A la carta

¿Quién no recuerda aquella canción de corro que decía: "Cuando venga el cartero, qué cartas traerá, si serán de mi amante o de quién serán"? Hoy apenas se canta esta canción del mismo modo en que apenas se salta a la comba.
La sesión del lunes pasado la dedicamos a las cartas, al género epistolar. Señala Antonio de Armenteras en su libro Epistolario y redacción de documentos que la carta es de quien la recibe.
Eulalio Ferrer Rodríguez en su artículo "Reivindicación del género epistolar" señala que "el diálogo epistolar es uno de los pocos espacios comunicativos que se salvan de las mecanizaciones masivas y atolondrantes de un tiempo cada vez más dominado por la amnesia y el insomnio".

Hablamos de libros. Del titulado Querida abuela... Tu Susi de Christine Nöstlinger, una deliciosa historia tejida con las cartas que Susi, de vacaciones en Grecia, le escribe a su abuela. Qué buena forma de inculcar a los más pequeños el aprecio por las cartas, una forma de comunicación que se presta al detalle, a la anécdota, pero también a la intensidad que destilan las emociones.
Hoy día, en que los niños apenas escriben al ratoncito Pérez y a los Reyes Magos no estaría mal que aprendiesen el valor de las cartas.




También hablamos de Carta de las Islas Baladar, de Jacques Prévert y André François, un libro con un diseño y un trabajo gráfico maravilloso y una divertida historia.




Y nos detuvimos en un libro que pasó inadvertido en su primera edición pero que se convertiría tiempo después en un clásico del género epistolar:  84, Charing Cross Road de Helene Hanff. Una historia construída con las cartas que durante veinte años tuvieron como protagonistas a Helene Hanff, una lectora americana incansable y buscadora de libros especiales, y a los libreros de Marks & Co., librería situada en la calle de Londres que da nombre al libro.
La historia, llena de ironía y sutileza, es todo un homenaje a los libros de viejo, a los grandes lectores y escritores y a las propias cartas, a través de las cuales se afianza la amistad de los protagonistas. ¿Quién iba a decirle a Helene Hanff que sus cartas se convertirían en un libro, en una obra de teatro y en una película?




Transcribimos aquí una de las cartas de 84, Charing Cross Road:

14 East 95 th St. New York City

A todo el personal del 84 de Charing Cross Road:
Mil gracias por su maravilloso volumen. Jamás he tenido un libro con todos los cantos dorados. ¿Creerán ustedes que, además, me llegó justamente el día de mi cumpleaños?
Habría deseado que no hubieran sido ustedes tan excesivamente correctos dedicándomelo en una tarjetón adjunto, en lugar de escribir su dedicatoria en la página de guarda del propio libro. Pero ustedes son libreros, claro..., y se les nota: han temido que una dedicatoria manuscrita en el libro le hiciera perder valor..., cuando para su actual propietaria lo habría incrementado muchísimo. (Y posiblemente también para un futuro propietario. A mí me encantan las inscripciones en las guardas y las notas en los márgenes: me gusta el sentimiento de camaradería que suscita el volver páginas que algún otro ha pasado antes, así como leer los pasajes acerca de los que otro, fallecido tal vez hace mucho, llama mi atención.)
¿Y por qué no han firmado con sus nombres? Me imagino que Frank no les debe de haber dejado hacerlo: ¡probablemente no está dispuesto a consentir que yo escriba cartas de amor a nadie más que a él de esa casa!
Les envío saludos de América..., de esa amiga infiel que está derrochando millones en reconstruir Japón y Alemania, mientras permite que Inglaterra pase hambre. Algún día, si Dios quiere, iré a pedirles personalmente disculpas por los pecados de mi país (y cuando llegue el momento de regresar a éste, sin duda tendré que pedirles disculpas también por los míos propios).
De nuevo gracias por este hermosísimo libro. Pondré especial cuidado en evitar mancharlo de ginebra o ceniza, porque realmente es demasiado bello para una persona tan descuidada como yo.
Con el afecto de

Helene Hanff


Hicimos un breve repaso por algunas curiosidades relativas a las cartas, como la historia del hombre que se envió a sí mismo; el cómico americano que enviaba cartas surrealistas a hoteles, tiendas y empresas; las cartas dirigidas a Dios o la curiosa historia de Paco que escribió dos correos al cantautor portorriqueño Tommy Torres para que le ayudase a conseguir el amor de una chica y que éste convirtió en canción. Podéis leer todas estas historias aquí.


También hablamos de las cartas "en capilla" o cartas de capilla, escritas por presos momentos antes de ser ejecutados. Como la carta que Blanca Brisac, una de las "Trece rosas", escribió a su hijo y en la que no se advierte ni rencor ni odio hacia sus verdugos. Hiela el alma la entereza y la rectitud moral con que está escrita:

