De la vejez y el paso del tiempo


Esta semana dedicamos la sesión al paso del tiempo y al modo de enfrentarnos a él y a la vejez. Tempus fugit, así se referían los clásicos al tiempo que se fuga, que huye y que no vuelve
¿Sabemos afrontar el paso del tiempo? ¿Qué idea tenemos acerca de la vejez y del transcurso de la vida? ¿En qué medida confluyen la memoria, el olvido y la soledad con la vejez?
Arnold Lobel nos ayuda a reflexionar sobre la soledad elegida en el cuento "Solo". Sus protagonistas: Sapo y Sepo.
Francine Christophe nos revela un suceso que marcó su vida, inscrita entre dos hitos o momentos que configuran una hermosa historia.
Y Alberto Cortez nos sitúa de la mano de sus versos hechos música en su idea de la vejez:




Me llegará lentamente
y me hallará distraído
probablemente dormido
sobre un colchón de laureles.
Se instalará en el espejo,
inevitable y serena
y empezará su faena
por los primeros bosquejos.

Con unas hebras de plata
me pintará los cabellos
y alguna línea en el cuello
que tapará la corbata.
Aumentará mi codicia,
mis mañas y mis antojos
y me dará un par de anteojos
para sufrir las noticias.

La vejez...
está a la vuelta de cualquier esquina,
allí, donde uno menos se imagina
se nos presenta por primera vez.

La vejez...
es la más dura de las dictaduras,
la grave ceremonia de clausura
de lo que fue, la juventud alguna vez.

Con admirable destreza,
como el mejor artesano
le irá quitando a mis manos
toda su antigua firmeza
y asesorando al Galeno,
me hará prohibir el cigarro
porque dirán que el catarro
viene ganando terreno.

Me inventará un par de excusas
para amenguar la impotencia,
´que vale más la experiencia
que pretensiones ilusas´,
me llegará la bufanda,
las zapatillas de paño
y el reuma que año tras año
aumentará su demanda.

La vejez...
es la antesala de lo inevitable,
el último camino transitable
ante la duda... ¿qué vendrá después;
La vejez
es todo el equipaje de una vida,
dispuesto ante la puerta de salida
por la que no se puede ya volver

A lo mejor, más que viejo
seré un anciano honorable,
tranquilo y lo más probable,
gran decidor de consejos
o a lo peor, por celosa
me apartará de la gente
y cortará lentamente
mis pobres, últimas rosas.

La vejez
está a la vuelta de cualquier esquina,
allí donde uno menos se imagina
se nos presenta por primera vez.
La vejez...
es la más dura de las dictaduras,
la grave ceremonia de clausura
de lo que fue la juventud alguna vez.



Mostramos a continuación algunos textos enviados por participantes en el taller de Escritura Creativa. Todos ellos reflexionan sobre la fugacidad del tiempo o la vejez.
Pascual Martín, con su ironía y su buen humor, comparte con nosotros su relato "Como un roble" acompañado de una coda, o un estrambote en prosa en el que reflexiona a cerca de la edad.

Nunca debió aceptar —se reniega el señor Lorenzo, el arriero— que le llevaran al médico en la ciudad, empeñada la familia en que a cierta edad son forzosos los cuidos. Le van a decir a él, ya ves, toda la vida en el pueblo y sin malear nunca.
Pero una debilidad la tiene cualquiera y él se dejó convencer por la hija. Le debieron coger en un mal día.
Menudo sofoco ya en la consulta, con el tío de la bata blanca. Primero que a ver el pulso, luego desabrocharse la camisa para ver qué se oía por el chisme aquel; no sé, radio Andorra pensaría coger. A mayores, la radiografía. Y sacarle la sangre en plan vampiro, que esa es otra; como si la sangre fuera cosa de la que pudiera desprenderse uno así como así. Buen extraño es que a los médicos se les muera la gente como se les muere.
Para venirse a la postre con la majadería esa de: «Como un roble, don Lorenzo, está usted como un roble. Le receto unas pastillitas y ya verá qué bien. Más que nada por asegurar, ya sabe, pero está usted para llegar tranquilamente a los cien años».
Se habrá quedado calvo de tanto pensar, el tío mendrugo. Eso no se dice, hombre. O no se dice por lo menos a quien faltan ni dos semanas para celebrar el ciento cuatro aniversario.

Edad

Todo el mundo confía en vivir 80 ó 90 años. Un caso aparte es el autor, al que le ha dado por decir que 117. Otra cosa es que eso no se lo crea ni él, que lo cuenta en plan jocoso. Aunque de verdad de la buena, él sí que se lo cree, lo que pasa es que resultaría un poco ingenuo pregonarlo, y menos por escrito. Menuda guasa montaría la gente.


Carmen Elena Ochoa nos envía el texto titulado "Ruidos". En él laten las palabras "vida", "paso del tiempo, "juventud", "ancianos". Y ese latido poético se muestra a través de los ruidos que nos ponen en contacto con dichas palabras:

Anhelaba el silencio hasta en el más fervoroso encuentro. Para apartarme un poco del bullicio, de las preguntas, de las exigentes miradas, me iba al baño. Allí, como enmantada, me quedaba un instante tranquila. En mi casa, aun siendo menor la turbación, hubiese querido tener, de vez en cuando, adónde ir. El cuarto de baño me resultaba demasiado incierto.
Vivía en un apartamento mediano, con mis tres hijos y mi esposo, pero todos los días se presentaban amigos y vecinos solicitando favores. La señora del servicio aspiraba, movía los adornos para limpiar el polvo, cuando no coleteaba sin cuidado alguno. Se sumaban las reuniones del condominio, el correo (cuando todavía era de papel), la familia que llegaba de sorpresa. Mientras atendía a los niños, aparte de ordenar y cocinar a gusto para todos, hacía algunos trabajos remunerados en casa.
Las tardes de los sábados, organizábamos los compromisos pendientes: se hacían reuniones para hablar de negocios, se hablaba de planes a futuro o se jugaba dominó. Y nunca faltaba el alboroto de las fiestas infantiles de los fines de semana, que se hacían en el salón de la planta baja. El alto volumen de la música, aunque molesto, me contagiaba con los ritmos bailables.
En las noches, cuando la quietud se imponía, escuchaba a los vecinos de arriba: voces jugueteando, repiqueteos, y monótonas letanías de una lavadora encendida. Siempre se acostaban tarde.
Adicionalmente, tanto en mi casa como en la de los vecinos, la televisión o la radio estaban en el fondo de todo el bullicio. La oíamos todo el día, sin escuchar los anuncios de una posible debacle.
A medida que los ruidos empezaron a desaparecer, me di cuenta de que habían tenido una gran significación.
El vecino de al lado, alto ejecutivo petrolero, dejó de hacer grandes fiestas. Incluso suspendió la celebración del matrimonio de su hija en otra gran sala de festejos. Hizo un pequeño brindis en su propio piso. Los adolescentes comenzaron la universidad y ya no bajaban todos los días a jugar fútbol en el jardín. Luego se fueron yendo uno a uno del país, atraídos por ofertas sustanciosas.
A mí también se me fueron dos hijos: uno a Canadá, el mayor; la del medio, a Inglaterra; y la menor quedó embarazada, se fue a vivir con su pareja en el anexo de la casa de sus suegros.
La nueva generación de niños en el edificio, ya no gritaba tanto: llegaban tarde del colegio, cansados de las actividades complementarias. Esto les permitía a los padres, jóvenes profesionales, tener más tiempo de dedicación al trabajo.
Las fiestas de los fines de semana fueron cada vez menos frecuentes, cada vez más cortas, cada vez más silentes.
A mi nieto lo podía ver una vez al mes, cuando algún domingo inventaba cocinar, a propósito, un platillo tradicional para la familia. En diciembre, mi hija y su esposo, casados por lo civil, llegaban con mi nieto. Solían turnarse en las fechas importantes para complacer, con exclusividad, a unos u otros abuelos. El resto de mi familia se quedó circunscrita a sus respectivas casas. Todo el fervor de antes se fue quedando como atrapado en un bargueño oscuro y olvidado.
A mi esposo también le llegó el momento en que lo jubilaron de manera forzada, aunque con una “buena” liquidación, que no bastaba para poder viajar todos los años y ver a los otros hijos y nietos en el extranjero. Con la ayuda y el esfuerzo de todos ellos, lográbamos juntarnos en algunas ocasiones. Ya con una edad avanzada, junto a mi esposo, empezamos a aventurarnos en otros trabajos que nos permitiera un ingreso adicional, mientras la lucidez y la salud nos lo permitieran.
Pero nada creció en esa especie de desierto colectivo que nos arropó. Poco a poco, al pasar de los años, los sonidos de la vida en casa, en el edificio, en la ciudad, se fueron diluyendo. Y nosotros con ellos: la tristeza de mi esposo cesó con un infarto, que consumió los seguros y los ahorros. Mi hija quería mudarse conmigo, pero la guardería y el trabajo le quedaban lejos. Poco a poco fue menguando la compañía, el alborozo de antes. Los amigos, los conocidos, la familia, se alejaron cada vez más. Todo se fue disolviendo. Todos desaparecían.
Desde hace unos años vivo sola. No hay vecinos al lado ni en el piso de arriba. Mi casa es una sombra de polvo enmohecida. Ni las finas porcelanas brillan como antes. Los espejos solo reflejan un rostro encanecido. Las fuerzas ya no me dan para ordenar, para limpiar nada. Ahora mis hijos vienen desde muy lejos, una vez al año, si acaso vienen.
En el edificio solo quedan ancianos, que al igual que yo esperan la visita anual, como en un asilo. Pero aún tenemos lucidez para padecer la espera, el hambre, la sequía que nos rodea, la oscuridad anticipada. Los que nos hemos quedado, envejecimos temprano. Solo la memoria de la juventud brilla por momentos.
Hoy volví a escuchar ruidos en el piso de arriba. Un pequeño niño, como de dos años, empujaba un carrito de juguete y ronroneaba su motor imaginario arrastrando la erre. De inmediato hablé con la presidenta del condominio. Las dos estuvimos de acuerdo en eliminar una de las normas de convivencia que exigíamos a los nuevos residentes: 
Evitar ruidos molestos que perturben a los vecinos.
Me pareció que la vida podía volver a retomar su fino cauce.


