Él y ella (o viceversa)

La sesión del lunes 18 de noviembre la dedicamos a parodiar, imitar o crear textos a partir de una idea desarrollada por Magdalena Tirado, profesora de la Escuela de Escritores, en un taller exprés de escritura denominado "El motor de la creatividad".
La actividad consistía en crear un texto a partir de estos ejemplos en los que se habla de él y de ella:

Encuentros en la tercera frase

Ellos eran altos y rubios como la cerveza.
Ellas altas y delgadas como sus madres morenas.
Un día de otoño se encontraron. Se amaron.

Raúl Vacas


Los formales y el frío

Quién iba a prever que el amor, ese informal
se dedicara a ellos tan formales
mientras almorzaban por primera vez
ella muy lenta y él no tanto
y hablaban con sospechosa objetividad
de grandes temas en dos volúmenes
su sonrisa, la de ella,
era como un augurio o una fábula
su mirada, la de él, tomaba nota
de cómo eran sus ojos, los de ella,
pero sus palabras, las de él,
no se enteraban de esa dulce encuesta
como siempre o como casi siempre
la política condujo a la cultura
así que por la noche concurrieron al teatro
sin tocarse una uña o un ojal
ni siquiera una hebilla o una manga
y como a la salida hacía bastante frío
y ella no tenía medias
sólo sandalias por las que asomaban
unos dedos muy blancos e indefensos
fue preciso meterse en un boliche
y ya que el mozo demoraba tanto
ellos optaron por la confidencia
extra seca y sin hielo por favor
cuando llegaron a su casa, la de ella,
ya el frío estaba en sus labios ,los de él,
de modo que ella fábula y augurio
le dio refugio y café instantáneos
una hora apenas de biografía y nostalgias
hasta que al fin sobrevino un silencio
como se sabe en estos casos es bravo
decir algo que realmente no sobre
él probó sólo falta que me quede a dormir
y ella probó por qué no te quedas
y él no me lo digas dos veces
y ella bueno por qué no te quedas
de manera que él se quedó en principio
a besar sin usura sus pies fríos, los de ella,
después ella besó sus labios, los de él,
que a esa altura ya no estaban tan fríos
y sucesivamente así
mientras los grandes temas
dormían el sueño que ellos no durmieron.

Marío Benedetti


Él y yo

Él siempre tiene calor; yo, siempre tengo frío. En verano, cuando hace realmente calor, no hace más que lamentarse del mucho calor que tiene. Se indigna si por las noches ve que me pongo un jersey.
Él sabe hablar bien algunos idiomas; yo no hablo bien ninguno. Él logra hablar, a su modo, incluso los idiomas que no sabe.
Él tiene un gran sentido de la orientación; yo, ninguno. En las ciudades extranjeras, al cabo de un día, él se mueve ligero como una mariposa. Yo me pierdo en mi propia ciudad; tengo que pedir indicaciones para volver a mi propia casa. él odia pedir indicaciones; cuando vamos en coche por ciudades desconocidas, no quiere que pidamos indicaciones y me ordena que mire el plano. Yo no sé mirar planos, me hago un lío con esos circulitos, y él se enfada.
A él le gustan el teatro, la pintura y la música, sobre todo la música. Yo no entiendo nada de música, me importa muy poco la pintura y en el teatro me aburro. Hay una sola cosa en el mundo que me gusta y entiendo: la poesía.
A él le gustan los museos, y yo los visito con esfuerzo, con una desagradable sensación de obligación y fatiga. A él le gustan las bibliotecas, y yo las odio.
Le gustan los viajes, las ciudades extranjeras y desconocidas, los restaurantes. Yo me quedaría siempre en casa, no saldría nunca.
Lo acompaño, no obstante, en muchos viajes. Lo sigo a los museos, a las iglesias, a la ópera. Lo sigo también a los conciertos y me duermo.
Como conoce a directores de orquesta, a cantantes, al terminar el espectáculo le gustar ir a felicitarlos. Lo sigo por los largos pasillos que llevan a los camerinos de los cantantes, lo oigo hablar con personas vestidas de cardenales y de reyes.
No es tímido, y yo soy tímida. Aunque a veces, lo he visto tímido. Con los policías cuando se acercan a nuestro coche armados de bloc y lápiz. Con ellos se vuelve tímido, se siente en falta.
Y también cuando no se siente en falta. Creo que tiene respeto a la autoridad constituida.
Yo temo a la autoridad constituida; él, no. Él le tiene respeto. Es distinto. Yo, si veo a un policía acercarse para ponernos una multa, pienso enseguida que quiere meterme en la cárcel. Él no piensa en la cárcel; pero por respeto, se vuelve tímido y amable.
Durante el proceso Montesi tuvimos una pelea furibunda precisamente por eso, por su respeto a la autoridad constituida.
A él le gustan los tallarines, el cordero lechal, las cerezas y el vino tinto. A mí me gustan la sopa de legumbres, la sopa de pan, la tortilla y las verduras.
Suele decirme que no entiendo nada en cuestiones de comer, y que soy como algunos frailotes robustos que devoran sopas de hierbas a la sombra de sus conventos; él, sin embargo, él es un refinado, de paladar sensible. En el restaurante se informa largamente sobre los vinos; hace que le lleven dos o tres botellas, las observa y reflexiona, acariciándose la barba despacio.

