o el trino melodioso de un gorrión.

Ahora que carne y piel son mi atavío
y no es etérea ya mi condición,
percibo la realidad con cierto hastío

Si al venir, quise aceptar el desafío
de apurar varias vidas con fruición,
¿por qué siento añoranza del vacío?

Calgari
Grupo A


Mudanzas

Antes era.
Antes era armonía.
Antes era mariposa, ahora soy carbonero.
Antes era dídola, pídola, pon; ahora soy ¿dónde están las llaves?
Antes era grafito, ahora me desnudo en palabras al viento.
Antes era peonza, ahora giro lentamente en las últimas vueltas.
Antes era amarillo, ahora pinto los pájaros al vuelo.
Antes era inocencia, ahora detesto la maldad gratuita.
Antes era sopa de fideos, ahora me atraganto con los pomelos.
Antes era ceniza, ahora mi incredulidad mastica las eternas dudas.
Antes me podía la timidez, ahora navego con osadía por mis sentimientos.
Antes era pámpano de las acacias, ahora soy drupa de los magnolios.
Antes era volcán, ahora escondo mi deseo por el cemento.
Antes tenía pánico a la sangre, ahora sufro con las heridas sin cerrar.
Antes era pico, zorro, zaina; ahora aguanto las embestidas de mis coetáneos.
Antes era azahar, ahora me apesta el hedor de los sin voz.
Ahora soy minúsculo, antes era pequeño.
Ahora soy tolerante.
Ahora soy.

Jesús García Espinosa
Grupo A


Conclusión concluyente

Antes era arrecife,
ahora soy arena...

Antes era lluvia,
ahorra soy rocío...

Antes era crisálida,
ahora soy vuelo enlentecido...

Antes era estrella de mar común,
ahora soy estrella cometa...

Antes era cenit,
ahora soy ocaso...

Antes era ERA, tiempo de sueños,
ahora soy un trozo de ÉPOCA, pero ya despierta.

Miriam García Cabrera
Grupo A


Reencarnación

Antes fui la nada y ahora, casi nada
Antes, nadador y ahora, caminante
Antes, hijo y ya no
Antes, hermano y ahora, también
Fui amigo y continúo, a pesar de algunas bajas
Fui amante y ahora amo de otra forma
Viví una vida, después otra y ahora, la enésima
Por eso creo en la reencarnación
He vivido muchas vidas y espero que aún me queden algunas por vivir
Antes no llovía pero ahora llueve.

Enrique Martínez
Grupo C


Antes era antes
pero ahora sigue siendo antes,
ahora es antes y después,
pero ahora no es ahora;
antes fui gestación derruida,
pero ahora soy un intento de hombre;
antes fui infancia huida,
pero ahora huyo de mi nombre;
antes fui cría sin guía,
pero ahora el amor es mi lumbre;
antes me partió tu partida,
pero ahora la ausencia es costumbre;
antes fui conciencia perdida,
pero ahora observo su herrumbre;
antes caída y caída,
pero ahora supero el derrumbe;
antes abismo suicida,
pero ahora miro a la cumbre.

Carpe Diem; nunca hubo una verdad mayor. Suele ocurrir con los tópicos. Vivir el ahora es un sueño imposible para muchos. El “antes” tiene un vagido infinito, una ponzoña que gesta a los mayores monstruos de mi mente. Antes viví pensando en el futuro, mecido por la incertidumbre en un vaivén conversacional con la famosa bilis negra; pero ahora vivo con monólogos internos donde el pasado ha envejecido mal, con mucho odio y amargura, con una cadera lastrada y una ceguera reduccionista.

No obstante, este viejo carcamal se levanta puntualmente a las ocho de la mañana y se propone recordarme los errores que he cometido, atormentando una cabeza ya llena de pájaros. Antes, se me salían las palabras por la boca; pero ahora me cuesta regurgitar en busca de alguna frase ingeniosa. Mi esófago se ha vuelto sibarita y no permite que me desahogue con cualquier cosa. Por eso, ahora me es más fácil no decir nada: no puedo juzgar la calidad de lo que no digo. Lo que no digo tiene la posibilidad de ser bueno. Lo que no digo descansa en el interior de mi estómago, aferrado a las paredes de mis intestinos mientras huye de los jugos gástricos.

Antes, cada verso era una creación mágica y cada poema se convertía en un orgullo —la felicidad del ignorante—; pero ahora, ahora solo soy un hombre que agota sus palabras.

Mencey Guerra
Grupo A

Fin de curso

Pues sí. Llegamos a la última página de este curso y hay que elegir un final. No será cerrado pues a la vuelta del verano volveremos a vernos y a estrenar nuevo cuaderno.
Quiero agradeceros vuestra fidelidad, vuestro compromiso y sobre todo vuestro trabajo y buena disposición. Sois tres grupos geniales.
Disfrutad del verano, leed, escribid y descansad.
Pepe Lorenzo, compañero del grupo B se encarga del texto de clausura. 
Nos vemos en unos meses.





Fin de curso

El silencio repentino del profesor expandió un sentimiento de incomodidad en los dos lados de la larga mesa. Un segundo después su busto se derrumbó hacia adelante. T, que se hallaba justo enfrente, dio un respingo, se echó hacia atrás en el sillón y miró alrededor en busca de una explicación.
Todos se mantenían expectantes confiados en que se trataba de una actuación del director del taller. Estaban acostumbrados a las excentricidades de su capitán. Sin embargo, en esta ocasión, les había sorprendido, porque había sucedido en mitad de una frase anodina. «En otras circunstancias…», habían sido sus palabras exactas.
Se miraron con perplejidad, pero sin tomar aún ninguna determinación. Finalmente, M, que era la más próxima, alargó la mano hacia la espalda del maestro. El brazo avanzó lento, temerosa de que el gesto supusiera una inoportuna intromisión en el espectáculo. Cuando lo alcanzó, sacudió levemente el hombro sin que se produjera reacción alguna.
C, consciente de su responsabilidad como doctora, carraspeó y se mantuvo en una tensa espera atenta a cualquier síntoma. I, situado a la derecha, sacó una cámara y la toqueteó nervioso. Enseguida, inquieto porque alguien pudiera creer que se disponía a tomar fotografías y, temeroso de parecer un voyeur, la guardó atropelladamente.
P separó la vista de la figura abatida sobre la mesa para dirigir la mirada a la izquierda, en busca de T, el bromista del grupo. Este levantó las manos hasta la altura de su gorra y subió los hombros desentendiéndose de toda responsabilidad.
Al otro lado de la mesa, A frunció el ceño y profirió un improperio, mostrando su malestar por lo que entendía que era una broma pesada.
A unos metros de ella, V cerró su carpeta con la misma energía con que cierra los sumarios. La certidumbre de que la sentencia estaba dictada se extendió por la sala, y un rumor creciente se alzó hasta alcanzar los casetones del techo.
Ch, visiblemente agitada, se puso en pie y se acercó al cuerpo exánime y lo remeció sin miramientos. No sirvió más que para que se esparcieran los libros y objetos con los que él había estado trasteando.
Para entonces, C, que se había desplazado en su silla de ruedas y acercado al desmayado, le puso la mano en el cuello. Todas las respiraciones se contuvieron y se impuso un expectante silencio.
En esos instantes de espera se escuchó la voz de T que, desde una esquina, preguntaba qué sucedía. Nadie le contestó; todos los ojos, menos los de ella, estaban clavados en C. Cuando esta sacudió la cabeza, un suspiro de consternación se elevó en el aire.
L, visiblemente conmocionado, alcanzó a resumir la situación:
—Se ha acabado el curso.

