La sesión de esta semana la dedicamos a Pedro Ugarte y su libro Un lugar mejor publicado por la editorial Páginas de Espuma. Doce historias que como un buen balizamiento nocturno dirigen nuestra mirada hacia la realidad y lo cotidiano y que nos interpelan desde el dolor y las preguntas. "La realidad es fuente de inspiración" -señala el autor. Y más aún cuando se indaga y se hurga en las relaciones y afectos entre amigos, parejas o familiares. A Ugarte le interesa especialmente la familia, ese lugar (tal vez aquí podríamos poner la palabra "constructo" que tanto gusta al autor) donde asoman todos los temas e intereses posibles para una buena historia a lo Carver o a lo Houellebecq.
El escritor bilbaíno radiografía, a través de los personajes, la debilidad de los afectos, la inconsistencia de los valores morales y éticos, la resonancia de la soledad, la maleabilidad de la mentira, la fugacidad del tiempo y el complicado tangram de la felicidad. Uno de sus personajes, Jorge, es el disfraz de neopreno que adopta Ugarte para hacer una inmersión más profunda en las historias y contarlas desde diferentes puntos de vista. Jorge es hijo en uno de los cuentos, en otro es pareja y en otro es padre. Este personaje, que recorre otros de sus libros, es en realidad una manera de explorar las vidas ajenas, y la propia de observar el mundo.
Elegimos dos cuentos para leer y analizar en el taller. El que da título al libro, "Un lugar mejor" y "Una isla sucia y olvidada". Pero también hablamos del cuento inaugural, "Éramos tan felices" y la cita de Lorrie Moore que lo apuntala: "Eres infeliz porque crees que existe una cosa que se llama ser feliz". Una historia que arranca con una revelación que nos sacude y descoloca: "VOY A HABLAR del periodo más feliz de nuestra vida: cuando a mi padre le diagnosticaron una enfermedad terminal". ¿Se imaginan iniciar el trayecto de un montaña rusa en el loop más alto? Pues a esto se parecen las primeras líneas de este cuento. En esta historia lo fantástico irrumpe con fuerza y provoca un seísmo en el desarrollo de los acontecimientos. Una historia poderosa, ensamblada como un buen mecano.
Pero volvamos a los cuentos elegidos. "Un lugar mejor" es una historia que nos habla de la obsolescencia programada del amor. Una enfermedad, la convivencia diaria o el desgaste que ocasiona el paso del tiempo hacen tambalear la realidad y el amor y quizá el único consuelo, o la única vía para salir por un momento de esa difícil rutina es la fantasía. Revivir dos veces -a diario- la intensidad y el fulgor del enamoramiento, aunque este sea improductivo y efímero es lo que hace el protagonista de esta historia, un hombre atrapado por la rutina y el trabajo y que no dedica a su pareja enferma el tiempo que quizá esta necesite. "ELEGÍA EN EL METRO, cada mañana, una mujer de la que enamorarme.", así comienza el cuento, con este juego rutinario que se repite varias veces a lo largo de la narración para transitar de la vida íntima de la pareja a ese escenario de la prisa y la multitud, un posado grupal que se deshace y recompone en cada estación.Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metro
y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos
y la perdieron para siempre entre la multitud
Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por las estaciones
y a llorar con las canciones de amor
que los músicos ambulantes entonan en los túneles
Y quizás el amor no es más que eso:
una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metro
y resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre
Hay un párrafo al final del cuento que resulta decisivo para entender el trasunto de esta historia, el diseño de cubierta del libro (de Paul Viejo) y otros cuentos que componen esta mirada caleidoscópica de lo cotidiano de Pedro Ugarte:
La vida, como un tren de vía única, al que alguien te subió sin tu permiso, un tren que no puedes conducir, ni detener, ni demorar. La vida como un tren en el que viajas profundamente solo, recluido en un vagón donde hace frío, pero albergando la esperanza de que, a pesar de todo, te lleve a un lugar mejor.
Propuesta de escritura
Tomamos prestado el título del primer cuento ("Éramos tan felices") para formular la propuesta de trabajo: escribir un cuento breve con el mismo título, en el que se refleje el paso del tiempo y que suceda en un contexto urbano similar al que el autor describe en otro de sus cuentos:
El paso del tiempo, en las ciudades, son bares que cambian de nombre, talleres que cierran para siempre, una peluquería sucede a un almacén, una avenida arbolada conquista el territorio que antes ocupaba la estación del tren de cercanías. Las ciudades son puzles compuestos por piezas infinitas. El tiempo borra algunas de ellas y las sustituye por otras. El tiempo, en las ciudades, es amanecer en una calle irreconocible, una calle de la que van arrancando todo lo que sabías sobre ella. Puedes vivir siempre en el mismo lugar, pero el pasado solo habita en la memoria, ahí lo reconstruyes obstinadamente, aunque a medida que pasan los años lo haces de forma cada vez más imperfecta e imprecisa. No importa que seas leal a un territorio: él jamás responde siendo leal a ti.