Jaume Castejón hace balance en su poema "El castigo" de las promesas y esperanzas que ponemos en nuestra existencia y nuestra vida compartida:

Si no he sabido transmitir
la ilusión por la vida,
si en mis ojos no has visto
pasión a raudales,
si no has encontrado a mi lado
más que oscuridad y frío,
entonces mi vida
no ha servido de nada.

Si no has recibido de mi mente
un aire fresco de madrugada,
si con mis manos no he sabido
modelar la impetuosidad del alma,
si de mi boca sólo has oído
mentiras piadosas y engaños,
entonces mi vida
no ha servido de nada.

Si con los años vividos a mi lado
no he cumplido ni una sola de mis promesas,
si mi vida no es ninguna historia
de aventuras imposibles y de ensueño,
si he pecado de ignorancia
o he maltratado con odiosa arrogancia,
entonces mi vida
no ha servido de nada.

Si no he sabido mirarte a los ojos
con la inocencia de la infancia,
si no he soportado la vejez,
feliz, como una más de las etapas,
si solo conoces de mí
la falsedad de una silenciosa farsa,
si al final de mis días
no te he regalado nada, absolutamente nada,
entonces no merezco ni la muerte
y solamente me queda:
el tormento de purgar mis faltas graves,
- por mediocre, por estúpido y aburrido,
por no haber comprendido lo maravilloso de la vida ,
perpetuando mi presencia para siempre
con una larga vida eterna,
hasta que aprenda que lo más hermoso
es una existencia... sencillamente apasionada y sincera


Y Marian Pérez Benito señala en su poema "Vejez" su modo de afrontar esa transición de la edad madura a la edad tercera:

Llegas despacio,
sin avisar.
Te instalas
sin permiso
en mi vida
y te eriges reina
con total potestad.

Te acojo a mi pesar
pero antes
quiero mirar atrás,
para despedir
a la efímera juventud
y a la madurez,
tan fugaz.

Después extenderé mi manos
y podrás llevarme
con pasos pequeños
por tu largo camino
pedregoso y empinado
hacia un nuevo
atardecer.


Cerramos este recorrido fugaz por el paso del tiempo con un cortometraje sobre la soledad y la vejez titulado "Blobby" de la animadora canadiense Laura Stewart

 


Propuesta de escritura

Busca entre tus recuerdos o tus álbumes de fotos al que fuiste o la que fuiste con muchos años menos, cuando disfrutabas de la niñez o la adolescencia y escríbele una carta desde la otra orilla de tu edad. Muestra en ella cómo ese discurrir, se cumplieron las expectativas soñadas, si la vida siguió otro curso distinto al de la memoria, si en algún momento sentiste el peso de la edad o de la soledad. Procura desnudarte en poco en dicho texto.


Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Carta al pasado

Estimado Antonio:

Primero quiero pedirte perdón por mi atrevimiento, enviarte esta carta. Por favor reprime tu deseo de romperla y tirarla a la papelera, solo te pido cinco minutos, por favor léela y luego puedes hacer con ella lo que quieras. No cometas el mismo error que yo cuando tenía tú edad, nunca llegué a saber qué ponía en estos folios.

Tú no me conoces, de momento, y yo casi me he olvidado de cómo eres. La vida se me acaba y no puedo marcharme sin intentar ayudarte. Quiero que sepas que nada de lo que te ocurre es culpa tuya, quítatelo de la cabeza, “tú no has hecho nada”, pero no te voy a engañar, no te serviría de nada, vas a sufrir mucho, te vas a sentir solo, pensarás que nadie te entiende y más de una vez tendrás la tentación de quitarte la vida, por favor no lo hagas, al final verás que ha merecido la pena todo ese sufrimiento.

A partir de ahora vas a notar muchos cambios, en todo, pero sobre todo en tu cuerpo. No seas gilipollas y no les des la espalda, acéptalos como lo que son y disfruta de ellos. No te ocultes y te repito, no es culpa tuya. Aprende a respetarte a ti mismo y conseguirás que el resto te respete. Cuanto antes asumas que estás solo en esto mejor. Te van a insultar, recibirás palizas, tendrás miedo, no entenderás lo que te está sucediendo, buscarás respuestas, pero solo hay una para todas las preguntas: “tú eres diferente”.

Yo ya soy vieja pero, recuerdo perfectamente todo lo que va a sucederte a partir de ahora, por eso quiero ayudarte. Si yo hubiera leído esta carta cuando la tuve entre mis manos cuanto sufrimiento habría evitado. La mejor decisión que tomé fue la de someterme a la operación, cuando llegue el momento no temas, piensa en ti y decide. Yo creo que es lo mejor que he hecho por mí. Después de la operación empecé a quererme, a respetarme, estaba a gusto conmigo misma. Era yo, no un impostor, era yo misma. Y sí, por fin encontré personas que me entendían, que me respetaban tal y como era, me sentía querida. Y conocí el amor, ya lo creo que lo conocí, está aquí a mi lado, mientras te escribo esta carta, te manda un beso, lo conocerás pronto y sabrás quien es porque sentirás cosas que nunca antes habías sentido.

Bueno ya termino, no te desanimes y lucha, merece realmente la pena, yo he sido muy feliz, como tú lo serás. Y todo se lo debo a los cinco minutos que dedicaste a leer esta carta y a seguir mis consejos. Tú has conseguido mi felicidad, bueno nuestra felicidad.

Tuya siempre, Violeta.

Tomás García Merino
Grupo B


Viaje al paso del tiempo

Entró en la cafetería con una sonrisa abierta y unos ojos brillantes entre la emoción y la imaginación desbocada. La camisa por fuera del pantalón tejano y unas zapatillas deportivas de tobillo alto. Sonreí al recordarme y me reconocí de inmediato, cómo no iba a hacerlo si era yo treinta años más joven. Tuve que levantar la mano para que me identificara, pues él no sabía quién era yo. Se sentó frente a mí después de saludarme con un escueto hola y me miró con incredulidad. Le pregunté si quería tomar algo y que debería pagar él, pues yo ya no usaba las pesetas. Dijo que no había problema y pidió una coca-cola. Yo, una cerveza.

