El cristal con que se mira

La sesión del lunes, 2 de junio, la dedicamos a los hombres y mujeres de cristal.
Hablamos de la osteogénesis imperfecta, enfermedad conocida con el nombre "huesos de cristal". Leímos el cuento "Jaime de cristal" de Gianni Rodari y algunos pasajes de El licenciado Vidriera de Miguel de Cervantes.



Transcribimos aquí el texto "El hombrecillo de cristal" de Gianni Rodari publicado en su maravilloso libro Gramática de la fantasía:

Dado un personaje, real (como la Befana o Pulgarcito) o imaginario (como el hombre de vidrio, por decir el primero que me viene a la cabeza), sus aventuras podrán deducirse lógicamente de sus características. ¿”Lógicamente” se usa aquí en relación con una lógica fantástica o con un lógica-lógica? No sabría decirlo. Tal vez con las dos.
Sea, pues, un hombre de vidrio. Él deberá actuar, moverse, contraer relaciones, sufrir percances, provocar acontecimientos sólo obedeciendo a la materia de la que lo imaginamos hecho.
El análisis de esta materia nos ofrecerá los rasgos del personaje.
El vidrio es transparente. El hombre de vidrio es transparente. Pueden leerse sus pensamientos. No necesita hablar para comunicarse. No puede decir mentiras, porque se verían inmediatamente en su cabeza, a menos que vaya cubierto con un sombrero. En el país de los hombres de vidrio, es un mal día aquel en que se lanza la moda del sombrero, o sea la moda de ocultar los pensamientos.
El vidrio es frágil. La casa del hombre de vidrio debe estar por lo tanto, totalmente acolchada. Las aceras se tapizarán con colchones. Está prohibido el apretón de manos. Prohibidos los trabajos pesados. El verdadero médico del país es el vidriero.
El vidrio puede colorearse. Es lavable, etc. En mi enciclopedia, al vidrio se le dedican cuatro largas páginas, y casi en todas las líneas se encuentra una palabra que podría llenarse de sentido en la historia de los hombres de vidrio. Está allí, muy negra sobre el blanco, junto a todo tipo de noticias químicas, físicas, industriales, histórico-comerciales, y no lo sabe: pero tienen un puesto asegurado en un cuento.
El personaje de madera debe cuidarse del fuego que puede quemarle los pies, en agua flota fácilmente, un puñetazo suyo es seco como un bastonazo, si lo ahorcan no muerte, los peces no lo pueden comer: todas estas cosas le suceden justamente a Pinocho, porque es de madera. Si Pinocho fuese de hierro, le ocurrirían aventuras de otra clase.
Un hombre de hilo, de helado, o de mantequilla, puede vivir sólo en una nevera; si no, se derrite: sus aventuras se producen entre el “freezer” y la lechuga fresca.
Un hombre de celofán tendrá aventuras diferentes de las de un hombre de mármol, de paja, de chocolate, de plástico, de humo, de pasta de almendras.
En este campo, el análisis de los materiales y el análisis fantástico coinciden casi totalmente. Y no se me diga que, antes que cuentos, es mejor hacer ventanas con el vidrio o huevos de Pascua con el chocolate; en este tipo de historias, más que en otro, la fantasía se mueve entre lo real y lo imaginario, en un juego pendular que considero muy instructivo y hasta indispensable para dominar lo real hasta el fondo, remodelándolo.


1. A la hora de traducir vetro, dudé entre “cristal” (más generalizado) y “vidrio” (correcto, pero menos usado). Opté por el segundo término para hacer más “textual” el homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra, ya preocupado con la verdad –transparencia y locura- y la fragilidad humana en El licenciado Vidriera: “… cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían: que real y verdaderamente él no era como los otros hombres: que todo era de vidrio, de pies a cabeza”. Habría que crear historias, además, a partir de frases hechas como aquella de “pagar lo vidrios rotos” o, hablando de personajes, retratar al “hombre de la mirada vidriosa”. La base de la fantasía, en definitiva, está en aquello de que “todo depende del cristal con que se mira”.


