Que se mueran los feos

"Que se mueran los feos, que no quede ninguno..." reza la canción de Los Sirex que ayer sonaba en la sala del taller de escritura creativa de la Casa de las Conchas. Sí, ayer, día de los enamorados hablos de lo feo, del feísmo, de feos y feas, de tremendismo. Ayer, un día comercial y feo, además de lunes, hablamos también de lo kitsch, de lo hortera, lo asqueroso y lo grotesco. Y no es que tengamos nada en contra del amor ni de los feos pero nos prestaba mirarnos al espejo y buscar nuestra imagen menos apreciada.

Hablamos de los muchos feos que pueblan el cine, la literatura y la ópera: mujeres tísicas, jorobados, trolls, brujas, vampiros, demonios, monstruos, freaks ¿Quién no recuerda a feas como Betty, la ídem; la bruja de Blancanieves o ña niña de Shrek o feos como el feo de los hermanos Calatrava, el señor Barragán o la Bestia de la Bella?


Amantes, de Rene Magritte

Poco se ha estudiado lo feo frente a lo bello. Recomendamos para entrar en materia los artículos de Natividad Pulido "¡Qué bello es lo feo!" y "¿Gana lo feo?" de Andrea Aguilar.  En el primero se citan dos de los grandes trabajos sobre lo feo o la fealdad: Historia de la fealdad de Umberto Eco (puedes consultarlo o descargarlo aquí) o "Estética de lo feo" de Karl Rosenkranz (puedes consultarlo o descargarlo aquí)

Señala Nietzsche en el El arte del alma fea: "Se ponen límites demasiado estrechos al arte cuando se le exige que sea sólo el vehículo de expresión del alma regulada y equilibrada. Al igual que en las artes plásticas, hay en la música y en la poesía un arte del alma fea, junto al arte del alma bella; y ese arte es principalmente quien ha obtenido efectos más poderosos, quien ha quebrantado las almas, movido las piedras y convertido a los animales en hombres."

Hablamos del feísmo en el haiku, de los putrefactos de Lorca y Dalí, del tremendismo en Cela y "La familia de Pascual Duarte", de la película "Freaks" (La parada de los monstruos), de Teratología. Leímos "La noche de los feos" de Mario Benedetti y "Los feos" de Roberto Fernández Retamar:


La mano o el ojo inmortal
Que hizo el cielo estrellado, esta bahía,
Este restorán, esta mesa
(Y hasta hizo el tigre de Blake),
También la hizo a ella, y la hizo fea.
Algo en los ojos, en la nariz,
En la boca un poco demasiado pequeña,
O en la frente interrumpida antes de tiempo
Por cabellos de color confuso;
Algo insalvable para siempre,
Que resiste al creyón de labios y al polvo,
Hace que esta noche, junto a la bahía,
En el restorán El Templete,
Esta noche de suave brisa marina
Y vino tinto y amistad,
Ella esté sola en una mesa,
Mirando quizás en el plato de sopa
La imagen movediza de su cara,
De su cara de fea, que hace vacilar
El orden de todo el universo,
Hasta que llega un hombre feo
Y se sienta a su mesa.

Y hablamos de "Las flores del mal" de Charles Baudelaire, como ejemplo de feísmo cuya pretensión, además de la estética, era "espantar al burgués" y de "Los hijos de la ira" de Dámaso Alonso, otro ejemplo de feísmo literario motivado por el expresionismo. Dejamos aquí los textos "Una carroña", de Baudelarie y "Monstruos", de Dámaso Alonso:

Recuerda el sujeto que vimos, alma mía,
esa hermosa mañana de verano tan dulce:
En el recodo de un sendero, una vil carroña
sobre una cama sembrada de piedras,

las piernas al aire, como una mujer lasciva,
ardiente, sudando los venenos,
ofrecía de manera despreocupada y cínica
su vientre lleno de olores.

El sol brillaba sobre esa escoria,
con el fin de cocinarla en un momento,
y devolver con creces a la gran Naturaleza
todo lo que juntos ella había unido;

Y el cielo miraba el cadáver precioso
como una flor abriéndose.
El hedor era tan fuerte, que sobre la hierba
creiste desmayarte.

Las moscas zumbaban sobre el vientre podrido,
de ahí salían negros batallones
de larvas, que caían como un líquido espeso
al costado de esos vívidos harapos.

Todo eso bajaba, subía como una ola,
lanzándose espumosa;
se diría que el cuerpo, hinchado por un viento impreciso
vivía multiplicándose.

Y ese mundo rendía una rara música,
como el agua corriente y el viento,
o el grano que un cribador con movimiento rítmico
agita y da vueltas en su remolque.

Las formas se borraban y no eran más que una ilusión,
un esbozo lento en llegar,
sobre el lienzo olvidado que el artista termina
solo, desde el recuerdo.

Detrás de las rocas una perra inquieta
nos miraba con mirada furiosa,
observando el momento de continuar con el esqueleto,
con el trozo que había soltado.

Con todo, serás parecida a esa basura,
a esa horrible infección,
estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
¡tú, mi ángel y mi pasión!

¡Sí! así serás, oh reina de los favores,
después de la extrema unción
cuando te vayas, bajo la hierba y las fecundas floraciones
descomponiéndote en los restos.

Entonces, ¡oh preciosa mía! dile a los gusanos
que te comerán a besos,
que he conservado la forma y la esencia divina
¡de mis amores descompuestos!

***


Todos los días rezo esta oración
al levantarme:
Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan
igual, igual que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo
el silencio de tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:
¡son monstruos,
estoy cercado de monstruos!
No me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.
No, ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus
tentáculos enloquecidos,
como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente,
no, ninguno tan monstruoso
como esta alimaña que brama hacia ti,
como esta desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me rodean
y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.


Propuesta de escritura

Escribe un texto, ya sea haiku, poema o microrrelato sobre lo feo, los feos o el feísmo.
Tú pones tus propios límites a la hora de trazar la frontera de tu capacidad de trasgresión.


Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Haiku feísta
(o una simple cagada)

En el estiércol
revolotean las moscas
flor amarilla.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Lupus

Amanecía. Un rayo de luz se coló por las rendijas de la persiana. Alberto abrió los ojos, molesto por la intensidad del haz luminoso que caía directamente sobre sus párpados. La habitación era un caos y eso hizo que espabilase. De un salto se puso de pie y levantó la persiana para poder ver mejor. Estaba desnudo, pero había rastros de sangre por todo su cuerpo y también por el suelo. Nervioso, con la respiración agitada, levantó la vista para intentar averiguar qué había podido suceder.
Sobre la cama, completamente revuelta, estaba el cuerpo de una mujer. Tenía la mirada vacía y una mueca de horror en su rostro. Al bajar la vista descubrió que su garganta estaba destrozada, igual que su vientre. Las vísceras eran visibles y Alberto estaba cada vez más aterrado, mientras le invadía un sudor helado. Se veía el hígado mordisqueado, el bazo, los músculos abdominales desgarrados y chorretones de sangre seca que habían quedado detenidos en las piernas de la muchacha.
Alberto tuvo náuseas al ver el espectáculo macabro que sus ojos le ofrecían. No pudo reprimir la arcada y el vómito agrio se derramó por encima del cadáver de aquella infeliz. Quiso bajar la persiana para que nadie pudiese observar lo sucedido, pero la luna llena, todavía visible en el cielo de aquella madrugada, le hizo recordar, de repente, que era normal que cada 28 días su enfermedad se manifestase.

