Nidos. Escribir para resguardarse

Esta semana la sala del taller de escritura se llenó de nidos. Un ave muy común llamado "Avecedario" anidó en nuestros cuadernos y la palabras alzaron el vuelo en bandada. Algo parecido señaló Ramón Gómez de la Serna en una de sus greguerías: "El alfabeto es un nido de pájaros del que proceden bandadas y bandadas de palabras"
En una de las sesiones nos acompañó Raúl de Tapia, biólogo, director de la Fundación Tormes y colaborador del programa de Radio 3 "El bosque habitado". Fue un gusto descubrir muchas de las curiosidades y observaciones que Raúl ha estado investigando estos años sobre nidos y que se concretarán en un libro con textos e ilustraciones de sus cuadernos de campo que llevará por nombre "Nidografías".


Fotografía de Nancy Fouts


Comenzamos la sesión con una lluvia de palabras inspiradas en un nido que fuimos pasando entre los asistentes: cuenco, frágil, cuco, ternura, seguridad, grandeza, niñez, huevos, calor, hogar, cuna, recogimiento, tesón, arquitectura, paciencia, tejer, intimidad, guardería, familia, o confortable. Con todas estas palabras fabricamos una definición para contextualizar el tema.
Hablamos de los pajarantes y los pajarintos de Neruda, recogidos en su "Arte de pájaros" (podéis escuchar al poeta y al cantautor Ángel Parra ponerles voz aquí), hicimos una pequeña tarea en la que nos acercamos desde los sentidos a una idea poética del nido y compartimos algunos textos como "El nido de jilgueros" de Jules Renard o "Un hogar en el árbol" de Miguel Hernández que reproducimos a continuación:

En una rama ahorquillada de nuestro cerezo había un nido de jilgueros bonito de ver, redondo, perfecto, de crines por fuera y de plumón por dentro, donde cuatro polluelos acababan de nacer. Le dije a mi padre:
—Me gustaría cogerlos para domesticarlos.
Mi padre me había explicado con frecuencia que es un crimen meter a los pájaros en una jaula. Pero, en esta ocasión, cansado sin duda de repetir lo mismo, no encontró nada que responderme.
Unos días más tarde le dije de nuevo:
—Si quiero, será fácil. En un primer momento pondré el nido en una jaula, colgaré la jaula en el cerezo y la madre alimentará a sus polluelos a través de los barrotes hasta que ya no la necesiten.
Mi padre no me dijo qué pensaba de este sistema.
Por lo tanto instalé el nido en una jaula, colgué la jaula en el cerezo, y lo que había previsto sucedió: los padres jilgueros, sin vacilar, traían a los pequeños sus picos llenos de orugas. Y mi padre, divertido como yo, observaba de lejos el ir y venir de los pájaros, su plumaje teñido de rojo sangre y de amarillo azufre.
Una tarde le dije:
—Los pequeños ya están bastante fuertes. Si estuvieran libres, volarían. Que pasen una última noche con su familia y mañana me los llevaré a la casa; los colgaré de mi ventana y no habrá en el mundo jilgueros mejor cuidados que éstos.
Mi padre no dijo lo contrario.
A la mañana siguiente, encontré la jaula vacía.


***

Un día Nita vio un nido en el árbol que había junto a su ventana.
-¡Toñito! -dijo a su hermano-. Se ve un nido en el árbol. Y dentro hay huevos. ¡Uno, dos, tres, cuatro huevos!
En esto, vino un pájaro loco al árbol, se fue derecho al nido y se sentó sobre los huevos.
-¡Mira! ¡Mira! -dijo Toñito-. Hay un pájaro. Es el pájaro madre.
—¡Sí!— dijo Nita-. Yo veo al pájaro padre también. ¡Qué feliz es!
Una mañana Toñito dijo: “¡Ven conmigo, Nita! Mira el nido ahora”.
Nita miró el nido. Adivina qué vio dentro.
-¡Ooooooh! -dijo la niña-. ¡Uno, dos tres cuatro, pájaros pequeñitos! ¡Qué graciosos pájaros tan pequeñitos!
Pronto los pajaritos se hicieron grandes. Y querían volar.
-¡Mira! -dijo uno de ellos a los otros-. Yo puedo volar. ¿Queréis verme volar?
¡Hop, hop, hop! Y el pajarito que quería volar cayó en tierra al intentarlo.
Vino el pájaro madre. Y también vino el pájaro padre. Ellos no podían ayudar a su hijito, que se les había escapado del nido.
Pero Nita lo cogió al pie del árbol.
-¡Ven aquí, Toñito! -dijo la niña-. Este pequeñito cayó del nido. Nosotros debemos ayudarle.
Tomó Toñito el pequeño pájaro, subió con él delicadamente sobre el árbol y lo puso dentro del nido.
Un día el pájaro padre dijo:
-¡Venid, venid, venid, hijitos míos, pajarillos de mi corazón! Ahora ya podéis volar. ¡Volad, volad conmigo!
El pájaro madre también dijo:
-¡Volad, niñitos míos y del aire! ¡Volad, volad conmigo!
Y los cuatro pajarillos echaron a volar. Y el pájaro padre iba delante. Y el pájaro madre iba detrás.
Nita y Toñito les despidieron gritando:
“Hasta la vuelta, pequeñuelos,
y que no os vayáis a perder
en las estrellas de los cielos.
Venid siempre al atardecer”.