―¡Estás calvo! ―se sorprendió.
―¡Eh! Un poco de respeto que soy tú dentro de unos años, o sea que si me faltas, te faltas a ti mismo.
―¡Y no llevas gafas!
―Déjate de tonterías. Me alegra de que hayas venido. Tengo algunas cosas que contarte ―le dije en tono serio.
―¿Cuántos años tienes? Perdón, tengo.
―Cincuenta y cinco. Llevo una lente intraocular, por eso no llevo gafas ―le expliqué.
―Esto parece ciencia ficción.
―Bueno, hay tantas cosas que te parecerán ciencia ficción. Internet, móviles de pantalla táctil... Por cierto, llevamos más de 8 libros publicados ―le conté.
―¡Joder! ¿Vivimos de la literatura? ―preguntó ilusionado.
―No ―sonreí―. Pero no debes ceder en el empeño de querer ser un escritor. Ya ves. ¡Ah! Y tenemos una hija ―se quedó boquiabierto―. Viaja mucho, no te cortes. En los viajes se aprende mucho y se conocen a personas interesantes. Por el trabajo no te preocupes y lee.
―¿Más? ―preguntó extrañado.
―Todo lo que el tiempo te permita.
―¿Papá y mamá? ―quiso saber.
―Viven todavía ―le guiñé el ojo―. Aunque no todos los de la familia siguen entre nosotros. Vendrán tiempos duros, sobre todo para ellos dos. Pero eres fuerte y ya sabes lo que dice Richard Bach en Ilusiones: «No existe ningún problema que no te aporte simultáneamente un don...»
―No rehuyas los problemas ―completó la frase con una triste sonrisa― porque necesitas sus dones.
―Bueno, debo irme ―y apuré mi cerveza.
―¿Tan pronto? ―se lamentó.
―Fueron muy claros. Máximo quince minutos. Más tiempo comporta la creación de una paradoja temporal que sería fatal para todos. Adiós. Cuídate

Me levanté y me fui de la cafetería. Allí se quedó mirando a un punto inconcreto de la pared, como tantas veces había hecho yo entonces. Sabía ciertamente que su mente ya estaba inventando nuevas historias.

Jaume Castejón
Grupo B


Verídico

Ocurrió hace unos meses, antes de que apareciera el puto virus.
Todos los domingos dicen misa en la residencia donde está mi padre, y yo tengo la costumbre de acompañarle y posteriormente darle un paseo y charlar un rato con él. Los curas que ofician la misa suelen ser mayores, con gafas, calvos y hablan muy despacio, con lo cual la misa dura casi una hora.
Por los altavoces de la residencia nos comunican que ha acabado la estancia en la misma para los visitantes, y yo, se me ocurre manifestar al corrillo de personas que estaba a mi alrededor, que me iba porque tenía un poco de prisa.
Mi sorpresa fue cuando la mujer que estaba a mi lado, se acerca a mi y me dice que ella también tiene prisa y se tiene que ir; según salimos, me dice: “ Claro usted tendrá que decir aún alguna misa más”....

Luis Iglesias
Grupo Presencial


Preguntas

Me equivoqué. Abrí el álbum de fotos y tropecé con aquel retrato nuestro, tuyo y mío, de cuando apenas contábamos veinte años. No creas que caí en los recovecos traicioneros de la nostalgia ni me asomé a ningún abismo negro de la memoria. No fue ese el error, sino atender a la pregunta que desde el papel satinado me hacían tus ojos. Hace tiempo que rehuyo las cuestiones existenciales y metafísicas, pero para impedírmelo, ahí estabas tú, mirándome de hito en hito e interrogándome con descaro: ¿qué has hecho de nuestros sueños?
Vuelvo a estudiar tu cara y, no hay duda, el interrogante está en tu gesto decidido, altanero, hasta sentenciador. No me atrevo a responderte y aprecio ahora en la comisura de tus labios un rictus de decepción que me parece nuevo. Te traicioné y por eso he venido evitando enredarme en meditaciones y exámenes de conciencia. No fue una traición súbita y tajante, no, solo un goteo de pequeñas renuncias, leves atentados contra la pureza de tus anhelos. Nunca decidí contrariarte abiertamente, pero los pasos que me han conducido a esta inicua vejez me llevaron por caminos trillados que se alejaban cada vez más del paraíso que soñabas. No destruí los ideales, no cambié de sueños, fueron los despertares a esta vida de monotonía y resignación los que se encargaron de hacerlos desvanecer.
Trato de cerrar el álbum como si así pudiera soslayar tus demandas y me lo impide la desolación en tu mirada. ¡Es que no sé qué contestarte! Con enorme esfuerzo tapo tu cara con la mano, ese rostro que aún soy capaz de encontrar en la imagen que me devuelve el espejo.
Fue un error mirarme.

Pepe Lorenzo
Grupo B


“Patagonia”.

Querido Ignacio:

Te recuerdo como eras hace unos cuarenta años. Tu hermano Rafael, el mayor, tuvo su primer brote sicótico. Aquella mañana había sentido la llamada de Dios, y el encargo de que se pusiera en marcha en misión contra el Maligno. Algo así, ¿no?, mi memoria, benévola, acude en mi auxilio a través del olvido. Un familiar te avisó, y te acompañó al encuentro con tu hermano, que estaba retenido por alguien -unos vecinos, un policía, no sé- en un pueblo cercano hasta donde había llegado caminando, apoyado en una especie de cayada que había encontrado por el camino, y con algo en la mano -una pequeña piedra, quizá- a modo de talismán.
Tú tenías veinte años, más o menos, y -no lo supiste aún- ese fue el primer día del resto de tu vida.
No mucho tiempo después -uno o dos años- tu hermano menor fue diagnosticado de hebefrenia, una especie de esquizofrenia juvenil, que en los años siguientes se fue confirmando como diagnóstico definitivo.
“Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo mismo no me siento nada bien”. Algo así fue lo que debiste pensar. Si hubieras podido pensar.

Todavía era el tiempo de las pandillas, entre la adolescencia y la madurez. Tus amigos hacían planes de futuro. Como tantos jóvenes, querían cambiar el mundo. Manolo - ¿recuerdas? - se iría a vivir a la Patagonia, para escolarizar a los nativos y ayudarles en lo que hiciera falta. Para vivir una vida auténtica, lejos de la civilización. Loable propósito. Casi todos querían hacer un largo viaje, a las antípodas, o incluso más allá. Pero ir más allá de las antípodas es volver al mismo sitio, ¿no?, al menos si andas lo suficiente, y no te pierdes.
Pero tú ya estabas en la Patagonia, no hacía falta que fueras a ningún lado. Tu viaje más largo -lo supiste desde el primer momento- empezaba y terminaba en el mismo lugar.
En el curso de la vida -lo sabemos ahora tú y yo- todo es ir dando tumbos. La cuestión es no apartarse del camino, no quedarse junto al camino. En tu caso, seguir en tu sitio, como aquel monje de Camus en “La Peste”, nuestro libro de cabecera. En realidad, no hay que moverse para hacer el viaje más largo, ¿para qué, si ya se mueve todo lo demás? Dar la vuelta al mundo, a veces, no es más que perder el tiempo dando un rodeo para ir a cualquier parte, con tal de no llegar a tu destino.
Y el destino, en ocasiones, es un muro que te rodea. Que no se puede derribar a cabezazos, pero esa es una lección que lleva tiempo aprender. Cuando lo consigues -a medias, o ni eso- ya no importan los golpes. Mentira, pasan los años, se supone que deberías entender, aceptar, acostumbrarte. Qué va.
Con todo, hasta aquí hemos llegado. Y el viaje sigue, que cuarenta años no es nada. No sabemos qué nos traerá el futuro -la vida y la muerte, como a todo el mundo-, pero sabemos, tú y yo, definitivamente, que no vamos a abandonar nunca nuestra Patagonia.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Querido Óscar:

