Cómo como

La semana pasada dedicamos la sesión del taller de escritura a la gastronomía. Pero en la sala de taller no había fogones sino libros.
Hablamos del efecto proustiano o la magdalena de Proust: el narrador de En busca del tiempo perdido abre la espita de sus recuerdos al probar una magdalena mojada en té. Hacía tiempo que no probaba una y esa sensación le lleva a revivir sus años de infancia.

Recomendamos los libros "La cocina caníbal" de Roland Topor, "Sopa de sueños y otras recetas de Cococina" de José Antonio Ramírez Lozano y "Cocina, arte y literatura (Degustación castellano leonesa de la a a la z" libro en el que publiqué la receta del bollo maimón que me enseñó Capi, la panadera de Matilla de los Caños del Río:

Se escachan con amor los huevos gordos
y se baten las claras hasta el punto.
Luego se añade el llanto de las yemas
y una lluvia de azúcar y almidón.

Verter en un dornillo enharinado
(o untado con aceite o con manteca)
la mezcla que ha de darse fiel al horno.
Y, al rato, cuando cueza con ternura,

después de que se dore y se solace,
enfriar en el lecho donde duerme.
Al fin, cuando se apague y se desmolde,

adornar con azúcar glas al gusto.
Puede tomarse sólo o con un trago
de espeso chocolate y aguardiente.


Sugerimos un tapeo para abrir boca. De modo que reproducimos en la ficha algunos breves pasajes de diez novelas gastronómicas recogidas en el artículo "Si te gusta comer... ¡Devora estos libros!" de Rossana Carceler. 
El título de la sesión lo tomamos prestado de un libro para niños en el que Ignacio Sanz (Cómo como) propone diferentes poemas vinculados a la comida y a la tarea diario de comer:





Para entender mejor esa relación recomendamos los artículos "Las cosas del comer. Hambre y saciedad en la Literatura" de María Rosal; "Un festín literario" de Gillermo Altares; "17 libros para cuando acabes la dieta: los devorarás mientras la boca se te hace agua", de Rebeca Rus; "Literatura y gastronomía, un maridaje muy especial" de  Luis Lahitte

Y disfrutamos de textos como el soneto que Rafael Alberti dedica al poeta cubano Nicolás Guillén agradeciéndole un jamón:

Hay vino, Nicolás, y por si fuera
poco para esta nalga de porcino,
con una champaña que del cielo vino
hay los huevos que el chancho no tuviera.

Y con los huevos, lo que más quisiera
tan buen jamón de tan carnal cochino:
las papas fritas, un manjar divino
que a los huevos les viene de primera.

Hay mucho más, el diente agudo y fino
que hincarlo ansiosamente en él espera,
con huevo y papa, con champaña y vino.

Mas si tal cosa al fin no sucediera,
no tendría, cual dijo un vate chino,
la más mínima gracia puñetera


O el fragmento de Platero y yo que Juan Ramón Jiménez dedica al pan:

Te he dicho, Platero, que el alma de Moguer es el vino, ¿verdad? No; el alma de Moguer es el pan. Moguer es igual que un pan de trigo, blanco por dentro, como el migajón, y dorado en torno ¡oh sol moreno!—como la blanda corteza.
A mediodía , cuando el sol quema más, el pueblo entero empieza a humear y a oler a pino y a pan calentito. A todo el pueblo se le abre la boca. Es como una gran boca que come un gran pan. El pan se entra en todo: en el aceite, en el gazpacho, en el queso y la uva, para dar sabor a beso, en el vino, en el caldo, en el jamón, en él mismo, pan con pan. También solo, como la esperanza, o con una ilusión...
Los panaderos llegan trotando en sus caballos, se paran en cada puerta entornada, tocan las palmas y gritan: «¡El panaderooo!...» Se oye el duro ruido tierno de los cuarterones que, al caer en los canastos que brazos desnudos levantan, chocan con los bollos, de las hogazas con las roscas.
Y los niños pobres llaman, al punto, a las campanillas de las cancelas o a los picaportes de los portones, y lloran largamente hacia adentro: ¡Un poquiiiito de paaan!...



