Tierra a la vista

La sesión del lunes pasado estuvo dedicada al mar. Así que nos embarcamos en una travesía sin rumbo por los mares de la literatura con la esperanza de avistar islas desconocidas.
Tomamos como brújula para guiar nuestro destino uno de los números monográficos de la revista Litoral dedicado al mar, Líneas Marítimas:





Al tirar de la red fuimos conscientes de la hermosa captura salida de las profundidades del mar. Un texto de Cristina Peri Rossi titulado "Los grandes trasatlánticos", otro de José de la Colina con el título de "El contrabajista", un divertido microrrelato de Ana María Shúa sobre la conveniencia de conocer el lenguaje de los marineros y las embarcaciones si queremos mantenernos a flote y una extraordinaria reflexión de Juan José Millás sobre la tarea de escribir a partir de una nota encontrada en el bolsillo de una de las víctimas del accidente que sufrió el submarino Kursk. Los títulos de estos dos últimos textos son "El naufragio" y "Escribir"

Cuando los grandes transatlánticos
–blancos como ballenas–
de gloriosos nombres italianos
–Cristóforo Colombo, Américo Vespucci–
zarpaban lentamente de las radas
–quince días de mar
y el clap-clap-clap del agua–
yo te invité al puerto
a ver salir los barcos.

Vivías en una gran ciudad
de espaldas al mar
En tu vida había muchas cosas:
música-autopistas-cenas
comités-colegas-teléfonos
De espaldas al mar sin contemplar
la mansa taciturnidad de los barcos.

“Son algo majestuosos” dijiste.
El barco blanco
flotaba en la rada
mecido por las aguas
como por un sueño.
Ballena antigua,
se había echado a descansar.

En torno a él
oscuros hombrecitos de mono azul
trabajaban en su vientre
como diminutos Jonases digeridos.

Desde entonces, tu amor
tuvo una maroma:
me amabas
porque una tarde de invierno,
en lugar del cine,
te llevé a ver salir los barcos.

***

Ya se sabe, todos los músicos del Titanic, obedientes al capitán Smith pero sobre todo al amor al arte, murieron por tocar hasta el final con la ilusción de calmar a los aterrados viajeros, y se fueron con el buque y tantos hombres y mujeres al fondo y el silencio y el anonimato del mar, todos menos el virtuoso del contrabajo, que aferrado a su floteante instrumento fue derivando hacia el Polo, y eso fue lo último que se supo de él hasta que muchos años después su esposa y sus hijos recibieron una foto con saludos de su letra y puño, en la cual se le veía, sonriente, abrazando a una gruesa y linda foca llamada Dorothy.

***





¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a  otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

***

"13:15. Todos los tripulantes de los compartimientos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas." Estas palabras, escritas por un oficial del Kursk en un pedazo de papel, tienen la turbadora exactitud que pedimos a un texto literario. El autor está rodeado de bocas que exhalan un pánico que ni siquiera nombra. Él mismo debe de encontrarse al borde de la desesperación, pero no tiene tiempo ni papel para recrearse en la suerte. Ha de hacer, pues, una selección rigurosa de los materiales narrativos, y el resultado es esa obra maestra en la que, sin embargo, sólo cuenta aquello a lo que se puede asignar un número: la hora y la cantidad de hombres. En situaciones extremas, la literatura sale a presión, como por la grieta de una tubería reventada. El documento del oficial del Kursk es bueno porque es necesario. Mientras la muerte trepaba por sus piernas, ese hombre se entregó con fría vehemencia a la literatura. Y de qué modo.
Naturalmente, lo que no dice ocupa más de lo que dice, pero lo ausente ha de aportarlo el lector, que es tan responsable de lo que lee como el escritor de lo que escribe. Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que es bípedo. El lector tiene la obligación de saber que lo fruteros son bípedos y que están dotados de cuatro extremidades con cinco dedos en cada una de ellas. Sin estos sobreentendidos primordiales, la escritura resultaría imposible.
Lo curioso es que un billete con cuatro líneas aparecido en el bolsillo de un cadáver responda de súbito a la vieja pregunta de para qué sirve la literatura. Sirve para contarlo. Todos aquellos que aspiran a escribir deberían recitar el texto del Kursk como una oración. Ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimiento a otro con los calcetines mojados. Y tú eres uno de esos bultos: aquel que, por encima o por debajo del miedo, está poseído por la necesidad de contarlo, aunque las posibilidades de que alguien lo lea sean muy escasas. Escribo a ciegas.


