Modo avión

La sesión de esta semana fue muy silenciosa, casi tanto como una madrugada en la Antártida. En la sala de Fondo Local no se oía ni el zumbido de una mosca de modo que la mayoría de los participantes en el taller de escritura, por si las ídem, tenían la boca cerrada. Quizá sea el "modo avión" del siglo XXI el "locus amonenus" de los clásicos, ¿no?
Ya lo dice el refrán: "La palabra es plata y el silencio es oro"


El tema a tratar fue el silencio. Hablamos en primer lugar del silencio impuesto. De la voz que es ahogada por múltiples razones que van desde el miedo hasa la censura. Y para reflexionar sobre dicha cuestión compartimos el vídeo de Gary Hill titulado "Mediations":

 

A continuación hablamos de la importancia del silencio en el marco de la creación. Un narrador necesita del silencio para pensar y escribir, los poetas se atrincheran en el silencio para excavar en el corazón y en el poema, los actores y actrices manejan el silencio sobre la escena. De hecho fue Jun Mayorga el que en su discurso de entrada en la Academiade la Lengua hizo una maravillosa defensa de la palabra "Silencio". 
En el terreno musical estuvo muy presente John Cage. En 1952, el pianista David Tudor se sentó ante un piano de cola en Woodstock, Nueva York y no pulsó ni una sola tecla en 4 minutos y 33 segundos. Era el estreno de 4’33’’, obra del compositor John Cage quien también experimentó con sonidos cotidianos amplificados como toser, tragar o dejar caer ceniza en un cenicero. Esto último inspiró a la formación Einstürzende Neubauten en su canción "Silence is sexy".

Compartimos algunos poemas y cuentos sobre el tema propuesto, entre ellos el de Clarice Lispector titulado "Silencio"

Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.
Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.
La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.
Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con esperanza por las escaleras.
Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es solo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan solo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.
Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio.
Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de este. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.
Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, solo él mismo. Será como si estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y este navegara tan largamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Solo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando este se presenta completamente desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.
Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, solo los pies mojados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.
Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.

O el poema de Aníbal Núñez titulado "El silencio":

DICES –qué exagerada- que se oía
hilar a las arañas a la hora
de la siesta; lo cierto es que –y lo sabes bien- se escucha el verano
en la plaza del pueblo, la cigüeña
machando ajo en lo alto, el griterío
de los vencejos y un hervor de élitros
en las jaras –te creo-
de más allá del río
No consiguen
borrarme los sonidos –olvidaba
el tañido en los cerros- los motores
vocingleros, los cielos
sin pluma ni el jabón
ciudadano

Y es más:
puedo escuchar, de bajo del estruendo
de tu taza de té, de tus proyectos
de final de carrera y cuatro puertas,
tu jubiloso corazón saltando
con toda la alegría de la infancia
pasada bajo el miedo a los ratones
del sobrado y el gozo de la trilla

Corazón jubiloso que recuerda
como si nada; de algo
hay que llenar el humo y los espejos:
¿qué más te dan susurros que el estrépito
de todos los aviones que despegan
de todas tus revistas estivales?


Demos como broche unas palabras de Shakespeare: "Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras"


Propuesta de escritura

Señala Roberto Juarroz:

No prestar atención a las palabras,
salvo a aquéllas que transportan
su propia carga de silencio

Elige las palabras que te permitan construir una historia en la que domine el silencio: un buzo en zona abisal; el muerto en su velatorio; la historia de un esquimal, un eremita, un astronauta, un paciente o un médico de una UCI, un enterrador o un pastor; la historia de una mujer dominada por el miedo; de un alpinista, de una monja, de un náufrago.
Trata de describir el silencio, de transmitirlo en tu texto, ya sea poema, microrrelato o cuento.

Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Todo en silencio
precisa la meditación
un camposanto

Alfredo Domínguez
Grupo B


Siempre otorga

Sabe callar. Es su condición. Descansa entre sus letras: ellas sintientes, él elocuente.
Si lo requiere la urgencia, las ensambla, protegiendo el descanso del enfermo, el Sueño del polizonte. Sella con su boca un amor inconfesable o soterra ese secreto que nunca verá la luz del Sol.
"El del miedo" es hediondo, astilla los dientes en el precipicio de las madrugadas. Muerde los labios con la desesperanza del condenado a muerte. Acaricia o araña, pero no te deja indiferente. Es Todo y Nada. Enmudece al escribir su nombre: Silencio..Silen...Si...shhh.

