Querida pared, te escribo

La sesión del taller de escritura creativa del lunes tuvo como tema central la locura. Hablamos de Alejandra Pizarnik y Virginia Woolf pero también de Leopoldo María Panero y Ferdinando Nannetti. autor de un libro singular escrito sobre la pared del Hospital Psiquiátrico de Volterra.
Documentamos esta entrada con algunos artículos interesantes. El primero de ellos lo firmó Antoni Tabucchi en el Suplemento Culturas de Diario 16 el 21 de mayo de 1988. El título; "Querida pared, te escribo".



Querida Milena, respondo a tu tarjeta con un mes de retraso, tendrás que perdonarme, pero no me encontraba bien de salud. ¿Cómo estás tú¿ ¡Querida Milena! Yo conocía a otra Milena, en Roma, pero ha muerto…”

Había una vez… ¡Kafka!, dirán de inmediato mis cultos lectores. NO, queridos lectores, había una vez un loco. Esa cartita que he puesto a modo de introducción, precisamente para que gracias Milena, a la enfermedad y a la ironía macabra (conocía a otra Milena, pero ha muerto) os vieses llevados a engaño, no pertenece a Kafka. Fue escrita por una persona que acaso Kafka hubiese podido elegir como protagonista de una de sus novelas y que se llama N.O.F.4 es autor de un libro perturbador que, como todos los libros está hecho de millares de palabras. Millares de palabras que no han sido escritas sobre el papel, sino grabadas en centeneras de metros de pared.

Gracias a la iniciativa de una Unidad sanitaria local (sí, es así, una de las tantas Usl de mala fama, en este caso la ilustre Usl nº 15 de Volterra), este “libro” se ha convertido en uno normal, de papel, impreso por la editorial Pacini de isa como suplemento de la revista Neopsichiatria, dirigida por el profesor Pellicanó. De la existencia de la obra de Nannetti me había puesto al tanto, hace un par de años, mi amigo Amedeo Cappelli, un lingüista que junto con Antomnio Zampolli trabaja en esa extraordinaria oficina de “científicos creativos” que es el Instituto de Lingüística Computada de Pisa. En varias ocasiones me había prometido a mi mismo ir a ver en vivo aquella actividad, sin llegar a concretarlo nunca. Pero ahora que el texto de Nannetti ha venido a dar a mis manos bajo la forma de un libro de papel, no pude hacer otra cosa que ir a Volterra para ver al natural el “libro de piedra”: el que en once años de manicomio Nannetti Oreste Ferdinando ha escrito sobre la superficie que mantenía encerrado su físico.

La historia de Ferdinando Nannetti es la siguiente: nació en Roma en 1927, de padre desconocido. En 1934 fue aceptado en una institución de caridad. En 1937 ingresa en una institución para subnormales de la que sale a causa de una enfermedad ósea; se recupera en el Forlanini de Roma. A continuación y por un episodio cuyos extremos ignoro, es acusado de resistirse a un oficial público y viene sometido a un reconocimiento psiquiátrico. Absuelto del cargo por “desequilibrio mental absoluto”, la justicia le envía a un manicomio y termina en la sección judicial del hospital psiquiátrico de Volterra. En 1961 pasa a la sección civil de ese mismo hospital. En 1972 se le da de alta en el manicomio y es recibido, gracias una pensión del ayuntamiento de Roma, en el Instituto Bianchi de Volterra, donde vive actualmente.

Durante once años, desde 1961 hasta 1972, arañando la superficie con inúmeras hebillas de su uniforme de recuperado, N.O.F.4 grabó en la pared del manicomio una historia inconexa y misteriosa, en la que intercaló figuras humanas y dibujos geométricos. Un mensaje expresado en 180 metros de pared, del que hoy quedan 53 metros por una altura media de 120 centímetros: el libro de N.O.F.4. ¿Pero qué es este “libro” y qué cuenta? Me formulo esta pregunta a mí mismo, porque el “libro” de N.O.F.4 posee una manifiesta característica narrativa, es decir, quiere “contar” algo. ¿Qué cuenta, pues, el libro de piedra de N.O.F.4? Ante todo relata la odisea privada de Nannetti y su viaje hacia Ítaca (que está claramente nombrada). Habla de su familia, que es una especie de motivo recurrente: una familia que consiste en una tribu somática de pertenencia (las personas de este clan son todas “altas, morenas, aciculares, con la nariz en ípsilon”) y que nade tiene que ver con el núcleo de los consanguíneos de Nannetti, que él jamás conoció (nadie, en todos estos años, ha visitado nunca a Ferdinando Nannetti). Son –llamémosle así- sus hermanos somáticos de elección, y pueden ser Pio XIII, un tal Alberto el Mono Corazzii y Amadeo de Saboya. También habla del padre, a través del precepto “acordaos de santificar al padre”. Un padre que, como sabemos, Nannetti jamás ha conocido. Pero el libro es también un surgimiento del mundo con un recuerdo del Génesis (“Adán y Noé y su arca… Eva y el árbol de la manzana y la víbora”), con una cosmografía, con una descripción fantástica del cielo, de las estrellas y de los planetas, junto a elementos autobiográficos. Además, está el horror de la guerra (“las botas claveteadas avanzan sobre toda Europa sin hallar resistencia territorial”), hay fusilamientos imaginarios, muertes misteriosas, dolor por la muerte, viajes oníricos, una especie de calendario o de escansión del tiempo cronológico. Un libro que contiene, en la distorsión de la locura, lo que contienen muchos libros de la historia de los hombres, cosmogonías, guerras, misterios, dolores, alegrías, religiosidad, miedo, amor y muerte.