Dejamos por aquí la "Canción del nido" interpretada por el Colegio de Música de Medellín:


 

Propuesta de escritura
Repartimos entre los presentes unas hojitas con diferentes tipos de nido (adherente, escarbado, montículo, madriguera, cavidad, cuenco, salsera o plato, colgante, plataforma o esférico) y diferentes aves que construyen cada uno de dichos nidos. Nuestro propósito es contar en primera persona, como si fuésemos esas aves, el proceso de elaboración del nido.

Estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Zorzal alirrojo

Termino de cebar a los polluelos y aleteo hasta la cercana rama junto a Zorzi, mi pajarita. Todos los días no toca felicidad pero hoy es uno de los que sí; qué gozo contemplar a la prole, cinco nada menos, tan sana, tantas ganas de salir volando. Zorzi se ha portado este año poniendo huevos. Y los ha empollado durante quince días con amor, aunque ahora el alimentar a la camada suponga un trabajo que agota. Es verano y estamos en Letonia, que también eso hay que decirlo. Riga llaman los humanos a la ciudad que se ve allá, a lo lejos.
Todo apunta a que lograremos éxito este año. Mejor hacer el nido en los árboles, razón tenía Zorzi; las hembras son más listas. El año pasado es que me empeñé yo en que construyera el nido en el suelo porque le quedaría mejor formado, más cuenco, y se sujetaría mejor el barro de por fuera. No iba yo descaminado, pero pasó lo que pasó al final: el lagarto que devoró a los cuatro polluelos. No hay dolor más grande para un padre y una madre zorzales.
Este año también tuvimos problemas, aunque logramos salir del paso gracias a Zorzi, ya dejé dicho que las hembras son más listas. Nada más romper los polluelos el cascarón, dispuso ella que uno de nosotros se quedara siempre de guardia. Por eso es que vi el otro día merodear al grajo en busca de los polluelos con intenciones asesinas. Rápido volé a una rama de por encima, me coloqué apuntando bien, hice fuerza y… ¡puufff!, menuda descarga. Llegó Zorzi al momento y lo mismo. Pusimos al grajo perdido de excrementos el plumaje, apenas podía volar. Y a mayores el olor; no, ese no vuelve. Esta estrategia dice mi Zorzi que la debió inventar alguno de nuestros antepasados y la sabiduría se trasmite a los descendientes por los genes, o no sé cómo lo lía ella.
Bueno, a lo que íbamos, que todo fenomenal este año, aunque tanto mi pajarita como yo estemos agotados; hay que ver lo tragones que nos han salido los polluelos. Pero bien, bien, hoy toca felicidad como decía al principio; una gloria ver así de sanotes a los peques. En pocos días terminarán por vestirse de plumas y ¡hala!, a volar. Y nosotros entonces, a disfrutar aquí lo que resta de verano, con la mirada puesta en las galas coloridas del otoño. Cuando lleguen los primeros fríos pensamos estar ya emigrados, descansando en el país del sur que le dicen España, en territorio cerca de la ciudad esa que se ven las torres tan bonitas en el horizonte, Salamanca.

