Cicatriz. El dolor en la literatura

El lunes pasado olía a yodo y mercromina en la sala de fondo local de la biblioteca de la Casa de las Conchas. Pero también olía a gasas, tiritas, a pasillo de hospital, incluso a formol.
Dentro, un grupo de amantes de las palabras, buscaban la manera de cicatrizar las heridas abiertas por el amor, la muerte o la propia vida, como señalaba Miguel Hernández en uno de sus poemas.
Iniciamos la sesión auscultándonos con el poema "Llegué por el dolor a la alegría" de José Hierro:

Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
un misterioso sol amanecía.

Era alegría la mañana fría
y el viento loco y cálido que embiste.
(Alma que verdes primaveras viste
maravillosamente se rompía).

Así la siento más. Al cielo apunto
y me responde cuando le pregunto
con dolor tras dolor para mi herida.

Y mientras se ilumina mi cabeza
ruego por el que ha sido en la tristeza
a las divinidades de la vida.


Hicimos después una "Radiografía del dolor en la literatura"de la mano de Jaime Cedillo. Hablamos de Mortal y rosa, de Francisco Umbral, de "Diario de una enfermero" de Isla Correyero, de "Estar enfermo", un homenaje de Luna Miguel a Virginia Wolf. Y nos detuvimos un buen rato en el dolor de con el libro de poemas Canal de Javier Fernández.




Y compartimos algún analgésico literario como "Poética" de Isla Correyero, un fragmento de "Mortal y rosa" y un poema que mencionamos pero no aparecía en la ficha de trabajo titulado "Tanto abril como octubre" de Jorge Richman, texto que se inicia con la cita de Alejandra Pizarnik «Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo» y que nos sirvió como pretexto para la tarea de escritura. Los transcribimos aquí, en ese orden.


Se necesita desesperación para crear. Una portentosa alteración
al filo de la ferocidad y la tragedia. Se necesita el estremecimiento
que tense la cuerda de vivir. Que de lo innumerable a lo sagrado aten
la cuerda todas las sábanas de la muerte y de la enfermedad.
Para escribir, aún más se necesita la desesperación, el ruido infatigable
de los cascos , bien lo sabia la PLATH, que sufrió el desenfrenado
acontecimiento de la duda, esa inseguridad irracional que buscaba
la percepción más radical de lo biológico.
Se necesita, como dijo Yeats " Que el poeta cante con tales aires que
creamos que tiene una espada en el piso de arriba... que la pasión
del verso surja del hecho de que los actores están conteniendo
la violencia o la locura, conteniendo la pasión histérica . Todo depende
de esa capacidad global de contener."
Contener y soltar.
Tensar y disparar cada palabra como si el nudo de la garganta se
deshiciera para el amor o la melancolía.
Necesitamos que los limpios de corazón y de escritura acaben con
la plaga de los perversos y los mercaderes.
Que escriban los limpios y los voladores con su única inocencia natural
y sean salvados de las garras criminales de la impaciencia.
Se necesita la conciencia de la desesperación.
La oscuridad deslumbradora de la desesperación.
Crear lo numinoso del sacrificio y la tragedia: un proceso
extraordinariamente vivo hacía las premoniciones y la regeneración.
Debemos ascender del estremecimiento en su luminosa
cadena bioquímica.
De la más profunda y lejana religión de las atmósferas,
advertir el alimento que nutra nuestra causa para crear un aura convulsiva equiparable a la revelación del conocimiento que obtendremos.
Se necesita la desesperación para mirar, para encerrarse,
para abrir los oxígenos, para callar y para hablar, y desobedecer.
Para amar desesperadamente y para obtener la única dulzura de la
Naturaleza.
Encontraremos el instinto y el impulso más deseado para la laringe.
El ritmo de la pobreza. La soberbia valiente de los pobres y los tímidos.
No habrá comodidades para el desesperado.
No habrá referencia definitiva. No sombra igual a otra. No certidumbre.
No quietud ni beneplácito de nadie.
Solo búsqueda, incertidumbres, desasosiego, decepciones, sombras
y más sombras diferentes.
Jamás conoceremos el consentimiento y la conformidad de nadie.
No hay ninguna recompensa.
Es un camino solitario y altísimo.

* * *

Tu cuerpo es un hermoso fragmento
de no sé qué grandeza rota.
El cesto de frutas de tu vida
se renueva por sí solo todos los días.
En tu boca destrozada habla la tristeza del martes
y en tus dedos minuciosos arden páginas de luz.
Le abultas al mundo como una planta excesiva
y dejas magnitudes de olor por donde nadie pasa.
Has oxidado el aire con tu cansancio,
has enterrado todos los clarinetes,
tienes senos destruidos como la antigüedad
y muslos de cosecha que le pesan al día.
Busco en tu alma un tabaco de infancia,
busco en tu sexo un mar desalentado
y comprendo que los muertos, realquilando tu casa,
hacen un poco más alegre
el destrozo del amor y el abandono azul de la cocina.

* * *

1
Tanto dolor escrito en este cuerpo.
Tanta luz anegada en estos ojos claros.
La rosa es sin porqué
—ya lo sabías.
El dolor nunca tiene para qué.

2
En el hospital el tiempo es otro tiempo.
Sigue pautas distintas:
leche caliente a las cuatro y a las once,
desayuno a las nueve,
tantos medicamentos en vasitos de plástico,
tomar la tensión por la mañana y por la noche,
visita de los médicos a las diez más o menos,
la comida a la una, tan temprano...
Lo que desaparece es la impaciencia.
La habitación es un vagón de ferrocarril
y el tren no va a llegar a su destino
antes de tres semanas.
Una visita ha observado
que el Madrid que se ve desde este piso décimo
es un óleo de Antonio López.

3
Después de la mitoxantrona
orinas azul.
Cerca agoniza un muchacho
a quien han serrado la pierna en la cadera:
cercenada pesaba treinta y cinco kilos,
más peso que el resto de su cuerpo ahora.
Un mesmerizador lo hipnotiza
para que no quiera morir
aunque se muere.
Tú orinas un azul
contiguo a esa agonía.

4
Estas enfermedades se llevan muchas cosas.
Lo que queda
me atrevo a llamarlo esencial.
Por ejemplo: estás viva. Te amo.
5

El café con leche cuesta ochenta pesetas.
El zumo de naranja natural, doscientas.
Un litro y medio de agua
mineral cuesta ciento veinticinco.
El tratamiento —que paga
la Seguridad Social— de seis a ocho millones.

6
A veces he pensado que ya estabas muerta
y yo vivía alguna vida sin ti,
quizá con otra mujer.

La libertad de un duelo.
Me imagino releyendo los cuadernos de tu mano
escritos con esa letra que tú juzgabas tan fea.

Entonces me doy cuenta de que esa vida
es un pozo seco que en realidad no imagino
y no tendría que ver conmigo nada,
nada.

