Abuelos. Historias con otra edad

La penúltima sesión de este curso la dedicamos a los abuelos. Si hacemos una búsqueda con relación a este tema en internet encontraremos innumerables referencias en la Literatura Infantil. El abuelo y la abuela y su relación con los nietos tiene un considerable reflejo entre los libros destinados a niños. Pero también en la literatura para adultos, así como en el cine, encontramos muchos referentes.
Una breve muestra de libros sobre abuelos y nietos es la recogida en el artículo titulado "Abuelos y nietos en la Literatura" publicado en el blog de Troa Librerías.
Recomendamos el artículo "Los abuelos y las abuelas, maestros en la vida y en la literatura" de 
Daniela Giraldo Barona en Librújula y analizamos el texto titulado "La abuela" escrito a cuatro manos y publicado en Infolibre. Santiago Roncagliolo abre la historia, la continúa Juan José MIllás, prosigue Cristinas Fernández Cubas y la cierra Felipe Benítez Reyes. Dio mucho de sí este texto para hablar de literatura y también de la vida y la muerte.


© Imagen: Mural Artes Prada. Juzbado (Salamanca)

En la ficha de trabajo recogimos textos como la carta que José Saramago dedicó a su abuela (Carta a Josefa, mi abuela):

Tienes noventa años. Estás mayor y dolorida. Me cuentas que fuiste la joven más bella de tu época —y yo te creo. No sabes leer. Tienes las manos hinchadas y deformes, los pies maltrechos. Sobre la cabeza llevaste toneladas de paja y leña, baldes llenos de agua. 
Viste salir el sol todos los días. Con todo el pan que amasaste se podría haber hecho un banquete universal. Criaste personas y ganado y llegaste a meter lechones en tu propia cama para evitar que murieran de frío. Me contaste historias de apariciones y hombres lobo, viejas historias de familia, un asesinato. Pilar de tu casa, fuego de tu hogar —siete veces quedaste preñada, siete diste a luz. 
No sabes nada del mundo. No entiendes de política, ni de economía, ni de literatura, ni de filosofía, ni de religión. Heredaste unos escasos cientos de palabras prácticas: un vocabulario somero. Con esto viviste y vas viviendo. Muestras preocupación e interés por las catástrofes y también por lo que pasa en la calle, por las bodas de las princesas, y por si a tu vecina le roban unos conejos. Sientes grandes odios por motivos que ya no recuerdas, grandes devociones que no se deben a  nada concreto. Vives. Para ti, la palabra Vietnam no es más que un sonido extraño que no cabe en el horizonte de legua y media en que te mueves. Del hambre, algo sabes; ya viste izarse una bandera negra en la torre de la iglesia. (¿Me lo contaste tú, o habré soñado yo que tú me lo contabas?).
Contigo va tu pequeño abanico de intereses. Y, no obstante, tienes los ojos claros y eres alegre. Tu risa es como los fuegos artificiales. No he visto reír a nadie como ríes tú. Estoy delante de ti y no entiendo. Soy carne de tu carne y sangre de tu sangre, pero no entiendo. Viniste a este mundo y no trataste de saber qué es el mundo. Llegas al fin de la vida y el mundo aún es, para ti, lo que era cuando naciste: una interrogación, un misterio inaccesible, algo que no forma parte de tu legado: quinientas palabras, un huerto al que dar la vuelta en cinco minutos, una casa de tejas sueltas y suelo de barro. Aprieto tu mano llena de callos, paso mi mano por tu rostro arrugado y por tus cabellos blancos —y sigo sin entender. Fuiste guapa —dices— y bien veo que eres inteligente. ¿Y por qué entonces te robaron el mundo? ¿Quién te lo robó? Pero, de esto, tal vez yo sí entienda y podría decirte el cómo, el porqué y el cuándo si supiera escoger, de entre mis innumerables palabras, las que tú pudieses comprender. Ya no vale la pena. El mundo continuará sin ti —y sin mí. No nos habremos dicho el uno al otro lo más importante. ¿Pero podemos estar seguros de eso? Yo no habré dicho nada porque mis palabras no son las tuyas ni representan el mundo a ti debido. Me quedo con esta culpa de la que no me acusas —y eso es, si cabe, lo peor. Pero ¿por qué, abuela, te sientas tú a la solana de tu puerta, abierta hacia la noche inmensa y estrellada, hacia el cielo del que nada sabes y por el que jamás viajarás, hacia el silencio de los campos y de los árboles asombrados, y dices, con la tranquila serenidad de tus noventa años y el fuego de tu adolescencia nunca perdida: «¡El mundo es tan bonito, y a mí me da tanta pena morir!»?
Es esto lo que no entiendo —pero la culpa no es tuya.

El escritor portugués así como Gabriel García Márquez coinciden en la importancia de la figura de sus abuelos en su manera de escribir y de entender la literatura y la vida.
Pabló Neruda le puso el toque poético a la sesión con su "Oda a la edad": 

Yo no creo en la edad.
Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.
Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuánto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?
Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.
Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.
Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora


Propuesta de escritura

La carta que José Saramago escribe a su abuelo Josefa nos sirvió de inspiración para la propuesta de escritura semanal. O bien escribir una carta a un abuelo o abuela (lo conociésemos o no) o escribir desde la condición de abuelos y abuelas a algún nieto.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Y dile que aquí abajo
hace mucho frío,
que los inviernos son muy largos
y no hay leña para combatirlos.
Que el sol es tímido,
que el suelo permanece blanco,
y la nieve cubre el camino.
Las aves emigraron
más allá de las nubes
donde el sol se esconde
detrás de las montañas;
lejos queda el mar,
donde tú y yo fuimos
agua y sal, viento y arena.
Dile que la echo de menos.

P.G.
Grupo C


Nuestra foto

Los recuerdos son más valiosos cuando son pocos. A veces, basta una sola imagen, para iluminar el sendero de toda una vida. Tú y yo, en la puerta de la casa blanca, tus brazos firmes sobre mis hombros... ¡Con cuanto cariño te haces cargo de esa niña inquieta de dos años, tu primera nieta! Hay mucho amor y orgullo en el tiempo detenido de esa foto.
Recuerdo aquella tarde bajo la higuera de la Madrila. Me habías traído en burro, apretada junto a tu pecho. Un cubo de latón colgaba del pozo, y el olor de la higuera se mezclaba con el de tu chaqueta de pana.
Tú fuiste el único abuelo que conocí, y ¡qué poco tiempo tuvimos! Nos dejaste el día que cumplía siete años. Desde entonces, sólo pude conocerte a través de las historias que contaba mi padre.
Fragmentos de una vida reconstruida mientras, despistada de las tareas escolares, miraba por la ventana del aula. Imaginando a esa novia abandonada, subida en la tapia del cementerio, en una noche fría, hasta quedarse muerta. Recreando el cuento, tantas veces pedido, de “Tello, Tello, que nombre tan bello”. O el alambique escondido en la bodega de la callejuela de abajo, entre las tinajas del vino de pitarra. Y, sobre todo, las confidencias de los señoritos del pueblo en tu barbería, la habitación en la que, años después, lloré al mundo por primera vez,
Mi padre rescató tu voz y abrió mi imaginación a ese tiempo de castañas asadas al atardecer, de noches de susurros destilando el aguardiente prohibido.
Cortas pinceladas de un pueblo que nunca fue mío del todo -como tampoco lo fue el otro-, escenas en el lienzo infantil de esa España de familias extensas, de tiempos compartidos en la crianza.
Nuestra foto, abuelo Lucas, en la puerta de la casa donde nací, ha sido mi ancla familiar; el lugar al que regresar cuando, en la adolescencia, buscaba a esa niña perdida entre el pueblo y la ciudad. Hoy sigo orgullosa de poder mirar, con tus chispeantes ojos, entre las tinieblas de mi infancia.

Araceli Broncano Rodríguez
Grupo C


El abuelo

MEDIAOREJA

A mi abuelo lo fusilaron cuando los levantamientos anarquistas de principios de siglo. No sabemos los de que bando fueron, porque el pueblo estaba enclavado en la zona indefinida donde los gubernamentales y las partidas anarquistas campaban sin control entre el vecindario. Tampoco sabemos si fue por una cuestión política, lo que parecía improbable porque el abuelo rehuía a la política como a las víboras, por un tema de tierras y lindes, lo que tampoco encajaba con su carácter poco pendenciero, o por un tema de algún novio resentido, lo que podría haber sido dada la querencia que tenía por las mozas. No sabemos quienes fueron, pero, quienquiera que fuese, sí sabíamos una cosa, tenían mala puntería, porque a mi abuelo solo le dieron en la oreja. De ahí le vino el apodo, “Mediaoreja”, y de ahí vine yo, que si llegan a darle el tiro medio palmo más adentro allí se hubiera quedado en la flor de sus veinte años. Por eso, mi abuelo no fue un abuelo al uso, de los que pasaron una juventud triste, y posteriormente una guerra triste y una postguerra igual de triste. Él decidió que su nueva vida era para disfrutarla, que ya había pasado suficientes penas en la vida anterior. El abuelo que yo conocí era jovial, transigente y socarrón, especialmente con los nietos que cada verano disfrutábamos de la calidez de su casa. Gustábamos de oír las historias que nos contaba, las vividas por él mismo o las trasmitidas de boca en boca dentro de la familia o dentro de la comarca. Así conocimos sus correrías de niño, sus años de seminario, del trabajo duro de segador cuando decidió que la iglesia no era una opción para un mozalbete como él, de los viajes a lomos de mulas y caballos, de que se embarcó como marinero en un carguero griego, de otros trabajos y lugares donde recaló hasta que la abuela le hizo echar el ancla en la hacienda familiar, donde el hombre de mundo se convirtió en un hombre de pueblo. “Mediaoreja” fue capaz de hacer prosperar la heredad de su esposa, dar sustento a su familia y a las familias de los que trabajaban en aquellas propiedades, ayudó a toda la comunidad de labriegos y trajo un aire renovado a la comarca, anclada en el tiempo y las tradiciones que tanto habían servido para vencer el pasado, como empezaban a lastrar la venida del futuro.
El abuelo era un gran hombre y desde niño así lo percibí. Yo me quedaba embobado oyendo sus relatos, asombrado viendo como resolvía problemas propios y ajenos, atónito por su capacidad para relacionarse con hombres y animales. Pero, también desde niño, pude observar como en contadas ocasiones una nube atravesaba sus ojos, su conversación languidecía y las ganas de vivir parecían esfumarse de su ánimo. Por un momento, dejaba de ser “Mediaoreja” y se convertía en un pobre marinero atribulado. Duraba un abrir y cerrar de ojos, pero yo noté desde muy pronto y pude observarlo a lo largo de nuestras vidas. Cuando el abuelo murió se llevó a la tumba el secreto de aquella nube. Yo decidí entonces que en algún momento tendría que desvelar lo que ocultaban aquellos atisbos de una vida desconocida para mí.