Recordamos aquí el pasaje de Amelie en la que la protagonista habla con Raymond Dufayel, el hombre de cristal. En otro momento de la película, en un mensaje grabado en vídeo, el Señor Dufayel invita a Amelie a ir un busca de su amor. Lo hace con estas palabras: "Verá mi pequeña Amelie, usted no tiene los huesos de cristal, podrá soportar los golpes de la vida. Si usted deja pasar esta oportunidad, con el tiempo su corazón se irá volviendo seco y frágil como mi esqueleto. A qué espera, ande, vaya a por él"





Siguiendo los consejos de Gianni Rodari propusimos como tarea escribir sobre un hombre o una mujer de hilo, de hierro, de bronce, de celofán, de plástico, de humo, de chocolate... Estos son los trabajos de algunos de los componentes del taller.


El Hombre Humo

Siempre fue muy volátil. De pequeño fumaba colillas recogidas por la calle. En su juventud liaba canutos y junto a la pandilla de amigos los fumaban a escondidas en el parque o en la discoteca.
Encontró un puesto en la política, se presentó a unas oposiciones en las cuales necesitaban gente que vendiera humo, sacó el número uno. Varias veces han intentado echarlo, mejor dicho evaporarlo, pero se escabulle por cualquier rendija, nadie logra verlo, ni tampoco atraparlo, aunque deja un olor característico de haber estado allí, pero nadie lo ve.
Siempre ha sido un fiel servidor de sus jefes, estos le tienen mucha estima, conoce secretos de todos y los transmite a sus superiores, por lo que está muy bien considerado dentro del partido. Cuando ve la cosa mal se esfuma y siempre aparece cuando el aire ya no está tan viciado.

Luis Iglesias


Nena: pompa de jabón

Mirar amanecer y pensar que tiene que adquirir su personalidad, la cual le viene de las pompas de jabón con que su madre frotó anoche la colada, le hace sentir bien.
Aquellas pompas de jabón al entrar en contacto con su piel, le transferían una cualidad que se consideraba innata por los hombres de justicia, puesto que lavarse es lo primero que se hace al levantarse tras sus horas de sueño, así pues Nena se convertía en una gota de agua impregnada de aséptico y límpida de olor, una materia que alcanzaba su clímax cuando se frotaba mezclada con un poquito bajo el agua: ser de jabón implicaba siempre la capacidad de “darle la cara” con un limpísimo contorno carnal que nadie podía abrazar pues se resbalaba en el intento.
A ella eso de ser de sosa y perfume le encantaba mas no sabía en que podría terminar su historia. Quizás hacerse pompa y poder observar desde el cielo la ciudad impregnada de sucios orines, cacas de perro, chicles y colillas de tabaco…
- Si hoy fuese el día internacional de la higiene podría enseñar a los demás a mantener ecológicamente con políticas personales de sostenimiento… para dejar todo fresco, limpio y reluciente.
Aquel día llegaría tarde o temprano… ella transformada en pompa observó en sí misma de nuevo su cualidad que pasaba a desaparecer como “por arte de magia” quizás sólo con tocarla con el dedo índice débilmente… pero entonces ella volvía a buscar el agua y retornaba a su estado.
Era criticada por algunos vagabundos del lugar que nunca se aseaban y lo único que percibían era un olor tal que les producía dentera. Uno de ellos, el más joven vio la pompa y trató, como si de un niño se tratara, de asirla y protegerla con su mano, ¡no se puede coger!, pero quedaba aquel olor especial de perfumado jabón que se contraponía con su apestoso olor a sudor humano.
Ella, la pompa de jabón, pronto se dio cuenta de que había mucho qué hacer. Desaparecer muchas veces y dejar impregnado todo de asepsia e higiene era una idea especial, empezó a pensar cómo habían hecho los dirigentes o alcaldes, pensar en su ciudad la cual estaba sucia… habría trabajo mucho trabajo por hacer, lo cual era verdad, y estudiando la situación reconoció el lema que habían inventado en su ciudad natal: “Salamanca culta y limpia”- tanto el eslogan como la realidad servirían para que ella desarrollase una labor a todas luces interesante… se decía: brilla, limpia y da esplendor… tal y como se entiende en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua… todas estas cuestiones le hacían sentir culta pero también limpia.
El día internacional llegaría y hasta entonces tenía mucho que recorrer y muchas superficies que pulir con su encanto de pompa de jabón.
Si todo hubiera sido un sueño, tendría que inventarse “el ser de jabón” sino ya sabes… estropajo en mano habría que dar solución a toda cotena del lugar.