7
De pie detrás de ti
te rodeo la cintura con los brazos
mientras te inclinas para lavarte la cara
(esta mañana te desvaneciste
y volviste luego con un minuto de terror
sobre la lengua).
Te sostengo para que no caigas,
mi carne junto a tu carne.

Mientras estamos así
pienso en todas las veces que estuvimos así
pero mi carne dentro de tu carne
pero tu carne envolviendo mi carne.

Y de repente eres tú quien me estás sosteniendo
para que yo no caiga.


8
Sueñas
que queman por dentro a un caballo

y al día siguiente empieza la fiebre.


9
El tónico facial y la crema hidratante
hasta con treinta y nueve grados.
Hasta cuando eso representa más trabajo
que el de la jornada en que más hayas trabajado en tu vida.
Todo ese trabajo
para salvar la tersura de la piel

salvar la vida y el mundo
que hoy dependen de la tersura de la piel.

10
Un archipiélago de pequeñas estrellas de sangre
sobre los muslos.
Tienes sólo doce mil plaquetas hoy.
Han bautizado a tus estrellitas petequias.

11

Eres sagrada
Tu orina huele mal
eres sagrada
Se te cae el hermoso pelo negro
eres sagrada
Las piernas no te sostienen
eres sagrada
Las heridas no cicatrizan
eres sagrada
Sin morfina no aguantas las llagas de la boca
eres sagrada
eres sagrada
y por eso mañana baja la fiebre
baja la fiebre azul
empieza el día de tu restitución.

12

Ya pasó, ya pasó, y sólo quedan
los chiquillos jineteando sus mountain-bikes en el baldío
—más allá del aparcamiento, diminutos
desde la planta décima—

y esa gota de sangre sobre los cubiertos de plástico.


Propuesta de escritura

Escribe un texto sobre el dolor de manera libre, sin red, a bocajarro.
O describe el exterior e interior de una casa vieja o abandonada donde aparezcan una serie de sustantivos relativos al campo semántico de la casa y sustitúyelos, una vez realizada la tarea, por sustantivos afines al cuerpo humano o a emociones. Será una forma discreta, pero íntima, de adentrarnos en vuestro dolor.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora


Mi casa

Mi casa ha sufrido tantos implantes y amputaciones, que me resulta difícil de reconocer. De su puerta de entrada, tan solo queda una hoja colgada de una bisagra completamente oxidada. Por sus ventanas, trepan las zarzas, haciendo funciones de verjas. La caída de varios tabiques ha añadido a la casa un enorme pasillo que nunca tuvo.

No queda nada del salón, reservado para invitados que apenas llegaban. Al fondo las alcobas dormitorio que aún son reconocibles con sus viejos desconchones como únicos adornos decorativos. Por la pequeña ventana de la cocina-comedor, se cuelan los rayos del último sol de la tarde, junto con la chimenea, es lo único que queda que delate su identidad. La puerta que comunicaba con los chiqueros, a pesar de que nunca cerró bien, ha quedado atrancada para siempre.

Por el pequeño hueco de la escalera aún se puede ver el corral, que entre otras cosas albergaba el cuarto de baño, la mayor estancia de la casa.

Tantos años a la intemperie, se han llevado por delante sus olores, una de sus señas de identidad inconfundible.

Mi cuerpo

Mi cuerpo ha sufrido tantos implantes y amputaciones, que me resulta difícil de reconocer. De su corazón de entrada, tan solo queda una hoja colgada de una bisagra completamente oxidada. Por sus ojos, trepan las zarzas, haciendo funciones de verjas. La caída de varios tabiques ha añadido a mi cuerpo una enorme vena que nunca tuvo.

No queda nada de los huesos, reservado para invitados que apenas llegaban. Al fondo la cabeza que aún es reconocible con sus viejos desconchones como únicos adornos decorativos. Por los pequeños ojos de la herida-cicatriz, se cuelan los rayos del último sol de la tarde. Junto con la chimenea, es lo único que queda que delate su identidad. El corazón que comunicaba con los chiqueros, a pesar de que nunca cerró bien, ha quedado atrancado para siempre.

Por el pequeño hueco de la escalera aún se puede ver la vida, que entre otras cosas albergaba los recuerdos, la mayor estancia del cuerpo.

Tantos años a la intemperie, se han llevado por delante sus olores, una de sus señas de identidad inconfundible.

Antonio Castaño Moreno
Grupo A


Infierno

Sueña que está a punto de entrar en el infierno, arrastrado por todos sus demonios. En el abismo de su desesperación, se despierta. Casi no puede respirar. Apenas consigue secarse el rostro con la sabana empapada en sudor. Poco a poco va recuperando el resuello. Apoya la cara en una esquina de la almohada. Lentamente, vuelve a dormirse. Sueña que está a punto de entrar en el infierno, arrastrado por todos sus demonios.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


El fumadero de opio

“Vendrán más años malos y nos harán más ciegos”
(Rafael Sánchez Ferlosio)

Aquel ayer, bien lo recuerdo, un intruso se coló por el agujero de mi pecho.
Violó mi voz.
Engendró sus larvas.
En menos de un parpadeo, una hiedra espesa ocupó mi garganta.
El aire se pudrió en su abrazo y un descomunal grito áfono brotó de mis ojos.
Nadie lo escuchó.
Recé con una devoción que desconocía, pero los dioses estaban ocupados.
Renegué de ellos.
Maldije sus nombres.
Odié como nunca lo había hecho.
Hice arder la palabra horizonte y sepulté el arco iris.
Cambié el eje de la tierra, el sol debía girar alrededor de mi carne insomne.
Me emborraché con el opio de una batuta monotónica y caminé por un rio sin orillas.
Un salmo de plomo vistió mis pies y fui cigüeña sin nido.
Ayer, bien lo recuerdo, un intruso se coló por el agujero de mi pecho.
Había esquirlas en su verbo.
Se convirtió en Rey de mi papiro.
Me sometí
En menos de un parpadeo, la colmena se hizo hiel y mi perfume naufragó en su aliento
Un intruso se coló por el agujero de mi pecho
Sé que fue ayer
Más no recuerdo

Ana Isabel Fariña
Grupo B


Dolor del alma

Un nudo de angustia aprieta el estómago y hay que escribir para vomitar, para deshacerlo.

Volviendo hacia casa, mirando nuestro interior, hay una serie de cerrojos que cierran la nada. Algo así pasa con los nudos sicológicos angustiantes: no hay tragedia detrás, no hay más que pequeños monstruos que fabrica el subconsciente y avisan de que los hemos dejado sueltos en nuestros adentros, alborotando la paz de la casa, el cerebro.