Querido, muy querido hijo de mi alma,
En estos últimos momentos tu madre piensa en ti. Sólo pienso en mi niñito de mi corazón que es un hombre, un hombrecito, y sabrá ser todo lo digno que fueron sus padres. Perdóname, hijo mío, si alguna vez he obrado mal contigo. Olvídalo hijo, no me recuerdes así, y ya sabes que bien pesarosa estoy.
Voy a morir con la cabeza alta. Sólo por ser buena: tú mejor que nadie lo sabes, Quique mío.
Sólo te pido que seas muy bueno, muy bueno siempre. Que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor y tú tienes que ser un hombre bueno, trabajador. Sigue el ejemplo de tu papachín. ¿Verdad, hijo, que en mi última hora me lo prometes? Quédate con mi adorada Cuca y sé siempre para ella y mis hermanas un hijo. El día de mañana, vela por ellas cuando sean viejitas. Hazte el deber de velar por ellas cuando seas un hombre. No te digo más. Tu padre y yo vamos a la muerte orgullosos. No sé si tu padre habrá confesado y comulgado, pues no le veré hasta mi presencia ante el piquete. Yo sí lo he hecho.
Enrique, que no se te borre nunca el recuerdo de tus padres. Que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la enseñaron a mí. Te seguiría escribiendo hasta el mismo momento, pero tengo que despedirme de todos. Hijo, hijo, hasta la eternidad. Recibe después de una infinidad de besos el beso eterno de tu madre.

Blanca Brisac


Mostramos aquí el enlace de las cartas que Fernando Arrabal escribió en 1971 al general Franco, al rey de España, a los comunistas, a Fidel Castro y a Stalin, editadas por Reino de Cordelia bajo la supervisión de su gran amigo Pollux Hernúñez.

También escuchamos algunas canciones relacionadas con las cartas. Seguro que a nadie se le escapan los temas "20 de abril" de Celtas Cortos, "Un ramito de violetas" de Cecilia, "Carta de un león a otro" de Juan Carlos Baglietto o "Carta a Ufemia" de Pedro Infante y que reproducimos aquí:




Propuesta de escritura

Entra en la página Viewat.org y bajo la publicidad que sigue a la cabecera despliega el botón "País" en cuya casilla aparece por defecto la opción "Cualquiera" y elije un destino. Procura que sea un lugar que no conoces y del que apenas tienes referencias. A la izquierda, en la misma línea donde aparece el botón de "País" verás otra pequeña casilla con el título de "Tipo". Despliega el menú pinchando en el triángulo invertido y elije si la imagen que quieres ver es un "lugar histórico", un "lugar singular", "una maravilla natural" o cualquier otra opción.
Cuando hayas hecho ambas selecciones tendrás ante ti diferentes imágenes panorámicas en 360º. Pincha en la que más te guste. Pasea por ella con el ratón (puedes moverte en diferentes direcciones e incluso ampliar la imagen). Presta atención a los detalles y afina los sentidos porque tendrás que escribir una carta a un familiar o un amigo describiéndole ese lugar, al que has viajado virtualmente y del que eres espectador privilegiado. Procura hacer referencia a los olores, texturas y sonidos que se advierten (para eso está la imaginación) en la imagen. Se trata de compartir la emoción que te supone estar ahí con el destinatario que elijas.


A continuación publicamos los trabajos que han ido llegando hasta ahora:


Niorga-taki, la cascada helada
(“Lugares espirituales” + “Japón)

Querida Niobe:      
                                                        
Creo que dentro de muy poco al fin me tendrás a tu lado más tiempo como ansías. Estoy seguro que mi búsqueda del lugar más espiritual del mundo ha concluido. No haré ni una foto por miedo a romper la magia. Me encuentro en Japón, en lo que los lugareños llaman Nioga-taki, que se traduce como la “cascada helada”. Te prometo que en un futuro cercano vendremos juntos. Pongo negro sobre blanco estas letras sobre una pequeña hornacina que parece instalada en la misma nieve, como en un túnel blanco abierto al cielo. Y si miro al frente, una cascada de nieve aparece impávida ante mis ojos ¡Oh, Niobe!, tendrías que verlo. Es la definición más pura de que el tiempo se ha detenido.  En este rincón es como si fuera sólo alma. Ya te daré más detalles. No me demoro más, mis dedos se entumecen por el frío. Pero después de tanta búsqueda, no quería dejar de escribirte unas líneas in situ, mi paciente Niobe. Espero hacerte llegar un poco de la excitación y la paz que siento a la vez.
Por fin ya tuyo por completo:

Andrómaco.

Miguel Ángel Pegarz
Grupo B


El Cementerio de la Catedral en Lomza, Polonia
(Lugares singulares + cualquier país)

Querido Mateusz,

No he sabido frenar el impulso que me ha llevado a escribirte. Lo hago bien entrada la noche y aún saboreando el salado rastro que han dejado las lágrimas en mi boca.

Acabo de llegar del Cementerio de la Catedral en Lomza. Esta comezón que me ahoga por dentro me ha guiado hasta este lugar, en busca de consuelo junto al abuelo Andrzej quién, ya sabes, allí descansa. He tomado la decisión tan repentinamente que me he dejado caer por el camposanto a última hora, apresurada y con el pelo enmarañado.

No te imaginas mi sorpresa cuando me encontré el cementerio tenuemente iluminado por miles de pequeños faroles. Refulgía en la oscuridad como un ente sobrenatural arropado, a su vez, por el brillo de la ciudad en el horizonte. Dentro, la luz brotaba de la tierra y se perdía en el cielo nocturno moteado por miles de puntos plateados. Mi prisa se relajó al entrar. Arrastré los pies por largos pasillos regados de tierra y hojas secas mientras las tumbas se extendían a izquierda y derecha y acompañaban mi paseo con su frágil titileo.

