Cuestión de segundos

En la sesión de esta semana hemos aprendido a manejar la llave inglesa para apretar, vuelta a vuelta, el argumento del microrrelato.
¿Qué ocurre cuando propiciamos esa vuelta de tuerca en una historia? Que los acontecimientos cambian en cuestión de segundos. Este recurso literario y cinematográfico es conocido también como "giro argumental", "giro de guión", "punto de giro", "revés dramático" o "final sorpresa".
Y es que una vida puede cambiar en apenas diez segundos. Y si no que se lo pregunten a Hernán Casciari, quien nos ayudó con su texto "Finlandia" a comprender como unos segundos pueden ser recordados una y otra vez a lo largo de nuestra vida.
Escuchen:




Hablamos de diferentes recursos para lograr esos giros de guión y comentamos una breve selección de microrrelatos. Algunos de ellos los reproducimos aquí también:

A ritmo de taxímetro

Nombre y apellido: Santiago Lozano Romero. Número de licencia: 12.728. Número de matrícula: M-7839-SK. Número de DNI: 39776358C. Número de permiso: 20.380. Caducidad: 06/2003. ¿Cuántas veces lo habré leído? Seguro que puedo calcularlo. Le dieron el taxi en noviembre del noventa y tres. Poco antes de casarnos. Estamos en marzo del dos mil. De noviembre a marzo hay cuatro meses. Seis años y cuatro meses. Doce por seis setenta y dos más cuatro setenta y seis.
Setenta y seis meses sin faltar un solo jueves a ver a su madre.

Beatriz Cuevas


La niña

La niña llegó en el barco de carga. Tenía la naricilla gorda, hinchada, y los ojos de otro color que los suyos. En el pecho le habían puesto una tarjeta que decía: “Sabe hablar algunas palabras en español. Quizá alguien español la quiera”.
La quiso un español y se la llevó a su casa. Tenía mujer y seis hijos, tres nenas y tres niños.
–¿Y qué sabes decir en español, vamos a ver?
La niña miraba al suelo.
–¿Ser nice? –Y todos se reían–. Me custa el socolate –Y todos se burlaban.
La niña cayó enferma. “No tiene nada”, decía el médico. Pero se estaba muriendo. Una madrugada, cuando todos estaban dormidos y algunos roncando, la niña se sintió morir. Y dijo:
–Me muero. ¿Está bien dicho?
Pero nadie la oyó decir eso. Ni ninguna cosa más. Porque al amanecer la encontraron muda, muerta en español.

Juan Ramón Jiménez


Tierra en los ojos

Y de repente mi hermana Leonor se incorporó dentro de su ataúd y me apretó el antebrazo. Lloré de felicidad, pensé que después de todo Dios había atendido mis plegarias y su muerte no había sido más que una pesadilla. Pero entonces ella soltó una carcajada de ultratumba y dijo todo aquello de que llevaba diez años acostándose con mi marido en mis narices, sin que yo me enterara de nada porque era tonta perdida. Luego volvió a morirse y yo me pasé el resto del velorio con los ojos secos y su mano entre las mías, clavándole el filo de una llave en la palma hasta que cerraron el féretro.

Patricia Esteban Erlés


Numeración incorrecta

“Un día me compraré un caballo de éstos. Rosa y con alas”, dice la niña y señala, en el libro abierto sobre sus muslos, la foto de un flamenco. El hombre, alentado por tanta inocencia, se quita la chaqueta, estrecha su acercanza y escarba los bordes de la hoja sesgada mientras le explica que alguien arrancó una página entre definición e imagen, que después del doce no viene el quince y que imagínate si Genghis Khan hubiera dominado Mongolia sobre un ave de tan frágiles patas. Como si la niña no supiera. Como si no apretara en su puño la hoja extirpada. Como si las cosas no pudieran ser de otra forma.

Isabel González


Padre nuestro que estás en el cielo

Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza...
-¿Dónde está tu padre? -preguntó
-Está en el cielo - susurró él.
-¿Cómo? ¿Ha muerto? -preguntó asombrado el capitán.
- No - dijo el niño -. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros. El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.

José Leandro Urbina


Sorprender

Los artistas de circo nos preguntamos con desesperación cómo sorprender a los espectadores. Ser perfectos en la tradición no basta. Intentamos, entonces, el exceso en las suertes conocidas: un salto mortal con cinco vueltas en el aire, hacer malabarismos con diez yunques y diez plumas, tragarnos un paraguas, o un poste de alumbrado, sostener una pirámide humana en la cuerda floja, entrar a una jaula con trescientos cincuenta leones y dos tigres, hacer desaparecer para siempre a los enemigos de una persona del público elegida al azar. ¿Cómo sorprender a los espectadores? En los nuevos circos, adornados los viejos trucos con el vestuario, con la coreografía, con las luces, con la cantidad de personas en escena. A medida que envejecemos, el exceso nos cuesta demasiado y ya no somos lo bastante bellos, lo bastante elásticos, lo bastante ingeniosos para formar parte de los nuevos circos. ¿Cómo sorprender a los malditos, a los cínicos espectadores que ya lo han visto todo? En un intento de obtener el espectáculo supremo, nos dejamos morir entre aplausos sobre la arena y no es suficiente, no es suficiente, eso lo hace cualquiera.