No comprendemos nada, el cerebro no sirve y , sin embargo, hay que poner en orden lo que pasa, si queremos ponernos en pie, hay que exorcizar los candados demonios si queremos la paz, la luz dentro del laberinto doloroso y así podamos abrir pasillos y ventanas al exterior, sin miedo, sin angustia, sin sensación de que flaquean los cimientos de nuestro ser.

En una carta escrita en 1685, Descartes se pregunta si es más importante ser feliz que conocer la verdad y ello comporta un sufrimiento debido al conocimiento de la esencia de la vida exterior, pero abrimos puertas y ventanas y entra mucho dolor social. Habría que vivir en una isla, pero la contemplación del panorama social produciría más dolor, estamos cercados por el mal, pero no podemos cerrar las ventanas ni la puerta de casa.

Emilia González
Grupo B


Dolor

Duro diamante que rasga el corazón,
Orquídea negra.
Lágrimas que nublan ilusiones
Orilla de un precipicio, el ocaso.
Roble, ¡dame tu savia!, hay que seguir viviendo.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


DOLOR con mayúsculas

He tenido múltiples dolores, más o menos intensos. Dolor de muelas, dolor de oídos, dolor de cabeza, dolor de fracturas óseas, dolor precordial de pericarditis; todos ellos considerables, pero nada equiparable a lo que me ocurrió aquel día soleado del mes de junio, en que me dirigía en coche a Valladolid.

Conducía, disfrutaba del paisaje y escuchaba la radio, cuando comencé a notar una sensación extraña en la fosa renal derecha, sensación de desasosiego que iba en aumento, se va haciendo cada vez más intensa y empieza a desplazarse hacia la ingle; al cabo de unos minutos comienzo a sudar de forma intensa y a continuación me aparecen las nauseas.

Estaba a la altura de un pueblo llamado Pollos, tomé la salida de la autovía y me acerqué a la gasolinera que tenia una cafetería, indicando a una señora que andaba por allí que me encontraba muy mal y que iba a llamar a una ambulancia, pues sabia lo que me estaba pasando, estaba sufriendo un cólico nefrítico.

El dolor era intenso, pero saber de qué se trata lo hace más llevadero, así que me senté al sol y me quité la camisa que estaba absolutamente empapada en sudor; la buena mujer que estaba por allí tuvo a bien colgarla para que se secara mientras venia la ambulancia.

Acuden los sanitarios, me identifico como médico, les cuento los síntomas y me ponen medicación endovenosa. Pero el dolor no cede sino que continua en aumento, por lo que deciden ingresarme en el hospital más cercano: el comarcal de Medina del Campo. No sirvió de nada que insistiera para que me llevasen a Salamanca, por no se qué historias burocráticas inexplicables a mi entender, me llevan al hospital que tienen asignado.

Allí me ponen una droga más fuerte que tampoco resulta eficaz; me hacen una ecografia y allí aparecen las piedras enclavadas en el uréter, asomando a la vejiga queriendo entrar todas a la vez, pero sin poder pasar. Como continuo con el dolor, me ponen otro veneno aun más fuerte y con este último, a la tercera va la vencida, el dolor cede y me adormezco.

Consigo contactar con mi familia, me vienen a buscar, pido el alta voluntaria y me voy a casa.

Al día siguiente el dolor vuelve. Llamo al enfermero de guardia para que me ponga medicación, pero se pone nervioso y me destroza la vena y se extravasa el líquido, con lo que el dolor del brazo hace que casi se me olvide el del cólico. En ese momento, tumbado en la cama miro hacia la ventana y me digo: sabes que este dolor se pasará, pero si no lo supieras, abrirías la ventana y cogiendo carrerilla saltarías si dudarlo.

Al cabo de unas horas, salí corriendo hacia el váter y salieron las piedras disparadas sonando como una ametralladora tá tá tá tá ta al golpear con la taza; la cuestión es que no las recuperé.
Se fueron por el sumidero y con ellas se fue el DOLOR.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Bendito dolor

Dices que se me ve feliz.
Y te preguntas como puede ser que un dolor en el pie pueda ser causa de tanta dicha. Pero coincidirás conmigo en que no puede existir mayor felicidad, cuando sepas que desde hace seis años no sentía nada de cintura para abajo.

Poli Rubia Navarro
Grupo A


Una historia real

Pero, ¿tú te ves?
Miraté
Tú, que has sido un niño soldado.
Tú, que con once años viste como los paramilitares mataban a tu padre y se llevaban la vaca y los tres cerdos. Hasta cuatro gallinas se llevaron …
Tú, al que una noche secuestró la guerrilla. Pero antes tuviste que ver como violaban a tu madre y a tu hermana de nueve años, en la plaza del pueblo, a la vista de todos.
Tú, que te hicieron coger un fusil que a duras penas podías sujetar y dispararlas a las dos en la cabeza.
Tú, que llorabas y te negabas a hacerlo, hasta que viste como empezaban a cortarlas los dedos y quemarles los pezones con cigarrillos.
Tú, que has matado a más de cien hombres.
¿Tú te ves?, ahí tirado, llorando por un puto dolor de muelas…

Poli Rubia Navarro
Grupo A


Del dolor y del llanto

Nunca pude llorar tu muerte. Lo único que sentí cuando me enteré de la noticia fue el dolor sordo de recordar su llanto desconsolado mientras nos preguntaba quién había cogido las últimas mil pesetas que quedaban en casa y que tendrían que servir para darnos de comer en lo que faltaba de mes. El frío de tu ausencia aquella nochevieja, toda la familia alrededor de la mesa, esperando por ti, haciendo tiempo, con ánimo alegre; el pasar de los minutos, la transformación de los rostros, las uvas que no se comen, la tristeza en su mirada mientras recogíamos para irnos a dormir. Me duelen tus habanos, tu copa de soberano después de comer, el bollito suizo que te esperaba todas las noches, tus privilegios de señorito cortijero mientras los demás sufríamos el racionamiento más estricto – “la fruta hoy en día es un lujo”, solías decir- condenados a la dieta de patatas a lo pobre que es exactamente lo que éramos y nos sentíamos. Tus estallidos de rabia cuando se cuestionaban esos privilegios o cuando alguien mostraba una necesidad. No creas que me olvido de las doscientas pesetas que gané buscándome la vida y que acabaron en tus bolsillos al llegar y mostrarlas – orgulloso – víctima de mi inocente autoestima. Siempre tus voces, tus ausencias, tus desplantes, tus cigarros, tus copas, sus esfuerzos, su tristeza, sus lágrimas, tu prepotencia, tu ignorancia, su tesón.
Meses antes me pidió que fuera a verte al hospital y cuando me negué creo que la hice sufrir. Ni siquiera por ella hubiera ido. No, nunca lloré tu muerte. Nunca la lloraré.

