Paraísos del suicida

La sesión de esta semana la dedicamos a un tema duro, difícil, el suicidio. La extensa nómina de escritores y escritoras que decidieron quitarse la vida y el incrmento de los datos de intentos de suicido, sobre todo entre la población joven, después de la pandemia han hecho que reparemos en esta cuestión desde un punto de vista literario y social.
Comenzamos la sesión con el cortometraje "Albert", un trabajo de Fran García protagonizado por Edwing Vladimir, compañero del taller de escritura, y que incide en la necesidad de pedir ayuda cuando la vida se desboca y el suicidio se presenta como una opción para acabar con todo. Un cortometraje que nos invita a luchar por todo lo que merece la pena aunque la oscuridad se ciegue sobre nosotros.
Recomendamos también el documental "Escritors suicidas" de del programa "La otra aventura" conducido por Rafael Pérez Gay.. 
Con la versión de "Alfonsina y el mar" que hizo Rosalía nos adentramos en el terreno de la escritura y hablomos de dos libros fundamentales: 
La Antología de poetas suicidas, de José Luis Gallero, una selección de textos de una larga nómina de escritores, en su mayoría poetas, que acabaron con sus vidas.


Señala José Luis en el prólogo:

"Puede decirse que con el envenenamiento de Chatterton (1770) inicia el suicidio su edad moderna. La muerte del jovencísimo Chatterton es cantada por Keats, Coleridge, Shelley, Vigny. Su suicidio en la realidad y el de Werther en la novela proporcionan status intelectual a un acto que antes de eso se consideraba de pésimo gusto, a no ser que fuera motivado por falta de liquidez o cualquier otro capricho. El suicida sigue sin poder reposar en tierra sagrada, pero en adelante ocupará un puesto de honor en la mitología artística. A la hora de hacer una «anatomía del suicidio» llama la atención que se den por igual los suicidas de vocación y los súbitamente inspirados. Entre los primeros, Kleist, Maiakovski, Crevel, József, Pavese, Sylvia Plath, Jens Bjorneboe... Pero más que la premeditación acaso admira la insistencia en el gesto. ¿De qué huía Ángel Ganivet cuando se arroja desde un vapor al Duina, y tras ser rescatado trabajosamente por los pasajeros aprovecha un descuido para sumergirse otra vez en la corriente helada? ¿Qué le da fuerzas a Yávorov, ciego a resultas de un anterior intento de suicidio, para ingerir veneno y, en previsión de algún accidente benéfico, volarse luego la tapa de los sesos? ¿Y a Antero de Quental para dispararse dos veces consecutivas? Costas Cariotakis, la noche del 20 de julio de 1928, se dirige al agitado Mediterráneo con la intención de acabar con su vida. Diez horas después la corriente le devuelve sano y salvo a la playa. Entonces regresa a su casa, se cambia de ropa, sale a desayunar, compra una pistola y se dispara una bala en el corazón... Huían de su propia vida, de sus fracasos artísticos, de sus deseos siempre insatisfechos, de su exacerbada sensibilidad. Exploradores de vastos territorios del alma, expuestos a las más inclementes contradicciones, se encuentran en ocasiones en la tesitura de elegir la sensibilidad o la supervivencia. En todo caso no debemos creer que los poetas suicidas son una especie lánguida, sumida en un desánimo que le impide percibir lo que de grato tiene la existencia. Las vidas de estos muertos son un ejemplo de vitalidad extraordinaria. El peso de su sufrimiento no lastraba su paso, sino que por el contrario parecía dotarles de una maravillosa ligereza".


Y el libro "Paraísos del suicida" de Luis Felipe Comendador, ganador de la sexta edición del premio Tardor de Poesía, y donde dialoga con una buena representación de poetas suicidas y  las circunstancias de sus muertes. 





Dejamos aquí algunos poemas a modo de ejemplo:


JOSÉ ASUNCIÓN SILVA SE HACE 
DIBUJAR UN CORAZÓN EN EL PECHO

Conociendo con precisión exacta
cada punto vital
y rodeándolo con una diana cierta,
tendré siempre constancia
de que la muerte habita
en el justo lugar donde la vida late.

Dibújeme, doctor,
un corazón gemelo
al que mi pecho encierra,
y hágalo en el lugar justo que ocupa.

No soy buen tirador,
usted me entiende.


COSTAS CARIOTAKIS ESCRIBE
EN EL “CAFÉ CELESTIAL”

Vuelan los grajos en bandadas
hacia los abedules como un velo de muerte;
sus graznidos
no pueden volar solos,
no pueden vivir solos.

Miro el Mediterrráneo desde el acantilado,
el mar,
el Mar...
pero no veo su fauna,
esos seres del agua en constante acabamiento,
en eterno final.

Soy como un pájaro enamorado del abismo
y de las olas;
un pájaro sin escamas de pez, sin branquias ni pulmones,
un pájaro inexistente que sólo sabe caer...
y es demasiado.