Propuestas de escritura

1. Propuesta para la sesión: Tomamos como referencia las imágenes en las que Dinah Fried recrea el desayuno de diferentes personajes literarios. Y también las propuestas del blog Biblioabrazo. Con ellas recreamos las diferentes escenas.
2. Propuesta para casa: Escribe un texto con alguna o todas las expresiones cotidianas vinculadas con lo gastronómico que reproducimos a continuación. Trata de darle un sentido literal a la expresión. Para ello tendrás que dejar a un lado el significado de dicha expresión. Si eliges, por ejemplo, "pisando huevos" escribe un texto de alguien que se dedica a pisar huevos:
  1. ¡Naranjas de la China!...
  2.  Me importa un rábano…
  3. Más fresco que una lechuga…
  4. Más bueno que el pan…
  5. Mala leche…
  6. Está como un fideo…
  7. Está como un queso…
  8. Estaba en el ajo…
  9. Salir un churro. ...
  10. Me importa un pimiento. ...
  11. Ser pan comido. ...
  12. Darle la vuelta a la tortilla. ...
  13. Ir a freír espárragos. ...
  14. Ponerse como un tomate. ...
  15. Ir pisando huevos. ...
  16. Yo me lo guiso, yo me lo como…
  17. Ser un pedazo de pan…
  18. Estar como un fideo…
  19. Ser un chorizo…
  20. Ponerse como una sopa…
  21. Ponerse como un tomate…
  22. Ser la media naranja de alguien…
  23.  Ir pisando huevos…
  24. Dar calabazas…
  25. Como sardinas en lata…
  26. De higos a brevas…
  27. Se la dieron con queso…
  28. Cara de paella …
  29. Mas tieso que un ajo…
  30. Contigo pan y cebolla

Y estos son algunos de los trabajos recibidos:


Se la dieron con queso

Érase una vez, hace muchos años, vivían en La Rioja una familia de agricultores vinateros.
El "páter familias" tenía tres hijos con los que compartía trabajo y saber.
Solía invitar a merendar en su finca, más bien en la bodega, a varios campesinos, para saborear y valorar los vinos allí almacenados.
Hacía más de un mes que había encargado a su hijo mediano, acercarse a un pueblo próximo a comprar unos barriles de vino; y una tarde acompañado de sus paisanos y amigos, abrió el tonel recién comprado, y se lo dio a probar a sus invitados.
Después de paladearlo un par de veces, pues no daban crédito a lo que estaban viviendo, el herrero del pueblo, que no tenía pelos en la lengua, y además presumía de haber comenzado a beber vino en el biberón, sentenció: Es un vino con alto grado de acidez, que presenta aspereza al beberlo, y te deja una gran sequedad en la boca; además apenas se perciben aromas frutales.
Los demás compañeros asintieron y comentaban: vaya vino malo, pero malo, malo.
Decidieron llamar al hijo que había traído el vino y le preguntaron: ¿te dieron a probar el vino antes de pagarlo?
El muchacho contesto que sí, que le había gustado mucho, el vinatero que se lo vendió, le ofreció unas tapas de queso curado para acompañar, y le supo "a gloria".
No sabías, dijo el herrero, que, al consumir queso con el vino, se reduce la acidez y aspereza del mismo, a la vez que permanece la duración del aroma a frutos rojos: con lo cual el vino siempre te sabrá rico.
Querido joven, dijeron todos los amigos de su padre al unísono: ¡Te la han dado con queso!

José Luis Fonseca
Grupo A


Del año de la pera

Después de la Guerra Máxima que casi devasta el planeta, se pensó que llamar a los años con números traía mala suerte. Son supersticiones que aparecen después de las grandes catástrofes. Se decidió empezar a poner a los años nombres de cosas: colores, sabores, arboles, animales, verduras, comidas, bebidas… A mí me hubiese gustado nacer el año del gato, del olivo, de la naranja o el de la cerveza pero nací el año del Potaje de Semana Santa.Los primeros años después de la Guerra Suprema se llamaron como frutas y el primero fue el año de la pera. Después de más de cien años el año de la pera nos parece muy lejano, antiguo y pasado de moda.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Empresa familiar

