Teoría del tacto
Ver es cálculo. El sonido, sugestión. Las palabras están crudas. Si las pruebo, ¿me enveneno?
Caza y pesca
Tu cuerpo será pimienta negra en mi boca, eso me digo al salir de la cabaña, en dirección a tu casa. Perorata silenciosa es el deseo. Llegó el verano suave y sin perfume, preciso el tuyo. La noche arde. Me da risa pensar que voy a morderte, que serás mía y yo, la trampa. Pero al llegar, no hay señales y las luces también faltan. Te llamo a voces. Como no hay viento, el llamado se cae al piso. De la casa de al lado me responde el ladrido de un perro viejo, una tos, algo cansado de existir. Vuelvo a la cabaña y encaro hacia la orilla con mis aperos. Una luna histérica va y viene tras la negrura de pocas nubes. Me pongo las botas. Me introduzco. El mar repite sus cosas, menudea seres de adentro hacia afuera. Algo pica y no sos vos. La cosa se hunde. Por no soltar termino resbalando. Trago agua, persevero en la disputa. No quiero perder la noche dos veces. Pero el bicho da pelea. Estamos un rato tironeando por su vida. Lo imagino conmigo, en la sartén, pensando en tu cuerpo. Lo dejo ir. Rompería la tanza con los dientes.
Incorrección final
Amor. Hola.
Ivana...
Mi cuerpo ya no es mi cuerpo. Dejó de serlo en el mismo instante en que subí a aquella furgoneta y allí mismo tres hombres me lo arrebataron.
Me trajeron desde Rumanía. Dicen que he contraído una deuda que debo pagar para ser libre. Tengo 16 años.
No salgo de este cuarto, aquí ¿Vivo? Entran muchos hombres. Me dan asco. Me agarro al único rayo de sol que se cuela por la ventana. Me empuja, me eleva y me lleva a un prado inmenso. El rocío me cubre la piel. No, no es el rocío, es su sudor. Contengo las náuseas. Termina. Se va sin despedirse. Me preparo para el siguiente. Soy la novedad. Todos quieren pasar por mí. Dentro de poco vendrá nueva mercancía. Será otra la que viva este infierno y yo podré dormir.
Mi cuerpo ya no es un cuerpo. Creen poseerlo. De piel para adentro ni me rozan. No saben lo que soy ni lo que siento. Mi cuerpo ya no es mi cuerpo. Jamás será de ellos.
Aurora Zarco
Optimista
Resulta que tengo que darles a los chicos de la clase de mi hija una charleta sobre redes sociales. Me ha dicho su profe que, en mi condición de profesor de física de partículas, yo era, de entre todos los padres, lo más cercano que tenían a un experto en comunicación digital. Alucina. Ella sabrá, yo no he querido sacarla del error.
El caso es que me he puesto a esbozar la cosa y me ha salido muy contradictoria. Menos mal que al final he sido capaz de simplificar tachando todo lo que me parecía que podía inducir al pesimismo, sobre todo para demostrarle a mi amigo Roberto, que dice que tengo un espíritu crítico excesivo, que también puedo ser optimista y positivo en mis juicios.
Aunque al contárselo a los críos me enrolle hablando para que no parezca que no me lo he trabajado, el llamémosle guion, una vez simplificado, sería algo así:
Queridos niños: En las redes sociales hay, hoy en
día, sobre todo detritus. Son como esos inmensos basureros de las
grandes ciudades del mundo pobre, donde los más pobres tratan de encontrar objetos
que tengan algún valor y donde a veces, en honor a la verdad, hay que decir que
se encuentran cosas de interés.
Crean vínculos entre vosotros y os permiten estar siempre
comunicados y en contacto sin que nadie ajeno a vuestro grupo venga a molestar.
Así se facilita, cuando se produce, el abuso, el acoso sobre los que sois
más débiles, lo que ahora llamáis bullying. Los abusones podéis fastidiarles
las 24 horas y a domicilio.
Además, ya fuera de vuestros círculos, os permiten, mejor
que cualquier otro medio haceros sentir que os relacionáis de verdad con
los que las mismas redes denominan amigos, y que no son más que paupérrimos
sustitutos de una inexistente amistad.