Advierto que un caso de esta índole exigiría un discurso de carácter psiquiátrico. No obstante, la Usl nº 15 de Volterra, en lugar de poner en primer plano el problema psiquiatría-escritura y de confinar la obra a un ámbito médico, ha permitido que el texto de Nannetti fuese analizado por artista: el escultor volterrano Mino Trafeli (el libro de Nannetti es también una obra esculpida), su asistente Aldo Trafeli, que pacientemente descifró y transcribió algunos fragmentos del libro, y Giuliano Scabia, que ha escrito un prólogo muy hermoso titulado “El libro de la vida”. Las fotografías del original, tomadas con gran rigor técnico, pertenecen a Pier Nello Manoni. ¿Qué significa este silencio de los médicos con respecto al libro de Nannetti? Presumo que, con este acto de discreción, los psiquiatras de la Usl volterrana han querido decir sobre todo una cosa: si la enfermedad mental es un misterio, también lo es la escritura, y en una manifestación como esta lo que predomina quizá no sea tanto el misterio de la enfermedad, sino más bien el de la escritura.

Mino Trafeli, en su texto de la solapa de la edición, remonta el caso de la escritura de Nannetti al hecho de la expresión poética: “La relación que N.O.F.4 ha establecido con su yo profundo nos hace reflexionar sobre l o que se al esencia de la poesía, que puede estar hecha con conocimientos, con pocos conocimientos o con pocos conocimientos desquiciados”. Es un dato concreto el que estos “pocos conocimientos desquiciados” hayan dejado una viva impresión en Jean Dubuffet, que poco antes de morir escribió a Trafeli para expresarle su admiración ante las “extraordinaires inscriptions” de Ferdinando Nannetti. También ha sido viva la impresión de Michel Thévoz, director del Musée de l’Art Brut de Suiza, quien habla de un “caso jamás visto antes”.

Por su parte Giuliano Scabia, en su prólogo, se plantea interrogantes que deseo transcribir completos: “¿Qué es escribir? ¿Un coloquio con el cuerpo de la madre, como ha sugerido Barthes? ¿O un intento de dominar el mundo interior? O de detener el tiempo. O de dar precisión a lo impreciso. o una técnica para ocultar un secreto. O para desvelarlo. O una forma de la melancolía. O un instrumento de poder. O un trazo de impotencia. O un signo al que se puede confiar a las esperanzas de inmortalidad. O un fragmento concreto de la necesidad de memoria, de memoriales. O una reliquia preciosa de la civilización. O un acto sagrado. O una tecnología de la mente en rebeldía, como el caminar de las hormigas hacia un adelante conocido y desconocido. En la escritura las religiones históricas han realizado a sus dioses. Del desciframiento de la escritura nos ha llegado la comprensión amplia de las civilizaciones extinguidas. La escritura, cada día más, tiende a confluir en las memorias electrónicas. En las escrituras en espejo, tocando las teclas, comenzamos a responder. ¿Y el libro mural de Nannetti?”.

Sobre esta pregunta se detiene también mi viaje de reconocimiento a lo largo del edificio hoy vacío del manicomio de San Gerolamo. A esta pared, durante los últimos años vividos en Volterra como hombre libre, ha acudido Nannetti todas las mañanas, para continuar con su escritura, sobre una franja de 22 centímetros de altura por 106 metros de longitud. El final de su historia aún no ha sido descifrado. Cubierto de malezas, también este último relato sobre el manicomio desierto queda allí, como testimonio.




También en el libro "El proceso creativo", editado por Alberto Dallal a partir de las conclusiones del XXVI Coloquio Internacional de Historia del Arte celebrado en la Universidad Nacional Autónoma de México se recogen algunos datos sobre el proyecto de Ferdinando Nannetti y su "Libro de Piedra". La autora del capítulo en el que se recoge el siguiente texto es Concepción Pérez Rojas:


Si Alejandra Pizarnik y Jacobo Fijman pasaron buena parte de sus vidas internados en centros psiquiátricos, otro tanto sucede con el italiano Ferdinando Nannetti, quien, recluido en Volterra, se dedica durante once años a escribir en uno de los muros del manicomio con las hebillas de su cinturón.

De su escritura desaforada resulta la riquísima serie de gráficos y dibujos que sería más tarde conocida como el
Libro de piedra.

A lo largo de una pared de 180 metros de longitud y unos 120 centímetros de altura, Nannetti recrea escenas bíblicas y simbólicas, de crímenes, autobiografías y hasta proféticas, en un entramado de palabras, dibujo y versos que fueron testimonio de largos y truculentos años de encierro.

No en balde, tras la reforma manicomial italiana de los años setenta, se multiplican las voces de alarma y de denuncia por la arbitrariedad de las reclusiones, la sordidez de las condiciones en que los presuntos enfermos vivían y, sobre todo, los dudosos métodos empleados como tratamiento.

Aparece así
Corrispondenza negata. Epistolario della nave dei folli (1889-1974), volumen donde se recogen alrededor de un centenar de cartas escritas por los internos de Volterra en esos años y que daría lugar a la reciente representación de Follia morale, puesta en escena en Italia por la compañía de teatro Gogmagog. Por su parte, Pier Nello y Erika Manmoni realizarán un cortometraje, I graffiti della mente, de cerca de veinte minutos de duración, en el que se muestran, con todo lujo de detalles, las imágenes del estofado de Nannetti.