María Teresa Mendoza


Mirada de cristal

Espejo de luz
envuelto en mi piel
despierta con el gesto.
Caen los pensamientos
en el cristal de mi tez,
con la caricia del verso.
Mis manos,
junto a su imagen,
cristalizan mi cuerpo
con lágrimas de atardecer,
perfil dorado
que pule la mirada.

Sofía Montero García


Hilo sin ache

Hacinados hen hun hovillo hensangrentado, hombres hilo hortográficamente henfermos, hescriben horribles historias hinterminables.
Huelen ha hodios henredados
Herrados hierran.
Hencienden haño ha haño hebras henlutadas. Hilachas hoscuras.
Hasentados hen huna hache hinexistente, henhebran heridas hentre haceros hy harmas hinfatigables.

Entre ellos Oracio, un individuo insinificante y asustadizo, enloquece.
Orate, entierra una ache en un erial abandonado.
Aedo inesperado, escribe odas en un abecedario original e insólito.
Algo estrafalario, alumbra aventuras imposibles.
"Ilo" ortográficamente inexacto urde existencias inolvidables.
Ilusionado, esculpe edenes en el aire. Engalana estepas y arenales.
Ido, ajeno a unos asientos inexistentes, omite esas espirales odiosas ensilladas en una ahce. Una ache invisible y áfona. Un espectro espantoso, inexistente y asesino. Entonces avanza.
Enciende utopías.
Ovillos, otrora ensangrentados, encuentran en el alunado y su abecedario un alivio eternamente esperado.
Entusiasmados encienden encuentros.
Encuentros en ocasiones imaginados. Encuentros extraordinarios.
Se puede escribir sin ache.

(El ombre-ilo)
Ana Isabel Fariña


El hombre de hilo

El día que nació mi hombre podía haber sido de humo, de agua, de hielo, de hierro, incluso haberse quedado de piedra, o ser simplemente verbo que al soplo de los vientos fuera pronunciado verdad. Pero mi hombre nació de hilo y no importa el día, la hora, ni el dónde. Un lugar cualquiera, una hora concreta entre tal y cual minuto, en un día remoto en que el tiempo podríamos decir circular.

El hombre de hilo al romper a la vida vino todo enmarañado balbuceando no sé qué enredos que solo su madre pudo descifrar y que nunca reveló a nadie. Cuando el pequeño estalló en llanto los pulmones se abrieron en árboles a punto de cruz, las neuronas se expandieron en bordados exquisitos mientras hilvanaban un alma flexible de vainica. Y solo ella supo que el fin de esos balbuceos serían balbuceos sordos y olvidados.

Durante sus primeros años el pequeño de hilo entretenía el tiempo sentado en los bordillos arrastrando piedrecillas que enganchaba en una hilera de vagones imaginarios hasta que descarrilaban en los riachuelos minúsculos de las aceras. Hablaba poco y permanecía horas dejándose envolver en las madejas que las viejas deshacían para convertir en ovillos, mientras su imaginación se perdía en los rollitos multicolor que unas manos femeninas ordenaban en los estantes de la mercería.

Ya desde niño fue anidando en él el temor a deshacerse. Su temor a prenderse en el óxido del alambre de la verja de la ventana, a soltarse subiendo las tapias, o si en la mesa enganchaba su mano mientas buscaba los tesoros escondidos en las tablas ocultas. Los temores y el silencio fueron tejiendo un ovillo espeso tras el que los pensamientos permanecían ocultos, aunque no el alma. El alma era blanda, hecha de delicadas puntadas. Así acudía para unir lo desunido, o corría en auxilio de los zurcidos gastados. Algunas tardes la loca de Maricaca si lo veía en la esquina lo invitaba a una taza y siempre salía de su costura sin entender por qué hablaba tanto y por qué siempre cosía con hebra tan larga que acababa enredada y tan mal anudada. Pero nunca la contradecía, era tan buena y tan loca; no hacía daño, aunque a veces entre puntada y palabra perdiera el hilo.