LA CASA DEL MAR

Nunca entendí por qué los ojos color avellana del abuelo brillaban cada vez que anunciábamos el viaje a la finca de la playa. Su cara adquiría esa expresión que se le escapa a un niño cuando guarda un caramelo en el bolsillo. La abuela, en cambio, apretaba los labios mientras doblaba las sábanas, marcando cada pliegue con un gesto parecido al arañazo del arado en el pedregal.
La Sultana había sido comprada con monedas de plata y sueños acumulados en puertos lejanos. Cada tablón de su porche guardaba el eco de las olas que el abuelo cruzó en su juventud; cada ventana batida por el viento llevaba escrita en sus grietas la letra pequeña de sus viajes. Aquel terreno junto al mar - primero exiguo como un pañuelo - se fue extendiendo como un manto con el paso de los años. También crecían los silencios incómodos cuando la abuela preguntaba por el coste de mantener esa finca. Ochenta kilómetros separaban aquel refugio, asomado al mar como el puente de mando de un barco, de nuestro pueblo. Para el abuelo debió de ser la distancia exacta entre el deber y el placer.
La finca olía a salitre y a madera vieja. Tenía un porche con hamaca y un cachorro flaco, de hocico inusualmente alargado, que ladraba a las gaviotas. Pachá le llamábamos. Era un animal arisco con todos, excepto con el abuelo. A él le lamía las manos como si manara miel de sus dedos.
El desván de la casa principal, era el reino secreto de mis juegos. Siempre estuve intrigado con el contenido del viejo cofre marinero que el abuelo guardaba bajo llave. Una vez, cuando tenía doce años, lo encontré entreabierto. Dentro solo había un mapa del Mediterráneo oriental marcado con una cruz roja cerca de Beirut, un rosario de cuentas de ébano y un mechón de pelo negro atado con una cinta azul. Cuando le pregunté al abuelo, se limitó a decir: “Son recuerdos de un naufragio, nieto", lo volvió a cerrar con llave, y cambió de conversación.
La finca estaba atendida por Làmia, una mujer libanesa que según el abuelo era viuda de un marinero gran amigo de sus correrías juveniles. Tenía un hijo, Karim, al que nunca veíamos porque estaba interno en un colegio - estudios que el abuelo costeaba como reparo a una vieja deuda con su difunto amigo -. Làmia estaba especialmente orgullosa de un granado que crecía junto al pozo de su casita. Decía que su madre se lo había dado al salir del Líbano: "Las raíces viajan mejor en forma de semilla", solía repetir mientras nos ofrecía sus dulces de agua de rosas.
Cuando estalló la guerra, recorrer aquellos ochenta kilómetros era jugarse la vida. Pero fue precisamente en aquel verano de 1936, poco después de mi primera comunión (que la abuela y mi madre celebraron con un fervor casi militar), cuando supe el porqué de lo que nadie mencionaba pero todos recordaban.
Una tarde, me quedé dormido tras la merienda y desperté con voces ahogadas en la cocina. La abuela hablaba con su hermano mayor, mi tío abuelo Ramón:
“—Decía que iba al muelle a supervisar las capturas de pescado. Pero siempre tardaba dos o tres días y llegó un momento en que me hizo sospechar—le decía a ella, con frases cortadas como con tijeras de podar— No solo mangoneaba mi negocio, también a ella. Todos lo sabíais y callabais. Me di cuenta que hasta mi perra lo sabia. No ladraba cuando él llegaba. Es como si lo esperara siempre. Además, él todavía no salía contigo.
—Pero aún así…¿Cómo pudiste? (dijo la abuela entre sollozos) ¿y los demás?—
Mi tío respondió algo que casi no alcancé a escuchar, al intentar cambiar de sitio para oír mejor, pero su tono me heló la sangre.
—Bueno, me quedan meses y no quiero irme con este peso en la mochila. Él también lo supo o al menos lo sospechó cuando le regalé a Pachá.—
Entonces el tío Ramón se fue y yo baje a la cocina con la excusa de beber agua y vi a la abuela llevarse una mano al corazón, como si algo le hubiera quedado clavado ahí.
Pocos tiempo después, le pregunté abiertamente al abuelo sobre el mote de "Mediaoreja", y si sabía o sospechaba quiénes y porqué habían intentado matarlo. Él, haciendo gala de su humor peculiar (o quizá de su dolor), bromeó: “Quién quiera que fuera ya no está en este mundo o a punto de no estarlo”. “Esto me recuerda que debo hacer testamento... por si la próxima vez me quedo sordo". En esta ocasión su risa no me sonó tan natural como de costumbre,
Poco después el abuelo, efectivamente, hizo testamento. En ese documento, dejaba en usufructo vitalicio la casa de guarda: a "la viuda de mi amigo". La abuela comentó que la bala le había arrebatado media oreja, pero su recuerdo se había llevado el poco sentido común que le quedaba al abuelo, y desde entonces su carácter se fue agrietando, como la corteza del granado en invierno.
En aquellos veranos, Làmia, se ponía sobre su cabeza un precioso pañuelo ricamente bordado en tonos rojos y me enseñaba palabras en árabe, cuando nadie nos veía. "Hablar otro idioma es como añadir otra vida a la propia. Puedes vivir tantas vidas como idiomas conozcas “, me decía mientras señalaba el horizonte marino. Una vez me confesó: "Tu abuelo salvó muchas almas en Beirut... aunque quizá perdió la suya".
El abuelo contrarrestaba el silencioso enfado de la abuela con una dicharachera alegría. A pesar de las dificultades de la posguerra, nunca dejamos de veranear en La Sultana. Hasta que un día, simplemente, él ya no estuvo.
Años después, apareció en la finca un hombre alto y moreno que traía de la mano a un niño. Tras hablar largo rato con la abuela y mis tías, les entregó un sobre amarillento. Al salir de la casa se acercó a mí:
—Hola, soy Karim —dijo, mientras los demás discutían dentro—. Mi madre me contó que por aquí había un granado. ¿Sigue ahí?
Señalé el árbol torcido junto al pozo. Sus ramas, cargadas de frutos, se mecían con el viento como si saludaran a alguien que solo ellas reconocían.
Karim sacó entonces una foto antigua, rasgada por su mitad, en la que aparecía una preciosa joven: reconocí al instante el primoroso pañuelo bordado, que yo recordaba de mis clases veraniegas de árabe:
—Ella trabajó aquí. Quería que mi hijo viera este lugar. A mí nunca me envió fotos...
El niño, molestado por una avispa, comenzó a llorar. Fue entonces cuando noté que ambos tenían ojos color avellana que me resultaban familiares.
Pachá, ya casi ciego, se acercó renqueando a olfatear a los forasteros. Y entonces, por primera vez en una década, el perro comenzó a menear la cola como si hubiera reconocido el olor perdido de los tiempos felices.

Manuel Medarde / Carlos García Riesco (Calgari)
Grupo A


Esencia de abuela

Abuela, ¿me escuchas?.
Desde el otro lado de la frontera, quiero que me digas, por qué la memoria me impide recordarte, y solo me queda tu aroma. Ese olor del paso del tiempo, que te distingue entre millones de abuelas del mundo.
Tu casa olía a humareda de arenque, porque el abuelo, quemaba cada segundo de su vida, entre visillos amarillos y mesa de mármol empañado. Perfume de leche y pan de hogaza, de pescadilla rebozada y salidas al fresco, con las vecinas de efluvios "Heno de Pravia" y aderezos de "Varón Dandy" los domingos antes de misa.
Tardes de jabones de sosa, concentrados de aceites esenciales, amaderadas con toques de alcanfor.
Una luz ámbar, atomizaba tus pupilas diminutas de iris de mar. Y tus neuronas desgastadas por tiempos de luchas y guerras, eran esencia de alambiques.
En tu matraz de orgullo, donde la memoria, se confunde con la penumbra, fuiste tejiendo sabiduría y extendiendo mikados de almizcle y azahar.
Cuando tu respiración se entrecortó relajada, mezcla de bergamota, miel y ámbar, tuve la certeza de que tu fragancia, se disparaba volátil, extendiendo toda tú, esencia de lavanda, romero y menta, entre mi corazón, y te retuve, así por siempre jamás.

GuADA
Grupo C


Querido abuelo:

Escarbó con sus manos la cuneta,
soñaba poder darte sepultura,
el pueblo lo tildaba de locura,.
solo tuvo mi apoyo... Soy tu nieta.
Dar con tus huesos fue toda su meta,
la gente no entendía su amargura
ni la pena enredada a su cintura,
le decían que estaba majareta.
Vinieron a buscarte por la noche,
te llevaron a rastras, ¡Qué canallas!
Tu delito: clamar contra la guerra.
La abuela se ha marchado a medianoche...
Me pidió que ganara sus batallas
y aquí estoy, con las uñas en la tierra.