¿Cómo será la nada del abismo?
¿Cómo será la muerte?


ALEJANDRA PIZARNIK SE HACE UN MUERTO

Podad mi cuerpo
cada primavera,
y que crezcan
con fuerzas renovadas,
en su tumba,
mis esquejes.


ANNE SEXTON SE ENCIERRA EN SU COCHERA

Una casa con patio y jardincito,
con cinco habitaciones y dos baños,
una cocina grande
con todos los inventos electrónicos,
un sobrado con libros
donde escribir las cartas
y los poemas íntimos,
un salón-comedor
con un chester marrón
de piel bobina acaso,
una cochera, un coche
y un poco de ese anhídrido carbónico
que bien dosificado
te hace dormir tranquila
para no despertar de nuevo 
al tedio

de los días.


Propuesta de escritura

Tomamos como referencia el texto "La carta del suicida" de Javier Villafañe para elaborar nuestra propuesta de escritura para casa: escribir una nota de suicidio como la que  apareció en el abrigo que compró en el El Rastro y que había pertenecido a un suicida:

[...] El abrigo que Maese Javier compró en El Rastro había pertenecido a un suicida. Soportó varios inviernos. Es de color tabaco, con los cuellos y los puños lustrosos. En un bolsillo encontraron una carta escrita en alemán. Uno de los mesoneros que trabajó varios años en Fracncurt tradujo la carta. Decía así: Berta: Te veo como eras en Hamburgo, en la Posada del Caballito Blanco. Te veo caminando bajo la lluvia. Te veo hojeando libros en la librería de nuestro amigo, el viejo judío músico que quería volar con el violín y el asno de Chagall. Te veo con una sombrilla y un sombrero de paja. Eres lo único que tengo aunque tú no seas mía, porque además nadie es de nadie. Hermosa y triste muchacha que dibujaba a mi lado en esa vieja escuela de Bellas Artes que quisimos quemarla tantas veces por inútil como son todas las Escuelas de Bellas Artes. Te amaba y te amo. Recuerdo el retrato que te hice una vez en la nieve con la punta de la bota de mi pie izquierdo. No era la bota -te aclaro-, eran los cinco dedos de mi pie descalzo. Mis manos te conocían de memoria. Ellas te dibujaban con los ojos cerrados en las paredes, en el viento , en la arena, en el agua , en los árboles, en las servilletas de papel. Sabía que al dibujarte en la nieve tu imagen iba a vivir la eternidad de unos minutos. Hay que dibujar y pintar en la nieve. "Construye con aire y humo Y siempre con humo en el aire." Madrid me da el último abrazo de sol. Voy a vender mi abrigo para seguir bebiendo. No puedo más. Recuérdame a veces. Ya no estaré después. Quizá mañana. Carolus.


Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller de escritura:


A veces, es mejor no escribir

—¡Hola! —nadie contestó—. ¡Manuel, hola!

La lista de Spotify sonaba en el salón. Se asomó a la cocina, buscó en la habitación, pero no encontró a su marido. Sobre la mesa del escritorio estaba su móvil, y sus llaves de casa. Empezó a ponerse nerviosa. Él siempre estaba en casa cuando ella regresaba de trabajar. No sabía qué le podía haber ocurrido. Que las llaves estuvieran allí le dejaba pocas posibilidades de encontrar un motivo justificado, algo a lo que agarrarse, algo que apartara de un manotazo todos los malos pensamientos.

Junto al teléfono y las llaves había un folio. Lo tomó y comenzó a leer: «Querida Elena: no sé por dónde empezar…». Las manos le temblaban.

Una lágrima cayó sobre el texto, emborronó el primer «te quiero». Su corazón aceleraba el ritmo, tratando de alcanzar la presteza en la lectura de Elena. «Lo siento…, es lo mejor…, te he fallado…,la vida no tiene sentido…». Sus ojos viajaban a la velocidad de la luz sobre los trazos de tinta, se saltaba los te quiero, y las peticiones de perdón. Buscaba el final feliz, confiaba encontrar algo que explicara aquel sin sentido. No necesitó levantar el pulgar para leer las cinco letras que, con trazo firme, como una condena, se ocultaban bajo su dedo: «Adiós».

El folio arrugado, acariciaba su rostro húmedo. Su cuerpo se estremecía con cada sollozo. Encogida, tratando de hacerse pequeña, intentando desaparecer, volver a atrás en el tiempo, aunque solo fueran unos minutos antes de que su amor comenzara a escribir esa cruel carta de despedida, se culpaba. ¿Por qué se había detenido a hablar con Montse, su vecina? No se lo perdonaría en la vida. ¿Por qué no enfermó ese día para no ir al trabajo? ¿Por qué no supo ver las señales antes? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?...