Ana María Shua


También comentamos algunos giros de guión en las películas. Aquí dejamos un enlace

Tarea de escritura

Propusimos como tarea semanal escribir un microrrelato o un breve relato donde se advierta una vuelta de tuerca. Podéis usar las herramientas que os parezcan oportunas.

Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


“Animales de compañía”

-Rey, quédate aquí, que tu mamá necesita descansar un poquito. Hija, vete a tu habitación y acuéstate, yo me ocupo del bebé.

La abuela coloca la cesta del bebé sobre el sofá, y le mira con arrobo. El pequeño duerme plácidamente. –Un segundo, mi niño, que voy a poner una cafetera. Y se va a la cocina.

“King”, echado en su trono del sofá grande, mira fijamente un bulto que apenas rebulle, moviendo algo parecido a unas pequeñas garras. Debajo de la piel, el tejido adiposo no deja ver cómo los músculos se tensan. A cámara lenta, casi uno por uno, se encrespan los pelos del espinazo.

Desde la cocina la abuela oye un ruido extraño, y vuelve corriendo al salón, donde encuentra al perro tumbado junto al sofá en el que duerme el niño. Entra alguien. –Hola hijo –dice ella-, mira lo siento, pero a mí me da un miedo tremendo este perrazo, ahora que tenéis el bebé. No podemos correr riesgos, vais a tener que quitarlo. –Bueno, dice el hombre, y entra en el dormitorio. Su mujer está despierta. –Hola, cariño. Oye, ya sé que te duele, lo hemos hablado, perdona, pero antes de que tengamos un problema gordo, ¿le puedes ir diciendo a tu madre que se vaya pronto a su casa, por favor?.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A
sonetosyhaikus.blgospot.com


El Acantilado

Sábado, 2 de noviembre. Día soleado, después de sufrir una nevada camino de la costa cantábrica.

Una luz otoñal provocaba un azul intenso en el cielo bajo el cual resplandecía el blanco de los picos nevados. Todo era perfecto para dar un paseo por los acantilados hasta el pueblo donde comeríamos.

Comenzamos el sendero que conduce desde el aparcamiento hasta la playa con alegría y entusiasmo por el espléndido día que íbamos a disfrutar. El sendero pronto desapareció y continuamos por el borde del acantilado sorteando rocas y los temibles tojos que con el menor descuido ya te habían picado.

De vez en cuando nos parábamos para observar cómo las olas rompían con fuerza contra las rocas, era un espectáculo maravilloso para nosotros, gente de Castilla.

En una de las ocasiones que paramos para ver como el oleaje rompía en los acantilados, me asomé en exceso al borde; sentí un desvanecimiento, comencé a ver borroso el mar, las rocas parecían que giraban a mi alrededor, el murmullo del mar desapareció y en segundos experimenté la caída hacia el mar desde lo alto del acantilado. No sentía nada, solo la velocidad con la que caía.

Oí gritar mi nombre a lo lejos que me sacaron de mis pensamientos y continuamos andando por el acantilado hasta el pueblo donde pensábamos comer.

Javier Giro
Grupo B



El arte de meditar

Movida por la curiosidad, acudí el otro día a una clase de meditación. 
Tras comprobar que tengo un fallo en una fosa nasal y que me cruje alguna articulación, tuve, plenamente consciente; la sensación de estar autorrealizándome una completa endoscopia mientras iba dirigiendo  luces a través de todos los conductos internos de mi cuerpo.

Más tarde, tuve una imagen clara de mí misma como lámpara de IKEA mientras emitía luz por ojos, nariz, boca y oídos. 

Terminar convertida en el Sagrado Corazón, no tiene precio.


Flores de Bach 

Creía fervientemente en tal remedio, por eso a veces tomaba una copa de brandy mientras admiraba las flores. 
Así sanaba su alma.


Flores de Bach II

¡Misterioso a la par que poético! 

Algo así, debió pensar Pedro "el del arca", el día que decidió emprender camino hacia la cumbre de la montaña de un pueblo cercano al suyo. 
Desde lo más alto, sobrecogido por la majestuosidad de todo cuanto se extendía ante sus ojos, reparó en la vistosa alfombra de colores en que se habían convertido los campos floridos. Entonces, extasiado y, como si del mismísimo Petrarca se tratará, exclamó: - "¡Si foso o lomas halláis en el sendero, es para demostrar que es espinoso, y que es alpestre y dura la subida que conduce hacia el bien más verdadero!. 