Natalia Ginzburg


Y completamos este breve repertorio de textos con un enlace a la canción de Ricardo Arjona titulada "Ella y él"


Aquí están algunos de los trabajos de los participantes en el taller. Feliz lectura:

El y ella

A ella nunca le gustó peinar muñecas. Por eso, siempre sospechó que sus cartas no llegaban a Oriente o que si llegaban se perdían en alguno de los tres enormes baúles de sándalo que tejen desde hace siglos aventuras que huelen a mirra, y oro; oro en escamas que aunque no huele a nada, brilla y permite que los buhos forjen cada noche las estrellas que entran a través de las ventanas. Su hermana le aseguraba que no era así, que lo que sucedía es que nada más llegar la carta, su carta, se la comía uno de los miles de miles de camellos que vivían en los jardines reales y su prima –su prima Carmen-, cuando se quedaban solas, le juraba por todos sus juguetes que lo que pasaba, lo que realmente pasaba es que alguno de los pajes que vivían en palacio, año tras año, se la jugaba. Ella no las creía ¿por qué iba ser así? Ella no era mala...
El caso es que su habitación "rosa" estaba llena de esos engendros inexpresivos que día y noche la miraban y que todo el mundo que pasaba por allí festejaba con piropos y caricias estridentes y exageradas. "¡Qué bonita!" decían, "como tú" apostillaban. Entonces ella lloraba, lloraba tanto que la habitación se inundaba y había que llamar a los bomberos para que la dejaran como estaba.
La única forma que tenía de dormir en aquella urna pastelosa era metiéndose en la tienda de campaña que su abuelo había anclado para ella en un rincón de la estancia. Allí estaba segura. No entendía muy bien por qué, pero estaba convencida de que si se acostaba en su cama, a la vista de esos monstruos secos que vestían galas y la miraban y la miraban y la miraban y no dejaban de mirarla sin decir nada, terminarían por entrar en su sueño y un día cuando se levantara sería como ellas, un prodigio deforme, un esperpento, un color sin alas.
A él nunca le gustó ser He-man o Faker, menos aún Skeletor...Por eso siempre sospechó que sus cartas no llegaban a Laponia o que si llegaban se perdían en la enorme habitación de los mapas parlantes. Pieza caldeada por chimeneas y mantas donde Santa Claus las leía y las clasificaba mientras seguía los pasos de su remitente a través de un minúsculo telescopio que junto a la campana de plata y el trineo de renos forjó la magia de un aliento que ya no se recordaba. Su hermano le aseguraba que no era así, que lo que sucedía es que nada más llegar la carta, su carta, se la comía uno de los miles de miles de renos que vivían en las eternas nieves perpetuas y su primo –su primo Antonio- le juraba por todos sus juguetes que lo que pasaba, lo que realmente pasaba es que alguno de los duendes que vivían en la casa de los señores Noël, año tras año, se la jugaba. Él nunca les creía ¿por qué iba a ser así? Él no era malo…
El caso es que su habitación "azul" estaba llena de guerreros robustos, aguerridos y batalladores que día y noche le observaban; y que todo el mundo que pasaba por allí les contemplaba con extraordinaria y reverente admiración. "¡Defiéndete! ¡Lucha!", le increpaban "Te reto" apostillaban.
Entonces él lloraba, lloraba tanto que la habitación se inundaba y había que llamar a los bomberos para que la dejaran como estaba.
La única forma que tenía de dormir en aquella urna que olía a tierra requemada, era metiéndose en la tienda de campaña que su abuelo había anclado para él en un rincón de la estancia. Allí estaba seguro. No entendía muy bien por qué, pero estaba convencido de que si se acostaba en su cama, a la vista de todos esos guerreros hambrientos que vestían banderas extrañas y le miraban y le miraban y le miraban y no dejaban de mirarle sin decir nada, terminarían por entrar en su sueño, y un día cuando se levantara sería como ellos, una mutación letal, una marioneta de pólvora, un color sin alas.