Propuesta de escritura

Pon tu imaginación a navegar. A ver a qué litoral, isla o itsmo te llevan las palabras.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


El naufrago y el mar

Hace ya tres meses que mi barco náufrago, tuve la suerte de agarrarme a una caja de madera que flotaba en la superficie y pude arribar a esta isla.
Al principio, me sentaba todos los días en la playa, esperando que algún barco viniera a rescatarme. Hoy ya no quiero regresar, quiero quedarme aquí para siempre.
Quiero extasiarme cada día con el fulgurante despertar del gran disco naranja que enciende con fuego la superficie del agua; llegar al sueño de cada noche observando la luminosa luna que dibuja una cimbreante línea de plata en el inmenso mar, que solo se pierde cuando la egoísta playa la engulle para sí. Quiero disfrutar del envolvente sonido del agua cuando se funde con la arena de la playa como si de un abrazo de efímeros amantes se tratara. Quiero sentir en mis pies el suave y cosquilleante masaje de las olas templadas. Y cuando me subo a mi atalaya de roca para protegerme del incontrolable y enorme poder de las encabritadas olas que rompen contra el acantilado con una explosión de espuma salada, también en mi temor, admiro la bestial belleza del mar. Por eso no quiero regresar... ¡quiero quedarme aquí para siempre! .

Eugenio Madrid Jiménez
Grupo A


Gozando los días pre-vacacionales

Hoy salgo a pasear con ilusión
pues mañana voy a embarcar.
Azul, gris, verde, blanco, todo es mar
hoy solo en mi imaginación.

Hoy estoy disfrutando al esperar
que llegue mañana con emoción.
Paso el tiempo en mi habitación
deseando un emotivo despertar.

Al fin llega la mañana soñada,
salto de la cama con alegría,
la maleta ya está preparada.

Dejamos atrás la casa vacía,
como si fuese la gran escapada,
pero siempre al lado de Maria.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Supervivientes

Una patera en alta mar, escorada peligrosamente. Diez, doce personas exhaustas, deshidratadas, al límite. Entre el barullo de cuerpos dos niños se entretienen con una botella de plástico.

-Corta, dice el director desde la lancha de rodaje. Vamos, catering, médicos, venga, que tenemos que seguir grabando. -Oye, le dice a su ayudante, ¿has visto los niños?, parece que están de crucero. Que les racionen el agua, encárgate tú.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Turquesa

Quiero navegar por los mares del perdón.
Con gratitud, por bandera.
Sin caretas, sin disfraces,
sin disculpas que me atrapen.
Quiero navegar con ese faro de fondo,
que ilumina la bahía.
Donde me espera el amor .
Donde me espera la vida.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


Malva

Qué línea más perfecta el mar dibuja.

Parece que llegara al infinito.
Vuelo por encima de las olas,

azules , verdes, amarillos.
Tumbas de niños olvidados

que huyen de guerras sin sentido.
Playas de niños con sus padres

ajenos al dolor que se ha vivido.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


LITORAL LITERARIO

El mar siempre ha estado ligado a la muerte, pero también a la vida. En ruta por la Provenza marinera, y haciendo pequeñas incursiones al interior, tuvimos la suerte de conocer espléndidos lugares literarios que no siempre son tumbas de escritores, y si lo eran estaban envueltas de sol radiante y vitalidad.

Desde Irún hasta Marsella trazaremos algunas pinceladas literarias en un paisaje bellísimo: Ya en Collioure emociona la tumba de Machado, con flores que no cesan, lugar ya francoespañol como dijo el poeta “estos días azules y este sol de la infancia”…

Campos de lavanda, casi a orillas del mar nos encontramos en Séte, lugar donde creó Valèry su cementerio marino, que es el menos triste que hayamos visto, coronado por las vistas del mar, blanco en las tumbas como palomas o albatros, hay versos por las calles en telas al viento…

En un pueblecito llamado Lourmarin yace Camus con su solo nombre sobre una piedra iluminada de flores y nada más que su nombre. el sol lo doraba todo, Camus adoraba ese sol.

Llegando a Marsella no podemos olvidar el castillo de If en la islita de Friuli que es otro lugar encantador en su blancura. De allí se dice que se escapó el Conde de Montecristo, la leyenda se justifica con un agujero en una celda.