Javier Portilla
Grupo A


No te lo perdono

Esto no te lo perdono. ¿Cómo has podido?. Jamás lo hice yo, ni siquiera en las partidas de cortas ausencias. Ya no sabré con quien compartir nuestros secretos. Nadie me tomará en consideración, y los imbéciles de siempre me tildarán de loco. ¿A quién cuento que la piel de la perra Caireles era un trozo despistado de arco iris, o que un ojo alojaba un mar bravío y el otro un atardecer de otoño?. ¡Cómo nos reíamos con el furibundo rugido de las olas cuando dormía en el rincón del comedero!. ¿Y quién va a creer la memorable aventura de las ranas, con mi pie izquierdo sepultado en la charca de las Carbas?.

Sé que los años te habían encerrado en la cárcel que habitabas, y tu mente ajada se escapó del mundo. Ya no conocías a la gente, ni siquiera a la familia. Pero a mí sí. Lo gritaba la sonrisa de tu boca desdentada, y el abrazo sincero, cada vez que te visitaba, idéntico al del día en que, imposibilitado para cuidar tus estrellas, tomaste la cazuela grande de la alacena, donde las habías recogido, y me la entregaste. Por tu mejilla resbalaron dos amargos lagrimones.. Te prometí cuidarlas como a las mías y sonreíste satisfecho. Al anochecer, ¿recuerdas?, las tomé entre mis manos, subí a la Peña Gorda y con un soplo suave, las hice ascender al cielo donde hoy brillan. Te las he cuidado, Tino; te las he cuidado, con tanto cariño como a las mías. Mañana atravesaré la noche; quiero ver tus destellos entre ellas.

Estabas muy viejito, pero estabas. Aún seguías siendo la misma adorable persona que me hizo galopar en el caballo de su pierna, ahuyentaba mis miedos con el palo roto de la escoba o guardó para la eternidad mis otros secretos, los personales, los de los interminables atardeceres de invierno al calor del brasero, cuando las emociones de los quince años rebosaban en el alma. Compartirlos contigo fue un alivio. Me quisiste como al hijo que no tuviste, y yo como al padre que sí tuve. Y siendo así, ni siquiera me dices que te marchas.

Ayer, la llamada fue breve: “Tino se ha ido”. Lo oí y sentí desgarrarse el corazón, pero no lloré. Sí, me dolió, me dolió mucho, porque aún nos quedaba por hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero y se me ha quedado llorando para siempre el abrazo de adiós definitivo.

Evaristo Hernández Sánchez
Grupo B


Edificio/Cuerpo

Cada vez le resulta más difícil, pero no hay otro remedio. Si te tomas el trabajo de revisar tu vivienda —se razona Carolo Montero—, la puerta, el pasillo, los dormitorios y sus camas, el baño, el salón, la cocina, las ventanas, el patio... Si te organizas para eso, cómo no vas revisar el estado de tu cuerpo.
Hoy, como cada primero de mes, Carolo toma asiento a su mesa en el despacho y saca la carpeta con los informes médicos; hay que ver la cantidad de papeles. Bien el corazón según el cardiólogo, aunque la colesterolemia (hay que jo... el palabro) dice que más de 300. ¿La cabeza?, bueno, la cabeza bien; por lo menos los recuerdos del pasado no se han ido, aunque están la alopecia, y esos manchones que no le gustan nada al de piel. De los huesos no hay queja, parece que la artrosis que le mortifica cuando cambia el tiempo es cosa que traen los años y lo mejor para ello es el ajo y agua. Cicatrices, más que suficientes; en la tripa sin ir más lejos, la de la apendicitis de cuando niño y la del tumor del año pasado, que todavía no está clara la cosa. La herida de la pierna no termina de mejorar ni con los antibióticos; pero a ver, ya no recupera uno como cuando joven. La miopía no cuenta, eso es de toda la vida; nada tiene de particular que te hayan aumentado las dioptrías. ¿El estado de ánimo? Bueno, eso no figura en los informes, es cosa que va y viene, pero nada, uno es que tienes sus días.
Recoge sus papeles. El médico de cabecera dice que a determinada edad uno ha de estar pendiente de su salud y Carolo Montero es algo que tiene muy en cuenta; no deja cada primero de mes de revisar los informes médicos. Eso le da la tranquilidad de conciencia necesaria para todos los días encaminar sus pasos al estanco y pedir el paquetito de Winston; como que van a enterarse los médicos, tú.

Pascual Martín
Grupo B


Liberación

No era la primera vez que aquella joven ingresaba por intento de suicidio. Se había propuesto quitarse la vida y aquella vez lo consiguió, tomandose numerosos medicamentos que le pararon su frágil corazón por una realidad no asumida; el dolor irremediable que la vida nos impone.
En un solitario descampado acabó con su corta vida dejando tras ella a una madre que la quería; en su cara se reflejaba una sorprendente serenidad, una aceptación que la liberaba de esa tremenda carga y desasosiego mantenido en el tiempo.
"Por fin lo ha conseguido" - dijo la madre.- . Fueron sus únicas palabras.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


Dolor

Hiero mi sed de sentimientos,
preñada de un dolor
que roba mis sentidos.
Acaricio mi piel endurecida
que brama en los rincones de mi cuerpo.
Me acerco junto al mar
para saciar de espuma mi epidermis,
acunarme en sus olas,
calmando mis ardores en un atardecer.
Pensamientos rotos
distorsionan mi interior
con palabras incoherentes
que afloran alienadas
en un mundo imaginado de voces.
Enferma y aterida
sufro con las horas,
rasgando la mirada hacia la vida.

Sofía Montero García
Grupo B


Historia clínica

10 de Junio de 1994. Esa tarde mi turno de trabajo fue tenso y muy cansado. Cuando salí del Virgen Vega, mi lugar de trabajo, notaba mi cuerpo sudoroso, febril y esa sensación se confirmo. A las 12 de la noche tenia 38º de fiebre y el cuerpo machacado.Precisamente ahora a pocos días de tomar mis primeros quince días de vacaciones. Mi médica de cabecera opinaba que era una gripe, yo dudaba, mi fiebre volvía a subir pasadas cuatro horas de tomar el antitérmico, esos días me di más baños tibios que... había ratos que mis dedos eran como garbanzos en remojo.

La fiebre seguía y cada día más alta, el cuerpo dolorido y una tarde,me doy cuenta de que veo borroso, todo en tono gris, de niebla, y mis ojos están sucios, si sucios mi iris no es azul, como siempre, es gris y sucio, eso me asusta, noto que no veo bien y el oftalmólogo, lo confirma, en el ojo derecho tengo un 95% de visón.Tengo una uveitis, ese es el problema que me esta provocando ese cuadro que opinaban era una gripe.

Análisis, pruebas, radiografias,por esa época aún no se hacían Resonancias,Nada ayudaba a confirmar un diagnostico cierto, y el que dieron fue

Idiopatica. Estuve un mes con ojos dilatados, eso era como vivir en niebla continua,cuando pude dejar la dilatación de mis ojos y compro be que veía, mejor y con claridad, ese día fue de los más felices de mi vida.Después de 3 meses me incorpore de nuevo a mi trabajo.