Estuve un rato buscando a mi abuelo. La vorágine de sentimientos que tenía dentro me hacía creer que tras aquel encuentro, tras el visto bueno del viejo Andrzej, reuniría el valor de dejarte en el pasado. Nunca fuiste santo de la devoción de mi abuelo, ¿sabes? Yo sigo preguntándome cuándo dejaré de recordarte como lo que pudo ser y no fue.

El silencio en mi soledad era tal que, según avanzaba, parecía escuchar en voz alta mis pensamientos más profundos. No te haces una idea. Pero era una paz engañosa: al caer la noche, el viento revolvió los árboles y de la tierra surgió una humedad terriblemente penetrante. Te imaginé a mi lado, echándome la bronca como antes. Y habrías tenido razón; lo cierto es que me llevé una chaqueta demasiado fina.

Di unas cuantas vueltas hasta encontrar al abuelo Andrzej. La presencia de miles de faroles aquí y allí me confundían: parecía que, mirase donde mirase, me topaba con las mismas cruces, los mismos nombres, las mismas flores. De estar conmigo, hubieses dudado también. Las hojas que rodeaban la tumba protestaron según me acerqué. Por la presencia de las velas y el vivo aroma de las flores, deduje que mis primos habían estado de visita no hacía mucho. A decir verdad, hace meses que no les veo.

Me senté en la pequeña banqueta de madera situada a los pies de mi abuelo. Y me eché a llorar. En silencio, de la misma manera que vuelvo a hacerlo ahora. Mateusz, desde nuestro último adiós he dejado de sentir los días pasar. Se ha desdibujado tanto la línea del tiempo… Ni siquiera evocar a mi abuelo y sus “este chico no te hace bien” o “búscate uno que te quiera de verdad” me ayudan ya. Bien intuía el viejo Andrzej el final de esta historia. ¿Qué veía él que nunca vi yo?

Me cuesta creerlo. Me niego a creerlo. No quiero cerrar esta etapa de mi vida. Todavía no. Te extraño, Mateusz.

Si aún te acuerdas de mi nombre, en la distancia o en la cercanía, te lo pido por favor: házmelo saber.

Tuya,

Agnieszka

En este enlace podéis ver la panorámica del Cementerio de la Catedral.

Beatriz González
Grupo B


Monte Fronté

Hola hermana:

Te escribo esta carta para saber qué tal estás. Yo estoy disfrutando de unas auténticas vacaciones en el Monte Fronté.
Llegue el lunes y me quedaré otra semana.
Me hubiera gustado -como te dije en persona- que hubieras tenido la oportunidad de conocer el Monte Fronté.
Aquí hace frío. Cuando llegué el lunes por la mañana estaba nevando y aún continúa. Te voy a enviar unas fotos.
Por el Monte Fronté he notado que huele a humedad y a pueblo, Por aquí he notado esa tranquilidad que necesitaba. Nos vemos a la vuelta.

David Álvarez
Grupo B


Caldera de Santorini

Estimado Tiresias:

Espero, que al recibir ésta, estés bien, yo bien gracias a Dios.

Aunque habrás adivinado donde estoy, te escribo esta carta para decirte y contarte lo que he sentido esta tarde viendo el maravilloso atardecer que me deparó este día de agosto.

Estoy sentado en una silla de anea pintada de azul profundo, el calor sofocante hace que la camisa se pegue a mi espalda. Observo el paisaje inenarrable que tengo ante mis ojos ya lo decía Laurence Durrell que la realidad es tan asombrosa que prosa y poesía por muy prodigiosas que sean, siempre le irán a la zaga.

Estoy en un volcán extinguido de mármol blanco. El aire parece impregnado de un olor a sulfuro y la calima hace que la sensación sea agobiante, incluso yo diría una sensación diabólica con el sol reflejándose en el espejo gris del mar.

No es extraño que por estas islas digan que tenían su guarida los vampiros que asolaban la Grecia continental.

En el agua, ahí abajo, veo trozos de piedra pómez flotando y golpeando los cascos de los barcos que surcan el cráter inundado del antiguo volcán. Las piedras de los escarpados acantilados se asemejan a figuras de plastilina moldeadas por antiguos atlantes en estas rocas tan dúctiles.

A mis pies se despliega una escalera que baja desde un hermoso pueblo y se pierde entre los muros de un faro pero no se ve donde termina, la luz rojiza de la tarde me la figura como la escalera que desciende al averno.

El olor es primitivo, no huele a flores ni a intervención humana, huele a sulfuro, a mar salada, a cal ardiendo .La única intervención humana que se ve es un pueblo blanco y azul que cuelga, a mi derecha, de un risco y que parece que se vierte sobre el Mar; no lo veo entero pero adivino lo difícil que tiene que ser llegar allí.

Me llama la atención, cuando el sol va cambiando el color del paisaje del rojo fuego al negro pasando por el cárdeno arrebatador. A mi espalda va saliendo la luna y convirtiendo la tierra en el espejo tenebroso y blancuzco.

En algunas de esas islas, en la penumbra, se van viendo penachos de de humo que salen de la tierra como reminiscencias del antiguo volcán y parecen calderas cocinando los escuálidos pescados de estas aguas.