Uno se marea un poco en el paquebote que allá nos lleva.

No puede olvidarse este fragmento de litoral de la Provenza, una joya frente al mar.

Emilia González
Grupo B


El mar

Tantos años y aún recuerdo aquel verano.

Era la infancia, esa etapa cada vez más evocada a partir del momento en el que tomamos conciencia clara de que el tiempo existe más allá de los cuentos y las leyendas.

Viajábamos al norte en un tren con el ruido, el calor y el olor dentro y fuera. El exterior y el interior, juntos, nada que pudiera separarlos. El aire entrando y saliendo. Era la vida cerca y lejos. Eran papá y mamá, antes de su ausencia. Era mi hermana pequeña rota de cansancio por las horas interminables de aquel viaje; unas horas robadas a sus juegos con otras niñas en la puerta de nuestra casa o en el parque o en la calle.

Hasta entonces, el contacto de mi piel con el agua asalvajada se había visto reducido a aquellas tardes de domingo en julio y en agosto cuando, de la mano de mis padres, bajábamos alegres por el camino que nos conducía hasta el río. El baño, entonces, era un juego. Un cómplice. Un acto controlado en medio de horizontes próximos, acotados por nuestras miradas.

Pero en ese verano que ahora evoco las aguas que humedecieron mi piel de niño fueron otras.

Su tacto me resultó frío. Me sumergí con miedo, sin desanclar jamás mis pies del suelo. Miedo a perder mi identidad en construcción desde hacía poco. Era mi infancia adentrada, por vez primera, en la magnitud extrema de un ser desconocido. Y lloré. Me vi solo en aquel espacio inmenso. Solo ante aquel horizonte infinito, ante aquella falta de todo lo que no fuera agua y solo agua. Luego supe que aquello era mar y solo mar. Y eché de menos aquel río de esa mi infancia aún más tierna. Y lo invoqué, pero desoyó mis lamentos, mis quejas y sentí como nunca el dolor que produce la inmensidad, la tristeza que lleva consigo la soledad a cualquier parte.

Me salvaron mis padres. Siempre ellos. Siempre atentos. Protectores entonces ante cualquier adversidad, ante cualquier desencuentro. Y de su mano, poco a poco, me dejé llevar, recorrido todo mi cuerpo por la frialdad acuosa de aquel monstruo marino, envuelto en aquel olor a salitre, intenso, nuevo, recién descubierto, aunque con el temor, siempre, de que, en cualquier momento, el infinito podría absorberme y arrebatarme, incluso, de la mano de mis padres.

Mi memoria se fija, pocos días después de este primer encuentro, en una crema protectora. Un balón hinchable con el que jugar dentro y fuera. Unos pies abrasados en contacto con la hostilidad de una arena ardiente. Gritos de niños que, como yo, exteriorizan sensaciones encontradas, dispares, mecanismos de defensa ante esas fuerzas –cielo, tierra y mar- que maniataban cualquier expresión de libertad que pudiera despertar en nosotros el deshielo de la escuela. El resto son ya fotografías en blanco y negro hoy cubiertas de ese amarillo viejo que nos recuerda que cada vez que el tiempo nos besa, nos acaricia o nos araña –que es cada segundo- deposita en nuestros cuerpos la melancolía; esa túnica que nos envuelve y que, poco a poco, a fuerza de apretar y apretar, de constreñirnos más y más, acaba por convertirse en la mortaja con la que, tarde o temprano, tendremos que presentarnos para rendir cuentas.

Necesité dejar pasar el tiempo, cambiar de edad, hacerme fuerte, para volver y, frente a frente, poder mirarlo cara a cara. Esta vez sustituí la protección de mis progenitores por la del amor de una muchacha de cabellos negros, ojos de un mirar azulado y la sonrisa dulce que hacen de la juventud, cuando desaparece, un deseo anhelado.

Y una mañana, desprendido de todo, desnudo, fui a su encuentro con la intención de librar, si fuera necesario, un combate a muerte. Era la venganza soñada desde aquella infancia casi arrebatada en su presencia. Era el desafío ante tanta opulencia sufrida aquel verano ya lejano, ante tanta fuerza opresora, ante tanto ahogamiento de mí mismo y que aún dolía a pesar del tiempo.