Aurora Zarco
Grupo B


Edades y otros cuentos
El aire rejuvenece con el paso del viento

La vida es un regalo envenenado
con un final por determinar
de camino perdemos el camino a menudo
sobre todo al recordarlo
no hay registro menos fiel
que la memoria
es mejor para no engañarse
saber que recordamos vagamente
o que olvidamos con sospechosa precisión
casi siempre a gusto del consumidor
la memoria ni se crea ni se destruye
sólo se transforma
la historia humana siempre se está reescribiendo
pasado presente y futuro
renglones torcidos entre la niebla
lo único cierto cuando pensamos en el tiempo
es que cada vez queda menos
primera segunda tercera
edades
incluso cuarta y nos prometen más
los vendedores de crecepelos
curalotodos bálsamos fuentes
de la eterna juventud
engañifas de charlatanes de feria
Rasputines varios
porque inevitablemente el cuentakilómetros avanza
hacia el cero absoluto
pero nada está perdido
mientras podamos contarlo
alegrías penas amores soledades
nuestras pequeñas historias sinuosas
tienen de todo con un poco de suerte
el rastro es borroso siempre
en todas direcciones
aunque a veces tengamos el espejismo de la certeza
y la vida nuestra vida
esa es la gran verdad
es una historia un cuento
y esto no es necesariamente triste
que siempre acaba mal
punto final
Cómo no inventarse
otros cuentos.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Carta a la nieta que nunca tendré

Querida Tristesse, esta noche te escribe tu abuela Esperanza, desde algún lugar de esta nuestra querida España, en donde me he refugiado desde hace tantos años.
Siento mucho, mucho no poder haberte conocido jamás, no haberte abrazado el día de tu nacimiento, que nunca llegó, ni haber asistido a tu bautizo, ni a tus primeros cumpleaños, ni a verte dar tus primeros pasos, mucho menos asistir a tus primeras funciones de ballet en los teatros de nuestra querida y lejana Guadalajara.
Lamento mucho que nunca me hayas conocido, que no hayas heredado ni mi pelo, ni mi nariz, ni mis ojos, ni mis pies, ni nada de mí. Que nunca hayas oído hablar de tu bisabuela Constanza, ni, mucho menos de tus dos tatarabuelas María Magdalena, ni María Sanjuana. Una pena, una pena que no hayas nacido nunca de tu madre, a quien tantas, tantas veces soñé entre mis brazos, tu madre Mariángela que, como tú, nunca nació.
Es muy doloroso para mí hoy tenerte que pedir perdón por nunca haber sido lo suficientemente valiente como para traer al mundo otra vida, cargarla en mi vientre, alimentarla de mi sangre y defender el derecho a la existencia con uñas y dientes…Ya lo ves querida mía, siempre he sido una cobarde, ya lo ves.
En fin que, niña mía, hoy te abrazo a la distancia y te pido un recuerdo para esta tu abuelita Esperanza que siempre, siempre te piensa y pide por ti, para que sobrevivas a tanto y tanto y para que puedas llegar a la mayoría de edad en medio de ese nuestro convulso país.
Te quiere, te piensa, te sueña, tu abuela, esa que nunca pudo concebir a tu madre y nunca llegó a mirarse en tus bellos ojos.

Esperanza García
Grupo A


Soñando

Mi queridísimo nieto,

Quiero que sepas que llegaste en un momento especial, tanto que igual el destino no había previsto que te viera , pero igual sí.
Me anunciaron que ibas a llegar en pocos meses y llegaste, sí, llegaste.
Llegaste para sentirme más firme en mis convicciones de justicia, honestidad y firmeza ante la adversidad , para poder transmitirte cuando pudiéramos comunicarnos si es posible , ya pronto , conversaciones que no pude tener con mis hijos porque entonces era todavía joven y vivía muy rápido, con prisas pero con las mismas convicciones.
La importancia de parar, pensar, reflexionar, porque se ha perdido con las prisas este espacio de sosiego tan necesario para el crecimiento sin percentiles.
Mi nieto es muy listo, tiene un buen trabajo, viaja mucho, oigo a menudo, pero pocas veces oigo , mi nieto es muy feliz.
Quisiera darte la varita mágica para llegar a ese estado que todos quieren llegar y pocos lo consiguen, No se trata solo de suerte, sino de perseverancia, perseguir los sueños, y sentir la fuerza de haberlo conseguido.
Vives lejos pero mi varita llegará donde estés , te escribiré cartas para decirte todas estas cosas y otras más con el lenguaje más sencillo, el más simple, los besos , abrazos y la ayuda y el apoyo permanente para dejarte libre pero atado al cariño de tu querida “ amama”.

· * Amama: abuela en euskera

Carmen Lazcano
Grupo B


En mi recuerdo

Queridísimos Abuelos:

Emiliano y María, Carlos y Maximina.

No sé cómo empezar mi carta, pues hace tanto tiempo que ya no estáis entre nosotros, que me cuesta encontrar las palabras adecuadas para presentarme como aquella nieta que a penas conocisteis por haber nacido la última, casi cuando no se me esperaba. A pesar de que pasamos pocos años juntos, debido a que el tiempo inexorable se encargó de ello, me habéis dejado una huella indeleble en mi memoria y un gran recuerdo en mi corazón, alimentado por mis padres que, con sus relatos, me transmitieron vuestro legado y vuestra historia, hasta el punto de que creo conoceros como si hubieseis estado presentes en el discurrir de mis días, sobre todo de mi feliz infancia.
Abuelo Emiliano, padre de mi padre y hombre de grandes valores. Dejaste siete hijos a pesar de morir muy joven. No tuve el privilegio de conocerte, pero sé tantas cosas de ti que mi padre me ha contado…siempre admiré tu tesón y tu callado trabajo de ordenanza en la prestigiosa Universidad de Salamanca.
Abuela María, sin darte importancia sacaste adelante a tus siete hijos, viuda y sola. Eres y serás siempre mi gran heroína. Jamás olvidaré como preparabas el café con leche de los domingos, con tres cucharadas de azúcar, que me sabía a gloria bendita. Tuve la suerte de conocerte, de besarte y quererte hasta que tu cabecita entró en una fase de oscuridad y confusión y olvidaste quien eras. Eso nos llenó de pena a todos los que estuvimos a tu alrededor.
Abuelo Carlos, padre de mi madre, contigo pude compartir gran parte de mi infancia. Te recuerdo en casa. Te encargabas de irme a buscar a la salida del colegio y me comprabas una bolita de chicle en el puesto de la señora Aurelia. No se lo podíamos decir a mamá. Ese era nuestro gran secreto. De lo contrario nos echaría una buena bronca y cuando se enfadaba, era terrible la buena de mamá.
Abuela Maximina, eras pequeña de estatura, de pelo canoso y siempre recogido en un moño al que sujetabas con unas horquillas curvas que para mí eran imposibles de manejar y, sin embargo, tenías una destreza inigualable con ellas. Te recuerdo siempre vestida de negro y con una gran toquilla con la que te resguardabas de los rigores del invierno. Siempre estabas dispuesta a presumir de lo listas y guapas que eran tus nietas. Jamás nadie osó decirte lo contrario, no sé si por miedo o por prudencia. “Para eso están las abuelas” - decías con orgullo.
Quiero daros las gracias por haber existido y por haber tenido a esos hijos que, con el paso del tiempo, se convirtieron en mis idolatrados padres e hicieron posible mi aparición en el camino de la vida.
Allá donde estéis, recibid un abrazo lleno de gratitud y cariño de vuestra nieta que os quiere.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Tatarabuelo

­­—Abuelo, ¿Cómo era tu abuelo?
—Uhm…bueno… Un señor de pueblo con traje de pana y boina todo el año.
—¿Qué es pana, abuelo?
—Una tela gruesa y dura, que aguantaba muchísimo.
—¿Y la llevaban siempre, en invierno y en verano?
—Sí, todo el año, duraba mucho y no sobrara el dinero para cambiar de ropa a cada rato, como ahora.
—Pero, si no cambiaban de ropa ¿qué se ponían los días de fiesta o en las celebraciones?
—Es que tenían dos trajes, de pana, por supuesto, uno para trabajar y a diario y el otro para los días de fiesta.
—¡Pues que aburrido! Por lo menos serían de colores divertidos.
—¡Qué va! Uno marrón y el otro negro.
—Pues entonces,…la gorra sería de colores.
—Tampoco. La gorra, como tú la nombras, se llamaba boina y era siempre negra.
—Pues yo visto en algún comic que había soldados con la gorra roja.
—Sería algo sobre los requetés…
—¿Re que qué?
—Déjalo, que esa es otra historia que ya pasó, la boina de tu tatarabuelo era negra, como las boinas de todos los del pueblo.
—¿Por qué usaban boina?
—Porque eran muy listos, así se protegían del sol en verano y del frío en invierno. Además, el abuelo era calvo y un poco presumido, de esa forma se tapaba para que no se viera que le faltaba el pelo.
—Y además de llevar un traje de pana y una boina negra, ¿Qué más hacía el abuelo?
—Un poco de todo. Eran tiempos difíciles y estaban todo el día trabajando o haciendo cosas para sacar adelante la familia.
—¿Qué cosas?
—Cuidar de los animales, por ejemplo del burro y la mula, ir al campo a segar, recoger la fruta de temporada, cuidar del huerto, reparar las herramientas, guardar el dinero y hacer las cuentas, ir al molino, vendimiar, plantar árboles, recoger la miel, podar,…
—Para el carro, que parece que el tatarabuelo fuera Supermán.
—En cierto modo, lo era. Sacó adelante cinco hijos, sin contar los que se quedaron por el camino, y les dio estudios a todos.
—Bueno, como tú con papá y las tías.
—No es comparable. Yo tenía un buen trabajo, en el país había mucha más riqueza y las oportunidades para estudiar eran mejores, especialmente habitando en una ciudad. Viviendo en el pueblo era un sacrificio enorme. Sin contar con que no sabían casi nada de los hijos durante muchas semanas.
—¡Anda ya! ¿No usaban el WhatsApp o el teléfono? ¿No estaban en las redes?
—Entonces no había teléfono, ni smartphones, ni nada parecido.
—Pues vaya un fastidio. Y ¿Cómo hacían para saber si estaban bien?
—Escribir cartas… a mano, por supuesto. Una vez al mes. También por la gente del pueblo que iba y venía a la ciudad o a la capital, y traían noticias frescas de todos los del pueblo que trabajaban o estudiaban por allí.
—Menos al que con la televisión estarían entretenidos. ¿Qué series veían?
—Ja, ja, ja….series, ¡si no había ni televisión! Mi abuelo escuchaba la radio, nunca tuvo televisión, no existía todavía,… ni las series, ni los concursos, ni los “realitis”, solo la radio, que empezó cuando tu tatarabuelo era mayor.
—¡Puff!
—También leía el periódico. Aunque era de un pueblo pequeño, le gustaba estar bien informado de lo que pasaba en España y el resto del mundo.
—Y ¿qué hacían en vacaciones? ¿A dónde viajaban? ¿Iban a la playa.
—Las vacaciones son un invento moderno, casi nadie tenía vacaciones, especialmente si trabajaban por cuenta propia. ¿Playa? La playa la conoció de mayor, cando tuvo que viajar a Bilbao y se acercó a Getxo para ver el mar.
—¿No lo había visto antes? ¿No viajaba mucho?
—Sí que viajó mucho de joven, por cosas de trabajo, pero nunca muy lejos del pueblo. Los viajes eran muy lentos, en caballería o en carruaje, nunca en tren, ni en coche, por supuesto, que todavía no existían por estas tierras.
—Pues vaya un tipo raro tu abuelo.
—No muy distinto de otros muchos.
—Otra pregunta abuelo.
—Todas las que quieras.
—¿Cómo definirías al tatarabuelo?
—Ya te lo dije al principio.
—Sí, ya lo sé,… pero ¿Cómo lo definirías con una sola palabra?
—¡Listo! Sobre todo, mi abuelo era listo, muy listo y, por eso, bastante socarrón.