Jaume Castejón
Grupo B


El taxidermista

Su piel era un colgajo repugnante. Había dejado de alimentarse. Quiso cambiar su imagen cuando estaba en el tope de la fama. Sabía de su obesidad mórbida, pero nunca le había importado. Hasta que apareció la mujer de piernas largas y torneadas. Era rubia, antes no le habían gustado las mujeres tan blancas. Ella era una codiciada modelo, inglesa, y cuando lo conoció lo miró con esas ganas desinfladas de encontrar otro hombre en él. O mejor, otro cuerpo en el hombre que era él. Al principio se le desdibujó la sonrisa. Luego se sentó con Gustavo toda la noche en el agasajo que le hacía el Museo de Ciencias Naturales en Nueva York. Bebieron incontables copas de champaña, e incluso hablaron de algo tan íntimo como lo era su gordura.

Luego de reducir su estómago, a Gustavo Devén le sobrevino una extensa melancolía. No podía reconocerse en un cuerpo deformado por la delgadez. Cuando se miraba en un espejo recordaba a aquel elefante que había tenido que trabajar tanto para el museo de Bellas Artes: su cuerpo ahora era como el del paquidermo despojado de sus órganos antes del relleno. Recordó que para atraparlo, el viejo elefante fue perseguido en su trayecto al cementerio de sus antecesores. Se pagaron grandes sumas de dinero para que los cazadores interrumpieran su camino, ritual hacia la anhelada muerte, y que conservaran lo más preciado en valor monetario: sus colmillos.

Gustavo, extrañamente, imaginó que podía rellenar su propia piel para así evitar la peligrosa cirugía que lo despojaría de la que ahora era un exceso. Pero aquello implicaba volver a ser un hombre robusto. Vio su piel en el espejo como la del enorme animal que había disecado. Sintió el mismo olor a muerto. Observó la opacidad de su tez, y sintió una vez más la gomosa y resbaladiza textura cárnica que le caía por todos los contornos de su cuerpo. Empezó a verse como el elefante desahuciado. No quiso salir más de su habitación. Le avergonzaba su deplorable estado de deformidad. En el día mantenía el recinto oscuro y en las noches no encendía ninguna luz. El poco apetito que le quedaba lo perdió, y el consumo corpóreo llegó al extremo.

Michelle, la exuberante rubia, novia de Gustavo Devén, aún conserva el anillo de compromiso. Es una pequeña escultura tallada en marfil, con incrustaciones de plata y piedras preciosas que su futuro esposo había encargado al mejor orfebre africano.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


“LOS HOSTIA”

Hoy ya puedo contarlo. Con su muerte, mi juramento ya no tiene sentido.
Yo era médico rural. Aquel pueblo pequeñito de Zamora era mi primer destino, allí vivía con mi mujer. Recibí una llamada telefónica. Era Bernardo, parecía angustiado, nervioso, se trataba de su mujer, estaba muy enferma, temía por su vida.
Bernardo y su mujer vivían en una aldea cercana, trabajaban la tierra y venían al pueblo solo los días de mercado a vender sus hortalizas. Todo el mundo los conocía por el mote de “los Hostia”.
La gente es mala por naturaleza y en los pueblos pequeños, la cercanía agiganta esa maldad. El apodo se lo habían adjudicado porque era lo que los vecinos decían cuando los veían: “Hostia qué feos”. La verdad es que encontrártelos frente a frente no era para nada agradable. La fealdad de aquella pareja te dejaba paralizado, luego te temblaba el cuerpo y después salía de tu boca, ajeno a tu voluntad un: “Hostia”, que era la señal para salir huyendo, para alejarse todo lo posible de esos dos monstruos. Si me preguntan, no sabría decir cuál de los dos era más feo.
Cuando le dije a mi mujer quien había llamado, se le escapó una carcajada. “Que te acompañe el hijo de la Vicenta, lleva tres días con un hipo que pa qué, así matas dos pájaros de un tiro”, me dijo y siguió riéndose camino de la cocina.
Llegué a casa de “los Hostia” y Bernardo abrió la puerta, lo deduje por las sucias alpargatas, no fui capaz de mirarle a la cara. Mi mirada se detuvo a la altura del pecho. Seguí sus pasos hasta la habitación de la enferma. “Gracias por venir, doctor”, me dijo apesadumbrado el hombre. No me quedó más remedio que mirar a la fea, yo era un profesional y necesitaba ver su rostro. Cuando levanté la cabeza me quedé paralizado, vi a una mujer joven, bellísima, tumbada sobre la cama. Los pómulos encendidos le otorgaban una belleza salvaje. Llamé a voces a Bernardo. “¿Dónde está tu mujer?”, le pregunté varias veces. Él me mostraba lo que parecía un gesto de incredulidad, pues con aquel desorden en su rostro era difícil adivinarlo. Llegó a preguntarme que si estaba bien, no entendía mi reiterada pregunta. “Ahí está Pilar, mi mujer. Cúrela, por favor, doctor”, me suplicó.
No comprendía lo que allí estaba ocurriendo, los gemidos de la enferma reclamaron mi atención y me acerqué a la cama con mi maletín. Le administré los medicamentos para bajar la fiebre y aplacar los dolores de cabeza y la rigidez del cuello. Todo apuntaba a una meningitis, gracias a Dios había llegado a tiempo. Quedé en volver a pasar al día siguiente, para ver la evolución de la enferma. Regresé a casa, desorientado, no entendía lo que había pasado. No quise hablar del tema con mi mujer.
La primera visita que realicé al día siguiente fue a casa de “los Hostia”. Apenas había pegado ojo, estaba intrigado, quería, necesitaba una explicación. Armado de valor miré a la cara a Bernardo cuando la puerta se abrió. Me mostró el desbarajuste de su dentadura en lo que pretendía ser una sonrisa. Me abrazó y no pude corresponderle, pegó su anárquico rostro al mío. Sentí su piel reseca, rugosa junto a mi mejilla. Su oreja, que parecía que había sido capturada en plena huida, estaba a la altura de la comisura del labio, no supe distinguir si me besaba o me escuchaba. Parecía muy agradecido. Su mujer había mejorado mucho. Entré en la habitación y vi la bella cara de la enferma, sus mejillas estaban menos ardientes. Los ojos brillantes me agradecían lo que las medicinas habían conseguido. Tenía un rostro hermoso, sus labios rosados sonreían y mostraban una dentadura impecable. Los rizos de su rubia melena flotaban sobre la almohada. “Gracias, doctor”, fueron las palabras que salieron de su seductora boca. Después del examen médico, me quedé en silencio, de pie, junto a la cama, mirando esos dulces ojos. Ella leyó mis pensamientos y me pidió que me sentara en la cama, junto a ella. Primero me exigió que prometiera que lo que me iba a contar no saliera de aquella habitación. Accedí, con un deseo irrefrenable, a que me desenmarañara aquel misterio. Esa mujer que estaba sobre la cama, mirándome a los ojos, no se parecía en nada al adefesio de la esposa de Bernardo. La ayudé a incorporarse sobre el cabecero de la cama. Me pidió que abriera el cajón de la cómoda. Allí encontré dos maletines que acerqué a la enferma. Abrió los maletines y yo no entendía lo que veía. Uno era un maletín de maquillaje, de esos que usan las actrices. En el otro, vi el grotesco rostro de la verdadera Pilar. Se trataba de una máscara. La levanto y se la acercó a la cara. Sin poder remediarlo, di un respingo. En el mismo maletín había más máscaras como esa.
Me contó su secreto. Ella era en realidad Pilar, la mujer de Bernardo. Y ese era su verdadero rostro, un lindo rostro. Se enamoró de su marido, del feo de su marido. “Feo, pero una bellísima persona”, aclaró. Ella decidió lo de las máscaras, para que su marido no se sintiera mal, para intentar estar a la altura de su amado esposo. A ella no le importaba y él se sentía mucho más cómodo. Cuando estaban juntos, eran una feliz pareja de enamorados, y cuando salían a la calle, eran una pareja de feos enamorados. Me quedé impresionado con la bondad y el amor de aquella joven. Prometí no contárselo a nadie. De todos modos, nadie me hubiera creído.
Ayer, Pilar falleció, por ese motivo cuento lo que me ocurrió hace más de cuarenta años. Jamás he conocido a una pareja que se amara tanto como “los Hostia”.