La brisa de la tarde hace más llevadera la noche y acudo a mi botella de ouzo para dar por terminada esta tarde que te cuento a ti Tiresias adivino aunque ciego.

Lucio Gómez
Grupo A


Vuokatti. Finlandia
Querida:

Aquí estoy en este confín del mundo donde me voy a recluir –a la intemperie-, para tratar de entender un poco mejor el porqué de las cosas, alejándome de mi realidad cotidiana, como tú aprobaste, con el fin de verla más claramente desde la distancia.

Llegamos anoche, y apenas tuvimos tiempo para reconocer las instalaciones del albergue, de lo más cálidas y confortables, y deshacer las maletas. Esta mañana hemos tomado, al amor de la chimenea, cómo no, un desayuno energético y reconfortante, de esos que te ponen las pilas y parece que te reconcilian con el mundo, a base de café de la abuela –vikinga-, tajadas de carne de foca a la brasa, frutas como caídas del cielo, multiplicación de panes, huevos prehistóricos con permiso de García Márquez, y compotas que se diría según la receta de alguna abadía medieval.

Con la tripa bien abrigada por dentro, y tapados hasta los ojos –con gafas de sol para evitar el deslumbramiento de la luz y la nieve- por fuera, hemos salido a dar un primer paseo de reconocimiento. Más que en la distancia, la primera impresión es que hemos hecho un viaje en el tiempo, esta parte del mundo no parece haber cambiado desde el primer día de su creación. Es una manera de hablar, ya sabes que me pierden las metáforas. Pero sí, es como un viaje a los orígenes, a los del futuro, quizá, una especie de extrañamiento, como si la ruleta del tiempo te hubiera llevado muy, muy lejos, y no tuvieras ni idea en qué dirección.

A través de un bosque helado de abetos, cipreses y abedules –según el folleto-, caminando por veredas, puentes y pasajes con traviesas de madera, hemos llegado a un mirador desde el que se puede disfrutar de unas panorámicas absolutamente cautivadoras. Un cielo claro y luminoso que tiñe de reflejos azulados todo lo que toca; un páramo, o más bien una especie de tundra helada al fondo, salpicada de bosques, lagos y monte bajo, en el horizonte; y aquí en la distancia corta lomas y hondonadas cubiertas de árboles nevados, que parecen arquitecturas góticas o diseños de Gaudí. Espectros?, fantasmas?, al contrario, la pureza y la transparencia del aire, la luz tan limpia, y los perfiles azules que parece que dibujan las cosas, convierten todo lo que nos rodea en una especie de híper-realidad, perfectamente nítida, como atrapada en un cristal.

Aquí, la obra humana que está a la vista, albergues, cabañas, puentes y caminos, incluso este mirador, que parece un pabellón de música con algo de pagoda oriental, está casi toda hecha en madera. Por fuera, la nieve lo iguala todo, como un gigantesco sudario, eso sí, palpitante de vida.

Te explico –para que lo entiendas a la perfección tú, tan golosa- la sensación de pisar la nieve virgen en el camino que a través de estos bosques nos ha traído hasta aquí. Es como si el suelo fuera una cama de hojaldre cubierto de polvo de azúcar. Dan ganas de pisar a cámara lenta, para sentir el crujido como deletreándose, -la impronta del sonido-, al mismo tiempo que te da reparo poner la bota en el suelo, ensuciar, quebrar ese manto virgen. A la vez, sientes el instinto depredador, el ansia de tomar posesión, hincar el hasta de tu bandera y llevarte a la boca todos esos pasteles de nata y láminas de chocolate blanco. Pero hay que andarse con pies de plomo, y mirar siempre por donde vamos pisando, porque en muchos recodos del camino las zonas de sombra, las orientadas al norte si tiene algún sentido decirlo en este punto del globo, o el capricho traidor de la naturaleza, hace que puedas pisar en un descuido una placa de hielo, o de nieve endurecida, y te des un buen costalazo, o te partas la crisma. Se te puede quedar una cara muy deslucida, como al payaso al que plantan inopinadamente –para él, no para el resto del mundo- la tarta en la cara. En el peor de los casos, si te ocurre mientras caminas solo por alguno de estos vericuetos, aunque no te hayas alejado mucho de las cabañas, puede que en pocos minutos la naturaleza haya hecho un vaciado en yeso de tu figura yacente, y te cubra con el sudario bajo el cual ya no palpita ningún rastro de vida.

Te mando una postal con el paisaje que se ve desde el mirador. Es posible que encuentres mis palabras fidedignas, ajustadas a la imagen, reales. No lo creas, es todo inventado, pura ficción. Cuando escribimos no hacemos otra cosa que perpetrar por enésima vez eso que últimamente se ha puesto tan de moda, un selfie. La realidad, la busquemos donde la busquemos, y yo he venido aquí tan lejos tras sus pasos, siempre está en otra parte. Se escabulle, nos toma un poco el pelo, juega con nosotros: - frío, frío. Y yo desde el mismo centro, desde el corazón del hielo, te envío mis besos.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Paisajes urbanos. Argentina