Manuel Medarde
Grupo A


Nombres huecos

Hola abuelo,
Me gustaría aprovechar esta carta para decirte lo que nunca tuve oportunidad. Dicho así, cualquiera pensaría que te moriste demasiado pronto, y no a orillas de los cien años. Quizás eso es lo más triste: haber tenido tanto tiempo y no haberlo sabido -o siquiera querido- usar.
Y es que, durante gran parte de mi infancia, ni siquiera supe tu nombre: eras, simplemente “el abuelo de Mahón”, de quien recibíamos una llamada por el cumpleaños, una caja de productos menorquines en Navidad y, de vez en años, una visita protocolaria y fugaz.
Cuando nos tocaba el turno de felicitaros, Papá solía decirte que tenías que vernos, a mis hermanos y a mí, peleando por llegar al teléfono y ser los primeros en hablar contigo y con la abuela. Viendo que las conversaciones parecían sacadas del ascensor de una oficina un lunes por la mañana, supongo que sospechabas que era una mentira piadosa, pero siento decirte que no, que era verdad. No por ilusión, claro, sino porque llegar el primero significaba poder gastar los mejores lugares comunes y bajarse en la primera planta con un “bueno, abuelo, te paso con Fulanito, un abrazo”. Como hermano pequeño (y, por tanto, el peldaño más bajo en la escala jerárquica), me tocaba a menudo llegar a la última planta, donde los silencios incómodos me enseñaron demasiado pronto que, igual que ocurre con “casa” y “hogar”, caben mundos en el matiz que separa “pariente” y “familiar”.
Supe tu nombre por casualidad: escuché decir a alguien que eras felicísimo. Probablemente me habría extrañado también que hubieran dicho simplemente feliz, pero el uso del superlativo llevó mi extrañeza al mismo nivel, y quise saber qué maravilloso evento había logrado volver al siempre serio y reservado abuelo en un dechado de alegría. Resultó que ninguno; que naciste un dos de julio y, quién sabe si por esperanza o por desidia, tus padres te asignaron lo que ofrecía el santoral: Felicísimo. Félix para los amigos, imagino.
Sí supe desde el principio, en cambio, que mi abuela -la verdadera- murió cuando Papá era niño, y que Amparo era tu segunda mujer. Por algún motivo, siempre di por sentado que ambos sucesos -viudedad y segundas nupcias- habían sido relativamente cercanos en el tiempo y que Amparo había tenido tiempo de ejercer de madre. Entendí muchas cosas cuando, bien entrada la adolescencia, me sacaron de mi error: os casasteis apenas unos años antes que mis padres, cuando el silencio de tu nido vacío y el de sus santos por vestir os advirtieron de que no ibais a ser capaces de llegar a un pacto honrado con la soledad. Espero, al menos, que su nombre cumpliera donde el tuyo fracasó.
En fin, estés donde estés, te mando un abrazo, abuelo de Mahón. Aunque esa fuera la última ironía: eras de Ávila. A veces, dos medias mentiras no suman media verdad.

A.
Grupo B

Escribir para niños

Hoy, durante la sesión, hemos sido niños por un rato. Hemos recobrado el asombro, la ilusión y la curiosidad y hemos mirado a nuestro alrededor con el único propósito del disfrute. Gracias a Frederick hemos conocido el valor y la importancia de las palabras, los colores y el sol, tan necesarios como el trigo, el maíz y las nueces que los ratones necesitan para pasar el invierno (puedes ver y escuchar el cuento en este vídeo grabado por Ismael Marcos. Ya lo dijo en su día Federico García Lorca en su alocución a sus paisanos de Fuentevaqueros en la inauguración de la Biblioteca de su pueblo natal: "No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos.". Desconozco si Nuccio Ordine leyó en su día el libro de Leo Lionni pero la esencia del ratón Frederick está en su ensayo "La utilidad de lo inútil" donde nos recuerda como son considerados inútiles los saberes humanísticos y, más aún los que no traen consigo un aparente beneficio.

Pero también aprendimos con Selma el significado de la palabra "felicidad". Jutta Bauer, su autora, nos cuenta el día a día de la oveja Selma. Y entendimos que la soledad elegida puede ser una pequeña isla en la que rememorar la amistad o disfrutar de la vida. Sepo y Sapo, dos entrañables personajes de Arnold Lobel, nos lo mostraron.
Disfrutamos con Caperu, la experta en lobos, de la mano de Roald Dahl y Cuentos en verso para niños perversos. Un libro al que al ingenio y el humor de Dahl hay que sumar la excelente traducción de Miguel Azaola.
El lado oscuro nos lo sirvió en bandeja de plata Edwar Gorey con Los pequeños macabros, un catálogo de la "a" a la "z" sobre formas de morir. Tim Burton se considera hijo de este autor que se maneja en el humor negro como pez abisal en lo oscuro. Aquí puedes ver a sus niños macabros en una versión animada.
Gianni Rodari nos enseñó que un error puede convertirse en una historia, o incluso en un libro como El libro de los errores. Como escritores nos interesa la gramática convencional pero también la Gramática de la fantasía.
Antonio Rubio, maestro de maestros y notable poeta, nos acercó a la tradición con sus Versos Vegetales, un libro que no puede faltar en una buena biblioteca. En otro de sus libros nos explica que son los cuentos fórmula y cual es su mecanismo de relojería: "Son pequeños cofres de rico contenido y fácil apertura. Para abrirlos se precisa tan sólo siete pequeñas llaves, siete llaves de cuento". Te invitamos a asomarte a las primeras páginas del libro 7 llaves de cuento, de Antonio Rubio publicado por Kalandraka. Puedes descargar la introducción que verás en la página.
María José Ferrada es una de las voces más sobresalientes en la literatura infantil y juvenil. Ya disfrutamos en el taller su álbum ilustrado Mexique. En esta ocasión hablamos de Niños, un libro dedicado a treinta cuatro niños: treinta y dos de ellos fueron ejecutados por la dictadura chilena y otros dos, desaparecidos. Dice Micaela Chirif en la reseña que hace en la revista Babar: "El libro, con enorme delicadeza, evita narrar las terribles historias de la muerte o desaparición de cada uno de estos chicos. Y si calla al respecto, no lo hace por evadir el espanto y la tristeza sino porque intenta arrancarlos de su condición de víctimas y devolverlos a la feliz normalidad que les fue negada: la observación de las hormigas, la celebración de un cumpleaños, el ocio que permite que la imaginación vague libre y  convierte las nubes en animales blancos."
¿Quién no recuerda a Gloria Fuertes en sus intervenciones en La cometa blanca? La gata chundarata y muchos otros cuentos y poemas formaron parte de nuestra educación literaria y nuestro descubrimiento del pareado y la rima. La oca loca fue el libro que llevamos a la sesión. Puedes descargar y leer una  selección de poemas de ese libro en este enlace.
Y no podía faltar en nuestro decálogo de autores María de la Luz Uribe y su Cuenta que te cuento. Aquí tienes uno de sus poemas más conocidos, "El rey de papel" en la voz de Elena Montes.
Somos conscientes de que faltan muchos grandes nombres en esta selección. Algunos de ellos: Tomi Ungerer, Astrid Lindgren, Maurice Sendak, Erice Carle, María Elena Walsh, Elsa Bornemann, Wolf Erlbruch, Úrsula Wolfel, Jimmy Liao, Suzy Lee, Lewis Carroll, Hans Traxler o Shaun Tan por citar solo algunos. Es tan grande el listado de autores internacionales y de nuestro país que no pondríamos fin a esta entrada de blog.
En la sesión recomendamos la colección Leo, Río, Canto de la editorial salmantina La Guarida. Cinco libros para primeros lectores que toman como referencia canciones de nuestra tradición reescritas por David Hernández Sevillano, ilustradas por Ximena García y cantadas por Chloé Bird. Otra gran editorial salmantina de LIJ es Lóguez con un gran catálogo de publicaciones.


Propuesta de escritura

Recreamos en el taller la propuesta del libro Mi pequeña fábrica de cuentos. Cada participante escribió su historia en cuatro partes pero después hicimos algunos cambios. A partir de esta nueva historia resultante el objetivo era ampliar el cuento. ¿Es una historia que se pueda contar al estilo Roal Dahl, al estilo Gorey o quizá como lo harían Arnol Lobel o Gloria Fuertes?