Sus días pasaban en ese continuo del carrete sin fin: hoy un pespunte en casa de Pedro, <>, un botón aquí, esos bajos de más allá… Siempre amable, siempre dispuesto. Y siempre con ese silencio dentro.

Nunca dijo su nombre, ni pronunció los besos que le hicieron el siete, ni dejó señal en una pared de su descosido. Prendió con alfileres su duelo, repasó el agujero con esmero. Quizá iría dejando de ser desenhebrando sus dedos para arrancar algún diente de leche; quizá algún día prendido a un globo infantil pudiera volar errático en el cielo. O se dejara perder en la caída de la tarde mientras bobinas transparentes salpican su blandura.

Mi hombre de hilo logró vivir el dolor con aceptación y siempre provisto de aguja, los rotos pasaron a ser costuras hilvanadas por las que de vez en cuando dejaba escapar una lágrima. Hasta que un día la tristeza fue tanta que acabó arrugado en su rebujón de nudos imposibles, olvidado y mudo, bajo un sillón entre las pelusas.

Pilar Luengo


Chocolat-man

Ya desde niño tenía escrito su destino en los ojos color chocolate con leche. Esa noche había dormido mal. Pesadillas recurrentes le habían despertado una y otra vez. Al levantarse por la mañana se sintió más ligero. Notó un fuerte olor a chocolate en la habitación. Pensó: “¡Qué rico huele! ¿De dónde vendrá ese olor?”

Se acercó a la ventana y la abrió. Miró al jardín, a la carretera, a las casas de enfrente. Nada extraño. Al cerrar la ventana algo rodó por el suelo. “Pero qué es esto, ¡diosmío!, si es mi dedo meñique… ¡soy de chocolate!”. Se agachó para recoger el meñique que temblaba en el suelo inconsciente del destino que le aguardaba. “Si soy yo el que huelo a chocolate”. De repente le habían entrado unas ganas irrefrenables de comer… ni corto ni perezoso se introdujo su propio dedo en la boca. “Huum!, está delicioso…” Por un momento olvidó todo lo que se le echaba encima y degustó su propio meñique. “¡Es el chocolate más rico que jamás he probado en mi vida!”

Cuando se le pasó el agradable sabor a chocolate, los nervios se apoderaron de él. “Tengo que tranquilizarme, pensar… pensar… en la vida todo tiene solución, menos la muerte y yo sigo vivo y soy de chocolate. Tengo que sacarle partido”. Mientras Chocolat pensaba, milagrosamente el dedo meñique había vuelto a brotar. “Anda, pero si tengo otra vez el meñique. Debo estar soñando. Pues nada voy a probar con el dedo gordo”. De un mordisco, sin miramientos se lo introdujo en la boca. “Si es que está magnífico”. Lo trituró con delectación con sus duros dientes de chocolate y se sentó en la cama sin perder ojo de la mano a la que le faltaba un trozo del dedo gordo. Poco a poco vio como el dedo se iba reconstruyendo, exactamente igual al que había degustado hacía unos instantes. Todo tipo de ideas se le venían a la mente. Posibles negocios que le reportarían pingües beneficios. Pero para qué quería nada, si lo que más le gustaba en la vida lo tenía al alcance de la mano. Unas dudas atroces se le vinieron a la cabeza. “Esto ¿cuánto me durará?... ¿resistiré el calor o me derretiré y me convertiré en un simple batido? ¿cuáles son las enfermedades del chocolate?, ¿si me como un ojo también se me regenera?”. Andaba en estas cavilaciones cuando notó algo debajo de su cama. “¿Qué es eso que se ha movido?”. Dentro de su cerebro notó como una voz le decía: “Soy RoK-noK procedo de un mundo de otra galaxia muy parecido a vuestra tierra que llamamos Kcrakliac, nos alimentamos de chocolate, primero convertimos a los seres vivos en chocolate regenerativo y luego lo fundimos con nuestros órganos digestivos para que sirva de energía, con esa energía podemos tele-transportarnos a cualquier punto de las millones y millones de galaxias existentes con solo un pensamiento. De un momento a otro vas a ser ingerido Chocolat-man, necesito marcharme de esta tierra y llevo tres días sin probar bocado”. De repente un enorme insecto amarillo brillante como el oro salió de debajo de la cama. Chocolat-man fue devorado en una milésima de segundo. A continuación el insecto gigantesco desapareció como por arte de magia. En el suelo de la habitación junto a la ventana quedó un polvillo de delicioso chocolate.