De haber sabido que algunas de las flores llevarían más tarde un apellido, de seguro se habría hecho acompañar de una petaca de orujo, que no de brandy, para sobrellevar mejor el mal de almura. 

Mercedes González
Grupo A


El olor de las estrellas

Era una noche preciosa. La hierba me acariciaba al pasar, suave. Agaché la cabeza y la olfateé con los ojos cerrados. Hacía días que no llovía, pero podía sentir algo de humedad entre el verdor.

Oí un aullido a lo lejos y volteé la cabeza en esa dirección. Peligro.

Surgió en mi un impulso suicida. Me gustaba el peligro, pero debía ser la única. Veía algo hermoso en el terror. La noche misma, y aquella en particular, era para mí una red de hilos de peligro, delicada como una tela de araña. Yo creía ser la única capaz de correr sobre ella sin quedarme atrapada. Me encantaba aquella intranquilidad sosegada que desprendía, ese sentimiento de temor contenido en mi pecho, mi corazón latiendo deprisa, alerta. Nada parecía poder detenerme.

Muchos lo llamaban juventud; otros, estupidez. Yo lo llamaba valor.

Frente a mí, el contorno del bosque se recortaba sobre el cielo. La luna estaba escondida tras unas nubes, y todo a mi alrededor tenía un precioso color azul grisáceo. La brisa barrió la pradera, mi pelo danzaba con ella y las esencias volaban hacia la arboleda. Troté ligera en esa dirección.

Atravesé la pradera al galope y salté sobre el camino que la partía en dos. Me dolía caminar sobre ese suelo extraño. Desprendía un olor desconocido, fuerte, sucio. Era el olor de la muerte.

Confusa, dejé que el olor me envolviera y cerré los ojos. Me sentía valiente. No era la reina del bosque, pero podía serlo de aquel pedazo de camino contaminado por la humanidad. Di un paso más, mis patas quejándose por la dureza del terreno. Embriagada por el placer del terror, mi espíritu luchaba con desgana contra el instinto de supervivencia que corría por mis venas. Mis sentidos parecía haberse dormido.

Empecé a oír un zumbido. Mis patas me pidieron correr, pero yo me obligué a permanecer estática. El corazón se me iba a salir del pecho. Creo que quería huir a la arboleda.

Con los ojos aún cerrados, di otro paso. El zumbido era cada vez más fuerte. No era natural. ¿Sería humano?

Cada pedazo de mi cuerpo gritaba de terror. Ahora tenía claro que aquel sonido era el de la muerte. Quise contemplarla, así que abrí los ojos. Giré la cabeza hacia un lado, y allí la vi: dos pequeños puntos de luz, dos estrellas que habían caído del cielo sobre el camino.

El aullido volvió a resonar en la distancia. Miré hacia el bosque. Mi cuerpo me suplicaba ir hacia él. Agité la cabeza y volví a mirar a aquel par de estrellas. Entonces eran el doble de grandes, y seguían creciendo, directas a mi. Iban a engullirme.

Mis patas dieron un paso más pero yo retrocedí, cabezota. Quería ver esas estrellas más de cerca.

En el segundo inmediatamente anterior al impacto decidí huir, pero ya era tarde. Mi cuerpo no respondió. Quizá mi instinto de supervivencia se había cansado de mi alma kamikaze y había decidido abandonarme.

La estrellas me golpearon con una fuerza antinatural y mi cuerpo salió despedido por el aire para aterrizar sobre el durísimo suelo con un golpe sordo.

Mi corazón dejó de latir y el terror de la noche cerró mis ojos en aquella senda de la muerte. Descansé el hocico sobre la fría superficie.

¿Quién me iba a decir a mí que las estrellas olían a sangre?

Elena Alonso Pinilla
Grupo A


Los niños no tenían que crecer

Porqué opino que los niños no deberían crecer. Muy sencillo, coincide que hace años contemplé a un operario de telefónica arreglando el teléfono fijo en casa de un cuñado. Habían llamado al departamento de averías manifestando que se oían muchos ruidos y que en otros casos no se recibían llamadas. El operario un hombre simpático y agradable, mientras lo desmontaba y con amplía experiencia, en un momento determinado y ante la presencia de mi sobrina como curiosa, se le ocurrió decir, “habrá sido esta niña la que ha caído el teléfono”.

Rosa que así se llama la sobrina, tendría unos seis años en aquella época, y ante el asombró de los allí presentes, no se cortó ni un pelo, y le contestó “No, yo no he sido, ha sido mi papá, que el otro día hablando por teléfono estaba enfadado y lo tiró contra el suelo”.