Y estas son algunas de las tareas recibidas hasta ahora:

Un capitán pirata en un volcán disfruta un cigarrillo

No había naufragado su navío. Peor. La tripulación se había amotinado, al enterarse de que descendía de un guardacostas nada conocido, ni con ningún acto heroico. Eso era indiferente. Su sangre era sucia, pertenecer aunque fuera después de tres siglos a una familia con un agente de la ley y el orden marino era lo suficientemente grave. ¿Y si un día se equivocaba y pagaba la factura de la luz y todo? Porque ya se sabe, nunca podrían fiarse de alguien con un posible instinto legal. Incluso el contramaestre, que era de su pueblo, y con el que iba a robar huevos de gallina a la granja del viejo Eulogio de pequeño, se había puesto en su contra. De hecho, pensaba que nuestro capitán enviaba parte de sus botines a la ONG “Salvemos a los guacamayos uruguayos”. Claro, un buen acto no era digno de un buen pirata. Ser bueno es ser mal pirata, y eso no tiene cabida en un gran barco corsario como “El Avestruz”. El nombre lo habían elegido por sorteo, eligiendo un papelito. La verdad es que no deberían habérselo puesto una noche de “Jueves sin Ron” , porque de todos es sabido que sobrios los piratas no tienen las ideas claras. Pero no sería valiente echarse para atrás en algo tan serio, con lo cual se quedo con el nombre de un pájaro que ni nada ni vuela. Un ave como esa, la avestruz, cuyo acto más conocido era de cobardía. Ellos tan valientes, que atacaban hasta de noche, cuando no se ve nada. Tal vez, por eso una vez apresaron a su propio timonel. Un poco más y se van contra un iceberg. Pero alguien había visto Titanic, y esas cosas, en su bajel no sucedían.
No encontraban donde dejar al peligroso (por lo de su sangre sucia, con un 2% de posible bondad en vena) capitán, hasta que a lo lejos divisó una isla talla “XS”. No había árboles, con lo cual nuestro protagonista no tendría opción de montarse una piragua con la cual huir rumbo a Jamaica, que quedaba a eso de dos horas y media de avión. Tampoco había carretera, así que ni a “dedo” se lo llevaría nadie. Tren tampoco. Todos sabemos que de una isla por carretera o por ferrocarril se escapa. Pero no se fiaban. ¿Y si pillaba alguien fondos de la Unión Europea? Mejor no arriesgarse.
En la pequeña isla había un riachuelo y una tomatera. Así que no caería sobre su conciencia haber dejado a su hasta ahora jefe morir de hambre o sed. Ya está. Entraron a discutir si deberían dejarle acceso a internet. Eso sí que era matarlo. Decidieron que le podían regalar una pequeña televisión con Netflix… ¡Pirateado, nada de internet! Los detalles técnicos se lo dejaron al becario. Llevaba ya 10 años en la tripulación, dentro de 5 podría empezar a participar en los botines. Dominaba francés, griego, italiano, alemán, serbocroata, inglés y algún dialecto birmano. Pero no catalán, con lo cual era dudoso interpreté en el área de influencia europea. Le iban a dar una oportunidad con el castuo. Al fin y al cabo, a Extremadura era tan fácil llegar por tren como por barco…
Con el riachuelo tenía asegurada la electricidad. Paneles solares pasaron de poner. Todos sabemos que las renovables son susceptibles a producir apagones. Luz no le iban a dejar, pero Netflix sí, como hemos dicho. Claro, tenían un problema. La cuenta se la piratearon a un señor de Mataró, con lo cual la configuración por parte del becario era chunga.
Viendo que todo quedaba ya más o menos claro, como, a pesar de piratas de la peor calaña, es decir lo mejor entre bucaneros, le concedieron al desdichado capitán una última voluntad.
Claro, antes de valorar nada, se les presentaba un pequeño dilema… Solo había uno pero… ¿sería peligroso el gran volcán del centro de la isla? En caso de erupción la situación podía ponerse chunga, ya que el centro era crucial. La tomatera quedaba en el Norte, y el riachuelo en el Sur. El tema de la energía geotérmica para ponerle Netflix no lo habían tenido en cuenta porque el becario era receloso de todo lo que fuese un poco caliente.
Consultaron al Instituto Volcánico de los Mares del Sur. Daban erupciones para dentro de dos mil trescientos cuarenta y dos años, aproximadamente. El capitán ya tenía quinientos. Tanto no iba a durar.
Quedaba lo de la última voluntad… El capitán solo tenia una. La típica de cualquier reo a muerte. Pero él tenía concedido el derecho a vivir. El contramaestre dijo que daba igual, que tenía derecho. Así que el pirata pidió un bocadillo de chipirones. Le metieron una colleja. Todos, el primero él, eran veganos. ¿Acaso hasta en eso les había engañado? ¿No era además del descendiente de un guardacostas un peligroso sapiens omnívoro? Castigado sin Netflix, ale. El becario protestó ¿Acababa de desbloquear los puertos del enrutador del navegador de la pichiristuflástica trócola para esto? El contramaestre se comprometió a compensarle con un día de vacaciones dentro de dos años.
Entonces fue cuando el timonel dijo que Jones, el capitán se llamaba así, pero se había acabado lo de capitán así que era Jones, a secas, fumaba desde los tres años. Nadie se acordaba puesto que lo había dejado al embarcarse por primera vez con Jack Sparrow, cuando los piratas tenían honor, y no te dejaban sin cocos en una isla tamaño “XS”. Así que, le dieron un trujas, dos besos cada marinero (le tenían cariño, pero era peligroso no abandonarle así) y adiós muy buenas.
Jones, de profesión capitán pirata licenciado con deshonor, sube a lo alto del volcán y, mientras su amado “El Avestruz” se aleja, un cigarrillo negro disfruta… Mientras sonríe, dejando ver su colmillo de oro, puesto que acaba de ver un bote, con sus remos y todo detrás de una roca. Bien, tiene tiempo para fumar y disfrutar, antes de huir de ese islote XS, y ponerle un correo electrónico desde un ciber a su primo segundo, Jones, capitán de la Marina Imperial, con la carta de navegación memorizada de los próximos dos años del navío. Efectivamente, Jones, el ex-pirata no era de fiar. Era una agente doble del Gobierno de Su Graciosa Majestad.

Javi Martín
Grupo C


En una lejana cueva
estaba una caracola
durmiéndose con la luna
refugiándose en su sombra.
Está tan lejos de casa
que a veces se siente rota
y muriéndose de pena
llora, llora, llora, llora.
Ha llorado tanto, tanto
que sus lágrimas desbordan
y un océano salado
ha crecido entre las rocas.
Un caballito de mar
se la encuentra triste y sola
y sentándose a su lado
le canta una alegre copla.
—No llores más dulce niña
que tu tristeza me ahoga,
deja que seque tus ojos
y te cuide a todas horas.
La caracola le mira
y le pregunta curiosa:
—¿De dónde sales muchacho
y qué haces en esta costa?
Si esta cueva está perdida
y este mar no tiene olas;
es un lago artificial
que he llenado gota a gota
con mi pena en el destierro
y angustia de muchas horas.
—No quiero el mar, ni el paisaje,
que esas cosas no me importan,
quiero bañarme en tus ojos
que son los que me provocan
y quedarme aquí contigo
a salvo de las derrotas.
Y allí viven desde entonces
compartiendo noches locas
en esa lejana cueva
caballito y caracola.

Aurora Zarco
Grupo B


El dromedario Macario

En la ducha un dromedario
que llamaremos Macario
llora y llora
a toda hora
porque está seca la fuente
y es que no hay agua corriente.
Es un desierto desierto,
aquí no hay mar, río o puerto,
sintiéndose solitario,
el cheposo de Macario.
Pero es listo el dromedario
se le enciende la bombilla
y un cubo de agua pilla
llenándolo con su llanto
mientras tanto.
Tiene además buena estrella
porque viene una camella
que enamora al buen Macario,
¡es ella, es ella, es ella!
y le hace este comentario:
-bebe del cubo mi bella
que es agua dulce, mi estrella,
el amor en su porfía
este milagro ha obrado
llenándome de alegría,
ya no estoy desconsolado.
Y va acabando la historia
que conserva esta memoria,
Dromedario y Camella,
ella y él, o él y ella,
buena pareja han formado,
de luna de miel se han ido
a un oasis conocido,
y con el tiempo han tenido
dos hijos, muy buena prole,
¡Ole ole ole ole!,
que la camella ha parido,
un varón al que han llamado
Camedario
y a la segunda han nombrado
Dromemella
¡es tan bella la doncella!
Y este asunto jorobado
ha pasado a ser comedia,
porque tiene Camedario
y lo mismo Dromemella,
cada uno: ¡joroba y media!

Ignacio Aparicio
Grupo A


El abuelo Gregorio

El abuelo Gregorio no era de cantar. Pero un día conoció a unos señores que formaban parte de un coro. Se los encontró cuando paseaba por la orilla del rio. Estaban ensayando, sacando sus voces a pleno pulmón. Le pareció una extravagancia que personas mayores entonasen sus trinos en plena calle. Como no estaba acostumbrado a tales demostraciones públicas, no le pareció nada bien que le estuviesen molestando con semejantes gorgoritos. Él había ido al parque a estar en silencio a escuchar el rumor del agua y no los alaridos de unos Pavarotti cualquiera.
El abuelo Gregorio tampoco era de contemporizar. Por eso les increpó al pasar por su lado: “Estáis espantado a los pájaros — les dijo de forma abrupta—, su sonido es mejor que el vuestro”.
La coral, por su parte, se lo tomó a risa y le dio la razón. “Que acertado está usted amigo —dijeron casi al unísono—, por eso ensayamos y ensayamos a ver si conseguimos hacerlo medianamente bien”.
A las primeras palabras entre ellos siguieron otras más amables y se repitieron en muchas ocasiones. Un día el barítono no pudo acudir a la cita por su afección de garganta. Aún no sé cómo, pero le convencieron para que hiciese de suplente, puesto que ya conocían su voz grave y profunda. Hoy, en la orilla del rio, el abuelo Gregorio canta con los amigos.