Pascual Martín
Grupo B


Historia de Raimundo

A Raimundo le puse el nombre y lo anillé cuando tenía apenas tres semanas de vida. Ese nombre tan poco corriente para un ave, se debía al parecido con mi primo pequeño cuando se disfrazaba del Zorro, con su pañuelo negro cubriéndole media cabeza, excepto los dos agujeros para los ojos. Fue el primero de una pollada de doce carboneros comunes en romper la cáscara de su huevo, lo que le dio una ventaja de partida respecto a sus hermanos, creciendo más rápido, más fuerte y más despierto que sus hermanos y que la mayoría de los carboneros de aquella primavera. Durante los meses siguientes lo vi crecer, observando los cambios naturales, el desarrollo de sus plumas, el paso del color de sus cobertoras mayores desde el gris-parduzco de la juventud hasta el azul vibrante de los adultos. Raimundo permaneció en el entorno de mi casa de campo hasta el mes de Agosto, cuando se van formando las bandadas de fringílidos y otras paresiformes que deambulan por los campos durante el otoño y el invierno. Raimundo voló pronto lejos, desapareciendo de mi vida hasta año y medio después, cuando reapareció convertido en un magnífico ejemplar de carbonero común, en el que destacaba su cabeza casi completamente negra brillante, las pequeñas manchas blancas de sus mejillas y el intenso color amarillo cadmio de su pecho traspasado por una larguísima banda del mismo color que su cabeza.
Raimundo desplegó una intensa actividad defendiendo un territorio en el que localizó una caja de anidación que yo había instalado convenientemente. Desde allí reclamó alguna hembra que quisiera compartir su nido y su descendencia, encontrándola rápidamente debido al intenso “chi-chi pan” “chi-chi pan” “chapin-chapin” que repetía por encima de todos sus rivales. Una vez acondicionada la caja con pequeñas hierbas y plumón, que mantuviera el calor de la incubación el máximo tiempo posible, como resultado de esta unión, Raimundo se encontró con una puesta de doce huevos y posteriormente doce bocas que alimentar. El trabajo se multiplicaba entre la caza de pequeños insectos y la disputa del territorio con otros carboneros. Así andaba aquel ejemplar espléndido que me había encandilado, trajinando y peleando, cuando pude comprobar que se había fijado en una hembra solitaria, hermosa, de colores vivos y un grácil vuelo de rama en rama. Todavía me sorprendió más cuando le vi iniciar el adecentamiento de una cavidad muy coqueta en el tronco de un viejo olivo de mi jardín. Realmente se esmeró en aquel segundo nido, sin dejar de atender a la alimentación de su pollada legítima. A cualquier hora del día podía ver los vuelos frenéticos de Raimundo, transportando insectos, trasportando pequeñas ramitas, volando al nido de la caja de anidación, volando al nido del viejo olivo. En este pequeño segundo nido, en el que se había esmerado especialmente, la puesta fue de diez huevos y otras tantas las bocas que alimentar. Raimundo invirtió dos semanas de actividad durante las que llegué a pensar que se trataba de dos carboneros distintos, pero era inconfundible por la gran mancha negra de su cabeza, la larguísima banda del pecho, los vibrantes colores y la anilla que yo le había puesto cuando era todavía un joven proyecto de carbonero. Cuando llegó Agosto, con sus colores aplanados, sus días encogiéndose y los nuevos carboneros abandonando definitivamente sus nidos, dejé de ver a Raimundo y su sorprendente doble vida.
Los fringílidos constituyeron nuevos bandos, llegó el frío y el campo se cubrió de un manto blanco.
A Raimundo lo encontré sobre la nieve al pie del viejo olivo.

Manuel Medarde
Grupo A


Entre ramas

Anidaste en mi vida más vida.
Urdimos, entre ramas, un plan perfecto.
En los telares del bosque, con los susurros del viento,
Hilos de nube, hojas secas de Robles , y granas de espliego fresco.
Sin andarnos por las ramas, aquella tarde, tú y yo, esponjamos con lujuria
Nuestro recién estrenado lecho.
Del plumaje más tibio y ligero, entra ramas, nos desplumamos, quedándonos desnudos,
Sellando con arrumacos, las ventanas del frío invierno.
No entienden algunos, que por condición, no hagamos el nido escarbando en el suelo,
Pero un ave, un avión o un Ángel, para volar, tienen que estar más cerca del cielo, entiendo.
La Primavera ya viene, también nuestros impacientes polluelos,
Chorlitos de cabeza pequeña (pero centrada), patas largas, y corazón valiente, como un mar abierto,
Pidiendo con sus boquitas pintadas y grandes, amor, pero mucho más, sustento.
¡Qué la lluvia anegue lo justo la tierra, y ponga alfombras de agua limpia a las golondrinas, y vuelvan! También su dueño.
¡Qué broten las flores nuevas de los aplicados almendros!
¡Qué pronto se impregne el aire de mil aromas, y el campo de colores a cientos!
…Pero ahora toca dormir….shhhh…silencio.. que mis pequeños ya tienen sueño.

Carmen Pedrero
Grupo A


La vara y el chorlito

Aquella tarde salí "a nidos", salí yo solo, no recuerdo por qué circunstancia ni mis amigos ni mi primo quisieron venir conmigo.
Un mes antes una pareja de chorlitos habían encontrado un buen rincón entre las rocas, lejos de la maleza y con un suelo no muy duro para poder anidar. Escarbaron entre los dos, lo hacían con las patas y se ayudaban del pico para retirar algunas piedrecitas que iban apareciendo entre la tierra. Uno de ellos se aleja, y se queda observando el lugar elegido. Comprueba que el lugar está bien protegido de lluvias y vientos, así como de miradas hostiles. El macho aporta ramitas, plumas, musgos y líquenes. La hembra lo camufla lo mejor posible y lo organiza a su gusto, pues ya está sintiendo las ganas de poner cuatro huevecillos en el mismo. Los huevos son grises con manchas oscuras, de forma que se mimetizan con el entorno. Ahora entre los dos tendrán que organizarse para incubar los huevecillos durante 28 días.
Iba yo caminando con una vara, golpeando el suelo y mirando al cielo.
De un rincón entre las rocas, vi salir corriendo y después volando un pajarillo. Me acerquépor los alrededores y no conseguí ver nada.
Al cabo de unas horas y con las manos vacías, volví hacia casa.
Antes de llegar a casa, a lo lejos, vi a mis padres con mis tíos y mi primo que me estaban esperando. Mi tía me grito: ¡tira el palo!, ¡tira el palo! Tiré el palo, pero demasiado cerca.
Con aquella vara, mi padre me midió las dos piernas, de forma que se me quitaron de una vez por todas las ganas de volver "a nidos".