Sonó el timbre de la entrada. Corrió hacia ella con la carta arrugada entre sus blancos nudillos. Abrió la puerta y allí estaba él, cabizbajo, pálido.

—Lo siento, se me olvidaron las llaves —trató de construir algo parecido a una sonrisa. Ella, sorprendida, con los ojos esperando una respuesta, le mostraba la carta marchita en su puño.

—Ese texto es la tarea para el taller de escritura —mintió—. ¿Te ha gustado?

Tomás García Merno
Grupo B


Adiós, para siempre

No puedo más. La presión de todo esto me supera. Si solo fuera nuestro fracaso al frente del negocio... Pero lo tuyo no me lo esperaba. De él cualquier cosa, pero de tí no. Has despilfarrado mi confianza, mi amor, mi entrega. En defintiva, mi todo. Sabes perfectamente como me siento cuando todo va en mí contra y que necesito tu apoyo. Siempre ha sido reciproco, un digamos “quid pro quo” de dos personas que se quieren y se respetan. Puede que me sigas queriendo, no lo sé. Pero respetarme no lo has hecho. Sin tí esto no tiene sentido. Adiós, para siempre.
Pues mira no, ahora te jodes y me soportas. No te voy a dar el gusto de desaprecer cómodamente de tu vida, destruyendo la mía, que merece la pena, aunque sea solo a ratos. Ya irá mejorando la cosa.

Javi Martín
Grupo A


Sin carta de despedida (¿y si realmente fuera así?)

Julián era consciente de que acabaría sus días suicidándose. Lo tenía interiorizado, como también lo aceptaban todos los habitantes del lugar. La vida era así y así transcurría. Desde tiempo inmemorial, la única forma de trascender al más allá en aquellas tierras era el suicidio. En la práctica, poco cambiaba en relación a otros lugares, unos morían más jóvenes y la mayoría más viejos. Sin embargo, la aceptación del suicidio como la forma natural de morir, había hecho a los habitantes más pacíficos. Mucho, mucho más tranquilos, menos agresivos, más solidarios. No había violencia. Todos eran dueños de sus vidas y únicamente se marcharían cuando estuvieran preparados para hacer el tránsito. A Julián lo único que todavía le preocupaba era la organización de la fiesta de despedida, que tenía lugar cuando alguien decidía partir. Y no era necesario escribir una carta de despedida. Nadie lo hacía.

Manuel Medarde
Grupo A


Ausencia

Te fuiste sin hacer ruido
Lentamente
Sin una palabra
La mirada perdida
Te llevaste el cariño
Clavado en tu alma
Te llevaste el mío
En la soledad infinita
De nuestra casa
No cabe el olvido
Tu ausencia me arrastra
A un solo destino
Veo entre sueños
Tenderme tus manos
Alcanzarlas quiero
Para irme contigo
Las mañanas son eternas
El sol ya no es el mismo
En mi jardín no hay primavera
Mi granado está herido
Si tu no estás
nada tiene sentido.

Pedro Gómez
Grupo C


Nota de despedida

Siempre odié los funerales y por ende no quiero que nadie asista al mío.
Quiero que se me niegue el entierro en campo Santo, no quiero estar en ningún cementerio.
Deseo que me incineren y así convertido parcialmente en humo, subir al cielo en el que no creo, y el resto, mis cenizas, que sean arrojadas en el mar y así poder alimentar a los peces.
En realidad, lo que busco es perdurar, cambiar de forma, pero no desaparecer. Quiero dejar de vivir, pero no dejar de ser, de forma que, aunque no me veáis yo seguiré.
Ya no seré yo, serán mis componentes, mis moléculas, mis átomos; estos últimos ya no tienen personalidad pues todos son iguales; estos átomos que ahora forman parte de mí, a posteriori formarán parte de otros seres animados o inanimados.
No sé por qué cuento estas historias, no sé por qué me voy por los cerros de Úbeda, si lo que quiero hacer en realidad es despedirme de este mundo, de esta forma de vida y comunicar a todos mis seres queridos que lo dejo, que estoy cansado, que estoy harto de seguir vivo. “Ya estoy volviendo a enrollarme otra vez”.
En resumen, que estoy pensando suicidarme.
Todavía no he decidido la forma ni la fecha. Lo que sí tengo claro es que seré yo el que decida y no esperar a que decida por mí la de la guadaña.