No voy a perder el tiempo preguntándote qué tal estás, siendo hoy para ti el día de Reyes de mil novecientos ochenta. Estás eufórico, lo sé. Los Reyes Magos, bueno, papá y mamá, te han traído el regalo que habías pedido: el avión de los Airgam Boys. ¡Cuántos momentos de gloria y regocijo te esperan jugando con él! ¿Sabes una cosa? Que cuarenta años después aún lo conservamos. Está un poco deteriorado, le faltan las hélices, las ruedas y el cristal de la cabina del piloto, pero todavía impone. Además, el piloto, ese barbudo soldado alemán con pinta de bravucón, sigue ahí, a los mandos, con su casco y todo. Y también están los demás soldados, aunque no todos, porque con los avatares de la vida hemos sufrido algunas bajas. Pero el coronel, en su moto con sidecar, y el explorador japonés están. Te lo digo porque son tus favoritos y te gustará saberlo. También conservamos la tienda de campaña que nos hizo mamá y las mochilas. ¿Y sabes una cosa? Que si para ti valen todos como si fueran de oro, para mí, y aunque ya sea muy mayor, valen igual o más. Fíjate si valdrán que los he puesto en una vitrina. Y no sólo porque haya encerrados en ellos horas y horas de infancia feliz, y el amor de una madre en cada puntada de la tienda y las mochilas, es que, ¡pásmate!, tienes un hijo, bueno, lo tenemos los dos, y resulta que algunos veranos ha estado jugando con ellos en el pueblo. Así que te puedes imaginar lo que valen ahora a mis ojos. Eso sí, entre nosotros, tú los tratabas mejor que nuestro hijo. Por eso el sargento del bigotín cayó en combate de un pisotón que le rompió las piernas. Ah, claro…, se llama Leopoldo; nuestro hijo. Porque me imagino que te lo estarás preguntando. Ya sé que a ti te parecerá de lo más normal. Con diez años uno piensa que de mayor estará casado y será papá, pero no te creas que es tan sencillo. Porque luego te vas haciendo adulto y pueden ocurrir unas cosas o pueden ocurrir otras. Si tú supieras… Aunque también hay cosas que no cambian. Fíjate, por ejemplo, en clase: sociales te gusta un montón, mientras matemáticas se te empieza a atragantar. Pues eso, que vas a estar toda tu vida entretenido leyendo libros de historia, pero respecto de las matemáticas, ¡prepárate! Menudo calvario te espera hasta que las dejes de lado. No te asustes, hombre, que todo se pasa, también lo malo. Y al final, bien está lo que bien acaba. No pienses con eso, oye, que he terminado siendo policía o misionero, que es lo que vas diciendo por ahí que quieres ser, no. Y no te voy a decir en qué trabajo porque pondrías cara de haba. Bueno, digamos que soy algo parecido a lo que era papá, pero un poquito menos. Ya, papá se murió hace unos años. Ha vivido ochenta y seis. No está mal ¿eh? Pero mamá todavía vive y está muy bien. Eso es lo más importante ¿verdad? Papá, mamá, nuestros hermanos, que todos están bien. Porque luego la vida va pasando y te ocurren unas cosas u otras, pero lo más importante es que lo más importante esté en su sitio. Y de eso no nos podemos quejar, que para eso me sigo acordando del Niño Jesús que me tocó en el sobre sorpresa del kiosco azul. Y eso que hace ya cinco años que te ocurrió eso ti. Por supuesto, el muñequito desapareció, pero el otro, el de Verdad, ése sigue en mi corazón, y ni a ti ni a mí nos ha dejado un momento solos en estos cuarenta años. Así que respira tranquilo y sé feliz, que ya queda menos para encontrarnos con Él. Y ahora ¿qué te parece si vamos a visitar al Óscar de dentro de veinte años, a ver qué nos cuenta? Igual tenemos un nieto que sigue jugando con nuestros Airgam Boys.

Óscar Martín
Grupo A


Carta a mi yo de veinticinco

Querida Emily, como te llamaba César, tu mejor amigo que ya no está, y con el que compartiste tantas delicias literarias. Eras una lectora impenitente, como cuando niña, bastante poseída por los libros y poco por las discotecas.
Te recuerdo cómo eras en este otoño nebuloso, aún planeabas tu vida abrasando el oído de algún compañero de Facultad, siempre has sido una charlatana, como ahora, salvo algún intermezzo melancólico. Por supuesto querías cambiar el mundo, lo malo es que te desesperabas porque los planes de Enseñanza no eran los que tú tenías en la cabeza. ¡ Si hubieras podido atisbar la mucho más enorme degradación de las Humanidades que padecemos hoy!. Bueno, habrías seguido dando la brasa con la Literatura, como así hiciste en tiempos postlogse.
Apasionada a rabiar, te fuiste moderando, qué remedio. Niña, eras muy exigente contigo y con los demás, con la vida. Sí, ya sé, no me digas de nuevo que el mundo era ya una rutina insufrible, que había que ser brillante sin interrupción, que el amor debía parecerse a los de las novelas, qué cansina, hija. Grave error, claro, la vida nos vive a nosotros.
Ya habías tenido experiencias fuertes: Sufriste la muerte violenta e inesperada de un primo, te había atacado el desamor, conociste a un chico de Mates especial y callado, ganaste un concurso literario cuyo presidente era Jorge Guillén, al que no pudiste conocer porque estabas examinándote de Oposiciones, eso si que fue mala suerte.
Te esperaba el hecho más maravilloso, tener a tu hijo, que a veces te corrige como a una alumna. Así que, llorona exigente, lo que vino después acabó de torcer tu rostro hacia el espejo de la realidad: Traslados de centros, alumnos de uñas afiladas, compañeros innobles, la muerte de los padres que te destrozó porque eran ejemplares. Tu sensibilidad excesiva, también habría de experimentar muchos momentos de luz. Seguiste paladeando libros.
Has llegado a conocer que la muerte es blanca, superaste una peritonitis, renaciste. Seguías escribiendo mucho y publicando poco, en modo poeta silente como se dice ahora.
Nunca seré Emily Dickinson, ni profesora de Universidad, pero ya sé que no importa. Puedes colegir que he iniciado la última vuelta del camino.

Emilia González
Grupo B


Retrocedo en el tiempo

Estella (Navarra) 1964. Colegio de los Padres Escolapios.

-¡José Luis!, tienes visita. (Me dice el padre maestro de postulantes)
-¿Quién viene a verme?.
-No lo sé. Dice que te conoce bien.
-¿No le ha dado más pistas?.
-No. Le noto un cierto parecido con tu padre, podría ser tu abuelo o algún pariente cercano.

El padre maestro se retira, y yo intrigado me acerco a una sala que en el colegio tenemos reservada para las visitas. Hay una persona sentada que al verme acercar se incorpora y me sonríe.

-¡ Hola José Luis!. ¿Qué tal estás?.
-Sorprendido. No esperaba visita. Aquí las visitas están muy establecidas. Sólo puede venir a verme mi padre una vez al mes y ya ha estado hace unos días, como siempre acompañado de un paquete con comida, pues en este colegio pasamos algo de hambre.
-Aunque no me conozcas, me conocerás, pues soy tu futuro. Pero hablemos de ti.
-¿Estás a gusto en este colegio?.
-Si. Estoy contento, me encuentro bien. Me tratan bien. Me mantienen todo el día ocupado: clases, estudio, recreo, dormitorio, aseo, excursiones… Todo está muy bien organizado.
-Me has comentado que pasas hambre.
-Ese es un fallo, la comida escasea; pero gracias al paquete mensual que me trae mi padre, y a una pequeña tienda donde compro galletas, pues voy tirando.
-¿Qué idea tienes del futuro?.
-Terminar este curso en Estella; el próximo curso en Orendain (Guipuzcoa) donde a partir de los 15 años se hace el noviciado con los votos simples; después continuaré en el Monasterio de Irache (Navarra) y terminaré los estudios en Salamanca donde me ordenaré sacerdote.
-Veo que te lo han explicado al detalle.

Sí. Aquí todo está muy estructurado y jerarquizado para que no tengamos ninguna duda.

-¿ No tienes ninguna pega?.
-Si. Me fastidia tener que hacer el bachiller de letras, pues me gustan más las ciencias.
-¿ Qué pasa con las mujeres?.
-Me gustan y me siento cómodo a su lado. Tengo madre y hermana, pero no las veo a otro nivel. Aquí nos mentalizan, o por lo menos lo intentan, acerca de que la mujer es el origen del pecado. Nos ponen a Eva como ejemplo. Nos dicen que no necesitamos otras mujeres aparte de las de nuestra familia; y por supuesto la Virgen María.
-¿Y respecto a la familia?
-Tampoco la necesitamos. Nos tenemos a nosotros i a la “Orden”. Los compañeros y los superiores son nuestra familia.
-¿Tienes fe?.
-Absolutamente. Creo en Dios y soy católico hasta la médula. Me complace leer las Escrituras y disfruto participando en la Misa y en todas las ceremonias religiosas.
-Veo que a los trece años tienes las ideas muy claras, pero todo en la vida puede cambiar.
-Nos veremos dentro de diez años, cuando estés terminando Medicina.

