La poesía es quizá la faceta más desconocida de la autora de ahí que centrásemos especial interés en ella. La editorial Hiperion publicó sus poemas de juventud con el título de A rachas en 1976. Pero hace unos años la editorial "La Bella Varsovia" lo reeditó bajo la edición de José Teruel e incluyó en el libro un código QR con una selección de sus poemas, grabados por la autora al cuidado de Alberto Pérez para su sello Avizor Records. Puedes escucharlos en la voz de la escritora en este enlace.
Titulamos la sesión "Lo raro es vivir" pues hablamos mucho de la vida, a pesar de que la muerte dejó notables huellas en la piel y la obra de la escritora. Recomendamos el blog con ese mismo título donde hay mucha información sobre vida y su obra. Miss Lunatic le dice al comisario O´Connor en Caperucita en Manhattan: Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar... y vivir es reírse... He conocido a mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir.
Propuesta de escritura
La tarea de escritura llegó de la mano de Sara Allen, protagonista de Caperucita en Manhattan. Las primeras palabras que escribió en el cuaderno que le regaló su padre fueron: río, luna y libertad. Pero las que realmente le gustaban eran las farfanías, palabras como flores silvestres que ella misma inventaba como "tarindo", "maldor", "amelva" o "miranfú". Esta última significaba que "va a pasar algo diferente” o “me voy a llevar una sorpresa”.
Pedimos en el transcurso del taller una definición para cada una de las tres farfanías y como propuesta de escritura un texto sobre la libertad en el que incorporar las siete palabras reseñadas, tres de ellas reales y las otras cuatro inventadas por Sara.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Recordando a Carmen Martín Gaite
Habéis empujado hacia mí estas piedras.
Me habéis amurallado
para qué me acostumbre.
Pero no puedo.
Pienso escaparme,
no sé cuándo ni cómo,
pero lo haré algún día.
Caminaré y llegaré hasta el río,
y con la luz de la luna,
alcanzaré la libertad.
Serpenteando entre amelvas,
ayudado de Tarindo,
derrotaremos a Maldor,
y alcanzaremos el camino.
Miranfú, pensé intensamente.
Y miranfú me estalla en la mente.
Al terminar el sendero,
Encontré lo que buscaba.
Tarindo: amigo imaginario que te ayuda siempre.
Amelva: planta de color violeta que germina al lado del trigo, dando colorido al campo que invade.
Maldor: personaje malvado que ocupa el lado oscuro en todos los cuentos.
Miranfú: me voy a llevar una sorpresa.
José Luis Fonseca
Grupo A
Miranfú, repetía Carlota con los ojos cerrados y cruzando los dedos mientras el cartero depositaba el correo en el buzón.
Miranfú, miranfú, mientras corría escaleras abajo para comprobar si alguna de las cartas llevaba el nombre de su amor en el remite.
Nada, otro día más sin noticias, un nuevo desengaño y había perdido la cuenta de cuántos atesoraba ya.
Había pasado la noche en vela, el maldor de junio no ayudaba a conciliar el sueño pero el sentimiento de abandono pesaba más que el calor y le impedía dormir, comer o concentrarse.
Quiso hacer un pastel para distraer la mente y de paso sorprender a los señores pero confundió la amelva con tarindo y el resultado fue un desastre incomestible que terminó entero en la basura.
No podía entender cómo alguien que decía “quererla con el alma” podía jugar así con sus sentimientos.
Julio le había prometido la luna aquella tarde que habían pasado juntos a la orilla del río.
—Volveré a por ti y ya verás qué feliz serás cuando estemos juntos en la gran ciudad, podrás ir de compras, a la biblioteca, a los museos, podrás estudiar, ir al baile y disfrutar de todas las comodidades que te faltan aquí. Serás libre como siempre has soñado.
Ella anhelaba salir de ese pueblo que ataba sus alas y le impedía volar por eso creyó a Julio y se entregó a él como jamás pensó que se entregaría a nadie, él la embaucaba con palabras y ella simplemente se dejó llevar.
Sus sueños de libertad se desmoronaron una mañana hojeando el periódico antes de llevárselo al señor con el café.
En los ecos de sociedad un gran titular decía:
“La soltera más codiciada del San Bernardo pesca marido”
Sintió algo romperse en su interior al ver a Julio, vestido de novio, muy sonriente en una foto.
Amelva: Dícese del colorante malva usado en repostería para darle color a tartas y gominolas.
Tarindo: Especia picante que da sabor a la salsa de las patatas bravas.
Maldor: Calor insoportable en las noches de verano.
Miranfú: Me voy a llevar una sorpresa.
Aurora Zarco
Grupo B
Desvarío
Rio, luna, libertad
Libertad convertida en agua que corre, fría, clara, pura.
Río.
Libertad que se confunde con un brillo plateado en mitad de la noche.
Luna.
Refugio para sobrevivir, para esconderse de los lobos, para pasar la noche.
Tus ojos.
Regresa
Regresa, ¿no ves que te necesito?