Cien años después (o cien años antes), un precioso día del Carmen en la preciosa ermita de San Antonio se celebró un enlace.
La unión era perfecta. El día también. El sol brillaba. El cielo estaba limpio. Olía a azahar. Había música. Había rosas. Había mucha música y muchas rosas.
Él, el primo Antonio, estaba nervioso y vestía de “camarero”. Ella, la prima Carmen, estaba radiante y vestía de “princesa”. Los invitados “no habían visto nada igual”
Cuando concluyó la ceremonia, en la puerta, hubo arroz.
Nada, absolutamente nada podía hacer presagiar el diluvio que se desató en el banquete, cuando una joven que olía a sándalo y un joven que olía a humo de chimenea, no pudiendo reprimir más su dolor, comenzaron a llorar. Los bomberos no daban a vasto. “¡Cuánta emoción!” -repetían los comensales- y mientras lo hacían, corrían como podían por la finca donde se habían instalado con mimo todo tipo de manjares. Hubo que evacuarles. Guerreros y muñecas fueron trasladados a un hotel mejor y más grande. En él, se les agasajó como correspondía.
De “los emocionados” no se ocupó nadie. Y así se vieron solos. Solos en medio del barro sin saber donde estaban; sin conocer a nadie. Enseguida supieron que eran “iguales”. Y les llegó la noche. Como todo estaba oscuro, ella se quito un anillo. Un buho forjó estrellas. Él busco en sus bolsillos y apareció un mapa. Un aliento que ya no se recordaba les indicó el camino y tejieron aventuras que olían a mirra y cartas
Cien años después (o cien años antes) Carmen, la prima Carmen, la perfecta casada, se quedó embaraza. “Gemelos” le dijeron. Y con dolor parió un niño y una niña. Un niño “azul” y fuerte. Una niña “rosa” y preciosa.

Ana Isabel Fariña


Autoviolencia doméstica(Él y Ella Contra Él y Ella)

Él cerró dando un portazo al entrar en casa.
Ella hizo lo mismo con la puerta de la cocina.
Él le gritó que si le parecía forma de cerrar la puerta.
Ella le contestó que la culpa era de su madre, por consentirle tanto.
Ella con sorna respondió que era mucho mejor su padre y sus golpes, que se notaba el resultado.
Él cortó diciendo que fueran a comer, que la silla medio rota para él, por inútil y no arreglarla.
Ella dijo que si quería comer se calentara algo, que las lentejas, frías y requemadas, se las iba a tragar todas ella, a ver si así espabilaba de una vez.
Él, fuera de sí, estampó el mando de la tele contra la pantalla de plasma.
Ella respondió estrellando contra el suelo una de sus macetas.
Él salió como una exhalación de casa, directo al coche, rayándolo de adelante a atrás.
Ella cogió la perrita y, llenando el fregadero, le sumergió la cabeza. Entonces recordó que era un regalo de él y, suspirando con furia, soltó al animal y dio la discusión por perdida.