Carmen Pedrero
Grupo A


El silencio del enterrador

Fui yo quien enterró a tu hermano. Fue en la primavera, aquella primavera de pandemia y confinamiento. Tan solo tres asistentes y el silencio. Entre ellos estaba tu padre, al que enterré en otoño. Así, sin más. Las mismas palas, los mismos gestos, el mismo semblante ceñudo, el mismo sudor, el mismo silencio.
Quizás quieras saber más para poder contarlo, que el silencio, su silencio no sea tan abrumador, tan demoledor que te aplaste el pecho. Pero mi trabajo es, en realidad, tan simple. Hay tan poco que contar. Somos dos enterradores aquí en San Miguel, los dos callados. El lugar mata la elocuencia, enmudece el alma. Dos mudos más. Nadie habla, algún sollozo, y ni siquiera el viento hace mover las hojas de los cipreses ya viejos. Cuando llueve, sí se oyen las gotas golpear sobre las losas, también su eco.. Es la canción triste del mármol de la muerte.
Lo peor es cuando se van todos, cuando el lugar se queda desierto. La soledad eterna de los muertos. Entonces, sí que reinan la quietud y el silencio más austero, el más conmovedor al mismo tiempo. El silencio absoluto del subsuelo, historias que ya no se repetirán o que jamás fueron contadas, que también en vida fueron silenciados secretos. Desprenderse del ruido, abrazarse al silencio sepulcral, perderlo todo. Ser nada. O ser tan solo recuerdo. Pero, ¿quién nos recordará cuando todos hayan muerto?
Mejor calla, no hables, escucha tan solo mi aliento.

Marisa Sánchez
Grupo C


El libro silencio.

El libro silencio es un libro invisible
que se lee entre líneas como a salto de página,
en renglones perdidos,
en la tabula rasa del recuerdo.
El libro silencio siempre se está escribiendo,
lleno de asombros y de dudas,
es un libro frontera donde ya no hay fronteras,
un esperanto mudo
de olvidadas palabras.
El libro silencio siempre está en otro sitio,
y te llama sin voz,
un mensaje en el agua,
en los hilos del aire,
en la arena batida del desierto,
en las capas borradas de un palimpsesto.
El libro silencio es ángel de la guarda
tejiendo un salvavidas
para que te reconozcas cuando nadie te nombre.
El libro silencio es una página en blanco
que te lee el pensamiento.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo C


El silencio del náufrago

El caos entre las paredes del mar hicieron que mi existencia fuera endeble. Antes yo tenía un nombre, una historia, pero aquí y ahora únicamente soy anhelo.
Mi cabeza, algo abotargada de flashbacks, intenta ordenar lo sucedido.
Después de la tormenta llega la calma, dicen; repito: dicen. Porque yo no lo diría.
Cuán ruidosa es la zozobra, ese pulso contra lo incontrolable donde uno espera a que el destino levante o baje el pulgar cual Imperator romano. Todo es caos. El océano le pega mordiscos a toda tu realidad hasta que gana, porque, aunque queramos negarlo, en el fondo sabemos que siempre te gana.
Ahora noto mi cara contra la arena, la respiración agitada y la luz calentando mi varado cuerpo. Intuyo que estoy vivo, pero no quiero abrir los ojos para no tener que afrontar la realidad, solo anhelo que todo ésto sea un mal sueño.
Nada escucho, solo pienso...
Cuán ruidosa es la zozobra, pero hubiera preferido la calma de una muerte rápida a la lenta condena del silencio de un náufrago al amparo de sus pensamientos.