El Libro de piedra, que sería finalmente editado por la editorial Pacini es soporte bibliográfico convencional, es la prueba fehaciente de que, para el loco, la creación ni siquiera tiene la mayor parte de las veces un valor estético per se, sino, antes bien, un carácter de necesidad, de urgencia, de refugio.

De tal modo que la obra, que nosotros percibimos –y, como receptores, reconstruimos- como arte, no es para el sujeto psicótico más que una exposición doliente de vida, de realidad.

En este sentido, llama la atención el hecho de que Nannetti, después de haber sido dado de alta gracias a la reforma, continuara todavía volviendo al hospicio para seguir escribiendo.

Lo que parece comenzar siendo una crónica para Oreste Ferdinando Nannetti, el “astronáutico ingegnere minerario” –como él mismo se calificaba-. termina convirtiéndose en una suerte de conjuro para exorcizar el devenir y el tiempo, la cotidianidad y su pavor. Sus inscripciones, profusass y apretadas, parecen trazadas por una mano compulsiva y temerosa que necesitara continuar dejando testimonio como medio para huir del vacío.

A diferencia de Pizarnik y de Fijman, de Merini y de Panero, en Nannetti el arte sobreviene a posterior, en tanto que, presumiblemente, fue psicótico antes que artista. Así pues, y a pesar de su indudable interés, el Libro de piedra no puede ser mirado ni admirado como un poemario o un lienzo al menos, no puede serlo tan sólo como tales. En él, es el individuo el que físicamente se expone; quien convierte su cuerpo en texto y hace caligrafía de su viaje iniciático por esa tierra de nadie que es el territorio del placer inexplorado, el sufrimiento sin trazas y la locura.


Y a continuación el artículo "La losa y la pluma: escritoras frente a la locura" que analiza la locura en términos de género.

Incluímos también en esta entrada el poema que Leopoldo María Panero dedica a su madre:

A mi madre
(Reivindicación de una hermosura)

Escucha en las noches cómo se rasga la seda
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablemos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con
empuñadura en forma de pato
y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)



Propuesta de escritura
Piensa en un personaje de un Hospital Psiquiátrico. Trata de escribir un monólogo en el que a través del lenguaje se sugiera la locura de ese personaje. También puede ser un diálogo con otro loco o con alguno de los loqueros del hospital. Apóyate en el lenguaje, en la sintaxis y en un campo semántico que te ayuden a dibujar con la mayor exactitud al personaje elegido.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:





De piraínos al río

Me acuso doctor Piraino
de que soy un gran demente:
me aquejan todos los males
en relación con la mente.

Empecé de muy pequeño
con una gran obsesión:
tocar repetido al timbre
de la señora Asunción.

Después el remordimiento
me hizo codependiente
dejando así que tocara
de vez en cuando Vicente.

Él es un amigo mío
del que nadie sabe nada
pues cuando sale Asunción
sólo topa con mi cara.

A veces, doctor Piraino
cuando me miro al espejo
veo en su reflejo otro rostro
ya sea de Vicente o Pedro.

Y cuando salgo a la calle,
disculpe usted que le intrigue,
ya sea Pedro, ya sea Juan
siento que alguien me persigue.

¡Imagine mi desgracia!
hoy, a la puesta del sol,
por mil veces repetida
he visto a doña Asunción.

A las mil me he presentado
como mi amigo Vicente
hasta que al fin han venido
a esposarme dos agentes.

Esa voz que a veces oigo
que ya no sé si soy yo
repetía quedamente:
Piraíno es mi doctor.

Lloroso aquí me han traído
después de la detención
por si usted me diagnostica
también una depresión.

Mas si ahora me preguntan
no sabré por qué he venido
que es su diván un sedante
que me traslada al olvido.

Y es que inmerso en este trance
de narrar mientras le miro
mire usted, me entra la duda
de si soy yo Piraíno.

Mercedes González
Grupo A


Agarrar la luz

Extracto de la sesión C/2008-JH7 con la presencia del doctor Levi y el paciente Alonso Maldonado. Varón de 36 años. 11:54 de la mañana del 16 de marzo. El paciente está sentado en la cama con la mirada fija en el único ventanal por el que entra el sol.

―Buenos días, Alonso.
(Silencio)
―¿Cómo está hoy, Alonso? ¿Cómo se encuentra?
―¿Encontrarme? Hace tiempo que no me encuentro, doctor. Están a punto de llegar.
(Sigue con la mirada fija en la ventana)
—¿Quién está a punto de llegar?
—No tardarán mucho, doctor. Vienen cada día a la misma hora.
—¿Quiénes son, a dónde van?
—Vienen a verme (sonríe). Los dueños del sol.
—¿Los dueños del sol?
—Claro. Usted no lo comprende. ¿Sabe por qué sale cada día el sol?
—Bueno..., el sol ni sale ni se esconde. Siempre está ahí.
—¡Mentira! Ellos son su fuerza, su calor. Y vienen a verme. (Vuelve a sonreir)
—Me alegro de que tenga usted compañía. ¿Y qué le dicen?
—Nada. Danzan. Y su danza es preciosa. Alegra el sol. Se me pasó el tempo.
—¿El tiempo para qué, Alonso?
―Yo estaba llamado a ser el mesías, pero ya ve. He llegado tres años tarde.
—¿Tres años?
—¡Claro! Tengo 36, nací el 27 de agosto de 1971, a las 4:56 de la madrugada en el Hospital General Nuestra Señora de la Buenaventuranza. Pesé 3 kilos 400 gramos y mis padres me pusieron el nombre de Alonso Maldonado Tresfuertes, para servir a Dios y a usted.
—Bien. ¿Recuerda usted a sus padres?
—Usted es uno de ellos, ¿no? (Mira, por primera vez, directamente al doctor)
—¿De sus padres? ¿A quién se refiere, Alonso?
—A los de la secta que intentan que les diga dónde se esconde el tesoro.
—No quiero su tesoro, Alonso. Dígame qué recuerdos tiene de sus padres.
—Yo no tengo padres. Nací de la semilla de Dios. Llamado a ser el nuevo mesías que morirá por todos para redimir el pecado del hombre. ¡Váyase!
—¿Quiere que vuelva mañana?
—Haga usted lo que desee. También volverán los dueños del sol a danzar para mí.
—¿Pero no danzaban para el sol?
—¿Y quién soy yo, si no? ¡Soy el sol! (Se levanta de un salto) ¡Ya llegan! ¡Ya llegan! ¡Danzad! (Ríe a carcajadas mientras intenta agarrar la luz que entra por la ventana)