José Luis Fonseca
Grupo A


La carta

La transcripción que hace Virginia Woolf de la carta ofrece pocas dudas acerca de la magnitud del drama: «No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció.» «…no puedo pasar otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme.» «Sé que estoy destrozando tu vida…».
Años ya de aquel terrible suceso. Me estoy refiriendo ahora a lo del amigo JM, tanto tiempo buscándole yo explicación a lo que pudo haber pasado por su mente cuando hizo lo que hizo. Ahora se me ofrece clara la razón.
Puedo no acertar en todo, pero de otro modo no pudo suceder, se me antoja, que como lo imagino: JM debió encontrar la carta, pese a no haber llegado aún el momento en que MT, su mujer, pensaba dejarla al alcance de su vista. «No me queda nada excepto la certeza de tu bondad.» «Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente.»
No pudo con ello el corazón sensible de JM y decidió ahorrar el sufrimiento último a su esposa. La “suicidó”. Se suicidó él mismo a continuación, sentado junto a la cama donde ya dormía ella la paz eterna. Otra sobredosis de barbitúricos.
La memoria es débil y en los tiempos que corren, además, el suceso más trágico desaparece pronto de las páginas de los diarios. A los del barrio sin embargo, y sobre todo a los que nos tomábamos una cañita de vez en cuando con la pareja, el recuerdo tarda más en írsenos de la mente. Puede mantenerse incluso hasta que somos capaces de encontrar su lado hermoso a lo sucedido.

Pascual Martín
Grupo B


Alberto

Alberto lentamente caminó hasta el borde del acantilado. Se detuvo y cerró los ojos. Había salido de casa a las 7 de la mañana. No pensaba volver al instituto. Llevaba días sin levantar cabeza. Demasiado duro para sus catorce años. Tercero de la ESO se le había atragantado. Era un buen estudiante, sin embargo no rendía lo suficiente en los controles y sus compañeros se burlaban de su ineficacia, incluso sus amigos de siempre no lograban entender la situación. En casa no sabían nada y las notas estaban al caer.

Sus pasos le llevaron hasta lo más alto la sierra Gelada. Odiaba el paisaje que dejaba a sus espaldas, sentía náuseas ante el mar sucio que golpeaba frenético en las rocas, solo el azul limpio del horizonte le atraía. Los gritos de las gaviotas le producían dolor en los oídos. Se arremolinaban husmeando los desperdicios humanos.

No entendía cómo había llegado a esta situación, no le interesaba nada, ni siquiera el deporte, que tantas satisfacciones le había dado en el pasado. Ahora solo quería desaparecer. El viento fuerte y el ruido de las olas allí abajo le invitaban a volar.

Antes, de niño solía soñar que volaba. Era muy fácil, se izaba en el suelo y como una hoja suavemente acariciaba las copas de los árboles, el vuelo se alargaba en el sueño y al despertar lo recordaba con toda claridad. Hacía dos años que ya no soñaba.

Alberto lentamente caminó hasta el borde del acantilado. Se detuvo, cerró los ojos y volvió a volar como en los sueños. Se dejó llevar como las gaviotas, acariciando las limpias olas del horizonte.

Josefa Briz
Grupo C


Despedida

Por todo lo que tuve
y ya no tengo.

Por todo lo que quise
y ya no quiero.

Por saber que no seré
ni recuerdo, ni olvido.

Por pasar por la vida
como un pasajero
sin maleta, sin arraigo
sin veleta y sin cariño.

Por caminar sin rumbo
hacía ningún sitio.

Por eso y por mucho más
que callo y no digo,
moriré tranquila
esta tarde de domingo.

Encontraré por fin
la oscuridad luminosa
y el silencio infinito
al terminar este camino.

El fin está próximo,
el veneno comienza
a surtir efec...

Marian Pérez Benito
Grupo A


Aviso para suicidas

Has tomado una decisión muy grave, pero yo la respeto, no te puedes imaginar cuánto. Y es probable que estés considerando remitir una carta de despedida para explicar tu decisión y exonerar a los demás de responsabilidades. Antes de hacerlo, escucha mi historia. Quizá eso te ayude a no cometer los mismos errores en que caí yo.
Verás, yo envié a varios familiares y amigos unas líneas para informarles de que había tomado la decisión de arrojarme a las vías del tren. Se lo anunciaba con quince días de antelación. Dicho aviso tenía dos loables propósitos: el primero que no se enteraran de mi muerte de forma inesperada y que ello les provocara, por repentino, un enorme disgusto. Y el segundo: que se pudieran preparar, con tiempo y sosiego, para mi definitiva ausencia.
Esa deferencia por mi parte fue un error mayúsculo que me ha traído a la angustiosa situación en que ahora me encuentro. Como imaginarás, tras recibir la carta, la mayoría se presentó en mi casa o me llamó por teléfono. Eso me permitió realizar un trabajo de investigación que analizaba la estructura de las numerosas conversaciones que mantuve, que ahora, en el obligado reposo en que me encuentro, he podido sistematizar y que te ofrezco a continuación.

Todas las entrevistas siguieron un proceso que he dividido en fases:

1. Incredulidad. «Esto es una broma, ¿verdad?», «siempre con tus extravagancias» o «lo haces por llamar la atención, ¿no?».