Edwing Vladimir
Grupo A


El silencio

Para mí no existe el silencio.
Desde que me levanto hasta que me acuesto, me acompaña un pitido, un zumbido de oídos, que no me abandona ni un solo instante. Unas veces lo escucho más intensamente, otras más suave, en algunas ocasiones incluso llega a hacerse insoportable. Me tiene completamente desorientado. No sé qué hacer para que disminuya o desaparezca. He intentado varios tipos de tratamientos y todos han fracasado. Llevo en esta situación unos 20 años, y estoy convencido de que no me abandonará hasta que muera.
Lo escucho menos cuando estoy en el cine o cuando estoy escuchando música con auriculares. Lo dejo de escuchar en algunas sesiones de yoga. Solamente no lo escucho cuando estoy dormido.
Me he resignado a vivir con él, es mi compañero, y como diría Georges Moustaki: yo nunca estoy solo, con mi zumbidito.
Por eso recuerdo con gran añoranza, cuando todavía no me había visitado mi ruidito, la única ocasión en mi vida que conocí el silencio. Fue en el desierto. Un día fuimos a contemplar una puesta de sol en Jordania, en pleno desierto; y entonces y solo entonces me di cuenta de lo que era el silencio. Hasta ese momento había dudado de su existencia, pero aquel día lo conocí. Llegué a no sentir ni siquiera mis propios ruidos.
La sensación fue de paz, de bienestar, de plenitud, de quietud, de ligereza. Una sensación maravillosa que no he vuelto a sentir.

José Luis Fonseca
Grupo A


La rutina del opositor

Ruido: suena el despertador, estridente, in crescendo. Suena el manotazo que lo golpea inmisericorde. Suenan la sábana y la colcha, como batido de alas de paloma. Suenan pisadas camino del baño. Suenan las aguas menores como casada también menor y suena la cisterna como rotura de cristales o crepitar de papel de celofán. Suena el chorro del grifo hasta que enmudece de golpe.
El opositor se seca la cara con la toalla y se mira al espejo.
Silencio: el espejo le muestra su cara demacrada de meses durmiendo cuatro o cinco horas y estudiando quince o dieciséis, sus ojeras de cera, su mirada sufriente, la tensión de las arrugas que le surcan la frente… y recibe en respuesta un leve vahído que lo empaña mínimamente.
Ruido: el opositor aspira aire con fuerza y arroja sobre el espejo otra vaharada mucho mayor; tanto que le da tiempo a dejar la huella de su dedo índice en él. Vuelve a respirar en tono rugiente y suenan dos tortas, las que se da para despejarse del todo. Suenan las bisagras de la puerta del baño y suenan pisadas hasta la cocina. Y suenan unos buenos días y luego otros y suena el abrir y cerrar de armarios y el tintineo de cubiertos y el borbolloneo de la cafetera eléctrica y el disparo con silenciador de la tostadora y el ruido rasposo de las patas de la silla al echarla hacia atrás y luego hacia delante.
El opositor se queda ensimismado mirando la taza de café, que tiene cogida por el asa, intentando penetrar la negra superficie del estimulante como quien se asoma a un pozo sin fondo.
Silencio: el café le muestra la negrura del túnel en el que se siente atrapado y una lágrima acaba por caer en la taza. La desesperación le bloquea de tal modo que se deshacen los contornos de cuanto tiene a su alrededor y se siente por momentos perdido, vagando por un mundo absurdo y burlonamente cruel. Solo el tic-tac del reloj de la cocina, tan molesto siempre que quiere estudiar allí, es capaz de sacarlo de su marasmo.
Ruido: suena el choque deliberadamente furibundo de la taza contra el plato y otra vez el ruido rasposo de las patas de la silla. Y suenan las pisadas, ahora aceleradas, y el pestillo de una ventana y el tráfico de la calle, con su algarabía de motores y cláxones sobre fondo de viento monótono y bisbiseante, y suena un grito contenido, un grito de rabia y de dolor, pero también de ánimo y de aliento y de no dar la batalla por perdida. Y suenan las batientes de la ventana que se cierra y de nuevo las pisadas y el golpetazo de la puerta del dormitorio y el tamborileo de los bolígrafos y de la regla y el ajetreo de los libros y apuntes que se abren y despliegan sobre la mesa.
El opositor, un día más en el campo de batalla, cala la bayoneta de su entendimiento y de su memoria, se acoda sobre la mesa, y vuelve a la carga.
Silencio, se estudia.