Luis Iglesias
Grupo B


Difícil

Desde el primer momento supe que me resultaría difícil en extremo. Siempre me cuesta coger el boli, pero en esta ocasión algo me decía que los aprietos habrían de ser mayores. Y aquí me veo, desarmado, sin saber cómo rematar lo escrito.
«Vuelta de tuerca», se dice enseguida. Pero qué vuelta de tuerca le puedes dar a tu texto cuando ya está inventada la retrospección, y el flashback, y el flashforward, y la ensoñación. Por no hablar de la Banda de Möbius, o del efecto Rashomon, o de los no muertos, o de la disociación de identidades, la clonación, los distintos tiempos, la realidad simulada, el timador, la paranoia, etc., etc.
Nada, que me doy por vencido, lo siento por mamá Estrella. Estrella le dice el amo, por qué no voy a llamarla yo también así. Lo siento por mamá Estrella, decía, tan cariñosa, tan preocupada por mi formación: «Tú esfuérzate, hijo, que nadie tenga que decir de ti que no pones todo de tu parte. Mi sueño es que llegues a ser más que tu padre y tu madre. Qué orgullo para mí si el día de mañana se me lograra ver que alcanzaste a ser un caballo de provecho».

Pascual Martín
Grupo B


El estreno

En el escenario, 2 actores, hombre y mujer, protagonizaban, con gran realismo, una escena de violencia machista.
Beatriz, de repente, abandonó su butaca y se situó frente al actor, ante la pasividad y el silencio más absoluto de los asistentes.
Con una serenidad y claridad que no conocía en ella misma, relató su propia historia de malos tratos, humillaciones, esperas, silencios y frustraciones.
Media hora después, aplaudía frenética en su butaca.
Aquella noche no volvió a casa.

Teresa Sanz
Grupo B


Un instante infinito

Vivo continuamente atrapado en el mismo instante de tiempo. Cada dia, desde que me levanto hasta que me acuesto repito siempre mi manera de vivir sin que nada cambie por miedo a no poder aceptar mi futuro.
Me he anclado en el pasado mientras vivo en el presente.
Excepto cuando, después de que el día se haya apagado me pongo a escribir entre miles de sueños rotos y pienso en todo lo que podría haber hecho con lo que en su día fue el deseo de ver más allá de mi alma y mis ojos. Enseñarle al mundo mis miedos, alegrías, decepciones, esperanzas… mi forma de ver las cosas, de aceptar la realidad.
Pero todavía recuerdo, entre amargas poesías que borré después de escribirlas, que sigo sumergido en los sueños.
Desde el día en el que me suicidé nada ha vuelto a ser lo mismo.
O quizás las cosas siempre fueron iguales.

Alejandro López
Grupo A


TODO POR EL REINO

Una pesada mano se posa sobre mi espalda. Las órdenes son claras. El momento ha llegado.

- Volveré pronto mi Señor.
- Que Dios te bendiga. No nos falles.

A medio trote asciendo la escarpada ladera hasta su cima, pero antes de llegar a ella, giro instintivamente la cabeza hacia mis compañeros. Somos pocos los que aún nos mantenemos en pie, pero sus caras, sus blancos ropajes bañados en sudor y sangre, aún aspiran a la grandeza de la victoria. Una vez arriba, y a pesar de la neblina, observo la larga planicie que se extiende a mis pies.

El campo de batalla parece infinitivo, mucho más grande que esa misma mañana. Observo a las tropas enemigas a no más de doscientos metros de mi posición, con todas sus líneas perfectamente ordenadas y en eterna posición de ataque. A simple vista, superan en al menos tres veces a nuestras unidades, algo que confirma los malos augurios que mi cabeza ya pergeñaba desde el otro lado de la colina minutos antes.

La pequeña tregua pactada hace unas horas nos ha permitido descansar e hidratarnos, pero quizás eso no sea suficiente para decantar la balanza a nuestro favor. No sé, qué más da, la suerte está ya echada.

Nuestro adversario no es estúpido, de hecho, es uno de los mejores estrategas en estas lides. Pero el cansancio y la larga jornada pueden haber hecho mella en su razón, y quién sabe, quizás cometa una torpeza. Por eso, mi misión es simple, pero arriesgada. Debo acercarme lo máximo posible a la primera línea enemiga y, sólo si Dios quiere, provocar que salgan en mi persecución y así atraerlos hacia la colina. No significaría una victoria plena, pero sí un cambio crucial de los acontecimientos, una oportunidad única de contraatacar y compensar nuestra inferioridad numérica.