Me costó mucho. Tuve que ser muy asertivo, pero, al final, se dieron cuenta de que no se trataba de ninguna payasada y de que estaba completamente determinado a llevar el suicidio a término. Esta aceptación dio paso inmediato a la segunda fase:

2. Perplejidad. «¿Acaso estás enfermo?, ¿un cáncer o algo así?».

Cuando conseguí convencerles de que mi salud no se había deteriorado ni estaba previsto que lo hiciera en breve, pasaron sin transición a una etapa más afirmativa:

3. Diagnostico. «Tú lo que estás es deprimido. ¡Claro, viviendo tan solo en una casa tan grande! ¡Con tu familia lejos!».

Aquí se hacían sordos a mis explicaciones y se negaban a aceptar que mi estado mental era sereno y equilibrado. De inmediato cambiaban de actitud:

4. Interrogatorio. «Explícamelo, por favor», «no has debido madurarlo suficiente, cuéntame», «¿es que no has sido feliz?», «¿lo has pensado bien?».

Con mucha paciencia yo les aclaré que habiendo superado ya los ochenta, gozando de una salud aceptable y de una autonomía suficiente, y considerando que mis condiciones vitales en el próximo futuro iban a empeorar inevitablemente, y a limitar mis horizontes de vida hasta extremos que consideraba indignos para una existencia decente, la solución que había elegido me parecía la más adecuada para mí y para todos.

Argumenté también que a mi edad ya tenía una idea bastante certera de lo que era la vida, con las felicidades que trae y las desgracias que lleva. Les aseguré, además, que había sido moderadamente feliz y medianamente desgraciado y que ello liberaba a mi decisión de sesgos de desconocimiento e improvisación.

Esto dio pie a que abrieran la siguiente fase:

5. Culpabilización. «¿Has tenido presente a tu hija?, ¿has reflexionado sobre el dolor que nos causarás a familiares y amigos?, ¿no estás siendo horriblemente egoísta?».

A lo que yo, impertérrito, les hacía ver que había tomado la decisión pensado en ellos y en mí. Y les sugerí que quizá eran ellos los que debían recapacitar sobre el respeto debido a una decisión tan bien meditada.

Finalmente, se llegó al último punto:

6. Negación de capacidad. «Tú no estás bien», «necesitas ayuda», «eres un peligro para ti mismo».

Lo peor es que como no pudieron oponer argumentos convincentes a mi razonamiento decidieron que yo había alcanzado un estado de incapacidad que me impedía regir mi vida con la debida cordura. Con el apoyo de un juez me enviaron a este hospital siquiátrico. Aquí me desposeyeron de cinturones, corbatas y objetos punzantes de modo que no pudiera atentar contra lo que ya, legalmente, no es “mi vida” sino la “suya”.

Así que, aprende la lección, y si tienes planeado enviarles una carta, asegúrate de que llegue a su destinatario con posterioridad a tu fallecimiento. Te lo recomienda un suicida frustrado.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Que parezca un accidente

Se podría pensar que es una tontería pero tengo que reconocer que lo que me ha impedido llevar a cabo mis planes ha sido el dolor que iba a causar a los que me rodean. ¿Quién encontraría el cuerpo?¿Que sentimientos de culpa generaría en ellos? No tengo derecho a causar un daño tan duradero. Sería condenar a los que están cerca de mí a una pena perpetua sin posibilidades de redención. Pena permanente no revisable.
Además dejaría en herencia un estigma para los que vinieran después. Dentro de mucho tiempo, alguien podría comentar:

-Tiene a quien parecerse, es el nieto del suicida.
-No sé a quién te refireres.
-Sí, hombre, el que se tiró al tren, o el que apareció colgado en el pajar.
-Ya me acuerdo, pero eso pasó hace años.

Definitivamente no puedo hacerles una cosa así. Debe parecer un accidente, un accidente que no involucre a nadie. Un choque contra un árbol. En la carretera que va a la finca hay varios que me servirían para ese propósito. Es una lástima destrozar árboles tan hermosos, pero no veo otra solución. Claro que, pensándolo bien, haría sufrir a las personas que me socorrieran antes de la llegada de los equipos de emergencia. No, en el pueblo no puede ser. Mejor en la autopista. A esa velocidad, el impacto contra un muro o el pilar de un puente sería definitivo sin duda. Los guardias, los sanitarios y los bomberos están acostumbrados a afrontar este tipo sucesos, la muerte de un medio anciano no impresiona a nadie.

Con el tiempo todos aceptarán el hecho. Marisa continuará feliz con su nuevo marido, tanto lío con el divorcio y yo se lo hubiera solucionado fácilmente. Espero que Juan asista al entierro, hace año y medio que no me coge las llamadas y solo sé de él por mi ex. Laurita no creo que se entere hasta dentro de unos meses. Cuando se le acabe el dinero y venga a sablearnos le darán la noticia.