Vicente M. Martín




El  Bombardino

En una tubería estrecha, una de las más estrechas que hay en el mundo, tocando el cielo, al final de la alameda infinita que se recorre en veintiún nadas, vive Humo, el nigromante, uno de los mas grandes nigromantes que hay en el mundo.
Hijo del rayo primigenio que un día fecundó a la arboleda madre, se alimenta del aire. Todo aquel que escucha su voz afirma que tiene un matiz metálico.
Todo aquel que le ha visto asegura que es como el éter, capaz de estar y no estar, de ser y no ser al mismo tiempo.
El agua es su más amada amante. Una amante imposible, inalcanzable. Sólo ella, con un susurro de raíces compartidas, le calma.
Hay quien dice que ese lugar del que os hablo es inverosímil, que de existir se halla en ninguna parte. Pero también hay quien jura y perjura que es muy fácil tropezar con él, se  puede inventar en todas partes.

Yo sé que existe.
El destino o la casualidad lo puso en mi camino.
Fue una tarde de verano. Recuerdo que hacía calor. Mucha calor. La piscina estaba sola, vacía.  Era mía, tan mía como yo -igualmente sola y vacía- lo era del libro que hojeaba. Serían las tres o las cuatro, la hora de la siesta.
Me diréis y con razón que esa hora en Castilla, en pleno verano, es la peor, que hasta las lagartijas buscan cobijo. Sin embargo, ya veis, para mí esa hora, en verano, es un oasis del que disfruto como el elefantito del lodo mojado. Acercarme al borde del agua, dejar que las piernas se sumerjan en ese cielo acuoso, arroparme con el silencio, esa mudez cálida del estío, esa paz que siempre esta y nunca se escucha, olvidarme de mí, ser otros... leer, es un placer que sólo entenderéis si alguna vez habéis sido elefantes y vuestras madres os han acercado a una charca de barro. En ese momento la realidad se dibuja  fresca, sin nada que la ensucie.

Esa tarde, la tarde de la que os hablo; nadie, absolutamente nadie podría haberme hecho imaginar lo que estaba a punto de suceder, de sucederme.


"... Guardo un secreto en mi corazón.  Como dicen que la anestesia provoca delirios,  tengo miedo.  Si no pueden curarme sin dormirme, entonces no me operen. No lo hagan.
Si mis oídos no me traicionaban, la  condesa Kifune temía abrir su corazón y desvelar su secreto durante algún delirio y por ello quería protegerlo aun  con su muerte. Me pregunté  como se sentiría su marido al escuchar tal cosa. Unas palabras así provocarían un escándalo en una situación normal. Sin embargo, quienes acompañaban a la  condesa no podían tratar de ignorar sus deseos y más aún teniendo en cuenta la firmeza con la que protegía la intimidad de su corazón.
El conde se acercó a la  cama y le  preguntó dulcemente:
          _¿Tampoco me lo puedes contar a mí?
          _No. No puedo contársel..."

No pude continuar.
Algo tiró bruscamente de mis pies. Me vi arrastrada al fondo de la piscina. 
Mientras me hundía, pude ver como el libro, abierto sobre mi cabeza, flotaba.
Absurdamente no me preocupaba morir ahogada, me preocupaba morir sin saber cuál era el secreto de la condesa.