Sin pensarlo demasiado espoleo con fuerza a mi caballo, comenzando así el desenfrenado galope hacia mi destino. Hacia el de todo un reino. A cada metro que me acerco a aquellos oscuros bárbaros, parece que el número de alabardas que me apuntan se multiplica por momentos, brillando como dientes afilados en busca de una presa fácil. Mientras con una mano sujeto firmemente las riendas, con la otra desenvaino la espada para no desvelar mis verdaderas intenciones. Creen que me he vuelto loco y voy a cargar contra ellos. Por eso, unos cuantos soldados comienzan a golpear sus escudos con furia y, emitiendo inhumanos gritos, se deciden a romper la formación. Otros más, espoleados por la adrenalina del momento, comienzan a imitarlos. Y otros, y otros, y otros, …. Entre el sonido penetrante de un cuerno se escucha una desesperada voz que, en un idioma que sólo el diablo entendería, parece maldecir esta inesperada conducta. Parece que la primera fase ha funcionado.

Aunque ahora llega lo más difícil. A unos 20 metros del primero de aquellos locos, tiro con todas mis fuerzas de las riendas, provocando que mi sorprendido caballo frene en seco y, durante unos segundos, se eleve sobre sus dos patas traseras. Otro diestro movimiento le obliga a dar un giro de 180 grados, para sí comenzar la planeada huida hacia lo que parece va a ser una exitosa emboscada. La maniobra completa no lleva más de 10 segundos, pero, aun así, percibo el sonido de algo grande y metálico bailando a pocos centímetros de mi posición. Vamos amigo, galopa con todas tus fuerzas, ya casi lo tenemos. Mi fiel amigo parece entenderlo y apura sus fuerzas al máximo, dejándose en ello hasta la mínima gota de energía. A lo lejos puedo observar como nuestra primera línea, con mi Señor a su cabeza, hace acto de presencia en lo más alto de la colina. Esa es la señal para que comience a desviarme ligeramente hacia el flanco derecho de aquella pequeña elevación. Lo vamos a conseguir, por lo menos, parece que todo sigue el rumbo marcado.

Y justo en ese momento, cuando me encuentro midiendo mi siguiente movimiento, algo nos golpea furiosamente por el lado izquierdo, haciendo que jinete y montura súbitamente abandonen su perfecta armonía. Tras unos segundos de confusión me doy cuenta de que apenas puedo moverme. Estoy consciente, puedo percibir cada sonido a mi alrededor, cada mota de polvo que gira sobre mi cabeza, pero la parte inferior de mi cuerpo no responde. El cuerpo inerte de mi caballo aprisiona mis piernas, me hallo irremediablemente atrapado. Al mirar hacia el otro lado me percato de la razón de todo aquello. Dos enormes torres de asalto, luciendo sus desafiantes arietes de hierro, acaban de hacer acto de presencia en el campo de batalla y avanzan de manera decidida hacia la colina. Junto a ellas, una formación de jinetes de carga las escolta, dirigiéndose como flechas hacia su objetivo. Estamos perdidos …

Aunque durante unos instantes espero el irremediable golpe de gracia que ponga fin a aquella horrible escena, nada sucede. Allí postrado no supongo ningún tipo de amenaza. Ya no soy su meta, sólo un punto intermedio en el camino. Durante los siguientes minutos observo como el enemigo avanza en bloque, en perfecta disposición hacia la victoria. Sus movimientos en el campo de batalla son precisos, ligeros, calculados. La insubordinación inicial de unos pocos ha dado paso a la más perfecta estrategia, planificada de manera concisa y llevada a cabo con absoluta maestría.

Desde la distancia observo la conducta dubitativa de mis compañeros que, sin duda en estos momentos, se debaten entre la idea de morir en retirada o hacerlo buscando la gloria del momento. Un impulsivo gesto de nuestro Señor los lleva a cargar contra el infinito enemigo, que rodea ya la pequeña colina por tres de sus flancos. Momentos después, todo es sangre, gritos de desesperación, choques de metal, relinchos vacíos, … Veo como una de las torres de asalto se precipita contra mi Señor quien, pocos segundos después, yace en el suelo con el cuerpo destrozado. Cierro los ojos. La masacre continua. El juego ha llegado a su fin.

- ¡Jaque mate! ¡Negras ganan! ¡Ja, y van tres seguidas …!

Tras dedicarle una mirada de desdén a su oponente, se levantó, guardó las piezas en la caja y, con el tablero bajo la axila, salió de la habitación.

Jorge Martín
Grupo B


“¿Lograré escribir?”

Tal vez no era el lugar más idóneo pero sus pasos lo llevaron allí. Y allí, permanecía, en silencio, con su libreta abierta, con un lápiz en su mano; pero sin una mera chispa que iniciara una cascada creativa. De vez en cuando, garabateaba, y borraba; volvía a garabatear, y tachaba. Nada era suficiente, nada era su voz. Mecanismo inhibido. Irreversiblemente.

Estático, casi inerte salvo por sus ojos que todo lo observan, salvo por sus oídos que a veces escuchan. Respira suave, cuando es posible.