José Luis Fonseca
Grupo A


Yo tengo el último trino
Pájaro Tejedor (tejiendo un hogar)

He hecho de la observación un arte, desde aquí arriba controlo todos los espacios. Puedo verlo todo sin ser vista.
Mi objetivo, son ellos dos y su pugna por ver quién es el mejor. Son incansables, van y vienen tantas veces, que no puedo llevar la cuenta. Cada ramita, cada brote es un paso más a la madurez y como no, al hogar.
Ni siquiera el colorido de su plumaje, bajo este sol brillante, logra eclipsar el movimiento de sus picos. Cada brizna va ocupando su lugar, hermanándose con la otra y ésta con la siguiente…
Lo que era una maraña de hojas, ramitas, plumas y algún que otro plástico se está convirtiendo en un artístico nido. Sus patitas sostienen con fuerza lo que sus picos hilan y trenzan.
El entramado de ramas se confunde, para ojos poco atentos, con los frutos del árbol. Me recreo imaginando su interior: cálido, acogedor, suave… como el de esos frutos que intentan imitar, con la misión de proteger la pulpa y su esencia de ser.
Se miran de soslayo e incluso creo ver que se increpan. Su honor y destreza está en juego.
La fiesta comienza con un batir de alas y alegres cantos. Sus plumas aún brillan más. Se cuelga cada uno de su nido, mostrando su majestuosidad. Se exhiben orgullosos. Pero ahora soy yo la que debe dar el aprobado final, uno de sus nidos se convertirá en mi lecho nupcial.
El examen comienza y mi pico tiene el último trino. La naturaleza es sabia pero no siempre justa.

Eva Hernández
Grupo A


Entre ramas

En el nido habita la infancia. La emoción y el asombro enredados al tacto del algodón de azúcar después de un día de feria. Simplicidad que aflora entre delicia y delicadeza.
Hay en él, un rumor a los mirlos que despiertan conmigo justo antes de amanecer. Un goteo insistente de rocío al deslizarse sobre las hojas de hiedra que trepan hacia la ventana. El aroma de todo lo que comienza a pesar del frío y la inquietante oscuridad.
Tiene cada nido su abrigo sencillo, hecho de saliva, de paciencia, de trapos… en su lecho da cobijo a lo que engendra la magia. Objetos viejos para anidar vida nueva.
Pareciera que el frágil nido se sujeta entre ramas pero, el alma duerme en él y vuela.

Mamen Somar
Grupo C


La clase

-Está demostrado científicamente que los nidos han evolucionado desde formas básicamente esféricas hasta diseños más abiertos. -La doctora Pidgeon, prestigiosa catedrática panola de la Universidad de Stanford, se muestra muy segura de sus afirmaciones. Pasea petulante de un lado de la tarima al otro.- Esto puede comprobarse hoy mismo observando los nidos en bóveda de algunas especies de pájaros paseriformes de linajes primitivos, como es el caso del ave-lira (Menuridae) o del acantisita (Acanthisittidae). Sin embargo, como todos ustedes saben, la mayoría de las aves actuales construyen un nido con forma de cuenco…

-Como debe ser -opina en voz baja la curruca sentada en la primera fila.
-A pesar de ello -prosigue la profesora-, esa evolución parece imparable y nos hace suponer que, en un futuro lejano, los nidos de todas las aves se irán abriendo hasta presentar un perfil prácticamente plano.
-¡Vaya tontería! -proclama en la tercera fila una abubilla extendiendo irritada su penacho. -Es bien sabido que solo los pájaros más estúpidos, como las palomas y las urracas, fabrican ese tipo de nidos.
-Esta transformación viene a demostrar, contra lo que se dice, que algunas aves, como palomas urracas o panolas -prosigue impertérrita la profesora remarcando las últimas palabras-, que construyen nidos prácticamente planos, son pájaros que debíamos llamar “súper evolucionados” y que todas las otras especies deberían imitar.

Los jilgueros y los mirlos se levantan ofendidos.

-¡Eso que dice es intolerable! No es más que basura racista. No debe permitirse que estas barbaridades se enseñen en la universidad.