José Luis Fonseca
Grupo A


Carta a mí mismo

Hola Jorge,

No sé en qué momento exacto de nuestra vida leerás esto. O, mejor dicho, leíste esto. No te asustes, soy yo, es decir, tú, y te escribo desde el futuro para comentarte algunas cosas que quizás debieras tener en cuenta de cara a tu vida de mañana, que es la mía de hoy. No voy a entrar en temas científico-metafísicos para explicar cómo ha llegado a tus manos esta carta, aunque probablemente no estarás demasiado sorprendido, teniendo en cuenta que ya habrás visto Regreso al Futuro y estarás prendado por el tema, haciendo que tu imaginación vuele a cada momento.

Tampoco quiero convertir este documento en una guía vital para ti. Sería muy fácil darte instrucciones precisas sobre esto o aquello para que ciertas cosas nunca llegaran a pasar, o precisamente para que pasaran. Pero eso resultaría muy egoísta por mi parte, sería regalarme un mejor futuro a cambio de robarte la esencia de la vida ¿Qué cuál es esa esencia? Pues, aunque suene a tópico, la de cometer errores para aprender de ellos. Ni más, ni menos. Y créeme, aunque ahora veas el mundo ahí ante tus ojos, tan grande, tan suculento, tan lleno de oportunidades… caerás en la trampa. Y bastantes veces, por cierto.

Seguramente ahora mismo estarás pensando que menudo imbécil en que te has convertido, que viene desde tan lejos para echarte en cara sus errores. Es cierto, tú no tienes la culpa de mis fallos, pero la tendrás. Y si ahora mismo te diera las respuestas a todas esas preguntas que irán surgiendo en tu camino, te estaría arrebatando el mayor poder que nos han dado: el de decidir por uno mismo.

Podría decirte si esa persona merece la pena o no, o si hay un verdadero camino por recorrer con esa chica que provoca que te suden las manos cada vez que la ves. Si ese tema que has dejado de estudiar caerá en el examen, o si es buena idea meter la pierna para rematar ese balón. Cada día te encontrarás frente a un montón de puertas que solamente necesitan un sí o un no para ser abiertas. Con cientos de sonrisas que tendrás que descifrar para saber si son verdad o mentira. Con preguntas sin respuesta y con respuestas sin pregunta. A veces contestarás de manera correcta y el mundo será algo dulce, pero otras te equivocarás y querrás escupir a ese mismo mundo a la cara.

Lo importante es que disfrutes siempre del poder de decisión. Mientras conserves ese único don, ya se para triunfar o para hundirte, no te preocupes por el resto. Pase lo que pase, lo habrás elegido tú, y eso hará que seas siempre único, que seas siempre tú mismo.

Releerás estas líneas una y otra vez y creerás no sacar nada en limpio de mis palabras, pero, confía en mí, acabo de decirte todo lo que necesitas saber. Es simple, vive tu vida como mejor creas, decide, disfruta, ríe, llora, calla, grita, ve y vuelve. Pero, sobre todo, vive. Así llegarás a tu cima que, aunque no sea demasiado alta, siempre te permitirá mirar atrás para no olvidar quién eres y de dónde vienes.

Nos vemos en unos años.

PS. Y nunca dejes de leer. Los libros serán los mejores profesores que tendrás en tu vida. Te lo aseguro ;-) 

Jorge Martín Peribáñez
Grupo B


Lo de siempre

Abrí el buzón y por suerte no había propaganda, ni sobres de los bancos que subirle a papá. Una carta solo, un sobre blanco normal y en el remite nada más dos letras mayúsculas: EM. Raro, me dije, pero más de extrañar era que (le di la vuelta) venía dirigido a mi nombre. Por si acaso me lo guardé, que nunca se sabe, los mayores interpretan como les da la gana. Comí rápido, me picaba la curiosidad y antes de volver a clase me encerré en la habitación para leer la carta.

Enhorabuena, Quique, doce años ya hoy; añazos, dice mamá. Vas a cumplir muchos más. Doce años aprendiendo dan mucho de sí ¿verdad? Tanto que, bien convencido estás de que sabes más que mamá misma, y que papá, y que buena parte de los profesores, que ellos saben de lo suyo pero de mundología están a la cuarta pregunta. Falta de espíritu crítico.

¿Qué yo qué sé? Pues mira chico, sí que sé, sé tanto de ti como tú mismo, luego te lo explico. Porque saber sabes, pero no tanto como crees, mejor cuanto antes lo reconozcas. A ver si no cómo es que sacas las notas que sacas, y lo mal que se te da copiarle a la de mates, y los partidos que perdéis al fútbol gracias a los goles que tú no metes, y los desplantes de Leticia. Por cierto, Leticia no tiene por qué ser la mujer de tu vida; es guapilla, sí, pero el mundo está lleno de mujeres capaces de hacerte tan feliz y más que Leticia. ¿Ves? otra cosa que tampoco sabías.

Bueno, más no voy a decirte, Quique, no vayas a pensar que soy un reprochador más de los que tanto abundan en tu vida. Yo soy, EM, o sea Enrique Maroto, ya ves, tu mismo nombre, tu mismo apellido, no lo habías adivinado al leer el remite. Soy tú mismo, Quique, solo que con cuarenta y muchos años y con un hijo que se llama Sergio y que acaba de cumplir los doce años también. Y que también él está convencido de que sabe más que su padre y su madre juntos y que el mundo sería mucho mejor si le dejasen organizar a él. A lo mejor eso es ley.

Cuarenta y muchos años, Quique, dan para haber aprendido que no es bueno estar con demasiada certeza en el porqué de las cosas que suceden a nuestro alrededor, y que corrigiendo eso te ahorrarías no pocos sofocones en la vida. ¿Quieres que te sea sincero? Pues mira, es ahora mismo y me siento incapaz de calcularme cómo haya de hacer para contar esto mismo a Sergio, que es, ya te digo, mi hijo, por tanto tu hijo; un autosuficiente del carajo. Así que me pongo al ordenador y te lo cuento a ti, claro que tú de ordenadores ni puñetera idea, y te mando (me mando) al pasado estas pocas líneas. Tampoco te preocupes demasiado, Quique, lo que te pasa son cosas de la edad, peor sería que te llenases de miedos. El mundo ha sido siempre así, te lo aseguro (me lo aseguro). El caso es que aun siendo como es, nos encantaa. Lo que hace falta es que no deje de girar.

Te mando (me mando) un beso.


Qué ocurrencias, los mayores, si no están venga de sermonear no se sienten a gusto. El ponerse así de “plomos” deben darlo los años. Prefiero no pensar en ello; venga, que ando tarde y a primera hora tengo examen de inglés y yo sin chuleta, y NPI. A ver si me pongo al lado de Juanjo y él echa una mano. Al lado de Leti no, que se me enredan las neuronas. Si sabré yo.

Pascual Martín
Grupo presencial


Recuerdos de la niñez

-Buenas noches, no te asustes soy tu yo adulto: ¿quieres que dialoguemos?
-Hoy es un día propicio sentados en la camilla con el brasero de cisco que tanto recuerdos tienes. 

-Cuéntame el recuerdo que tanto te hizo sufrir.
-Cuando murió mi hermano Manolo.Nunca hable de ello. 

-¿Por qué?
-Me sentía culpable. 

-¿Y eso?
-Primero tengo que contarte la relación que tenía con mi hermano. Quería que aprendiera a hacer cuentas y la tabla de multiplicar.Todos los días tenía que hacer cuatros cuentas con sus pruebas, para mí era un suplicio. A veces copiaba, se daba cuenta de castigo tenía que hacer el doble 

-Si te molestaba, ¿por qué callabas?
-Nos educaron que teníamos que hacer caso de los mayores y además teníamos que aprender. Una vez me preguntó la tabla de multiplicar y no la supe, me mandó copiarla cien veces

-¿Nadie te ayudo?
-Sí, parte de mis hermanos y mi padre. Manolo era ferroviario muchos días no estaba en casa. Yo aprovechaba a no hacer las cuentas, después deprisa y corriendo las tenia que hacer

-¿No tienes más recuerdos de él?
-Sí, y muy bonitos se que era su preferida. Me llevaba de paseo con su novia unos de los recuerdos más bonitos cuando me llevaba a su casa. Mientras ella hacia la cena nosotros bailábamos, me enseñó a bailar, nos reíamos mucho.
El día de su accidente me escondí para que no me viera no había hecho los deberes lo espera tan pronto. Aún tengo su imagen en la plazuela del caño jugando con mis sobrinas. Dejé de creer en Dios le pedía que hiciera el milagro de volver mi hermano

-¿No te has perdonado?
-Sí, solo quería expresar lo que sentía hace sesenta años.