Óscar Martín
Grupo A


Silencio en la sala de espera

Me llama la atención una noticia que aparecía ayer en la prensa local.“Se ha desalojado el Hospital Universitario de Salamanca y el derribo es inmediato”. Y pienso que tal vez el estruendo que provocará, quizá equilibre los silencios que a lo largo de su existencia se fueron acumulando en el interior.
También esta noticia me recuerda mi experiencia en la sala de espera de Quimioterapia como voluntaria de la asociación del cáncer, donde aprendí a sentir el silencio, a escuchar la calma y a caminar más lento en un mundo bastante acelerado.
En la pared principal de la sala está colgado “el cuadro de la enfermera " ,ese cuadro que preside muchas salas de hospitales y clínicas en el que aparece una enfermera con un gesto más que elocuente: un dedo índice sobre los labios. Shhhh. Silencio. Una orden suave, nada autoritaria, que pide crear en las salas de espera un ambiente sereno. Y así es en esta sala ,normalmente los pacientes no hablan entre ellos , es el silencio el que impera ,se miran a hurtadillas ,empiezan a imaginarse , a suponer quien es cada persona ,desde cuando tiene cáncer y multitud de preguntas sugeridas por su edad por su aspecto y por su compañía.
Las esperas en esta sala son largas y se acaba convirtiendo en uno de los escenarios habituales de su vida, en la que además de horas también pasan cosas buenas y menos buenas.
¡Hay silencio, mucho silencio!
No es frecuente el intercambio de experiencias entre ellos, carecen de interés en saber qué tratamiento le administran a los demás, incluso el tipo de cáncer, tienen demasiadas cosas en común, ¿para qué se lo van a contar? comparten la ansiedad, el miedo a que el médico les diga que están empeorando, el temor a los efectos de la quimio y también porque no, la ilusión por unos resultados favorables y la euforia. Simplemente se respetan los silencios, nadie rompe la intimidad, unos tosen con dificultad, en cambio otros tienen un aspecto tan estupendo que nada indica que tengan cáncer .Las mujeres suelen ir con pelucas, turbantes ó pañuelos y en todas hay una belleza especial que solo da la valentía. Los hombres son más de gorro ó sombrero y en general permanecen cabizbajos. Apenas hay teléfonos móviles en las manos, sí libros, pasatiempos, algún periódico ó manos vacías esperando llenarlas de esperanzas.
El silencio que hay no es tristeza, es serenidad a pesar de la clase de pensamientos que rondan sus cabezas y solo se rompe cuando la enfermera pronuncia el nombre de alguno de ellos para entrar en la consulta, a la salida sobre todo cuando la analítica no permite administrar el tratamiento, es en silencio como se encaminan hacia el pasillo sin cruzar miradas y sin que nadie comente nada.
Los pacientes coinciden con frecuencia los mismos días de tratamiento y acaban conociéndose,pero si alguno falta reiteradamente a la cita, nadie se atreve a preguntar, las enfermeras no dicen nada, eso pertenece a los secretos y silencios de las salas de espera…

Áfrika Gómez García
Grupo A


Nuestro silencio

¡Qué torpones! Los siglos que lleva funcionando el mundo y no han caído en la cuenta (con lo que presumen de inteligentes), de que nuestro silencio es algo que nos hemos impuesto en aras de una mejor convivencia con ellos. Guardar silencio a nosotros poco nos cuesta y a ver si con eso ellos no se nos deprimen por sentirse inferiores, que parece que no están a gusto si no es a todas horas hablando y escuchando. Mejor dicho, hablando solo, porque las más de las veces de escuchar, nada; oyen ruido, y si acaso.
Cuando digo «nuestro silencio», me estoy refiriendo a falta de palabras. Nada más. Palabras es lo único que ellos entienden. Y no siempre, ya que tuvieron la feliz ocurrencia de inventarse los «idiomas» y eso ha traído que ahora no se aclaren los unos con los otros. Torpones, ya digo.
Pero bueno, bien está lo que está bien. Vamos a continuar guardando para con ellos la mayor consideración, que a fin de cuentas los humanos no dejan de ser nuestros mejores amigos. A ver si no se nos deprimen, pobres; qué le vamos a hacer si no le da más de sí el cacumen. Nosotros a seguir ladrando el guau guau de cada día y ellos que se realicen diciéndose racionales. O cualquier otra lindeza que se les ocurra.