Tomás García Merino
Grupo B


Suceso en Villahermosa

La Gaceta de Villahermosa. 22 de Febrero de 2022.
SUCESOS. Fallece un joven tras precipitarse desde el Viaducto


En la mañana del pasado lunes veintiuno de Febrero, ha fallecido el joven extranjero J.K.S. al caer al vacío desde el viaducto que sobrevuela la carretera nacional N-634, a la altura del punto kilométrico 75. Se desconocen la circunstancias de este suceso, que actualmente se encuentra bajo secreto del sumario, y que está siendo investigado por la policía con el fin de aclarar el hecho y sin que se descarte ninguna hipótesis. Se trataba de un joven solitario, que llevaba pocas semanas en nuestra ciudad y que no se encontraba acompañado en el momento de producirse el luctuoso suceso. M.A.

Radio Villahermosa. Noticiario local de las 9:45 horas. 22 de Febrero de 2022.

- En relación con el fallecimiento del joven extranjero, que tuvo lugar al precipitarse desde el viaducto, y cuya primicia dábamos ayer en este mismo noticiario, hemos localizado a una transeúnte testigo del mismo. Nuestro compañero Matías Rodríguez tiene la entrevista en exclusiva, en directo en este programa. ¿Matías?
- Si, si, aquí me encuentro con la testigo, cuyo nombre no quiere que se haga público. Buenos días.
- Buenos días.
- ¿Es usted testigo presencial de los hechos?
- Si, soy la persona que se encontraba más cercana al lugar, al pie del viaducto
- ¿Cómo sucedieron los hechos?
- Yo regresaba paseando a casa después de una noche de trabajo..
- Perdone. ¿En que trabaja usted?
- Soy vigilante nocturna. Como le decía, regresaba a casa de madrugada cuando observé que algo se estrellaba contra el suelo a escasos metros de mí.
- ¿A qué hora?
- De madrugada. Serían las siete y media, a la hora que suelo salir del trabajo.
- ¿Notó usted algo especial?
- No. Todo fue muy fugaz, yo venía cansada y no prestaba atención a la escena.
- ¿Le llamó algo la atención?
- Sí, que el accidentado era muy feo, llamativamente feo.
-¿Alguna cosa más que destacar?
- No. Ya le he comentado todo lo que vi.
- Muchas gracias. Buenos días
- Buenos días
- Buenos días oyentes, les habló Matías Rodríguez desde el pie del viaducto

Informe pericial forense.
Diligencia

NCI 7127. D. Antonio CARMONA BENEITEZ (DNI: 78988323-Z). Médico Forense del Juzgado nº1 de Villahermosa.

Información 1
Nombre, edad, fecha de nacimiento y lugar de residencia del fallecido:
Johannes Klein Schmirnoff, 22 años, veinte de febrero de dos mil, Krantoniarie (Molbrusia)
Autoridad que pide la autopsia: Jueza de Instrucción nº1
Fecha y local de realización de la autopsia: 22 de Febrero de 2022. Sala de disección del depósito de cadáveres del Juzgado nº1 de Villahermosa.
Nombre de las personas presentes en la autopsia: Dña. Juana LÓPEZ RODRÍGUEZ (Técnica forense colegiada) y D. Gervasio ANTÚNEZ MIELGO (Ayudante forense titular)
Datos circunstanciales sobre el caso: fallecido por caída desde el viaducto sito sobre la N-634 en el punto kilométrico 73 en Villahermosa.
Origen de la información: Servicio de ambulancia del 112, policía local y testigos del caso
Fecha y hora de la muerte o del hallazgo del cadáver: veintiuno de Febrero de dos mil veintidós a las 8:13 horas
Si hubo asistencia médica, cual fue ésta: no hubo lugar a asistencia médica por encontrarse ya muerto en el momento del hallazgo

Comprobación de la identificación 2
Sexo: varón; edad aparente: 22 años; peso: 82 kilogramos; estatura: 192 cms; color del pelo: rubio natural; color de los ojos: azul celeste, estado de nutrición: adecuado, tatuajes: hoja de marihuana de 14x14 cms en el omóplato izquierdo; cicatrices: ninguna; constitución: atlético y musculoso.

Descripción del hábito externo 3 e interno 4 (Sinopsis de los anexos I y II)
Individuo sano que, salvo los traumatismos resultantes de la caída, no presenta ningún signo externo o interno de malformaciones o patologías, según se detalla de forma prolija en los anexos I y II.

Conclusiones
Fallecimiento debido a politraumatismo resultante de caída, con lesiones en hígado y cabeza incompatibles con la vida. No se aprecian lesiones anteriores ni signos de violencia.

Informe policial
Atestado


Dña. Ramona LUCAS ALONSO (APL 237, DNI 45876553-W), sargento del Cuerpo de Policía Local de Villahermosa.

En la mañana del día veintiuno de Febrero de dos mil veintidós, sobre las 8:00 horas, se recibió una llamada en el 112 informando del accidente sufrido por el súbdito molbrusiano Johannes Klein Schmirnoff, de 22 años. Acudimos una dotación de la policía local y una UVI móvil que únicamente pudo certificar su muerte.

Informe sobre el individuo fallecido
JKS residía en nuestra ciudad desde el pasado veinte de noviembre. Inicialmente realizó trabajos esporádicos en restauración y asistió como oyente a clases de historia. No se han podido conocer muchos datos que ayuden a la investigación, ya que los compañeros ocasionales en el trabajo o en la Facultad nunca llegaron a tratarle. Todo parece indicar que evitaban relacionarse con él debido a su desagradable aspecto. Entre las personas interrogadas se ha mencionado la palabra “feo” o “muy feo” para referirse al fallecido. Su vecina ha indicado que inicialmente parecía una persona comunicativa, pero que progresivamente fue aislándose y recluyéndose en su casa por periodos cada vez más largos.