Necesito de tus brazos fuertes que me libren de los cardos, de las espinas, de ese maldor que no me deja ni a sol ni a sombra, que ha devorado mis entrañas y me ha dejado herida de muerte.
Regresa, regresa un día, como miranfú entre las tinieblas, vencedora de las sombras y los silencios, de los recuerdos que duelen, de nuestro pasado perdido entre tanto vendaval, entre tanta polvareda. Regresa y no te vayas más.
No ves que no me queda ya más nada?...Que el tarindo, ése que tanto te gustaba y donde solías pasar las tardes de verano, refugiándote del calor avasallante a su enorme sombra, ése, sí, ése, se ha secado y se ha convertido en una montaña de ramas secas.
Regresa que la amelva olorosa y aterciopelada que con tanto cariño sembraste en el jardín y que creció como niña rubia, dorada, se ha marchitado también y se ha caído en mitad del patio de la que fuera nuestro casa, nuestro refugio.
Regresa, no ves que te necesito?
Esperanza García
Grupo A
Miranfú
Sentada frente a la hoguera
la niña gitana sueña
con guardar su libertad
en una casita blanca.
de suelo de madera
y tejado de cristal.
Con amelva en las ventanas
para perfumar las estancias
de paredes de tarindo y
puertas de nogal.
Al lado de un sonoro río
que refresque su morena piel
cansada de tanto sol,
viento y frío.
Bajo la luz de la luna,
bailará al compás de la música
de su viejo y querido maldor,
hasta la salida del sol.
Marian Pérez Benito
Grupo A
La ranita Anita
En Salamanca la blanca
vive la ranita Anita
subida a una calavera
porque llegó la primera,
cuando del sol se acalora
da un salto como un tarindo
y detrás de un tamarindo
va a darse un baño en el rio
¡qué fresquita
esto es lo mío!
dice la ranita Anita
chapoteando en la orilla
con tumbona y con sombrilla,
y recordando a Chiquito
repite de hito en hito
maldor fistro pecador
jarl torpedo condemor,
y ya va teniendo hambre
siente en la tripa un calambre
y pesca una buena amelva
más rica que las de Huelva,
por allí pasa una niña
que responde por Carmiña
bonita como ninguna
brillando como la luna
y le dice: oye tú
mi ranita de la suerte
es un gusto conocerte
si te gusta y te divierte
te regalo un miranfú,
encontrarás la verdad
y también la libertad
en nuestra Universidad,
para que en la vida aciertes
como hizo Gloria Fuertes.
Ignacio Aparicio
Grupo A
Libertad
Libertad se quedaba extasiada viendo la luna reflejada en el rio Hudson. Ella sí se llamaba Libertad, no como su madre, la gran estatua que da la bienvenida a los que llegan a New York por barco. En realidad, su madre se llama Charlotte, como la madre del escultor Bartholdi que sirvió de modelo para uno de los rostros más fotografiados del mundo. Las dos vivían en la pequeña isla. Durante el día, Charlotte se pasaba las horas posando como estatua, mientras que Libertad se escondía, haciéndose pasar por un “tarindo” entre los árboles que miran hacia la orilla de New Jersey. Allí plantada había aprendido muchas cosas oyendo las conversaciones de los transeúntes que acudían a admirar a su madre. También captaba los pensamientos de los pasajeros de los barcos, cuando iban llegando a la Gran Manzana cargados de ilusiones y esperanzas. En ellos había muchas vidas vividas, con sus alegrías y sus sufrimientos. Mucho había soñado Libertad con conocer todos los países de los que provenía aquella gente, países que tantas veces había oído nombrar. De todo esto hablaba con su madre cuando, por la noche, al desaparecer los visitantes y apagarse las luces, Charlotte bajaba del pedestal y se pasaban las horas charlando y disfrutando de un panorama excepcional. La madre estaba apenada porque, sintiendo las ansias de libertad de su hija Libertad, sabía que las dos estaban destinadas a pasar toda su vida en aquella isla del mismo nombre.
Todo cambió el día que Libertad, a la luz de la luna, contemplando los destellos que desprendían las “amelvas” que vagaban por el Hudson, vio surgir de las aguas del rio un “maldor”, que se puso a hablar con ella como si fueran amigos de toda la vida. A lo largo de la conversación, Libertad fue desgranando sus emociones e inquietudes, especialmente sus ganas de abandonar aquella jaula particular en la que había permanecido toda su vida. Ella lo ignoraba, pero aquel “maldor” era de los auténticos, de los capaces de conseguir que los anhelos de los niños adolescentes se hicieran realidad. La noche siguiente, Libertad le contó a Charlotte su encuentro con el “maldor” y su intención de irse a conocer el mundo, si el hechizo funcionaba. La madre le dio un gran abrazo a su hija y le deseó toda la suerte —Vete y disfruta. Te espero aquí dentro de cien años, para que me cuentes todo lo que hayas visto y yo no podré ver nunca—.