Jaume Castejón
Grupo B


Carne a la carne

Cinco velas ardían en todo momento, en las cinco puntas de la estrella. Nunca se apagaban. En el centro, un hombre se arrodillaba con una mirada perdida entre las danza de la llamas. La bata, en otro tiempo blanca, se había ennegrecido con los restos de cenizas. En su frente llevaba escrita la palabra “felicidad”, palabra que su madre siempre intentó inculcar a su hijo, incluso cuando se la llevó la tumba.

Vacíos estaban los deformes pasillos a su alrededor, que se extendían como el silencio en la noche. Permanecían olvidados; prohibidos de la mano de cualquier conciencia que no fuera libre de soñar por sí misma. Aún se olía el tierno olor del metal y el miedo derramados por el suelo.

En sus manos, el hombre cargaba un viejo libro con el estampado de una gran cruz. Lo presionaba ferozmente contra el suelo por temor a que volara, o a que se fuera nadando entre la sangre. A su derecha, un metal puntiagudo y oxidado se clavaba profundamente en un corazón que aún conservaba su juventud.

El hombre encorvó la espalda hasta el límite de su humanidad. Se dobló en dos líneas rectas y apoyó la cabeza sobre la Biblia; la llenó de sudor y lágrimas, mientras se mantenía en un susurro donde las palabras se entrelazaban sin llegar a entenderse unas a otras. Cerró los ojos y permaneció en silencio. Esperando su turno de vivir.

-Carga sobre mí todo el peso del vacío-

Las llamas de las velas se concentran en pequeños círculos.

-Arranca la poca cordura que me queda para que pueda ceder a la verdad-

El humo se recogía en el centro de la estrella.

-No me conformaré con menos que con el final-

Su mano separó el metal del corazón y lo puso entre la delgada línea recta de su pecho. El hombre miró al cielo, y reconoció entre el humo las visiones de un nuevo mundo a punto de nacer. Sus sueños se hicieron sólidos, desconcertantemente sólidos. El paso hacía la felicidad se oponía solo por un único corte transversal. Un único corte para desobedecer la condición humana y desgarrar la cárcel de carne en la que llevaba 45 años metido.

-Nunca más- Dijo el hombre mientras separaba las realidades, sin someterse al dolor humano.

-Yo lo sé todo, y sin embargo, no puedo comprender nada-

Una última lágrima cayó hasta el suelo, donde ahora reposaba un trozo de metal blanquecino y puro. El vacío, y todas las cosas le dieron la bienvenida al nuevo mundo, pues él ya era de ellos. Ahora también era el suyo.

La luna reflejó el santuario en el que las velas, y las cinco puntas de la estrella se habían convertido, y el manicomio pudo volver a respirar tranquilo. Se aseguraron tiempo después, de que los gritos ya solo se escucharan de los locos.

Que estúpidos los que pensaron que había muerto, los que se rieron de sus lágrimas, o los que le incineraron en algún crematorio, olvidando su nombre en el recuerdo pasajero. Pues ahora él era el que se mantenía vivo bajo su locura, bajo su irracional, absurda y sórdida locura que tanto le atormentó en el mundo de los cuerdos. 

Cuando llegue el final, solo él podrá ver como los locos eran otros, como los locos eran ellos. Y hasta el último hombre de la tierra entenderá que la locura no se entiende sin estar cuerdo.

Alejandro López
Grupo A


Abrasan las ideas

Mira al espejo y no se encuentra:
¿Acaso soy ese?,
¿Dónde está mi centro?
Me abrasan las ideas,
el estómago es ahora el corazón.

Dolor constante en el alma:
Vértigo miedo
vértigo miedo, vértigo, no me miréis

La mente me revienta los tímpanos,
escaleras de caracol no cesan
de obligar a mis pies insomnes,
a correr por ellas,
o me paro y no veo mi paisaje,
¿No habrá paz para mí?

Emilia González
Grupo B


La caja de cerezas

Siempre que Irene regresa de un viaje vuelve con una maleta más, la maleta de los regalos. Bagatelas, así es como ella denomina los obsequios que contiene. Poco importa el valor económico que posean. En todo caso son fruslerías. Baratijas que la joven cosecha en sus rutas. Pamplinas con las que tras el retorno puede agasajar a aquellos que agrandan su pupila. Sus seres cercanos. Ninguna es una nonada. Todas son significantes con significados precisos. Están en ciudades, países o pueblos donde ella no reside. Descubrirlas es parte de su aventura. Cada una evoca de forma explosiva a los distintos personajes con los que teje su historia cotidiana.