El tumulto se extiende por la grada. Las golondrinas y los aviones muestran ruidosamente su disconformidad. Los canarios entonan “La internacional”. En cada fila algún pájaro se yergue vociferando. Finalmente el alboroto es tan mayúsculo que la clase ha de ser suspendida.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Pájaro salsera

Soy el más corriente y sencillo de los pájaros, tan insignificante que ni siquiera me han buscado un nombre propio. Me nombran con un utensilio de cocina porque construyo mi nido con forma de salsera. Voy cogiendo ramitas aquí y allá, un poco de lana que encuentro en la calle, pelo de algunos animales, paja y algunas plantas olorosas. Cuando ya tengo la forma de cuenco hecha llega la parte más difícil, hacer el asa de la salsera, para ello utiliza una rama que esté un poco doblada y me ayudo con barro para que quede sujeta, también utilizo barro para lo que sería la boca y que es por donde entro al nido. Lo que me da rabia es que ni siquiera es un utensilio de cocina de los principales, si me atreviera hacer otro tipo de nido por ejemplo con forma de sartén que es imprescindible o de una bandeja de horno que es muy resistente o ¿qué decir de la majestuosa olla a presión?. O si ya me atreviera a innovar de verdad un robot de cocina, la deseada Thermomix. Pájaro Thermomix, qué imperial suena. ¡Ay, que me caigo del nido por soñar despierto!. Pero me quedaré en mi zona de confort, haciendo el nido con forma de salsera como mis antepasados y como muchos otros después de mí, que cambiarlo todo me daría mucho trabajo.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Carta de Flam a Eco, unos flamencos cualesquiera

Querido Tococo, soy tu prima Parina, la de Chile. La última vez que nos vimos fue en el salar de Atacama. Ya sabes que tuvimos que dejar allí a nuestro pequeñín ya que el salar se quedó sin agua.
Ahora estamos en el salar de Pujsa. Te escribo mientras Min sigue construyendo nuestro maravilloso nido con forma de taza, nos está quedando perfecto. Por aquí no faltan: el barro, piedritas, palitos e incluso estamos adornando con alguna que otra pluma. Confiemos en que siga lloviendo y nuestro futuro nido para Go esté acabado y listo para dentro de unas cinco semanas. En cuanto termine de escribirte relevo a Min para que vaya a comer. Ya te mandaré una foto cuando nuestro hermoso huevo lo ocupe.
Sentimos mucho que no estuvieras en nuestro baile de cortejo. Fue espectacular: sincronización, ritmo, color. Todos confundidos en la luz del atardecer en este paradisíaco lago. Ahí va un enlace a un vídeo que nos hicieron los humanos que disfrutan con nuestras costumbres.

https://youtu.be/-LoyIEQgaIQ

Espero que tú también hayas encontrado una buena chururu para procrear. ¡Que llueva, que llueva!.
He tardado tanto en mandarte la carta que ya te envío nuestra foto familiar. Go cumplió. A los 30 días: feo, pequeño y gris, asomó su cabecita y nos pidió de comer nuestra leche roja.


La de al lado es Parihuana. ¿La reconoces?

Araceli Sebastián
Grupo C


El nido de la torreta

Llegó el momento de romper el cascarón y salir del huevo al mundo exterior. A mi lado tengo a dos hermanitos que me miran con el mismo asombro que les miro yo. Un potente batir de alas anuncia la llegada de mamá, que satisfecha nos mira uno a uno. Nos cobija con su cuerpo y nos da su calor. 

- Bienvenidos a la vida, mis hermosos polluelos. Ahora os contaré la fascinante historia de la especie a la que pertenecemos. Somos aves rapaces y nos llaman águilas pescadoras porque nos alimentamos exclusivamente de peces. Como podéis ver, nuestro nido es una gran plataforma de palos construida en un poste artificial. Tenemos la costumbre de anidar cerca de estuarios costeros y marismas saladas. 

Uno de mis hermanos, el polluelo de mayor tamaño, preguntó: 
- ¿Cuándo seré tan grande como tú? 
- Paciencia, mi pequeño polluelo. Con el tiempo crecerás y cuando llegues a los 52 cm. serás igual de alto que yo. 

Mi otro hermano, el mediano, quiso saber de qué color tendríamos las plumas y mamá le contestó: 

- Tendrás un plumaje marrón oscuro en la parte superior. La inferior, será blanca como la espuma del mar y jaspeada de oscuro. Además tenemos una cola larga y estrecha, unas alas fuetes y vigorosas y un gran pico curvado. 

No pude contener mi curiosidad y quise saber el por qué de la forma de mis ganchudas patas. 

- Nuestras patas - contestó mamá - están provistas de pequeñas placas con forma de gancho para capturar con facilidad los peces que están en la superficie y si están a más profundidad, practicamos pesca submarina. Pronto tomaréis las primeras clases de buceo…pero aún debemos estar juntos en el nido unos cincuenta días y entonces, será el momento para iniciar las primeras clases de vuelo. 