Notaba en muchos momentos una sensación de inestabilidad, que cuando consultaba con los Galeno, opinaban que podía ser de las cervicales,masajes, rehabilitación, y molestia no me dejaba,hice sesiones de reflexoterapia, me gaste dinero, y la mejoría era pasajera

En el año 1999, de nuevo, vista borrosa, al hablar no pronuncio bien, y de nuevo un peregrinar por el Hospital, esta vez,el oftalmólogo lo tuvo claro, ahora no era una uveitis, era una neuritis, el nervio óptico estaba afectado y la causa podría ser una esclerosis múltiple, y lo fue. Ya se realizaban resonancias magnéticas y eso confirmó el diagnóstico, también los potenciales evocados, otra prueba que ve la afectación del nervio óptico.

A la hora de hacer mi historia clínica, llegaron a la conclusión de que la uveitis,los episodios de vértigo inestabilidad cansancio sin motivo que lo justificara, ( que a veces tenia) todo fueron brotes de lo que se confirmo, en septiembre de 1999.

Empezaré por presentarme
Soy una enfermedad desmielizante.
Caprichosa, donde las haya.
Lianta, cada vez que me hago presente lo puedo hacer de forma diferente.
Estoy desde que llego, con guiños y sorpresas.
Reuno muchos sintomas.
Obligo a realizar tareas continuas, para no perder el ritmo.
Sensibilizo a los afectados de mil formas diferentes
Inquieto desde mi presentación
Soy muy puñetera

Más paciencia que otra cosa necesitan los afectados.
Únicamente tengo de mi parte a los investigadores.
Leyes concretas para mi no existen.
Tan pronto estoy inactiva, como me presento y provoco lesiones.
Intranquilizo cuando me presento.
Participan conmigo otras causas que nada ma benefician.
Liando situaciones y creando conflictos.
Esperanza es lo que recomiendo para las personas que se han encontrado conmigo.

Josefa Agustín González
Grupo A


El rincón de la chimenea

Nunca llamo a la puerta. Empujamos y a continuación se oye un portazo. ¡Abuela, ya venimos!. Era maciza, con dos hojas e igual que la del cuarto oscuro, las fabricaron utilizando la madera de un nogal que habitaba en el Rincón de Carabo cuando mi abuelo era niño. Lara y yo subimos las escaleras. Yo siempre le antepongo el brazo para llegar primero. Y así es, ella ya hace años que quedó atrás. Nos sentamos un momento en el campo de casa a descansar y la abuela sale a besarnos. Dando saltos entro en la cocina que es el centro de reunión y miramos en la repisa de encima de la chimenea dónde abuela nos guarda los cueros fritos y la nata de leche cuando sabe que vamos a venir a su casa en San Valero.
¡Eu!, dice. Ahora es abuelo el que viene del campo. Echa agua de la cántara en la palangana situada en el frente del campo de casa y se lava el sudor de la cara, el cuello y las manos. Se sienta en el escaño con la jarra de vino de la bodega al lado y nos cuenta el cuento del Ojaranco, el Polifemo que viajó desde Grecia hasta estas sierras mucho antes de que abuelo y abuela habitaran esta casa que hoy ya no existe.
Lara se tumba en el escaño y se duerme. Abuela se la carga a las costillas y la transporta a la alcoba. Ella se queda ya sola en la cocina, para recoger y dejar todo en orden. Y ahí es dónde abuelo se la encontró muerta una noche que él dejó de oír ruido desde la cama y se levantó.
Abuela llega cargada con la ropa recién soleada. Me acerco a olerla. Es el olor del placer en la piel por las sábanas y las camisas limpias y secas gracias a la generosa naturaleza privilegiada de estas tierras. Por eso el acto de entrar en la cama me anticipa el descanso más dichoso aún sin llegar a dormir, solo por tumbarme entre las sábanas que el aire cubrió de pureza y el agua de energía sosegadora, envolventes de bienestar cálido.
Subo al corredor desde dónde se divisa la carretera de abajo y unas terrazas con viñedos. Abuela cose pantalones de abuelo y yo leo las historias de los Hollister a la luz del día mientras el pueblo duerme la siesta.
Vuelo por encima de los tejados y veo a Lara en la corriente del río, le alargo mi mano pero ya no puede verme. Cincuenta años se encuentran demasiado lejos.
Puerta (corazón), casa( cuerpo), campo de casa (venas), alcoba (cabeza), baño (recuerdo), cuarto oscuro (oscuridad), cama(cicatriz), cocina(herida), corredor(ojos), bodega(vida), chimenea (clavícula), escaño (brazos), tejado (pelo), escaleras (sueños)

El rincón de la clavícula

Nunca llamo al corazón. Empujamos y a continuación se oye un portazo. ¡Abuela, ya venimos!. Era macizo, con dos hojas e igual que el de la oscuridad, los fabricaron utilizando la madera de un nogal que habitaba en el Rincón de Carabo cuando mi abuelo era niño. Lara y yo subimos los sueños. Yo siempre le antepongo el brazo para llegar primero. Y así es, ella ya hace años que quedó atrás. Nos sentamos un momento en la vena a descansar y la abuela sale a besarnos. Dando saltos entro en la herida que es el centro de reunión y miramos en la repisa de encima de la clavícula dónde abuela nos guarda los cueros fritos y la nata de leche cuando sabe que vamos a venir a su casa en San Valero.
¡Eu!, dice. Ahora es abuelo el que viene del campo. Echa agua de la cántara en la palangana situada en el frente de la vena y se lava el sudor de la cara, el cuello y las manos. Se sienta en el brazo con la jarra de vino de la vida al lado y nos cuenta el cuento del Ojaranco, el Polifemo que viajó desde Grecia hasta estas sierras mucho antes de que abuelo y abuela habitaran este cuerpo que hoy ya no existe.
Lara se tumba en el brazo y se duerme. Abuela se la carga a las costillas y la transporta a la cabeza. Ella se queda ya sola en la herida, para recoger y dejar todo en orden. Y ahí es dónde abuelo se la encontró muerta una noche que él dejó de oír ruido desde la cicatriz y se levantó.
Abuela llega cargada con la ropa recién soleada. Me acerco a olerla. Es el olor del placer en la piel por las sábanas y las camisas limpias y secas gracias a la generosa naturaleza privilegiada de estas tierras. Por eso el acto de entrar en la cicatriz me anticipa el descanso más dichoso aún sin llegar a dormir, solo por tumbarme entre las sábanas que el aire cubrió de pureza y el agua de energía sosegadora, envolventes de bienestar cálido.
Subo al ojo desde dónde se divisa la carretera de abajo y unas terrazas con viñedos. Abuela cose pantalones de abuelo y yo leo las historias de los Hollister a la luz del día mientras el pueblo duerme la siesta.
Vuelo por encima de los pelos y veo a Lara en la corriente del río, le alargo mi mano pero ya no puede verme. Cincuenta años se encuentran demasiado lejos.