Juzgado nº1 de Villahermosa
Evidencias adicionales sobre el hecho


Trascripción de la carta encontrada en el registro realizado en casa del fallecido el día veintidós de febrero de dos mil veintidós.
D. Facundo SÁNCHEZ SÁNCHEZ (secretario administrativo del juzgado nº1 de Villahermosa) constata que la carta está dirigida a la madre del fallecido, a su dirección en Krantoniarie (Molbrusia). La carta dispone de sello, está abierta y únicamente a falta de cerrarla y remitirla.
Querida mamá:
en los dos meses que llevo en esta ciudad las cosas se han ido complicando. Empecé con buen pie, intentando integrarme, cosa que bien sabes se me da bien dado mi carácter extrovertido y que mi físico agraciado ayuda en mis relaciones personales. Todo se fue truncando rápidamente. Aquí todos son bajitos, los más altos escasamente llegan al metro sesenta, son de pelo negro ensortijado, piel oscura y de constitución grasienta, con muchos michelines. Su olor a sudado se me hace bastante chocante, sus chistes no me hacen gracia y su vida es un sinsentido para mí. El problema es que yo para ellos también debo ser muy desagradable y constantemente he oído que me llamaban feo a mis espaldas, aunque con ánimo de que yo lo oyera. Pero no se han detenido ahí, cada vez he oído a mi paso más fuerte, más alto y con mayor frecuencia “¡Que se mueran los feos!”. Lo más insufrible ha sido el vacío que se ha creado a mi alrededor, lo que me ha llevado a la incomunicación y a la depresión. Hoy he oído más de cincuenta veces “¡Que se mueran los feos. Que no quede ninguno!”. Estoy harto, me voy a dar un paseo y a la vuelta echaré la carta si es que vuelvo, porque ya no aguanto más. Tu hijo que te quiere. Johannes.


Manuel Medarde
Grupo A


Fisuras

Al principio fui un boceto. El resultado de un proyecto inacabado lleno de borrones. Sabía de antemano que elegirían a Bella. Acepté ser su sombra, atrincherándome en esa parte oscura y fea, que todos quieren ocultar, y a la que nadie quiere besar. Hiberné entre las hojas arrugadas, abrazándome como una náufraga a los trazos irregulares que cruzaban mi cara y mi cuerpo. Un cuerpo visiblemente más rollizo que el de ella. Una incómoda bizquera, y un labio leporino (producto de una grapa) remataban una hermosura llena de fisuras. Solamente, cuando dejé de mirarme al ombligo, me di cuenta, que nueve espacios más abajo (hacia la mitad del folio) la Bestia más bella del mundo, me sonreía, como si me estuviera esperando allí desde siempre. Alguien, por fin, me quería. Él me enseñó que ya no necesito ser la sombra de nadie. Que siempre debemos brillar con luz propia, completos, y ahora aunque fea, tan sólo quiero ser yo.

Carmen Pedrero
Grupo A


Contrapeso

Atended, por favor. Quiero contaros una historia… Empiezo…
Que Mariano es feo no precisa de certificados. Su misma madre se cubría la cabeza con un trapo mientras le daba de mamar. «Si parece un lobo…», se excusaba. Más tarde, cuando los conocidos se asomaban a su cochecito, un reparo detenía la consabida frase: «pero que niño más…», que cada uno concluía como podía: «expresivo», «serio», «tranquilo» o cualquier otro adjetivo que no comprometiera un juicio estético.
Porque Mariano era de tez renegrida, con dos enormes cejas que se unían sobre su nariz ganchuda y le daban una traza feroz. Conforme crecía los dientes se le fueron alineando en un pelotón indisciplinado y maltrecho que, con dificultad, podía contener dentro de la boca. Las orejas no podían ser más dispares, si la una era pequeña, colgante y se escondía entre el pelo, la otra parecía volar, transparente y arrugada, alejándose de la cabeza. El labio leporino componía un gesto de continua perplejidad que la bizquera de sus ojos saltones subrayaba.
Era pues el pobre, un feo superlativo, que hubo de soportar todo tipo de mofas a lo largo de la infancia y la adolescencia. Para su desgracia nunca contó con el esperable amparo de los adultos que, no podían por menos, aceptaban y compartían el cruel veredicto de los más jóvenes.
Cuando alcanzó la juventud y los ardores del deseo comenzaron a quemarle sus entretelas, sus padres y quienes le conocían temieron que sus anhelos chocaran con la lacerante impiedad del alma femenina. Es decir, pensaban para sus adentros, que los intentos de aproximación a cualquier damisela concluirían en una rotunda negativa, si no en una contundente bofetada.
De la misma edad que el muchacho, Dafne crecía hermosa y radiante. Tenía un cuerpo grácil que movía con lánguida elegancia. Su hermoso cabello rubio enmarcaba una cara angelical donde refulgían unos bonitos ojos azules. La curva de su delicada nariz y la prominencia de sus pómulos tenían enloquecidos a la mayoría de los jovenzuelos del barrio, Mariano incluido.
Era Dafne, además, inteligente sobremanera y a su talento unía una simpatía que deshacía en sonrisas cualquier pretendida negativa. Su voz era música melodiosa escapando por los labios más sensuales de la comarca.
A los pies de la muchacha se habían postrado muchos pretendientes que, a pesar de su galanura, inteligencia y posición, habían sido rechazados con enorme indiferencia.
Que Mariano iniciara movimientos de acercamiento a la diosa fue mirado por todos con expectación, a la espera de que semejante espantajo sufriera el mayor de los descalabros. Nadie quería perderse detalles de aquella historia que, suponían, acabaría en tragedia o, al menos, en tragicomedia.
En contra de lo augurado, Dafne no rechazó los avances de Mariano, quizás por curiosidad al principio, pero luego por indisimulado gusto. Las conversaciones informales devinieron en largos paseos y estos abrieron paso al cortejo. Después de eso llegó la petición de mano y, finalmente, el matrimonio.
Contra todos los pronósticos la pareja se amó y respetó cada día de los cincuenta años que han pasado desde la boda. Y ese amor y consideración desplegaron con cada miembro de su extensa familia. Ese es el motivo que hoy nos reúne aquí a sus hijos y nietos y por eso os pido que levantéis vuestras copas y brindéis a su salud.
¡Vivan los abuelos Dafne y Mariano!

Pepe Lorenzo
Grupo B


Cánones de belleza corporal y concepto de estética personal.