Ante los tan emocionantes planes que la vida nos tenía preparados, no pudimos contener la alegría y nuestras alas iniciaron un incipiente aleteo con choque incluido de nuestros pequeños picos. 

 - Al volar - continuó mamá - podréis admirar desde una gran altura, la belleza de este lugar y sentiréis la fuerza del viento, el frío de la lluvia y la suavidad de las nubes. 

Mis hermanos y yo no podíamos parar de piar llenos de regocijo. 

- Como somos aves migratorias, - prosiguió mamá - nos marcharemos cuando llegue el frío a otras tierras. Pero no os preocupéis, volvemos en el buen tiempo y utilizaremos el mismo nido para criar a los futuros miembros de nuestra familia. 
Recordad que nos encontramos en las marismas del Odiel, en el estuario de la Ría de Huelva y como somos la especie más emblemática de este enclave, nos han construido una torreta nido con un mástil central y un sistema de poleas que permite subir y bajar el nido para que los investigadores tomen notas de nuestras costumbres. No temáis cuando sintáis a los humanos, gracias a el exhaustivo seguimiento que nos hacen, pueden ampliar sus conocimientos para mejorar nuestra calidad de vida y evitar nuestra extinción. 
Somos muy afortunados al estar en manos de gente tan responsable y comprometida con el planeta y poder vivir en esta gran reserva de la biosfera. 
Siempre debemos estar agradecidos a los que luchan por mejorar y hacer más fácil nuestra vida. 
Se me olvidaba deciros que nuestro paso por la vida dura más de veinte años. Disfrutadla y sentiros orgullosos de pertenecer a esta magnifica especie. 
Aquí termina vuestra primera lección. No tengáis ningún temor pues estaré con vosotros en este confortable nido hasta que estéis listos para emprender el vuelo. Papá llegará pronto con pescado fresco y se sentirá muy orgulloso de conocer a sus nuevos y hermosos polluelos. 

Marian Pérez Benito 
Grupo A


Oropéndola

No he conocido a ningún diseñador de moda en plumas. Nadie a vestido a mis semejantes y a mí mismo con unos colores tan intensos, tan frescos y tan brillantes.
Hola, soy Oropéndola. Siempre pensé que la Madre Naturaleza que creó el mundo fue muy acertada con nosotros. El pintor contratado hizo maravillas con sus dedos, con sus manos. Los colores plasmados sobre nuestros cuerpos en tonos amarillos, naranjas y verdes parecen auténticos lienzos, yo diría diseños exclusivos al vuelo.
Y cuando me quise dar cuenta salí de mi pequeño, pero confortable hogar colgante.
Jamás pensé que una buena parte de mi vida la pasaría viajando de un continente a otro, aquí comprendí lo dura que empezaba a ser mi vida de adulto.
Mi madurez fue llegando sin darme cuenta, la prioridad era encontrar el lugar y el árbol más adecuado para comenzar a tejer mi diminuto apartamento colgante.
Desde luego tendría que ser el más cómodo, el más compacto, el más llamativo y el más seguro. De ello dependía mi éxito como galán a la conquista de una bella Oropendolita, ellas son muy exigentes con este tema.
Por otro lado y tan importante como mi arquitectura o mi bello cuerpo es mi hermoso canto, cada día que pasa pongo mejores notas musicales de amor en mis gorjeos. Empeño le pongo y poco a poco a fuerza de ensayos logré por fin una hermosa hembra de colores más discretos verde musgo, que suerte se ha fijado en mí.
Este dandi de amarillos intensos, plumas bien peinadas, canto afinado y arquitectura brillante ha obtenido su recompensa. Lastima que mi campana interior me avise que ya llegó el momento de volver a construir un nuevo nido y conquistar otra preciosa pajarita.
Con los años me hice experto en diminutas guarderías, donde mis retoños bien alimentados de buenos combinados de insectos y el calor de sus madres saldrán adelante.
Y otra vez surcarán los cielos bandadas de Oropéndolas amarillas y verdes, dando otro color, otro brillo a nuestros bosques , siendo la envidia de cualquier paisajista virtuoso.