Querida Paula,

Te escribo esta carta, desde Rosario. Sé que eso puede enfadarte por varios motivos. El primero, no es Buenos Aires. El segundo, no estás conmigo.
Sabes que conocerte fue reconocer en mí lo que supone Argentina, y que tú no hiciste más que embellecer eso. Ahora hace tiempo que no hablamos. Asumimos que fue lo mejor para los dos, pese a que nos costase. Pero era inevitable que acabase cumpliendo mi designio con este “tu” país, que no ha hecho más que mandarme ráfagas de luz desde hace años.
Y aquí, ando, en Rosario, recién llegado tras un vuelo interminable. Dos novelas terminadas. La noche de la Usina de Sacheri, que como siempre me endulzó, y me hizo amigo de sangre de sus personajes (a parte de conseguir que casi secuestre el avión para llegar antes a Argentina). Juego y Distracción de Salter, sublime en la descripción de paisajes y momentos. Éste último, "descriptora" porteña profesional, creo que te va a encantar.
Sobre paisajes va esta carta. Es domingo, miro Rosario desde mi ventana, y lo que veo no dice grandes cosas. Edificios, y más edificios. Ladrillo, estructuras desiguales, muchas humedecidas, grises, desvalijadas. Imagino en ellas desenlaces, miles de historias y acontecimientos, unidos a personas y familias. El paso del tiempo. Y mi parte "barriera" se siente cómoda, pese a lo poco excepcional de la primera vista. He de imaginar, no obstante, porque la sensación en el ambiente es de vacío, olor a huida, una textura de toque de queda, pese a que el sol ya es evidente. No puedo por menos que acordarme de vuestros toques de queda. Aquellos que me contaste marcaron tu infancia a fuego. País que retorcía hasta el nudo, a todo aquel sospechoso de nada, o sea de todo. A eso me lleva el paisaje que veo. Y no quiero. No quiero darles ese gusto a los verdugos.
Si miro hacia la derecha, a unas cuatro cuadras (viste?) diviso una pequeña arboleda. Desde aquí me parecen álamos. Forman unas especie de fuerte, (sí que sean álamos) entre lo huérfano del resto del paisaje. ¿Qué protege el fuerte? Me conoces, sabes que iba a decírtelo. Protege la cancha. Los álamos, mis álamos rosarinos son una cancha de domingo, donde ya niños y niñas juegan al fútbol con sus padres. No de cualquier manera, claro (si es de cualquier manera no vengo). Los partidos se hacen de siete contra siete. Juegan también madres (de la Plaza de Mayo, que pasan el fin de semana en Rosario). Una de ellas, que no es madre, sino abuela, hace de árbitro. No va a pasar ni una (si no le pasó ni una a esa panda de militares asesinos hijos de puta) Las reglas son claras. Se juega fútbol de potrero, no europeo (si no, no vengo). Tres toques máximo, pero obligatorias también las fintas, los regates, el tango del quiebro. Si cada tres toques no hay un tango, la abuela para. Dos infracciones al arte, expulsa. Los goles importan menos. Así están jugando en mi arboleda de álamos, mientras fuera, la nada. Si acaso algunos zombies que deben de estar ya caminando por las calles desiguales y desiertas de Rosario, en busca de empanadas, sustitutivas de personas. Porque personas, no veo, no hay.
O sí las hay, pero en el edificio blanco que veo también a mi derecha. Otro oasis entre el desolador paisaje. Un edifico de blanco luminoso, que contrasta, afortunadamente, con los marrones y grises de los vecinos de al lado. Es un museo. Yo sé que es su museo. Puede ser la ciudad más común de la tierra, Rosario. La prueba la tengo antes mis ojos, y sin embargo siempre será excepcional. Muchas ciudades parieron personas capaces de incitar, evocar, empujar a diversas acciones mediante su ejemplo. Aquí nació el evocador de igualdades, de la justicia con mayúscula. Muchos no están de acuerdo, pero no han viajado conmigo, ni describen mi paisaje, así que aquí no existen (como los rosarinos).
Porque en mi paisaje, hasta los zombies comiendo empanadas se dirigen a pasar un rato de domingo al Museo Che Guevara, y prestar sus honores al guerrillero eterno.
Guevara y potrero, por eso empecé en Rosario.

Te seguiré contando, compañera. Espero no me guardes rencor. La semana que viene estoy en Buenos Aires, y tengo intención de visitar Floresta. Ahí sí me va a pesar de verdad que no estés.

Sólo pienso que fue lo mejor para los dos, ¿no?

Con mucho cariño

Ángel.

PD. Ché mina, al pedo. ¿Y si te venís?

Néstor Valverde
Grupo A


Arquitectura emblemática, Turquía

Querida Vieja:

Ya llegamos a Uçhisar. Aunque parezca extraño, de alguna manera, me recuerda a Salamanca. Las piedras, la maleza amarillenta sobre la tierra arenosa, los tejados, incluso las ruinas, no son muy diferentes de lo que veo desde el cerro de San Vicente. Sin embargo, el aroma es distinto, más limpio. En Salamanca, por las mañanas siempre me daba aquel tenue olor a alimento para animales, a granja. Aquí no huele a nada. Es como si el sol hubiese secado el perfume de la tierra. Trato de mantenerme a la sombra y protegida, pero el calor es penetrante y cuando la luz me toca siento cómo me quema la piel.