Antonia Oliva
Grupo B


El cuerpo

El cuerpo, mi cuerpo, está prácticamente en ruinas. Los ojos tapados con sucias maderas clavadas de cualquier manera. El corazón sacado de sus goznes no impide la entrada. Avanzó por las venas, huele a humedad, moho y basura. El suelo de las venas sigue crujiendo en los mismos sitios que treinta años atrás. Llego a lo que había sido mi cabeza y siento frío, miro al techo y hay un gran agujero por el que se ve el cielo. El tejado derruido ha partido en dos la que fue mi cama. Huyo. La herida no está mucho mejor, todavía hay cazuelas, sartenes, platos y cubiertos llenos de polvo. Los huesos son lo que mejor se conserva, quizás porque el sol que entra por sus ojos le da otro aspecto. Voy al recuerdo y al entrar oigo un chapoteo en el váter que me salpica la cara de un líquido negruzco. Asqueada me limpió con la mano. Por último subo a la vida y por fin respiro, el cuerpo me estaba asfixiando.

Beatriz Gorjón Martín
Grupo A


Cuatro años sin ti 

Querido hermano.
Hoy se cumple el cuarto aniversario de tu muerte. Cada vez que llega esta fecha siento un tremendo dolor porque no puedas estar aquí.
Todavía tengo en mente en el momento en el que me dijiste que te habían detectado esa enfermedad. Recuerdo el momento más duro de mi vida, antes de morir me diste las gracias por haberte acompañado a las sesiones de quimioterapia. ¡Cómo no te iba acompañar si seres mi hermano!
Poco antes de tu fallecimiento le hice una promesa a nuestros padres de que te iba acompañar en este proceso. Espero que donde estés hayas encontrado la felicidad. Descansa en paz hermano.

David Álvarez
Grupo B


La casa

He vuelto a la casa de mi niñez. Ya no había nadie… Solo sentí ausencias y vacio. Me sobrecogí entre esos muros en los que fui feliz, donde hoy solo existe soledad.
De golpe los recuerdos acudieron a mí. Un torbellino de imágenes incesantes invadió mi mente, olores que quería recuperar… sensaciones envueltas de añoranza… Siento que todas las emociones y todas las vivencias del ayer estaban aquí esperándome…
Veo a mi abuela entre los fogones, parsimoniosa y juguetona entre sus pucheros. El ceremonial de la comida era su distracción, su vida… Mi abuelo, que entraba y salía de la cocina, siempre vigilante… Mi padre y mi madre jóvenes, muy jóvenes regando el jardín y el huerto. Entonces no era consciente de la grandeza de esos momentos. Y si la vida se hubiera detenido en aquellos instantes… Y sí la guadaña de la muerte no hubiera segado tantas vidas tan pronto…
Recorro las estancias, lúgubres, amarillentas por el paso del tiempo. Y el dolor se apodera de mí. Aquella cama con su colcha de ganchillo, que amorosa la recordaba y que desfasada la veo hoy. Cuantas noches de insomnio pasé. En ella mi hermana y yo hablábamos y hablábamos hasta casi el amanecer. Soñábamos con un futuro viajando alrededor del mundo, fantaseábamos con los amores de verano… Luego todo fue diferente a cómo lo habíamos planeado. Abro el armario. Huele a rancio y naftalina. Y el nudo en la garganta me va asfixiando más y más… Mis ojos se clavan en la palangana, cuanto tiempo que no veía una… ¡ ¡Qué descascarillada ya!
Una nostalgia salvaje, brutal se ha adherido a todos los poros de mi piel y creo que no puedo continuar hoy aquí. Salgo con lágrimas en los ojos. Este viaje al lugar de mi niñez me hace reflexionar en todas las vidas que hay dentro de la vida…. Y tal vez la más feliz fue la que pasé en esta casa donde viví mi niñez.

Pilar Sánchez
Grupo B


Aprender a perder

Aquella vez fue la primera, quizás aprendí un poco tarde a perder. Llegué a casa dejando atrás los cipreses, la tierra removida y aquel ruido metálico de palas latiendo en mi sien.
Fue al entrar por la puerta, todo estaba vacío, todo quedaba aparcado y paralizado. La sensación de patada en el ombligo, mordiscos, dentelladas y desgarros. Y esas ganas de gritar.
Ya había estado con la muerte, limpiando el campo santo a mis ancestros, llevándole flores para alejarla. En la iglesia, en la tele, en las canciones. Siempre ahí, cerquita de las sombras dormitando.
Pero entonces vino por sorpresa agazapada, escurriéndose por las entrañas de mi abuela, consumiéndola despacio con su dolor y su crudeza. Y a mí me pilló ocupada, sin creer que existía un final, acomodada en una vida que creía inamovible.
Allí estaba su jardín de rosas y de adelfas que imaginaba eterno. Los aromas de su cocina y la suavidad de sus manos. Y todo se acabó sin pensarlo, intentando despistarlo con jeringuillas de morfina.
Su dolor frente al mío. Su dolor agotado y triste que deseaba marcharse cuanto antes, descansar y dejar atrás lo hermoso ya vivido. Mi dolor de hueco perpetuo, de “adiós” y “te necesito a mi lado”.
Una lucha absurda en la que siempre pierdo, porque la muerte es realidad y mi sufrimiento y mi llanto no son armas frente a ella.

Sara Diego
Grupo A


El dolor

Existe el dolor del alma, ese tan inmenso que lo borra todo si estas despierto.
Existe también el dolor de muelas, que aunque pasa deja su recuerdo.
O el de perder un ser querido que se presenta insoportable por momentos y se vuelve eterno.
El dolor de dejarte los dedos en el marco de una puerta; punzada aguda que no deja secuelas.
El dolor, ese, el mismo que todos conocen; Un sentimiento tal, y con tanto ramaje que de puro cierto se convierte en más o menos importante.
El dolor que produce la injusticia.
El dolor intenso del parto que se confunde entre tantas sensaciones y sentimientos.
El de las despedidas; profundo y suave como una muerte dulce por que tiene su origen en el amor.
El dolor de espalda, el del abandono, El de la indiferencia, el de ovarios, el del desamor, el del hambre de tus hijos, el que duele en la piel de los demás.
El dolor de una mala noticia, que se vuelve punzada en el estomago y nausea.
El vergonzoso dolor de una parte delicada del cuerpo que mezclo con el silencio.
Existe también El dolor de la culpa y el dolor sincero, dolor del quemado, dolor interno.
Sé que hay dolores absurdos, busquemos un analgésico
Todo el dolor es nuestro. Todo es de la vida y del tiempo.