M. Maximina Moreno
Grupo B


La aventura del topo Maroto

Hacía rato que reinaba la calma. Las paredes del túnel ya no vibraban y el olor a humanos estaba desvaneciéndose. Tal vez había llegado el momento de arriesgarse a romper la pared y entrar en la biblioteca. Maroto lo tenía todo preparado; el abuelo Matías le había dejado su potente lupa, Cintia le había recortado la melena a mordisquitos y mamá Luisa le había prestado su bolsa de la compra.
Rascó con todas sus fuerzas, el polvillo rojo y blanco que caía le confirmó que ya estaba agujereando la pared. Tímidamente, asomó el hocico.
-Perfecto- se dijo-, no hay humanos en la sala.
El olor a libros asaltó su hocico. Era un aroma profundo y denso, guardado en su memoria desde que el abuelo Matías le enseño su tesoro, un libro que había encontrado en el huerto del señor Andrés, medio tapado por una frondosa mata de tomates.
Maroto no podía perder tiempo. Necesitaba encontrar, antes de que amaneciese, una explicación a lo que le atormentaba. Estaba harto de su larga melena, siempre enredándose entre las raíces. Y lo peor era lo que pesaba, le hacía quedar atrás en todas las expediciones para abrir nuevos túneles.
Nadie sabía por qué le crecía y crecía el pelo en su cabeza. Desde el mismo momento de su nacimiento, su madre había notado que era especial. Notó como sus ojitos se movían incesantes bajo la membrana transparente que los cubría, como levantaba el hociquillo con un interés que nunca había visto a otros topitos recién nacidos. Y luego esa cosa asombrosa que empezó a crecer y crecer en su pequeña cabeza, unos pelillos negros muy raros que destacaban en su piel rosada.
Mamá Luisa esperaba que fuese una rareza de las que ocurren al nacer y luego desaparecen. Pero no. A Maroto el suave y aterciopelado pelaje paardo, propio de los topos, le fue cubriendo todo el cuerpo, y los pelillos de la cabeza se convirtieron en una hermosa melena negra muy favorecedora.
Toda la comunidad iba a visitar a la familia. Mamá Luisa estaba orgullosa de ser tan famosa. Sin embargo, a medida que pasaron los meses y Maroto se convirtió en un apuesto adolescente, las cosas fueron cambiando. Su melena era un inconveniente, la tierra se quedaba entre sus cabellos, y con frecuencia había que cortarla cuando se enredaba con las raíces. Sus amigos empezaron a llamarle el Tardón, y Maroto sufría porque, aunque era el más rápido en detectar las lombrices más sabrosas, nunca llegaba a tiempo para cazarlas.
Después de mucho cavilar, se decidió a hablar con el abuelo Matías, el más sabio de toda la comunidad, el Castaño. Matías era el único que sabía interpretar el significado de esos dibujos tan raros del libro que encontró en el huerto del señor Andrés.
-Abuelo Matías, vengo a exponerle mi caso. Nadie sabe por qué a mí me crece una melena. Y ello no me disgustaría si no fuese por lo que me pesa y se me enreda.
-Conozco tu caso, Maroto y he pensado mucho en ello. Tengo un plan -le dijo el abuelo Matías-. No lejos de nuestro castaño hay un edificio, que se llama Casa de las Conchas, lleno de libros. Como sabes, esa cosa que me encontré olvidada en el huerto del señor Andrés. Allí seguro que podrás encontrar la solución a tu problema.
-¡Ay, qué alegría, abuelo Matías! Estoy dispuesto a hacer lo que sea -dijo Maroto.
-Pues vas a tener que hacer mucho, jovenzuelo. Primero tendrás que aprender a leer, algo que a mí me ha costado mucho tiempo, pero que a ti te será más fácil por lo listo que he visto que eres. Luego tendrás que hacer un túnel hasta la biblioteca de la Casa de las Conchas y, por fin, encontrar algún libro que de alguna solución a tu problema.
-Sí, sí, no me importan las dificultades. No creo que sea más duro que soportar el peso de tanta tierra enredada en mi melena.
Enseguida se corrió la voz en la comunidad, y muchos se ofrecieron a ayudar a Maroto en su aventura. En poco tiempo consiguieron abrir el túnel hasta la Casa de las Conchas. Ahí, el abuelo Matías dijo que había que dejar que Maroto cumpliese solo su propósito. Confiaba mucho en él, y no se equivocó cuando le dijo que aprendería rápido a leer.
Y allí estaba él ahora. Traspasada la pared, Maroto se encontró en una sala inmensa llena de estanterías con libros a rebosar. Buscó entre los libros que describían la vida de los topos, en los de roedores y animales bajo tierra, incluso en los de rarezas de la naturaleza. Recorrió pasillos y pasillos, pero nada, no encontraba ningún libro que pudiese ayudarle.
Ya amanecía, notaba el olor del día que se acercaba. Tendría que irse antes de que llegasen los humanos.
Y de pronto, cuando ya iba de camino al túnel, lo vio: Peinados en la antigua Roma. Su corazón empezó a palpitar con velocidad. Su cuerpo era puro temblor. Maroto sacó la lupa. Sí, ahí estaba la solución, ese moño trenzado sobre la cabeza.
-¿Cómo no se me había ocurrido antes? -pensó-.
No había tiempo que perder. Tiró los libros del primer estante para hacer una escalera, y con sus fuertes patas delanteras, cogió el libro, lo metió en la bolsa de la compra de mamá Luisa y corrió todo lo que pudo hasta el túnel. Alguien estaba entrando en la biblioteca.
Con mucho esfuerzo consiguió arrastrar la bolsa de mamá Luisa, con su preciada conquista, hasta el ancho túnel al que daban las madrigueras, la plaza en la que solían reunirse para compartir las alegrías y las penas las familias de la comunidad El castaño.
Cuando llegó estaba vacía. La noche había sido ajetreada no sólo para él; todo el mundo se había ido a descansar.
Maroto estaba desfallecido. Respiraba con dificultad y le dolían hasta los bigotes del hocico. Se tumbó, y rápido, se quedó dormido.
Cuando despertó estaba rodeado. Topos de todas las edades se habían reunido y miraban extasiados el libro que Maroto había traído. Mama Luisa no cabía en sí de orgullo, se acercó a Maroto y le frotó el hociquillo con el suyo.
-Maroto, ¡qué valiente has sido!, ¡lo has conseguido! -dijo mamá Luisa.
El abuelo Matías se hizo paso entre los demás topos.
-Vamos a ver qué dice ese libro. Vaya, vaya. Así que un moño. Y nada menos que un moño romano. La verdad es que es una buena solución. Abramos el libro para conocer cómo hacer ese precioso moño.
Y levantó el libro para que toda la comunidad pudiese ver el moño trenzado de la portada. Las paletas de todas las patas delanteras sonaron como nunca. Algunos jóvenes empezaron a cuchichear; les estaban entrando ganas de visitar aquel asombroso lugar llamado Casa de las Conchas. Y miraron al abuelo Matías. Él sabía que pronto le pedirían que les enseñase a leer. Una amplia sonrisa se dibujó bajo su viejo hocico.

Araceli Broncano Rodríguez
Grupo C


Soñando con las estrellas

En el jardín había una rosa bellísima, color lila, muy pálida.
Esta bella rosa albergaba el hogar de un diminuto ratoncito, con el pelaje gris y unas enormes orejas color de rosa, como su naricita. El ratoncito era tan, tan pequeño que podía vivir en la rosa, entre sus ramas, entre sus hojas y sus pétalos, sin doblarlos, sin dañarlos.
Cada noche, yo salía a ponerle, al lado de la rosa, pedacitos de pan y de queso para que se alimentara, y lo bauticé con el nombre de Segismundo, sí, así, Segismundo, como el creador del psicoanálisis.
Un día, Juanita, mi perrita Cocker Spaniel, negra, de largos y rizados cabellos, descubrió a Segismundo posado sobre su rosa color lila pálido ¡Vaya lío que se armó!...
Mi madre lo miró y entró en pánico, gritaba desesperada, Chabelita, nuestra asistente del hogar, la escuchó desde el zaguán, donde se encontraba, y corrió a la cocina por una escoba, con verdaderas intenciones asesinas. Yo, al mirar esa escena espantosa y decidida a salvar la vida de Segismundo, tomé la rosa entre mis manos y corrí, corrí y corrí, salí de casa y llegué hasta un prado en el parque, en donde Segismundo pudo saltar entre los arbustos y evitar la muerte por escoba
Nunca más lo volví a ver, ni supe de su paradero, ni de su suerte.
Ojalá que se haya salvado, que haya tenido una larga y dichosa vida y que haya seguido soñando con las estrellas cada noche como, yo sé, que lo hacía.
Segismundo miraba al cielo desde los pétalos de su rosa color lila pálido, alzaba su cabecita y entornaba sus grandes ojos de enormes pestañas al cielo y soñaba con las estrellas, después de cenar los pedacitos de pan y queso que yo le arrimaba cada noche y él esperaba paciente.
-Ojalá, ojalá Segismundo hayas tenido una buena vida y hayas encontrado otra rosa donde vivir y desde donde mirar las estrellas y soñar con ellas. Yo te recordaré siempre, entre los pétalos de tu rosa color lila pálido, soñado con las estrellas

Esperanza García
Grupo A


La canción del barquero

En un barco de colores
fabricado con maderos
con el día en sus albores
viene cantando el barquero.

Remando con mucho brío
dichoso está en sus labores,
que ejerce con viento o frío,
con lluvias o con calores.
saturado de rocío
o de insectos voladores.

Este viejo marinero
solo tiene un desafío.
Por cada orilla al pasar
las va sembrando de flores
y recoge los dolores
que en la margen pueda hallar.
Los guarda en sacos de amores,
que nadie pueda burlar,
y los retiene bravío.
Sortea raudo el bajío
del torrente y al bogar,
da alas a su navío
y al desembocar el río
los tira al fondo del mar.