Ana Isabel Diéguez
Grupo C


Conocí a ese pájaro

Como tantas, aquella tarde había ido hasta la charca, me atraían sus aguas tranquilas y transparentes, poco profundas, me gustaba observar los insectos revoloteando, las plantas acuáticas, los pececillos, pero mi admiración se la llevaban las carpas, sus movimientos, sus giros acompasados. Había llegado a reconocerlas, las distinguía por su tamaño, su lomo plateado, con distintas tonalidades anaranjadas, que yo intentaba plasmar en el cuaderno que me acompañaba en ese recorrido. Y de repente, de forma súbita e inesperada, un pájaro se lanzó en picado, como si se fuera a sumergir y, entre sus patas azuladas y en forma de gancho afilado se llevó a una de ellas, la más saltarina. Seguí su vuelo, iba en dirección a las ruinas del castillo y, allí me dirigí, muy sigiloso hice un recorrido por los huecos de los muros, buscaba allí entre las piedras el lugar donde podría estar su refugio, su nido, iba en busca del que consideraba pájaro asesino, y lo encontré, y me encontré con una escena tierna, amorosa, compartía aquel suculento manjar con sus polluelos él era el encargado de proporcionarles el alimento. Mil preguntas bullían en mi cabeza, me urgía volver a casa, mi padre me explicaría muchas cosas, tenía que conocer a ese pájaro, mañana volvería.
Y supe su nombre, “águila pescador”, y pude contemplar su plumaje, en las partes inferiores blanco, las alas están manchadas de negro en las puntas, la cabeza también de color blanco, parece que lleva un antifaz marrón, el plumaje es pardo oscuro. Volvió allí de pasa hacia la migración y volvió a encontrarse con ese gran nido al que la pareja añadía cada año nuevas ramas. Observé sus vuelos acrobáticos, como un ensayo a los que realiza cuando corteja a la hembra, mientras, la madre en esas primeras semanas acompaña a sus polluelos, les prepara para la vida, comienzan a realizar vuelos alrededor del nido a aprender a protegerse, sabe que en dos meses su nido quedará vacío, la familia se deshace, siguen su ciclo.
Propuse a mi madre que comprara pescado para ellos, quería proteger a las carpas, recibí una sonrisa comprensiva y un fuerte achuchón, sentí que aquellos brazos eran mi nido.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


La madriguera del avión zapador 

En los bancales 
del río, el zapador 
crea su nido 

Pequeña golondrina, ya es abril 
y ha llegado el tiempo de la cría. 
En el talud del río, cada año 
comienzas tu tarea. Con la ayuda 
de tu pico y tus uñas afilados, 
con tus breves patitas, con paciencia, 
junto a tu compañero, empiezas a excavar; 
haces la galería, vas llevando 
pajas, hierbas y plumas; vas creando 
la cámara del nido. En ti, alfarera, 
todo es marrón y arena, barro y pardo 
menos tu claro vientre 
menos tu cuello blanco. 

Al terminar sacudes 
de tus alas la arena 
y el abanico extiendes sobre el agua 
y es ya el vuelo que canta 
la estación del amor, de la alegría. 

Marian de Vicente 
Grupo B


Construyo

Quiero sentirme tú,
batear los vientos,
vapor de nubes,
caminos sin red,
quiero amarte de soslayo,
quiero encontrar mi sitio.
Reposo de paz,
despacio, construir
el proyecto sin memoria.
Amo la senda de encuentro,
busco, moldeo,
albañil de ideas
confort de invierno.
Busco el lugar del alma,
donde mi nido
habite tu casa.
Deleitarme en cada paso,
enlazo pequeñas amalgamas,
construyo
tierna,
titubeo,
repaso
edifico tu futuro.
Dudo porque te tengo,
suspendida quedo,
fortaleza de cimientos.
Admiro el esfuerzo,
orgullo conseguido.
Nadie moverá
mis principios.
Sólida protecciónón
frente a tu viento.
Volveré en mi recuerdo.
Veloz, pequeña golondrina
Así me siento.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Estado de sitio

Después de seis meses la golondrina regresó al nido de siempre. Mientras estaba en su vuelo migratorio, ya casi llegando a su destino, avizoró abundantes montículos de tierra y escombros por toda la ciudad. Estaban suficientemente húmedos por las fugas de agua que veía alrededor. Supo que tendría suficiente barro para restaurar su morada y adherirla aún más a la esquina izquierda de ese palacete antiguo del centro de la ciudad, muy cerca de las vigas de madera de su techo. De repente un aleteo distinto, sentido en el pecho, le indicó que algo estaba mal. Sobrevolaba sobre las coordenadas del lugar donde se hallaba su tacita de barro, pero solo encontró el cielo abierto. La golondrina se perdió en su vuelo, y sus huevos puestos en tierra, fueron a parar a las fauces de las serpientes que merodeaban entre las ruinas.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Extrañas amigas