Miguel Ángel Pérez


Él y ella

Él se entrega a la vida, como un soñador en el camino de las horas.
Ella le sigue con su alegre visión de lo cotidiano, con su ilusión por
las cosas, con su transformación de la realidad.
Él observa los pequeños objetos cotidianos con su imaginación y va
más allá de lo que ve.
Ella compone esa observación con poemas que brotan de la inquietud
de ambos.
Él anochece con la imagen de un nuevo pensamiento.
Ella amanece con la idea que ambos fomentarán: la amistad y el amor.
Él y ella entran en el laberinto de sentir y conectar con la vida en un tiempo indefinido y mágico.

Sofía Montero


Ella dijo que estaba todo bien. La cama revuelta, la persiana a medio bajar, la ropa desperdigada por la habitación… señal del deseo agotado apenas unos instantes. La confrontación volcánica de dos cuerpos convulsos en el último vestigio de la tarde.
No habrá preliminares, ni velas aromáticas, ni románticas canciones… ni volarán flechas por el aire.
Una riada de besos que llegarían por sorpresa, inundando de lujuria la penumbra de aquel pequeño cuarto; besos fríos, calculados al detalle, no destinados a dar placer, sino dirigidos a hacer daño.
Aquel lujurioso cuarto de hotel, hace un momento abrumado, por una tensión sexual resuelta atropelladamente, una serie de gemidos y espasmos, nerviosos ante la llegada de una eyaculación agitada en el desenfreno febril de dos cuerpos agotados, que apenas se rozan, que esquivan temerosos sus miradas, temiendo la inminente llegada de un clímax, maldito, indiferente… ante aquellos dos seres entre sí extraños.
Aquel bar, aquellas dos cervezas… mínimo aliciente para aquel reencuentro extraño. Las risas volaban por el aire, en aquella fría tarde de Enero, sin que ello fuera un inconveniente para congelar sus ánimos.
Hasta el último momento el no se atrevió a decirle que la echaba de menos… ella se dejó hacer, cayó en el engaño de su sonrisa… y echo a arder. De camino, un pinchazo, mil dudas, un amago de arrepentimiento, mientras el caminaba apresurado, asiéndola fuertemente , como si temiera lo que ella pensaba hacer.
Aquella abrupta tarde de un verano cualquiera, un inesperado traspiés , que ambos sabían que llegaría a sus vidas. Ella le pidió sentarse junto a él … en aquel banco del paseo marítimo de aquella ciudad costera, donde transcurriría la enésima última oportunidad que se iban a dar.
No necesitó decir nada, sus ojos hablaban por sí solos. No podía mirarle directamente, sentía que su alma se derrumbaba. El le cogió las manos entre las suyas , como para compartir la culpa que su alma albergaba.
¡Rodrigo !...
¡Eva! … no digas nada
Ya no quedaban palabras, no servían las vueltas que le daban, la noticia anunciada previamente, ahora en frío llegaba. Ella teniendo la voluntad del golpe de gracia en sus manos, el , cobarde, aceptando la muerte anunciada, sintiendo como Eva se iba de entre sus manos entrelazadas . Un abrazo silencioso, interrumpido por el llano de ella , las caricias automatizadas de él, la tarde cayendo pesadumbrosa, ajena al rostro desencajado de él, y la mirada perdida de ella, confundiéndose con el horizonte… ella enjuga su llanto, se levanta , y se marcha. El no reacciona , no quiere , no sabe; se queda paralizado, levitando, como si no existiera el banco donde reposa su cadáver, ni la playa que tiene delante… como si aquella tarde fuera un agujero negro en su destartalada vida.