Pepe Lorenzo
Grupo B

Lo raro es vivir

La sesión de esta semana la dedicamos a Carmen Martín Gaite, una escritora fundamental en nuestras letras que según José Teruel fue un paradigma de la mujer de letras pues se interesó por la novela, la poesía, el cuento, el ensayo, la investigación histórica, la crítica literaria, los guiones de televisión, la traducción, el artículo de opinión y el collage. 
Recomendamos la conferencia de este experto en su obra en el ciclo "Españolas por descubrir", un homenaje a Carmen Martín Gaite promovido por el Círculo de Orellana, en colaboración con el Instituto Cervantes.
¿Para qué se escribe? -se pregunta la escritora en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1988 y a continuación afirma: Nos lo preguntan mucho. No creo que ninguna actividad humana se vea tan continuamente obligada a justificarse a sí misma como la del escritor. Se escribe para lanzar al aire nuevas preguntas, para interrumpir los asertos ajenos, para tratar de entender mejor lo que no está tan claro como dicen. Para poner en tela de juicio incluso lo que uno mismo cree saber. Para distanciarse, mirar la realidad como un espectador y con vencerse de que nada es lo que parece.


Carmen Martín Gaite en Nueva York


Repasamos la biografía de la escritora a partir de algunas de sus reflexiones en la entrevista con Joaquín Soler en el programa de A fondo. Su participación en el programa se cierra con lectura de un poema titulado "Escondite inglés". Otro de sus poemas de juventud titulado "Ni aguantar ni escapar" fue musicado por Chicho Sánchez Ferlosio e incluido en su disco "A contratiempo". Puedes escucharlo aquí.
La poesía es quizá la faceta más desconocida de la autora de ahí que centrásemos especial interés en ella. La editorial Hiperion publicó sus poemas de juventud con el título de A rachas en 1976. Pero hace unos años la editorial "La Bella Varsovia" lo reeditó bajo la edición de José Teruel e incluyó en el libro un código QR con una selección de sus poemas, grabados por la autora al cuidado de Alberto Pérez para su sello Avizor Records. Puedes escucharlos en la voz de la escritora en este enlace.
Titulamos la sesión "Lo raro es vivir" pues hablamos mucho de la vida, a pesar de que la muerte dejó notables huellas en la piel y la obra de la escritora. Recomendamos el blog con ese mismo título donde hay mucha información sobre vida y su obra. Miss Lunatic le dice al comisario O´Connor en Caperucita en ManhattanVivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar... y vivir es reírse... He conocido a mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir.


Propuesta de escritura

La tarea de escritura llegó de la mano de Sara Allen, protagonista de Caperucita en Manhattan. Las primeras palabras que escribió en el cuaderno que le regaló su padre fueron: río, luna y libertad. Pero las que realmente le gustaban eran las farfanías, palabras como flores silvestres que ella misma inventaba como "tarindo", "maldor", "amelva" o "miranfú". Esta última significaba que "va a pasar algo diferente” o “me voy a llevar una sorpresa”.
Pedimos en el transcurso del taller una definición para cada una de las tres farfanías y como propuesta de escritura un texto sobre la libertad en el que incorporar las siete palabras reseñadas, tres de ellas reales y las otras cuatro inventadas por Sara.

Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Recordando a Carmen Martín Gaite

Habéis empujado hacia mí estas piedras.
Me habéis amurallado
para qué me acostumbre.
Pero no puedo.
Pienso escaparme,
no sé cuándo ni cómo,
pero lo haré algún día.
Caminaré y llegaré hasta el río,
y con la luz de la luna,
alcanzaré la libertad.
Serpenteando entre amelvas,
ayudado de Tarindo,
derrotaremos a Maldor,
y alcanzaremos el camino.
Miranfú, pensé intensamente.
Y miranfú me estalla en la mente.
Al terminar el sendero,
Encontré lo que buscaba.

Tarindo: amigo imaginario que te ayuda siempre.
Amelva: planta de color violeta que germina al lado del trigo, dando colorido al campo que invade.
Maldor: personaje malvado que ocupa el lado oscuro en todos los cuentos.
Miranfú: me voy a llevar una sorpresa.


José Luis Fonseca
Grupo A


Miranfú, repetía Carlota con los ojos cerrados y cruzando los dedos mientras el cartero depositaba el correo en el buzón.
Miranfú, miranfú, mientras corría escaleras abajo para comprobar si alguna de las cartas llevaba el nombre de su amor en el remite.
Nada, otro día más sin noticias, un nuevo desengaño y había perdido la cuenta de cuántos atesoraba ya.
Había pasado la noche en vela, el maldor de junio no ayudaba a conciliar el sueño pero el sentimiento de abandono pesaba más que el calor y le impedía dormir, comer o concentrarse.
Quiso hacer un pastel para distraer la mente y de paso sorprender a los señores pero confundió la amelva con tarindo y el resultado fue un desastre incomestible que terminó entero en la basura.
No podía entender cómo alguien que decía “quererla con el alma” podía jugar así con sus sentimientos.
Julio le había prometido la luna aquella tarde que habían pasado juntos a la orilla del río.
—Volveré a por ti y ya verás qué feliz serás cuando estemos juntos en la gran ciudad, podrás ir de compras, a la biblioteca, a los museos, podrás estudiar, ir al baile y disfrutar de todas las comodidades que te faltan aquí. Serás libre como siempre has soñado.
Ella anhelaba salir de ese pueblo que ataba sus alas y le impedía volar por eso creyó a Julio y se entregó a él como jamás pensó que se entregaría a nadie, él la embaucaba con palabras y ella simplemente se dejó llevar.
Sus sueños de libertad se desmoronaron una mañana hojeando el periódico antes de llevárselo al señor con el café.
En los ecos de sociedad un gran titular decía:
“La soltera más codiciada del San Bernardo pesca marido”
Sintió algo romperse en su interior al ver a Julio, vestido de novio, muy sonriente en una foto.

Amelva: Dícese del colorante malva usado en repostería para darle color a tartas y gominolas.
Tarindo: Especia picante que da sabor a la salsa de las patatas bravas.
Maldor: Calor insoportable en las noches de verano.
Miranfú: Me voy a llevar una sorpresa.


Aurora Zarco
Grupo B


Desvarío

Rio, luna, libertad
Libertad convertida en agua que corre, fría, clara, pura.
Río.
Libertad que se confunde con un brillo plateado en mitad de la noche.
Luna.
Refugio para sobrevivir, para esconderse de los lobos, para pasar la noche.
Tus ojos.

Regresa
Regresa, ¿no ves que te necesito?
Necesito de tus brazos fuertes que me libren de los cardos, de las espinas, de ese maldor que no me deja ni a sol ni a sombra, que ha devorado mis entrañas y me ha dejado herida de muerte.
Regresa, regresa un día, como miranfú entre las tinieblas, vencedora de las sombras y los silencios, de los recuerdos que duelen, de nuestro pasado perdido entre tanto vendaval, entre tanta polvareda. Regresa y no te vayas más.
No ves que no me queda ya más nada?...Que el tarindo, ése que tanto te gustaba y donde solías pasar las tardes de verano, refugiándote del calor avasallante a su enorme sombra, ése, sí, ése, se ha secado y se ha convertido en una montaña de ramas secas.
Regresa que la amelva olorosa y aterciopelada que con tanto cariño sembraste en el jardín y que creció como niña rubia, dorada, se ha marchitado también y se ha caído en mitad del patio de la que fuera nuestro casa, nuestro refugio.
Regresa, no ves que te necesito?

Esperanza García
Grupo A


Miranfú

Sentada frente a la hoguera
la niña gitana sueña
con guardar su libertad
en una casita blanca.
de suelo de madera
y tejado de cristal.
Con amelva en las ventanas
para perfumar las estancias
de paredes de tarindo y
puertas de nogal.
Al lado de un sonoro río
que refresque su morena piel
cansada de tanto sol,
viento y frío.
Bajo la luz de la luna,
bailará al compás de la música
de su viejo y querido maldor,
hasta la salida del sol.