Y la ciudad mudaba, en una lenta metamorfosis. Las personas mayores morían. Las paradas de autobuses escolares reproducían año tras año la misma algarabía, pero los niños eran distintos. El mundo se organizaba con una engañosa sensación de permanencia dirigida a confundir, o disimular, la implacable pérdida de todo. En esa ciudad, que yo percibía cada vez más fugaz y contingente, solo se mantenía inalterable la imagen de mi padre, su melancólica mirada varada en medio de la realidad.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
En los pequeños detalles
Recuerdo la felicidad en esas duchas matutinas con agua muy caliente, el vaho empañando los espejos del cuarto de baño, y en ese olor a café recién hecho que producía una agradable sensación antes de haberlo degustado.
Qué feliz era siempre que iba quejándome al trabajo en mi pequeño utilitario, donde dos o tres veces maldecía a los conductores que cada mañana me acompañaban en el camino.
Qué maravillosa felicidad sentía cuando no encontraba sitio para aparcar, y tenía que dar varias vueltas por las calles, poniéndome nervioso, escrutando el reloj intentando detener con la mente el paso de los minutos para no llegar tarde.
La felicidad residía en las numerosas quejas que realizaba en mi parada matutina de mi jornada laboral, cuando protestaba porque la tortilla de patata que había preparado la cocinera del bar que estaba a dos manzanas estaba muy cuajada, o tenía mucha sal, o bien se había quemado.
Éramos tan felices todos los sábados cuando a regañadientes iba con mi pareja y mis dos hijos de cinco y siete años a hacer la compra semanal, aguantando colas, recibiendo empujones y malgastando el tiempo esperando, aumentaban mi ira de manera exponencial provocando, por supuesto, unos maravillosos fines de semana discutiendo con mi familia.
No sabíamos qué felices éramos. No disponíamos de una herramienta para medir la felicidad. Debemos compararnos con otra época, o con otras personas para determinar lo felices que somos, pero las necesidades creadas son tantas que no valoramos todo lo que tenemos.
Nuestra felicidad se truncó cuando aquel camión dirigido por un conductor ebrio nos embistió con su enorme masa, eliminando toda la alegría de mi vida. Ahora contemplo desde mi prisión horizontal como atraviesan los rayos de sol la ventana, y deseo poder acariciarlos junto a mi arrebatada familia.
Éramos tan felices que vuelvo en mis recuerdos a reinterpretar todas mis acciones y valorar cada segundo como no lo hice en su momento. Quiere, besa, abraza, ama y valora todo lo que tienes. Ahora.
Grupo B
Éramos tan felices...
Cuando mirábamos sin perspectiva y sin contexto. Éramos puntos suspensivos del pensamiento. Comas y comillas abiertas a la intemperie del universo.
Cuando el puzzle del subconsciente sólo tenía una pieza: la lealtad de los amigos. Las farolas intermitentes fueron testigos de aquellas noches de descampados y atardeceres furtivos. Besos escondidos, bajo aquel puente milenario que unía juventud con amaneceres somnolientos.
Probar todo o nada, mientras subíamos despacio al asfalto incipiente y una carretera sinuosa hacia el norte nos prometía aventuras y desvaríos. Trescientos kilómetros, para llegar y volver, una y otra vez, como espuma de aquel mar con olor a sidra.
Solo nosotros y el grupo. Aquel taller joven respondón y subversivo.
Soñábamos con ser felices.
Éramos tan felices. O tal vez...solo fue un sueño.
GuADAlupe
Éramos tan felices
Creamos un pequeño universo en el que danzaban, sin descanso, dos luceros que iluminaban nuestro cielo de naranja.
No teníamos nada ¿Lo recuerdas? Nos alimentábamos a base de caricias y comiéndonos a besos saciábamos el hambre.
Éramos tan felices que no nos dimos cuenta del momento exacto en el que nos invadió el invierno para instalarse, cruel, entre nosotros.
Y una tarde cualquiera, de la que solo recuerdo que el cielo era tan gris como el asfalto, al llegar a casa encontré a los luceros sobre la almohada, ya no querían bailar al son de nuestro pulso, no captaban su ritmo porque solo había ruido.
Los guardé en una caja y a veces, todavía, cuando siento nostalgia, la abro y los animo a volver a bailar...
Por si ahuyentan al frío.
Aurora Zarco
Grupo B