No es tiempo de llantos… ni de alegrías; no hay una palabra perdida ni una efímera caricia. Todo es extraño en ellos, aquel bar, la invitación, ese primer qué tal… nervioso, punzante, temiendo una gélida respuesta del otro lado. Ahora no es ahora, ni siquiera es antes, ahora es aquel verano de antaño… la tarde rememora aquella aún reciente herida.
Ahora hay una cama donde antes hubo un banco, no hay lágrimas ni súplicas … ella se levanta despacio , sigilosa, como si no quisiera despertarle de su desengaño. Se viste, diligente pero despacio, marcando cada paso, un mínimo aseo, un efímero retoque de su revuelto cabello, se pinta los labios, pasa lo lengua por ellos, ladea la cabeza como queriendo despejar las dudas … y aquella tarde. Unos segundos … y ya no está.
El sigue sentado en aquel banco, en aquel paseo marítimo, de aquella gélida tarde… distraído, cobarde, temeroso ante el futuro, sin saber reaccionar cuando tiene el pasado delante. Un vacío intenso, el silencio más sonoro, su cuerpo relajado, su cabeza a punto de estallar, trae a su memoria la frase que ella pronunció aquella tarde… está todo bien.

Jose Ramón Cifuentes García


Él y ella

Él se asoma a la ventana,
Ella pasea entre la niebla,
El, la mirada extraviada,
Ella, siente que la observa.
Él no ve más allá de sus anteojos dorados,
Ella que atraviesa el horizonte sin pensarlo.
Él suspira por sus huesos,
Ella le ama de corazón
Él no le dice “te quiero”
Ella se abre a la razón.
Él ronca todas las noches,
Ella despierta con frío,
Él no escucha los reproches,
Ella se lanza al vacío.
Él oye sonar el timbre, nadie abre la puerta,
Ella, sonámbula vuela al otro lado del sol,
Él ve que ella se ha ido cuando se da la vuelta,
Ella, cabeza en mano, debate loca de amor.
Él grita desesperado
Ella ya no va a volver?
Él se lamenta encerrado
Ella no le supo entender.
Él no tiene argumentos para hacer que regrese,
Ella se afila las garras y enseña los dientes,
Él comprende y se arrepiente entre cuatro paredes,
Ella rendida al amor decide tender puentes.
Él con sus brazos espera
Ella en su escoba regresa
Él sentado en el sillón
Ella mira de refilón.
Ella y Él y Él y Ella
Juntos al anochecer.
Entre besos ella sueña,
Él con sudor en la piel.

Mercedes Juan


Enamorados

Él salió a olfatear nada más yo me hube marchado
Cuando llegué él se había reanimado y dejado todo tal cual incluidos los restos en la barba
Yo me arrellané en el asiento
Él se tumbó en la cama y se levantó vestido sin que yo sospechara nada
Yo había ronroneado y él tenía la boca seca
Yo había tenido pesadillas y él había hablado
Él salió y yo me enroqué
Él regresó con las revueltas, meses después
Yo le esperaba con el hogar recién pintado y los cajones vacíos
Él lo sabía, siempre era igual, yo con mis ruinas
Él había mudado la piel de hecho cada vez era un ser distinto
Yo repetía mis retahílas
A él parecían gustarle y actuaba
Yo ya no quería vivir así
De nuevo salía a delinquir una vez me hube marchado

Antonia Oliva


Ella y él

Ella soñaba sentada en su silla, al calor del brasero, haciendo un ovillo de lana, tejerá una bufanda a su nieta… soñaba el día que pudo ser y no fue.
Él tomaba café en el bar mientras miraba a su compañero al otro lado de la mesa y le guiñaba un ojo, acababa de ligar treinta y una… -¡Mus!- se oye.
Ella evocaba aquellos momentos cuando la música sonaba en la trastienda de sus deseos, rememorando los besos descolocados pero dulces de una tarde en la que los instantes se volvían colores paralizados… -¡Cómo ha pasado el tiempo!-
El ríe despreocupado y apura las últimas gotas del orujo…
Ella llora los recuerdos de los que se fueron y se pregunta ¿Cuándo me toca?
El fuma mientras camina hacia su casa con las manos en los bolsos satisfecho porque hoy ha ganado la partida.
Ella espera
El al pasar por el jardín corta una rosa y le quita las espinas…
Ella escucha el ruido de la puerta abrir y cerrar...
El llama -¡María!-…
Ella le mira.
El la besa y le entrega la rosa sin espinas.
Ella sonríe y le besa…

Vicente M. Martín


Él y ella (o viceversa)