Con las redes sociales ya no tenéis que salir de casa a
ensuciaros las zapatillas pateando el barrio. Por fin el contacto personal ya
no es necesario. Podéis ahorraros muchos de esos incómodos momentos en los
que a diario os veíais obligados a oler el perfume del chico o la chica que os
gusta, aguantarle la mirada, tocarle, interpretar el tono de sus palabras.
Podéis cuidar y mejorar la imagen que ofrecéis tanto como
queráis, podéis mentir para mostraros más atractivos e
interesantes de lo que sois, contar historias, engañar
y ocultar vuestros defectos adjudicándoos un falso papel protagonista
en vuestra novela inventada.
No podéis confiar en que la información que os
brindan cuando navegáis no sea la que dictan intereses comerciales o
ideológicos no declarados. No podéis confiar en que los algoritmos
supuestamente inocuos e imparciales de los que son
propietarios oscuros y ambiciosos personajes no se vean afectados por sesgadas
opiniones.
Tic Tok, Youtube y las demás os ahorran un montón de ese tiempo
que perderíais en ver cosas que no os interesan generando círculos
viciosos de búsqueda en bucle, siempre a favor de vuestros gustos y vuestras
creencias borrando de vuestras jóvenes vidas lo que es tan básico para
la convivencia: el contraste de opiniones y el conocimiento de lo que opinan
los que no opinan como vosotros.
En fin, yo creo que con esto bastará. No me gustaría aburrirles a los pobres con tantos halagos a Elon y a Mark.
Voy a enseñárselo a Roberto, para que me felicite por el esfuerzo.
Carlos CocaGrupo B
Voces e indiferencia
Muchos de mis amigos se han convertido en mis enemigos, muchos enemigos han hecho amistad conmigo, pero los indiferentes me han permanecido fieles.
Stanislaw Jerzy Lec
Me queda cada vez menos. Me lo están quitando todo. No merecen confianza. No puedo estar todo el tiempo vigilando. Me canso. En casa estuve a salvo. Ya no. Papá me complica. La ventana tiene dentro la luna, que salta y se tiñe. A veces verde, y pasa a amarillenta como marfil cuando se queda quieta. Papá dice que no la mire y que duerma. No se puede. La luna está ahí para que se la vea. Nunca comprende lo que está claro. Piensa raro. Pero no voy a hacer caso por más que se me repita siempre lo mismo. Tengo derecho a pensar y a decidir si lo hago. No actúo al dictado. Yo tengo mi criterio. A papá se le respeta. Ya está bien. Mi padre no me abraza, y no comprende nada. Yo no me veo capaz porque sé que se hace el indiferente. ¡Que no! No haré caso por más que se me repita y se me repita. Tomo pastillas por mi bien. Y por el suyo. Todo es indulgencia y se hace permeable, silencioso. Mal dicho “silencioso”. Resuenan soterrados susurros que ni durmiendo callan. Acabará ardiendo mi cama un día. Y todos.
Mi hermana está ahí, como está la luna, para que le cuente. Habla poco, mira bien. Le digo lo que me viene, y que un día puedo matar a papá. Las voces son perentorias. Me mira muy seria, pone mi cabeza en su pecho y me besa el pelo. Se me pasa y ni los susurros se escuchan. Dura poco. No tener a mamá acaba siendo bueno. No me pueden pedir nada con ella. Con mamá están callados. Me abrazaba y yo le pasaba los dedos por el poco pelo que le iba quedando. Se fue y me corté ese día en el brazo y en una pierna para sentir. Pienso en mamá y veo una cuchilla de afeitar.
Confiaba y son un fraude. Mi hermana no. No contaba y ahora... Mi padre nunca fue nada. La indiferencia es como las rayas de los aviones en el cielo. No te tocan, no sirven.
Por más que me griten y me susurren al oído, papá es papá, y un hijo no...