Marian Pérez Benito
Grupo A


La ranita Anita

En Salamanca la blanca
vive la ranita Anita
subida a una calavera
porque llegó la primera,
cuando del sol se acalora
da un salto como un tarindo
y detrás de un tamarindo
va a darse un baño en el rio
¡qué fresquita
esto es lo mío!
dice la ranita Anita
chapoteando en la orilla
con tumbona y con sombrilla,
y recordando a Chiquito
repite de hito en hito
maldor fistro pecador
jarl torpedo condemor,
y ya va teniendo hambre
siente en la tripa un calambre
y pesca una buena amelva
más rica que las de Huelva,
por allí pasa una niña
que responde por Carmiña
bonita como ninguna
brillando como la luna
y le dice: oye tú
mi ranita de la suerte
es un gusto conocerte
si te gusta y te divierte
te regalo un miranfú,
encontrarás la verdad
y también la libertad
en nuestra Universidad,
para que en la vida aciertes
como hizo Gloria Fuertes.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Libertad

Libertad se quedaba extasiada viendo la luna reflejada en el rio Hudson. Ella sí se llamaba Libertad, no como su madre, la gran estatua que da la bienvenida a los que llegan a New York por barco. En realidad, su madre se llama Charlotte, como la madre del escultor Bartholdi que sirvió de modelo para uno de los rostros más fotografiados del mundo. Las dos vivían en la pequeña isla. Durante el día, Charlotte se pasaba las horas posando como estatua, mientras que Libertad se escondía, haciéndose pasar por un “tarindo” entre los árboles que miran hacia la orilla de New Jersey. Allí plantada había aprendido muchas cosas oyendo las conversaciones de los transeúntes que acudían a admirar a su madre. También captaba los pensamientos de los pasajeros de los barcos, cuando iban llegando a la Gran Manzana cargados de ilusiones y esperanzas. En ellos había muchas vidas vividas, con sus alegrías y sus sufrimientos. Mucho había soñado Libertad con conocer todos los países de los que provenía aquella gente, países que tantas veces había oído nombrar. De todo esto hablaba con su madre cuando, por la noche, al desaparecer los visitantes y apagarse las luces, Charlotte bajaba del pedestal y se pasaban las horas charlando y disfrutando de un panorama excepcional. La madre estaba apenada porque, sintiendo las ansias de libertad de su hija Libertad, sabía que las dos estaban destinadas a pasar toda su vida en aquella isla del mismo nombre.
Todo cambió el día que Libertad, a la luz de la luna, contemplando los destellos que desprendían las “amelvas” que vagaban por el Hudson, vio surgir de las aguas del rio un “maldor”, que se puso a hablar con ella como si fueran amigos de toda la vida. A lo largo de la conversación, Libertad fue desgranando sus emociones e inquietudes, especialmente sus ganas de abandonar aquella jaula particular en la que había permanecido toda su vida. Ella lo ignoraba, pero aquel “maldor” era de los auténticos, de los capaces de conseguir que los anhelos de los niños adolescentes se hicieran realidad. La noche siguiente, Libertad le contó a Charlotte su encuentro con el “maldor” y su intención de irse a conocer el mundo, si el hechizo funcionaba. La madre le dio un gran abrazo a su hija y le deseó toda la suerte —Vete y disfruta. Te espero aquí dentro de cien años, para que me cuentes todo lo que hayas visto y yo no podré ver nunca—.
Libertad estuvo nerviosa todo el día en su disfraz de “tarindo” y casi la descubren unos turistas japoneses que le hicieron miles de fotos. Al declinar la tarde, Libertad se fue a la orilla del río, repitiendo para sus adentros —“Miranfú”, “miranfú”, “miranfú”—, la palabra mágica que le había enseñado el “maldor” para conseguir que sus sueños se hicieran realidad, la manera de conjurar que la materialización de algo largamente ansiado se cumpliera.
En el agua se encontraba el “maldor” esperándola. Sin más preámbulos le indicó que ese era el momento de arrojarse al Hudson, en el punto justo en que la luna se reflejaba como un mágico círculo blanco. Libertad se lanzó y se disolvió en el agua como un azucarillo, mientras pronunciaba por última vez la palabra “Miranfú”. Del reflejo de la luna partió una nube de destellos de colores, que se alejaron nadando hacia el mar abierto en busca de su nueva vida. Dicen que aquella mañana, la estatua de la libertad amaneció con un par de lágrimas bajando por sus mejillas.

En reconocimiento a “Caperucita en Manhattan” y a su autora, Carmen Martín Gaite, que trabajamos en la última sesión del Taller de Escritura de Junio de 2025, como homenaje al centenario de su nacimiento


Manuel Medarde
Grupo A


La ceremonia

“No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia.” Montesquieu.

Jano fue despojado de sus ropas y untado con argolio. Después apuró su copa rebosante de tarindo y los demás invitados a la ceremonia hicieron lo propio.
Cuando salió la luna y los efluvios de aquel destilado comenzaron a hacer su efecto entre los iniciados, llevaron a Jano en andas, como flotando sobre un río de manos, hacia el sóleo bellamente recamado que presidía la cripta.
Una vez que lo hubieron sentado sobre el trono, ataron sus manos como símbolo de su renuncia a la libertad, y le pidieron promesa, que Jano efectuó en alta voz por una de las bocas de sus dos caras.
En adelante solo se dedicaría a procurar la libertad y la seguridad de los otros, aun por encima de la suya.
Tras la promesa los participantes se lanzaron a efectuar una baile ritual, integrados en corros que se desplazaban con movimientos a contrapunto y a medida que se aumentaba la celeridad del ritmo del sarao, los danzantes comenzaban a entrar en un trance paroxístico.
Entonces el Arconte, a fin de provocar la catarsis al líder ungido, pidió al taumaturgo que insuflara en la nariz de Jano polvo de ambrosía, y poder así interpretar algún tipo de miranfú, siempre en nombre del interés del pueblo.
Poseído por la droga de su propio triunfo, Jano, trató de conciliar las contradicciones de sus facetas y presentar una sola. Al momento, comenzó a sentir los efectos del gran maldor y se deslizó por el tobogán de las sombras, arrastrando al grupo hacía un paraje semejante a una amelva , donde nada ni nadie crecía, donde el vacío amenazaba por igual a la vida y a la transformación de la tribu.
Ante el temor general, su acólitos para no perder sus prebendas, trataron de borrar todo rastro de otras ceremonias fallidas semejantes, protagonizadas por el elegido.
Algunos de su propia élite cayeron en la cuenta de que siempre había tenido dos caras, y ahí comprendieron que el líder había roto su promesa. Fue el momento en el que empezaron a murmurar contra él.
Entonces, el líder despertó del trance convencido de su superioridad incuestionable y aún contra toda ley trató de alinear sus dos caras.
Lentamente, un sonido reconocible pero estremecedor comenzó a fluir por las comisuras de sus dos bocas, semejante a un torrente de babas de hilos pegajosos, que iban conformando una gran tela de araña que envolvía hasta a la geografía misma.
Era la risa, su risa, cada vez más alta, desencajada y desternillante. Era la estruendosa carcajada del semidiós por el puro placer que le procuraba su autoridad. Era la advertencia de que iba a afirmar su dominio y prevalencia contra todo y contra todos.