Hace años, antes de una de sus muchas revelaciones, cuando era una cría protocolaria y sometida, los cumpleaños, las navidades, los aniversarios y demás días de celebración eran sus referentes. Ya no.

Irene, no sé si os lo he dicho, siempre viaja sola. Considera que la presencia de conocidos en sus expediciones contamina su visión del mundo, la ata. Esos comentarios, esos deseos, esas absurdas necesidades que los compañeros de vuelo manifiestan de forma continua, son distracciones que hace años, después de una de sus muchas revelaciones, no consiente.

Cuando alguno de sus familiares, amigos o parejas (que han sido muchas) han pretendido acompañarla aduciendo eso de será mejor si lo hacemos juntos, siempre se han topado con el mismo muro eléctrico. “Juntos estaremos. Te encontraré. Todos estamos en todas partes”

Hoy, a eso de las dos de la madrugada, Rodrigo se presentó en casa. No llamó. Aporreó la puerta. Nunca lo había visto en ese estado. Blanco como la vida de un reciente nacido sudaba de forma opulenta. No exagero si afirmó que hasta su abrigo sudaba. Antes de llegar al salón, mi salón, se desvaneció. 85 kilos de materia fría ocuparon el pasillo, mi pasillo. Los espacios sin espacio me desquician. Son una contradicción pantagruélica. Una paradoja sin más recorrido que quebrar el espíritu de quien los habita. Yo soy fuerte. Tengo que serlo.

La verdad es que no sé como pude mantener la calma. Me habían despertado de forma brusca a una hora indecente. Habían invadido mi casa. Habían violado mi espacio y nadie podía ayudarme. Estaba sola. Estaba sola con un bulto humano desparramado en mi pasillo cerca de mi salón.

Recordé (tengo una memoria excelente, ¡bendita sea!) que el agua todo lo borra, cogí el jarrón de flores que siempre reposa en la mesa baja, mi mesa baja del salón, mi salón, y se lo tiré encima. Funcionó. Rodrigo despertó. Digo despertó porque no sé cuál es la palabra exacta que describe el estado de un sujeto que estaba desvanecido y deja de estarlo.

Se incorporó, aunque demasiado despacio para mi gusto, se quitó el abrigo y se sentó en el de sofá, mi sofá. Hablaba rápido, demasiado rápido para mi gusto. Pidió algo, tenía la boca seca -eso dijo- y le di agua. La rechazó. “Algo más fuerte si puede ser” . Le serví un coñac. Cogió la botella.

Habló y habló durante horas mientras se bebía el Armañac, mi Armañac. Decía cosas. Unas eran lógicas (no os voy a engañar, aborrezco la mentira) pero otras (la mayoría creo yo) resultaban absurdas. Rodrigo, el jefe de recursos humanos de la empresa en la que los dos trabajamos hace cinco años, seis meses, dos semanas y tres días, uno de los activos de más valor de la organización,

el preferido del consejo de administración, estaba allí, delante de mi. Era un hecho. Intentaba construir frases. Algunas se perdían entre sollozos. Otras se abortaban en un prolongado balbuceo.

Parece ser que Irene había regresado. La tarde-noche anterior fue a verlo. Le llevó su bagatela. Una caja de cerezas. Estaba condenado. La muerte o algo peor que eso había venido en esa caja. Su abuelo murió repentinamente tras ingerir esa fruta. Su padre falleció en el quirófano justo en el momento en que en la sala de espera, los familiares, hablaban de ellas. En el accidente, el coche que lo embistió era color cereza. Su conductor llevaba en el asiento del copiloto una caja de cerezas. Cuando iba a la facultad tuvo un coma etílico muy serio, la responsable fue Laura y su empeño en probar el chupito de cerezas. El no quería, pero la amaba o eso creía, y el amor casi le mata. Ahora, tenía una caja de dos kilos en su casa. Se las había regalado Irene. Estaba sentenciado. Era un hombre maldito. No podría ver crecer a sus hijos. No podría avisarlos de la maldición que vive en su sangre. No podría firmar un acuerdo de divorcio ventajoso. No podría pedirme que nos casáramos. El Inframundo había despertado y lo reclamaba. Irene lo había llevado a su casa.

No soy mucho de sentir (Los sentimientos son construcciones conceptuales que creamos los humanos para dibujar realidades alternativas. Una vez gestados es difícil ver. A mí me gusta ver. Las cosas son lo que son, no lo que sentimos o deseamos que sean. Hay que tener orden en todo. No hacerlo es la mayor de las locuras) pero de haberlo sido, de haber caído en esa trampa del sentir, creo que ese pobre hombre que divagaba en el salón, mi salón, mientras ingería el Armañac, mi Armañac, después de haberme despertado a una hora indecente, haber invadido mi casa y violado mi espacio, ese hombre por el que tuve que sacrificar un ramo de flores, mi ramo de flores, me habría dado algo así como lástima.

A las cinco y veintidós se durmió en el sofá, mi sofá. Roncaba como siempre.

Tiré la botella, las flores y los restos de la cerámica. Puse la copa en el lavavajillas, mi lavavajillas. Recogí con la fregona, mi fregona, los restos del agua, puse el despertador, mi despertador, a las siete y me fui a la cama, mi cama.

Tarde poco en dormir. Lo justo. Y lo justo fue el tiempo que dedique a ordenar lo que debía de hacer cuando sonara el despertador.