El orgullo de Ramiro Villar es sentirse miembro de una estirpe que ha sabido mantener durante cuatro generaciones la misma empresa. Fue su bisabuelo quien puso el germen de la compañía en los comienzos del siglo pasado.
–Mi familia siempre ha estado en el ajo, en el puro centro. Otros han entrado y han salido, pero nosotros aquí, sin sacar un pie del surco –presume ante un grupo de colegas.
A pesar de su petulancia, Ramiro tiene una espina clavada en lo más hondo: se sabe el último de la saga. No tiene hijos y ninguno de la ristra de sobrinos ha mostrado el menor interés por seguir sus pasos.
­–Ya sé que esto es muy sufrido –los justifica en cuanto tiene ocasión–­. Coger el camión siendo aún noche cerrada y presentarte en Las Pedroñeras o en Aceuchal antes de que despunte el día, comprar el mejor género y plantarte luego aquí a primera hora de la mañana, llueva, truene o haga un calor de muerte, no es plato de gusto. Lo sé. Y luego dejarte los dientes peleando por cada venta. ¡Esto no está hecho para gente floja ni torpe! Porque además de fatigoso, este negocio necesita mucha cabeza que, contra lo que pueda creerse, vender ajos no lo hace cualquiera.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Ponerse como un tomate

Llegó el gran día. Juan se pone delante del discurso en el que ha trabajado durante tediosos días y largas noches. Lo ha ensayado delante del espejo mil veces. Tiene todo bajo control. Sabe en qué momento debe hacer una pausa, respirar, mover las manos, incluso sonreír, para que el posible público lo haga también y se produzca la ansiada corriente de simpatía entre ponente y attendants.
Con lo que no contaba Juan era que la sala estuviese llena a rebosar, siendo el interviniente más novel de la ponencia. El cuerpo de baile no era el esperado, demasiados peces gordos, para una pecera tan pequeña.
Comienza a leer, haciendo como si no leyese, la expresión más forzada de lo que quisiera. Las palabras no brotan en torrente por la ladera del auditorio para estallar en un mar de aplausos. Son lentas, inconexas…
De repente le falta el aire y siente que se pone rojo como un tomate. Todo él es un gran tomate maduro a punto de desbordarse. Sus semillas amenazan con expandirse por toda la sala.
En frente la presidenta de una de las empresas más importantes del país, le mira horrorizada. Teme por su vestido, de un blanco impoluto, traído hoy mismo de una atelier de París.
A su izquierda un caballero de camisa azul, y cuello almidonado, empieza a adquirir tintes de tomate, pero no un tomate como es Juan, este es un tomate irritado, impaciente. Un tomate de mala pipa, que ve peligrar su negocio.
Poco a poco (bien por vergüenza, bien por irritación) el auditorio se convierte en un gran campo de tomates, o mejor dicho se traslada a la plaza de Buñol.
¡La fiesta de la tomatina está a punto de comenzar!

Eva Hernández
Grupo A


SER un pedazo de pan…

Te miraba padre, de reojo y lamentaba no entenderte, pero acataba tus órdenes, como lo había hecho siempre.
Sí, dentro de un vulgar trozo de harina, agua y levadura, se encontraba la esencia del SER.
Montabas en cólera, cuando un pan perfecto sobre la mesa, no ocupaba la posición correcta y única. Pensaba entonces, que aquel pedazo de pan suponía para ti una reverencia al ídolo, que cubierto de poder absoluto, se erguía como símbolo de un estatus social.
Aquel respeto por aquella hogaza, en tardes de bocata y chocolate, que con sumisión me hacías besar antes del destierro.
Con el paso del tiempo, entendí, comprendí, porqué pinchabas al viejo burro del panadero para que soltara aguaderas, desprevenido en galopada, y tú pudieras recoger el fruto del árbol caído. Tus hermanos esperaban en la mesa.
También entendí, porque el chusco era emblema de sumisión, de imagen de liberación del Frente “Estómagos vacíos”.
Cuento tu historia a mis hijas, pero el pan de molde tiene una única posición.
Mi vista se nubla, es hora de regresar. Eres padre, un “cachito”, un pedazo de pan.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Especialista en mendrugos