Josefa Redondo
Grupo A


Un abismo entre tú y yo

Querida Juventud Perdida: He recibido tu carta con gran satisfacción al comprobar que a pesar de los años, no me has olvidado. ¿Cuantos han pasado, cuarenta, cincuenta? No puedo precisarlo. Solo sé, que un día encendido de verano te soltaste de mi mano y te fuiste con tu eterna primavera camino del olvido. Ni siquiera te despediste de mí. Eso me molestó, pero luego, pensando, llegué a la conclusión de que, tal vez, consideraste que te montaría una escena de histeria, y te fuiste a la francesa. Nada más lejos de mi intención, querida. Aunque me rompiste el corazón y te deseé toda suerte de infortunios, te perdoné, que lo sepas.
En fin, jovencita, pelillos a la mar. Después de esta retórica insustancial pero; ne-ce-sa-ria… paso a darte pormenores del modo en que se ha desarrollado mi vida desde que dejé de ser tú, para ser yo y mis circunstancias. Empezaré por decirte, que por capricho del destino, o de la vida, pues no tengo muy claro que lo uno y la otra, no sean una misma cosa, ya no tengo nada en común contigo. He vivido muchas vidas en un cuerpo de acero que ha conseguido acomodarse a todos los acontecimientos que le han sobrevenido, y el resultado, a día de hoy, es, digamos, que aceptable, desde mi posición conformista y abnegada. De tu belleza, solo me quedan unas fotos amarillas, y aun así, querida, ¡qué hermosa eras! De tu energía, un vals lento abrazada a mi pareja. De tu insultante salud, una dieta baja en sal, que no incita a la gula pecadora. Y de las ilusiones, qué te voy a contar, no todas florecieron en la agenda de mis metas personales.
Hoy la edad, me da a beber la copa más amarga de la vida, la vejez, esa esfinge de las mil caras que paso a paso se va acercando silenciosa hasta mi cama. Por mi parte procuro no pensar demasiado en ella. Cuando llegue el momento de la rendición, si fuera posible, quisiera irme como tú; a la francesa.

Pepita Sánchez
Grupo Presencial


Añorando los tiempos que fueron
(Diálogo con la que fui)

En un agradable silencio, acompañada por el tic tac del reloj y sus campanadas, álbumes de fotografías y un espejo, estoy preparada para “quitar un rato a la tarde”.

Y miro el reloj, y miro una foto de aquella niña, tú (yo), ¿Te acuerdas,- yo sí me acuerdo-, la magia que ejercían sobre ti el movimiento de las agujas, la grande, la que se movía más, la pequeña que tanto duraba en el mismo sitio, las rayas, que entonces no sabías eso de números romanos, pasabas horas ante él y, un día por fin “madre, ya entiendo el reloj”? “Pero, ¡qué lista es mi niña!”, me sonrío y, miró al reloj, ¡cuántas horas de mi vida han marcado!, es que por si no lo sabes, ya he vivido ochenta años, diez meses, una semana y un día. Si, si, ríete, tú que pensabas que cuando llegara el año dos mil, serías una viejecita y, no, ¿quién pillara los sesenta?, no eras viejecita, pero sí abuela, ya tenías cuatro nietos, la abuela que tú imaginabas que serías, cariñosa, sabiendo contar cuentos, saber escucharles, ser su cómplice, hacer comidas ricas, tener caramelos en el bolsillo. Aquel año empecé una nueva fase de mi vida, me jubilé, había cerrado un círculo: cuarenta años haciendo aquello que desde pequeña deseaste, ¡cómo te gustaba jugar a ser maestra! Mira bien las fotos de aquel día, estabas feliz y guapa, con un traje nuevo, rodeada de “pajarillos”, esos que hacía un rato habían cantado “tú me enseñaste a volar”, fue mucha emoción.

Y cojo otro álbum, en la primera hoja una fecha, septiembre de mil novecientos cincuenta, en la última, junio de mil novecientos cincuenta y siete. ¡Cuántos recuerdos de aquellos años! Comienzo del bachiller y término de la carrera, el paso de aquella niña, jugabas a la comba, al marro, aprendiste a mirar las estrellas, a imaginar, a soñar, que se convirtió en esa que ya empezó a realizar sueños: había conseguido su título de maestra y, le conoció a él, y empezasteis a hacer planes juntos, y viviste un noviazgo, el noviazgo de aquella época: pecado agarrarse de la mano, darse un beso, casi excomunión, la última fila de las salas de cine, la más solicitada , un banco al anochecer en un parque bajo las ramas de un árbol que ocultaban a la luna, esos besos, esas caricias, imaginar una vida juntos, una vida para siempre, una familia.

Y a coger otro álbum. “Blanca y radiante va la novia”, ¡cómo me acuerdo de aquel día!, sus hojas están llenas con la vida de nuestros hijos y quiero recordarte momentos que ahí no están: su nacimiento, eras una niña preparada para ser madre, porque sabías que el amor y había mucho en tu corazón, iba a ser lo más importante que les podías dar, porque ese amor es el que uniría a la familia, el que ayudaría en los momentos difíciles.

Y paso hojas, todos son momentos felices, son los que quedan reflejados en las fotos: viajes, juegos en la playa, primaras comuniones, reuniones familiares, fiestas navideñas, nietos… Y encuentro las fotos de las bodas de oro, esas sí traen la imagen de un gran círculo que se cierra.

Pero la vida no se cerró entonces, ni se ha cerrado, y aquí rodeada de tantos recuerdos tengo que pensar, quién soy ahora, sigo mirando las estrellas, pero ya sueño poco, ya no pienso en qué seré, qué haré, si siento mi corazón vivo porque todavía queda amor, tengo familia, amigos. Y me miro en el espejo, y ahí si veo los surcos que han dejado el paso del tiempo, pero te digo niña, que no me siento vieja, aunque los huesos se empeñen en recordármelo, por eso puedo estar contigo ahora reviviendo, añorando esos momentos que fueron.

Inés Izquierdo
Grupo A


Querido Javi veinteañero, podrás.

Podrás. Podrás. Podrás hacerlo. Más pronto darás el primer paso. No en el sentido figurado.
Caminaras de nuevo. Crees que no. Te dicen que sí. No movías las piernas. Ahora te han cortado una. Cuando te cortan una pierna, no es que como si a una paloma le cortaran el ala. Ella no podrá volver a volar, tú a caminar sí. Te hablan de prótesis. ¿Cómo vas a caminar si llevas un mes y un día sin moverte de la cama? Tu padre intenta explicarte que es una lesión medular. Félix, el hombre del que aprendiste algo más que el Reglamento de fútbol cuando empezaste a arbitrar te preguntó si te había dicho lo que tenías. Realmente, en tu estado te enterabas de poco. No dejas de recibir visitas. Resulta que eres muy querido. Amistades que retomas ahora, cuando, de cerca, a su cara fría, has visto a la muere. Hay amistades que se verán reforzadas por esto, como vínculos familiares. Nunca olvidarás cuando tus dos abuelas coincidieron en la habitación. Tu octogenaria abuela paterna no se mueve nunca de casa. Y ahí está, con sus dos muletas lentamente. Tu abuela materna, llegada de Madrid, septuagenaria, te mira a los ojos. Sí, te lo puedo decir ahora. Ese, y no otro, es hasta ahora es el instante más doloroso y triste que conocerás.
Podrás. Podrás. Podrás amar. Afortunadamente pocas mujeres en realidad son superficiales. Probablemente menos que hombres, proporcionalmente hablado. Tienes pocos años, realmente crees que has estado enamorado. Ya te percatarás de que no ha sido así. Lo vas a estar. De tus relaciones sentimentales no siempre. Conocerás a mujeres excepcionales, todas inteligentes. Sí, es lo que más valoras ahora. En lo sucesivo, te lo confirmo también. Inteligencia, corazón y lealtad. Lo demás es y será siempre circunstancial. Vas a ser torpe. De ahí poco te puedo aconsejar, porque, hasta donde sé, y lo sé casi todo de tí (nadie se conoce enteramente a sí mismo) vas a ser un desastre sentimentalmente hablando. No es que te vayas a enamorar de quien de ti no se enamora, Camilo Sesto dixit. Es que te bajas de trenes que te iban a llevar a un buen destino figuradamente hablando. Supongo que iremos progresando
Podrás. Podrás. Podrás vivir en soledad. Es el objetivo que se van a marcar a partir de ahora. En tres años cambias de ciudad. Te advierto. Vas a trabajar lejos de casa. Nunca imaginarás hasta poco antes de irte allí donde vas a vivir. Lejos, pero cerca. Vas a tener familia allí donde vayas. Tienes esa suerte.
Podrás. Podrás. Podrás ser feliz. No te cuento más porque el final de la historia espero que quede lejano. Se tu mismo, no cambies, mantente firme en la tempestad. En determinados momentos solo tú, y nadie más que tú, te sacarás de futuros y oscuros pozos.