Pascual Martín
Grupo B


Vacío

En el suelo del recibidor había un gran rectángulo blanco como la nieve porque la luna alumbraba la cocina Los murciélagos no habían vuelto y los pájaros seguían dormidos. Silencio. Ni el frigo hizo ruido. Silencio

Araceli Sebastián
Grupo C


Tú que sabes tanto

Callas… Mis preguntas resuenan huecas en esta tórrida tarde de mayo que tiene asoladas las plantas, acallados los pájaros y vacías las calles. No hay ruido, estoy solo, no pasan coches siquiera.
En esta abrasadora soledad vuelvo a preguntarte…
No me miras, permaneces inmóvil, pegado al suelo y persistes en tu mutismo pétreo.
¡Tú que has presenciado tantos acontecimientos! ¡Tú que has conocido a Aníbal, a Raimundo de Borgoña, a Nebrija, a Colón, a Wellington, a Unamuno… y a tantos otros!
Contesta…
Miras al puente con tus ojos ciegos de toro viejo y, con el orgullo de saberse emblema de la ciudad, persistes obstinado en tu silencio.
Dime, tú que has visto y oído tanto, ¿por qué no cuentas nada?

Pepe Lorenzo
Grupo B


Silencio. Solo silencio.

La persistente lluvia de otoño repetía una monótona sonata al golpear el suelo embarrado. Poco a poco, el sol se abría camino salpicando de luces y colores el aire mientras el joven iracundo no dejaba de maldecir todo lo que le rodeaba. La humedad ambiente, que en forma de bruma difusa iba sustituyendo la caída incesante de gotas de lluvia, configuraba formas aleatorias que avanzaban llenando todo el espacio de sugerencias. El joven, dejándose llevar por su malestar existencial, por los efectos del cáñamo, por el odio al mundo de los adultos, por la aversión al mundo que les tocaría organizar y por la estridencia de la música de su generación y la algarabía de los tiempos, se dirigió hacia el arco iris que acababa de materializarse en el cielo. Ensimismado en su desasosiego no fue consciente de que traspasaba la película multicolor que delimitaba el espacio creado en torno al arco iris, configurando una bóveda aparentemente similar al entorno circundante. El joven no fue consciente hasta que su cuerpo le avisó de que las vibraciones habituales habían desaparecido. No le llegaban los sonidos estridentes de alta frecuencia, no detectaba los tonos medios ni las contundentes vibraciones de baja frecuencia que tanto le gustaba escuchar en las bandas de su música favorita. Por primera vez en su vida se detuvo a escuchar y meditar sobre lo que escuchaba. Pero dentro de la esfera que le había atrapado no había ningún sonido. Silencio. Solo silencio…. . Aprendió el silencio, se empapó de silencio, conoció el silencio en su plenitud.

Nadie supo explicar el fenómeno que se produjo tras aquella lluvia de otoño ni el cambio radical que se produjo en el joven iracundo.

Manuel Medarde
Grupo A


Silencio

(Instrucciones de lectura. En silencio y ausencia de ruido, pasar la vista por todos y cada uno de los puntos hasta completar la lectura)
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- Hola
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- ¿Hay alguien ahí?
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Manuel Medarde
Grupo A


DUELO

Trampas a las cartas, voces, mesas volcadas, sillas volando por el salón y whisky, mucho whisky. Ya en la calle frente a frente, se clavan las miradas, oscuras, profundas. Están arrepentidos los dos, sus manos tiemblan. Hay gente, mucha gente, pero el silencio es ensordecedor. Silencio tenso que precede al estruendo y se siente más mudo aún. Es espeso y denso como la sangre que bañará el suelo. Que se vuelve más incomodo a cada segundo que pasa. Que les aturde los sentidos y les enturbia la mirada. Uno se decide a disparar su revolver y el silencio se rompe y el estallido da paso al silencio final.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Chiss…Chiss…

Un silencio denso, placentero, mecido por el tic tac cadencioso del reloj, me acompaña, se cuela dentro de mí, es como si quisiera protegerme del vacío, llena mi soledad de recuerdos, sin nostalgia, sin ruido. Es un buen compañero que quita un trozo a esas tardes que pesan, pero del que no se puede abusar, para eso están las campanadas y, salgo de él y me despido de él –mañana más-porque en esos ratos de silencio encuentro refugio.