No entendía por qué alguien como ella podía no defender su  vida o de hacerlo podía solicitar que la intervención quirúrgica se realizara sin arrebatarle la consciencia. No comprendía. Qué hipotético delirio podía ser tan aterrador... qué podía esconderse en la intimidad de un corazón como el suyo, como el tuyo...  ¿qué?...
El sumidero me absorbió. No pude pensar más.

Un tornado de fuego me envolvió.
Viajé entre sus brazos atravesando todos los océanos.
Cuando me soltó, una vereda de tierra húmeda muuuuuuuuuuuuuuuuuuuy larga flanqueada por cientos y cientos de árboles era mi única senda.
Podía haber aparecido algún conejillo amable que me indicara la hora o algún posible atajo, pero no apareció nadie. Estaba claro que yo no era Alicia y que este cuento era otro.

Pronto me dí cuenta...
Con cada paso que daba el camino se reducía de una forma nada habitual. Los conté,  veintiún pasos, veintiuna zancadas fueron suficientes para atravesar esa tierra infinita y acuosa que la madera custodiaba.
Al final del recorrido encontré una secuoya. Era tan grande que tarde en verla. Junto a mi, junto a ella, dos ardillas comían avellanas. Me ofrecieron una. Iba a cogerla cuando un pájaro enorme parecido a un águila, un águila con las plumas color esmeralda, me agarró con sus zarpas y me alejó del suelo. 
Arriba, en la copa del árbol había un nido. Allí me dejó.
Curiosamente, lo único que había en el refugio del ave era un bombardino. Recuerdo que pensé lo difícil que le tenía que resultar hacer vibrar el instrumento con ese pico y manejar los pistones con esas garras.  Yo que no sabía música,  lo tomé. Sin pensar lo que hacía aproximé mis labios a su boquilla y vibró. Un sonido azucarado, largo y profundo salió de su campana. En el corazón de un si bemol desaparecí un instante. Cuando desperté estaba en el tudel del bombardino. Era muy estrecho y olía a cobre, de ahí que su sonido fuera tan ancho y dulce.
Sentado frente a mí había un hombre. Tenía la cara terrosa, las manos de madera, la nariz aguileña y los ojos de cristal. Si mirabas dentro de ellos en uno había un incendio,  en el otro un diluvio inmenso.
Me pidió que le siguiera y así lo hice.
Durante un tiempo que no sabría estimar, deambulamos a través de pulsadores, llaves, bombas y soportes. Colgados en sus paredes había probetas donde una combinación aleatoria de elementos formaba figurillas que se movían constantemente. Eran como esas bolas de cristal que tanto gustan a los pequeños.  Esos vidrios semiesféricos donde la nieve o los papeles de colores al menor movimiento caen sobre el motivo que encierran. En este caso, cuando alguien o algo hacía vibrar la boquilla, una de las cápsulas de cristal salia convertida en un armonio metálico que volaba al exterior a través de la campana.
En ese momento creí estar en presencia del mejor nigromante del mundo y temblé. Por primera vez tuve miedo, más aún,  sentí pánico.
Sin darme cuenta, en la curva del pistón número cinco tropecé con mi guía.  Se hizo humo.
Un extraño instinto de supervivencia me recomendó regresar al tudel. Todo seguía igual. Él también estaba. Sentado sobre una hoguera contenida por el agua me esperaba. Sus ojos ahora eran cristal puro donde toda yo me podía ver reflejada. Y en ese reflejo, vi que como él era humo. Madera que brotaba de una tierra fértil.  Madera que de cuando en cuando se abrasaba y pasaba a ser llama alimentada por  un aire que al vibrar, para no morir consumida,  convocaba al agua y fluía ligera sobre una tierra que una vez más regalaba brotes de madera que arderían en llamas. El suave hilo musical que brotaba de una campana lo permitía.

Dicen que me encontraron al borde de la piscina, inconsciente.
Afirman que deliraba. Estuve veintiún días en cama. Casi medio verano.
No me importó.
El sonido azucarado de un bombardino constantemente me recordaba que todo era de la materia que vibraba.
Es curioso pero fue en ese tiempo aparentemente estéril cuando aprendí a fluir como el agua y a regalarme como la tierra.  A ser madera y a abrasarme. A no temer ser.
Cuando lo supe pude ver.
Cientos y cientos de  motivos encapsulados se negaban a romper el cristal que les aislaba. Unos decían ser de mantequilla, otros de margarina, otros de cemento, otros de amalgama, unos de seda, otros de lana... Todos el mejor armonio de una campana metálica.

