¿Literatura del absurdo?

En la sesión del lunes 25 de noviembre hablamos sobre literatura de lo absurdo. Y para ello trabajamos con algunos de los cuentos de Víctor González, autor de diferentes libros, pero de entre los que destaca El río que se secaba los jueves (y otros cuentos imposibles) con magníficas ilustraciones de Pablo Amargo.




La tarea prevista para esa sesión nos la sirve en bandeja el propio autor. Se trata de hacer una redacción sobre una vaca, pero no una vaca cualquiera. Es importante seguir los consejos que Víctor González nos ofrece en su cuento "La vaca". Nuestra vaca tiene que parecerse a la que propone el autor. He aquí el cuento:

Lo de la vaca siempre ha dado mucho juego. Y también, ¿por qué no decirlo?, muchos quebraderos de cabeza, sobre todo a los niños. Es un tema amplio y difícil, pero, nadie sabe por qué, los maestros insisten en seguir poniéndolo en las redacciones.
El caso es que ante la vaca los clavales, y los no tan chavales, por lo general se quedan en blanco. Así salen después las redacciones que salen… En fin.
Si cae la vaca, un buen truco es hablar de una vaca concreta. Por ejemplo, se puede empezar la redacción así: “Mariola era una vaca muy especial…” Y, después, ya se va entrando en detalles y se sigue escribiendo sobre Mariola tranquilamente.
Este método tiene dos ventajas. Por una parte, introduce de lleno al lector en el tema y por otra, al atribuirle una personalidad propia a la vaca, la hace más atractiva.
A fin de cuentas, uno siempre se siente más cerca de algo si lo conoce.
Además, una vez que la vaca tiene nombre es mucho más fácil hablar de ella. En realidad, ni las cosas ni las personas ni los animales existen hasta que tienen nombres.
Otra forma de resolver la papeleta es buscando un enfoque inusual, más interesante y novedoso. Manolo Rivas utilizó este método en Un millón de vacas y le salió muy bien. Nadie se lo esperaba. En lugar de hablar de una sola vaca habló de un millón, y todo el mundo quedó epatado. Fue un éxito. Incluso le dieron el Premio Nacional de Literatura por eso.
La verdad es que ya había habido algunos precedentes. Rabelais, sin ir más lejos, tuvo 17.913 vacas lecheras y no sé dio tanto bombo. Eso sí, hay que reconocer que Manolo le ganó por puntos.
A través de un interesantísimo libro de Jesús Mosterín, Vivan los animales, me entero de que la famosa escritora Astrid Lindgren logró que el Parlamento sueco aprobara una ley garantizando el derecho de las vacas a salir a pasear fuera del establo, al menos una vez al día. Este también podría ser un punto de partida interesante.
Pero, así y todo, estas estratagemas no garantizan totalmente el éxito. Alberto García Pallón, un  niño sevillano de doce años, escribió en cierta ocasión una interesantísima y bien documentada redacción sobre la vaca marina (Trichechus manatus), pero su profesor era un envidioso y le puso un cero. Marinita Fernández, una niña natural de La Puebla del Caramiñal, también hizo un excelente trabajo de redacción sobre la vaca. En él, la chiquilla describía con detalle, entre otras curiosidades, la impresionante presentica física de la directora del colegio y por este motivo fue expulsada del centro.
En cualquier caso y aunque cada maestrillo tiene su librillo, para que sirva de guía en el futuro, damos, a continuación, algunas nociones básicas sobre la vaca, que pueden resultar útiles al lector si algún día le ponen este tema en una redacción.
Primer punto, hay tres clases de vacas: rojas, negras y moteadas. Es muy importante saber esto. Básico. Las antiguas clasificaciones por razas, holandesa, frisona, montañesa, etc., están obsoletas.
Las vacas rojas son vacas matutinas, y las negras, vespertinas, esto lo explica muy bien Mircea Eliade a cuya obra remito a quien quiera ampliar datos.
Las vacas rojas suelen despertarse muy temprano y lo primero que hacen por la mañana, antes de nada, es arreglar la casa. Después, se van a pastar. las vacas negras, en cambio, son muy difíciles de ver.
Sorprendentemente, la leche de ambas es idéntica: blanca.
Las vacas moteadas son escasas. Una moteada famosa fue la vaca Shabala, propiedad de un tal Vasishtha, que era sabio, la trataba como a su propia esposa e incluso compartían el lecho. No es un caso único, pues también el adivino tesalio Melampo se casó con una vaca moteada y tuvo hijos con ella. Y el rey Egwaldr de Escandinavia amaba tanto a su vaca moteada que dejó ordenado que a su muerte los enterraran juntos.
Segundo punto: si se alimenta a una vaca desde pequeña, bien se roja, negra o moteada, con zumo de higos, se pone muy robusta.
Tercer punto: ciertas cosas no deben mencionarse nunca en una redacción sobre la vaca, pues los profesores y tribunales raras veces las admiten como válidas. Por ejemplo, no hay que hablar de la vaca Lupita por famosa que sea; sin embargo, no hay ningún problema en citar a la vaca que saltó sobre la luna. Esta está bien vista.
Cuarto punto: es conveniente incluir en la redacción alguna nota erudita. Para ello, sugerimos documentarse en la interesantísima obra Verdadera e General Historia de la Vaca del Chaco, escrita por el lugarteniente de Pizarro y posteriormente granjero, Antonio Altamirano. Esta bellísima crónica es una fuente de conocimientos inagotable sobre la vaca en América. Si el lector encuentra alguna edición de este libro, le ruego encarecidamente que me lo comunique cuanto antes
Quinto y último punto: no está permitido, de ninguna manera, describir a una vaca diciendo que tiene el tamaño de una vaca, aunque esto sea exacto.