Tal vez no era el lugar más idóneo y sus pasos comenzaron a alejarlo. Imaginando dragones a ritmo de música, decidió pactar una pequeña tregua consigo mismo. “Thunder, feel the thunder. Lightning and the thunder.”

- ¡Tanto trueno, tanto trueno! ¡Qué repetitivo! – apagó la música. Había llegado a casa.

Se sintió atraído hacia la estantería, donde había depositado su última adquisición. Era una especie de oráculo milenario y decidió jugar un poquito con él… En su mente una pregunta. Tres monedas lanzó al aire, seis veces: Hexagrama 51.



“Trueno continuado: la imagen de la conmoción. 

Así el noble, bajo temor y temblor, 

rectifica su vida 

y se explora a sí mismo.” 
- ¡Tanto trueno, tanto trueno! ¡Qué demonios! – cerró el libro.
De repente, una chispa. No, un estruendo. La cascada creativa parecía volver a fluir. Afuera la lluvia caía con fuerza.

Diego Rico Suárez

Grupo B


¡Adelante, soldados!

Gritó desde el otro lado de la puerta.
Y entramos los dos. Con paso firme. Mi madre con un ridículo tricornio de plástico en la cabeza y yo con una casaca roja sin botones.
Soldados, las tropas avanzan peligrosamente, quiero a todo el ejército listo para repeler el ataque.
Mi madre me dio un codazo en la casaca y cumplí con mi parte del trato.
¡Sí, mi capitán!
Y mientras entraba de nuevo en la cocina para cobrar mi recompensa en forma de helado de chocolate, le pregunté a mi madre:
¿Hasta cuándo vamos a hacer esto con el abuelo?
Ella respondió: Hasta que las tropas invadan definitivamente su maltrecha cabeza y nos firme la rendición en los papeles de la herencia.

Alfredo Pérez
Grupo B


Cuestión de segundos

Se despierta sobresaltado, sudoroso y con gran agitación.Ha tenido una pesadilla.ya esta despierto pero recuerda perfectamente lo que ha soñado.Se frota enérgicamente sus ojos y convencerse de que ya está despierto y borrar la imagen de la hija del gran artista que se ha tragado la tierra y sigue muy presente en el.A su estado sudoroso ahora se suma un desagradable escalofrío.Ha sido una terrible pesadilla, pero recuerda que empezó siendo un sueño agradable,el hacia una marcha por la montaña cercana a su ciudad,se cruza con un grupo de seguidores del gran artista de moda esa temporada que al anochecer tiene un concierto en la plataforma previa a la laguna, también se entera de que está por la zona su hija, una joven atractiva de la que el está platónica mente enamorado.Enterarse de eso le anima a caminar más entusiasmado,Ojalá se encuentre con ella.Su respiración se acelera y el deseo de verla le impide ser consciente de que se ha originado una fuerte tormenta.Llueve con intensidad, relámpagos truenos y uno o tal vez el eco de los anteriores hace que se prolongue por la gran montaña y un gran socavón,se abre el camino delante de él y se traga a la hija del gran artista,la joven atractiva de la que él esta platónicamente enamorado.

Pepa Agustín
Grupo B


Operación a vida o muerte

Por mucho que entre todos intentaran tranquilizarme, yo, por dentro, pensaba: “una operación no deja de ser una operación”.

Era la primera vez en cuarenta años. No así para otros amigos o conocidos míos; familiares, incluso. En el caso de algunos, un éxito. Todo había salido bien. En el de otros, por el contrario, se había complicado y algo impredecible había roto los pronósticos más optimistas.

En mi caso, era una operación de alto riesgo. De ahí que me debatiera entre los beneficios, si salía bien, y las secuelas irreversibles, si salía mal. La duda pendía encima de mi cabeza como una espada de Damocles dispuesta a dejar caer todo su peso sobre mí o como un sable de hoja afilada rebanándome el cuello en un movimiento rápido y certero. Pero debía someterme a aquella especie de tabla de salvación si quería seguir viviendo dignamente. Dejar transcurrir el tiempo sin buscar remedio era entrar en una larga agonía para la que creía no estar del todo preparado.

Pensaba en mis hijos y me decía: “¿Qué puedo ofrecerles en este estado? Un padre al que le duele todo, que es una queja andante, no es un padre.”

Durante tiempo había intentado encontrar remedios tontos en una actitud cobarde de no dar el paso difícil, pero necesario. Me engañaba día a día con aquel “No es grave. Seguro que se pasará”. Pero transcurrían los días y, lejos de pasarse, se agravaba.

Y un día, después de reflexionar, de consultar y consultar, de recabar información por parte de distintos especialistas, tomé la decisión de que la única cura posible, a pesar del riesgo, a pesar de poder perder quién sabe qué, pasaba por la operación. Así lo pensé y así lo transmití a mi círculo de amigos más cercanos, a mi mujer y a mis hijos. Ya no había marcha atrás.