Estaba asaz harto de que todo el mundo le tomara el pelo a Julio. Era un pedazo de pan, una buena persona, por lo que siempre había algún chorizo de tres al cuarto que, pretendía tomarlo por bobo.
Julio era en realidad listo como una ardilla, amén de una persona, tan leída e instruida, que en nuestro grupo ostentaba el sanbenito del “enterao”, el que está siempre en el ajo de las cosas y en el quid de la cuestión.
Pero Julio, carecía del más mínimo atisbo de mala leche y por ello, decidí suplirle esa falta en momentos puntuales.
A mi me importaba un rábano, plantarme delante del vacilón de turno y ponerlo a caer de un burro, en cuanto decidiera reírse “ de” y no “con” mi amigo.
Tome la costumbre de , a todos aquellos que pretendían dársela con queso, ponerlos como tomates, hacer que su maniobra saliera como un churro y vieran lo que se siente al ir por lana y salir trasquilados.
Al final, me fui convirtiendo en especialista en darle la vuelta a la tortilla.
A mi me importaba un pimiento mandar a freír espárragos a toda esa chusma y quedarme más fresco que una lechuga.
Las reiteración en ciertas actitudes de mala leche hacen que esta llegue a ser pan comido para esgrimir en un determinados momentos
Al fin y al cabo la práctica hace maestros.

Carlos García Riesco
Grupo A


Horno de América

En mi calle había un horno que cocía pan con leña. Se llamaba de América, este nombre tan rimbombante le venía del que tuvo la vía en tiempos que no conocí. Para nosotros se llamaba de Fray Jacinto Castañeda. Posteriormente cambió de denominación, no por motivos de memoria histórica sino por la canonización, en tiempos del papa Juan Pablo II, de aquel dominico martirizado en extremo oriente allá por el siglo XVIII. Pasó a ser de San Jacinto Castañeda.
Los días en que descargaban los troncos de algarrobo teníamos otro lugar para jugar. Quedaban en la calle hasta que los iban metiendo en el almacén. Era realmente difícil escalar aquella montaña de madera movediza antes de que saliera Tomás, el panadero, para ahuyentarnos. Era un pedazo de pan, en la calle nos conocíamos todos y nunca se quejó a nuestras familias.
También servía de asador público. Mantenía el calor incluso después de la última hornada y por poco dinero te podían preparar verduras, carnes y el plato estrella: arroz al horno.
En muchas ocasiones compañé a mi madre con la cazuela preparada con todo lo necesario, tapada con un paño limpio y el caldo en una lechera de aluminio. A la hora convenida estaba a punto. Este era mi plato preferido. Contrariamente, detestaba las cabezas de cordero. Mis hermanos disfrutaban pero, esos días, comía otra cosa solo en la cocina. Me resultaba insoportable su aspecto y más aún verlos comer con tanto deleite.
Casi se me olvida contaros cuando Tomás le daba calabazas a mi madre, no vayáis a pensar que ella pretendiera nada. Esta hortaliza, tan redonda, formaba parte, con frecuencia, de sus tratos culinarios y para mí era el postre más deseado.

Enrique Martínez
Grupo C


Desayuno

Cada mañana, Phileas se levantaba con la ilusión de encontrar su desayuno deseado. En su viaje desquiciado alrededor del mundo, cambiando continuamente de país, de medio de transporte, de continente, de cultura, cada mañana se llevaba un chasco al sentarse a la mesa. Así fue probando ochenta desayunos diferentes, ochenta formas de entender el mundo, ochenta formas de abrirse al nuevo día, pero no encontró el refuerzo anhelado en ninguna de las ocasiones, el que fuera capaz de darle esa inyección de placer y energía que necesitaba.
Desafortunadamente, Phileas no pasó por España de retorno a su Londres de destino. Phileas se quedó sin disfrutar de un buen chocolate con churros a lo largo de toda su aventura.

Manuel Medarde
Grupo A


Comida para dos

Socio A: ¡Naranjas de la China! – exclamó enfurecido – Ese negocio no es seguro y me importa un rábano que lo hagas tú solo o no lo hagas. Me quedo más fresco que una lechuga sin participar en él.

Socio B: Pues creo que te equivocas, porque el producto está más bueno que el pan – respondió calmosamente -. En confianza, creo que te estás dejando llevar por la mala leche que se te ha puesto con tanto adelgazar, que estás como un fideo.

Socio A: Ya lo sé. No como mi ex-asesora que está como un queso, pero la tuve que despedir porque a pesar de que estaba en el ajo del anterior negocio quiso ir a por más beneficios y acabó todo por salir como un churro.