Víctor González


Y aquí tenéis las tareas de algunos de los participantes en el taller de escritura creativa:

Noticiero

Diario:”Es_para_hoy_mañana_se_pasa” 27 septiembre 2027
Ecos de sociedad
Inauguración de una nueva tienda “Miluna Dorada”(*)
Un nuevo establecimiento de la famosa vaca Miluna Dorada se abrió en el día de ayer en el prestigioso barrio de Sal_ahora_manca en Madridcity, a la inauguración asistió Anmá de Dale_al_pedal, secretaria general del partido gobernante, Pipiripí_PiPí, acompañada por el ex_presidente del gobierno Haz_nada (el actual presidente tenía prevista su asistencia pero al final se “rajoy”).
(*)

“Miluna Dorada”.(www.ve_aquí_pedia.com)
Vaca fresona, cruce de una roja y un moteado, procedente de los valles de la lejana Minnesota de bastos, su madre fue la famosa “tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, me da leche merengada, ay! que vaca tan salada, tolón, tolón”, su padre un toro moteado, campeón de halterofilia, capaz de beberse 100 litros de zumo de higos de una sentada, semental de primera, se le calculan unos 20.000 hij@s.
Miluna Dorada se hizo famosa a su mayoría de edad porque en lugar de dar leche, daba hilos de seda y mediante el rabo, con una habilidad impensable, tejía unas maravillosas telas de seda, cuya suavidad era comparable a las nieves recién caídas del Kilimanjaro. Los dueños unos humildes ganaderos de Minnesota de bastos, han amasado una fortuna incalculable con la venta de las apreciadas telas, abriendo tiendas por todo el mundo.

Vicente Martín


La vaca de caramelo

El en quiosco yo hablé
con una vaca salada,
me puse a patalear
y se quedó cabreada.

Me escondí en el quiosco,
sus doce patas bailaban,
con el ruido de la calle
su caramelo chillaba.

¡Vaya vaca más extraña!
todo el mundo la miraba,
el caramelo decía
cómeme y hasta mañana.

Todas las vacas parecen
estar gordas y doradas,
pero cuando yo las miro
entonces, sí que están flacas.