Hoy es día de suelta en el Centro de recuperación de aves. Al acto han acudido autoridades locales y provinciales para hacerse las fotos que luego aparecerán en prensa. Es un acto breve no demasiado vistoso. Un vino lo da por concluido, como todos los años.
Juan, el cuidador, aún debe completar la suelta con dos ejemplares muy especiales. No pueden soltarlos en cualquier sitio, debe hacerse en sus territorios respectivos.
Ana, el águila real y Elia, la alcaraván, viajan separadas en la furgoneta del Centro. Se conocieron al principio de su estancia. Ana llegó antes, tras golpearse con un cable de alta tensión. Elia llegó después debido a un encontronazo con un coche.
En el Centro no pudieron hablar mucho. Ambas se encontraban conmocionadas y desorientadas, además una algarabía constante lo hacía imposible. Ninguna de las dos guardaba buenos recuerdos de su estancia.
Ese día a primera hora, cuando comenzaron los preparativos de la suelta, quedaron solas en el pabellón, sus jaulas estaban próximas por lo que comenzaron a hablar.
-¡Qué descanso! -dijo Ana- llevo semanas con la cabeza como un bombo. Hay quien no sabe estar callado o, por lo menos, hablar bajito.
-A mí no me molesta el ruido. Los primeros días me daba vueltas la cabeza por el golpetazo que me dio aquel dominguero, pero después se fue pasando y hasta me hubiera gustado salir de marcha con alguno de aquellos pájaros.
No podían ser más diferentes. Ana era seria y sobria, con una mirada penetrante que resaltaba su altivez. Su pico en gancho no animaba a gastarle bromas. Unas alas enormes y las patas cubiertas de plumas le daban un aire elegante y distingudo; regio. Apenas hablaba con los demás, todos la encontraban soberbia y poco accesible. Si cantaba, todo el bosque entraba en pánico. Elia, más menuda, tenía un aspecto cómico, con sus patas largas y desgarbadas, su mirada de cegata asustada resaltada por las cejas y las ojeras blancas. De hábitos bohemios, era difícil verla durante el día. Al caer la tarde comenzaba su canto de borracha contenta que animaba a todos a salir de fiesta hasta la madrugada.
-¡Qué ganas tengo de ver a mis amigas! – exclamó Elia tan pronto como las subieron a la furgoneta- Aún me quedan un par de meses antes de que comencemos con los cortejos. Este año no se me escapa el Julián. El año pasado hice la tonta, se fue con la Loli, y bien majos que les salieron los polluelos.
- Nosotras las monárquicas somos más clásicas. Una vez tomamos una pareja es para toda la vida. Yo conocí a mi Felipe hace cuatro años y aquí me tienes, con ganas de llegar y ponerme a arreglar el nido. Mi marido y yo tenemos una finca bastante grande con tres nidos que vamos alternando según como viene el año. Como he estado fuera, tendré que dejar que sea él quien me aconseje. Es un desastre, ¿sabes?
- A mis amigas y a mí nos gusta salir de farra y ver si hay novedades entre los chicos. Nada está hecho, bailamos con ganas hasta que no podemos más. Es un día muy divertido. Todos maqueados y ellos mirando desde la pista con esos ojos del color del sol. Al final, van tirando piedrecitas o ramitas mientras bailan, si coges una, significa que sí. Nosotras no tenemos problemas con el consentimiento. Solo coger la piedra es sí.
- Parece muy divertido pero yo lo encuentro peligroso. ¿Cómo sabes si ese que baila tan bien tiene una finca en condiciones? ¿y si va a colaborar después en la crianza? Yo prefiero nuestro sistema, una temporadita de noviazgo y después tu pareja es para toda la vida. Nada de coqueteos y tonterías. Antes de ponerte en la tarea el nido debe estar arreglado y limpio para que el polluelo pueda crecer como debe ser.
- Bueno un polluelo o los que vengan, ¿no?
- Nada, nosotros, los Alba, queremos que nuestro heredero sea fuerte y sano. No es bueno compartir la comida. Si hay dos, el más fuerte no permite que el débil prospere, además no lo alimentamos y punto. Así nos salen descendientes dignos de nuestro linaje. Caín casi tiene dos años y estamos mirando de casarlo con un águila de la dinastía de los Toledo.
- Pues en nuestra familia lo normal es intentar que salgan adelante el mayor número de crías. Tampoco nos preocupamos tanto de hacer un nido majestuoso, con un hoyo en la arena es suficiente para ponerlos. Todos los amigos colaboramos en la crianza y una vez salen los polluelos, a conocer mundo que es muy sano.
De repente, se detuvo el vehículo. Con toda la parsimonia del mundo, Juan estiró los brazos y las piernas y abrió la puerta trasera. Era el turno de Elia que ya reconocía el teso de su pueblo.
- Te deseo lo mejor- dijo Elia a modo de despedida- ¡Qué encuentres bien a todos!
- Lo mismo te deseo. Yo no sabría llevar esa vida loca, ya soy mayor para cambiar.
Juan arrancó y continuó el viaje.
Ana no sabía cuanto tiempo le faltaba para llegar a la finca. Supuso que no mucho a juzgar por el paisaje. En su interior guardaba una duda. La águilas reales son fieles a sus parejas toda la vida pero ella había estado fuera todo el invierno y Felipe no sabía si iba a volver. Era posible que estuviera considerando otras alternativas ante su larga ausencia. Una imagen centelleó en su cabeza: la mirada fría de Sofía, la viuda, que observaba como se la llevaban aquellos hombres de uniforme después del accidente.

Enrique Martínez
Grupo C

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