Calgari
Grupo A


Atardecer

El río corría manso solo unos metros por debajo de tus pies descalzos. Una brisa perezosa movía las espadañas y maldores que crecían en la orilla esparciendo sus aromas dulzones. En la quietud de la desfalleciente tarde una luna carnosa asomaba sobre las montañas púrpura.
Tú te desprendías del moroso taringo, ese delicioso sopor en el que te había dejado la larga siesta. Mientras, yo saboreaba la oscura miel de brezo relamiendo una cuchara. La amelva, esos sabrosos grumos adheridos a la lengua, se resistía a deshacerse.
Los pájaros habían llegado en bandadas a los alisos de la ribera y disputaron ruidosamente por el sitio donde pasar la noche. Enseguida fueron aquietándose. A nuestro alrededor se iban imponiendo los ruidos de la oscuridad y asentándose una serenidad solo perturbada por el rumor apagado del agua. El tiempo parecía haberse detenido.
—¡Mirafú! —exclamaste remolona.
—¡No! —respondí de inmediato—. ¿No lo notas? Todo está en calma. Nada va a suceder…
—¿Es esto felicidad? —preguntaste.
—Quizá. O tal vez sea solo libertad.

Pepe Lorenzo
Grupo B

Abuelos. Historias con otra edad

La penúltima sesión de este curso la dedicamos a los abuelos. Si hacemos una búsqueda con relación a este tema en internet encontraremos innumerables referencias en la Literatura Infantil. El abuelo y la abuela y su relación con los nietos tiene un considerable reflejo entre los libros destinados a niños. Pero también en la literatura para adultos, así como en el cine, encontramos muchos referentes.
Una breve muestra de libros sobre abuelos y nietos es la recogida en el artículo titulado "Abuelos y nietos en la Literatura" publicado en el blog de Troa Librerías.
Recomendamos el artículo "Los abuelos y las abuelas, maestros en la vida y en la literatura" de 
Daniela Giraldo Barona en Librújula y analizamos el texto titulado "La abuela" escrito a cuatro manos y publicado en Infolibre. Santiago Roncagliolo abre la historia, la continúa Juan José MIllás, prosigue Cristinas Fernández Cubas y la cierra Felipe Benítez Reyes. Dio mucho de sí este texto para hablar de literatura y también de la vida y la muerte.


© Imagen: Mural Artes Prada. Juzbado (Salamanca)

En la ficha de trabajo recogimos textos como la carta que José Saramago dedicó a su abuela (Carta a Josefa, mi abuela):

Tienes noventa años. Estás mayor y dolorida. Me cuentas que fuiste la joven más bella de tu época —y yo te creo. No sabes leer. Tienes las manos hinchadas y deformes, los pies maltrechos. Sobre la cabeza llevaste toneladas de paja y leña, baldes llenos de agua. 
Viste salir el sol todos los días. Con todo el pan que amasaste se podría haber hecho un banquete universal. Criaste personas y ganado y llegaste a meter lechones en tu propia cama para evitar que murieran de frío. Me contaste historias de apariciones y hombres lobo, viejas historias de familia, un asesinato. Pilar de tu casa, fuego de tu hogar —siete veces quedaste preñada, siete diste a luz. 
No sabes nada del mundo. No entiendes de política, ni de economía, ni de literatura, ni de filosofía, ni de religión. Heredaste unos escasos cientos de palabras prácticas: un vocabulario somero. Con esto viviste y vas viviendo. Muestras preocupación e interés por las catástrofes y también por lo que pasa en la calle, por las bodas de las princesas, y por si a tu vecina le roban unos conejos. Sientes grandes odios por motivos que ya no recuerdas, grandes devociones que no se deben a  nada concreto. Vives. Para ti, la palabra Vietnam no es más que un sonido extraño que no cabe en el horizonte de legua y media en que te mueves. Del hambre, algo sabes; ya viste izarse una bandera negra en la torre de la iglesia. (¿Me lo contaste tú, o habré soñado yo que tú me lo contabas?).
Contigo va tu pequeño abanico de intereses. Y, no obstante, tienes los ojos claros y eres alegre. Tu risa es como los fuegos artificiales. No he visto reír a nadie como ríes tú. Estoy delante de ti y no entiendo. Soy carne de tu carne y sangre de tu sangre, pero no entiendo. Viniste a este mundo y no trataste de saber qué es el mundo. Llegas al fin de la vida y el mundo aún es, para ti, lo que era cuando naciste: una interrogación, un misterio inaccesible, algo que no forma parte de tu legado: quinientas palabras, un huerto al que dar la vuelta en cinco minutos, una casa de tejas sueltas y suelo de barro. Aprieto tu mano llena de callos, paso mi mano por tu rostro arrugado y por tus cabellos blancos —y sigo sin entender. Fuiste guapa —dices— y bien veo que eres inteligente. ¿Y por qué entonces te robaron el mundo? ¿Quién te lo robó? Pero, de esto, tal vez yo sí entienda y podría decirte el cómo, el porqué y el cuándo si supiera escoger, de entre mis innumerables palabras, las que tú pudieses comprender. Ya no vale la pena. El mundo continuará sin ti —y sin mí. No nos habremos dicho el uno al otro lo más importante. ¿Pero podemos estar seguros de eso? Yo no habré dicho nada porque mis palabras no son las tuyas ni representan el mundo a ti debido. Me quedo con esta culpa de la que no me acusas —y eso es, si cabe, lo peor. Pero ¿por qué, abuela, te sientas tú a la solana de tu puerta, abierta hacia la noche inmensa y estrellada, hacia el cielo del que nada sabes y por el que jamás viajarás, hacia el silencio de los campos y de los árboles asombrados, y dices, con la tranquila serenidad de tus noventa años y el fuego de tu adolescencia nunca perdida: «¡El mundo es tan bonito, y a mí me da tanta pena morir!»?
Es esto lo que no entiendo —pero la culpa no es tuya.

El escritor portugués así como Gabriel García Márquez coinciden en la importancia de la figura de sus abuelos en su manera de escribir y de entender la literatura y la vida.
Pabló Neruda le puso el toque poético a la sesión con su "Oda a la edad": 

Yo no creo en la edad.
Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.
Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuánto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?
Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.
Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.
Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora


Propuesta de escritura

La carta que José Saramago escribe a su abuelo Josefa nos sirvió de inspiración para la propuesta de escritura semanal. O bien escribir una carta a un abuelo o abuela (lo conociésemos o no) o escribir desde la condición de abuelos y abuelas a algún nieto.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Y dile que aquí abajo
hace mucho frío,
que los inviernos son muy largos
y no hay leña para combatirlos.
Que el sol es tímido,
que el suelo permanece blanco,
y la nieve cubre el camino.
Las aves emigraron
más allá de las nubes
donde el sol se esconde
detrás de las montañas;
lejos queda el mar,
donde tú y yo fuimos
agua y sal, viento y arena.
Dile que la echo de menos.

P.G.
Grupo C


Nuestra foto

Los recuerdos son más valiosos cuando son pocos. A veces, basta una sola imagen, para iluminar el sendero de toda una vida. Tú y yo, en la puerta de la casa blanca, tus brazos firmes sobre mis hombros... ¡Con cuanto cariño te haces cargo de esa niña inquieta de dos años, tu primera nieta! Hay mucho amor y orgullo en el tiempo detenido de esa foto.
Recuerdo aquella tarde bajo la higuera de la Madrila. Me habías traído en burro, apretada junto a tu pecho. Un cubo de latón colgaba del pozo, y el olor de la higuera se mezclaba con el de tu chaqueta de pana.
Tú fuiste el único abuelo que conocí, y ¡qué poco tiempo tuvimos! Nos dejaste el día que cumplía siete años. Desde entonces, sólo pude conocerte a través de las historias que contaba mi padre.
Fragmentos de una vida reconstruida mientras, despistada de las tareas escolares, miraba por la ventana del aula. Imaginando a esa novia abandonada, subida en la tapia del cementerio, en una noche fría, hasta quedarse muerta. Recreando el cuento, tantas veces pedido, de “Tello, Tello, que nombre tan bello”. O el alambique escondido en la bodega de la callejuela de abajo, entre las tinajas del vino de pitarra. Y, sobre todo, las confidencias de los señoritos del pueblo en tu barbería, la habitación en la que, años después, lloré al mundo por primera vez,
Mi padre rescató tu voz y abrió mi imaginación a ese tiempo de castañas asadas al atardecer, de noches de susurros destilando el aguardiente prohibido.
Cortas pinceladas de un pueblo que nunca fue mío del todo -como tampoco lo fue el otro-, escenas en el lienzo infantil de esa España de familias extensas, de tiempos compartidos en la crianza.
Nuestra foto, abuelo Lucas, en la puerta de la casa donde nací, ha sido mi ancla familiar; el lugar al que regresar cuando, en la adolescencia, buscaba a esa niña perdida entre el pueblo y la ciudad. Hoy sigo orgullosa de poder mirar, con tus chispeantes ojos, entre las tinieblas de mi infancia.