Y me preparé para ello. Sopesé los pros y los contras. Los beneficios del éxito y los perjuicios del fracaso. Vivir en un estado de dolor permanente o disfrutar de un entorno saludable. Estaba claro. Aquella era una operación de vida o muerte. Aquel cáncer se había extendido tanto por mi cuerpo que vivir así ya era imposible.

Aquella mañana me levanté temprano y, en ayunas, salí a la calle y pedí un taxi. Me dejó delante de la puerta. Entré en aquel edificio frío donde diariamente se llevaban a cabo operaciones similares a la mía, me dirigí a la persona que, suponía, podría proporcionarme la información necesaria, y entré en la sala completamente solo. No quise que nadie me acompañara. Lo arriesgaba todo.

Firmé el protocolo y esperé. No recuerdo los minutos –o las horas- que llegaron después. Ya nada importaba salvo esperar. Sí recuerdo un tablero luminoso ante mis ojos. Números que bailaban hacia arriba en verde y hacia abajo en rojo, nerviosismo en la sala, murmullos primero, gritos después y, de entre todo ello, un nombre comercial fijo en mis pupilas e iluminado en verde que resplandecía dando luz y color a todo el parqué.

Fueron tan solo unos segundos durante los cuales creí no poder resistir aquella sensación aún hoy indescriptible. La operación había sido todo un éxito. Mi apuesta había sido ganadora y un millón de dólares me esperaban a un clic tan solo en mi dispositivo móvil.

José Manuel Romero
Grupo A


Viaje

A primera hora de la mañana del viernes, en compañía de mi perro entro en la estación para coger el autobús con destino a Madrid. El conductor comunica a los pasajeros que se tiene que suspender el viaje hasta el día siguiente por las altas temperaturas de viento.
Al día siguiente salgo de mi casa, en compañía de mi perro para entrar en la estación de autobús para coger el autobús que nos lleve con destino a Madrid, antes de subir al autobús el conductor pide disculpas en nombre de la empresa Avanzabus a los pasajeros por haber tenido que anular el viaje de ayer por las altas temperaturas de viento.

David Álvarez Sánchez
Grupo B


Terror

Yo tenia bien claro lo que había visto. Aunque pensaba que nadie me creería así que decidí no decir nada.
La ví; A la mismísima chica de la curva, estaba allí, bien entrada la noche en aquella carretera oscura y solitaria, con su cara lastimera haciéndome señales para que parara.
Sentí tanto terror que me largué acelerando y tratando de ignorarla.
Tenía la certeza de que no lo imaginé. Era tan real mi visión, que estuve sin poder dormir dos noches. Ese miedo que sentía se convirtió en verdadero terror cuando, a los tres días leí en la prensa:
“Aparece muerta la chica desaparecida tras el accidente que sufrió junto a sus padres, que fallecieron la noche del sábado en la SA 220.
La chica de 17 años no murió en el accidente, si no de hipotermia y deshidratación.”

Esther Yubero
Grupo A


Detalles de limpieza

Cuando Marieta se ponía nerviosa, limpiaba. Una costumbre que adquirió veinte años atrás. Antes fumaba.
Su casa siempre estaba impoluta.
Es animista. Y este hecho lo complica todo. ¿Sabéis lo que cuesta destruir telas de araña sin dañar a sus hacedoras o dar caza a un “cortapichas” sin lesionarlo?
Hace nueve meses, Gonzalo -su marido- hizo las maletas. Se lo dejó todo. No quería nada. Tampoco engañarla. Tenía un novio, un hombre maravilloso, Rodrigo. Gracias a él había conseguido limpiar de prejuicios su cabeza. Paula y Carmen lo entenderían. Ya no eran unas crías.
Hace nueve meses que Marieta fuma de nuevo.
Es animista. ¡Maldita sea!

Ana Isabel Fariña
Grupo B


La prórroga

Subió al tren de cercanías tras haber superado una gravísima afección coronaria, a la cual había echado un pulso magistral.
Al pisar el compartimento quedó estupefacto. Retrocedió desconcertado, pero la puerta se cerró quedando atrapado en aquella celada fantasmal. Un frío lacerante le acometió. Sus ojos se perdieron en aquel túnel de paredes acolchadas, suelo flotante, asientos levitando con pasajeros inmunes a cualquier signo de vida.
– ¡Dios¡ ¿Qué es esta mascarada?–dijo, mientras la pantallita anunciaba. Final de trayecto, Paraíso.
¿Cómo he llegado aquí?—exclamó aterrorizado llevándose las manos al pecho< ¡Corten! ¡Clak!