Socio B: La verdad es que me importa un pimiento ese negocio anterior. El que yo propongo es pan comido, especialmente si conseguimos darle la vuelta a la tortilla y que ganen los nuestros las elecciones.

Socio A: Sí, eso sí. ¡Que los de ahora se vayan a freír espárragos de una vez! – al decir esto casi se puso rojo como un tomate, al acordarse de lo mucho que se había lucrado con ellos.

Socio B: De todas formas habrá que ir pisando huevos. Aunque los dos somos partidarios del “yo me lo guiso, yo me lo como” , tendremos que repartir con algún jefe y algún subalterno. Especialmente con los que parecen ser un pedazo de pan, que después quieren el sobre más abultado y son más chorizos que los demás.

Socio A: Me temo que la prensa nos pondrá como una sopa si se entera de los tejemanejes.

Socio B: Eso lo podemos controlar, ya que la directora del periódico es la media naranja de nuestro candidato y por esa parte no nos van a dar calabazas.

Socio A: Me has convencido pero tendremos que implicar a poca gente para no estar como sardinas en lata en las reuniones.

Socio B: Lo mejor es juntarnos solo de higos a brevas, porque si hay mucha reunión siempre aparece alguno que acaba dándonosla con queso.

Socio A: Sí, sí…no te acuerdas? Es lo que nos pasó con el niñato con cara de paella. Menos mal que cuando le apretamos acabó temblando como un flan y se quedó más tieso que un ajo.

Socio B: Pues al final vamos a estar de acuerdo y, como nos conocemos bien, todo va a ser pan comido.

Manuel Medarde
Grupo A


Fruta del tiempo
plátanos de Canarias
en la basura

Alfredo Domínguez
Grupo B


Juicio surrealista en sentido literal

El juicio empezó con una hora de retraso. El motivo fue que la vista se había señalado a las tres de la madrugada del domingo veintisiete de octubre, y como en ese momento se atrasaban los relojes una hora, todos los presentes, lanzados una hora hacia atrás en el tiempo, tuvieron que esperar a que se hicieran nuevamente las tres para que diera comienzo. Cuando llegaron las tres, como un déjà vu, el juez estaba ya ansioso por empezar. A su lado, el fiscal, ataviado con una bufanda del Inter de Milán, no en vano era un interino, tenía cara de muerto de sueño. Inmediatamente el juez llamó al forense, que no hizo sino certificar su muerte sin más causa que un ataque de sueño. Por su puesto, se llevaron al muerto de allí y fue sustituido por otro (por otro muerto no, por otro fiscal). El acusado, por su parte, soportó la espera con flema británica. Tan era así que la bandera de la Union Jack se dejaba ver sobre la flema que tenía en la garganta.

—Bien, señor acusado —comenzó diciendo el juez, después de un prolongado bostezo—. ¿Me va a decir usted por qué razón el día de autos mató en su restaurante al señor Gerardo Ruipérez y a su mujer Felipa Rodilla?

—¡Naranjas de la China, señoría! —contestó el acusado, casi al grito.

—Tiene usted derecho a guardar silencio —le hizo saber el juez—, pero le advierto que no le beneficia en nada.

Acto seguido, el acusado, haciendo uso de su derecho, sacó una bolsa que tenía metida en su bandolera, agarró el silencio por donde pudo y lo guardó en la bolsa. Hecho lo cual, tomó la palabra.

—Quiero decir, señoría, que el motivo de que los matara fue que descubrí que me robaban desde hacía tiempo y que ahora me querían robar el cargamento de naranjas de la China que tengo en la despensa del restaurante —respondió el acusado.

—¿Y usted puede probar eso?

El acusado buscó con la mirada por toda la sala la comida que, al parecer, el juez quería que probara, pero al no verla por ningún sitio le pidió explicaciones.

—Quiero decir que cómo sabe usted que le robaban y que le iban a robar las naranjas de la China.

—Mire, señoría, yo, desde el principio desconfié de la señora Rodilla. Tenía ella muy mala leche. De hecho, fue la nodriza de mi hijo y no vea usted lo escuchimizado y enfermizo que es. En cuanto entraba en el restaurante con su media naranja, y no me refiero a su marido, sino que realmente entraba con media naranja, me ponía del hígado, porque lo único que me pedía era un exprimidor, con el que se hacía un zumito, y claro, ¿cómo le iba a cobrar por dejarle un exprimidor? Total, que cómo me iba a fiar yo de alguien que nunca me rentaba un céntimo.