El que peor lo pasará es Tomás, siempre nos hemos querido mucho y hemos estado muy unidos. No me cabe duda de que lo que me hizo con la herencia de papá y mamá fue por la mala influencia de mi cuñada. No es mala persona pero no estuvo bien asesorada.

A los amigos les dejo un dinerillo para que se tomen unos vinos a mi salud. Espero conseguir reunirlos con este motivo.

Me quedo más tranquilo, voy a dormir, mañana seguiré perfeccionando mi plan.

Enrique Martínez
Grupo C


Broma de mal gusto

Nicasio, era un obrero del campo, al que todo en la vida le iba muy mal. Más de una vez pensó en suicidarse, como le había dicho su padre que lo hacían en su familia.

En el corral de la casa del pueblo, tenían un pozo para abastecerse de agua potable y para dar de beber al ganado que criaban. El pozo siempre estaba cubierto con una tapa de metal, y cerrado con un candado, para evitar que los niños pudieran caerse.

Un día que estaba de bajón, ideó un plan un poco macabro. Quito la tapa de metal del pozo, la puso a un lado y en el brocal del pozo, dejó la boina que usaba normalmente y que todos en su familia sabían que era la suya. Después se subió al sobrado de la casa desde donde podía verse perfectamente el pozo y desde donde se podía oír lo que hablaran cuando se fueron enterando de su desaparición.

Pronto empezaron los familiares más cercanos a preguntar por Nicasio y a acercarse al pozo ante las sospechas de que hubiera hecho una barbaridad. Allí, al lado del pozo, se oyó de todo, quejidos, lloros, palabrotas contra Nicasio por lo que pensaban que había hecho.

Cuando todos ya daban por hecho el suicidio de Nicasio y estaban dispuestos a bajar al pozo para ver donde estaba y sacarlo, apareció Nicasio con una botella en la mano, haciéndose el borracho y tomando el pelo a todos los presentes.

Luis Iglesias
Grupo B


PUES QUE ASÍ SEA

Como el inquilino del ático andaba algo mareado, decidió salir a la terraza a tomar un poco el aire. Allí fuera, avanzó hasta la balaustrada, respiró hondo y cerró los ojos. Pero de pronto le dio un vahído, perdió el equilibrio y cuando quiso darse cuenta estaba en el aire, precipitándose al vacío. Gritó entonces desesperado y con la faz aterrada ante lo que fatalmente le había de ocurrir. Pero a medida que caía, fue viendo a través de las ventanas de los distintos pisos escenas fugaces de la vida íntima de sus vecinos: la paliza que le estaba dando el sinvergüenza del piso de debajo a su mujer, el llanto desesperado del parado del décimo, la parálisis cerebral que tenía en cama al joven del noveno, la borrachera hedionda del vecino del octavo, el chute que se estaba metiendo el colgado del séptimo, la pelea a mordiscos entre los hermanos del sexto, la infidelidad del vecino del quinto con la portera del edificio, la infidelidad de la vecina del quinto con el vecino del cuarto en casa de ese último, el cadáver en descomposición del anciano solitario del tercero, la sesión de esoterismo de pago con “pardillos” de la vecina del segundo y el recuento que hacía el concejal de urbanismo de unos fajos de quinientos euros que tenía sobre una mesa camilla, en ese primero que le había regalado una constructora. Así que, cuando ya estaba a punto de estamparse contra el suelo, pensó que realmente no merecía la pena vivir la vida, y como le andaba ya dando vueltas a la idea de quitarse de en medio, dio por bueno su destino inmediato.

Óscar Martín
Grupo A


ESTACIÓN TÉRMINO EN EL “PARAÍSO GLOBALISTA”

“Señor Doctor:

Cuando reciba usted esta carta yo ya estaré muerto. Quizás, incluso, ya sabrá de mi suicidio por haberle llegado la noticia de algún modo. Si no es así, me recordará como un paciente tan cumplido que quiso informar personalmente a su psiquiatra de su muerte después de acaecida ésta. Pero, yendo al grano, el motivo por el que he ejercido finalmente el derecho constitucionalmente reconocido al suicidio ha sido, precisamente, el hecho de que usted tratara, en aquella última reunión que mantuvimos en el parque del Oeste, de convencerme de que no lo hiciera, cosa que logró aunque fuera a duras penas. Abundando en detalles le diré que tengo un amigo que es policía y está destinado en la UGEDCO (la Unidad de Garantías en el Ejercicio de los Derechos Constitucionales). Pues bien, ese amigo me dio el “chivatazo” de que nuestra conversación en el parque fue grabada por las cámaras de vigilancia. Me dijo entonces que meditara bien lo que iba a hacer. No hace falta que le diga que tal grabación le deja a usted en una posición comprometidísima, pues la ley le prohíbe intentar convencer a sus pacientes de que desistan de ejercer cualquier derecho constitucionalmente consagrado. Por lo tanto, si no me suicido, y según me informó mi amigo, se abriría en breve una investigación y usted seguramente sería expulsado del Colegio de Psiquiatría e inhabilitado para ejercer cualquier cargo público de por vida; cosa que, como comprenderá, me habría causado una desazón y un dolor insoportables. Este hecho, unido a que las circunstancias que me llevaban a pensar en suicidarme no han desaparecido, ni han de desaparecer, es lo que me ha llevado a tomar una decisión que, si ya no es enteramente libre, no deja de ser justa y razonable, estando su carrera en juego. Naturalmente, he rellanado y remitido a la Policía el impreso “Modelo 766”, haciendo constar en el apartado de “observaciones” que nuestra conversación en el parque del Oeste se mantuvo en el marco de una serie de encuentros de “discernimiento” gracias a los cuales he podido tomar de forma totalmente libre y consciente la decisión de ejercer mi derecho al suicidio, lo que deja enteramente a salvo su reputación y futuro profesional.