Nos educaron teniendo en cuenta los cánones de belleza de los antiguos griegos en cuanto al cuerpo, después además nos enseñaron unas normas estéticas en cuanto a la forma de vestir y de actuar; de una forma u otra nos fuimos acomodando, nos las fuimos apañando para mantener nuestra autoestima y nuestra seguridad. Nos dijeron cómo comportarnos de cierta manera y no de otra dentro de nuestra cultura. Cada cultura se rige por preceptos diferentes.
Intentábamos adaptarnos, pero si no lo conseguíamos siempre nos quedaban múltiples consuelos y ciertas alternativas.
¡Anda que no les vino bien a los que odiaban planchar aquello de "la arruga es bella"!Qué fácilmente se ajustaron a ese nuevo concepto de belleza.
¡Qué suerte los que tenían los pantalones rotos, o a los que se les rompían con facilidad! Ahora no hace falta remendarlos, pues se llevan rotos.
¡Qué suerte los que odiaban peinarse o tenían el pelo rebelde! Ahora se viste despeinado.
¡Qué bien le vino el arte abstracto al que no sabía dibujar!; con cuatro brochazos y un pretendido mensaje, "a cobrar".
¡Qué bien le ha venido al vago la infravaloración del esfuerzo!, "a vivir del cuento".
¡Qué bien les ha venido a los feos aquella frase que se ha convertido en un dogma!: "la belleza está en el interior".
Otros menos feos se consuelan diciéndose: ¡soy feo pero simpático!, o también: ¡soy feo pero resultón!
A todos nos ha dado resultado y consolado estos y otros pensamientos excepto aquel individuo, según cuenta la leyenda, que era tan feo, tan feo, que se apuntó a la Legión, y la muerte en cuanto lo vió le dijo: ¡de novios nada, como mucho amigos!

José Luis Fonseca
Grupo A


Miguel

¿Qué pecado cometí
que tan feo nací?
se preguntaba Miguel,
cada día, antes de dormir.

Mi cara es muy pequeña
para albergar esa enorme
nariz aguileña.
Mis ojos redondos y
un poco saltones,
hacen que mi mirada,
parezca extraña.

Mi boca larga y estrecha
hacen de mi sonrisa,
una mueca.
Mis orejas de soplillo,
servirían a mi abuela
para avivar su brasero de cisco.

Los chicos me desprecian y
las chicas me ignoran,
entre tanto rechazo
me he convertido,
en un ser solitario.

Solo pienso en demostrar
que puedo llegar muy alto.
Por eso, he decidido
convertirme en literato
para escribir relatos,
novelas y teatro.

Crearé personajes muy variados:
al lado del feo, siempre estará el guapo,
del malo, el bueno
del ruin, el hidalgo
y del feliz, el desgraciado.

Escribiré historias ingeniosas
y a todos haré saber,
que decidí ser escritor
en el lugar donde nací
cuyo nombre, a mi pesar,
no quiero recordar.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Lo feo y los sentidos.

Generalmente, cuando se dice que algo es feo, nos referimos a una sensación visual. ¿Acaso no es fea una palabra escrita sin tilde, el ruido de una radial o el tacto de algo viscoso? ¿Cómo percibimos las personas ciegas la fealdad? Está dentro de esas preguntas que recurrente e insistentemente me han hecho. Viene apoyada por esos mitos y estereotipos que a veces el cine y las creencias populares difunden sobre nosotros y que tanto nos cuesta erradicar. El protagonista ciego de una película que tocaba la cara a la gente para saber cómo era o ese otro que tocaba los colores. Leyendas y cosas sin fundamento. En realidad, con lo que percibimos de la gente nos basta. Cuando alguien es especialmente guapo o todo lo contrario nos acabamos enterando.
Voy a contar 3 anécdotas que reflejan cómo me enteré yo de la belleza o la fealdad de personas observando el comportamiento de los demás.
En el primer caso se trataba de una compañera de facultad. Me di cuenta que profesores que no sabían ni el nombre ni nada del alumnado y que nos señalaban para preguntarnos, y eso que no éramos tantos, le preguntaban a esta chica con algo más que insistencia, unas veces aludiendo a su lugar de procedencia y otras, señalándola como al resto. La sacaban a la pizarra mucho más que a cualquiera. Me di cuenta enseguida que no era por su elevado nivel de conocimientos, ya que en la mayoría de las ocasiones, no era capaz de responder. Esto solo pasaba con los profesores hombres. Para las profesoras era una más. Para confirmar mis sospechas pregunté un día tomando café entre clase y clase a un grupo de compañeras y compañeros si era guapa y me dijeron que sí y se sorprendieron de que yo lo hubiera sabido por el comportamiento de los profesores con ella.
Por la misma época aparecía de vez en cuando por clase un compañero con la única finalidad de recoger apuntes. Se los dejaban sobre todo las chicas y lo trataban con especial deferencia. Quise satisfacer mi curiosidad, así que pregunté y efectivamente, el chico era guapo.
Otro día, viendo la tele, presentaron a una mujer sin la coletilla esa de que era guapísima, que a mí cada vez me suena más ridícula y que , por cierto, no se dice de un hombre. La aludida hizo comentarios llenos de humor y fina ironía y yo pensé: esta no es guapa. Pregunté y acerté.
En cuestión de objetos, pienso que cuando algo no sirve para nada y está en el medio, mobiliario urbano, por ejemplo, es porque es bonito, pero pregunto y no siempre es así o no para todo el mundo.

Teresa Sanz
Grupo B


Café con leche

«Huele a muerto, mamá». Fue escuchar eso a la niña y el vaso del café con leche resbalarme de las manos y caer al suelo. Maripi tiene cuatro añitos, ya ves, cómo puede una ser tan tonta de pensar que la niña fuese a saber…
Vino a seguido lo que no podía menos de suceder: los malos modos de Antonio, mi aún marido, las voces y la falta de cuidado pisando el suelo todavía húmedo para llevar las marcas de los zapatos por toda la casa, y: «Deja eso, anda, mira a ver si me preparas otro vaso rápido que hoy no llego al trabajo. Cómo se ve que tú no tienes otra ocupación que la niña; todo el santo día en casa tocándote las narices».
Con este hombre no hay modo; y encima lo feo, que no sé dónde tendría yo los ojos. Por qué no seré capaz de reunir la fuerza suficiente para pedir el divorcio.
A qué montar el belén, me fui a la cocina y me puse a preparar un nuevo vaso de café con leche. «Huele a muerto, mamá», dijo la niña tras de mí. Me llegó de nuevo una conmoción, aunque por suerte ahora logré sujetar el vaso. Pero no me atreví a meterlo al microondas y lo vacié en el fregadero.
Para el tercer vaso ya no hubo tiempo, Lo había medio llenado de leche y me disponía a completarlo con el café cuando llegó Antonio y comenzó a despotricar de mi inutilidad; eso dijo antes de abandonar la cocina y salir dando un portazo. Además de lo feo, repito, que una cosa es decirlo y otra verlo. Qué será lo que este hombre tenga de bueno.
Acabé de preparar el vaso de café con leche (el tercero, no sé si lo dejé bien explicado). Lo endulcé con miel, como a mí me gusta. Me senté a la mesa con la ensaimada y me dispuse a desayunar tan ricamente. «Ya no huele a muerto, mamá, qué bien».
Maripi, cuatro añitos como digo. Claro que no olía a muerto, en la cocina olía a leche caliente, a café, a miel. A eso nada más, el veneno al tercer vaso no se lo puse, claro. Pero cómo podía saber la niña, qué cosas. Porque el preparado letal ese, tal y como me aseguraron, no desprende olor alguno.