Llamar a la empresa y excusar a Rodrigo. No estaba bien. Era un hecho

Ponerme las bragas de la suerte, mis bragas de la suerte.

Llamar a Irene y preguntarle si tiene más cerezas. Me encantan las cerezas. Si las ha traído ella tienen que ser exquisitas. Todas sus fruslerías lo son.

Ana Isabel Fariña
Grupo B


Retrato

Querido doctor Polo:

Como usted me pidió en la última sesión, coloqué un espejo ante mí y traté de describir lo que veía. Espero que no se sienta defraudado pero sólo me vi a mí mismo, la cara de siempre. Era yo, al fin y al cabo. ¿Qué esperaba que viera?
………………….
He vuelto a pensar en su petición. Ahora lo he entendido, usted quería que me mirara con ojos de otro. ¡Qué complicados son ustedes los psiquiatras! Está bien, voy a intentarlo:

Veo a un hombre viejo. ¡Empezamos con un sobresalto! Nunca había asociado esa palabra, “viejo”, a mi persona. Empiezo a temer que esta tarea me va a deparar muchas sorpresas. Estoy impaciente por continuar y también un poco acobardado.

Vuelvo a mirar el mismo rostro viejo. Enmarcan su cara el pelo liso, ya completamente blanco y unas orejas de tamaño considerable. Tienen una oquedades y relieves muy marcados y se alejan mucho de la cabeza dándole un aspecto de payaso triste.

No sabía que utilizaba gafas. Nunca me había visto con ellas en un espejo. Tiene el mentón retraído aunque creo que, de alguna manera, es un rasgo forzado, no natural. Así la boca se le cierra con un rictus de presunción si no de altanería. Las comisuras de los labios acaban en profundos pliegues que remarcan más el aire de amargura.

Adivino en los surcos de su frente, esos que caen a plomo sobre su ceño, una vida de soledad y de angustia. Diría que revelan un mundo interior que le atormenta y le trastorna. Sí, ahora lo veo claro, está asustado por su yo interior. Le tiene tanto miedo que las cejas se le crispan, parece que se le clavaran en la frente. ¿Estará ahí su dolor? ¿Será ese el origen de mi enfermedad?

Tiene una nariz abultada de la que pareciera colgar la boca. Y esta, de tamaño mediano, de escuetos labios, está cerrada a cal y canto. No quiere contar los secretos de su corazón, los devaneos de su mente.

Y me intimidan sus ojos, porque son testigos de algo pavoroso. Miran más hacia adentro que hacia afuera. ¿Y que ven en su interior? Algo tan horrible que solo un brillo mortecino alcanza a escapar de ellos. Ríos de lágrimas corren por esos ojos inexplicablemente secos. ¿Qué monstruos ven? ¿Qué espantos viven dentro de esa cabeza?

No puedo seguir, doctor. Me siento sobrecogido. ¿Quién es ese desgraciado ser que ha venido a visitarme? ¿Por qué envió a mi casa tanta sinrazón, tanto padecimiento?

Pepe Lorenzo
Grupo B


Mi hermana y yo

Me miro en el espejo y me veo gorda.
Me vuelvo a ver reflejada, y sigo viéndome gorda.
Apenas como, y veo que no adelgazo.
La gente me dice que estoy delgada. Ellos, ¿qué sabrán?, yo en el espejo sigo viéndome gorda.
Mi familia me riñe, me obligan a comer. Yo como delante de ellos, pero cuando no me ven me provoco el vómito, pues no quiero engordar.
Un día nos desnudamos ante el espejo mi hermana y yo. Se llama Marta y es tres años mayor que yo. Yo me veo rellenita y a ella la veo estupenda. Le pregunto: ¿cómo me ves?; me contesta: delgada, muy delgada; ¿ no ves el vello que cubre tu cara, los pechos caídos y la piel arrugada?. Te veo vieja, barbuda y fea.
No entendí como me veía así mi hermana, pues yo me veo tetona y con mofletes.
A los pocos días nos volvemos a desnudar ante el espejo, le cuento que tengo una tos que no cede, y que hace meses que no tengo "la regla". Yo te juro que no estoy embarazada, le digo. Ella me mira y únicamente me dice: ve al médico y haz lo que te diga.
Al cabo de unos días, le cuento a Marta que me han dicho que tengo Tuberculosis, que tengo que ingresar en un Hospital, que me han dicho que todo lo que me pasa, lo de la enfermedad y lo de la "regla", todo se debe a que no como lo suficiente. Mi hermana me responde: ingresa y obedece, así te curarás.
En el Hospital recibo la visita de Marta, insistiendo en que coma, haga bien el tratamiento, buena higiene y reposo adecuado. Le digo que me han diagnosticado una enfermedad que se llama Anorexia Nervosa, una enfermedad psíquica, que estoy loca.
Marta, ¿tú crees que estoy loca?: por supuesto, me contesta. ¿Por qué lo crees?: porque estás hablando conmigo que fallecí hace cinco años.