—¿Y qué me dice de su marido? —preguntó el juez.

—Él era un pedazo de pan, señoría. Y más bueno que el pan aún —levantó el índice el acusado—. Así que imagínese la tentación que era para mí matarlo y luego hornearlo. Figúrese usted: el señor Gerardo pesa noventa kilos, con los cuales tendría yo pan para un mes. Lo único que necesitaba era una buena excusa. Y entonces, zas, me enteré de que me robaba.

—¿Y cómo se enteró usted? —inquirió su señoría.

—Me lo contó mi hijo Josito, que estaba en el ajo —asintió el acusado mientras hablaba.

—De modo que su hijo era cómplice del señor Gerardo…

—¿De dónde se saca usted eso? —se indignó el acusado.

—Hombre, si estaba en el ajo…

—No me ha entendido, señoría. Pero no se preocupe, que me explico. La cosa es que yo tengo un saco lleno de cabezas de ajo en un rincón del comedor del restaurante, y resulta que un día que estaba mi hijo jugando al escondite con su hermana, no se le ocurrió otra cosa que esconderse dentro del saco del ajo. Y ocurrió que al poco entraron en el restaurante el señor Gerardo y su señora, sentándose en la mesa que está al lado del saco del ajo y poniéndose a hablar en voz baja de los robos que me hacían y de que iban a robarme las naranjas de la China —se explicó muy bien el acusado—. Y de esa manera me enteré yo de sus sinvergonzonerías.

—¿Y qué hizo usted entonces cuando se enteró? —preguntó el juez.

—Pues la siguiente vez que entraron en el restaurante me fui derechito a ellos a cantarles las cuarenta.

—Y negarían la mayor, ¿no?

—Hombre, las primeras treinta canciones que les canté las escucharon hasta con gusto diría yo, pero a partir de ahí se ve que se cansaron, porque el señor Gerardo terminó por mandarme a freír espárragos. Naturalmente —extendió las manos y asintió con aplomo el acusado—, me volví a la cocina y se los freí, porque son una de mis especialidades culinarias y ya era hora, además, de que me pidieran por una vez algo de enjundia. Pero en cuanto se los serví, me encaré con ellos y les acusé de ladrones y de bandidos y de otras cosas por el estilo.

—¿Y qué hicieron ellos? —enarcó las cejas el juez, expectante.

—Pues en ese momento empezó todo, señoría, porque la señora Felipa puso cara de haba —se echó las manos a la cabeza el acusado—, y yo perdí el control. Fue una metamorfosis rapidísima y dantesca, señoría. Imagínese, en cuestión de segundos le desaparecieron los ojos, la nariz, la boca, el pelo, todo, y cuando nos quisimos dar cuenta su cara, o mejor dicho, su cabeza entera se había transformado en un haba.

—¡Qué barbaridad! —saltó incrédulo el fiscal.

—¿Verdad que sí? —prosiguió el acusado—. Y claro, yo, señoría, soy un chef que no puede desperdiciar ninguna oportunidad extraordinaria que se le ponga delante. Así que fui a la cocina, cogí el cuchillo carnicero y en menos que canta un gallo separé el haba del resto del cuerpo para echarla en la perola y hacer un potaje histórico.

—¿Y qué hizo mientras tanto su marido, el señor Gerardo, quiero decir? —preguntó el juez.

—Se quedó atónito, tieso, mudo, lelo del todo. Así que aproveché para llevármelo a la cocina y meterlo en el horno. Porque el señor Gerardo ya le he dicho que es un pedazo de pan, y una vez horneado ¡menudo pan, señoría, menudo pan! —se besaba las yemas de los dedos el acusado.

Dicho aquello por el acusado, el juez dio por terminado su interrogatorio, concediendo la palabra al abogado del acusado, que estaba en una esquina de la sala pelando la pava.

—Puede usted dejar de pelar la pava y preguntar al acusado —le dijo.