Pascual Martín
Grupo B


Asquerosa

En contra de lo que puedas pensar, el nombre antiguo de este pueblo, Asquerosa, nada tenía que ver con su significado actual en nuestra lengua.
Procede del árabe clásico “As-keros” , buena vista.
Situado en lo alto de una loma, en su fundacion era posible ver desde allí una extensa dehesa.
Esta aparente contradicción fue resuelta a lo largo de los años, mucho después de que alguien le cambiara el nombre por Encinas.
Primeramente las encinas fueron taladas para hacer leña y el campo pasó a ser amarillo la mayor parte del año.
Después se instaló una primera macrogranja que tapó parte del paisaje y trajo al pueblo un olor nauseabundo cuando soplaba levante. La reciente construcción de dos más ha consiguido que el olor fétido esté presente con independencia del viento que sople. El agua del río es cada vez más escasa y con frecuencia está llena de algas en descomposición.
En el último pleno del Ayuntamiento, alguien propuso con acierto devolver la denominación primitiva a este pueblo que tuvo buena vista y que hoy da asco.

Enrique Martínez
Grupo C


Desazón

No me quedan fuerzas para seguir intentándolo.
La magia no se producirá nunca.
Por siempre gusano,
siempre rectando…
tierras sucias, excrementos secos,
nauseabundos charcos.
El azul del cielo tan lejano…

Leyendas de seda,
mi podredumbre alimentando;
la cartera vacía,
la materia gris envenenada,
y cero alas despuntando.

Siento frío…
Un frío desalmado.

Eva Hernández
Grupo A


Romance del porquero (o del milagro del revés)

Era un pueblo encaramado
en el frontal de una sierra,
aprovechando una tierra
que se abismaba en picado.
Un lugar para la guerra
que antaño fue amurallado,
con su iglesia, su castillo
y al fondo de un barranquillo,
su riachuelo y su prado.
Tenían los lugareños
de aquel peñasco serrano,
fueran grandes o pequeños,
ricos o del pueblo llano,
fama de ser engreídos
y de duro corazón,
por lo cual, no sin razón,
pocos eran los queridos
por sus cercanos vecinos,
teniéndolos por cretinos
a los más, a la sazón.
Sin embargo, también era
natural de aquel enclave
una muchacha preciosa,
llamada Florinda Rosa,
grácil como pluma de ave,
virtuosa, casadera,
con el halo de una diosa,
con pupilas de diamante
cabello rubio, radiante,
elegante y armoniosa,
en todo, en fin, tan hermosa
que todo el que la veía
se extasiaba y derretía,
no habiendo joven soltero
que no diera el mundo entero
por desposársela un día.
Y un día dijo a su padre,
lo cual se conoció al punto
por la boca de su madre,
que encarando aquel asunto
de ennoviarse y de casarse,
dejaba claro y expuesto
que tal cosa solo haría
con el joven más apuesto
de toda la serranía.
Y a partir de ese momento
no hubo galán caballero
que, arreglado y altanero,
desistiera del intento
de apropiarse de la mano
de aquella sublime perla,
que sólo soñar tenerla
era delirio mundano.

Había un joven porquero
que vivía a las afueras,
de poco seso y dinero,
compañero de las fieras,
calvo, enjuto, desdentado,
patizambo, narigudo,
descoyuntado de un lado,
jorobado y orejudo,
además de maloliente,
Incluso en su propio ambiente
cerdo, guarro y marranudo.
Aquel joven mencionado,
que Fernando se llamaba,
como cualquier otro andaba
de Florinda enamorado,
y al oír la buena nueva,
de boca de una muchacha,
corrió presto hasta su cueva
para arreglarse la facha
y emprender hasta ella el vuelo,
aferrado a la esperanza
de la bienaventuranza
del pobre que hereda el Cielo.
Como el día era festivo
y ya tocaban a misa,
acercose a toda prisa,
el muchacho hasta un olivo,
a cuyo lado pensaba
que Florinda pasaría,
lo que él aprovecharía,
cayéndosele la baba,
para decirle sin traba
lo mucho que la quería.
Pasó Florinda ataviada
cual corresponde a un domingo,
acercósele Fernando,
y ella entonces, espantada,
reaccionó a aquella emboscada
dando un grito y un respingo,
quedándose él naufragando.
Pero esa escena fugaz,
que duró solo un segundo,
fue vista por todo el mundo,
y la canalla feraz
lanzóse sobre el muchacho
a insultarlo, a escarnecerlo,
a apalearlo y molerlo
como a un pobre mamarracho.
Dejáronle al fin tirado,
porque la misa apremiaba,
y al poco ya caminaba,
ora a un lado, ora a otro lado,
dolorido, mareado,
ensangrentado, hecho un trapo,
sintiendo que era un guiñapo
resentido y humillado.
Sin un derrotero fijo
caminaba al buen boleo,
mientras increpaba al Hijo
de Dios por nacer tan feo.
Y entre blasfemias andaba
cuando se dio con la ermita
del Santo Cristo del Castro,
donde sacudió la aldaba
y bebió el agua bendita
de la pila de alabastro.
Luego usó la misma agua
para limpiarse una herida,
y un ardor como de fragua
le anegó el alma enseguida.
Alzó la vista y sus ojos
dieron con el Salvador,
no viendo ocasión mejor
para postrarse de hinojos.
Entrelazando las manos
un milagro le pedía:
“haz señor que por un día
este amigo de marranos
venga a ser la criatura
de más bella compostura,
gallardía y hermosura
que haya en tierra de cristianos”.
Sintió frío de repente
y un aire que exhaló el Cristo
le heló el sudor de la frente
como en un visto y no visto.
Salió el porquero a la calle,
corrió a mirarse a una fuente,
avido de ver su talle
y su rostro nuevamente,
soñando que por milagro
pasado había de onagro
a un Adonis esplendente.
Mas viose de igual hechura
que se vio toda la vida,
deprimiéndose enseguida
a la luz de su figura.
Y amargado y quejicoso
se encaminó hacia su casa,
convencido de ser guasa
de Dios Todopoderoso
aquel sueño milagroso
en tan infeliz carcasa.
Mas de pronto empezó a oír gritos
y aullidos desgarradores,
como horribles estertores
dados por seres malditos.
Acercose hasta un granero
que le quedaba muy cerca,
pues de allí salía un ruido,
humano pero grosero,
como gruñido de puerca
aunque una tanto comprimido.
Y que visión impactante
asaltó al pobre Fernando
al ver acercarse andando
una cosa horripilante.
La silueta, semihumana,
caminaba a cuatro patas,
pero tenía alpargatas,
calzón y gorro de lana.
Por la saya, hecha girones,
le salían mil mechones,
y en la cabeza de rana
rezumaba sabañones.
Huyó de allí consternado
por la terrible visión,
pensando que era el histrión
de un carnaval del pasado.
Pero al llegar a la plaza
se topó con que allí había
una fantasmagoría
de demoniaca carnaza.
Seres deformes, monstruosos,
de contornos demenciales,
llorando como mocosos
al contemplarse animales.
Por las ropas que llevaban
reconoció a sus vecinos,
que envidiosos le miraban,
sintiéndose aún más mezquinos,
y entonces entendió presto,
que el milagro que pedía
ante los ojos tenía,
y era él ahora el más apuesto
de toda la serranía.
Quedose así estupefacto,
alelado y confundido,
pues milagro era, y palmario,
lo que allí estaba servido,
aunque en sentido contrario
de como lo hubo querido.
Pasó entonces a su altura,
sacándole del marasmo,
una dantesca figura
espeluznante hasta el pasmo.
Tenía las piernas secas
como ramas enarcadas,
pústulas en las muñecas,
verrugas arracimadas,
pelo de púa porcina,
y unos granos exhibía,
tan sucios y supurantes,
como muchas repugnantes
escrófulas que tenía.
Mas Fernando diose cuenta,
reparando en su mirada,
que su fealdad incruenta
allí quedaba vedada,
y aterrose de repente
al reconocer en ella
aquel sol resplandeciente
de Florinda, la doncella.
Del todo desesperado,
sintió un dolor insufrible,
más un ansia indescriptible
de volver a aquel estado
donde él era un desgraciado
porquerizo aborrecible.
Y en el fondo de su pecho
una sombra de tristeza
le empujaba con fiereza
a gritar “¡por Dios, qué he hecho!”
Corrió luego, arrebatado,
hasta llegar a la ermita,
entró en ella extenuado,
y con el alma contrita
le dijo al Crucificado:
“llévame mi Dios contigo,
si precisas en el cielo
un porquero sin consuelo
que aquí no tiene un amigo.
Ten piedad de mis vecinos,
devuélvelos a su ser,
y no dejes de tener
para con sus desatinos
el perdón que han menester”.