Esther Yubero
Grupo A


La casa del dolor

Estoy con los pies aferrados en medio de la calle, el agua lamiéndome los tobillos, mirando la casa de nuestra infancia. Piedras descascarillada rezumando humedad que se cuela hasta por los cimientos y hace que parezca un sapo hinchado.
Tengo miedo que se me desmorone el alma antes de entrar, antes de volver a nuestra infancia, porque aunque vives en otras casas, las amueblas, las habitas algo te dice que no son tus casas que la única tuya es la que está enfrente de ti.
Existirá todavía la aldaba? O algún chamarilero la habrá arrancado para venderla en cualquier almoneda?
Veo la puerta con marcas, inscripciones, quemaduras como pequeñas crueldades; nombres y corazones tallados. Ha cambiado de color, tiene un matiz esmeralda; color de animal mitológico atravesado por cicatrices. No me atrevo a abrirla para que no se caiga de sus viajes y así preserve la intimidad de nuestra niñez.
Salto la tapia derruida entre una alambrada oxidada y me sumerjo en el jardín; vislumbro el brocal del pozo invadido por plantas trepadoras que penetran en su interior buscando las aguas verdes y el légamo que las cubre.
La alberca donde nos bañábamos ha quedado engullida por la maleza y los arboles que nacen sin orden ni concierto pareciendo en su abigarramiento a un cuadro del Bosco.
Enhiesta se ve la palmera como signo de perseverancia; no será que mientras siga allí todo puede tener remedio?
Entre toda este follaje se ven aquí y allá rosas salvajes protegidas por espinas gigantescas como preservando nuestro pasado; lilas sueltas que no se sabe de donde salen.
Los rosales se hilvanan en las ventanas creando celosías inextricables. Me adentro por un pasillo lóbrego pasando de largo por la carbonera que se me figura como un agujero negro del que saldrán animales, fantasmas o espectros; desemboco en el zaguán con las baldosas historiadas y pulidas por nuestro paso diario e inmisericorde. Está lleno de polvo, silencio y tiempo y sus vigas caronjosas parecen querer venirse abajo cansadas de sufrir los avatares de la intemperie; útero vacío de la casa.
Y llegó al salón con sus techo ennegrecido que deja pasar entre sus rendijas la claridad desvaída y lechosa del desvan; lugar de juegos de nuestra infancia.
Los arcones decrépitos y la alacena desvencijada dejan ver libros y ropas enmohecidos y apolillados por la incurría.
El papel pintado desprendido como jirones de vida maltratada por el tiempo. Paredes resudantes de humedad. Sillas arrambladas. Por las ventanas las plantas del jardín intentan colonizar el interior como si la naturaleza se arrogara la potestad de enseñorearse de lugares que previamente se le habían arrebatado.
La cocina con su aura catacumbal desprendiendo una suciedad que parece querer impregnar el alma. Dónde queda ese olor a los guisos que preparaba nuestra madre?
El baño, pegado a la cocina, con un olor acre y pútrido ; su bañera zigzagueante de oxido.
Las alcobas salen del salón como brazos y piernas de un cuerpo gigantesco; frías, con un mobiliario rápido por las termitas y presididas por camas sobredoradas y barrocas que desprenden olor a excrementos de gato.
Todo está fuera, nada hay dentro. Dicen que el tejado se caerá hacia el interior y que entonces lo vegetal inundara todos los recuerdos y no seremos mas que ruina, recuerdo remiendo y nada.

Lucio Gómez
Grupo A


Habitáculo

Alguien sube la persiana del dormitorio y ruidosamente abre la ventana, lo que me hace suponer que ya es otro día.
Sé que aún existo pero ya no vivo.
El dolor que habita en mi cuerpo, enjuto y seco, corre a sus anchas porque sabe que él ya es todo suyo.
En mis nalgas, talones y codos, las malolientes llagas rezuman y las pústulas exudan pegajosas.
El cambio de pañal, con los fluidos sólidos y líquidos que expulsa esto que ahora soy, me permite adivinar que el día avanza.
Dos voces estruendosas gritan el nombre con el que yo respondía “y a la de una, a la de dos y a la de tres”, en un pis-pas, cambian las sábanas del lecho donde dormito a la par que me enfundan el único traje que me cubre, suave por desgastado.
Mi cuerpo ya lo percibe como un sudario y mi mente se adentra en el armario -que tengo enfrente y que feliz fui llenando- rebuscando en él aquéllos vestidos que me encendían cuando veía la vida de color de rosa.
Vuelvo a dormirme. Me despierto agitada. Mi viejo esternón no da para más aunque mis dolientes costillas aúnan fuerzas para ayudar al cansado fuelle a coger aire.
Agotada, vuelvo a caer en una suerte de duermevela. Mi intrépido corazón sigue esforzándose con latidos cada vez más entrecortados. Siento mi hueca boca, ya libre de barreras, engullendo a puñados el aire que me queda.
Un taconeo me despierta. Hoy ha venido mi hija. Se asoma a mi cuerpo retirándome la sábana. Aunque con disimulo, mira espantada mi rostro. No me reconoce. Tan sólo encuentra en mí la momia de una mujer. Ya no queda nada de su madre… por eso hoy he decidido no abrir más mis ojos.
El graznido de los grajos que sobrevuelan mi cuerpo me hace cada vez más compañía. Sé que me queda poco para irme a cantar con ellos.

Concha González
Grupo A


Cuando entré en mi cuerpo

Las ratas corrían por la vida, a la que me asomaba desde los ojos de la antigua herida, cuya puerta había tenido que derribar, ya que el jergón de una vieja cicatriz la bloqueaba.Malditos yonkis, pensé. Había atravesado con rabia los huesos que tanto conocía, en los que mi padre me hacía el juicio y me sentenciaba con la correa. No quise ni ver el recuerdo y los horrores que guardaría. El corazón de mi cabeza, al pasar por él, fué lo único que me dio algo de paz interior. Recordé los domingos por la mañana, mis padres dormidos, y la luz pura y serena del amanecer inundando mi cuerpo. Cuando entré en mi cuerpo y recorrí mis venas, estaba decidido a acabar conmigo mismo.Pero decidí, en el último momento, no ser merecedor de participar de esta decadencia.