El abogado dejó de inmediato de pelar la pava, que no dejaba de dar gruñidos espantosos cada vez que le quitaban un mechón de plumas, entregándosela al agente judicial. Luego, mantuvo una pequeña conversación en voz baja con el acusado. Finalmente tomó la palabra.

—Señoría —extendió los brazos, adoptando un tono muy pomposo—, mi cliente les propone lo siguiente: si le absuelven de todos los delitos que se le imputan y le dejan en libertad ya mismo está dispuesto a invitarles a comer esta misma tarde el potaje de haba “a la Felipa” de primero, más la pava ésa —la señaló con el dedo— de segundo, con una salsa que podrán pringar a su gusto con el pan “Gerardo”. ¿Qué? ¿Qué me dicen a eso?

El juez, entonces, miró al fiscal para que diera su parecer.

—Pues el asunto tiene muy buena pinta —dio el fiscal su parecer—. Yo, la verdad, ya tengo un hambre que me comería un caballo.

—No se preocupe, que yo le preparo uno —y sacando su libreta y su bolígrafo de la bandolera, añadió—: ¿cómo lo quiere?

—Poco hecho y, a ser posible, sin silla de montar, por favor.

—Pues bien —sentenció el juez—, habiéndose llegado a un acuerdo entre las partes, queda el acusado absuelto de los dos delitos de homicidio que se le imputan y esta tarde a eso de las tres y media nos veremos todos en su restaurante. Se levanta la sesión.

Óscar Martín
Grupo A


Darle la vuelta a la tortilla…

Hay quien sostiene que para darle correctamente la vuelta a la tortilla lo mejor es hacer un curso en la Escuela Supersuperior de Ciencias Políticas. Pero tampoco es necesario descender a esos niveles, basta con seguir las instrucciones que se dan a continuación:
Lo primero que se necesita es que la tortilla esté ya doradita por un lado. Alcanzado ese punto (y si huele bien, mejor), has de agarrar la sartén por el mango y alzarla muy despacio procurando la horizontalidad más estricta; esto es importante. Un primo mío doctor en Físicas dice que ha de mantenerse paralela a la superficie del agua tranquila, pero a lo mejor eso es exagerar.
¿Ya estás? Pues bien, avanzas ahora con mucho cuidado en dirección a la pared. Has de mantener la sartén formando ángulo recto con tu cuerpo, porque si no, no sale. O sea, 90º, como le gusta decir a mi primo. Comienzas a subir lentamente por la pared y al terminar sigues por el techo; ahí ya no deberías encontrar gotelé. Cuando llegues más o menos a la mitad te paras. Si notas que se te baja la sangre a la cabeza es que lo has hecho bien. Observa: tanto la sartén como la tortilla están justo del revés, lo de arriba para abajo y lo de abajo para arriba.
Listo. ¿Ves qué fácil? 180º de giro, como exige el pesao de mi primo. Esta es la primera lección, en la siguiente ya explicaremos cómo se baja.

Pascual Martín
Grupo B


Más días que longanizas

¡Me importa un rábano lo que haga…! Por mí, que se vaya a freír espárragos ¡Qué mala leche tiene! Y encima, él, como si nada, más fresco que una lechuga .Y dice, que no estaba en el ajo. Es un chorizo ¡Se le ha descubierto el pastel. A mí, no me engaña. La última vez que lo vi, lo encontré mal: está como un fideo y con una cara de paella, que ni te imaginas. Se puso como un tomate, y , oye, dándole la vuelta a la tortilla, negándolo todo: que él era un pedazo de pan, que se la dieron con queso.
Qué le den morcilla. Un tío con tan mala uva acabará mal, solo hay que esperar un poco : hay más días que longanizas…!