Calgari
Grupo A


El mar de los tres colores

En un rincón escondido más allá del horizonte, existía un mar al que era muy difícil llegar ya que no figuraba en los mapas ni en cartas de navegación.
Allí vivía Flappy el más pequeño y especial de una gran familia de delfines, pero pronto demostró que no era como sus hermanos, que solo pensaban en jugar con las olas y perseguir a las gaviotas. Flappy era reflexivo, muy curioso y con un gran espíritu aventurero. Siempre se había preguntado por qué el mar tenía esos tres colores: azul, verde y plata hasta que un día, decidió descubrir ese misterio que tanto le intrigaba.
Así fue como una mañana se sumergió hasta el fondo del color azul y encontró a una centenaria tortuga marina a quien preguntó el significado de ese color. La sabia tortuga le respondió que allí se encontraba la serenidad y la armonía y cuando tuviese necesidad de ellas, podía ir allí a buscarlas.
Por la tarde, decidió visitar la franja de color verde. Miles de algas de todas las tonalidades le abrazaron y le mostraron una hermosa y milenaria danza. Un caballito de mar le explicó que allí estaba el origen de la vida y la alegría.
Por la noche, volvió a sumergirse en la última franja que le quedaba de explorar. Allí se encontró con un mar de coral que la luna cubría con un manto plateado y, era tal su efecto mágico, que producía una agradable sensación de descanso y relajación e inducía a un sueño profundo y reparador.
El dulce sonido de una caracola lo despertó y recordó, de pronto, que sus hermanos le estarían esperando en el acantilado para comenzar un nuevo día de juegos, gritos y aguadillas. Anhelaba contarles todo lo que había descubierto y visitar con ellos esos lugares tan maravillosos, llenos de magia y que solo él conocía.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Cuento a un niño

Erase una vez una niña muy muy miedosa. La niña se hizo muy mayor, creció y se fue a vivir a una casa al campo con un jardín muy peculiar , en el que había muchas piedras, lisas , redondas, con formas y piedras que había ido coleccionando, piedras que habían cogido sus hijos cuando sus hijos eran pequeños, y al final las piedras fueron sus compañera, cuando salía al jardín. Todas le traían un recuerdo agradable.
A aquella niña de nuestra historia también los animales le daban miedo, solamente se libraban de su miedo las lagartijas, que siempre le parecieron sus amigas inofensivas
El jardín de su casa era tan particular que había más piedras que flores.
Además de las piedras de su moderna casa , un niño llamado Nico, su nieto, de vez en cuando llegaba a esa casa y descubría lagartijas asomándose entre los pedriscos.
A Nico le gustaba ese jardín, corretear y descubrir las lagartijas, pero solo una se hizo su amiga , le llamó Linda.
Siempre que iba a ver a su abuela le preguntaba¿ sabes donde está Linda?
¿Por qué hay tantas piedras aquí en esta casa abuela?, y ella le respondía mientras recorrían de la mano aquel lugar mágico,
Aquí se esconden los pequeños animales como Linda de otros como culebras, gatos que pueden hacerles daño.
Se esconden y están a salvo.
Un día, una piedra muy particular para la abuela, pintado de colores del arco iris, y que llevaba con ella mucho, mucho tiempo la abuela había enseñado a su nieto como” su tesoro” , desapareció y Nico muy triste se sentó en lo alto de una roca y desde allí la pequeña Linda salió a buscar el pequeño tesoro y lo encontró.
La lagartija, se estiró, guiñó un ojo a Nico para decirle
Misión cumplida

Carmen Lazcano
Grupo B

El odio

No es fácil hablar sobre el odio, un sentimiento que, por desgracia, practica mucha gente y que además lo exhibe en sus redes sociales.
Mucho más difícil aún fue hablar del libro que con dicho título, y después de una gran polémica, finalmente no publicó la editorial Anagrama. 
Luisgé Martín quiso emular a Emmanuel Carrére y su novela El adversario o a Truman Capote y su A sangre fríaambos libros publicados en la editorial Anagrama, pero su intento no vio la luz. 
Fueron muchos los lectores a los que la noticia de la posible publicación de un libro sobre José Bretón, les produjo un enorme desasosiego. Sobre todo a la que fue su pareja, Ruth, madre de los niños asesinados por él. También fueron muchas las librerías dispuestas a no vender la novela si finalmente se publicaba. Muchos lectores, escritores y bibliotecarios, incluso, estaban dispuestas a boicotear a la editorial y no volver a comprar un solo libro de su catálogo. Quizá fueron estas razones, las comerciales y las deontológicas, las que paralizaron la comercialización de El odio. Un libro que generó odios en el mundo editorial y que sembró vientos y tempestades entre quienes defendían la libertad de creación y expresión y quienes se acogían al derecho al honor y la intimidad de los niños asesinados y de la madre, a quien ni el escritor ni la editorial se dirigió en ningún momento para explicarle y advertirle de su publicación. 



Aunque legalmente el libro pudo publicarse, tras la interposición de una denuncia de Ruth y el dictamen de un juez, la editorial creyó conveniente no hacerlo. En la sesión analizamos los testimonios de muchas de las voces (escritores y periodistas, fundamentalmente) que se pronunciaron sobre la polémica. Muchos de esas opiniones fueron recogidas por Pablo R. Suanzes en su excelente blog Maven Trap. El objetivo: entender qué llevó a Luisgé Martín a hacer el libro. ¿Fue realmente el deseo de comprender los mecanismos del odio en un asesino? Su objeto de escritura se convirtió en obsesión y también el contacto con Bretón con el que intercambió más de sesenta cartas y algunas conversaciones telefónicas. Quería tener únicamente su testimonio y eso le llevó a no dar voz a la víctima y sí en cambio al asesino, sobre el que dictaba una condena de no tener ningún vínculo o contacto con Ruth. 
Recomendamos, por lo que nos atañe como escritores, el artículo de Elizabeth Duval titulado "La ética de reescribir vidas ajenas" publicado en Kaminker.
Conscientes del interés que siempre ha existido en nuestro país sobre la crónica negra y atentos a la cantidad de público que arrastra el denominado "true crime" tratamos de conocer un poco más este género y analizar, a partir de la opinión de un experto, donde situar los límites en la escritura. La ficción no nos causa problema, son muchos los libros que y proponen historias de crímenes, asesinatos y holocaustos -muchos movidos por el odio- pero cuando el relato se acerca a la realidad y la reproduce sin cierta reelaboración literaria todo resulta más complejo.
Recomendamos la entrevista a Carles Porta, el rey del "true crime" titulada "No hay guionista que pueda superar la realidad" publicada en el Huffpost.

Y sembramos aquí el poema "El odio", de Wisława Szymborskak, traducido por Abel Murcia y Gerardo Beltrán, que nos sirvió para ir entrando, como en el mar, en el corazón de la palabra odio y que sirve de inspiración para el propósito de escritura:

Miren qué buena condición sigue teniendo
qué bien se conserva
en nuestro siglo el odio.
Con qué ligereza vence los grandes obstáculos.
Qué fácil para él saltar, atrapar.

No es como otros sentimientos.
Es al mismo tiempo más viejo y más joven.
Él mismo crea las causas
que lo despiertan a la vida.
Si duerme, no es nunca un sueño eterno.
El insomnio no le quita la fuerza, se la da.

Con religión o sin ella,
lo importante es arrodillarse en la línea de salida.
Con patria o sin ella,
lo importante es arrancarse a correr.
Lo bueno y lo justo al principio.
Después ya agarra vuelo.
El odio. El odio.

Su rostro lo deforma un gesto
de éxtasis amoroso.

Ay, esos otros sentimientos,
debiluchos y torpes.
¿Desde cuando la hermandad
puede contar con multitudes?
¿Alguna vez la compasión
llegó primero a la meta?
¿Cuántos seguidores arrastra tras de si la incertidumbre?
Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo.

Talentoso, inteligente, muy trabajador.
¿Hace falta decir cuantas canciones ha compuesto?
¿Cuántas páginas de la historia ha numerado?
¿Cuántas alfombras de gente ha extendido,
en cuántas plazas, en cuántos estadios?

No nos engañemos,
sabe crear belleza:
espléndidos resplandores en la negrura de la noche.
Estupendas humaredas en el amanecer rosado.
Difícil negarle patetismo a las ruinas
y cierto humor vulgar
a las columnas vigorosamente erectas entre ellas.

Es un maestro del contraste
entre el estruendo y el silencio,
entre la sangre roja y la blancura de la nieve.
Y ante todo, jamás le aburre
el motivo del torturador impecable
y su victima deshonrada.

En todo momento, listo para nuevas tareas.
Si tiene que esperar, espera.
Dicen que es ciego. ¿Ciego?
Tiene el ojo certero del francotirador
Y solamente él mira hacia el futuro
con confianza.



Propuesta de escritura

¿Te atreves, como hace Wislawa Szymborska, a definir el odio? Puedes hacerlo con un patrón lógico, a modo de breve reflexión o ensayo, o sirviéndote de metáforas, comparaciones y otros recursos literarios.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Odio y religión

El odio con religión ha numerado algunas páginas de la historia.
El mero hecho de odiar no genera ningún daño más que al que odia, el odiado no siente nada, pero puede llegar a notar las consecuencias de este odio, como en el caso que revisamos a continuación.
Miguel Servet nació en Aragón, y fue el primero en escribir en el siglo XVI lo siguiente: “ninguna autoridad eclesiástica o civil tiene derecho a imponer sus creencias, ni a limitar la libertad de cada uno a tener y exponer las propias”.
Descubrió la circulación menor. Escribió un Tratado sobre la elaboración y acción de los jarabes.
William Harvey fue el de la circulación mayor, pero esto ya me está desviando del tema.
Además de la medicina. Le encantaba la teología. El muy iluso pensó que iban a aplicar con él aquel dogma que describo en las líneas anteriores. Desde que publicó:” De los errores acerca de la Trinidad”, fue perseguido a muerte por todas las religiones. Fue condenado a muerte por la Inquisición francesa, de la que afortunadamente logró escapar. Quiso refugiarse en Ginebra con los calvinistas, y este fue su gran error: fue condenado a muerte en la hoguera.
Camino del patíbulo, pidió que le cambiaran la muerte por el acero, porque aquel era un sufrimiento mucho menor. No solo no le hicieron caso, sino que pusieron leña húmeda para que la muerte fuese más lenta, y así prolongar su agonía, que llegó a ser de más de dos horas. A su lado, también quemaron la mayoría de sus obras. Para colmo, al lado de la hoguera, hubo aplausos por parte de algunos fanáticos.
Uno de los testigos de tan desgraciado acontecimiento., criticó la actitud de Calvino con la frase siguiente: “Hominen occidere non est doctrina tueri, sed est hominem occidere”. “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”.
Cuando los genoveses mataron a Servet, no defendieron ninguna doctrina, lo que hicieron fue matar a un hombre.