Pepita Sánchez
Grupo B


El Cuco (Del diario de la que puede que no fuera mi abuela)

Me encontraba sentada en la sala de espera del famoso psiquiatra al que había acudido, por indicación de una amiga, como último recurso.
Recordé la cantidad de psicólogos y médicos a los que recurrí desde que tuve a mi hijo, hace ya de eso treinta y tantos años.
La llamada de la enfermera a un nuevo paciente, me devolvió a la realidad y al ver que no se trataba de mí, continué con mis cavilaciones.
Me refugié en el ensueño de lo que cambiaría mi vida cuando, por fin, pudieran sacar de mi mente el devorador sueño que me empezó a consumir al poco de haber parido.
Noche tras noche, un gran pájaro blanco y negro, se abatía sobre un nido con dos huevos al que me veía impelida a defender, pero me sentía paralizada por la presencia del ave y me despertaba presa de una tremenda angustia.
La enfermera pronunció mi nombre y me arrancó de mis pensamientos al tiempo que me indicaba que la siguiese a la consulta.
El médico, un joven como de unos treinta y tantos años, de aspecto cuidado y agradable, lucía una sonrisa que me resultó familiar.
Había estudiado mi caso, e indicó la praxis de la hipnosis como la terapia más adecuada en mi situación. Me daba igual lo que me hiciera, solo quería acabar con mi pesadilla y asentí a su propuesta. Cuando desperté, me sentí reconfortada con su sonrisa y con gran curiosidad sobre el resultado obtenido.
El doctor, me dijo que de mi relato se adivinaba respecto al gran pájaro, que se trataba de un Cuco y que el nido debía ser yo. Quede algo confusa hasta que prosiguió contándome que dicho animal, para perpetuarse, tiene por costumbre poner su huevo en el nido de otra ave que es la que se encarga de empollarlo hasta que eclosiona y el polluelo termina acaparando la comida de sus circunstanciales hermanos hasta el punto de eliminarlos.
Tras su exposición, me sentí aliviada por el hecho de haber tenido un solo hijo, pero algo inquieta por no entender cómo encajaba todo aquello en mi caso.
Como si escogiera las palabras, me preguntó:¿ Tiene usted la sospecha de que algo anómalo haya ocurrido al nacer su hijo?
Y todo se desveló en ese instante.
Sentí como si desde lo más profundo de mi ser, surgía la terrorífica duda sobre mi más preciada creencia y proferí un grito desgarrador antes de caer desvanecida.
Cuando desperté, fui perfectamente consciente de que había acabado con la pesadilla de mi sueño, para empezar con la tortura de la búsqueda de mi verdadera realidad.

Carlos García Riesco 
Grupo A


En la calle

Intentó una panorámica, pero no le gustó. No conseguía representar todo lo que pasaba en esa calle en una sola imagen. Así que probó con el zoom, quizás con un collage podría lograr el efecto que quería. Enfocó a la chica de la camiseta gris, proyectaba una gran determinación. Era difícil no fijarse en ella, y pensó que no conseguiría hacer otra foto que compensara la fuerza de esta imagen en el collage. Movió un poco la cámara y encontró algo interesante, un chico muy joven asustado, en su cara se veía claramente que no quería estar allí. Amplió un poco el campo de visión y, apareció la imagen que estaba buscando. En el escudo que llevaba el chico en la mano, se reflejaba la chica de la camiseta gris, sus ojos llorosos, el humo de las bombas lacrimógenas, y la multitud dispersándose detrás de los decididos manifestantes que a pesar de todo se mantenían decididos frente a las fuerzas de seguridad.

Silvana Rebollar
Grupo B


La herida

Desnuda, posaba radiante ante el espejo.
Fuera nevaba y hacia mucho frío invernal.
Quería olvidarlo todo. Hasta el último encuentro con su ex.
Palizas, gritos y golpes que se habían quedado como cicatrices en la piel.
Miedo, dolor a salir. Miedo a huir. Miedo a perder la confianza. Miedo a dejar de ser ella misma.
Se acarició los pechos, llenos de moratones.
Aún la dolía la dorsal del empujón que la dio.
Las piernas amoratadas, el dolor de semanas atrás y sobre todo el miedo que la acompañaba.
Escuchó como el silencio reinaba una vez más.
Afuera en la calle, todo fluía y pasaba con normalidad.
De repente, entre todo ese silencio, sus pensamientos, el dolor, el teléfono fijo sonó.
Al cogerlo, una sonrisa de felicidad ilumino su rostro.
Portal 24, calle Cardenal cisneros, piso 4ºB un hombre abatido a tiros.
Supo que por fin toda su vida se había liberado, él ya no estaba, él ya no podía hacerla daño.
Más tarde llamo a su mejor amiga estuvieron cenando pizzas y se pasaron todo el rato riéndose. Como nunca en la vida.

Iria Costa
Grupo B

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