Rosa Celia González Monterrubio
Grupo B


La redención del chorizo

Érase un chorizo que vivía en la despensa con otros seres gastronómicos. Todos coexistían en armonía, excepto nuestro amigo. Él era presa de la discriminación por culpa del estereotipo que vivían los de su especie. Pues, verán, los chorizos son conocidos por ser amigos de lo ajeno. El pobre se sentía aislado, alienado, separado, abandonado y todos los -ado que se les ocurran.
Un día, nuestro amigo chorizo fue testigo, junto con sus compañeros de cocina, de un crimen. Un crimen aberrante. Resulta que habían cogido al tomate de la nevera. El ajo que estaba a su lado se quedó quietecito, tieso, mi alma. Pensó que habían venido a por él, pero se salvó y en su lugar pillaron al tomate. No pasó mucho tiempo que el tomate se desangraba sobre la ensalada. La cocina quedó muda y en pausa.
No era la primera vez que pasaba, claro que no. Centenares de tomates habían pasado por aquellas paredes. Pero este tomate, este en particular, se había ganado el corazón de toda la cocina en especial, del ahora, tristísimo pimiento. Él y el tomate eran amantes. La relación que tenían era tan fogosa que hasta la vitrocerámica los miraba con envidia. Y ahora, semejante fuego, semejante vínculo cortado de cuajo. Toda la cocina pensaba que se complementaban; donde el tomate era tierno y jugoso, el pimiento era firme y seco. Pero no todo era dicotomía, también tenían cosas en común, como el color y las semillas en su interior.
El pimiento lloraba su pérdida noche y día. Se sentía perdido sin su compañero. La ausencia del tomate había dejado un vacío, no solo en la nevera, sino en toda la cocina. Fue durante una de estas lamentaciones que al chorizo se le ocurrió una idea. Convenció a las naranjas y a los limones, que colaborasen con un poquito de zumo para rellenar el interior hueco del pimiento. Luego mandó a este a que se diera un baño en la leche para que la piel se le vuelva un poco más blanda. Y fue así como el pimiento se puso como un tomate. Ya no se sintió más solo y la cocina recuperaba a su fruta carmesí.
Mas, la metamorfosis del pimiento no fue la única que tuvo lugar aquel día. El panteón de los dioses gastronómicos vio que el chorizo no encajaba con la fama que le precedía y decidieron concederle un deseo. El chorizo no dudó y pidió fervientemente que su exterior reflejara su interior. Como tenía una alma pura y benevolente su transmutación fue de chorizo a pan. Quiso la mala fortuna que el tiro le saliera por la culata. Justo ese día tocaba bocadillo y nuestro amigo terminó siendo pan comido.

Vanina Palomo
Grupo C


“Ir pisando huevos”

Esta bonita frase me hace recordar a mi amigo Enrique, que la decía continuamente en el trabajo. Los temas con los que andábamos en aquella época eran delicados en su tratamiento.
Mi amigo repetía la frase en su totalidad para tenerla en cuenta en la vida diaria y decía así: “Hay que ir pisando huevos, pero sin que se rompa ninguno”. Moralejas se pueden sacar muchas, cada uno la suya.

Luis Iglesias
Grupo B


Cómo como: Fiesta familiar

Fui a esa tienda, que ya no existe, a comprar una gran lata de sardinas en aceite, tuve que comprar unas latillas en el supermercado de al lado. Sería un placer comerlas entre el pan. Llegué a casa y me dispuse a preparar una gran ensalada para los quince que nos íbamos a juntar. Trasteé en el frigo: ¡horror!, la lechuga estaba lacia, los tomates verdes, menos mal que la cebolla era nueva. Llamé a mi hija. Mamá, me comentó, voy en el bus, me bajaré en la próxima, ¿quieres que compré algo más?. No, hija, pero no vayas dónde los Guti que son unos chorizos, compra también unos espárragos verdes, no, mejor blancos y los añado a la ensalada. ¿tienes pan?, preguntó. Pues, es verdad, sólo queda un pedazo de ayer. Compra una hogaza y si quieres, y hay, puedes comprar algo de pan de centeno (negro) que quiero gastar una broma a tus tíos. Partiré unos piñones para añadir a la tarta. Mamá tanto verde se nos va a poner cara de acelga. Tú, déjame a mi. Voy a hacer una tarta de galletas como hacía tu abuela... voy a ver si tengo guindas para el pastel. Pues dímelo rápido
Luego te digo...
¡aaay, que asco, se me acaba de caer un huevo! ¡Blaky no pises, no pises!.

Mamá, mamá ¿que ha pasado?
...
Que estoy pisando los huevos que ha tirado el perro. ¡vaya marrón! Y trae guindas que no tengo.
¿Tienes llaves? ¿Sí? Mejor.
... Niña trae un litro de leche entera que la que tenía se ha caducado, mala leche, como la que se me está poniendo a mí.

Araceli Sebastián
Grupo C

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