Araceli Broncano Rodríguez
Grupo C


El abuelo

MEDIAOREJA

A mi abuelo lo fusilaron cuando los levantamientos anarquistas de principios de siglo. No sabemos los de que bando fueron, porque el pueblo estaba enclavado en la zona indefinida donde los gubernamentales y las partidas anarquistas campaban sin control entre el vecindario. Tampoco sabemos si fue por una cuestión política, lo que parecía improbable porque el abuelo rehuía a la política como a las víboras, por un tema de tierras y lindes, lo que tampoco encajaba con su carácter poco pendenciero, o por un tema de algún novio resentido, lo que podría haber sido dada la querencia que tenía por las mozas. No sabemos quienes fueron, pero, quienquiera que fuese, sí sabíamos una cosa, tenían mala puntería, porque a mi abuelo solo le dieron en la oreja. De ahí le vino el apodo, “Mediaoreja”, y de ahí vine yo, que si llegan a darle el tiro medio palmo más adentro allí se hubiera quedado en la flor de sus veinte años. Por eso, mi abuelo no fue un abuelo al uso, de los que pasaron una juventud triste, y posteriormente una guerra triste y una postguerra igual de triste. Él decidió que su nueva vida era para disfrutarla, que ya había pasado suficientes penas en la vida anterior. El abuelo que yo conocí era jovial, transigente y socarrón, especialmente con los nietos que cada verano disfrutábamos de la calidez de su casa. Gustábamos de oír las historias que nos contaba, las vividas por él mismo o las trasmitidas de boca en boca dentro de la familia o dentro de la comarca. Así conocimos sus correrías de niño, sus años de seminario, del trabajo duro de segador cuando decidió que la iglesia no era una opción para un mozalbete como él, de los viajes a lomos de mulas y caballos, de que se embarcó como marinero en un carguero griego, de otros trabajos y lugares donde recaló hasta que la abuela le hizo echar el ancla en la hacienda familiar, donde el hombre de mundo se convirtió en un hombre de pueblo. “Mediaoreja” fue capaz de hacer prosperar la heredad de su esposa, dar sustento a su familia y a las familias de los que trabajaban en aquellas propiedades, ayudó a toda la comunidad de labriegos y trajo un aire renovado a la comarca, anclada en el tiempo y las tradiciones que tanto habían servido para vencer el pasado, como empezaban a lastrar la venida del futuro.
El abuelo era un gran hombre y desde niño así lo percibí. Yo me quedaba embobado oyendo sus relatos, asombrado viendo como resolvía problemas propios y ajenos, atónito por su capacidad para relacionarse con hombres y animales. Pero, también desde niño, pude observar como en contadas ocasiones una nube atravesaba sus ojos, su conversación languidecía y las ganas de vivir parecían esfumarse de su ánimo. Por un momento, dejaba de ser “Mediaoreja” y se convertía en un pobre marinero atribulado. Duraba un abrir y cerrar de ojos, pero yo noté desde muy pronto y pude observarlo a lo largo de nuestras vidas. Cuando el abuelo murió se llevó a la tumba el secreto de aquella nube. Yo decidí entonces que en algún momento tendría que desvelar lo que ocultaban aquellos atisbos de una vida desconocida para mí.

LA CASA DEL MAR

Nunca entendí por qué los ojos color avellana del abuelo brillaban cada vez que anunciábamos el viaje a la finca de la playa. Su cara adquiría esa expresión que se le escapa a un niño cuando guarda un caramelo en el bolsillo. La abuela, en cambio, apretaba los labios mientras doblaba las sábanas, marcando cada pliegue con un gesto parecido al arañazo del arado en el pedregal.
La Sultana había sido comprada con monedas de plata y sueños acumulados en puertos lejanos. Cada tablón de su porche guardaba el eco de las olas que el abuelo cruzó en su juventud; cada ventana batida por el viento llevaba escrita en sus grietas la letra pequeña de sus viajes. Aquel terreno junto al mar - primero exiguo como un pañuelo - se fue extendiendo como un manto con el paso de los años. También crecían los silencios incómodos cuando la abuela preguntaba por el coste de mantener esa finca. Ochenta kilómetros separaban aquel refugio, asomado al mar como el puente de mando de un barco, de nuestro pueblo. Para el abuelo debió de ser la distancia exacta entre el deber y el placer.
La finca olía a salitre y a madera vieja. Tenía un porche con hamaca y un cachorro flaco, de hocico inusualmente alargado, que ladraba a las gaviotas. Pachá le llamábamos. Era un animal arisco con todos, excepto con el abuelo. A él le lamía las manos como si manara miel de sus dedos.
El desván de la casa principal, era el reino secreto de mis juegos. Siempre estuve intrigado con el contenido del viejo cofre marinero que el abuelo guardaba bajo llave. Una vez, cuando tenía doce años, lo encontré entreabierto. Dentro solo había un mapa del Mediterráneo oriental marcado con una cruz roja cerca de Beirut, un rosario de cuentas de ébano y un mechón de pelo negro atado con una cinta azul. Cuando le pregunté al abuelo, se limitó a decir: “Son recuerdos de un naufragio, nieto", lo volvió a cerrar con llave, y cambió de conversación.
La finca estaba atendida por Làmia, una mujer libanesa que según el abuelo era viuda de un marinero gran amigo de sus correrías juveniles. Tenía un hijo, Karim, al que nunca veíamos porque estaba interno en un colegio - estudios que el abuelo costeaba como reparo a una vieja deuda con su difunto amigo -. Làmia estaba especialmente orgullosa de un granado que crecía junto al pozo de su casita. Decía que su madre se lo había dado al salir del Líbano: "Las raíces viajan mejor en forma de semilla", solía repetir mientras nos ofrecía sus dulces de agua de rosas.
Cuando estalló la guerra, recorrer aquellos ochenta kilómetros era jugarse la vida. Pero fue precisamente en aquel verano de 1936, poco después de mi primera comunión (que la abuela y mi madre celebraron con un fervor casi militar), cuando supe el porqué de lo que nadie mencionaba pero todos recordaban.
Una tarde, me quedé dormido tras la merienda y desperté con voces ahogadas en la cocina. La abuela hablaba con su hermano mayor, mi tío abuelo Ramón:
“—Decía que iba al muelle a supervisar las capturas de pescado. Pero siempre tardaba dos o tres días y llegó un momento en que me hizo sospechar—le decía a ella, con frases cortadas como con tijeras de podar— No solo mangoneaba mi negocio, también a ella. Todos lo sabíais y callabais. Me di cuenta que hasta mi perra lo sabia. No ladraba cuando él llegaba. Es como si lo esperara siempre. Además, él todavía no salía contigo.
—Pero aún así…¿Cómo pudiste? (dijo la abuela entre sollozos) ¿y los demás?—
Mi tío respondió algo que casi no alcancé a escuchar, al intentar cambiar de sitio para oír mejor, pero su tono me heló la sangre.
—Bueno, me quedan meses y no quiero irme con este peso en la mochila. Él también lo supo o al menos lo sospechó cuando le regalé a Pachá.—
Entonces el tío Ramón se fue y yo baje a la cocina con la excusa de beber agua y vi a la abuela llevarse una mano al corazón, como si algo le hubiera quedado clavado ahí.
Pocos tiempo después, le pregunté abiertamente al abuelo sobre el mote de "Mediaoreja", y si sabía o sospechaba quiénes y porqué habían intentado matarlo. Él, haciendo gala de su humor peculiar (o quizá de su dolor), bromeó: “Quién quiera que fuera ya no está en este mundo o a punto de no estarlo”. “Esto me recuerda que debo hacer testamento... por si la próxima vez me quedo sordo". En esta ocasión su risa no me sonó tan natural como de costumbre,
Poco después el abuelo, efectivamente, hizo testamento. En ese documento, dejaba en usufructo vitalicio la casa de guarda: a "la viuda de mi amigo". La abuela comentó que la bala le había arrebatado media oreja, pero su recuerdo se había llevado el poco sentido común que le quedaba al abuelo, y desde entonces su carácter se fue agrietando, como la corteza del granado en invierno.
En aquellos veranos, Làmia, se ponía sobre su cabeza un precioso pañuelo ricamente bordado en tonos rojos y me enseñaba palabras en árabe, cuando nadie nos veía. "Hablar otro idioma es como añadir otra vida a la propia. Puedes vivir tantas vidas como idiomas conozcas “, me decía mientras señalaba el horizonte marino. Una vez me confesó: "Tu abuelo salvó muchas almas en Beirut... aunque quizá perdió la suya".
El abuelo contrarrestaba el silencioso enfado de la abuela con una dicharachera alegría. A pesar de las dificultades de la posguerra, nunca dejamos de veranear en La Sultana. Hasta que un día, simplemente, él ya no estuvo.
Años después, apareció en la finca un hombre alto y moreno que traía de la mano a un niño. Tras hablar largo rato con la abuela y mis tías, les entregó un sobre amarillento. Al salir de la casa se acercó a mí:
—Hola, soy Karim —dijo, mientras los demás discutían dentro—. Mi madre me contó que por aquí había un granado. ¿Sigue ahí?
Señalé el árbol torcido junto al pozo. Sus ramas, cargadas de frutos, se mecían con el viento como si saludaran a alguien que solo ellas reconocían.
Karim sacó entonces una foto antigua, rasgada por su mitad, en la que aparecía una preciosa joven: reconocí al instante el primoroso pañuelo bordado, que yo recordaba de mis clases veraniegas de árabe:
—Ella trabajó aquí. Quería que mi hijo viera este lugar. A mí nunca me envió fotos...
El niño, molestado por una avispa, comenzó a llorar. Fue entonces cuando noté que ambos tenían ojos color avellana que me resultaban familiares.
Pachá, ya casi ciego, se acercó renqueando a olfatear a los forasteros. Y entonces, por primera vez en una década, el perro comenzó a menear la cola como si hubiera reconocido el olor perdido de los tiempos felices.