Si pudieran desaparecer en el corazón de un si bemol durante un instante, solo un instante... estoy segura de que al despertar se sabrían hijos de Humo, uno de los más grandes nigromantes que hay en el mundo, y como tales igual de pequeños e igual de grandes. Es saberte humo y fluir la cualidad dormida que te convierte en nigromante.

Por cierto, la condesa Kifune murió.
Nadie le dijo que ese secreto que la abrasaba, ese íntimo conocimiento que no deseaba que nadie conociera, solo necesitaba recordar el susurro de las raíces compartidas con el agua para ser humo y romper el cristal que la asfixiaba.

El texto en cursiva corresponde al relato "El quirófano" de Izumi Kyoka.

Ana Isabel Fariña


El triste cuento del hombre de helado
El Hombre de Helado, al que vamos a llamar HH, vino al mundo en la maldición de un clima suave. Pasaba el día huyendo de sombra en sombra, amparándose en la noche, covirtiéndose en una criatura deforme a golpe de rayo de sol o gota de lluvia en cada descuido.
Tan pronto como reunió confianza en sí mismo, decidió huir al norte, primero en un camión frigorífico y luego de polizón en un carguero.
En su lugar de origen HH era querido, los niños se acercaban a él, sus deformidades eran causa de risas y broma. Sin embargo en el norte su vida era plácida pero terriblemente solitaria. Los niños, embutidos en sus anoraks y forrados de guantes, bufandas y pasamontañas, le ignoraban; los adultos se mostraban hoscos, y algunos incluso le rehuían asustados.
HH acabó por abandonar la ciudad y vagar sin rumbo por la tundra, donde apenas tenía que ver a nadie, y aún así los pocos que encontraba mostraban el mismo recelo.
Finalmente HH tomó conciencia de que no había lugar para alguien tan diferente como él. Un día, bajo el testimonial sol de mediodía, se introdujo poco a poco en el agua, disolviéndose suavemente.
Así es como HH acabó sus días como unas pobres lágrimas dulces, desperdigadas en el Océano Ártico.

Miguel Ángel Pérez


De la transparencia a la invisibilidad(La Increíble Historia del Hombre que se Convirtió en Vidrio)

Eliseo era un tipo al que se le veía venir de lejos, como suele decirse. Era incapaz de ocultar sus emociones o pensamientos. Resultaba tan transparente que adquirió progresivamente un aspecto vítreo. Primero su piel, luego los músculos y finalmente sus órganos. Poco a poco fue convirtiéndose en una botella de su alma, con todos sus sentimientos expuestos y la zozobra que siempre le había acompañado elevada a la enésima potencia. Afortunadamente para él, el proceso continuó, hasta adquirir una absoluta transparencia también su alma.
Ahora Eliseo es virtualmente invisible, y desde el desapercibimiento consustancial a su nuevo estado, ahora es él, al que a base de observar sin ser visto, cada vez le resultan más transparentes los demás.

Miguel Ángel Pérez


La mujer de cristal

Crece en una cueva con cada gota que le resbala y se recrea con un soplo que la empaña
Eclosiona y se viste de color y se revela en foco y baila con él
Mimetiza a formas que se miran en ella
Lustra sus huellas como un zapato y hieren sus protuberancias de falanges frágiles
Y un día se rompió al clonarse
El hombre de tierra se sacudió los añicos y los dispersó como insecto para iniciar el ciclo

Antonia Oliva

6 comentarios:

  1. Luis: Está muy bien ese hombre de humo que se esfuma cuando el aire está viciado y que solo aparece cuando el aire es limpio… Lo veo en los telediarios, en la prensa, en los discursos inflados de los políticos vacíos… el humo nos ciega, nos convierte en “zombis”, nos intoxica con sus guiños hipócritas. Demasiados hombres humo para poder respirar limpio. Muy bueno, Luis

    Teresa: No termino de entender bien tu texto… pero bueno, está bien eso de ser pompa de jabón y limpiar las ciudades y otras muchas cosas más. Yo convertiría a la mismísima tierra en una enorme y maravillosa pompa de jabón terrenal. Muy bien por realizar la tarea.