Inés Izquierdo
Grupo A


Busco el silencio

Tomo aire para sumergirme en el fondo. Me asomo a la profundidad. En la isla está encallado un barco de guerra. Pierdo de vista la proa, clavada como una flecha en las corrientes más frías. Un pez loro atraviesa la escotilla, es tan grande como yo. El miedo acelera la palpitación. Dejo de moverme. Puedo sentir la inmensidad silente, pero no logro escucharla. La quietud no es silencio. El fondo del mar exalta mis estentóreos corporales, me anuncian que estoy viva como el útero acuoso que me contiene. Regreso a la superficie, me recibe la luz.
Camino hacia la cumbre de la montaña. Sé que el viento y la tierra no se detienen. Sé que ululan y tiemblan. Voy en busca de sus pausas, mínimas, casi imperceptibles. Quizás allí esté el silencio. Pero la hormiga, la mariposa, el escarabajo y los árboles no se ponen de acuerdo, llenan de sonidos todos los espacios posibles. El sosiego no se consigue junto a los otros. Regreso a la noche.
La oscuridad parece el paso certero hacia el silencio. Los ojos que se cierran y esa noche que se desploma me conducen a una ausencia. Estar en falta de todo lo que conocemos, un segundo antes (quizá menos) de entrar en los sueños, pueda que sea silencio. Sin embargo, no lo recordaré. Las imágenes oníricas serán protagonistas de la nocturnidad: aun con la lengua acallada, las voces habitan la psique.
Finalmente me interno en la cueva. Busco la gruta más recóndita, para que ni una gota de agua resuene en el espacio subterráneo. Quizá me tope con el vacío. Quizá en las entrañas de la tierra encontraré el silencio. Pero no, escucho rugir un corazón de piedra caliente.
Parece que el silencio solo se revela por instantes, como la felicidad: son diminutas pausas que ocurren, y que a veces podemos aprehender. Está a medio camino del deseo y el acto, entre una bocanada de oxígeno y otra, entre la nada y la fantasía. Es apenas una intención de no estar en ningún lugar, ni en ningún tiempo.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


El silencio es una quimera

El silencio es una quimera. Podemos tratar de quitar capas de ruido, pero siempre aparece un sonido que antes no percibíamos, el agua de la lluvia cayendo por la bajante, el sonido de los insectos que comen madera. Aunque no llueva y las vigas estén sanas, siempre queda algún sonido. En este momento oigo mis dedos golpear las teclas del ordenador.
El peor ruido es el que llevamos dentro, nuestros pensamientos tampoco callan. Si intentamos parar uno, surge otro, a veces suave, otras atronador.
No considero necesario el silencio, tan solo el sosiego que nos permita oír a una madre en la lejanía llamar a su hija. El silencio, como todos los conceptos absolutos, puede convertirse en obsesión. Prefiero la palabra.

Enrique Martínez
Grupo C


Día de ánimas

En mi casa el día de ánimas no era un día especial. Sin embargo, mi madre tenía costumbre de preparar un recipiente con velas de aceite y lo colocaba en una habitación en penumbra. No nos permitía entrar en ella por lo que aprovechábamos cualquier ausencia o descuido para ir a ver que ocurría en ese cuarto que se había convertido en sagrado. Unas veces las hacía con algodón, otras las compraba en el mercado. Recuerdo su forma. Un pequeño triángulo de metal con un disco de corcho clavado en cada punta, por el orificio central salía la mecha que, empapada en aceite, ardía durante horas.
Nada más entrar, el silencio lo llenaba todo, no me atrevía ni a pensar. Las llamitas captaban mi atención, llegaban a ser hipnóticas. Imaginaba a quien representaría cada una de ellas. ¡Qué soledad! Así debían estar las almas vagando por el más allá sin hacer el más mínimo ruido. La única sensación especial era el olor del aceite consumido. ¿Será que el silencio huele así?¿O serán las ánimas las que tienen ese olor?
En más de una ocasión me sorprendió, no la oí llegar, sumergido en aquel silencio total. La consecuencia era ser expulsado del lugar y amenazado con mayores consecuencias si volvía a ocurrir.
Otro silencio impidió que nos contase todo lo relacionado con esta celebración, con sus sentimientos y creencias. Supongo que mi padre respetaba y consentía estas prácticas, a pesar de considerarlas supersticiosas, a condición de que no nos las inculcase.
Ahora que ella es todo silencio, que ni siquiera huele a aceite ardiendo un día al año, tengo la sensación de que sigue presente a través de mí, de mis palabras, de mis reacciones, de mis gestos. De mis recuerdos.

Enrique Martínez
Grupo C

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