Manuel Medarde / Carlos García Riesco (Calgari)
Grupo A


Esencia de abuela

Abuela, ¿me escuchas?.
Desde el otro lado de la frontera, quiero que me digas, por qué la memoria me impide recordarte, y solo me queda tu aroma. Ese olor del paso del tiempo, que te distingue entre millones de abuelas del mundo.
Tu casa olía a humareda de arenque, porque el abuelo, quemaba cada segundo de su vida, entre visillos amarillos y mesa de mármol empañado. Perfume de leche y pan de hogaza, de pescadilla rebozada y salidas al fresco, con las vecinas de efluvios "Heno de Pravia" y aderezos de "Varón Dandy" los domingos antes de misa.
Tardes de jabones de sosa, concentrados de aceites esenciales, amaderadas con toques de alcanfor.
Una luz ámbar, atomizaba tus pupilas diminutas de iris de mar. Y tus neuronas desgastadas por tiempos de luchas y guerras, eran esencia de alambiques.
En tu matraz de orgullo, donde la memoria, se confunde con la penumbra, fuiste tejiendo sabiduría y extendiendo mikados de almizcle y azahar.
Cuando tu respiración se entrecortó relajada, mezcla de bergamota, miel y ámbar, tuve la certeza de que tu fragancia, se disparaba volátil, extendiendo toda tú, esencia de lavanda, romero y menta, entre mi corazón, y te retuve, así por siempre jamás.

GuADA
Grupo C


Querido abuelo:

Escarbó con sus manos la cuneta,
soñaba poder darte sepultura,
el pueblo lo tildaba de locura,.
solo tuvo mi apoyo... Soy tu nieta.
Dar con tus huesos fue toda su meta,
la gente no entendía su amargura
ni la pena enredada a su cintura,
le decían que estaba majareta.
Vinieron a buscarte por la noche,
te llevaron a rastras, ¡Qué canallas!
Tu delito: clamar contra la guerra.
La abuela se ha marchado a medianoche...
Me pidió que ganara sus batallas
y aquí estoy, con las uñas en la tierra.

Aurora Zarco
Grupo B


Edades y otros cuentos
El aire rejuvenece con el paso del viento

La vida es un regalo envenenado
con un final por determinar
de camino perdemos el camino a menudo
sobre todo al recordarlo
no hay registro menos fiel
que la memoria
es mejor para no engañarse
saber que recordamos vagamente
o que olvidamos con sospechosa precisión
casi siempre a gusto del consumidor
la memoria ni se crea ni se destruye
sólo se transforma
la historia humana siempre se está reescribiendo
pasado presente y futuro
renglones torcidos entre la niebla
lo único cierto cuando pensamos en el tiempo
es que cada vez queda menos
primera segunda tercera
edades
incluso cuarta y nos prometen más
los vendedores de crecepelos
curalotodos bálsamos fuentes
de la eterna juventud
engañifas de charlatanes de feria
Rasputines varios
porque inevitablemente el cuentakilómetros avanza
hacia el cero absoluto
pero nada está perdido
mientras podamos contarlo
alegrías penas amores soledades
nuestras pequeñas historias sinuosas
tienen de todo con un poco de suerte
el rastro es borroso siempre
en todas direcciones
aunque a veces tengamos el espejismo de la certeza
y la vida nuestra vida
esa es la gran verdad
es una historia un cuento
y esto no es necesariamente triste
que siempre acaba mal
punto final
Cómo no inventarse
otros cuentos.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Carta a la nieta que nunca tendré

Querida Tristesse, esta noche te escribe tu abuela Esperanza, desde algún lugar de esta nuestra querida España, en donde me he refugiado desde hace tantos años.
Siento mucho, mucho no poder haberte conocido jamás, no haberte abrazado el día de tu nacimiento, que nunca llegó, ni haber asistido a tu bautizo, ni a tus primeros cumpleaños, ni a verte dar tus primeros pasos, mucho menos asistir a tus primeras funciones de ballet en los teatros de nuestra querida y lejana Guadalajara.
Lamento mucho que nunca me hayas conocido, que no hayas heredado ni mi pelo, ni mi nariz, ni mis ojos, ni mis pies, ni nada de mí. Que nunca hayas oído hablar de tu bisabuela Constanza, ni, mucho menos de tus dos tatarabuelas María Magdalena, ni María Sanjuana. Una pena, una pena que no hayas nacido nunca de tu madre, a quien tantas, tantas veces soñé entre mis brazos, tu madre Mariángela que, como tú, nunca nació.
Es muy doloroso para mí hoy tenerte que pedir perdón por nunca haber sido lo suficientemente valiente como para traer al mundo otra vida, cargarla en mi vientre, alimentarla de mi sangre y defender el derecho a la existencia con uñas y dientes…Ya lo ves querida mía, siempre he sido una cobarde, ya lo ves.
En fin que, niña mía, hoy te abrazo a la distancia y te pido un recuerdo para esta tu abuelita Esperanza que siempre, siempre te piensa y pide por ti, para que sobrevivas a tanto y tanto y para que puedas llegar a la mayoría de edad en medio de ese nuestro convulso país.
Te quiere, te piensa, te sueña, tu abuela, esa que nunca pudo concebir a tu madre y nunca llegó a mirarse en tus bellos ojos.