Me adentré sin miedo. Quería vencer, descuartizar su cuerpo, inmenso. Sablear sus aguas, sangrarlas, eliminar su olor. Absorberlo, destruirlo, eliminarlo. Pero esta vez el tacto con su piel no me resultó frío. Sentí la tibieza de unas manos acariciando las mías, la fuerza maternal de unos brazos que me rodeaban con cariño, el calor de un cuerpo pegado a mí y unos ojos verdes, azules, de una tonalidad cambiante, en los que vi mi infancia, mi adolescencia y esos mis primeros años de juventud. Vi mi hogar, mi primera escuela, mis amigos de juegos infantiles, mis primeros amores, mis primeras dudas. Vi a mis padres, aquellos que me protegieron de él aquel verano. Y entonces mi desprecio y mi rencor y mis ansias de victoria se tornaron en amor inmenso, en aceptación plena de quien, a partir de aquel fragmento de un tiempo de mi vida, se convertiría, para siempre, en esencia de mí mismo.

José Manuel Romero
Grupo A


Sueño cumplido

Buceando en sus recuerdos llega a aquellos momentos en que todo eran sueños, ilusiones, fantasías, imaginación. Encuentra a una niña que sueña con Mariquita Pérez, la muñeca más bonita que conocía de verla en los escaparates de las jugueterías, se la pediría a los Reyes, además cuando por las noches rezaba el Jesusito y las cuatro esquinitas, añadía “y que los reyes me traigan una Mariquita”, y recuerda a su madre diciendo “para que los reyes estén contentos y te traigan lo que pidas, tienes que comerte todo, no llorar cuando te paso la peina…” Se le viene a la memoria sus tirabuzones, debían de ser unos cálidos nidos donde los piojos depositaban las liendres, había que pasar la peina, “para desprenderlas”, ¡qué tirones!, pero aguantaba ya no lloraba y, un día de reyes junto a sus brillantes zapatos pusieron a Mariquita. Ya entonces aprendió que para conseguir los sueños, las ilusiones, había que hacer esfuerzos. Y siguió teniendo sueños, no soñaba con un príncipe, porque ella no era princesa, pero sí soñaba con el amor, con ser maestra, con casarse y ser madre, ¡muchos hijos! Todo se fue cumpliendo, era feliz, vivía intensamente lo que tenía.

Y un día, sería un sábado después de comer, allá a finales de los 70, TVE empezó a emitir “Vacaciones en el mar”, aquel día se despertó en ella un nuevo sueño, en aquel momento parecía inalcanzable, pero como era buena conseguidora de sueños, sabía que algún día realizaría un fabuloso viaje.

Y otro día, unos años después, llenó una gran maleta donde iba un buen hueco para la ilusión, iba abierta a hacer realidad su sueño y en el puerto de Barcelona comenzó a realizarse.

El barco, un transatlántico de lujo. Alguien de la tripulación dando la bienvenida y conduciendo a los camarotes, entrar en el camarote fue la primera sorpresa, dos camas, una mesa escritorio, un armario y tras una puerta el baño. Deshacer rápidamente el equipaje, en media hora había que estar en cubierta, había que hacer un simulacro de evacuación, se hicieron grupos numerados a los que se les asignó un espacio, aprendieron a ponerse el chaleco salvavidas, escuchó atentamente las instrucciones, y al final un brindis. Había empezado su película el partenaire era su marido.

Nada defraudó su sueño. Dentro del barco ambiente de glamur, amplios salones, el comedor con grandes lámparas, camareros solícitos, sin ser empalagosos los espectáculos de las noche, probar suerte en el casino. No puede olvidar el amanecer en cubierta, adelantando la hora de levantarse para disfrutar del espectáculo, el cielo con franjas rojas, amarillas, azules lucia impresionante y, por la noche la luna que dibujaba una estela plateada sobre el mar.

Llegó la noche tan esperada de la cena con el capitán, ¡fue de verdadera película!, todas las señoras luciendo sus mejores galas, los hombres también luciendo traje. Unas palabritas y el saludo del sobrecargo, de la directora del crucero, del doctor…

Durante el día excursiones, Malta, Roma, Florencia ,Nápoles, Pompeya, Capri, fue un primer contacto con las maravillas de Italia, volver y recrearse con ellas quedaba para otro viaje, el de este era hacer realidad un sueño que nació en el cuarto de estar de su casa..