Aunque los indiferentes son los peores…
Juan Delgado
Grupo A
Tirado en la esquina
La cinta del pelo rodeando mi cabeza y el poncho que pretende protegerme del frío, es todo lo que queda de la imagen que inventé hace veinte años. Ya no están la guitarra Gibson LesPaul, ni los pantalones de cuero, ni la camiseta amarilla de tirantes, ni la chaqueta vaquera de color rojo fuego, ni las botas claveteadas, ni todos aquellos complementos, ni la caja de jeringuillas y el polvo blanco. Ahora, postrado en este suelo húmedo de lanchas de piedra, no me reconozco, ni me reconocen los pocos viejos conocidos que no se han marchado y siguen pateando la ciudad. Mis pómulos hundidos, las arrugas de mi frente y el color ceniciento de mi rostro hacen difícilmente imaginable que su dueño fuera el guitarra rutilante de entonces. Era el ayer. Horas de ensayo, muchas horas de conciertos y muchas más horas de fiesta y palmaditas en la espalda. Me comía el mundo con diecinueve años recién cumplidos. Muchas horas de todo lo demás, sin límites. Vivíamos como si no hubiera un mañana. Pero sí lo había. Ese mañana es hoy. Jonhy, el batería, lo dejó por los estudios de derecho. Gundi, el bajo, callado y multifacético, no salió de aquella última depresión. Alex, guitarra de acompañamiento, perdió un brazo con la moto y se refugió en el negocio familiar. Y Patty, la vocalista, la trasgresora, la avanzada, la pretendida de todos, la que me eligió a mí pero, llegado el momento desdichado, se casó con el mánager y se olvidaron de la banda. El destino decidió que todo sucediera el mismo mes de abril de hace veinte años. El mañana de aquel mes de abril es este hoy gris en el que no he vuelto a saber nada de ellos. Es este hoy gris en el que una altiva Pilar González, Patty, le ha dado una patada descuidada a mi pañuelo depositado en el suelo con las pocas monedas conseguidas limosneando.
Manuel Medarde
Grupo A
El día de antes de fin de año
A veces pienso que tengo un buen trabajo. Sencillo. De los que ya haces casi de forma mecánica. Abrir la trapa, desconectar la alarma, revisar el correo, las redes sociales, los pedidos que llegan, los pedidos que se van, atender con una sonrisa, aguantar pesados con una sonrisa, hacer tareas para las que no estoy contratada con una sonrisa, la caja, la alarma, la trapa. Y a casa. A veces rasco unos minutos para escribir. Me siento mal cuando lo hago, porque no está en mi contrato. Sigo haciéndolo. Pienso en las otras cosas que no paga mi contrato. Convertirme en una especie de guardiana del secreto de confesión, por ejemplo. A veces son confidencias simpáticas. Otras enfadan por su descaro. Todas tienen un poso común y, sin embargo, albergan relatos de lo más granado. Ninguna deja indiferente. De vez en cuando, llega una que cala y abre un agujero negro en el estómago.
El día de antes de fin de año, una muchacha vino a la tienda. Con la confianza que da hablar con un desconocido, desnudó su alma y me partió por dentro en dos. Ella no lo sabe, pero su novio la viola. Ella no lo sabe, pero yo sí. Tengo que vivir con ello. No puedo hacer nada más que tender una mano hacia ella. No la coge. Cógela. Coge mi mano. Es lo único que puedo hacer. Escucharte y tender una mano. La viola una vez al día, dos. El trabajo no me paga el psicólogo. Me tiembla el labio mientras lo escribo. La viola cuatro veces a la semana, cinco. Coge mi mano, por favor. Tiene una sonrisa de dientes torcidos y oscuros, aunque no tanto como el corazón de su pareja. Tiene una sonrisa que no llega a los ojos. Lloro. No sabrá nunca que lloro por una desconocida.
Hay cosas que no te paga una nómina.
Como llorar por ella.
A veces pienso que tengo un buen trabajo. Sencillo. De los que haces casi de forma mecánica. Luego me encuentro llorando por una conversación de veinte minutos con una desconocida que sufre. El día de antes de fin de año, determino que he de buscar un nuevo trabajo.
Sara GL Terrén
Grupo C
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