    Sofía:
    “Mis manos,
    junto a su imagen,
    cristalizan mi cuerpo
    con lágrimas de atardecer,
    perfil dorado
    que pule la mirada.” Cuesta interpretar tus versos, pero las palabras se encadenan perfectamente para relajar la vista y acariciar los oídos. Bien, Sofía.

    Ana:
    “Heres huna hartista” como la copa de un pino de los bosques de Oregón. Hagas lo que hagas me encanta tu estilo. Lo siento, sigo embrujado. Para mí “HENORME HANA”

    Pilar: Mi “guardiana de las palabras”, espero disculpes la “licencia creativa” ¡je…je!
    Ese hombre de hilo es muy “enrollao”, como tus palabras, hilvanadas con poética perfección que no dejan indiferente y que te van meciendo con la suave melodía de una escritora que ralla la genialidad: “Mi hombre de hilo logró vivir el dolor con aceptación y siempre provisto de aguja, los rotos pasaron a ser costuras hilvanadas por las que de vez en cuando dejaba escapar una lágrima” . También “HENORME HPILAR”.

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  2. Ana:
    “Me diréis y con razón que esa hora en Castilla, en pleno verano, es la peor, que hasta las lagartijas buscan cobijo”… en las rendijas ¡je…je!.
    “Acercarme al borde del agua, dejar que las piernas se sumerjan en ese cielo acuoso, arroparme con el silencio, esa mudez cálida del estío, esa paz que siempre está y nunca se escucha, olvidarme de mí, ser otros... leer, es un placer que sólo entenderéis si alguna vez habéis sido elefantes y vuestras madres os han acercado a una charca de barro. En ese momento la realidad se dibuja fresca, sin nada que la ensucie.” ¿se puede escribir algo más sencillamente tierno y bonito?...
    “Es curioso pero fue en ese tiempo aparentemente estéril cuando aprendí a fluir como el agua y a regalarme como la tierra. A ser madera y a abrasarme. A no temer ser.” Ana, ¡precioso!
    Ana desde que con tus primeros textos en el taller encendiste un pequeño fuego que vienes alimentando tarea tras tarea… se ha convertido en un incendio de grandes proporciones al que admiro el color de sus llamas, el “chisporreteo” de sus chispas, el cálido humo con el que termino embriagado; no tengo más remedio que reconocer que eres una persona muy especial, no solo como escritora (no olvides que tienes un best sellers por escribir), sino como ser humano y además mujer… ¡MI ADMIRACION! ¡Maravillosa!

    Miguel Ángel:
    Te estás convirtiendo en magnífico “microrelatador” ¡enhorabuena! Me gustan tus dos textos.

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  3. LUIS: Muy "cargado" de crítica ese relato. :-)
    TERESA: Muy tierno el tuyo.
    SOFÍA: Se me queda corto, deberías continuar más, creo yo.
    ANA: El planteamiento de tu primer relato me parece muy original y muy bien trabajado. El segundo es un texto precioso preciosista que quizá tenga imágenes de más.
    PILAR: Me encanta como construyes una imagen que habla de mucho sin enseñar apenas nada.
    VICENTE: Yo pensé que el heroe siempre ganaba en los cuentos. ese Chocolat-Man suena a heroe pero lo lo despachas de un plumazo al final. Pero me gustó eh. Y mi mayor problema no es microrrelatar, que a trancas y barrancas algo voy a prendiendo. Lo que hace falta es que aprenda a escribir algo más largo.
    Salud.

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    1. Me alegra leer tus comentarios... y gracias por el que me toca.

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  4. Antonia:
    Breve, intenso, bello. "Crece en una cueva con cada gota que le resbala y se recrea con un soplo que la empaña". Grande Antonia

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