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Viaje delirante

La galerna por alguna razón se había cebado con nuestro navío, de repente dejé de oír el cansino ronroneo de los motores, comenzaron a sonar las alarmas de salvamento y comprendí que algo anormal sucedía. El barco comenzó a cabecear al ritmo marcado por tan terrible oleaje, íbamos sin gobierno, a la deriva, por un momento tuve la sensación de que el buque, parecía como suspendido, ingrávido, aupado por el fuerte oleaje, para instantes después ,caer con furia golpeando y golpeado por la mar y yo caía con él, atrapado por la gravedad y el instante, completamente pegado a mi blanco sofá, cual piloto que entra en barrena. Comencé a sentir la angustia propia de los malos presagios. Un crujido tremendo y el barco escoró, sentí con impotente desesperación la certeza del naufragio.

El agua está muy fría y yo tiritando, sigo inmóvil, solo puedo pensar si mi destino final es ser pasto de los tiburones, eso me aterra, pero no creo que sea ahora el mayor de mis problemas, el más perentorio es no morir ahogado y tengo los músculos dolorosamente tensos, a punto de romperse, ya no tirito, convulsiono. Me siento como un bloque pétreo que se hunde en lo más profundo de las fosas abisales y comienzo a gritar, grito de forma desgarradora, grito como solo se grita cuando piensas que no tienes ni un segundo de horizonte y….

Abro los ojos, estoy rodeado de agua y sigo pegado a mi blanco sofá, comienzo a despertar tratando de ubicarme, veo un barco volcado, estoy en una gran bañera en la que me he quedado dormido, aterido de frio e incapaz de moverme , siento como mis sienes palpitan con martilleante persistencia y en ese instante recuerdo que el barco es una reproducción de en el que me hayo realizando un viaje y que me regalaron cuando subí al transatlántico. Logro tirar del cordón de socorro de la bañera y me parece que pasa una eternidad hasta que recibo ayuda.

El barco atraca en puerto y me llevan a un hospital. Setenta y dos horas de observación por hipotermia y el buque ha de partir sin mí, de lo cual me alegro.

Desde la ventana de mi habitación, veo que el cielo se cubre de negros nubarrones y mientras observo como el barco se va perdiendo en el horizonte instantes después comienza a diluviar y me meto en la cama pensando en cómo se sentirán a bordo los que continuaron viaje

Me hundo en el seno del colchón, me acomodo la colcha y las sabanas restregándome en ellas cual gato que busca una mano que lo acaricie, noto que la cama está quieta, nada se mueve (mientras en el exterior se desata la tormenta) y en ese instante comprendo que ¡estoy en tierra! ¡¡Oh Tierra la vieja y querida tierra!!

Carlos García Riesco
Grupo A


Viaje al mar

Deseo volver a Menorca en sus emblemáticas fiestas de San Joan. Datan el siglo XIV y el caballo es gran protagonista de las mismas.Los Menorquines son muy acogedores y puedes participar con ellos.Sus casas se convierten en grandes espàcios abiertos ofrecen viandas y su bebida (pomada) para animar las veladas con música. Siempre las avellanas el caballo y sus Caragol.
Menorca ofrece playas y naturaleza, restos de lugares con historia y gastronòmicamente ofrece productos para deleite de todo aficionadao a la buena comida.Si me gusta esta Isla Balear,siempre he podido disfrutar de todo lo que tiene, eso támbien influye creo yo,para que un lugar se convierta en preferido y quieras volver.Os animo a conocer y vivir in situ esta bonita fiesta .

Josefa Agustín González
Grupo B


El mar tiene mucha agua

Hay que matizar que las personas que hemos nacido en el interior, tardamos muchos años en conocer el mar. En mi caso, 20 años es ná como dice la canción.

Un primo carnal decide casarse con una gallega de Bueu y allí nos plantamos mi padre y yo; después de viajar toda la noche en tren y por la mañana llegar a Vigo, faltaba cruzar a Cangas de Morrazo y luego un taxi, era el camino más corto.

En Vigo, vimos el mar, !cuanta agua, y que oleaje!, estaba un poco enfadado y teníamos que coger un barquito hasta la otra orilla. Miedo es poco, por decir algo, aquello se movía que aún hoy no sé como no dimos la vuelta, sentados y agarrados a un banco de madera, ni hablábamos. Dimos gracias a Dios por llegar sanos, la vuelta no sería por el mismo camino, rodeamos mas de 30 Km por carretera hasta volver desde Bueu a Vigo, pero más tranquilos. Esta fue la primera experiencia con el mar.

Luis Iglesias
Grupo B

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