A la mañana siguiente
terminó la pesadilla,
pudiendo otra vez la gente
palparse, qué maravilla,
sus cuerpos alegremente.
Por lo que atañe a Fernando
nunca se le volvió a ver,
aunque dijo una mujer
que creyó verlo volando
al cielo al atardecer.
Y en la ermita, sobre un vano,
alguien ha puesto un letrero
que reza en buen castellano:
“Santo Cristo del Porquero”.

Óscar Martín
Grupo A


Vida y muerte

Fui una niña feliz, mi familia era una familia normal, mis padres me querían y se querían, en el colegio sacaba buenas notas sin apenas esfuerzo y tenía amigos con los que jugar. Con 12 años mi cuerpo empezó a cambiar y yo, que siempre había sido una niña más bien flacucha y sin apetito, me convertí en una devoradora de pasteles y engordé y a medida que iba ganando kilos iba perdiendo amigos. Poco a poco pasé de ser una niña popular a estar prácticamente marginada, a que se rieran en las clases de educación física cuando no podía hacer algún ejercicio y escuchar “foca” en susurros cuando pasaba por el pasillo. Yo aparentaba que todo iba igual que antes pero por las noches lloraba en silencio bajo las sábanas.
Y entonces mi madre enfermó y ya el único pilar que quedaba en mi vida se tambaleo hasta desmoronarse dos años después con su muerte. Un dolor sordo inundó mi cuerpo y mi mente, no podía pensar, ni hacer nada más que quedarme en la cama esperando que pasaban las horas. Y comer, comer mucho, quizá pensaba que comiendo llenaría el vacío que había en mi cuerpo pero eso nunca sucedió y seguía comiendo y comiendo sin fin. Un día estando sola en casa, mi padre pasaba el día en el trabajo y en el bar, encontré lo que había quedado de la medicación de mi madre, opiáceos bastante fuertes y pensé que si a ella le ayudaba a calmar su dolor quizás también lo hiciera con el mío y me tome una pastilla. Al principio no sentí nada pero al cabo de un rato mi cuerpo dejó de pesar y me entregue a un duermevela en el que encontré la calma que hacía tiempo no sentía. Esa sensación pronto se volvió adictiva. Acabé con las pastillas y tuve que ingeniármelas para conseguir sustancias que me proporcionaban esos momentos de evasión. Me resultaba muy fácil cogerle dinero a mi padre sin que se enterase, él también estaba en su propio purgatorio. Y así me encontré con diecisiete años enganchada a múltiples sustancias y haciendo lo que fuera necesario para conseguirlas. Ya cada vez me costaba más encontrar la paz que me daban las drogas y en su búsqueda se me fue la mano y mi padre me encontró en el suelo de mi habitación con una sobredosis, vomitando encima. Después de esto se sucedieron los acontecimientos primeros muy rápidos mi padre histérico ,la ambulancia, los médicos, el lavado de estómago y después muy lentos los días interminables en el hospital con la mirada dolida de mi padre y a la salida, días aún más lentos en un centro de desintoxicación. Cuando volví a casa el aire denso de la desconfianza era prácticamente irrespirable, mi padre ya nunca más me miró como a su niñita.
Me centre en los estudios para huir de mi casa a otra ciudad donde me hice enfermera y dejé las drogas psicotrópicas por otra adición que era ir de relación en relación a cada cual más tóxica en un bucle infinito y asfixiante. En cuanto se acercaba a mí una persona buena yo me alejaba y me enganchaba a aquellas que solo me causaban daño porque sentía que era lo que merecía. Ahora trabajo en un hospital, salvar vidas me da el permiso para destrozar la mía y he vuelto a las pastillas. Es fácil hacerme con ellas y al volver a casa me las tomo para vaciarme y no sentir. Pero me vuelve a pesar cada vez más la vida y cada vez necesito una dosis más alta para huir del dolor y he llegado a la conclusión que no merezco nada de lo que tengo ni lo malo ni por supuesto lo bueno. Esta vez con mis he cogido la cantidad necesaria de pastillas para dejarme ir del todo.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Socialmente feo

Buscó en su raída mochila mientras le asediaban recuerdos de tiempos, no muy lejanos en los que fué presidente de una gran corporación industrial.
Extrajo un hatillo y de él un fardo envuelto en papel de viejos periódicos, algunos con su foto impresa.
Despegó como pudo aquel amasijo del que sacó un negruzco bulto que en su día fué un apetitoso bocadillo de sardinas.
El penoso aspecto de aquella colación al abrirlo, con sus esqueléticas raspas expuestas como descompuestos y hediondos cadáveres, parecía un perfecto anuncio de veneno. Lo guardaba para una ocasión especial y repasando su vida, ya en las postrimerías de la noche,decidió que había llegado el momento.
Haciendo de tripas corazón,le dió un mordisco al fétido chusco que, crujió en su boca con el doloroso sonido de un diente al partirse.
Cuando hubo finalizado tan pestilente refrigerio, reprimió un eructo, en recuerdo y por respeto de la esmerada educación que recibió de sus progenitores.
Tampoco se entretuvo en escudriñar su dentadura con la larga uña del meñique izquierdo, que solía utilizar para tal menester, por la razón anterior
Ya el alba anunciaba su llegada , se fué desatando el cordel que llevaba por cinto y bajó sus mugrientos pantalones, antes de que la comida comenzara a surtir efecto.
Se observó con cierta abulia el colgajo ,otrora orgulloso, del que salió un débil chorro que fué a parar prácticamente sobre el conglomerado de trapos que le servían de calzado.
Se dobló como pudo sobre sus rodillas para dar comienzo a su particular calvario y en ese momento,como enfocando la patética escena, salió el sol.
Ël, cerrando los ojos e inundándose de su energía, lo saludó, con el interior regocijo del que se alegra de ver al más sincero amigo que tuvo y el único que aparecía para ver su final., al tiempo que gruesas gotas de sudor, a semejanza de lágrimas, recorrían mansamente sus mejillas.
Cuando lo encontraron, tenía en la mano una simple nota:
Esta postura en la que me encontrareis, es fiel reflejo de lo que opino de la piedad, justicia, equidad y consuelo que me habéis dado en vida.
Os dejo en herencia cuanto hay debajo de mi, en agradecimiento a lo que ha significado mi vida para la vuestra.