Aún no nos acercamos al famoso castillo de Uçhisar, pero ya voy viendo que la piedra también es diferente. En Salamanca, todo siempre lucía dorado y cálido, pero aquí es todo de un blanco ardiente, y no se pueden distinguir bien los contornos. Las formaciones rocosas se solapan con las viviendas.

Yo quería dar una vuelta por mi cuenta y tomar un par de fotos con calma, pero me daba miedo separarme del grupo. Veo muchos letreros y no entiendo lo que dicen, pero se percibe que son advertencias de peligro. El mismo paisaje parece anunciar una desgracia. Todo luce abandonado, frágil, como si de repente esas construcciones, en apariencia sólidas, fueran a derrumbarse. De hecho, me he topado con algunos montículos de ladrillo que parecieran la secuela de un terremoto. Entre los montículos, hay unos barriles de metal azules y vigas de madera aquí y allá, como si alguien hubiese empezado un trabajo y lo hubiese dejado a medias.

Además, tengo la impresión de que en un descuido uno podría caerse: el suelo es empinado e irregular, y no hay nada parecido a una baranda.

Más allá, se extiende un campo de rocas que cual cuchillos afilados se alzan sobre la hierba quemada. A lo lejos, se distingue un pico nevado. En realidad, es un volcán, el Erciyes Dağ. Ahora duerme, pero en su momento, fue uno de los artífices de este paisaje majestuosamente árido.

En el lugar donde nos encontramos ahora, hay un par de casas, pero no he visto a sus habitantes. Aunque podría pensarse que se trata de ruinas, estoy convencida de que aquí vive gente. ¿Cómo, si no, habría macetas con flores y enredaderas trepando por las casas? Florecillas de un lila claro en las macetas y de amarillo y violeta brillantes en la enredadera. Si en este paisaje inhóspito hay flores, esa clase de flores, entonces debe haber quien vele por ellas.

Mañana te escribo un poco más.

Y mucho,

Marú

Ismarie Díaz Flores
Grupo B


Querido abuelo

Mi muy querido abuelo:

Tú llenaste de comprensión y cariño toda mi infancia y toda mi adolescencia hasta el triste momento que nos dejaste.
Siempre estabas a mi lado con la frase justa en el momento justo y añadiendo esa admiración que los abuelos sienten por sus nietos y que te envuelven para que te sientas protegida y fuerte.
Ahora que soy abuela comprendo mejor la buena relación que existió entre nosotros y te agradezco cuanto me trasmitiste porque ahora sí que estoy realizada como abuela.
La vida tiene sus etapas.
Ser nieta es el comienzo.
Ser abuela la culminación y una experiencia muy bella que te da la vida.
¡Ojalá consiga estar a tu altura!

Gracias, abuelo

Alicia González
Grupo A


Reloj de sol. Parque de Rachais Meylan
Querido Javier:

Un juego de luces desfila en mis pupilas.
Siluetas de cielo descubren la belleza de una imagen, despierta a la
inquietud.
Colores de cristal irradian el paisaje.
Parque de ilusión adorna la distancia con formas de un sentir.
Tu voz descalza mis recuerdos, añora tu presencia.
Espacios luminosos despliegan mi mirada, que vive el fuego de tu tacto.
Preñada de tu piel, hilo mis deseos en un parque de sonrisas.
Viaje virtual me une a tu interior, donde siento tu presencia.
Deshecha por la ausencia de tu piel, despido mi latir en tus brazos invisibles.

Con todo mi amor. Sofía.

Sofía Montero
Grupo B


Ankasy, Madagascar

Hola Eva

Disculpa que no tengas noticias mías pero necesitaba esconderme unos días para tomar fuerza y volver a empezar. Hoy me ha hecho salir de mi silencio el paisaje que he vivido y necesitaba contártelo porque sé que te encantaría estar aquí.

Estoy en una playa de arenas blancas y tan sólo veo a una familia de pescadores en su barca ,donde un niño está sonriéndome y me transmite paz. A mi derecha está el mar tan azul y tan vivo que al cerrar los ojos siento en mi boca todo su sabor, la sal que siempre me devuelve a mi infancia.

El sol calienta bastante y me invita a meter los pies en el agua, mientras me agacho para coger la arena…¿Recuerdas cómo nos gustaba cuando éramos niñas cogerla? Ahora siento el tacto frio de esta arena mientras se desliza entre mis dedos a la vez que oigo como el mar susurra, con su lenguaje particular, invitándome a dejar volar mis sentidos.

Ojalá estuvieras aquí, nos tumbaríamos y miraríamos hacia el cielo, que hoy se ven tan azul que en el horizonte se funde con el mar. Esperaríamos que aparecieran nubes para poder inventarnos figuras con ellas. Y haríamos castillos en el aire…

Pronto iré a verte

Mª José MarínGrupo A


Nei pressi della Rocca Niera

Mis queridos amigos:

Desde esta cumbre en la que me encuentro, me siento tan grande y cercano que podría alcanzarlo todo.

Aquí arriba, los problemas se plantean con una ecuación muy simple y la mirada es un lago de ondas cuya fuerza no se pierde en el horizonte.

Un soplo ha esparcido algodón y una sacudida extendió un manto de terciopelo que recubre los brotes de las entrañas de la tierra. El mayor de ellos, el volcán, es hermano y sus laderas verdes tostadas se motean de árboles. Y en la cima, una imagen de piedra expuesta al capricho de la naturaleza nos protege con los brazos abiertos.