Sofía Montero


Historia de una vaca

Cuando Luca llegó del colegio, hizo lo habitual; tiró la mochila en la entrada y se dirigió a la cocina. Tenía hambre. Un hambre infinita. Con su naricilla de ratón campañol buscó en el aire el olor de las rosquillas. Tía Sara le había dicho que cuando volviera “del conser” estarían hechas. No olía nada. No olía a nada. Por primera vez en su vida, estaba confuso. Confusión que se multiplicó por siete (la tabla más difícil que había aprendido hasta el momento) cuando al llegar a la puerta de la cocina, vio que sobre la encimera crecía una montaña color arena, semisólida, que no encontrando espacio hacia el techo, buscaba el suelo y como un río recién nacido fluía y empapaba todo lo que encontraba. Lo tocó. Sabía a masa de rosquillas.
Algo muy gordo tenía que haber sucedido. Sara, la tía Sara jamás se hubiera marchado con “eso” ahí. Llamó a voces “Tía Sara” “Tía Sara” “Tía Sara” Viendo que por mucho que repitiera el nombre, no aparecía; calló. Los monstruos comenzaban a salir de las paredes. Ya les veía. Casi le tocaban. Iba a llorar y mucho, cuando de repente lo supo: ¡La granja! Tía Sara estaba allí. Algo terrible había pasado en la granja de la tía…. Y voló por la ventana.
Cuando Luca llegó a la granja sudando como una catarata comprobó que había acertado. La cancela que daba a las cuadras estaba abierta, apoyada en el dintel, de espaldas a él, estaba Sara. Su maravillosa tía Sara. Tenía los pies del revés y dedujo que como siempre que se le ponían así, algo no andaba bien. Con mucho cuidado de no pisarla, se acercó por detrás y la abrazó por la cintura. Poco a poco sintió el corazón como masa de rosquilla. Antes de que se desbordara; su tía –que controlaba magistralmente los tiempos de espera y acción que demanda una buena cocina-, le guió como bien pudo hasta el fondo de la cuadra.
Allí estaba “la Generosa” con su cornamenta larga y abierta, erguida, con aplomo y su mirada franca. Junto a ella una ternerita negra con la cabeza pequeña y muy bien proporcionada hacía lo posible por mantenerse de pie sobre cuatro palillos como patas. Y cuando lo conseguía, hacía lo posible por colgar su morro de alguno de los cuatro pezones que coronaban la generosa ubre de “La Generosa.”
Cuando Luca pensó que ya nada podía emocionarle más, Sara, su tía Sara, sacó del bolsillo de su delantal azul de rayas, un pañuelo. Estaba plegado sobre él mismo. Escondía algo. Lo abrió y…. Luca se quedo sin aliento.
Dentro había una ternerita. Era como “la Generosa”. Igual, igualita, pero tan pequeña, tan pequeña; tan pequeñita, tan diminuta que las vaquitas de su granja de play móvil podrían adoptarla.
En cuanto la olió, su madre se acercó a olisquearla. La pequeña se izó sobre sus cuatro palos como patas. Con el mimo más exquisito, “la Generosa” lamió la cara y la mano de la tía Sara. Después la empujó con el hocico hacia la puerta de la cuadra. Le entregaba a su cría para que la cuidara. Ahora Luca tenía una prima. Milagrosamente –como todo cuanto sucede- los pies de Sara volvieron a la posición estándar y regresaron a casa.
Cuando Luca y Sara llegaron, la masa de las rosquillas salía por las ventanas. Tardaron días en recogerla y trabajarla. Hicieron tantas, que el olor se extendió por las cuatro estaciones.
Mientras “Levadura” -que así se llamaba la minúscula hija de “la Generosa”- pacía despreocupadamente por su casa, que de día era la granja de play móvil que Luca tenia sobre el escritorio de su habitación y de noche la esponjosa rosquilla que Luca tenía sobre la almohada de su cama.

Lo que más le gustaba a “Levadura” era jugar.
Lo que más le gustaba a Luca era jugar.
Lo que más le gustaba a la tía Sara era jugar.