Carlos García Riesco
Grupo A


FEOS y FEAS que no dan fe de ellos

Le dije: es un pecado muy feo el que acabas de cometer y entonces eligió uno más bonito.
El vestido era feo de cojones. Aunque su hechura era perfecta.
El corrector de OpenOffice no admite el plural de cojón. Tampoco el singular. Debe ampliar su vocabulario, las palabras feas también existen.
Era un retaco de mediana edad y aunque redunde en los adjetivos era: un gordo seboso, desaliñado, patoso y barrigudo. Siempre tenía tres botones desabrochados a la altura de la panza. Ni la camisa lograba situarse en su corpachón ni le abrazaba. Hablaba como si tuviera todo un bollo maimón en la bocaza, pero, pero nunca te hacía un feo y respondía al saludo y agradecía que le preguntaras por su madre cuando coincidíamos en el portal. Era muy educado y buen vecino, no te imponía su presencia.
Tenía los dientes feos así que se reía poco y cuando lo hacía se tapaba la boca con la mano. Tampoco tenía las manos bonitas.
Era mas feo que Picio, búsquese en google cuánto de feo era el podre Picio.
Está muy feo lo que te ha hecho. Frase de actualidad. Nótese el verbo estar, o sea no es para siempre.
Ahora el adjetivo 'increíble' se emplea para todo y a mí eso me parece horroroso. ¿Increíble?
Se estaba poniendo feo. La incomodidad del autocar iba in crescendo, al igual que el apretón latente desde hacía cien km. Llegamos a la estación de Badajoz a las dos de la mañana El bus paró delante de la puerta peatonal. Preguntamos al desaborido del conductor por lo servicios: "la estación estaba cerrada, por seguridad”, ¿de quién?. Bajó él, bajé yo. Recogimos nuestras maletas y a toda prisa nos dirigimos a donde estaba el coche desde hacía cuatro días. Tuvimos suerte, en ese momento no llovía. No llegaba. Le dió al mando del coche, éste nos saludó desde lejos. Corríó. Pero, puaff, imposible, su colon de mierda no aguantó , y, encima, y encima se cagó encima. Aquello pasó de feo a trágico. Casi trescientos quilómetros hasta su añorada casa y recuperar la dignidad.

Araceli Sebastián
Grupo C


El jefe de mi hermano

Era mi primer día de trabajo y estaba algo nerviosa. Aunque ya había trabajado en una heladería algunos veranos, era la primera vez que me iba a incorporar a un centro de trabajo grande, con bastantes trabajadores. Además este trabajo me iba a permitir seguir mis estudios de Magisterio.

Ya conocía el centro y también mi destino, la oficina del almacén. Pascual, que estaba haciendo la mili, me acompañó el día en que firmé el contrato. Aprovechó para presentarme a sus compañeros del almacén, todos hombres excepto la limpiadora. No me pudo presentar a su jefe, ausente ese día. Por sus comentarios, adiviné que era una persona especial.

Llegué pronto para causar buena impresión y pensé quedarme esparando a que llegara el jefe del almacén para presentarme y para que me diera instrucciones. No hizo falta, Enrique, el que iba a ser mi compañero de trabajo comenzó a ponerme al día de mis tareas. Poco a poco me fui tranquilizando, el ambiente era relajado, aunque aquella mañana todo el munto entraba en la oficina para ver a la hermana de Pascual. No sé si por afecto hacia él o porque yo tenía veinte años bien puestos.

Cuando ya se me había olvidado, llegó Mariano, el jefe. Dicen que la primera impresión es la que cuenta y esta dejó una profunda huella en mí. Era un hombre de mediana estatura con sobrepeso concentrado en la barriga. Su escaso pelo, largo, grasiento y descuidado, contrastaba con una barba cuidada pero poco. Cada ojo miraba para un lado, era imposible saber qué estaba mirando. Su voz era escasa y ronca, tampoco era fácil saber qué decía. Su presencia impregnó el ambiente de un olor mezcla de tabaco negro y sudor. Afortunadamente en aquella época no se había establecido esa ridícula costumbre de dar dos besos a un desconocido cuando te lo presentan. Le di la mano y al mirar la suya me arrepentí, los dedos indice y corazón tenían un color amarillo intenso causado por los Celtas Cortos que continuamente estaba fumando. El resto de la mano, de color achocolatado, necesitaba urgentemente un tratamiento con jabón. Para las uñas, jabón y cepillo. Se me ocurrío pensar que aspecto hubiera tenido si trabajase en un oficio menos limpio que el de oficinista.

Sin perder la sonrisa volví a mi tarea con Enrique. Con disimulo fui completando detalles de mi nuevo jefe. La ropa era de una talla menos de la que necesitaba. No me sorprendió que luciera algún que otro lamparón en la pechera, lo que llamó mi atención fueron las marcas que su cazadora oscura tenía en las axilas. Eran cercos blancos que, como si se tratara de estratos, había dejado el sudor al secarse día tras día. Otra mancha misteriosa era la que lucía en la bragueta siempre que iba al baño y que poco a poco iba desapareciendo.

En los siguientes días siguientes pude fijarme en otros detalles. No sé como describir los pies que dejaban ver sus sandalias. Bueno, las sandalias realmente dejaban ver la mugre acumulada en sus paseos por el almacén en los días anteriores. Y que sorpresa saber que esa dentadura sucia y llena de sarro era postiza. Pascual y yo aún bromeamos con la idea repugnante de beber accidentalmente del vaso de agua donde Mariano dejaba la dentadura por la noche.

Por lo demás, Mariano era una hombre de su época, acumulaba en su mesa de despacho, bajo el cristal, calendarios de mano mostrando fotografías de chicas enseñando la espetera y algo más. Según supe eran ofrendas de los camioneros que cargaban o descargaban en el almacén. Para el eran una especie de trofeos. Estaba casado con una mujer de aspecto limpio y elegante que, según Mariano confesaba, lo castigaba a dormir en el sofá con mucha frecuencia sin que él supiera exactamente el motivo. Tenía una hija, un hijo y un gato.

Su verborrea también merece un comentario pero excedería el propósito de este escrito. Lo abordaré cuando hablemos de Literatura, alcohol y drogas.

Enrique Martínez
Grupo C

1 comentario:

  1. Colegas, cada vez lo ponéis más difícil. Oscar, me siento retratado, enhorabuena 👏

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