Huele limpio, fresco, a olvido y a recuerdo a blanco y a azul, a inmensidad a Dios. Se puede escuchar el canto de los océanos lejanos, el himno de los pájaros, las bombas de Bagdad, el llanto de Omran y sentir el beso de las nubes y el deseo de que la luz se disperse en gotas de paz.

Antonia OlivaGrupo B


Desde Nilsia, Finlandia. En un lugar espectacular:” Etude in orange and blue”
¡Hola Gonzalo!

Te prometí que allí donde sintiera más emoción, que el paisaje o monumento, o cualquier situación de la vida cotidiana, me llevaran a pensar que me gustaría quedarme y, me gustaría que tú lo disfrutaras conmigo, “estaría” un poquito contigo, ¡ya sabes que la abuela cumple!

Hemos disfrutado y saboreado juntos momentos espectaculares que nos ha brindado la naturaleza; ¿Te acuerdas de las puestas de sol en la ría de Arosa? ¿O cuando contemplamos los picos de Europa?, sentimos emoción, era un espectáculo ¡wow! de mareo, dijiste; pues esto es ”bueno no, lo siguiente”, como decís ahora.

Voy a intentar transmitirte la embriaguez, esto sí es de mareo, que he sentido dese este lugar; lo primero sentir el sabor de estos climas helados, sentir la brisa fría, que vigoriza; a mí alrededor veo un manto de nieve inmaculada, brillante cual espejo, tanto es así que el cielo de un azul diáfano se refleja en ella, regalándole parte de su azul y, allí de pronto aparece un gran árbol, un árbol que parece de oro, tales son los destellos que desprende y que también regala a la nieve su colorido. ¿A que ahora entiendes el nombre de ese lugar “Orange and blue”?

Supongo que muchos pinceles habrán tratado de captar estos colores, pero lo que no han podido transmitir es la serenidad, la paz, el gozo que se siente aquí.

Bueno Gonzalo, no me puedo enrollar, me esperan, aquí hay mucho que ver. Un besazo de la abuela.

Inés Izquierdo
Grupo A


Desierto del Sáhara (Egipto)

Querida prima:

El desierto siempre me ha llamado poderosamente la atención. El desierto: aquel espacio aparentemente sin vida, de color amarillo o rojizo, inmenso, modelado por el viento y en el que un sol inclemente castiga a diario a aquellos que se atreven a vivir en él.

He tenido la oportunidad de visitarlo y es, sin lugar a dudas, uno de los paisajes más bellos y desconcertantes que he visto. Me ha sorprendido ver como la vida florece hasta en los lugares más inhóspitos de la Tierra. No hablo sólo de camellos, dromedarios y cactus. Aquí también hay palmeras, lagartos, escorpiones, serpientes y pequeños ratones. Además, he apreciado como las rocas adoptan las formas más extrañas después de que el viento llevé milenios esculpiéndolas.

Sin embargo, aparte de este calor asfixiante, lo que más me ha impactado es el silencio. No oigo ningún coche, no oigo como se agitan las ramas de los árboles, no oigo música, no oigo a nadie hablando…Sólo estás tú y la naturaleza. Tampoco me distraen los olores. No percibo ni el humo de los coches, ni el olor de la comida recién hecha. Únicamente puedo contemplar este maravilloso infierno.

Besos.

Óscar Fernández
Grupo B


Cabo Sao Vicente. Algarve (Portugal)

¡Hola a todos!

Diréis que ya es hora de que mande una postal diciendo donde estoy.
El año anterior cuando estuve haciendo el Camino de Santiago, al llegar a Finisterre, disfruté de un atardecer sorprendente y me propuse para este año ir a otra parte distinta, y aquí estoy en el Cabo de Sao Vicente, contemplando como el sol desaparece despacito en el horizonte, expandiendo su color rojo sobre el mar, parece un Ovni que se esconde en sus entrañas.
El cansancio en las piernas al cabo de una semana se nota, pero el disfrute de libertad en estos parajes es impresionante, tu solo con la naturaleza, el olor del mar, de romero, de tomillo o lavanda, mientras descubres playas escondidas o acantilados verticales.
Ya os enseñaré cientos de fotos, ahora voy a ver si como algo y me inspiro en algún relato.

Os quiero

Luis Iglesias
Grupo B


Praga

¿Recuerdas cuando escuchábamos la canción de Sabina Cristales de Bohemia y soñábamos con viajar a Praga? Pues te escribo esta carta a la orilla del Moldava tomándome una cerveza de barril en la terraza del Klub Lauvka. Está anocheciendo y la vista es espectacular, el azul del cielo es indescriptible y se refleja en el río con una veracidad abrumadora.

Al fondo veo el Castillo de Praga, ya está iluminado y su imagen se eleva imponente. Lo he visitado esta mañana y me gusta verlo ahora desde lejos, me ha impresionado su grandeza y majestuosidad, en él han residido los reyes de Bohemia y los emperadores del Gran Imperio Romano Germánico , así como los presidentes de Checoslovaquia y de la República Checa. Pero no es lo que más me ha gustado de este gran conjunto arquitectónico, sabes bien de mi gusto por las cosas mas simples pero cargadas de historias. Me ha fascinado pasear por el Callejón del Oro, una calle llena de encanto, de casitas de colores, casi minúsculas en las que antiguamente vivían los grandes orfebres de la ciudad y que ahora ocupan tiendas de artesanía. Como curiosidad decirte que en una de ellas vivió Kafka, concretamente en el número 22.También he visitado la Torre de la Pólvora, que a parte de lo obvio, fue usada como laboratorio de los alquimistas de Rodolfo II, un rey obsesionado por el ocultismo, por lo que durante su reinado la ciudad se llenó de alquimistas, matemáticos, astrónomos... sin duda dándole ese aire mágico y oscuro que todavía pervive.