Esperanza García
Grupo A


Soñando

Mi queridísimo nieto,

Quiero que sepas que llegaste en un momento especial, tanto que igual el destino no había previsto que te viera , pero igual sí.
Me anunciaron que ibas a llegar en pocos meses y llegaste, sí, llegaste.
Llegaste para sentirme más firme en mis convicciones de justicia, honestidad y firmeza ante la adversidad , para poder transmitirte cuando pudiéramos comunicarnos si es posible , ya pronto , conversaciones que no pude tener con mis hijos porque entonces era todavía joven y vivía muy rápido, con prisas pero con las mismas convicciones.
La importancia de parar, pensar, reflexionar, porque se ha perdido con las prisas este espacio de sosiego tan necesario para el crecimiento sin percentiles.
Mi nieto es muy listo, tiene un buen trabajo, viaja mucho, oigo a menudo, pero pocas veces oigo , mi nieto es muy feliz.
Quisiera darte la varita mágica para llegar a ese estado que todos quieren llegar y pocos lo consiguen, No se trata solo de suerte, sino de perseverancia, perseguir los sueños, y sentir la fuerza de haberlo conseguido.
Vives lejos pero mi varita llegará donde estés , te escribiré cartas para decirte todas estas cosas y otras más con el lenguaje más sencillo, el más simple, los besos , abrazos y la ayuda y el apoyo permanente para dejarte libre pero atado al cariño de tu querida “ amama”.

· * Amama: abuela en euskera

Carmen Lazcano
Grupo B


En mi recuerdo

Queridísimos Abuelos:

Emiliano y María, Carlos y Maximina.

No sé cómo empezar mi carta, pues hace tanto tiempo que ya no estáis entre nosotros, que me cuesta encontrar las palabras adecuadas para presentarme como aquella nieta que a penas conocisteis por haber nacido la última, casi cuando no se me esperaba. A pesar de que pasamos pocos años juntos, debido a que el tiempo inexorable se encargó de ello, me habéis dejado una huella indeleble en mi memoria y un gran recuerdo en mi corazón, alimentado por mis padres que, con sus relatos, me transmitieron vuestro legado y vuestra historia, hasta el punto de que creo conoceros como si hubieseis estado presentes en el discurrir de mis días, sobre todo de mi feliz infancia.
Abuelo Emiliano, padre de mi padre y hombre de grandes valores. Dejaste siete hijos a pesar de morir muy joven. No tuve el privilegio de conocerte, pero sé tantas cosas de ti que mi padre me ha contado…siempre admiré tu tesón y tu callado trabajo de ordenanza en la prestigiosa Universidad de Salamanca.
Abuela María, sin darte importancia sacaste adelante a tus siete hijos, viuda y sola. Eres y serás siempre mi gran heroína. Jamás olvidaré como preparabas el café con leche de los domingos, con tres cucharadas de azúcar, que me sabía a gloria bendita. Tuve la suerte de conocerte, de besarte y quererte hasta que tu cabecita entró en una fase de oscuridad y confusión y olvidaste quien eras. Eso nos llenó de pena a todos los que estuvimos a tu alrededor.
Abuelo Carlos, padre de mi madre, contigo pude compartir gran parte de mi infancia. Te recuerdo en casa. Te encargabas de irme a buscar a la salida del colegio y me comprabas una bolita de chicle en el puesto de la señora Aurelia. No se lo podíamos decir a mamá. Ese era nuestro gran secreto. De lo contrario nos echaría una buena bronca y cuando se enfadaba, era terrible la buena de mamá.
Abuela Maximina, eras pequeña de estatura, de pelo canoso y siempre recogido en un moño al que sujetabas con unas horquillas curvas que para mí eran imposibles de manejar y, sin embargo, tenías una destreza inigualable con ellas. Te recuerdo siempre vestida de negro y con una gran toquilla con la que te resguardabas de los rigores del invierno. Siempre estabas dispuesta a presumir de lo listas y guapas que eran tus nietas. Jamás nadie osó decirte lo contrario, no sé si por miedo o por prudencia. “Para eso están las abuelas” - decías con orgullo.
Quiero daros las gracias por haber existido y por haber tenido a esos hijos que, con el paso del tiempo, se convirtieron en mis idolatrados padres e hicieron posible mi aparición en el camino de la vida.
Allá donde estéis, recibid un abrazo lleno de gratitud y cariño de vuestra nieta que os quiere.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Tatarabuelo

­­—Abuelo, ¿Cómo era tu abuelo?
—Uhm…bueno… Un señor de pueblo con traje de pana y boina todo el año.
—¿Qué es pana, abuelo?
—Una tela gruesa y dura, que aguantaba muchísimo.
—¿Y la llevaban siempre, en invierno y en verano?
—Sí, todo el año, duraba mucho y no sobrara el dinero para cambiar de ropa a cada rato, como ahora.
—Pero, si no cambiaban de ropa ¿qué se ponían los días de fiesta o en las celebraciones?
—Es que tenían dos trajes, de pana, por supuesto, uno para trabajar y a diario y el otro para los días de fiesta.
—¡Pues que aburrido! Por lo menos serían de colores divertidos.
—¡Qué va! Uno marrón y el otro negro.
—Pues entonces,…la gorra sería de colores.
—Tampoco. La gorra, como tú la nombras, se llamaba boina y era siempre negra.
—Pues yo visto en algún comic que había soldados con la gorra roja.
—Sería algo sobre los requetés…
—¿Re que qué?
—Déjalo, que esa es otra historia que ya pasó, la boina de tu tatarabuelo era negra, como las boinas de todos los del pueblo.
—¿Por qué usaban boina?
—Porque eran muy listos, así se protegían del sol en verano y del frío en invierno. Además, el abuelo era calvo y un poco presumido, de esa forma se tapaba para que no se viera que le faltaba el pelo.
—Y además de llevar un traje de pana y una boina negra, ¿Qué más hacía el abuelo?
—Un poco de todo. Eran tiempos difíciles y estaban todo el día trabajando o haciendo cosas para sacar adelante la familia.
—¿Qué cosas?
—Cuidar de los animales, por ejemplo del burro y la mula, ir al campo a segar, recoger la fruta de temporada, cuidar del huerto, reparar las herramientas, guardar el dinero y hacer las cuentas, ir al molino, vendimiar, plantar árboles, recoger la miel, podar,…
—Para el carro, que parece que el tatarabuelo fuera Supermán.
—En cierto modo, lo era. Sacó adelante cinco hijos, sin contar los que se quedaron por el camino, y les dio estudios a todos.
—Bueno, como tú con papá y las tías.
—No es comparable. Yo tenía un buen trabajo, en el país había mucha más riqueza y las oportunidades para estudiar eran mejores, especialmente habitando en una ciudad. Viviendo en el pueblo era un sacrificio enorme. Sin contar con que no sabían casi nada de los hijos durante muchas semanas.
—¡Anda ya! ¿No usaban el WhatsApp o el teléfono? ¿No estaban en las redes?
—Entonces no había teléfono, ni smartphones, ni nada parecido.
—Pues vaya un fastidio. Y ¿Cómo hacían para saber si estaban bien?
—Escribir cartas… a mano, por supuesto. Una vez al mes. También por la gente del pueblo que iba y venía a la ciudad o a la capital, y traían noticias frescas de todos los del pueblo que trabajaban o estudiaban por allí.
—Menos al que con la televisión estarían entretenidos. ¿Qué series veían?
—Ja, ja, ja….series, ¡si no había ni televisión! Mi abuelo escuchaba la radio, nunca tuvo televisión, no existía todavía,… ni las series, ni los concursos, ni los “realitis”, solo la radio, que empezó cuando tu tatarabuelo era mayor.
—¡Puff!
—También leía el periódico. Aunque era de un pueblo pequeño, le gustaba estar bien informado de lo que pasaba en España y el resto del mundo.
—Y ¿qué hacían en vacaciones? ¿A dónde viajaban? ¿Iban a la playa.
—Las vacaciones son un invento moderno, casi nadie tenía vacaciones, especialmente si trabajaban por cuenta propia. ¿Playa? La playa la conoció de mayor, cando tuvo que viajar a Bilbao y se acercó a Getxo para ver el mar.
—¿No lo había visto antes? ¿No viajaba mucho?
—Sí que viajó mucho de joven, por cosas de trabajo, pero nunca muy lejos del pueblo. Los viajes eran muy lentos, en caballería o en carruaje, nunca en tren, ni en coche, por supuesto, que todavía no existían por estas tierras.
—Pues vaya un tipo raro tu abuelo.
—No muy distinto de otros muchos.
—Otra pregunta abuelo.
—Todas las que quieras.
—¿Cómo definirías al tatarabuelo?
—Ya te lo dije al principio.
—Sí, ya lo sé,… pero ¿Cómo lo definirías con una sola palabra?
—¡Listo! Sobre todo, mi abuelo era listo, muy listo y, por eso, bastante socarrón.