Ricardo Paternina
Grupo A


Suplantando palabras

Original
He vuelto a la casa familiar, hogar de mi niñez y juventud, tras largos años de forzada ausencia. Formar una familia propia impone condiciones y sacrificios que se superan con el correr del tiempo, y por el contrario, se encuentran otras satisfacciones que compensan. Silencio, olvido y soledad es cuanto queda de un ayer borroso en mi memoria. Es desolador ver cómo la desidia perniciosa ha hecho de la vivienda su guarida carcomiendo paredes, vigas y techumbres, testigos mudos de lo que fue un hogar sencillo colmado de acontecimientos que vieron moldear la vida de los que allí, vivimos y crecimos.
Aquella mañana no tenía gran cosa que hacer y decidí acercarme hasta la vieja casa movida por un deseo desconocido.
Tras unas horas de viaje descubro la sólida construcción de un siglo atrás que soporta el peso de los años con la honrosa dignidad de un general perdida la batalla decisiva. La curiosidad no espera cuando tiene a su alcance el objeto deseado y traspaso la añosa puerta que persiste en sus principios de libertad. Ya que, por una causa u otra, su hoy herrumbrosa cerradura, en contadas ocasiones se utilizó para la función a que estaba destinada. Aunque parezca extraño, este hecho se centraba en una familia numerosa cuyos miembros cruzaban su cálido dintel a cada paso del reloj. Me interno en la espesa oscuridad del cinturón del pasillo guiada por mi mano en la pared, y llego hasta el salón donde una grieta de luz apenas perceptible delata la presencia del balcón. Giro la quejumbrosa falleba y una cascada de luz amaina la oscuridad del cuadrado perfecto de la estancia. No me sorprende ver su grado de abandono dado el desapego familiar, abandono que el tiempo en su destructora carrera ha degradado. Ni me alarma ver cómo el agrietamiento y la humedad han intoxicado las paredes, antes tersas y amigables, que hoy reclaman una reparación que les devuelva la prestancia perdida. Puedo apreciar el olor de la cocina donde mi madre trajinaba a diario para nueve personas, y la veo, la observo con su mandil a cuadros y cuchara de madera amenazante protegiendo sus croquetas de siete jóvenes bocas insaciables. Un olor pestilente a tubería, a moho y a humedad altera la emoción de este momento y me acerco al único baño existente en la vivienda para descubrir el origen de tanto hedor malsano. Observo la misma desolación que en el resto de habitaciones. Aquellos azulejos, blancos como las sábanas de la cama que colgaban del tendal del patio, hoy son manchas grisáceas y descamadas, dignas del más abyecto vertedero. Todo está como mi imaginación lo grafiteara en mi mente, ni siquiera el dormitorio que compartía con mis hermanas se ha salvado de tanta humillación y derrotismo.
Presiento un nuevo amanecer para su causa perdida. Una transición que le devuelva el esplendor de antaño. ¿Tal vez un… renacimiento?

Definitivo
He vuelto al cuerpo familiar, hogar de mi niñez y juventud, tras largos años de forzada ausencia. Formar una familia propia impone condiciones y sacrificios que se superan con el correr del tiempo, y por el contrario, se encuentran otras satisfacciones que compensan. Silencio, olvido y soledad es cuanto queda de un ayer borroso en mi memoria. Es desolador ver cómo la desidia perniciosa ha hecho de la vivienda su guarida carcomiendo paredes, vigas y techumbres, testigos mudos de lo que fue un hogar sencillo colmado de acontecimientos que vieron moldear la vida de los que allí, vivimos y crecimos.
Aquella mañana no tenía gran cosa que hacer y decidí acercarme hasta el viejo cuerpo movida por un deseo desconocido.
Tras unas horas de viaje descubro la sólida construcción de un siglo atrás que soporta el peso de los años con la honrosa dignidad de un general perdida la batalla decisiva. La curiosidad no espera cuando tiene a su alcance el objeto deseado y traspaso el añoso corazón que persiste en sus principios de libertad. Ya que, por una causa u otra, su hoy herrumbrosa cerradura, en contadas ocasiones se utilizó para la función a que estaba destinada. Aunque parezca extraño, este hecho se centraba en una familia numerosa cuyos miembros cruzaban su cálido dintel a cada paso del reloj. Me interno en la espesa oscuridad del cinturón de las venas guiada por mi mano en la pared, y llego hasta los huesos donde una grieta de luz apenas perceptible delata la presencia de los ojos. Giro la quejumbrosa falleba y una cascada de luz amaina la oscuridad del cuadrado perfecto de la estancia. No me sorprende ver su grado de abandono dado el desapego familiar, abandono que el tiempo en su destructora carrera ha degradado. Ni me alarma ver cómo el agrietamiento y la humedad han intoxicado las paredes, antes tersas y amigables, que hoy reclaman una reparación que les devuelva la prestancia perdida. Puedo apreciar el olor de la herida donde mi madre trajinaba a diario para nueve personas, y la veo, la observo con su mandil a cuadros y cuchara de madera amenazante protegiendo sus croquetas de siete jóvenes bocas insaciables. Un olor pestilente a tubería, a moho y a humedad altera la emoción de este momento y me acerco al único recuerdo existente en la vivienda para descubrir el origen de tanto hedor malsano. Observo la misma desolación que en el resto de la cabeza. Aquellos azulejos, blancos como las sábanas de la cicatriz que colgaban del tendal de la vida, hoy son manchas grisáceas y descamadas, dignas del más abyecto vertedero. Todo está como mi imaginación lo grafiteara en mi mente, ni siquiera la cabeza que compartía con mis hermanas se ha salvado de tanta humillación y derrotismo.
Presiento un nuevo amanecer para su causa perdida. Una transición que le devuelva el esplendor de antaño. ¿Tal vez un… renacimiento?

Pepita Sánchez
Grupo B


Dos

El Sol del atardecer hería sus pestañas, así que decidió dejar de mirar al horizonte y giró su cabeza hasta ver las canas de su padre

-¿Papá?
-¿Sí ,hija?
-Un suave y frío viento recorría su ajado rostro.
-Te propuse este viaje en globo, porque siempre has pasado malos ratos volando y pensaba que así, poco a poco, lo asumirías de otra manera.
-Pues has acertado, Virginia. Por un momento me olvidé de que estaba en el aire, del globo, del viento. De lo que no me olvidé es de que estaba contigo.

Virginia lloró por dentro. Nunca su padre le había demostrado su amor de esa forma.

Ricardo Paternina
Grupo A


Cicatriz

Me desperté de nuevo con muchísimo dolor, llevaba semanas sin dormir.
Me dolía y no hacía más que llorar, no comprendía que me pasaba.
Me levantaba iba al baño y me daba baños de sal.
Pero yo sabía que había algo más.
De repente, un día supuró, lloré lloré y lloré
¡Por fin! esa misma tarde me ingresaron en quirófano.

Iria Costa
Grupo B

1 comentario:

  1. José Manuel Romero10 de febrero de 2018, 11:55

    Casi me atrevería a decir que ningún otro tema (bueno, tal vez sí, el de la muerte) dará para tantos y buenos textos como los que he leído en relación a éste que se nos propuso como tarea: el dolor. Y no sé si festejarlo o denostarlo. Es lo que hay (o lo que toca) y, como el dolor, hay que soportarlo. Muchas gracias a tod@s por vuestros textos. Son magníficos, aunque dolorosos.

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