Le deseo una vida tranquila y una muerte lejana y en paz.

F. J. G. T.”

P.d.: Por cierto, tengo razones para pensar que el “chivatazo” de mi amigo en realidad no es tal, sino parte del protocolo policial para que no dejen de ejercitarse derechos consagrados en la Constitución por culpa de actuaciones ilegales como la que, a fin de cuentas, ha sido la suya.

Óscar Martín
Grupo A


Carta a nadie

No sé cómo dirigirme a la persona que esté leyendo esta carta. ¿Es un juez? ¿Un policía? Qué más me da. Lo único que deseo es que con ella les quede clara la causa de mi fallecimiento.
He sido yo y nadie más que yo. Mi muerte ha sido un suicidio. He decidido quitarme la vida por propia voluntad y sin ningún otro motivo que considerar que no pinto nada en esta vida. Me voy para no estorbar ni ser estorbada. No estoy deprimida. Tengo toda la lucidez en mi cabeza. Mi decisión es firme y libre, sobre todo, libre.
Yo tenía una vida normal y tranquila. Era feliz con mi esposo y nuestras rutinas. Pero su muerte me ha dejado vacía. Nuestras complicidades, que eran el motor de nuestra convivencia, ya no existen. No tengo hijos por los que resistir. Mis intereses mundanos son nulos. Carezco de perspectivas o ilusiones. No tengo nada que me vincule a este mundo que ya me es ajeno. Nada puede modificar estas circunstancias. Ya no quiero vivir.
Si alguien cree que hubiese podido convencerme de lo contrario, está muy equivocado. Nadie es culpable de mi muerte, salvo yo. Únicamente lamento no haber podido hacerlo de forma menos sangrienta, pero no encontré otra opción. Ahora estoy en paz.
Espero que usted también.

M. Maximina Moreno
Grupo B


Fragmentos de su adiós

“… Cuando llegabas al bar en el que estaba tirado apostando mi alma, de repente había algo más que esas fichas desgastadas a las que mirar. Si me cogías la mano, mi mano estaba libre. Y libres de mí mismo, mis ojos y mi mano, me convencían para levantarme de aquella butaca sucia y seguir tu nuca. Nunca, ni después de esto, olvidaré tu nuca.


Si dejo esta carta aquí, a mi lado, tal vez parece me queda una esperanza: que me leas, aunque yo ya me haya ido. Pero me voy a matar y me mato sabiendo que ni siquiera esto podrá alcanzarte. Yo ya no existo y tú existes demasiado. Porque no estás tú, pero existe tu ausencia.


Debe ser que este cuerpo vacío escribe entonces por inercia. Que no te escribe a ti, que escribe al cielo. Eres lo más cerca que hemos estado de dios. No se va triste, ni desesperado. Se marcha tranquilo; ha dejado de temer morir. Tú que siempre me dijiste que es como dormir para siempre.
Ya casi estoy dormido. Adiós, mi cielo.”

Rosalía Pérez Lorenzo.
Grupo B


CERRANDO TRATOS

He intentado hacer negocios con la vida y tratos con la muerte y ha ganado la segunda. Me ofrece estabilidad y yo en estos momentos es lo que necesito. No pienses que es locura esta fiebre que me recorre de pies a cabeza. Es más bien apatía. Sufro de anemia en el seso y en el corazón.
No voy a decir que la vida ha sido perra conmigo, sería un insulto hacia Chocolate, el único que ha restado pulgas a mis miserias. ¡Cómo voy a echar de menos el abrigo de sus ojos negros y el peso de sus patas sobre mi costado! Mi único encargo es que te hagas cargo de él. He visto como os miráis… Será el sosiego que pocas veces te ofrecí y tantas veces soñé con darte.
El más allá pinta bien, la de la guadaña no para de sonreír…

Eva Hernández
Grupo A


Un salto al vacío

En qué laberintos mentales que distorsionaron tu realidad, en qué lugares cenagosos andaba tu cabeza, entraste en un alucinante mundo que te aprisionó, no pudiste salir de él.
Fuiste un buen alumno, diría de los mejores que he tenido, nunca te he podido olvidar, por eso hoy, ahora, estoy contigo, tu energía, esa “que no se crea, ni se destruye” anda girando alrededor de los que te quisimos.
Me visitaste, estabas en Madrid, “Ciencias Exactas” se decía entonces, llegaste para darme un abrazo, quisiste manifestarme tu pesar por la muerte de mi hijo, tu misma edad, me emocionaste mucho.
Tu madre me dio la noticia, una tarde de domingo te lanzaste al vacío, me dio una copia de la carta que dejaste, pensaste en todos, menos en ti. Luis, un fuerte abrazo.