Manuel Medarde
Grupo A


Nombres huecos

Hola abuelo,
Me gustaría aprovechar esta carta para decirte lo que nunca tuve oportunidad. Dicho así, cualquiera pensaría que te moriste demasiado pronto, y no a orillas de los cien años. Quizás eso es lo más triste: haber tenido tanto tiempo y no haberlo sabido -o siquiera querido- usar.
Y es que, durante gran parte de mi infancia, ni siquiera supe tu nombre: eras, simplemente “el abuelo de Mahón”, de quien recibíamos una llamada por el cumpleaños, una caja de productos menorquines en Navidad y, de vez en años, una visita protocolaria y fugaz.
Cuando nos tocaba el turno de felicitaros, Papá solía decirte que tenías que vernos, a mis hermanos y a mí, peleando por llegar al teléfono y ser los primeros en hablar contigo y con la abuela. Viendo que las conversaciones parecían sacadas del ascensor de una oficina un lunes por la mañana, supongo que sospechabas que era una mentira piadosa, pero siento decirte que no, que era verdad. No por ilusión, claro, sino porque llegar el primero significaba poder gastar los mejores lugares comunes y bajarse en la primera planta con un “bueno, abuelo, te paso con Fulanito, un abrazo”. Como hermano pequeño (y, por tanto, el peldaño más bajo en la escala jerárquica), me tocaba a menudo llegar a la última planta, donde los silencios incómodos me enseñaron demasiado pronto que, igual que ocurre con “casa” y “hogar”, caben mundos en el matiz que separa “pariente” y “familiar”.
Supe tu nombre por casualidad: escuché decir a alguien que eras felicísimo. Probablemente me habría extrañado también que hubieran dicho simplemente feliz, pero el uso del superlativo llevó mi extrañeza al mismo nivel, y quise saber qué maravilloso evento había logrado volver al siempre serio y reservado abuelo en un dechado de alegría. Resultó que ninguno; que naciste un dos de julio y, quién sabe si por esperanza o por desidia, tus padres te asignaron lo que ofrecía el santoral: Felicísimo. Félix para los amigos, imagino.
Sí supe desde el principio, en cambio, que mi abuela -la verdadera- murió cuando Papá era niño, y que Amparo era tu segunda mujer. Por algún motivo, siempre di por sentado que ambos sucesos -viudedad y segundas nupcias- habían sido relativamente cercanos en el tiempo y que Amparo había tenido tiempo de ejercer de madre. Entendí muchas cosas cuando, bien entrada la adolescencia, me sacaron de mi error: os casasteis apenas unos años antes que mis padres, cuando el silencio de tu nido vacío y el de sus santos por vestir os advirtieron de que no ibais a ser capaces de llegar a un pacto honrado con la soledad. Espero, al menos, que su nombre cumpliera donde el tuyo fracasó.
En fin, estés donde estés, te mando un abrazo, abuelo de Mahón. Aunque esa fuera la última ironía: eras de Ávila. A veces, dos medias mentiras no suman media verdad.

A.
Grupo B


Carta a mi abuela, Lucía

Tengo tantas cosas que contar, que quiero empezar desde el primer día que fui a vivir contigo. Yo, era un niño que acababa de cumplir siete años y tenía prisa por absorber todo lo que se movía ante mis ojos. Acababa de fallecer el abuelo Ignacio, y tú pediste que fuéramos a vivir contigo a la finca que el abuelo y tú habíais levantado de la nada.
Te veía tan segura de ti misma, fuerte, con tu vestido negro, y tu moño siempre bien arreglado, cuidabas el jardín con el mismo mimo con el que me cuidabas a mí. Desde el momento que se fue el abuelo, no dejaste ningún día de ir a visitar su tumba; hiciera frío o calor, caminabas los dos kilómetros que separaban la finca del cementerio, para contarle tu día. Ahora, después de mucho tiempo, te entiendo y comprendo que el amor no desaparece nunca.
Tu vida no fue un camino de rosas, te enamoraste locamente del abuelo, cuando aún eras una niña. Vivías en un pueblo cercano a la Ciudad, donde tus padres eran propietarios de varias fincas y te prohibieron verte con él. Siempre fuiste una mujer valiente y decidisteis ya desde muy jóvenes comenzar vuestra propia vida. El camino no fue fácil. Me contabas que antes de casaros ya habían nacido vuestros dos primeros hijos, Isidro y Valeriana y que en vuestra boda portaban las arras. Después nacieron otros cinco, entre ellos la tía Casi a la que no conocí, porque murió joven, A sus veinticinco años, accidentalmente envenenada por las aguas del arroyo que corría al lado de su casa; y a los tres meses de su fallecimiento, también se fue con su madre la niña de tres años, que te preguntaba insistentemente que la llevaras contigo a ver su mamá. Pasaste una guerra, luchando sola contra la adversidad, el abuelo tuvo que desaparecer durante un tiempo, perseguido por sus ideas y viste como tu hijo Isidro volvía del frente al terminar la guerra, y se despertaba cada noche gritando. No pudo soportar los fantasmas que se le presentaban y terminó emigrando a Venezuela.
Todo esto me contabas y muchas cosas más que me callo y me callan abuela y, que quedaron impregnadas en mi memoria.
No sabías leer ni escribir, pero desbordabas inteligencia por los cuatro costados.
Los siete años de mi vida que pasé contigo fueron los más enriquecedores, tapabas mis travesuras, pero al mismo tiempo me enseñaste el camino, me protegiste y como una loba en celo, no dejabas que nadie me hiciera daño. Me abriste los ojos y desde entonces me di cuenta que sin esfuerzo no hay recompensa.
Recuerdo con lágrimas en los ojos, la noche que nos dejaste. Yo, dormía al lado de tu habitación y un ataque de asma de los que te daban muy a menudo, te dejó sin aliento, y no sé si fue cosa del destino, allí estaba tu nieto con sus catorce años cumplidos, para abrazarte y darte el último adiós.
Después de los años al recordar aquella fatídica noche aún me siento como un perro desvalido.
Gracias abuela por tus enseñanzas de vida.

P.G.
Grupo C