Podían estar años y noches jugando. Y en ello estaban, cuando un día, de repente, “Levadura” se puso mala. Enroscada en su rosquilla no se levantaba. Sara, la tía Sara cogió la lupa y la examinó. Tenía la barriga hinchada. Había que ordeñarla.
Cuando Luca y Sara se pusieron a vaciarla estaban convencidos de que no tardarían nada. Siendo como era la ternera una miniatura, sus ubres quedarían libres en un suspiro. No fue así. Tras doce horas y cuarenta mil segundos de cuidadoso y delicado ordeño, en la habitación de Luca había doce cantaras de aluminio de cuarenta litros que rebosaban. Su contenido no era blanco sino dorado, un dorado pálido; y su aroma, su aroma a lúpulo fresco y esteres frutales evocaba amigos y música…, locales y ¿cerveza?… La probaron. Era cerveza.
Los pies de Sara se volvieron del revés. Algo no andaba bien.
Siete meses tardaron en volver a su posición estándar. Siete meses que fueron los meses que la tía Sara tardó en descubrir lo que pasaba. A “Levadura” le gustaba comer cebada.
Cuando Sara le comentó a Luca lo que sospechaba, decidieron hacer un experimento. Durante unos días, pondrían todo su empeño en que “Levadura” no encontrara nada, absolutamente nada de cebada. Pondrían a su alcance, eso sí, comiditas variadas y esperarían con calma a ver lo que pasaba.
La prueba demostró que las conjeturas de Sara estaban acertadas. Cuando “Levadura” comía uvas blancas daba brandy; y cuando se atiborraba de endrinas pacharán; y si era azúcar lo que rumiaba, era ron lo que ordeñaban… Nunca dio leche blanca. Lo más parecido, trufada.
La primera vez que volvieron a poner a su alcance la cebada las cantaras rebosaron de un “agua de vida” escocesa con sabor a malta.
Un día, cuando Luca y Sara limpiaban las cantaras; “Levadura” encontró un papel en su granja, tenía escritas palabras, como no las entendía se lo comió. Cuando la ordeñaron, de cada pezón salió una grafía. Una era “la efe”, otra “la i”, la tercera “la ene”, la cuarta “un punto”. Luca y Sara las juntaron y juntos en voz alta, como tú ahora, leyeron