Ahora estoy al otro lado del río, un río que sin duda es centro e hilo conductor de esta ciudad que se asienta en sus dos orillas como quien protege un tesoro. Y hasta aquí he llegado paseando por el Puente de Carlos, que ahora queda a mi derecha. Es el más antiguo de la ciudad y se alza sobre el río como encaja la corona en la cabeza de un rey.

Doy un sorbo a la cerveza, áspera, amarga, fuerte, que me raspa la garganta, mientras a mis oídos llega el sonido de acordeón de un músico callejero que está tocando en un terraza lejana. Y por un momento deseo que estés aquí conmigo. Es un instante fugaz, de debilidad transitoria que me permito porque es inevitable y tampoco lo quiero evitar.

Ay Praga, Praga, Praga...

Beatriz Gorjón
Grupo A


Carta desde Ilusissat
Odiado pasado:

Te escribo ésta, mi última carta, para decirte por escrito lo que no he podido hacer de palabra: despedirme de ti. Desde hace tiempo, mi existencia ha estado dando tumbos. Mi última y, creo mi más acertada decisión, ha sido poner tierra de por medio entre los dos. De otra forma, jamás podría haber salido de ese agujero negro al que, voluntaria o involuntariamente, no lo sé, me empujaste.

Estoy en Ilulissat, Groenlandia, donde la inmensidad blanca contrasta con la oscuridad que me rodeaba. Y es justamente en este lugar donde he decidido romper contigo, que me hacías tanto daño.

No podrías imaginar la paz que se respira aquí, en esta inmensidad de agua y hielo, lejos del ruido, la rapidez y el estrés que respiraba en mi vida diaria. El tiempo aquí parece no existir. Sus pocos habitantes disfrutan del momento. El mañana no existe. Las preocupaciones no les pertenecen. Sólo importa el ahora.

No te voy a engañar, hace frío, mucho frío. Mis extremidades están ateridas. Sin embargo, no por culpa de los bloques helados que divisan mis ojos. Llevan así, inmóviles, mucho tiempo. Pero, no te preocupes. Aquí, lenta y paradógicamente, van entrando en calor. Porque el frío del que te hablo es diferente a ese que habitaba dentro de mí. También es diferente a ese frío que nos visita cada año y nos obliga a buscar un calor artificial en lugares y brazos ajenos. Aquí el frío está acompañado de belleza. Te invita a respirar, a disfrutar. Es un imán de felicidad que te atrapa, que no te deja escapar.

Mientras te escribo, no dejo de admirar esta pureza que se desprende. Todo es blanco y azul. Sin embargo, los habitantes de este lugar hablan de tonos que soy incapaz de distinguir. Pero lograré diferenciarlos. Y haré mía esa pureza que ahora contemplo. En nuestro propio encuentro, serás capaz de admirarla a través de mí. Aunque para ti será inalcanzable, tanto como la distancia que nos separa en este momento.

Tu hasta ahora tuya

Toñi Martín del Rey
Grupo A


Carta

Madagascar, febrero de 2017

Querido David, Nosy be

¿Qué tal todo por tierras queridas?
Salamanca, Zamora... ¿Sigues con tantas clases dirigidas como tenías antes?
Madre mía, grandullón como se pasan ¿no?
Pues aquí todo es naturalmente bello, sales a la ventana y respiras naturaleza.
La verdad es que desde que se fue Sergio, estoy algo triste algo que ya sabrás, porque lo hemos hablado y me conoces.
¿Alba está bien, no? desde mi ventana, lo ves todo verde, campos de flores rojas al fondo.
Un arroyo no muy cercano, que suena como un cascabel.
Ya ves, David que vacaciones me pego.
Os echo de menos a todos.

Un abrazo fuerte desde Madagascar,

P.D. ¿Quieres que te lleve al volver un canguro? Te haría compañía jeje.

Iria Costa
Grupo B

1 comentario:

  1. BEATRIZ:
    El final me descoloca mucho. Yo creo que abusas del "mi", sobre todo el la primera mitad.
    DAVID:
    No sé nada del Monte Fronté, excepto su nombre. Pienso que debiste extenderta algo más.
    LUCIO:
    Me has hecho ver el lugar. Me gustó mucho.
    IGNACIO:
    Me chirría el "recluído" del principio. El "Hasta" es "asta". Por lo demás yo eliminaría muchas acotaciones, creo que el texto merece una poda que lo deje menos recargado. Demasiados detalles que no aclaran.
    NESTOR:
    No sé que decir.
    ISMARIE:
    Me gusta la descripción. El último parrafo me queda algo forzado.
    ALICIA:
    Bonito homenaje familiar. Es algo muy personal como para comentarlo desde el punto de vista de la escritura.

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