Firmado. Alguien que siempre te querrá, pase lo que pase.
PD: Vivirás solo, pero bien acompañado.

Javi Martín Caamaño
Grupo A


Navidad 2020

María lee con avidez las últimas páginas de su trabajo fin de grado y de repente suena el teléfono. Es un número no identificado. Con parsimonia y desgana contesta, y nada más saludar se reconoce.

- María soy yo, tu yo de hace veinte años.
- Ahh, tu de nuevo. ¡Una Navidad más!
- ¡Si aquí estoy! Te noto exaltada…
- No puedo hablar. Este año no me apetece enfrentarme a ti, no tengo fuerzas para reproches. No, este año no…
- El año pasado también me evitaste. Debes aceptar el desafío. Valorar el momento presente, reflexionar juntas y analizar por qué no se cumplieron mis expectativas… ¿Dónde abandonaste mis proyectos?
- No, no. No quiero hacer balances. Debes conocer que ha ocurrido algo terrible en el mundo. Vivimos una pandemia. Caminamos en el abismo, la incertidumbre nos acecha. Casi nos olvidamos de los sueños, solo anhelamos sobrevivir y mirar hacia adelante. No es época de reflexionar, ni de considerar si las decisiones o indecisiones fueron las acertadas. Si tu hubieses deseado otras alternativas, si hubiera sido más perseverante cómo tu pretendías. No es tiempo de reproches, ni de velar por los náufragos que quedaron atrás. No hay energía para este desasosiego. Hoy solo quiero salir de esta adversidad que nos envuelve y no someterme a juicios.
- Hoy no me tortures. ¡Déjame! ¡Llama el próximo año!
Se escucha el silencio, la María del ayer se fue sin despedirse, no quiero provocar inquietud.

No son días para erosionar recuerdos, son el punto de partida para continuar avanzando.

M. Pilar Sánchez
Grupo B


Soledad continuada

Carmen Elena, ¿recuerdas cuando escribías poesía sentada en el café del Ateneo de Caracas? ¿Recuerdas que en la librería leías, y en la de Chacaíto también? Lecturas apuradas, sin orden, hurtadas. Y lo abandonaste, para dedicarle tiempo a la jodida Estadística y Psicometría. El cuaderno donde escribiste esos garabatos lo atesoraba, pero lo perdí en la mudanza No.25 (¿Cómo pudo pasar tanto tiempo?). La dislexia de entonces, tú sabes, me agobia, como el juego de la canica escondida en uno de los tres vasos volteados, y en fila; algo los sigue moviendo rápido para confundirme. Eso no me ha detenido, continuo siendo tozuda, como decía mi madre ¿Recuerdas que mamá intentó suicidarse cuando decidiste vivir sola a los 19 años? (Después lo entendió, nos reímos juntas). Y te mudaste. Aunque después no sabías qué hacer con la culpa y las grietas que se abrieron. Hasta que (no sé cómo) saliste de la cueva como un cavernícola con un garrote, sola, muy sola, torpe, inadecuada. Tu padre, nuestro padre, ausente. Eran los años ochenta, los de la “Generación Boba”, así nos llamaron. La generación de los que emulaban el modo de ser americano, gringo, los sifrinos; los que no tenían interés en formarse, los que lo tenían fácil por ser hijos de empresarios u hombres del ámbito público. Pero tú no, tú tenías abandono, tú estabas en la crítica, la psicología, la patología. En soledad conseguías el silencio, (Montse te recuerda recorriendo los pasillos de la universidad como un fantasma). Las tías te catalogaron de extremista, de todo o nada, una hija desconsiderada. No era cierto, todo lo pensabas mucho, pero no podías explicarlo. Necesitabas ausentarte, beber con los amigos, tener sexo, sí, y decidir con quién no. Por cierto, he sabido quiénes eran realmente los bobos de mi generación, todavía lo son. Luego, en los años noventa le tocó el turno a los políticos “bobos”, los mismos que nos calificaron, y terminaron destruyendo su tonta democracia.

Nena (apodo que me resuena a tanto cariño, y en boca de otros a tanta rabia) he vuelto a escribir (no sé cómo pudiste perderte tanto tiempo, me dices). La poesía, las imágenes, han sido el ejercicio de lo inefable (¿Qué es inefable, me preguntas?). Lo que nunca hemos podido pronunciar, a lo que no hemos podido ponerle nombre. Eso que no nos ha venido del conocimiento, ni de la experiencia, ni de la lógica, ni de la cordura controlada que alcancé ¿Recuerdas que no querías tener ni esposo ni hijos? Los tuve, por esa doblez o contradicción que todos tenemos en nuestras intenciones, y en la punta de lengua. Y fue la casa que más largo tiempo habité. Valió la pena, sí, fue entre penas, amor y orgasmos, por decirlo de alguna manera, así lo llevé. Y ahora, mis hijos y la poesía que leo e intento escribir, son como la aproximación a la belleza descrita por los invidentes que Sophie Calle entrevistó para hacer sus fotografías. Ningún impedimento puede enceguecer una búsqueda tan noble.

Me he mudado sola, de nuevo. Regresé a Europa, donde quisiste quedarte a vivir cuando tenías trece años. Nuestra madre no te dejó. Eso lo hizo bien, eras una adolescente prepotente y temerosa.

En este viaje he dejado atrás una casa, un país, y un cuerpo que ahora no reconozco en sus formas. Migrar también me ha envejecido, aunque siempre estuvimos migrando. A mi llegada no estuve apta para ejercer ningún oficio, ni cangurear niños, ni cuidar perros. (¿Qué sabes hacer?, me preguntaron) También sabía cocinar, sé cocinar, pero eso no era suficiente, ni los títulos, ni nada; solo contaban los años que me cayeron de un golpe en la frente.

Carmen Elena, hoy estoy donde puedo estar. Ya no conjugo el futuro en plural, ni tampoco en singular. Una pandemia en el año 2020 me ha invadido de mayor incertidumbre. Solo he preservado la morada silenciosa de una soledad continuada, esa en la que siempre hemos podido refugiarnos.

Y sin embargo, puedo decir que todo ha valido la pena.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


"A salvo"

Carmen, déjame decirte, que a pesar de haber transcurrido casi cincuenta años, sigo sintiendo como tú. Que para mí todo el monte sigue siendo orégano, y porqué no , de tomillo, romero y lavanda. Por que los límites los establece el miedo de los adultos a seguir soñando, poniendo barreras infranqueables donde naturalmente no pueden existir. No acaban de entender que no se le pueden poner puertas al campo ni grilletes al viento. Mentiría si no te dijera que hubo momentos que percibí tu temor a creerte olvidada, y lo siento. Sé jugar a su juego. Sólo eso. Lo cierto, es que les he hecho creer durante todos estos años , que formaba parte de ese mundo gris y encorsetado, con la única finalidad de salvaguardar los colores brillantes del nuestro. Me esmeré para que en el bote salvavidas de la inocencia , siempre hubiese sitio para la Magia, Pérez, ,Melchor , la FamiliaTelerín y tantos otros. Mira a nuestros pies, aún quedan reservas de cuentos embotados, y sacos de risas a granel con mixtura de abrazos y besos frescos del día. No te inquietes, pequeña, sonríe, por que todavía estamos a salvo, y nunca, nunca te abandonaré.
Palabrita del Niño Jesús.

Carmen Pedrero Robles
Grupo A


A la niña que fui

Ahora que todos se han marchado y la soledad se ha adueñado de cada rincón de mi casa, he abrazado los recuerdos guardados en el alma y con mucha nostalgia, también con sonrisas y alguna que otra lágrima, he comenzado a escribir esta carta para ti, a la niña paciente, buena y tranquila que fui.

Aquella que navegaba segura en su dorada barca por las tranquilas aguas de la infancia, dejando una larga estela limpia y clara. La que tenía prisa por ser mayor y deseaba descubrir nuevos horizontes y hacer un mundo mejor.