Ana Isabel Fariña


Mi vaca

La vaca del prao Somonte siempre me causó mucha tristeza. La imagen de los postes del telégrafo sucediéndose ante los ojos impotentes de la Cordera y las bocas anhelantes del Pinín y la Rosa marcan un compás de metrónomo acelerado hacia los tiempos del hambre y del silencio. Mucho silencio. Demasiado silencio gritando.
Así que no me subiré a ese tren para hablar de una vaca con nombre demasiado propio. Por ejemplo, puedo hablarte de mi vaca. Mi vaca guapa. Mi vaca es una vaca que guardo en mi memoria como “guapa”. Porque las vacas son guapas, digas lo que digas.
Míralas a los ojos: redondos, oscuros, algo desconfiados. Me pregunto por qué la genética no almizcló para que hubiera vacas con los ojos verdes, o azules. Hubiéramos tenido la posibilidad de jugar con expresiones como: “los ojos traicioneros de las vacas”, “sus ojos reflejaban un mar de hierba salada”, “su mugido contestó con verde mirar”. Yo hubiera paseado mi vaca de ojos verdes por la memoria con cierta arrogancia de concurso. Aunque prefiero asomarme al abismo óptico de su negrura cristalina.
No te burles de mí. Y, dime si en ese asomo no hay algo de diafragma abierto dispuesto a engullirte. Yo me he perdido muchas veces en esa zambullida ocular, simplemente atraída por la lindeza de esos ojos.
No, las vacas no son feas. Las vacas son, definitivamente, guapas.
Y creo que en esa belleza vacuna los higos tienen mucho que decir. Al menos la mía no los abandona en ningún momento. Si hace calor y se le pone la bola de sal helada junto a la comida para dar mejor leche, mi vaca se postra con el hocico húmedo y niega el manjar aleteando los orificios de la nariz. Hasta que no llegan los higos aún verdes de la higuera centenaria, mi vaca guapa no cambia su gesto. Tras engullir unos frutos, mira atenta con un mohín de cabeza y parece sonreír agradecida. Cuando más parece agradecer el dulce fruto es en los últimos días del verano, cuando la higuera, rebosante de higos, alterna los maduros almibarados y los lechosos a punto de alcanzar el azúcar. Entonces huele la fruta en las manos y, apenas asomas por la puerta, mueve sus carnes turgentes hacia el manjar suculento. Esos días su leche, siempre blanca, adquiere el tinte verdileche y un sabor granulado que se expande por el cubo en el ordeño.
Además de comer higos, a mi vaca le entusiasma dar paseos. Si no recuerdo mal, en la General Historia de la vaca del Chaco, o, ¿fue en Memorias de una vaca?, se aconseja “el paseo diario de la vaca por lugares de tranquilo recorrido, a ser posible, antes de que la tarde concluya en su término para mayor provecho de sus ubres y mayor provecho de su leche”. Así, antes de que la tarde caiga, la mía, se ciñe la piel al cuerpo, lustra sus tacones preciosos, observa su reflejo en el estanque del caño y con parsimonioso contoneo avanza por la calleja sin prisa. De vez en cuando se detiene a mirar no sé qué sonidos que le vienen a la cabeza, unos pasos adelante levanta el rabo sin alerta y depone, sin sonrojo, salpicando la tierra con creatividad abstracta y espontánea.
En sus paseos de atardecer, mi vaca no deja de acercarse a ver al ternero de la vaca que ríe. Nació por la primavera y a estas alturas el jugo de higos de finales de septiembre lo está convirtiendo en una hermosa criatura. Conversa con su amiga, ríen al unísono con las cabriolas del pequeño y entre mugido y risido matan moscas con el rabo. Siempre recuerdan la tarde que colgaron el aro de su oreja izquierda y el placer que supuso el lamido de aquel que pudo ser su amor eterno y ella cambió por su libertad ternera.
Los martes los tiene reservados para subir al Somonte; aunque sabe que volverá algo tiesa. A veces rumia en su regreso que esa es la última vez, pero sabe que a su amiga, la vaca que un día subirá a un tren, le hace mucho bien su compañía. Con ella suele acercarse hasta los palos del telégrafo y una vez allí arriman la oreja al poste y la vibración del mensaje salta de cable en cable, de poste en poste. Luego intercambian impresiones sobre los puntos y las rayas, los muuus y los maaas, hasta que la triste vaca del Somonte cae en la oscura cuenta de su tristeza y comienza la cantinela de presagios y sospechas… Mi vaca, a la que gusta el día a día, que se haría tatuar en la pezuña el momento y su disfrute, menea la testuz con descontento, y cierta rabia, y comienza el descenso con su contoneo moteado, mientras muge un “hasta pronto, verás como no es nada…toma esta noche leche de higo que reconforta el alma y anima la ubre.” Luego rumia su letanía en la que se promete que esa “es la última vez”, “que le lleva la leche a la hiel tanta amargura vacuna”, “pa dos ordeñadas que una vive…”
Para curarse de la tristeza de los martes, los miércoles se apresura a visitar a su loca preferida, y, aunque le carga a veces tanto atrevimiento en el vestir, una vaca morada es una vaca morada. Y, ¡siempre es tan divertida! Con la vaca de la vieja Milka siempre se entusiasma, siempre traman escapadas apasionantes. Mi vaca piensa que su dueña le consiente demasiado, pero es tan envidiablemente entretenida… La vaca de la vieja Milka viste morado por convencimiento, es libertina, golosa, alocada, soñadora, siempre dispuesta al jugueteo.
A mi vaca guapa, creo, le apasiona estar con ella, y, en el fondo envidia, eso sí, sanamente, su osadía en el vestir y en el amar. Un día sueñan las dos con soltar el cencerro y dedicarse unos días de destete y aventura…Quizá se lleven con ellas a la del Somonte, a ver si le espantan la umbría y le matan el celo.