José Luis Fonseca
Grupo A


Hitler

Hay quien dice que a un loco no hay como seguirle la corriente, pero yo no estoy de acuerdo. Cuento lo de esta mañana por ejemplo, que entra el de la bata blanca y me saluda: «Buenos días, don Adolfo». Y se refería a Hitler, Adolf Hitler, ahí sí que ninguna duda. ¿Cómo vas a seguirle la corriente a un majara como ese y dar por bueno lo que diga? Entonces, me le quedo mirando y le digo así como en suave, pero con firmeza: «¿Sabe usted, doctor?, porque a usted le llaman doctor, no me diga que no; ¿sabe usted doctor, cuánto hace que murió Hitler?». Se le puso al tío una cara de pasmo que no veas. Ahí aprovecho yo y poniendo gesto de mala leche le suelto remarcando bien: «30 de abril de 1945, así que, eche la cuenta mi amigo. Suicidio, fue un suicidio, mejor dicho dos, él y su esposa, Eva Braun, ¿tampoco de eso se había enterado usted?». No sabía ni dónde meterse el tipo. Empezó a recular, que se iba, que tenía prisa, que le estaban esperando. Por eso digo que para quitarte a un loco de encima, nada de seguirle la corriente. Hombre, no es porque se me ocurriera a mí, pero hay que reconocer que lo del suicidio está muy bien traído, ¿a que sí? A ver si de ahora en adelante me dejan en paz de una puñetera vez y puedo dedicarme a Eva, la pobre, que la tengo desatendida. Aunque habrá de ser después, naturalmente, de haber logrado la victoria en el frente ruso, que se nos está poniendo la cosa difícililla con el frío.

Pascual Martín 
Grupo B


Insomnio

En la radio han hablado esta noche del suicidio. De sus sombrías estadísticas, de sus múltiples causas, del rastro de dolor y sufrimiento que dejan a sus allegados quienes deciden abandonar este mundo por voluntad propia. Crecía en mí el desasosiego y la atracción por seguir escuchando el programa a partes iguales.

¿Qué llevará a una persona a tomar una decisión así? En el último momento ¿se arrepienten?

Recuerdo las veces que la tristeza se ha quedado conmigo a vivir por una temporada y pienso qué pasaría si se me pasara por la cabeza la idea de que no hay nada que hacer contra eso?

¿Cómo se afronta una enfermedad con un pronóstico fatal?

¿Y el miedo a perder el control? ¿Un ataque de locura? Salir a la calle sin ropa, sin móvil, dejando las llaves dentro? ¿cómo se vive después de eso?

La locura, la enfermedad mental, el dolor físico o emocional que haga perder la perspectiva, la idea de que esto o aquello pasará……..

Son las 3 de la mañana y me duele el estómago. Oigo ruidos en el salón, la luz va y viene y se desconecta el teléfono, la televisión, los electrodomésticos. La escalera también está a oscuras, y la calle, todo.

Ni siquiera puedo prepararme una infusión caliente que me asiente un poco el estómago.

Sigo dándole vueltas al programa de la radio y pienso en que algunas personas matan a los seres queridos antes de suicidarse para que ya no les quede razón para vivir.

Me duele la cabeza. Madrugo para ir de viaje, pero me preocupa que no se resuelva lo de la luz.

No he dormido nada.

¿Vaya noche de locos!

Teresa Sanz
Grupo B


Juana la Loca

En el año 1945 Juana se concertó en matrimonio con Felipe de Borgoña, hijo y heredero de María de Borgoña y Maximiliano de Austria, poco después su hermano Juan se comprometió con la hermana de Felipe, Margarita.

La pasión les reinó en los primeros meses de matrimonio. Su marido Felipe tardo poco en revelarse como un marido infiel. Juana comienza a manifestarse con su carácter despótico e inestable e inició una obsesiva vigilancia del entorno de su esposo.

David Álvarez
Grupo B


Un manojillo de locos domésticos
A todos esos “locos de andar por casa” que nos inspiran con su vida.

1.
Era ciega y pobre como una rata. Los años y la muerte de sus hermanas, la habían dejado sola en su vieja y destartalada guarida. Era la única superviviente de un clan de modistillas de medio pelo, de una vieja ciudad de provincias, que habían sorteado a la penuria y dado de comer al hambre, con su gracia en el arte de convertir los vestidos ya usados de las señoritas del lugar, en otros que aparentasen ser como recién estrenados. Así lucirían triunfadoras, alrededor del albero, en las fiestas de San Juan.

Aquél día, Narcisa decidió abandonar su refugio. No había probado el sabor de la calle en muchos años. Determinó que ya era hora de dejar de malgastar su vida y que aunque ya se había hecho vieja aún la tenía. Se engalanó lo mejor que pudo y se plantó en la plaza de la feria. Era tarde de toros y la vida le decía ven. Se encaramó en el banco más próximo a la puerta de entrada al coso y volvió a verla fluir.

Lo siguió haciendo temporada tras temporada y aún sigue allí cómodamente instalada en su banquito. Con el tiempo, la ciudad de Soria la reconoció -junto a Don Antonio-, como a uno de sus lugareños más queridos.

Quien la quiera ver, ya sabe dónde encontrarla. Al menos eso es lo que a mí me sucedió cuando recorrí sus calles.


2.
Fue a principios del pasado siglo, allá por los llamados locos años veinte, cuando Currita se largó de casa. Se enamoró perdidamente de un cubano que olía a aire fresco y a tierras nuevas. Con él cruzó el charco para vivir en la tierra prometida.

Conseguí una plaza de maestra en Salamanca y tuve que hacer el traslado en pocas semanas. Tuve la suerte de instalarme en el barrio antiguo de la ciudad y fue en la casa de las muertes, donde había vivido y muerto Don Miguel de Unamuno, donde encontré un pequeño estudio. Allí conocí a Doña Paca, una enjuta octogenaria, siempre subida a sus tacones de aguja de charol negro.