Hoy quiero decirte que tus sueños, deseos y anhelos no se han cumplido del todo pues la vida, a veces, nos muestra la peor de sus sonrisas y sin previo aviso, desencadena grandes tempestades con las que no se puede luchar y donde los hermosos sueños, naufragan y emerge una desconocida y dura realidad con la que te tienes que enfrentar.

Cuando el impenitente tic-tac del tiempo traiga el frío invierno para instalarse en mi alma, cogeré mi vieja barca y navegaré en busca de aquella estela de espuma blanca que dejaste en los mares de nuestra infancia para entregarte esta carta.

Marian Pérez Benito
Grupo Presencial


Años pasados

¿Qué quieres ser de mayor?, la pregunta que había formado parte de su vida en la etapa infantil y juvenil, pero seguía presente en su adultez aunque fuera algo inusitado.

Aquella mañana mientras tomaba su café con leche fría sin azúcar, volvió a recordar la pregunta que hacía muchos años nadie le había vuelto a hacer. Hacía frío, cogió su abrigo y salió al descansillo del piso donde vivía hacía muchos años, era el ático de un edificio con solera, pero céntrico; tomo el ascensor, hacia parada en cada planta, “como si el tiempo no fuera importante”, pero había que ahorrar energía; hizo su primera parada en el cuarto, subió una chica como de unos 13 años que le parecía conocida, pero nunca había hablado con ella, se saludaron , no pudo por menos de preguntarle desde cuando vivía en el edificio; siempre había sido muy curiosa. ¡Manías que se agravan con el paso de los años! La chica de nombre Josefi residía en el edificio desde pequeña con sus padres y una hermana, pensó “voy para mayor” ya que sólo tengo vagos recuerdos de ella, y mira que se llama igual que yo.

A partir de ese día la invito a su casa, pasaban largas tardes charlando, tomando café con leche fría, a Josefi le gustaba como a ella, de sus conversaciones dedujo que eran almas gemelas en diferentes épocas, la chica no tenía claro que quería ser de mayor, “igual que le había sucedido a ella”, se interesaba por casi todo, pero no se centraba en nada; la tranquilizaba, sugiriendo que todo lo que decidiera sería capaz de resolver, solo será cuestión de tiempo, los años te van dirigiendo hacia un futuro formado por ti y para ti, no todos somos iguales, hay personas que solo necesitan vivir cada momento con intensidad, cuando te gusta casi todo, es difícil elegir, solo hay que vivir haciendo lo que te hace feliz.

Un día después de varios años unidas, no volvió a aparecer, necesitaba saber dónde estaba su juventud, salió hacia el ascensor nerviosa, paro en el piso cuarto, echo un vistazo, había un gran espejo en la puerta donde vivía Josefi , se acercó con curiosidad y miedo; allí estaba después de 30 años el reflejo de un cuerpo totalmente diferente al que recordaba, miró fijamente a sus ojos y se preguntó, ¿qué quieres ser de mayor?

Josefina Félix
Grupo A


Carta a la niña que fui

Hola! soy tú, esa niña que fui, pero con alguna arruga más, con algunos años más y con muchísimas cosas aprendidas y otras por aprender. Muchas veces pienso en ti e intento recuperar tu dulzura, tu ingenuidad, y sobre todo tu fortaleza, la que me marcó para siempre.

No he olvidado cómo afrontaste la pérdida de Isabel, con 12 años fuiste muy valiente haciendo todo lo posible para no incrementar el dolor de los demás escondiendo el tuyo.

Cada noche te abrazabas llorando a su muñeca preferida hasta quedarte dormida, y al despertar, hacer como que no pasaba nada y disfrutar de todo y con todos.

Esta referencia me ha servido para superar las pérdidas que con el tiempo han ido marcando mi vida.

Tampoco me han faltado circunstancias felices, he sido madre y abuela, he conocido a gente maravillosa, he estado en lugares increíbles, he amado, he besado, he abrazado, he reído y, sobre todo he aprendido.

En algún momento el aprendizaje ha sido doloroso, porque la vida me ha enseñado que hay personas a las que aunque ame con el corazón por diferentes circunstancias pueden desaparecer de mi vida.

Sé que tú sigues existiendo en algún lugar de mi corazón, te siento cuando conduzco y canto muy alto mi canción preferida, cuando bailo sola en casa, cuando me río a carcajadas con un amigo o cuando hago alguna de mis locuras, y viendo las fotografías de las fiestas familiares, de las tardes de juegos con muñecas, de las aventuras en las colonias de verano ,del primer viaje en tren y de la pandilla , comprobé que sigues muy cerca de mí.

Y ¿Sabes? Quiero que me recuerdes que en este mundo hay gente maravillosa capaz de amar y de transmitir amor, que soy capaz de sentir ilusión de nuevo aunque a veces piense que la he perdido, que la vida es mucho más sencilla de lo que parece, que me susurres al oído lo que ya sé pero que a veces olvido sin querer, necesito que me invadas y me obligues a dejarme llevar, a no tener miedo de nada, a sentir y a vivir como una niña. Alimenta mis sueños cada dia, haz que mis ideas los construyan y que estos se transformen en algo que pueda oler, tocar y sentir.

Dime que no pasa nada si lloro, si abrazo o si beso sin razón, porque así lo siento y que debo regalar sonrisas ya que el mundo a veces es un lugar poco acogedor, y lo veré con otros ojos, con tus ojos que son los míos.

Áfrika Gómez García
Grupo A


Carta a una joven

Hola joven. Sé que hoy estás nerviosa y expectante. No es para menos. Dentro de un rato, irás por primera vez a clase en la Universidad.

Soy la versión de ti misma muchos años después. Sinceramente, no me gustaría volver atrás y en caso de hacerlo, sabiendo lo que sé ahora. Me quedo con la ilusión que tenía entonces y con la experiencia de hacer lo que quería, de seguir mi propio camino.

Nadie nos hubiera dicho a ti y a mí que ese camino que empiezas hoy lo vas a dejar para incorporarte al mercado laboral, ni tampoco que luego estudiarás otra carrera que ahora mismo no se te pasaría por la cabeza. Pero así ha sido nuestra vida.

Trabajar , ser independiente económica y personalmente fue siempre uno de nuestros sueños, un motor que nos ha hecho avanzar, vencer obstáculos y tiempos difíciles.

No te imaginas jubilada ¿verdad? Pues desde aquí te digo que no se está mal.

El trabajo será una etapa importante como experiencia vital. Conocerás a muchas personas, con algunas entablarás amistades, unas se perderán y otras perduran y cerrarás esa etapa tranquila y sin resentimiento.

¿Cómo te quedas si te digo que tendrás perro? Ya sé que ahora te dan muchísimo miedo, pero llegarás a perderlo y tendrás uno. Entonces te darás cuenta de lo que se les puede llegar a querer. Harás todo eso que ahora contemplas pensando que quien lo hace está loco: le hablarás por la calle y en casa, te levantarás a sacarlo a las horas más inverosímiles si lo necesita y sacará una buena versión de ti misma.

Viajarás, claro que viajarás, como siempre has querido. Volverás a reencontrarte con algunas de tus amigas de la infancia y esto te hará muy feliz. Una vez que os hayáis puesto al día, es como si no os hubierais separado nunca.

También tendrás momentos malos. Decepciones, rupturas, épocas de cambios difíciles, perderás a personas que quieres.

Aprenderás mucho de la vida y de ti misma. Te tomarás las cosas cada vez con más perspectiva. Pondrás ilusión y pasión en lo que hagas y conservarás una pizca de ingenuidad, de arrojo, de inconsciencia, de valentía o de lo que necesites para empezar de nuevo si es necesario.

Cada vez entiendo y quiero más a todas las que he sido hasta ahora.

Teresa Sanz
Grupo B


Carta a mi misma hace diez años:

Cuando yo tenía 20 años , todo era de rositas, iba con los amigos, volvía tarde, me planteaba estudiar algo más para poder trabajar.
Y sin embargo, no fue posible. Pasé una pandemia o estoy. Sin contagiarme, de momento. Aun no tengo trabajo, con 3-4 titulaciones y estoy preparando unas oposiciones que no sé cuando saldrán. Sigo mi día a día como puedo. Disfruté de mi mejor amiga (que ya no está) todo lo que pude. Y mi mejor amigo, está en Burgos y como yo hace escapadas a Salamanca. Ojalá no hubiera hecho tantas tonterías a los 20. Pero bueno, es la edad. Gracias a enseñarme a ser como soy ahora y mejorar cada día.

Iria Costa
Grupo B

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