Libertad estuvo nerviosa todo el día en su disfraz de “tarindo” y casi la descubren unos turistas japoneses que le hicieron miles de fotos. Al declinar la tarde, Libertad se fue a la orilla del río, repitiendo para sus adentros —“Miranfú”, “miranfú”, “miranfú”—, la palabra mágica que le había enseñado el “maldor” para conseguir que sus sueños se hicieran realidad, la manera de conjurar que la materialización de algo largamente ansiado se cumpliera.
En el agua se encontraba el “maldor” esperándola. Sin más preámbulos le indicó que ese era el momento de arrojarse al Hudson, en el punto justo en que la luna se reflejaba como un mágico círculo blanco. Libertad se lanzó y se disolvió en el agua como un azucarillo, mientras pronunciaba por última vez la palabra “Miranfú”. Del reflejo de la luna partió una nube de destellos de colores, que se alejaron nadando hacia el mar abierto en busca de su nueva vida. Dicen que aquella mañana, la estatua de la libertad amaneció con un par de lágrimas bajando por sus mejillas.
En reconocimiento a “Caperucita en Manhattan” y a su autora, Carmen Martín Gaite, que trabajamos en la última sesión del Taller de Escritura de Junio de 2025, como homenaje al centenario de su nacimiento
Manuel Medarde
Grupo A
La ceremonia
“No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia.” Montesquieu.
Jano fue despojado de sus ropas y untado con argolio. Después apuró su copa rebosante de tarindo y los demás invitados a la ceremonia hicieron lo propio.
Cuando salió la luna y los efluvios de aquel destilado comenzaron a hacer su efecto entre los iniciados, llevaron a Jano en andas, como flotando sobre un río de manos, hacia el sóleo bellamente recamado que presidía la cripta.
Una vez que lo hubieron sentado sobre el trono, ataron sus manos como símbolo de su renuncia a la libertad, y le pidieron promesa, que Jano efectuó en alta voz por una de las bocas de sus dos caras.
En adelante solo se dedicaría a procurar la libertad y la seguridad de los otros, aun por encima de la suya.
Tras la promesa los participantes se lanzaron a efectuar una baile ritual, integrados en corros que se desplazaban con movimientos a contrapunto y a medida que se aumentaba la celeridad del ritmo del sarao, los danzantes comenzaban a entrar en un trance paroxístico.
Entonces el Arconte, a fin de provocar la catarsis al líder ungido, pidió al taumaturgo que insuflara en la nariz de Jano polvo de ambrosía, y poder así interpretar algún tipo de miranfú, siempre en nombre del interés del pueblo.
Poseído por la droga de su propio triunfo, Jano, trató de conciliar las contradicciones de sus facetas y presentar una sola. Al momento, comenzó a sentir los efectos del gran maldor y se deslizó por el tobogán de las sombras, arrastrando al grupo hacía un paraje semejante a una amelva , donde nada ni nadie crecía, donde el vacío amenazaba por igual a la vida y a la transformación de la tribu.
Ante el temor general, su acólitos para no perder sus prebendas, trataron de borrar todo rastro de otras ceremonias fallidas semejantes, protagonizadas por el elegido.
Algunos de su propia élite cayeron en la cuenta de que siempre había tenido dos caras, y ahí comprendieron que el líder había roto su promesa. Fue el momento en el que empezaron a murmurar contra él.
Entonces, el líder despertó del trance convencido de su superioridad incuestionable y aún contra toda ley trató de alinear sus dos caras.
Lentamente, un sonido reconocible pero estremecedor comenzó a fluir por las comisuras de sus dos bocas, semejante a un torrente de babas de hilos pegajosos, que iban conformando una gran tela de araña que envolvía hasta a la geografía misma.
Era la risa, su risa, cada vez más alta, desencajada y desternillante. Era la estruendosa carcajada del semidiós por el puro placer que le procuraba su autoridad. Era la advertencia de que iba a afirmar su dominio y prevalencia contra todo y contra todos.
Calgari
Grupo A
Atardecer
El río corría manso solo unos metros por debajo de tus pies descalzos. Una brisa perezosa movía las espadañas y maldores que crecían en la orilla esparciendo sus aromas dulzones. En la quietud de la desfalleciente tarde una luna carnosa asomaba sobre las montañas púrpura.
Tú te desprendías del moroso taringo, ese delicioso sopor en el que te había dejado la larga siesta. Mientras, yo saboreaba la oscura miel de brezo relamiendo una cuchara. La amelva, esos sabrosos grumos adheridos a la lengua, se resistía a deshacerse.
Los pájaros habían llegado en bandadas a los alisos de la ribera y disputaron ruidosamente por el sitio donde pasar la noche. Enseguida fueron aquietándose. A nuestro alrededor se iban imponiendo los ruidos de la oscuridad y asentándose una serenidad solo perturbada por el rumor apagado del agua. El tiempo parecía haberse detenido.
—¡Mirafú! —exclamaste remolona.
—¡No! —respondí de inmediato—. ¿No lo notas? Todo está en calma. Nada va a suceder…
—¿Es esto felicidad? —preguntaste.
—Quizá. O tal vez sea solo libertad.
Pepe Lorenzo
Grupo B