Inés Izquierdo
Grupo A


Certeza

Con la misma cantidad de duda que de certeza

decido dar

                   el

                           salto

Con la seguridad de que

                                          en

                                                  la

                                                      caída

Encontraré tu abrazo

Pilar Sánchez Barbero
Grupo ´C


Tobogán

Vamos al parque. No sabría cuál elegir. Carmín sobre metal con pintura verde desgastada por la niñez o plástico amarillo manchado patrióticamente. El contraste de la desesperación con el frío metálico, me atrae. Sobre el pvc reciclado, sería mi último juramento de bandera. Procedo a desprenderme de no poder tragar saliva siquiera. Sentir deslizar mi plasma humeante en la madrugada, me libera. Primero incisiones rectas de cirujano. Vena lenta o arteria por cada latido? Así hago cuenta atrás. Menos mal que tú me acompañas amiga, eres la mejor! Cómo me coloco? Piernas colgando hacia las escaleras con glúteos y lumbar mirando la luna en cuarenta y cinco grados con brazos extendidos hacia abajo. En el cuello un par de cortes de remate. Lo tenemos. Esta vez, sí.

En el tobogán se fijaron en rojo mis manos ensangrentadas y mi pelo congelado. Ahora sí era bella, sin rastro de vida en los ojos.

Pero de nuevo, volví a ser niña en tu regazo.

Lidia Merchán
Grupo A


Así no

¿Por qué te miro mi niño de nana? ¿Por qué te extraño mi pequeño?. Aquí sentada, junto a tu cama fría, en este cuarto de golpe y destierro. Despierta y dime por qué fuiste libre, déjame la ira de tu soledad, quiero sentir para entender y quiero amar para creer.
Demasiada carga de luchas, aquí serás cobijo, aguanta mi niño. Déjame que te piense.
¿Cómo mis ojos no vieron? ¿Cómo mi paz no entendió?, que en aquella tarde de vida, tus años y tu combate eran oscuras pesadillas, sueños frustados y dolor, mucho dolor.
Me abandono a tu risa, déjame soñarte, pero así no, por favor. Universo perfecto, no permitas vidas de caos, te lo ruego, así no.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Quién me llorará

A quien corresponda,

Si he llegado a este punto es porque quiero darle una respuesta a la pregunta que a todos se nos ha cruzado alguna vez por la cabeza, quién me llorará cuando no esté. O para ponerle suspense a la cosa y un giro filosófico, ¿alguien me llorará?

Me cansé del piloto automático, me cansé de esforzarme. Tengo los brazos moralmente cansados de remar. Y es que con mi mediocridad me alcanzó para un solo remo. Y por más empeño que ponga solo logro hacer círculos para terminar en el mismo lugar.

No ha habido situación en la que no me haya sentido de esta década, siglo, o siquiera universo. El patito feo hasta en un momento se descubrió bello, yo ni eso. Nunca encajé. Ni lo suficientemente funcional para ser normal, ni lo suficientemente raro para ser excéntrico, ni lo suficientemente raro para ser raro. Pero la verdad, mejor así, cuando ya lo sabes de antemano, menos problema. No te complicas, vas por los días sabiendo que no tienes que buscar tu lugar, porque simplemente no hay para ti, y ya está.

La verdad, es que no necesito que nadie me llore, yo me lloro solo. Como todo lo que he hecho en esta existencia, porque la palabra vida me queda grande. Todo solo. Ya estoy acostumbrado. Me vine solo por el canal y solo me voy. No necesito que me lloren, ya me lloré bastante.

Nunca me he sentido digno de cariño, ni materno, ni romántico, ni nada del estilo. Tanto es así que a la hora de adoptar una mascota en lugar de perro, esos bichos que te aman incondicionalmente, no importa qué especie seas, fui por el gato, criatura indiferente a cualquier otra cosa que no sea sí mismo.

Ese es mi único lamento, no que no me lloren, eso ya lo tengo establecido, sino quién le dará de comer al michi si no estoy. Ahora pensándolo bien, quizás, entonces, dejo todo esto para mañana. Primero tengo que comprar sus croquetas favoritas.

Vanina Palomo
Grupo C

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