A los pocos días de llegar a mi nuevo destino, quiso agasajarme con una bandeja de croquetas caseras para darme la bienvenida, siendo ya entonces en nuestro primer encuentro, su dicharachera estampa y su animada charla las que me sedujeron.

Cuatro pelos "enlacados" color canela a modo de nido de pájaros, enmarcaban su jibarizado rostro. Sus ojos diminutos, centelleaban como candiles. Torpes brochazos de Myrurgia, intentaban esconder los estragos del tiempo en su cara empolvada, pero fue la exótica mueca de su boca, enmarcada por sus finísimos labios de brillante carmín rojo la que me atrapó, cuando acariciaban los añejos habanos que aún le mandaba un viejo amigo desde ultramar.

Con su voz melosa me contó que en su juventud había sido la primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba, que había conocido mundo, gente importante y un sinfín de jugosas anécdotas que me hicieron creer que su vertiginosa vida había sido de color de rosa.

 Meses después en su funeral, escuché a alguien hablar de su desgraciada existencia. Tres años después de escapar a América, Currita regresó a casa, maltrecha y con una hija. Pasó el resto de su vida encerrada en ella. Subida a sus tacones, tras los visillos. Eran otros tiempos.


3.
A menudo los buenos momentos de nuestra vida tan solo dependen de nuestra capacidad de salir a su encuentro. Así conocí a Manu. Por mi parte, un titubeo. Ni un atisbo de duda, por la suya. Sin apenas darme cuenta, me encontraba sentada con un paisano en la Costa da Morte, frente al mar.

Mientras sosteníamos un silencioso diálogo, yo me preguntaba quién era. Parecía un náufrago, un vagabundo, un hombre errante recién salido de la niebla. De no ser por su pequeña estatura era la encarnación del mismísimo Neptuno. Rezumaba olor a mar y a brea. A sal y a María.

Mi nombre le inspiró. Me escribió un poema.

Después me miró a los ojos con la fuerza de los suyos y reconoció mi miedo. El que antes había habitado en él.

Me contó su historia.

Su vida había sido la de un hombre de esos que llevan a cuestas los hombres de traje gris. Crecido en el puerto de Barcelona, había sido durante treinta años gerente de Mercabarna. Lo tenía todo. Tenía poder, reconocimiento, una familia que le esperaba en casa y una holgada cuenta corriente que le permitía disfrutar de todo lo que se le antojara. También tenía miedo. Toneladas de miedo. Por eso lo dejó todo.

Se embarcó en un atunero y se hizo lobo de mar. Allí, trabajando duro y lejos del hogar, encontró el suyo. Manu me dijo que esos barcos pasan meses sin avistar tierra firme y que no conocen otro horizonte que el que dibuja la línea del cielo con el océano. Y fue allí en alta mar, bregando con ese rugiente abismo azul de espuma blanca donde le vió la cara a la muerte y se decició a coquetear con ella, hasta hacerla su compañera. Se había convertido en un tipo feliz.

Hoy no ha sido un buen día. Llego tarde a casa. Tiño el agua de mi bañera con un buen chorro de Magno marino en el intento de hacerla más hospitalaria. Me acuerdo de esa silueta de trotamundos que ha seguido conmigo toda la vida. Le veo sonreír. Esta vez no está solo. Va acompañado de una esbelta dama que también me sonríe, envuelta en sombra.

Concha González
Grupo A


Donde quiebran las ramas y el silencio,
donde el grito con el viento huye,
donde la luz desciende
sin crepúsculo,
donde ya no
donde ya no.

Donde el agua son unas manos frías,
gritos de niños mudos a lo lejos,
gritos de niños,
gritos
de los que nunca fueron.

Trapecio de mentiras,
barrotes, rejas, uñas…
la impotencia del miedo, el peso
de lo que nunca fue
nunca fue nuestro
… el vacío de ser
lo que no fuimos.

Marian de Vicente
Grupo B

5 comentarios:

  1. Por favor, rogaría que se citara al autor de los párrafos que en este texto se copian. En particular, los tomados del libro editado por Alberto Dallal, de los que es autora Concepción Pérez Rojas. Se copian párrafos enteros del texto escrito por Pérez Rojas (todo lo relativo a Nannetti, Pizarnik y Panero, psicosis y creación), sin que en ningún momento se mencione su autoría. Gracias.

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  2. Estimada Concha. Muchas gracias por su mensaje. Ya está corregido el documento. Le pido disculpas no citar su nombre. Un saludo

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  3. Muchas gracias. Pero en realidad, tampoco soy autora del libro, como aparece ahora. Se trató de un volumen colectivo, derivado de la publicación de las actas de un Coloquio Internacional de la Universidad Nacional Autónoma de México sobre 'El proceso creativo'. El profesor Alberto Dallal fue responsable de la edición del libro, y concretamente los párrafos que citáis pertenecen al capítulo de mi autoría, donde hablo de Nietzsche, Pizarnik, Jacobo Fijman o Ferdinando Nannetti, entre otros. Aquí podéis ver el capítulo completo, escaneado: https://www.academia.edu/9486396/Creaci%C3%B3n_y_fundaci%C3%B3n_en_el_arte._El_oficio_de_imitar_a_Dios
    Muchas gracias por todo y un saludo.

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  4. Para que sea correcto, basta con sustituir, en este caso, "libro" por "capítulo": "la autora del capítulo..." (porque el libro contiene también otros capítulos, de otros autores, sobre otros temas). Gracias de nuevo y disculpad las molestias.

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