Pilar Luengo


La vaca que ríe

La vaca que ríe tiene buenos motivos para reírse y sentirse orgullosa.
La predisposición a la risa es de origen genético. Entre sus ancestros se encuentra un abuelo ruso circense que transmitió a la descendencia la boca de payaso y una bisabuela materna, humorista en los primeros filmes de cine muuudo en blanco y negro, que supo modelar el gesto de la risa como ninguna otra estrella.
La vache qui rit también llamada Risueñá dirige una empresa que envía rodando cajas de porciones de queso multiusos desde Francia al resto del mundo.
Su padre, el Toro de Osborne de origen andaluz comenzó como modelo de valla publicitaria de carretera. Hoy icono cultural, su imponente silueta se puede observar en nuestros campos desde cualquier ubicación.
Siguiendo los pasos del abuelo los hermanos Azul ejercen de modelo en exposiciones repartidas por todo el territorio y siguen a la intemperie a pesar de la gran competencia existente.
Hubo otros personajes ilustres en la familia como Viruela, descubridora de las vacunas allá por el siglo XVIII en Inglaterra. Reseñas de la época de individuos que la conocieron alaban su cualidad de mansa y de sentirse cercana a otras especies. Una ginebrina relata, “te metía el virus en el cuerpo y ya no te podía ocurrir nada, estar a su lado te daba fuerzas ante cualquier peligro que te acechara”.
De la misma raza lechera procede la tía Ubre Blanca, que dedicó los nueve años de vida adulta a abastecer de leche a todas las escuelas y hogares de Cuba. Su corta vida la ha convertido en mito y se conmemora su aniversario con una lechada por las calles de la Habana al mejor estilo indiano.
Como última cita les dejo con música del Fary que supo reconocer como nadie a esta gran estirpe cuando una fría noche madrileña el gran Botines entró en su taxi para que le condujera al tablao flamenco “El corral de la Pacheca”. Desde entonces el gran semental fue su amigo entrañable y quedó inmortalizado en sus canciones,
Vaya torito, ay torito guapo.

Antonia Oliva


Tantas vacas

¡Tantas vacas, tantas vacas...! No sé ni por dónde empezar, todas me miran y mueven la cabeza y se lamen el morro y mueven las orejas y vuelven a mirar. Estoy a punto de un ataque de nervios. Mi futuro inmediato depende de ellas, espero que no se den cuenta que me sudan las manos, que el saludo me salió tembloroso, que sin querer me he tocado la nariz y que he mirado a la izquierda antes de responder a las preguntas (¿o ha sido a la derecha?, por Dios, ¡qué ansiedad!). He jurado que soy ecologista, persona convencida de los beneficios del bienestar animal, comprometida con el planeta Tierra..... ¡Esta maldita manía de hacer asamblea para todo! ¡Si yo solo quiero comprar un litro de leche!

Elena Plaza


La vaca tiene tres patas…

La vaca Vaninna tenía tres patas. Aún así guardaba la esperanza de que algún día se iban a fijar en ella y podría realizar su sueño de ser cantante y ser reconocida por el grán público. En su pueblo de Córsega donde le había tocado la suerte (o mala suerte) nacer un día de mercado, podía andar por libre como cualquiera de sus compañeras y ella lo aprovechaba para irse a pasear todos los días en la playa de Porto Pollo. Si a la Casta la había descubierto un fotógrafo en una playa de la isla, ¿por qué no a ella ? pensaba.
Yo, la verdad, la primera vez que estaba, medio dormida, tumbada y tomando el sol en la playa, y de pronto se me acercó la vaca Vaninna cantando en portugués, me asusté un montón. Pero cuando me dí cuenta luego de que allí era muy común lo de compartir toalla con las vacas, me relajé.
Como dicho, Vannina cantaba en portugués. Pero lo mismo cantaba en árabe, en griego, en japonés, en francés, o en cualquier otro idioma (excepto el finlandés que se le daba muy mal). Es verdad que tenía la bovina un don especial para los idiomas y para el cante. Y era raro que, a esas alturas, no se hubiese fijado nadie.
Me contaron (creo que fue Ana la que me lo contó) que un día sin embargo se había acercado uno para decirle que, vale, sí, cantaba bien, pero que que pretendía ella como vaca sabiendo que iba a ser imposible igualar en fama a la que ríe. Ella le contestó que en absoluto iba a desanimarse por esa presumida, que al fin y al cabo no era más que una vaca roja del montón con pendientes cutres.
Así seguía la vaca Vaninna recorriendo cada día la playa de arriba pa abajo y de abajo pa arriba.
También una tarde de mucho sol y que se había dejado las gafas Vaninna en la terraza de una taberna repleta de turistas (yo recuerdo que iba siempre muy coqueta esa vaca) e iba cantando su repertorio búlgaro, se fijó en sus ojos de cierva un buscador de caras bonitas de origen polaco y le comentó que la hubiese llevado a bailar en las ‘Folies Bergères’ de París, pero que, claro, con una pata menos dudaba de que la pudiese colar.
-‘Es que…’ pensaba, ‘la vaca tiene tres patas…’
-‘¡Mentira !’ dijo un cubano que pasaba por allí. ‘¡qué tiene cuatro !’
Y es que es así. En Cuba, aunque la gente diga que la vaca tiene tres patas, bien saben todos que es mentira y tiene cuatro.
Pero no pareció convencerle al hombre y se volvió hacia el norte. Y la vaca siguió su camino.
Yo también seguí el mío y hace mucho que no voy a la playa de Porto Pollo. Pero tengo una prima llamada Priscillia que se echó un novio marroquí en la zona y a veces coincide en esa misma playa con unos amigos para jugar a las cartas. Dice que nunca ha visto, ni oído hablar, de la vaca Vaninna. No sé…A veces me pregunto: “¿Se habrá marchado Vaninna con uno del show biz?”