Él está ahí parado, en la esquina. Ella viene andando por el centro de la calle. Lleva una falda con colores llamativos mientras él viste un sobrio traje gris. Sostiene un maletín, agarrándolo firmemente, de modo que no toque el suelo. Ella se agacha para recoger la carpeta que se le acaba de caer. Se levanta, ríe, y sigue hablando por el móvil mientras él guarda silencio. Ya están a la misma altura. Ella se aparta el pelo suelto, dejando visible una sonrisa inocente. Él oculta parcialmente su rostro bajo el sombrero inclinado. Ella le pide fuego pero él no contesta. Sólo saca un caramelo de fresa del bolsillo y se lo ofrece. Esto pega más contigo, dice. Ella lo acepta, da las gracias y se marcha. Él, aún en silencio, observa cómo se aleja y saca una pitillera. Esto pega más conmigo, piensa.

César Borreguero


Él y ella

El, ella, ellos y su mejor amigo:
El, estaba contento,
ella, su mujer también,
él, siempre hablaba maravillas de su mujer,
hasta que un buen día,
ella, con su mejor amigo se fue,
los amigos se extrañaban, de verle tan bien,
y le preguntaban, ¿ como puedes estar contento,
si de casa, se ha ido tu mujer ?,
con alguien que nadie conocía , ni tampoco él.
y siempre repetía, !Ya!, pero desde que se la ha llevado,
"mi mejor amigo es",
Dicen los vecinos, que cuando sueña por las noches,
repite en voz baja, !que la den, ! !que la den!.

Luis Iglesias 


Ella era él

Ella era él
Ella habló atropelladamente
Él escuchó atentamente
Ella dirigió la conversación a su manera
Él asintió perplejo
Ella argumentó con convicción
Él rebatió con inusitada dulzura
Ella levantó la voz
Él emitió un leve suspiro
Ella se puso francamente adusta
Él fue conciliador
Ella se sirvió una copa
Él se preparó un té
Ella se levantó furiosa
Él se arrellanó en el sofá
Ella se quedó meditando absorta
Él dio un portazo y abandonó el salón

Alfredo Domínguez

9 comentarios:

  1. ¿Algo más maravilloso
    que los encuentros
    en la tercera frase?... ¡El Amor!
    ¡Usted sí que es un “Grantipo”, Maestro!
    • Ana Isabel…
    Simplemente… ¡me encanta leerte!... es como ir en una alfombra mágica tejida de palabras y frases bien administradas, desde la que se puede contemplar maravillado los miles de miles de camellos y renos en los jardines y la nieve, todos a la vez… ¡fantástica!
    • Miguel Ángel…
    Cortito pero intenso… ¡como la vida misma!... deberíamos tener todos perritos y perritas en casa.
    ¡ENHORABUENA! que ya me chivó Vicente lo tuyo, me alegro.
    • Sofía…
    “Ella amanece con la idea que ambos fomentarán: la amistad y el amor.” ¿Soñaba?...
    “Él y ella entran en el laberinto de sentir y conectar con la vida en un tiempo indefinido y mágico”… ¡qué bonito! me apunto.
    • José Ramón…
    La vida está repleta de encuentros fugaces… mis 47 años (¡ejem!... que soy Venttini) ¡un instante!... Yo también sigo “sentado en aquel banco, en aquel paseo marítimo, de aquella gélida tarde… distraído, cobarde, temeroso ante el futuro, sin saber reaccionar cuando tengo el pasado delante”. solamente que yo no estoy junto al mar… y me gustaría.
    • Mercedes…
    “Ella en su escoba regresa”… algo brujilla ¿no?, pero de buen corazón por lo que viene después…
    “Ella y Él y Él y Ella
    Juntos al anochecer.
    Entre besos ella sueña,
    Él con sudor en la piel.”
    • Antonia…
    A él no termino de definirlo, primero parece un perro por eso del olfateo, pero es que habla, luego muda de piel como las serpientes para
    finalizar siendo un delincuente… en fin, si ella lo quiere, pues nada… a amar.
    • Vicente…
    Si al final me van a gustar tus escritos… eso de la rosa me consta que lo haces de vez en cuando, ¡uno que es un romántico!
    • César…
    “Sostiene un maletín, agarrándolo firmemente, de modo que no toque el suelo”. ¿Él es bajito o el maletín es alto?
    Me recuerda a alguna película de H. Bogart… ¡buen trabajo, César!
    • Luis…
    “Dicen los vecinos, que cuando sueña por las noches, repite en voz baja, !que la den, ! !que la den!.” ¡Uy! me parece que si sueña todavía la sigue queriendo… hay muchas formas de disimular “los cuernos”… ¡Muy bien traído el chiste, Luis!
    Pilar, me ha alegrado mucho tu comentario, gracias por lo que me toca. Un besazo.
    Buenos trabajos “escritorescreativos”. A ver que sacáis de la “vaca”.
    Atentamente, Marcé Venttini