José Luis Fonseca
Grupo A


El odio

El odio es un canasto donde ponemos la inquina
que tú y yo y los otros hemos ido erigiendo.
La urdimbre es de afrentas, desmanes, arrebatos,
luciérnagas oscuras, negras lágrimas.

Lo vemos también brotar como una planta,
en campos destinados a otros usos.
Un fertilizante diabólico lo abona
y convence al labrador de su cultivo.

Se deja deslizar, sombría serpiente verde,
infectando con su infamia el río de la vida,
de inmundicia letal, de horrenda enemistad,
de aversión feroz, sañuda.

Desbocado alazán de apocalipsis,
una vez suelta la rienda que lo ataba,
galopa destruyendo con ahínco la inocencia.
O el mal. A él le da igual. No hace distingos.

Se adapta con gran facilidad a nuestro ser.
¿Será que lo echábamos de menos?
¿Cómo, si no, le es tan sencillo acomodarse?
Ni demostrar elocuencia precisa para hacerlo.

Con gran facilidad convence
de que justo odiar, que incluso es necesario.
¿Cómo si no, podrás tú defenderte, te explica,
de la furia que, en tu contra, despliega el enemigo?

A veces, ni siquiera necesita la pasión para ofrecerse.
Le basta con adoptar la forma de común costumbre:
yo odio, tú odias, el me odia a mí,
que soy tan bueno. A mí, que no me lo merezco.

Cuando odio yo, es fecunda venganza
Cuando soy odiado, es la pura maldad
la que sojuzga al odioso ser que
me odia tanto, y que yo tanto aborrezco.

Carlos Coca Senande
Grupo A


El odio

Odio encendido,
odio apagado,
odio en las calles,
odio en las casas,
odio en las redes,
odio en los estadios.
El odio se amortigua
detrás de la ventana;
donde el amor se hace fuerte
y el desamor se tambalea.
Odio en los ojos
amor en los labios.
Nos queda la esperanza
a través de la palabra.

P.G.
Grupo C


El odio

Soy el odio,
aliento putrefacto
en el origen del caos.
Hedor que emana
de heridas abiertas
en las almas malditas.

Soplo con furia sobre el mundo.
Alzo la mano asesina.
Dirijo las armas
hacia la carne temblorosa,
certeras al grito sin esperanza.

Pueblo la Tierra
de cuerpos marcados
por el crimen primigenio,
roídos por la envidia fratricida.
Ya perdido el anhelo
de la mirada valiosa del padre.

Soy viento maligno.
Empujo,
en el mar incierto de la madre,
a los náufragos sin brújula.
Hay goce en la condición maldita.

Ciego a mis súbditos.
Sin ojos, los otros
son cuerpos sin rostro.
No hay nombres
para quienes no tienen voz.

Pero no abandono a mis hijos a su suerte.
Ilumino su vida
con cetros y brazos poderosos.
Así disfrazan su vacío,
mitigan el tormento
de la muerte acechante,
de la soledad completa.

Araceli Broncano Rodríguez
Grupo C


Odio

Esta es la era de la abominación, donde los dueños de la palabra esparcen el odio como fuego en trigal seco. Donde se desbordan los riachuelos de rabia arrasando la cordura y dejando sin raíces al árbol de la razón. Todo se impregna de un rencor ardiente que penetra en las venas y abrasa los corazones. Se incendia la sangre que inflama las lenguas de encono y, en cambio, deja los pechos ateridos de frío.
Convierten la animadversión en un polvo que las alas dispersan sobre el mar del miedo. La sal de la inquina se posa encima de los cuerpos. Su escozor los atormenta y los obliga a gritar, a estremecerse y a amedrentar a los pocos que supieron volar más allá de la ciega aversión.
¿Quién podría refrenar el aborrecimiento si ha colmado los más escondidos rincones del alma? ¿Habrá otra cura más que la calamidad? ¿Es posible apagar la furia? ¿Se puede sofocar la ira? ¿Quién será capaz de detener esta bola de nieve que crece sin descanso?
¡Socorro! Las llamas nos envuelven. ¡Socorro!

Pepe Lorenzo
Grupo B


Sin fisuras
Extracto del libro de autoayuda Tú, ¿de qué vas? de Patú la Tirria.

La celebrada autora nos presenta un ejemplo de: cómo vencer la timidez practicando la "extimidad".

Lo amé hasta el instante en el que di aquel paso.
Luego llegó el odio, caracoleando por los entresijos de mi alma con el desprecio propio, del que sabe que ostenta un poder oscuro y milenario; y me atrapó con su execrable espectáculo.
Fue tal la soberbia que exhibió, alardeando ante mí con la seguridad del que ya te cree su esclavo, y su comportamiento tan despreciable, que no pude evitar engrandecerlo al saberse la causa de mi aversión más profunda.
Aún hoy, cuando evoco la fobia que me suscita, no puedo por menos de sumergirme en mares arbolados de rencor y detestar con mal contenida rabia, la abominación sin fisuras que genera en cada bosón de mi conciencia atávica.
De él, tan solo recuerdo con gratitud, la intensidad de los buenos momentos en que lo sigo odiando.

Calgari
Grupo A


¿Quién sufre más el odiado o el odiador?

Duele el pecho,
la sangre se acelera, pero no consigue fluir;
se vuelve gorda, duele,
duele,
las venas no soportan tanta presión,
la cara se enrojece, el cabello se vuelve espino,
se crispan las manos, las piernas se entumecen…
La lengua se desata y escupe barbaridades.
Saliva, palabras;
no, qué digo,
esputos y exabruptos, acodados
al mismo lado del ring.

Acaso no se entera, Le ODIO…

La ODIO…

¿Por qué no opté por la indiferencia…?

Eva Hernández
Grupo A


Los Motores del Mundo

El dinero, el poder, el amor.
El amor, sí, ese amor que todo lo puede, que todo lo salva, que todo lo libra, que mueve montañas. El amor, el amor…Ese que, en un abrir y cerrar de ojos, se convierte en odio.
La creación artística, toda, incluida la literaria, está permeada de amor y de odio. Movida por una inclinación natural al bien, sí, pero también y de igual manera, al mal. Reflejo claro, fiel del alma, del corazón del que escribe; De sus amores, de sus odios, de sus pasiones y obsesiones. También, de la realidad que lo rodea, que lo permea.
El arte es retrato de la sociedad, de la civilización que lo acoge, que lo ha creado, cobijado en su lecho. Nada es gratuito a la hora de crear, nada es gratuito, ni azaroso, como en la política, como en la economía. Una obra artística, más allá de su calidad (Siempre dependiente del criterio subjetivo de quien la juzga) es producto de esa misma sociedad que la consume, es SU CREACIÓN, al más puro estilo de un Doctor Frankenstein con su criatura. Un padre, una madre, no puede negar a un hijo, ni viceversa, so pena de negarse, rechazarse a sí mismo.
La creación artística, la creación de la belleza en su acepción más pura, va más allá de la pregunta por la ética o la moral. Otros son los motores que la mueven. Otros, como esos que mueven al mundo;
EL AMOR, EL PODER, EL DINERO.
EL ODIO.

Esperanza García
Grupo A 


Odio casero

Para odiar debes estar dispuesto a sufrir.
El odio no se corresponde con un sentimiento tranquilo que uno desarrolla mientas recorre despacio caminos frecuentados por personas amables.
El rencor desgasta mucho, no permite descansos ni distracciones. Necesita mantenerse alerta frente los ataques que nos lanzan.
Actitudes, que para otros pasarían desapercibidas, no escapan al radar de quien está convencido de lo mucho que los otros lo ofenden. Una vez entrenado este escáner, se encuentran cada vez más y más individuos o grupos merecedores de aborrecimiento.
Además, las inquinas se refuerzan mutuamente. Nada motiva más que identificar a alguien que nos rechaza. Los enconos se multiplican por no decir que crecen exponencialmente. Nunca se llega a las manos puesto que los odiadores resultan cobardes también.
Pero no hace buena tarde para odiar y procuro no darme por enterado cuando alguien pretende ofenderme, trato de justificar sus actos.
Este buen hombre, que se me acaba de colar en la caja del super, tendrá más prisa que yo, pienso.
Aunque al salir compruebo que es un puto jubilado sin más que hacer el resto del día.
¡Señor, dame paciencia!

Enrique Martínez
Grupo C


Máquina de vapor

Lo sientes rugiendo en tus cavernas, te arenga con palabras de fuego y bilis. Puedes ver como una parte de tu humanidad se desprende para abalanzarse sobre el otro. Se violenta. Se sacude. Se golpea el pecho. Grita. Ruge. Brama. Luego, vuelve a sentarse en tu pecho.
Con una punzada, de lo que debería ser vergüenza, te das cuenta de que no te ha cambiado el semblante. La escena se repite en bucle con cada palabra pronunciada, con cada risa compartida, con cada gesto espontáneo. 
El odio es una máquina de vapor y la codicia es la hoguera que lo alimenta. Codicia por lo que no haces. Codicia por lo que no tienes. Codicia por lo que no eres. El odio te bautiza como su hijo y comparte contigo su herencia negra. El amor mueve montañas, pero el odio es quien las levanta
Ves en el espejo y en el fondo del reflejo encuentras eso que odias en el otro, eso que odias en ti.

Vanina Palomo
Grupo C