Sara Pérez


La vaca capataz

Lucilda es una preciosa vaca de pelaje castaño, natural de Allariz, provincia de Ourense, aunque en la actualidad reside en Combarros, provincia de A Coruña.
Lucilda se levanta con el sol todas las mañanas, y sin perder un momento, va despertando una a una a todas sus compañeras, y colocándolas en fila india para el ordeño.
Una vez ordeñadas todas, las azuza para salir a pastar, sin dejar que ninguna se retrase. Se preocupa de que no beban dónde no deben y de que regresen puntuales de vuelta al establo. Antes de retirarse a dormir comprueba que estén todas y correctamente ubicadas.
A Lucilda sus compañeras no la miran demasiado bien. Dicen que es la favorita del Amo. Eso es cierto, aunque realmente Lucilda no soporta al Amo. Pero es una vaca lista, y siempre tiene muy presente que el amo tiene vacas “de leche” y “de carne”. Y por nada del mundo querría ser de las segundas.

Miguel Ángel Pérez

3 comentarios:

  1. Raúl, me alegro por lo del 12, espero no perdérmelo.
    • Vicente…
    No está nada mal, muy imaginativo. Enhorabuena amigo.
    • Sofía…
    La vaca de caramelo… ¡huum! dulce, dulce… Sí que es extraña la vaca. Enhorabuena por tu trabajo
    • Ana…
    ¡Fabuloso relato! (acepción del DRAE: (Del lat. fabulōsus) 1. adj. Dicho de un relato, de una persona o de una cosa: Maravilloso y fantástico), además tierno e imaginativo y si cabe tan rentable como la Miluna Dorada… Enhorabuena campeona.
    • Pilar…
    “Así, antes de que la tarde caiga, la mía, se ciñe la piel al cuerpo, lustra sus tacones preciosos, observa su reflejo en el estanque del caño y con parsimonioso contoneo avanza por la calleja sin prisa. De vez en cuando se detiene a mirar no sé qué sonidos que le vienen a la cabeza, unos pasos adelante levanta el rabo sin alerta y depone, sin sonrojo, salpicando la tierra con creatividad abstracta y espontánea.” ¡je...je! ¡Qué guapa la vaca!.
    Relato genial… Enhorabuena.
    ¡Vaya tándem, Ana y Pilar, Pilar y Ana!... ¡cualquiera compite con vosotras!..
    Venttini

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  2. • Antonia…
    Además de simpática, tiene un pedigrí imponente:” Su padre, el Toro de Osborne de origen andaluz comenzó como modelo de valla publicitaria de carretera. Hoy icono cultural, su imponente silueta se puede observar en nuestros campos desde cualquier ubicación”. Magnífico relato, mi enhorabuena.
    • Elena…
    Lo bueno y breve, dos veces bueno: “¡Esta maldita manía de hacer asamblea para todo! ¡Si yo solo quiero comprar un litro de leche!”. Fenomenal, enhorabuena.
    ¿No hay ningún “torito”más que se atreva con las vacas?... ¡je…je!
    Venttini (otra vez)

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  3. • Sara…
    Me gusta la vaca Vaninna, no es rica como Miluna o Levadura, ni Guapa, ni la Vaca que rie con su pedigrí imponente. Es una vaca que le falta una pata, pero luchadora e inteligente :“lo mismo cantaba en árabe, en griego, en japonés, en francés, o en cualquier otro idioma (excepto el finlandés que se le daba muy mal)”. ¡Tantas veces solo nos guiamos de las apariencias!... Muy bien tu relato Sara, mi enhorabuena…
    Venttini (de nuevo)

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