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  2. Estimado MARCÉ:
    Este aspirante a debutante sólo sabe escribir corto. Y le dan miedo los perros.
    ANA ISABEL:
    Un enfoque muy original y un texto muy fiel a tu estilo de escritura.
    SOFÍA:
    Una visión muy bucólica. Me encantaría ver la vida así de fácil.
    JOSÉ RAMÓN:
    Un texto al que hasta leer tu nombre le encontré un estilo que pensaba que era de una autora en femenino (lo cual no es ni bueno ni malo, sólo mi apreciación). Yo quizá puliera más adjetivos, a veces me resultan excesivos.
    MERCEDES:
    Me gusta que cierras la historia, que completas un círculo.
    ANTONIA:
    Creo que la principal fuerza del texto reside en cambiar el ella por la primera persona.
    VICENTE:
    Un final inesperado, buen giro. Y un texto muy de tu estilo, con un lenguaje muy lírico/poético.
    CESAR:
    Me gusta el tono y el manejo del lenguaje. Me deja un poco descolocado el final, pero buena escena.
    LUIS:
    Un texto divertido y potente.

    PD: Se recuerda que todo esto sólo son comentarios banales de alguien con poca idea.

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    1. Muy bien Miguel Angel....
      ¿Qué es eso de "comentarios banales de alguien con poca idea?....
      ¡Mire usted Señor!... Usted es un "ESCRITORCREATIVODELASCONCHAS" y eso amigo mío es mucho. Es mi opinión con toda la idea del mundo... ¡qué coños con poca idea....!
      Además usted es todo un especialista.
      "El Venttini"

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    2. Ah! se me olvidaba, no pillo eso de "me dan miedo los perros"...

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    3. Ehhh¡ que ya pillé lo de los perros, no me lo expliques.
      ¡Si me sacarán cantares!
      Eso es porque estoy contento... ya no estoy tan solo en los comentarios...
      Buenas...

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    4. Creo que tengo mucho que mejorar como lector, y no tengo formación técnica para hacer crítica así a los textos. A eso me refiero con lo de poca idea. Eso sí, lo hago con la mejor de las intenciones y mucho cariño.
      Y lo de los perros, no hay nada que pillar, es literal, por de lo tener perros en casa, me dan pavor.

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  3. Gracias Miguel Angel...
    Lo importante es disfrutar y yo al menos lo estoy consiguiendo y casi todos los que vamos también, lo de la técnica y la idea
    ¡qué más da!...
    Lo de los perritos lo dije porque se me ocurrió en ese momento, lo podemos cambiar por loros o hansters...
    Particularmente para mí lo haces fenomenal y para Vicente también, ya somos dos... ¿algún escritorcreativodelasconchas se apunta más?... es para ver se se pierde "el respeto" a comentar y se lanzan... (Raúl, si consideras que soy un poco pesao me cortas)
    Biquiños,
    Venttini

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  4. Alfredo...
    que falta tu comentario.
    "ël dió un portazo y abandonó el salón"...
    ¿Este él es ella o es él que ha vuelto a ser él? ¡me he hecho un lío!
    Bravo Alfredo.
    Venttini

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  5. ALFREDO:
    Buen ejercicio de cambio de roles tradicionales.

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